En el año 2005 apareció una edición
completa, la primera versión íntegra en español, de Vom Kriege[1],
del general Carl von Clausewitz (1780-1831). A nuestro juicio es éste un gran
acontecimiento editorial que ha pasado desapercibido para muchos. El síndrome
pacifista fundamentalista (SPF) hace que dirijamos nuestra atención a esta obra
clásica de filosofía política o de filosofía de la guerra enfocada desde una
perspectiva realista.
Como bien afirma Raymond Aron: “La
guerra es de todos los tiempos históricos y de todas las civilizaciones.” Por
lo tanto, es un fenómeno político y social fundamental, central en el análisis
de lo político y del Estado. Bueno es entonces leer a Clausewitz para estar
esclarecido y tener un juicio correcto acerca de la guerra y de la paz. Por lo
demás, nada más alejado del progresismo y del pensamiento Alicia que la
polemología de Clausewitz. Podemos decir sin temor a equivocarnos que la
filosofía de la guerra del materialismo filosófico comprende la doctrina de
Clausewitz. El materialismo respecto a la guerra y la paz está ya establecido
por Clausewitz. Como bien dice Julien Freund, pareciera que Clausewitz haya
captado la esencia eterna de la guerra.
Clausewitz nos advierte de que “El capítulo
primero del Libro Primero es el único que considero completo; hará por lo menos
al conjunto el servicio de indicar la dirección que quería mantener en todo el
texto.”[2] De
todos modos, en el resto de su obra, encontramos indicaciones y análisis
valiosos y pertinentes para entender lo que es la guerra.
Para empezar, la guerra es lucha, es
combate. “La guerra no es más que un combate singular ampliado.”[3] Se
trata de obligar al adversario o enemigo a obedecer nuestra voluntad utilizando
la violencia o la fuerza. “La guerra es pues un acto de violencia para obligar
al contrario a hacer nuestra voluntad”.[4] El
enfoque teórico empleado por Clausewitz es el enfoque típico del realismo
político. La violencia física tiene una tendencia intrínseca y hay que decir que
es connatural a la guerra, el ascender a los extremos. En la guerra la bondad sobra, está de más. En
la guerra y en la política hay que ser estrictamente realistas. Hay que saber
luchar y combatir por todos los medios que estén a nuestro alcance. “Las almas
filantrópicas podrían fácilmente pensar que hay una manera artificial de
desarmar o derrotar al adversario sin causar demasiadas heridas, y que esa es
la verdadera tendencia del arte de la guerra. Por bien que suene esto, hay que
destruir semejante error, porque en cosas tan peligrosas como la guerra,
aquellos errores que surgen de la bondad son justamente los peores. Dado que el
uso de la violencia física en todo su alcance no excluye en modo alguno la
participación de la inteligencia, aquel que se sirve de esa violencia sin
reparar en sangre tendrá que tener ventaja si el adversario no lo hace. Con eso
marca la ley para el otro, y así ambos ascienden hasta el extremo sin que haya
más barrera que la correlación de fuerzas inherente.”[5] Por esta razón, Clausewitz afirma que “No
queremos saber nada de generales que vencen sin sangre humana.”[6]No hay
que asustarse ante lo real. Hay que dejar fuera las consideraciones
sentimentales si queremos pensar la guerra con rigor. “Así es como hay que ver
esta cuestión, y es una aspiración inútil, incluso falsa, dejar fuera de
consideración la naturaleza de un elemento por repugnancia ante su su crudeza.”[7] Por
lo tanto, la guerra es un acto de violencia y esta violencia no tiene límites.
