La doctrina sobre la guerra de Clausewitz. La doctrina del general alemán Carl von Clausewitz sobre la guerra nos puede esclarecer bastante acerca de la naturaleza de la guerra. Es una perspectiva no ética, ni sentimental, sino profundamente realista. Se atiene a lo que hay, a los hechos. No pretende enjuiciar éticamente los hechos. En primer lugar la guerra es un combate singular ampliado. En este combate se trata de obligar al adversario o enemigo a obedecer nuestra voluntad utilizando para ello la violencia. En segundo lugar la violencia tiene una tendencia intrínseca a ascender a los extremos. Esta violencia no tiene límites en principio. En tercer lugar, hay que dejar al enemigo sin capacidad de respuesta. El fin de la guerra, la victoria consiste en la aniquilación del enemigo. En cuarto lugar, la guerra es un acto político. La guerra es pues la continuación de la política por otros medios. En quinto lugar hay que distinguir según Clausewitz entre guerra absoluta y guerra real. En la guerra absoluta se produce la ascensión hacia los extremos en la violencia militar. En este tipo de guerra se sigue la pura lógica militar. En la guerra real, sin embargo, entran en juego los cálculos y las consideraciones políticas. En la guerra absoluta lo político y lo militar coinciden porque lo militar absorbe a lo político, mientras que en la guerra real es la política la que absorbe a lo militar.
Concepto de guerra. Clausewitz es el mayor pensador de la guerra. Clausewitz decía que la guerra es la prosecución de la política por otros medios y además un acto de violencia destinado a obligar al adversario a hacer nuestra voluntad. Esta aplicación de la fuerza no acepta ningún límite lógico. La guerra en cuanto acto político, supone una pluralidad de voluntades enfrentadas, encontradas, esto es, de sociedades políticas. La política presupone la distinción entre amigo y enemigo. El soberano debe saber distinguir entre el amigo y el enemigo. El mundo político es un pluriverso político. En esta lucha cada Estado quiere vencer al otro. La guerra es así la violencia, es decir, la violencia física (ya que no existe violencia moral fuera de los conceptos de Estado y de Ley), es por lo tanto el medio y el fin es imponer nuestra voluntad. La guerra no tiene sentido si hay suicidio de los beligerantes. La guerra es además el desenlace lógico de las relaciones internacionales. La conducta estratégico-diplomática de los Estados gira en torno a la posibilidad del conflicto armado. Por lo demás, toda guerra tiende a hacerse sucia. Los beligerantes en la guerra quieren ganarla y si para ello hay que vulnerar las convenciones internacionales o las leyes sobre la guerra, entonces se hará real tal infracción. Además, en toda guerra hay daños humanos y materiales colaterales como consecuencia de la propia guerra que no se buscaba producir pero que es inevitable que se produzcan. En contra de los pacifistas de buen corazón, Clausewitz declara que “como es natural, las gentes de buen corazón piensan que hay algún medio ingenioso de desarmar o derrotar al enemigo sin excesivo derramamiento de sangre, y quizás imaginen que ésta es la verdadera finalidad del arte de la guerra”. Entonces el humanitarismo progresista sólo multiplica las bajas, las propias como las adversas. “La guerra es un asunto tan peligroso que los errores debidos a la benevolencia son los peores de todos”. Así, pues, “introducir el principio de moderación en la guerra siempre conduce al absurdo lógico.” Según Clausewitz, contraponer paz y guerra como estados excluyentes es un error. Más bien ocurre que la paz es un acto de guerra. La sociedad política está condicionada y codeterminada por las demás sociedades políticas que la envuelven. En particular, su proyecto pacifista está desmentido constantemente por la efectividad de su poder militar, como se hace explícito en el refran “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Por su parte dice Platón que “lo que la mayoría de las gentes llaman paz no es más que un nombre, y en realidad, hay por naturaleza una guerra perpetua y no declarada de cada ciudad con todas las demás.” Por lo demás, la guerra es una característica propia de la civilización.
Concepto de paz. La paz es la suspensión más o menos duradera de las modalidades violentas de la rivalidad entre unidades políticas. La paz depende de la fuerza de los diversos Estados. Según las relaciones de fuerza entre los Estados distinguimos tres tipos de paz: 1. Paz de equilibrio. 2. Paz de hegemonía. 3. Paz de Imperio. 1. Paz de equilibrio. Las fuerzas de las unidades políticas estatales se encuentran en equilibrio. 2. Paz de hegemonía. Las fuerzas de las unidades políticas estatales están dominadas por las de una de entre ellas. 3. Paz de imperio o imperial. Las fuerzas de las unidades políticas estatales se ven sobrepasadas por las de una de ellas, hasta el punto de que todas las unidades, salvo una, pierden su autonomía y tienden a desaparecer como centros de decisiones políticas. El Estado imperial se reserva, finalmente, el monopolio de la violencia política. El progreso de las técnicas de producción y de destrucción masivas introduce desde 1945 un tipo diferente de paz típico de la guerra fría (19451991). Es la paz por el terror. La paz por el terror es la que reina o reinaría entre unidades políticas, cada una de las cuales tiene o tendría la capacidad de ocasionarle al otro daños mortales. Es la capacidad de destrucción mutua asegurada. La paz de equilibrio, la paz de hegemonía y la paz imperial son paces dependientes del poder de los Estados. Ahora bien, la paz por el terror derivada de la existencia de armas nucleares sería una paz por impotencia. Entre la paz por el poder (equilibrio, hegemónica e imperial) y la paz por impotencia (terror) existe un tercer término, la paz por satisfacción. En el fondo, la paz es la victoria. La paz la imponen los vencedores. La paz es lo que se busca durante la guerra. En la guerra todos los beligerantes quieren la paz, pero quieren una paz que les convenga, de acuerdo con sus intereses.
