El mito de la felicidad es algo muy
importante para el vulgo. La masa de consumidores satisfechos cree firmemente
en él. La gente quiere ser feliz. Todo el mundo quiere ser feliz, pero las
opiniones sobre qué cosa sea eso de la felicidad son dispares y divergentes. Ya
sabemos con Platón que la multitud no es filósofa, por eso el filósofo Gustavo Bueno
acude con su saber y su técnica para ayudar y contribuir a la ilustración del
público.
El análisis efectuado por Gustavo Bueno
de la Idea de Felicidad y del Principio de Felicidad pone en juego todos los
recursos teóricos del materialismo filosófico. Por eso me parece precisamente
este libro un libro muy importante en la trayectoria filosófica de Bueno. Este
libro muestra el estado del materialismo filosófico mucho más que otros porque
toca precisamente la Historia de la Filosofía y la ontología.
La Idea de Felicidad es una Idea
construida, una figura delimitada precisamente por la literatura de la
felicidad. Es ésta precisamente una de las tesis sostenidas por Gustavo Bueno
en este libro de filosofía stricto sensu.
La Idea de felicidad no es unívoca.
“Porque, tal es nuestro supuesto, no existe una Idea de felicidad, unívocamente
delimitable, a la manera como existe el concepto de cuadrado o el concepto de
triángulo.”[1]
El Principio de felicidad se formula de
dos maneras, la débil y la fuerte. El Principio de felicidad es una abreviatura
del Principio débil. El Principio fuerte se llama “Supuesto de la felicidad”.
El Principio débil de la felicidad o
principio de felicidad afirma que todos los hombres buscan la felicidad. El
Supuesto de la felicidad afirma que todos los hombres son felices. Estos dos
principios de felicidad no están demostrados, son enteramente gratuitos. Estos
dos principios fundamentan el mito de la felicidad. La importancia del
Principio de Felicidad estriba en que “sólo aquella literatura de la felicidad
que asuma el Principio de felicidad puede ofrecer una Teoría general o una
Doctrina general de la felicidad.”[2] El
Principio de felicidad es crucial en la construcción de una concepción de la
felicidad, esto es, de una Teoría general de la felicidad combinada con una
Doctrina general de la felicidad.
El principio de felicidad no es
científico. Es algo cuyo valor equivale al Principio de Meter o al principio de
Murphy. Este principio de felicidad está conectado con la cuestión del sentido
de la vida y del puesto del hombre en el Cosmos, con el Destino del hombre. El
principio de felicidad afirma que el destino del hombre es la felicidad. Claro
está que todo depende de cómo concibamos el destino del hombre o el puesto del
hombre en el Cosmos.
Gustavo Bueno insiste varias veces en
la inconsistencia del principio de felicidad y hay algo que debemos saber
aquellos que nos ocupamos de la filosofía: La cuestión de la felicidad no es
asunto filosófico. No debe formar parte de la Filosofía. “El objetivo de este
libro es demostrar, por tanto, que la cuestión de la felicidad no puede seguir
siendo considerada como la cuestión fundamental de la filosofía, o si se
quiere, de la Antropología filosófica,”[3].
Ocurre que no hay sentido de la vida, que no hay una jerarquía del universo y
que no hay un destino del hombre. Por tanto, la cuestión de la felicidad es
ociosa. Desde el materialismo filosófico pues, no hay cuestión de la felicidad.
El ocuparse de la felicidad exige una
concepción del mundo, una ontología y el análisis del puesto del hombre en el
cosmos.
Todos los fenómenos felicitarios
constituyen un campo de la felicidad, que resulta ser un campo gnoseológico, un
campo de batalla dialéctico entre tesis contrapuestas, pero además, todo campo
gnoseológico es un campo ontológico. El hiperrealismo materialista sostiene que
la ciencia forma parte ella misma del mundo. Los científicos manipulan
realidades, construyen realidades, pero son ellos mismos parte de la realidad.
La diferencia entre gnoseología y ontología es convencional, administrativa. La
gnoseología es la continuación de la ontología. La ontología especial se
continúa en la gnoseología y en las propias ciencias. Este campo gnoseológico
tiene que ver con el campo antropológico y éste último con el espacio
antropológico. Por lo demás, “Un campo gnoseológico estará siempre inmerso en
un espacio gnoseológico, porque ninguna ciencia puede considerarse capaz de
agotar su campo, siempre “superficial” (aunque sea el “campo unificado” que
buscan los físicos); es decir, porque su campo gnoseológico está limitado, no
sólo por la Realidad, sino también por los campos de otras ciencias o de otras
disciplinas que no son científicas”.[4] Pues
bien, según Gustavo Bueno, el campo de la felicidad interfecta negativamente
con el espacio gnoseológico. Ahora bien, no ocurre así con la ontología. “En
cambio, el campo y el espacio de la felicidad, que no tienen intersección plena
con la Gnoseología, sí la tienen con la Ontología, y, en particular, tienen que
ver directa y esencialmente con el campo y el espacio antropológicos.”[5]
La felicidad tiene que ver con el
espacio antropológico. “Este libro opera desde el supuesto de que el campo de
la felicidad se circunscribe propiamente en el espacio antropológico.”[6] Es
más, el espacio antropológico es el espacio de la felicidad.