Cada uno al usar su violencia contra el otro, determina de alguna manera la
violencia recíproca. Por eso la ascensión a los extremos es algo que se extrae
de la propia definición de guerra como violencia. La guerra empuja a cada uno
de los contendientes a los extremos a los cuales sólo la acción y el peso del
enemigo marcan sus límites Clausewitz define la ascensión a los extremos por
una triple acción recíproca: “Así pues, repetimos nuestra frase: la guerra es
un acto de violencia, y no hay límites en la aplicación de la misma; cada uno
marca la ley al otro, surge una relación mutua que, por su concepto, tiene que
conducir al extremo. Esta es la primera interacción y el primer extremo con el
que topamos.”[8] “Mientras no he derrotado al adversario, tengo
que temer que me derrote, no soy por tanto dueño de mí mismo, sino que él me
marca la ley igual que yo se la marco a él. Ésta es la segunda interacción, que
conduce al segundo extremo.”[9] “Si
queremos derrotar al adversario, tenemos que medir nuestro esfuerzo por su
capacidad de resistencia; ésta se expresa por un producto cuyos factores son
inseparables, y que es: el tamaño de los recursos existentes y la fuerza de
voluntad.
El tamaño de los recursos existentes se
podría determinar, ya que se basa (aunque no del todo) en cifras, pero la fuerza
de voluntad es mucho más difícil de precisar, y sólo se puede estimar por la
fuerza de las motivaciones. Suponiendo que obtuviéramos de ese modo una
probabilidad aceptable de la capacidad de resistencia del adversario, podríamos
medir nuestros esfuerzos por ella y, o bien hacerlos tan grandes como para
superarla o, en caso de que nuestras capacidades no alcancen para ello,
hacerlos tan grandes como nos sea posible. Pero lo mismo hará el adversario;
así pues, nueva escalada mutua, que en su mera concepción tiene que tener una
vez más la aspiración al extremo. Ésta es la tercera interacción y un tercer
extremo con el que topamos.”[10]
El objetivo de la guerra es dejar
indefenso al enemigo. Hay que dejar al enemigo incapaz de recuperarse de las
ofensas recibidas. Por eso la peor situación del enemigo es la indefensión
total. El objetivo de la guerra es la derrota del enemigo. La guerra tiene como
objetivo la aniquilación del enemigo, la ruina de su potencia.
La guerra es la continuación de la
política por otros medios. “Vemos pues que la guerra no es sólo un acto
político, sino un verdadero instrumento político, una continuación del tráfico
político, una ejecución del mismo por otros medios Lo que sigue siendo peculiar
de la guerra se refiere tan sólo a la naturaleza singular de sus medios. El
arte militar en su conjunto, y el general al mando en cada caso concreto,
pueden exigir que las direcciones e intenciones de la política no entren en
contradicción con esos medios, y probablemente esa pretensión no sea pequeña;
pero, por mucho que influya en algún caso sobre las intenciones políticas,
siempre habrá de pensarse tan sólo como una modificación de las mismas, porque
la intención política es el fin, la guerra el medio, y nunca puede pensarse el
medio sin el fin.”[11]
La guerra es un acto político, es
política. Es un instrumento político, de la política del Estado. Al ser la
guerra directamente un acto político, expresa, a decir de Julien Freund, la
realidad fundamental de la política, a saber, la dominación del hombre por el
hombre. Por eso Clausewitz insiste siempre en la importancia del mando político
y militar. Como la guerra es un medio político para obtener objetivos
políticos, nunca constituye un fin en sí mismo. Por eso los políticos no deben
estar sometidos a los militares, sino justamente a la inversa. La guerra no es
algo autónomo y separado de lo político. Es política. Es una forma de hacer
política con otros medios, el combate, la fuerza, la violencia.
Además, la guerra es como un juego en
el que interviene el azar. “Sólo falta pues el azar para convertirla en juego y
es de lo que menos carece.
Vemos pues lo mucho que la naturaleza
objetiva de la guerra la convierte en un cálculo de probabilidades: solamente
hace falta un elemento para convertirla en juego, y sin duda no carece de ese
elemento: es el azar. No hay ninguna actividad humana que esté tan constante y
generalmente en contacto con el azar como la guerra.Pero con el azar, ocupa
gran espacio en ella la incertidumbre, y con ella la suerte.”[12]
Pero además, no sólo desde un punto de vista
objetivo la guerra es juego. También ocurre que lo es desde un punto de vista
subjetivo.