El pensamiento sobre la guerra y la paz. Un análisis histórico. Ya en el pensamiento griego aparece el intento de definir el concepto de guerra, utilizando mayormente categorías metafísicas: Heráclito, por ejemplo, concibe la guerra como “madre y reina de todas las cosas”, dado que la tensión de fuerzas contrapuestas constituye el fundamento de la realidad entera. Para Cicerón, la guerra significaba certatio per vim, enfrentamiento violento. Pero la valoración filosófica de la guerra surge tan sólo con el pensamiento cristiano, que desde sus orígenes declara que bellare semper illicitum est, en cuanto contrario al principio del amor universal entre los hombres. La patrística tardía, con San Agustín, reconoce, de todos modos que la guerra reviste a veces un valor positivo, insertándose en el orden providencial divino. San Agustín (354-430) sostiene que el Estado ha de buscar la paz, la
tranquilitas ordinis. La paz no es algo negativo: la ausencia de guerra. Es algo positivo: la consecuencia formal del orden. Es la meta de todos los deseos y trabajos del hombre. Incluso por los caminos más torcidos, a través de la guerra misma, el hombre busca la paz. No sólo porque quiere que la guerra termine, sino porque quiere que termine con un poner las cosas en su orden. El orden que causa la paz es la justicia: no hay verdadero orden sin verdadera justicia. Remota iustitia, quid sunt regna nisi magna latrocinia? La discriminación entre guerras lícitas e ilícitas embrionariamente ya presente en San Agustín, se aprecia en la doctrina de la “guerra justa” defendida por Santo Tomás: la guerra es justa cuando es mantenida por una autoridad reconocida y es combatida por una causa justa y con una intención justa. Maquiavelo llegó a conclusiones que muestran muchas coincidencias con los principios elaborados tres siglos más tarde por Clausewitz. Según Maquiavelo, una guerra debe llevarse a cabo con todos los medios que estuvieran a disposición del Estado, especialmente con todos los recursos humanos. Además, hay dos opiniones de Maquiavelo que siguen teniendo su importancia. En primer lugar, que una guerra exige la movilización de todos los recursos políticos. Esto implica el supuesto de su total puesta en juego. En segundo lugar esta puesta en juego tiene que ser total. Un buen número de pensadores de Occidente han pensado en los medios para acabar con la guerra e instaurar así la paz perpetua. Para empezar hay que destacar el humanismo cristiano renacentista del siglo XVI. Erasmo de Rotterdam (1467-1536) sostiene que toda guerra trae consigo un cortejo infinito de crímenes y desgracias. Su análisis de las causas del conflicto descubre una motivación psicológica: la locura, las pasiones, y unos fenómenos más políticos: el expansionismo de los Estados, la aventura de conquista como una operación de los descontentos interiores. A su manera preconiza Erasmo remedios: fijación de las fronteras y del orden de sucesiones, arbitrajes de las altas autoridades morales y religiosas, llamamiento a la fraternidad cristiana. No existe paz, por injusta que sea, que no resulte preferible a la más justa de las guerras. Erasmo no puede evitar, por lo demás, el problema de la guerra justa; admite la defensa contra la agresión, pero conoce lo suficiente la mala fe y las cegueras como para desconfiar en gran medida de los derechos con los que se amparaban los príncipes. Así como es preciso limitar la arbitrariedad del capricho real, así también es preciso obtener el consentimiento de la nación para emprender una guerra, una vez agotados los demás medios para hacer prevalecer un determinado derecho. Tomás Moro (1480-1535) es autor de la novela Utopía en la que propone la constitución de un Estado pacífico internamente pero que no duda en hacer la guerra para liberar a los demás pueblos oprimidos por la tiranía. Otro humanista pacifista es Juan Luis Vives (1492-1540). La guerra fue considerada en Europa hasta el siglo XVII como una institución típica de la sociedad. La doctrina de la guerra justa se vuelve central en el iusnaturalismo del siglo XVII. (Hugo Grocio, S. Pufendorf), que define ulteriormente las causas justas del fenómeno bélico (defensa contra un ataque exterior, imposición de una obligación soslayada, coerción al resarcimiento de un daño sufrido) y establece reglas precisas para determinar la legitimidad del poder político que declara la guerra y la legalidad de los medios con que ésta se lleva a cabo. Surge de este modo el carácter natural de la guerra, que representa el único instrumento para sancionar el derecho racional en ausencia de instituciones jurídicas que lo tutelen positivamente. También en el siglo XVII este principio es radicalizado por Hobbes a través de la identificación de estado natural y de guerra y de estado de derecho y sociedad civil. En el siglo XVII se advierte una clara evolución del concepto de paz. a) Pacifismo religioso: A Leibniz, con su universalismo religioso le preocupa la paz en Europa. Proyecta la unión de las iglesias cristianas y por ello le preocupa la paz en Europa. Incita en 1672 a Luis XIV a emprender una política de conquista en Oriente y especialmente en Egipto, difícilmente realizable por medios pacíficos. William Penn, fundador de Pennsilvania, es un autor más claramente pacifista, autor del “Ensayo sobre la paz presente y futura de Europa”, 1693. Penn pertenece a la secta de los cuáqueros y es partidario de la no violencia, mantiene