El júrgol es un deporte-juego-distracción que encanta al vulgo. El júrgol es un deporte de masas que gusta mucho al vulgo y de ello surge la importancia social de los campeonatos de júrgol. Cada club representa a una ciudad y entonces, automáticamente surge la lógica rivalidad entre los grupos sociales que se ven representados por los colores del club. Si no hubiera júrgol habría que inventarlo. Por eso lo que se paga a las estrellas jurgolísticas es algo barato teniendo en cuenta la función social de contención de las pasiones de las masas, su canalización conveniente y la paz social que de ello se deriva con los consiguientes benéficos efectos para el pueblo, la nación y el Estado. El júrgol ahorra muchos miles de gendarmes al tener entretenida a la población durante muchas horas por semana. El júrgol también es política porque la lucha de clases se sustituye por la competición entre clubes. Los enemigos del orden y de la ley y del Estado se parapetan en clubes de júrgol. Se hace política júrgol mediante. De modo que es ridículo postular la separación entre júrgol y política porque ambos conceptos o ambas realidades están unidas inextricablemente entre sí y hay que asumir que el júrgol es política también. Ahora se enfrentan en Milán el Real Madrid y el Atlético de Madrid, ambos son clubes patrióticos, nacionales, españoles, biennacidos, no como los bastardos del Barca u otros clubes jurgolísticos cuya afición o directivos desprecian a la Nación Española. Ahí se ve en qué consiste la politización del júrgol de la que he venido hablando más arriba. Ya sabemos que el júrgol es política y por eso uno, un buen español, patriota, se alegra enormemente que los clubes separatistas no estén en la final de la Liga de Campeones en Milán.
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