Como la guerra es un acto político, “no
tenemos que pensar la guerra como una cosa autónoma, sino como un instrumento
político.”[13] Por eso las guerras se
distinguen entre sí por los fines políticos que persiguen. Si la política se
caracteriza como dijo Carl Schmitt por la distinción entre el amigo y el
enemigo, podemos decir que la guerra y la paz son las situaciones más típicas
de la dialéctica de amigo y enemigo. A decir verdad, como vamos viendo, no hay
mucho que añadir al análisis teórico que Clausewitz hizo de la guerra. No hay
muchos datos esenciales que añadir a tal análisis.
La guerra es una trinidad de 1. Violencia (odio y enemistad).
2. Azar y 3. Instrumento político. “Así que la guerra no sólo es un auténtico camaleón,
porque en cada caso concreto modifica en algo su naturaleza, sino que además,
en lo que respecta a sus manifestaciones globales, en relación con las
tendencias que en ella predominan, es una fantástica trinidad compuesta de la
violencia originaria de su elemento, el odio y la enemistad –que han de
considerarse un ciego instinto elemental-, del juego de las probabilidades y
del azar- que la convierten en una libre actividad del espíritu- y de su
naturaleza subordinada de herramienta política, que la hace caer dentro del
mero entendimiento.
La primera de esas tres caras está
vuelta hacia el pueblo, la segunda más hacia el general y la tercera más hacia
el Gobierno.”[14]
El objetivo de la guerra es, como se ha señalado más
arriba, la aniquilación de las fuerzas armadas del enemigo. Aniquilación del
enemigo significa que las fuerzas del enemigo deben ser incapaces de proseguir
la lucha. “En el combate, toda la actividad está orientada a la aniquilación
del adversario, o más bien de sus fuerzas armadas, porque está dentro de su
concepto mismo; la aniquilación de las fuerzas enemigas es por tanto siempre el
medio para alcanzar el fin del combate.”[15]
El general es como el político y el
filósofo. Su actividad es una actividad de segundo grado que presupone la
existencia previa de otras actividades humanas. “El general no tiene por qué
ser ni un erudito estadista ni historiador ni publicista, pero tiene que estar
familiarizado con la vida superior del Estado, las orientaciones implantadas,
los intereses suscitados, las cuestiones pendientes, y conocer y valorar
correctamente a las personas que actúan en ella; no necesita ser un fino
observador del ser humano, ni un sutil disecador del carácter humano, pero
tiene que conocer el carácter, la forma de pensar y costumbres, los peculiares
defectos y ventajas de aquellos a los que ha de mandar.”[16]
Kant había afirmado años antes que el
comercio era una vía hacia la paz perpetua. Clausewitz coincide en ello con
Kant. Por eso la guerra tiene efectos saludables sobre la moral política del
pueblo. La paz perpetua no es deseable, tendría consecuencias nefastas para la
moral política y para la potencia del Estado. “Ahora bien, en nuestros tiempos
apenas hay otro medio de elevar el espíritu del pueblo en este sentido que
precisamente la guerra, y la audaz dirección de la misma. Sólo con ella se
puede contrarrestar esa blandura del ánimo, esa tendencia a esa confortable
sensación a la que se somete un pueblo que goza de un creciente bienestar y de
una elevada actividad del comercio.
Sólo cuando el carácter del pueblo y la
costumbre de la guerra se sustentan mutuamente en constante interrelación puede
un pueblo esperar tener un puesto asentado en el mundo político.”[17]
Hemos visto cómo la guerra implica la
ascensión a los extremos. Sin embargo, en realidad las cosas son distintas.
Clausewitz distingue entre guerra absoluta y guerra real.
Cuando la guerra se hace verdadera
guerra, tanto más destaca la decisión, la batalla decisiva que decide el curso
de la guerra en un sentido u otro. “Cuanto más se convierte la guerra en
verdadera guerra, cuanto más se convierte en liquidación del enemigo, en odio,
en mutua superación, tanto más se reúne toda la actividad en sangrienta
batalla, y con tanto más fuerza se destaca la batalla principal.”[18]
La “guerra absoluta” es la guerra en la
cual se asciende a los extremos sin restricción alguna. La guerra absoluta está
entregada a la pura violencia.