que el cristiano no debe —en principio— recurrir a la fuerza, preconiza la reducción de armamentos y expone un plan de inspiración federativa, muy cercano a las ideas de Spinoza, que escribía: “La paz no es la ausencia de guerra, sino una virtud que nace de la fuerza del alma.” b) El equilibrio europeo. El abate de Saint Pierre (Projet pour rendre la paix perpetuelle en Europe, 1713) es de naturaleza diferente. No procede de consideraciones religiosas. Le preocupa el equilibrio europeo. Propone una especie de “Santa Alianza” entre los monarcas de Europa, sobre la base de un statu quo territorial. c) Pacifismo en Kant (1724-1804). Es con Kant cuando aparecen las formulaciones filosóficas sobre la paz con su Proyecto filosófico de paz perpetua (1795). Ahí expresa Kant su idea de que la paz no es un asunto de los príncipes, sino de los pueblos. La guerra es una injerencia inadmisible en un Estado independiente. Por ello, Kant reprueba el servicio militar obligatorio y afirma que ninguna guerra debe emprenderse sin el consentimiento de los participantes, es decir, del propio pueblo. Una federación internacional de Estados garantizará la paz arbitrando en toda disputa. Ello impediría toda solución bélica. Kant ve tres remedios contra las guerras: - el comercio: el espíritu comercial se apodera tarde o temprano de cada pueblo, siendo incompatible con la guerra. - la moral democrática: la paz es una virtud moral, virtud de los pueblos y no de los príncipes. Los regímenes monárquicos son peligrosos para la paz. -la publicidad, el secreto de las negociaciones facilita las guerras; la política realizada a la luz pública, que resultará corriente en los regímenes democráticos, favorecerá la paz. En el siglo XVIII la guerra se considera como un fenómeno de irracionalidad y oscurantismo o bien un mero juego de intereses dinásticos (Voltaire, Holbach, Rousseau, Condorcet). Al pacifismo cosmopolita ilustrado, la era del romanticismo y de la restauración opuso una justificación finalístico-providencialista de la guerra (y de la historia): algunas veces la guerra promueve el desarrollo moral de la humanidad (Humboldt, Fichte, Hegel), afirma la libertad de los individuos y de las naciones (Fichte). Hegel (1770-1831) critica a Kant y sostiene que la independencia de cada Estado es un concepto esencialmente polémico que se realiza a través de la guerra. Por eso el concepto de derecho internacional carece de sentido. Hegel pretende hacer una crítica a la doctrina del derecho natural sobre la guerra. Esta doctrina se basa en dos presupuestos no demostrados, primero, entender la guerra desde la paz, siendo ésta el concepto clave y la situación normal y aquélla su negación; segundo, entender la guerra desde la moral, justificar la guerra precisamente a base del concepto de guerra justa. Hegel tiene a la vista el ensayo de Kant “La paz perpetua” (1795). Hegel no acepta estos dos principios. 1º La situación de guerra ha sido normal en la Historia y no se puede negar su papel en el desarrollo de la humanidad: sería hipócrita y superficial. La guerra no puede ser vista como la ausencia de racionalidad, sino que hemos de descubrir la porción de racionalidad que en ella se encierra puesto que es un paso esencial en la Historia. 2ª la ética es un nivel de praxis que debe ser superado en el nivel político. No se pueden aplicar principios éticos a problemas políticos entre Estados. La guerra es el momento en el que el ciudadano se sacrifica por su Estado. La guerra es la situación en la que se toma en serio la vanidad de sus bienes y de las cosas temporales. Los Estados son individuos en estado de naturaleza. No hay ningún poder o autoridad situado por encima de los Estados. La guerra no es la supresión de las relaciones entre los Estados, sino una situación especial de las mismas. El odio en la guerra no existe. La guerra es asunto de profesionales y en el ejército la enemistad es algo indeterminado. Según J. de Maistre la guerra expresa el juicio de Dios en el proceso histórico. El general prusiano K. Von Clausewitz definiendo la guerra como“continuación de la política con otros medios”, asimila el evento bélico a un “acto social” y pone en evidencia su naturaleza profundamente humana y política. Según el marxismo, las guerras, en cuanto vinculadas con las relaciones de producción y de clase propias del sistema capitalista, desaparecerán con la realización universal de la sociedad comunista sin clases. Hasta entonces, la guerra sigue siendo un fenómeno natural e inevitable a las leyes que gobiernan el desarrollo histórico. Los partidos socialistas marxistas plantearon a finales del siglo XIX y principios del XX la lucha contra la guerra. El marxismo sostiene que la lucha de clases interna a cada Estado tiene más importancia histórica y política que la lucha armada entre Estados. Por ello el marxismo tiene algo de pacifismo internacional y de belicismo intranacional. Quiere convertir la guerra entre naciones en una guerra social y civil entre clases. Sin embargo, la Guerra Fría (1945-1991) y la historia de la URSS (1917-1991) demostraron que el marxismo era una filosofía de la guerra y que en política internacional un Estado marxista opera en sus relaciones internacionales de forma muy parecida a como opera un Estado burgués en lo que se refiere a sus intereses nacionales geoestratégicos. El interés nacional, imperialista de la URSS estaba por encima de los intereses figurados y