El campo de la felicidad comprende
cinco estratos en los que se agrupan sus diversos elementos. Es necesario
precisar que “el campo de la felicidad no sólo está poblado de contenidos
felices o alegres, sino también de contenidos contrarios a la alegría o a la
felicidad, es decir, de contenidos infelices o tristes, de acuerdo también con
el principio tradicional: contraria sunt circa eadem”.[7]
El campo de la felicidad se estratifica
en 5 estratos. El Estrato I comprende los fenómenos. El Estrato II los
conceptos. El Estrato III las Ideas de la Felicidad. El Estrato IV las teorías
de la Felicidad y el Estrato V las doctrinas de la felicidad.
“El entretejimiento entre teorías y
doctrinas de la felicidad dará lugar a lo que denominaremos “concepciones de la
felicidad”.[8]
A la hora de clasificar las teorías de
la felicidad se llega a un esquema trimembre: Teorías ascendentes, descendentes
y neutras.
A la hora de clasificar las doctrinas
de la felicidad hay que contar con la importante clasificación filosófica
tradicional entre doctrinas idealistas y materialistas. Aquí Bueno reelabora la
distinción entre materialismo e idealismo o entre materialismo y
espiritualismo. El espiritualismo sostiene que existen seres vivos incorpóreos
y el materialismo sostiene que no existen. El materialismo o bien es monista o
bien es pluralista.
Entonces conviene definir teorías,
doctrinas y concepciones para poder seguir adelante: “Venimos utilizando la
expresión “teorías de la felicidad” para denominar a toda propuesta de
coordinación “cerrada”, explícita o implícita, capaz de abrirse camino in
medias res en un campo de fenómenos felicitarios reales, que se supone siguen
su ritmo propio. Una teoría de la felicidad es una concatenación de conceptos
de felicidad referida al campo fenoménico de la felicidad, en la medida en que
este campo pueda ser considerado en su “inmanencia antropológica” o zoológica.
Utilizamos la expresión “doctrinas de
la felicidad” para designar a todo sistema de Ideas envolventes del campo
fenoménico de la felicidad presupuesto, mediante las cuales se nos ofrezcan
criterios para situar el campo fenoménico de la felicidad en el contexto de
otros campos o ideas susceptibles de ser consideradas como constitutivas del
entorno del campo inmanente de referencia.
Utilizamos la expresión “concepciones
de la felicidad” para designar a todo sistema ideológico, mitológico o
filosófico que comprenda, no sólo una teoría sobre la felicidad, sino también
una doctrina sobre la misma.”[9]
Así, Bueno elabora una tabla de modelos
genéricos de concepciones de la felicidad. El número de modelos es de doce.
El modelo I comprende tanto a la
versión aristotélica como a la versión tomista.
El modelo II comprende la versión sabeliana.
El modelo III comprende la versión
dualista (psicologista o fisiologista).
El modelo IV comprende la versión
neoplatónica de Plotino y la versión idealista materal de George Berkeley.
El modelo V comprende la versión
idealista absoluta de Fichte y la versión idealista objetiva de Fichte.
El modelo VI comprende la versión
gnóstica.
El modelo VII comprende la versión
regeneracionista.
El modelo VIII comprende la versión
positivista y la versión monista.
El modelo IX comprende la versión eudemonista
y la versión ilustrada pansexualista.
El modelo X comprende la versión pesimista.
El modelo XI comprende la versión
emergentista.
El modelo XII comprende la versión
estoica y la versión spinozista.
Finalmente, hay que demoler desde el
planteamiento crítico materialista el Principio de la felicidad. El análisis
lógico del principio de felicidad se atiene a la mera inmanencia lógica de la
proposición. Para empezar, el Principio de felicidad es un principio de mala
fe.
El análisis gnoseológico se tiene a la
proposición dada en cuanto que forma parte de una red de proposiciones de un
campo material.
El análisis lógico del Principio de
felicidad mediante la lógica de proposiciones no resuelve ninguno de los
problemas que se plantean. La respuesta debe proceder de la zoología, de la
teología o de la antropología.
Desde la perspectiva de la lógica de
clases, hay que decir que el sujeto “Hombre” no está dado previamente a los
predicados que se le puedan atribuir. Las leyes lógicas se aplican en campos
constituidos por entidades fijas. El “Hombre universal” no puede ser dividido
en especies sistemáticas. Lo mismo ocurre con el predicado “felicidad”.