“En la forma absoluta de la guerra,
donde todo ocurre por razones necesarias, todo se ensambla con rapidez, donde
no hay, si puede decirse así, espacios intermedios neutrales y sin esencia,
sólo hay, debido a las múltiples interacciones que la guerra encierra en sí,
debido a la cohesión que, en sentido estricto, guarda toda la sie de combates
sucesivos, debido al punto culminante de cada victoria, más allá del cual se
entra en el ámbito de las pérdidas y derrotas, debido a todas estas
circunstancias naturales de la guerra, digo, sólo hay un éxito, y es el éxito
final.”[19]
Cuando hay una guerra entre dos
Estados, la política obstaculiza el movimiento ascensional hacia los extremos.
Entonces los beligerantes renuncian a llegar al extremo. Esta es la guerra llamada
por Clausewitz, “guerra real”. Muy raras son las guerras que llegan a ser
guerras absolutas. Cuando tiene lugar una guerra absoluta, hay coincidencia
entre el objetivo militar y el político y la guerra absorbe a la política, al
contrario de lo que ocurre en las guerras reales, en las que la política
absorbe a la guerra. La guerra absoluta es la guerra en sí y para sí, con su
propia lógica interna inmanente e independiente de lo político. La guerra
absoluta designa el concepto de guerra considerado en sí mismo
independientemente de todo lo demás y enfocada desde un punto de vista
exclusivamente militar. La guerra real es la guerra tal y como se ha
desenvuelto realmente en la historia.
Así pues, hay que saludar la aparición
de la gran obra de Clausewitz en español e íntegra. Hay que felicitarse de la
edición de un gran clásico del realismo político aplicado a la guerra.
[1] “De la guerra”, Versión íntegra, Traducción:
Carlos Fortea, 2005. Estudio preliminar: Gabriel Cardona, 2005. La Esfera de
los Libros, S.L., 2005. Madrid, 708 páginas.
[3] Clausewitz, op. cit. Libro I. Capítulo
primero,, pág.17. Der Krieg ist nichts
als ein erweiterter Zweikampf.
[4] Clausewitz, op. cit. pág. 17. Der Krieg ist also ein Akt der Gewalt,
um den Gegner zur Erfüllung unseres Willens zu zwingen.
[5]
Clausewitz, op. cit, pág. 18. Nun
Könnten menschenfreundliche Seelen sich leicht denken, es gebe ein künstliches
Entwaffnen oder Niederwerfen des Gegners, ohne zuviel Wunden zu verursachen,
und das sei die wahre Tendenz der Kriegskunst. Wie gut sich das auch ausnimmt,
so muβ man doch diesen Irrtum zerstören, denn in so gefährlichen Dingen, wie
der Krieg eins ist, sind die Irrtümer, welche aus Gutmütigkeit entstehen,
gerade die schlimmsten. Da der Gebrauch der physischen Gewalt in ihrem ganzen
Umfange die Mitwirkung der Intelligenz auf keine Weise ausschlieβt, so muβ der,
welcher sich dieser Gewalt rücksichtlos ohne Schonung des Blutes bediennt, ein
Übergewicht bekommen, wenn der Gegner es nicht tut. Dadurch gibt er dem anderen
das Gesetz, und so steigern sich beide bis zum äuβersten, ohne daβ es andere
Schranken gäbe als die der innewohnenden Gegengewichte.
[6] Clausewitz, op. cit. Libro IV, capítulo
undécimo. Pág. 236.Wir mögen nichts hören von Feldherren, die ohne Menschenblut siegen.
[7] Clausewitz, op. cit. pág. 18. So muβ man die Sache ansehen, und es
ist ein unnützes, selbst, verkehrtes Bestreben, aus Widerwilen gegen das rohe
Element die Natur desselben auβer acht zu lassen.