presuntos del proletariado internacional al que no se le ve por ninguna parte. Como los marxistas de principios del siglo XX eran internacionalistas pretendían oponerse al imperialismo capitalista. Se propuso una huelga general revolucionaria antimilitarista y antiimperialista contra la movilización general antes de 1914 en previsión de que estallara la Guerra Mundial, que finalmente estalló. Sin embargo, estas ideas eran mera retórica. En tiempos de guerra todo el mundo se vuelve nacionalista. Así fracasó la socialdemocracia en 1914. Moviliza más el interés nacional que la Idea de Proletariado Mundial como Clase Universal. Además, los marxistas, siguiendo en esto a Mao Tsé Tung, afirman que “Todas las guerras progresistas son guerras justas, y todas las que impiden el progreso son injustas.” Según el Presidente Mao la revolución y la guerra revolucionaria tienden a la paz perpetua. “En cuanto a la humanidad haya destruido el capitalismo, entrará en la era de la paz eterna y no necesitará guerra. El ejército, los navíos de guerra, los aviones militares y los gases asfixiantes ya no harán falta. Por siglos y siglos, la humanidad ya no conocerá la guerra. La guerra revolucionaria que ya ha empezado forma parte de esta guerra por la paz eterna”. El darwinismo social ve en la guerra un caso particular de la selección natural. Nietzsche ve la guerra como un principio de salud para los pueblos debilitados. Georges Sorel ve a la guerra como un mito de las masas.
El S.P.F. Síndrome Pacifista Fundamentalista o Síndrome de pacifismo fundamentalista. Designamos como SPF un conjunto de fenómenos sociales típicos de los Estados del Bienestar. El síntoma más relevante y notorio que lo caracteriza es un clamor universal expresado en forma de manifestaciones públicas masivas o localizadas en recintos cerrados, procesiones, imágenes de televisión, etc., con ciudadanos que gritan ¡NO A LA GUERRA!, ¡PAZ!. “No a la guerra” equivale a gritar: NO A LOS EE.UU. o, NO A AZNAR. Mientras que PAZ es una fórmula lingüística pacífica, NO A LA GUERRA implica una intención polémica y aún belicista. Se olvida con demasiada facilidad sin embargo, que la civilización va asociada a la guerra. Los factores desencadenante del SPF son muy heterogéneos y a veces incompatibles entre sí. Característica del SPF es la heterogeneidad de los sujetos afectados por tal síndrome. Está presente un sentimiento, un pensamiento único, excluyente y simplista: PAZ, NO A LA GUERRA. El síndrome se caracteriza por la manifestación de deseos irracionales de forma automática. Es una conducta social caracterizada por su automatismo y por su simpleza y manifestada de modo colectivo. El SPF se da en Estados democráticos capitalistas de Bienestar occidentales de tradición judeo-cristiana a diferencia de lo que pasa en los Estados musulmanes, en los que no hay precisamente SPF, sino Yihad, guerra santa. Conviene explicar esta diferencia importante. Cristianos y judíos tratan siempre, cuando emprenden una acción peligrosa para su vida, de preservar esta vida, no ya tanto evitando el peligro de muerte (puesto que ello conduciría a la cobarde inhibición o deserción) sino no utilizando a ella misma como instrumento, preservándola en lo posible precisamente para poder seguir obrando, actuando personalmente. Los cristianos creen en la inmortalidad del alma vinculada al cuerpo (creen en la resurrección de la carne) y por ello vinculan su conciencia individual a su propia corporeidad. En la tradición musulmana, en cambio, la conciencia individual puede vivirse como si estuviera subsumida en la conciencia de algún principio superior, angélico o divino. Por eso un musulmán sí que puede inmolarse por el Islam, por la Umma y las madrasas. El SPF está vinculado por lo tanto con sociedades occidentales. No es un fenómeno social que tenga que ver nada con el Islam. Se da en democracias de mercado pletórico de bienes. El SPF busca la paz perpetua y universal. Los individuos afectados por el SPF no pueden concebir siquiera la existencia de alguien que no comparta la evidencia subjetiva del SPF. El que declara la guerra, la apoya o no la combata, no podrá ser tanto considerado propiamente como persona humana, será un asesino con el cual es indigno discutir, estará fuera de sí, será un demente o un loco. Quienes sufren el SPF no admiten siquiera que alguien argumente en su presencia no ya a favor de la guerra, sino simplemente tratando de entender sus razones o los motivos antropológicos del enemigo. El SPF se alimenta de principios éticos que se orientan a conservar la vida de los cuerpos humanos, como ya sabemos, cualesquiera que sean las condiciones de estos cuerpos —sanos o enfermos, niños o ancianos—. El SPF lleva a creer que la paz y el no a la guerra pudieran ser objetivos susceptibles de ser propuestos al margen de la política, derivándolos directamente de la conciencia ética de la humanidad, o de la conciencia divina, es decir, de una conciencia metafísica. Pedir la paz y no la guerra incondicionalmente, abstrayendo cualquier consideración de coyuntura internacional, es un acto que roza con el infantilismo, descontando la mala voluntad. Las propuestas éticas que no tienen en cuenta las condiciones políticas en las cuales pueden desenvolverse las formas de vida de las mismas gentes que las expresan son producto de un mero infantilismo. El SPF es un síndrome, un fenómeno social que se alimenta de sentimientos éticos individuales.