Ocurre que no hay un Género humano
previamente dado en un principio. Asimismo, la felicidad es un predicado
evolutivo o histórico, no fijo e intemporal.
Desde la perspectiva de la lógica de
relaciones, hay que utilizar el formato de las relaciones funcionales o
aplicativas. El predicado “felicidad” puede ser interpretado como una relación.
El sujeto “Hombre”, considerado como género, puede resolverse en especies que
son las variables o argumentos de una función. “Felicidad” es un término
multívoco, pero sin caer en la equivocidad. Tradicionalmente se le llamaba a
tales términos “sincategoremáticos”. “Felicidad” sería un término vacío o
formal. Para alcanzar su significado, debe componerse con variables o
argumentos de la función. Entonces hacen ahí su aparición las diversas
significaciones de la felicidad en cuanto características de una función. La
expresión “todos los hombres desean la felicidad” no tiene entonces ningún
sentido concreto.
Así pues, el “Hombre”, como “Género
Humano” no tiene ninguna realidad como sujeto de la proposición. En cuanto al
término “felicidad”, es éste un término confusionario, oscuro. Cada cual lo
interpreta como cree conveniente. Es como intentar responder a la pregunta por
las necesidades humanas o al sentido de la vida.
El principio de felicidad desde el
punto de vista científico debiera ser unívoco y no lo es.
Al final el principio de felicidad es
una cuestión sentimental. El sentimiento de satisfacción puede ser común a
todos los que utilizan el principio de felicidad. Sin embargo, el goce, la satisfacción, la
alegría, no se han de confundir con el placer sensible. A decir verdad tal
satisfacción es un acompañante oblicuo de los valores de felicidad que un
constituyente directo de los valores de felicidad. “La reducción de un valor de
felicidad a su “disfrute” o “goce” no es son un psicologismo grosero, porque el
valor de felicidad consiste, en general, en algo específico que suele estar
situado en un espacio “más allá” del acto de disfrutar o gozar.”[10]
Reducir la felicidad al placer es una forma de ignava ratio. “En consecuencia,
la tendencia a reducir la felicidad a sus componentes subjetivos (a sus
armónicos placenteros, o deleitables, del estado de ánimo), habrá de
interpretarse como una grosera y perezosa reacción de quien se contenta con
confundirlo todo en la niebla lechosa de la subjetividad. La interpretación
psicologista de la felicidad es, según esto, mucho menos que una teoría: puede
ser simplemente un síntoma de pereza o de penuria intelectual.”[11]
Al final eso de la felicidad es un
resultado histórico de la sociedades de clase estatales: “el ideal de felicidad
puede aparecer en las sociedades diferenciadas con una estructura política tal
que haga posible la convivencia (en una misma nación o en naciones diferentes)
de estratificaciones o clases sociales heterogéneas, situadas a alturas
diferentes en cuanto a la cantidad y la calidad de su participación en los
bienes disponibles en el ámbito de esa sociedad.”[12]
Entonces, no sabemos qué cosa sea eso
de la felicidad. El vulgo se contenta con la felicidad canalla del carpe diem.
Se trata de disfrutar de la máxima cantidad posible de placeres carnales en un
plazo de tiempo finito puesto que el hombre debe morir. La única certeza que
tenemos es la de que moriremos: mors certa, hora incerta. Ya Aristipo de Cirene
declaró que la felicidad era el placer, sobre todo el físico, que era definido
como un movimiento dulce acompañado de sensación. Según la leyenda, Aristipo
siempre estaba rodeado de prostitutas, perfumes y dinero, el ideal democrático
del vulgo.
No hay que preocuparse de la felicidad.
Que cada cual haga lo que crea conveniente. Igual que no hay destino del
universo ni del hombre, tampoco hay sentido de la vida. El problema de la
felicidad es como el problema de la calvicie o del peso o del colesterol, un
tema externo a la filosofía. No hay que ser pesimistas, aunque con Schopenhauer
creo que tampoco pasa nada por serlo. “Sólo desde una perspectiva similar a la
del materialismo filosófico, no monista, podremos distanciarnos del Principio
de felicidad, y triturarlo, sin caer en el pesimismo”.[13] Lo
del pesimismo o del optimismo son problemas y cuestiones psiquiátricas. El
sabio está por encima de todo eso. El hombre no ha nacido para ser feliz ni
vive para eso. Ni hay Género humano ni hay destino cósmico o antropológico ni
hay sentido de la vida. “No hay un destino cósmico del Género humano que lo
determine hacia la felicidad.”[14] Un
hombre serio, sensato, sabio, no puede considerar como el fin de su existencia
la consecución de la felicidad.
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