[8]
Clausewitz, op. cit. pág. 19. Wir wiederholen also unseren Satz: Der Krieg
ist ein Akt der Gewalt, und es gibt in der Anwendung derselben keine Grenzen;
so gibt jeder dem anderen das Gesetz, es entsteht eine Wechselwirkung, die dem
Begriff nach zum äuβersten führen muβ. Dies ist die ereste Wechselwirkung
unddas erste Äuβerste, worauf wir stoβen.
[9] Clausewitz, op. cit. pág. 20.Solange
ich den Gegner nicht niedergeworfen habe, muβ ich fürchten, daβ er mich
niederwirft, ich bin also nicht mehr Herr meiner, sondern er gibt mir das
Gesetz, wie ich es ihm gebe. Dies ist die zweite Wechselwirkung, die zum
zweiten Äuβersten führt.
[10] Clausewitz, op. cit. pág. 20. Wollen wir den Gegner niederwerfen, so
müssen wir unsere Anstrengung nach seiner Widerstandskraft abmessen; diese
drückt sich durch ein Produkt aus, dessen Faktoren sich nicht trennen lassen,
nämlich: die Gröβe der vorhandenen Mittel und die Stärke der Willenskraft.
Die
Gröβe der vorhandenen Mittel würde sich bestimmen lassen, da sie (wiewohl doch
nicht ganz) auf Zahlen beruht, aber die Stärke der Willenskraft läβt sich viel
weniger bestimmen und nur etwa nach der Stärke des Motivs schätzen. Gesetzt,
wir bekämen auf diese Weise eine erträgliche Wahrscheinlichkeit für die
Widerstandskraft des Gegners, so können wir danach unsere Anstrengungen
abmessen und diese entweder so groβ machen, daβ sie überwiegen, oder, im Fall
dazu unser Vermögen nicht hinreicht, so groβ wie möglich. Aber dasselbe tut der
Gegner; also neue gegenseitige Steigerung, die inder bloβen Vorstellung wieder
das Bestreben zum Äuβersten haben muβ. Dies ist die dritte Wechselwirkung und
ein drittes Äuβerstes, worauf wir stoβen.
[11]
Clausewitz, op. cit. pág. 31.Der Krieg ist eine bloβe Fortsetzung der
Politik mit anderen Mitteln. So sehen wir also, daβ der Krieg nicht bloβ ein
politischer Akt, sondern ein wahres politisches Instrument ist, eine
Fortsetzung des politischen Verkehrs, ein Durchführen desselben mit anderen
Mitteln. Was dem Kriege nun noch eigentümlich bleibt , bezieht sich bloβ auf
die eigentümliche Natur seiner Mittel. Daβ die Richtungen und Absichten der
Politik mit diesen Mitteln nicht in Widerspruch treten, das kann die
Kriegskunst im allgemeinen und der Feldherr in jedem einzelnen Falle fordern,
und dieser Anspruch ist wahrlich nicht gering; aber wie stark er auch in
einzelnen Fällen auf die politischen Absichten zurückwirkt, so muβ dies doch
immer nur als eine Modifikation derselben gedacht werden, denn die politische
Absicht ist der Zweck, der Krieg ist das
Mittel, und niemals kann das Mittel ohne Zweck gedacht werden.
[12]
Clausewitz, op. cit. pág. 29. Es fehlt also nur noch der Zufall, um ihn
zum Spiel zu machen, und dessen entbehrt er am wenigsten.
Wir sehen hieraus, wie sehr die objektive Natur
des Krieges ihn zu einem Wahrscheinlichkeitskalkül macht; nun bedarf es nur
noch eines einzigen Elements, um ihn zum Spiel machen, und dieses Elementes
entbehrt er gewiβ nicht: Es ist der Zufall. Es gibt keine menschliche Tätigkeit,
welche mit dem Zufall so beständig und so allgemein in Berührung stände wie der
Krieg. Mit dem Zufall aber nimmt das Ungefährund mit ihm das Glück einen groβen
Platz in ihm ein.