Concepto de guerra. Clausewitz es el mayor pensador de la guerra. Clausewitz decía que la guerra es la prosecución de la política por otros medios y además un acto de violencia destinado a obligar al adversario a hacer nuestra voluntad. Esta aplicación de la fuerza no acepta ningún límite lógico. La guerra en cuanto acto político, supone una pluralidad de voluntades enfrentadas, encontradas, esto es, de sociedades políticas. La política presupone la distinción entre amigo y enemigo. El soberano debe saber distinguir entre el amigo y el enemigo. El mundo político es un pluriverso político. En esta lucha cada Estado quiere vencer al otro. La guerra es así la violencia, es decir, la violencia física (ya que no existe violencia moral fuera de los conceptos de Estado y de Ley), es por lo tanto el medio y el fin es imponer nuestra voluntad. La guerra no tiene sentido si hay suicidio de los beligerantes. La guerra es además el desenlace lógico de las relaciones internacionales. La conducta estratégico-diplomática de los Estados gira en torno a la posibilidad del conflicto armado. Por lo demás, toda guerra tiende a hacerse sucia. Los beligerantes en la guerra quieren ganarla y si para ello hay que vulnerar las convenciones internacionales o las leyes sobre la guerra, entonces se hará real tal infracción. Además, en toda guerra hay daños humanos y materiales colaterales como consecuencia de la propia guerra que no se buscaba producir pero que es inevitable que se produzcan. En contra de los pacifistas de buen corazón, Clausewitz declara que “como es natural, las gentes de buen corazón piensan que hay algún medio ingenioso de desarmar o derrotar al enemigo sin excesivo derramamiento de sangre, y quizás imaginen que ésta es la verdadera finalidad del arte de la guerra”. Entonces el humanitarismo progresista sólo multiplica las bajas, las propias como las adversas. “La guerra es un asunto tan peligroso que los errores debidos a la benevolencia son los peores de todos”. Así, pues, “introducir el principio de moderación en la guerra siempre conduce al absurdo lógico.” Según Clausewitz, contraponer paz y guerra como estados excluyentes es un error. Más bien ocurre que la paz es un acto de guerra. La sociedad política está condicionada y codeterminada por las demás sociedades políticas que la envuelven. En particular, su proyecto pacifista está desmentido constantemente por la efectividad de su poder militar, como se hace explícito en el refran “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Por su parte dice Platón que “lo que la mayoría de las gentes llaman paz no es más que un nombre, y en realidad, hay por naturaleza una guerra perpetua y no declarada de cada ciudad con todas las demás.” Por lo demás, la guerra es una característica propia de la civilización.
Concepto de paz. La paz es la suspensión más o menos duradera de las modalidades violentas de la rivalidad entre unidades políticas. La paz depende de la fuerza de los diversos Estados. Según las relaciones de fuerza entre los Estados distinguimos tres tipos de paz: 1. Paz de equilibrio. 2. Paz de hegemonía. 3. Paz de Imperio. 1. Paz de equilibrio. Las fuerzas de las unidades políticas estatales se encuentran en equilibrio. 2. Paz de hegemonía. Las fuerzas de las unidades políticas estatales están dominadas por las de una de entre ellas. 3. Paz de imperio o imperial. Las fuerzas de las unidades políticas estatales se ven sobrepasadas por las de una de ellas, hasta el punto de que todas las unidades, salvo una, pierden su autonomía y tienden a desaparecer como centros de decisiones políticas. El Estado imperial se reserva, finalmente, el monopolio de la violencia política. El progreso de las técnicas de producción y de destrucción masivas introduce desde 1945 un tipo diferente de paz típico de la guerra fría (19451991). Es la paz por el terror. La paz por el terror es la que reina o reinaría entre unidades políticas, cada una de las cuales tiene o tendría la capacidad de ocasionarle al otro daños mortales. Es la capacidad de destrucción mutua asegurada. La paz de equilibrio, la paz de hegemonía y la paz imperial son paces dependientes del poder de los Estados. Ahora bien, la paz por el terror derivada de la existencia de armas nucleares sería una paz por impotencia. Entre la paz por el poder (equilibrio, hegemónica e imperial) y la paz por impotencia (terror) existe un tercer término, la paz por satisfacción. En el fondo, la paz es la victoria. La paz la imponen los vencedores. La paz es lo que se busca durante la guerra. En la guerra todos los beligerantes quieren la paz, pero quieren una paz que les convenga, de acuerdo con sus intereses.
El pensamiento sobre la guerra y la paz. Un análisis histórico. Ya en el pensamiento griego aparece el intento de definir el concepto de guerra, utilizando mayormente categorías metafísicas: Heráclito, por ejemplo, concibe la guerra como “madre y reina de todas las cosas”, dado que la tensión de fuerzas contrapuestas constituye el fundamento de la realidad entera. Para Cicerón, la guerra significaba certatio per vim, enfrentamiento violento. Pero la valoración filosófica de la guerra surge tan sólo con el pensamiento cristiano, que desde sus orígenes declara que bellare semper illicitum est, en cuanto contrario al principio del amor universal entre los hombres. La patrística tardía, con San Agustín, reconoce, de todos modos que la guerra reviste a veces un valor positivo, insertándose en el orden providencial divino. San Agustín (354-430) sostiene que el Estado ha de buscar la paz, la
tranquilitas ordinis. La paz no es algo negativo: la ausencia de guerra. Es algo positivo: la consecuencia formal del orden. Es la meta de todos los deseos y trabajos del hombre. Incluso por los caminos más torcidos, a través de la guerra misma, el hombre busca la paz. No sólo porque quiere que la guerra termine, sino porque quiere que termine con un poner las cosas en su orden. El orden que causa la paz es la justicia: no hay verdadero orden sin verdadera justicia. Remota iustitia, quid sunt regna nisi magna latrocinia? La discriminación entre guerras lícitas e ilícitas embrionariamente ya presente en San Agustín, se aprecia en la doctrina de la “guerra justa” defendida por Santo Tomás: la guerra es justa cuando es mantenida por una autoridad reconocida y es combatida por una causa justa y con una intención justa. Maquiavelo llegó a conclusiones que muestran muchas coincidencias con los principios elaborados tres siglos más tarde por Clausewitz. Según Maquiavelo, una guerra debe llevarse a cabo con todos los medios que estuvieran a disposición del Estado, especialmente con todos los recursos humanos. Además, hay dos opiniones de Maquiavelo que siguen teniendo su importancia. En primer lugar, que una guerra exige la movilización de todos los recursos políticos. Esto implica el supuesto de su total puesta en juego. En segundo lugar esta puesta en juego tiene que ser total. Un buen número de pensadores de Occidente han pensado en los medios para acabar con la guerra e instaurar así la paz perpetua. Para empezar hay que destacar el humanismo cristiano renacentista del siglo XVI. Erasmo de Rotterdam (1467-1536) sostiene que toda guerra trae consigo un cortejo infinito de crímenes y desgracias. Su análisis de las causas del conflicto descubre una motivación psicológica: la locura, las pasiones, y unos fenómenos más políticos: el expansionismo de los Estados, la aventura de conquista como una operación de los descontentos interiores. A su manera preconiza Erasmo remedios: fijación de las fronteras y del orden de sucesiones, arbitrajes de las altas autoridades morales y religiosas, llamamiento a la fraternidad cristiana. No existe paz, por injusta que sea, que no resulte preferible a la más justa de las guerras. Erasmo no puede evitar, por lo demás, el problema de la guerra justa; admite la defensa contra la agresión, pero conoce lo suficiente la mala fe y las cegueras como para desconfiar en gran medida de los derechos con los que se amparaban los príncipes. Así como es preciso limitar la arbitrariedad del capricho real, así también es preciso obtener el consentimiento de la nación para emprender una guerra, una vez agotados los demás medios para hacer prevalecer un determinado derecho. Tomás Moro (1480-1535) es autor de la novela Utopía en la que propone la constitución de un Estado pacífico internamente pero que no duda en hacer la guerra para liberar a los demás pueblos oprimidos por la tiranía. Otro humanista pacifista es Juan Luis Vives (1492-1540). La guerra fue considerada en Europa hasta el siglo XVII como una institución típica de la sociedad. La doctrina de la guerra justa se vuelve central en el iusnaturalismo del siglo XVII. (Hugo Grocio, S. Pufendorf), que define ulteriormente las causas justas del fenómeno bélico (defensa contra un ataque exterior, imposición de una obligación soslayada, coerción al resarcimiento de un daño sufrido) y establece reglas precisas para determinar la legitimidad del poder político que declara la guerra y la legalidad de los medios con que ésta se lleva a cabo. Surge de este modo el carácter natural de la guerra, que representa el único instrumento para sancionar el derecho racional en ausencia de instituciones jurídicas que lo tutelen positivamente. También en el siglo XVII este principio es radicalizado por Hobbes a través de la identificación de estado natural y de guerra y de estado de derecho y sociedad civil. En el siglo XVII se advierte una clara evolución del concepto de paz. a) Pacifismo religioso: A Leibniz, con su universalismo religioso le preocupa la paz en Europa. Proyecta la unión de las iglesias cristianas y por ello le preocupa la paz en Europa. Incita en 1672 a Luis XIV a emprender una política de conquista en Oriente y especialmente en Egipto, difícilmente realizable por medios pacíficos. William Penn, fundador de Pennsilvania, es un autor más claramente pacifista, autor del “Ensayo sobre la paz presente y futura de Europa”, 1693. Penn pertenece a la secta de los cuáqueros y es partidario de la no violencia, mantiene que el cristiano no debe —en principio— recurrir a la fuerza, preconiza la reducción de armamentos y expone un plan de inspiración federativa, muy cercano a las ideas de Spinoza, que escribía: “La paz no es la ausencia de guerra, sino una virtud que nace de la fuerza del alma.” b) El equilibrio europeo. El abate de Saint Pierre (Projet pour rendre la paix perpetuelle en Europe, 1713) es de naturaleza diferente. No procede de consideraciones religiosas. Le preocupa el equilibrio europeo. Propone una especie de “Santa Alianza” entre los monarcas de Europa, sobre la base de un statu quo territorial. c) Pacifismo en Kant (1724-1804). Es con Kant cuando aparecen las formulaciones filosóficas sobre la paz con su Proyecto filosófico