[13]
Clausewitz, op. cit. pág. 32. daβ wir uns den Krieg unter allen Umständen als
kein selbständigees Ding, sondern als
ein politisches Instrument zu denken haben;
[14]
Clausewitz, op. cit. Libro I, capítulo primero, pág. 33. Der
Krieg ist also nicht nur ein wahres Chamäleon, weil er in jedem konkreten Falle
seine Natur etwas ändert, sondern er ist auch seinen Gesamterscheinungen nach
in Beziehung auf die in ihm herrschenden Tendenzen eine wunderliche
Dreifaltigkeit, zusammengesetzt aus der ursprünglichen Gewaltsamkeit seines
Elementes, dem Haβ und der Feindschaft, die wie ein blinder Naturtrieb
anzusehen sind, aus dem Spiel der Wahrscheinlichkeit und des Zufalles, die ihn
zu einer freien Seelentätigkeit machen, und aus der untergeordneten Natur eines
politischen Werkzeuges, wodurch er dem bloβen Verstand anheimfällt.
Die ereste dieser drei Seiten ist
mehr dem Volke, die zweite mehr dem Feldherren und seinem Heer, die dritte mehr
der Regierung zugewendet.
[15]
Clausewitz, op. cit. Libro I, capítulo segundo, pág. 41. Nun
ist im Gefecht alle Tätigkeit auf die Vernichtung des Gegners oder vielmehr
seiner Streitkräfte gerichtet, denn es liegt in seinem Begriff; die Vernichtung
der feindlichen Streitkraft ist also immer das Mittel, um den Zweck des
Gefechtes zu erreichen.
[16]
Clausewitz, op.cit. Libro II, capítulo
segund,. pág. 102.Der Feldherr braucht weder ein gelehrter Geschichtsforscher noch
Publizist zu sein, aber er muβ mit dem höheren Staatsleben vertraut sein, die
eingewohnten Richtungen, die aufgeregten Interessen, die vorliegenden Fragen,
die handelnden Personen kennen und richtig ansehen. Er braucht kein feiner
Menschenbeobachter, kein haarscharfer Zergliederer des menschlichen Charakters
zu sein, aber er muβ den Charakter, die Denkungsart und Sitte, die
eigentümlichen Fehler und Vorzüge derer kennen, denen er befehlen soll.
[17] Clausewitz, op. cit. Libro III, capítulo
sexto. Pág. 157. Der Geist der Künheit kann in einem Heere zu Hause sein, entweder weil
er est im Volke ist oder weil er sich in einem glücklichen Kriege unter kühnen
Führern erzeugt hat; in diesem Fall aber wird man ihn im Anfange entbehren…
Nur wenn Volkscharakter und
Kriegsgewohnheit in beständiger Wechselwirkung sich gegenseitig tragen, darf
ein Volk hoffen, einen festen Stand in der politischen Welt zu haben.
[18] Clausewitz, op. cit. Libro IV, capítulo
undécimo. Je mehr der Krieg wirklicher Krieg, je mehr er eine Erledigung der
Feindschaft, des Hasses, ein gegenseitiges Überwältigen wird, um so mehr
vereinigt sich alle Tätigkeit in blutigem Kampf, und um so stärker tritt auch
die Hauptschlacht hervor.
[19] Clausewitz, op. cit. Libro VIII, capítulo
tercero, pág. 640.Bei der absoluten Gestalt des
Krieges, wo alles aus notwendigen Gründen geschieht, alles rasch
ineinandergreift, kein, wenn ich so sagen darf, wesenloser neutraler
Zwischenraum entsteht, gibt es wegen der vielfältigen Wechselwirkungen, die der
Krieg in sich schlieβt, wegen des Zusammenhanges, in welchem, strenge genommen,
die ganze Reihe der aufeinanderfolgenden Gefechte steht, wegen des
Kulminationspunktes, den jeder Sieg hat, über welchen hinaus das Gebiet der
Verluste und Niederlagen angeht, wegen aller dieser natürlichen Verhältnisse
des Krieges, sage ich, gibt es nur einen Erfolg, nämlich den Enderfolg.
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