de paz perpetua (1795). Ahí expresa Kant su idea de que la paz no es un asunto de los príncipes, sino de los pueblos. La guerra es una injerencia inadmisible en un Estado independiente. Por ello, Kant reprueba el servicio militar obligatorio y afirma que ninguna guerra debe emprenderse sin el consentimiento de los participantes, es decir, del propio pueblo. Una federación internacional de Estados garantizará la paz arbitrando en toda disputa. Ello impediría toda solución bélica. Kant ve tres remedios contra las guerras: - el comercio: el espíritu comercial se apodera tarde o temprano de cada pueblo, siendo incompatible con la guerra. - la moral democrática: la paz es una virtud moral, virtud de los pueblos y no de los príncipes. Los regímenes monárquicos son peligrosos para la paz. -la publicidad, el secreto de las negociaciones facilita las guerras; la política realizada a la luz pública, que resultará corriente en los regímenes democráticos, favorecerá la paz. En el siglo XVIII la guerra se considera como un fenómeno de irracionalidad y oscurantismo o bien un mero juego de intereses dinásticos (Voltaire, Holbach, Rousseau, Condorcet). Al pacifismo cosmopolita ilustrado, la era del romanticismo y de la restauración opuso una justificación finalístico-providencialista de la guerra (y de la historia): algunas veces la guerra promueve el desarrollo moral de la humanidad (Humboldt, Fichte, Hegel), afirma la libertad de los individuos y de las naciones (Fichte). Hegel (1770-1831) critica a Kant y sostiene que la independencia de cada Estado es un concepto esencialmente polémico que se realiza a través de la guerra. Por eso el concepto de derecho internacional carece de sentido. Hegel pretende hacer una crítica a la doctrina del derecho natural sobre la guerra. Esta doctrina se basa en dos presupuestos no demostrados, primero, entender la guerra desde la paz, siendo ésta el concepto clave y la situación normal y aquélla su negación; segundo, entender la guerra desde la moral, justificar la guerra precisamente a base del concepto de guerra justa. Hegel tiene a la vista el ensayo de Kant “La paz perpetua” (1795). Hegel no acepta estos dos principios. 1º La situación de guerra ha sido normal en la Historia y no se puede negar su papel en el desarrollo de la humanidad: sería hipócrita y superficial. La guerra no puede ser vista como la ausencia de racionalidad, sino que hemos de descubrir la porción de racionalidad que en ella se encierra puesto que es un paso esencial en la Historia. 2ª la ética es un nivel de praxis que debe ser superado en el nivel político. No se pueden aplicar principios éticos a problemas políticos entre Estados. La guerra es el momento en el que el ciudadano se sacrifica por su Estado. La guerra es la situación en la que se toma en serio la vanidad de sus bienes y de las cosas temporales. Los Estados son individuos en estado de naturaleza. No hay ningún poder o autoridad situado por encima de los Estados. La guerra no es la supresión de las relaciones entre los Estados, sino una situación especial de las mismas. El odio en la guerra no existe. La guerra es asunto de profesionales y en el ejército la enemistad es algo indeterminado. Según J. de Maistre la guerra expresa el juicio de Dios en el proceso histórico. El general prusiano K. Von Clausewitz definiendo la guerra como“continuación de la política con otros medios”, asimila el evento bélico a un “acto social” y pone en evidencia su naturaleza profundamente humana y política. Según el marxismo, las guerras, en cuanto vinculadas con las relaciones de producción y de clase propias del sistema capitalista, desaparecerán con la realización universal de la sociedad comunista sin clases. Hasta entonces, la guerra sigue siendo un fenómeno natural e inevitable a las leyes que gobiernan el desarrollo histórico. Los partidos socialistas marxistas plantearon a finales del siglo XIX y principios del XX la lucha contra la guerra. El marxismo sostiene que la lucha de clases interna a cada Estado tiene más importancia histórica y política que la lucha armada entre Estados. Por ello el marxismo tiene algo de pacifismo internacional y de belicismo intranacional. Quiere convertir la guerra entre naciones en una guerra social y civil entre clases. Sin embargo, la Guerra Fría (1945-1991) y la historia de la URSS (1917-1991) demostraron que el marxismo era una filosofía de la guerra y que en política internacional un Estado marxista opera en sus relaciones internacionales de forma muy parecida a como opera un Estado burgués en lo que se refiere a sus intereses nacionales geoestratégicos. El interés nacional, imperialista de la URSS estaba por encima de los intereses figurados y presuntos del proletariado internacional al que no se le ve por ninguna parte. Como los marxistas de principios del siglo XX eran internacionalistas pretendían oponerse al imperialismo capitalista. Se propuso una huelga general revolucionaria antimilitarista y antiimperialista contra la movilización general antes de 1914 en previsión de que estallara la Guerra Mundial, que finalmente estalló. Sin embargo, estas ideas eran mera retórica. En tiempos de guerra todo el mundo se vuelve nacionalista. Así fracasó la socialdemocracia en 1914. Moviliza más el interés nacional que la Idea de Proletariado Mundial como Clase Universal. Además, los marxistas, siguiendo en esto a Mao Tsé Tung, afirman que “Todas las guerras progresistas son guerras justas, y todas las que impiden el progreso son injustas.” Según el Presidente Mao la revolución y la guerra revolucionaria tienden a la paz perpetua. “En cuanto a la humanidad haya destruido el capitalismo, entrará en la era de la paz eterna y no necesitará guerra. El ejército, los navíos de guerra, los aviones militares y los gases asfixiantes ya no harán falta. Por siglos y siglos, la humanidad ya no conocerá la guerra. La guerra revolucionaria que ya ha empezado forma parte de esta guerra por la paz eterna”. El darwinismo social ve en la guerra un caso particular de la selección natural. Nietzsche ve la guerra como un principio de salud para los pueblos debilitados. Georges Sorel ve a la guerra como un mito de las masas.
El S.P.F. Síndrome Pacifista Fundamentalista o Síndrome de pacifismo fundamentalista. Designamos como SPF un conjunto de fenómenos sociales típicos de los Estados del Bienestar. El síntoma más relevante y notorio que lo caracteriza es un clamor universal expresado en forma de manifestaciones públicas masivas o localizadas en recintos cerrados, procesiones, imágenes de televisión, etc., con ciudadanos que gritan ¡NO A LA GUERRA!, ¡PAZ!. “No a la guerra” equivale a gritar: NO A LOS EE.UU. o, NO A AZNAR. Mientras que PAZ es una fórmula lingüística pacífica, NO A LA GUERRA implica una intención polémica y aún belicista. Se olvida con demasiada facilidad sin embargo, que la civilización va asociada a la guerra. Los factores desencadenante del SPF son muy heterogéneos y a veces incompatibles entre sí. Característica del SPF es la heterogeneidad de los sujetos afectados por tal síndrome. Está presente un sentimiento, un pensamiento único, excluyente y simplista: PAZ, NO A LA GUERRA. El síndrome se caracteriza por la manifestación de deseos irracionales de forma automática. Es una conducta social caracterizada por su automatismo y por su simpleza y manifestada de modo colectivo. El SPF se da en Estados democráticos capitalistas de Bienestar occidentales de tradición judeo-cristiana a diferencia de lo que pasa en los Estados musulmanes, en los que no hay precisamente SPF, sino Yihad, guerra santa. Conviene explicar esta diferencia importante. Cristianos y judíos tratan siempre, cuando emprenden una acción peligrosa para su vida, de preservar esta vida, no ya tanto evitando el peligro de muerte (puesto que ello conduciría a la cobarde inhibición o deserción) sino no utilizando a ella misma como instrumento, preservándola en lo posible precisamente para poder seguir obrando, actuando personalmente. Los cristianos creen en la inmortalidad del alma vinculada al cuerpo (creen en la resurrección de la carne) y por ello vinculan su conciencia individual a su propia corporeidad. En la tradición musulmana, en cambio, la conciencia individual puede vivirse como si estuviera subsumida en la conciencia de algún principio superior, angélico o divino. Por eso un musulmán sí que puede inmolarse por el Islam, por la Umma y las madrasas. El SPF está vinculado por lo tanto con sociedades occidentales. No es un fenómeno social que tenga que ver nada con el Islam. Se da en democracias de mercado pletórico de bienes. El SPF busca la paz perpetua y universal. Los individuos afectados por el SPF no pueden concebir siquiera la existencia de alguien que no comparta la evidencia subjetiva del SPF. El que declara la guerra, la apoya o no la combata, no podrá ser tanto considerado propiamente como persona humana, será un asesino con el cual es indigno discutir, estará fuera de sí, será un demente o un loco. Quienes sufren el SPF no admiten siquiera que alguien argumente en su presencia no ya a favor de la guerra, sino simplemente tratando de entender sus razones o los motivos antropológicos del enemigo. El SPF se alimenta de principios éticos que se orientan a conservar la vida de los cuerpos humanos, como ya sabemos, cualesquiera que sean las condiciones de estos cuerpos —sanos o enfermos, niños o ancianos—. El SPF lleva a creer que la paz y el no a la guerra pudieran ser objetivos susceptibles de ser propuestos al margen de la política, derivándolos directamente de la conciencia ética de la humanidad, o de la conciencia divina, es decir, de una conciencia metafísica. Pedir la paz y no la guerra incondicionalmente, abstrayendo cualquier consideración de coyuntura internacional, es un acto que roza con el infantilismo, descontando la mala voluntad. Las propuestas éticas que no tienen en cuenta las condiciones políticas en las cuales pueden desenvolverse las formas de vida de las mismas gentes que las expresan son producto de un mero infantilismo. El SPF es un síndrome, un fenómeno social que se alimenta de sentimientos éticos individuales.
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