Cristina Cifuentes era y es una mujer sin importancia y su falta una falta sin importancia. La corrupta universidad le dio un título académico falso de un máster que parece ser que no realizó. Ella ha sido declarada culpable por el vulgo, los periodistas y el Régimen de 1978 a través de su corrupta clase política. Como no quería dimitir, ha sido forzada a dimitir por un video en el que parece ser que sustraía unas cremas hidratantes. Algo vacuo y sin importancia, pero claro: Se había decidido expulsarla de su carrera política. No hay nada como las cloacas policiales del Gobierno para hacer informes y vídeos para deshacerse de los adversarios políticos incluso los del propio partido. Fouché inventó esto pero ahora hay más medios técnicos para realizar estas operaciones en el seno de una clase política cuyos miembros mayoritariamente tienen pecados privados, vicios privados pero no virtudes públicas por lo demás.
Cristina Cifuentes fue utilizada para descabezar a Esperanza Aguirre y desmontar el PP madrileño. Luego ya no era útil y se ha prescindido de ella. No siento ninguna lástima o piedad por ella. Entre otras cosas legisló la ley del marica y de las perversiones sexuales afines para imponer la ideología de género en las aulas, colegios e institutos tendrían y tendrán que soportar el adoctrinamiento LGTB obligatoriamente y quien no comulgue con esas ruedas de molino de mierda será sancionado, castigado. De hecho ha habido ya sanciones para personas y profesores que no comulgaban con esa ideología basura y que lo dijeron públicamente. Fueron castigadas por estos enemigos de la libertad crecidos al amparo del Régimen de 1978. Así que ningún lamento emitiré por la suerte de Cristina Cifuentes. El castigador castigado. Venganza poética.
miércoles, 25 de abril de 2018
domingo, 15 de abril de 2018
Putas burocracias sindicales
Las corruptas burocracias sindicales en un acto de suprema corrupción apoyan el separatismo. Proletarios de España desuníos dicen estos malnacidos, besaculos de los separatistas. Querrán quedarse con jugosas subvenciones en un hipotético Estado catalán independientes. Ni representan a la clase obrera inexistente ni al interés general. Sólo representan al interés oligárquico catalán de las viejas familias caciquiles catalanas de siempre, al racismo y al apartheid lingüístico que se ha implantado en Cataluña hace ya muchas décadas. Son charnegos agradecidos, tontos y a la vez delincuentes. La putrefacción catalana afecta a las ya de por sí corruptas burocracias sindicales, de clase dicen ellas, cuando esa clase no existe, es una ficción. Los sindicatos son inútiles y no defienden a los múltiples intereses de los múltiples colectivos de trabajadores con intereses que no tienen nada en común entre todos ellos. Por eso el sindicalismo tradicional ha perdido su razón de ser. Sólo es un viejo perro muerto que recibe subvenciones estatales o públicas para mantener a las gallinas tranquilas en el corral y para mantener el espantajo de algo que no existe. Una institución inútil, corrupta, fraudulenta, traidora, despilfarradora, eso es ahora un sindicato de clase. Ahora a celebrar el Día Nacional del Obrero Inexistente el 1 de mayo, otro mito como el de la mujer el pasado 8 de marzo. Pura demagogia, pura mentira, pura estupidez y pura infamia. Sólo la desafiliación masiva de los sindicatos de clase, de clase inexistente, dará la puntilla a estas instituciones corruptas y viles.
viernes, 13 de abril de 2018
Filosofía y democracia
Filosofía y democracia
Comunicación defendida ante los
La democracia es un producto típicamente occidental y la filosofía también, así que de alguna manera, algún vínculo habrá entre filosofía y democracia. La filosofía antigua tuvo una cierta conexión , aunque conflictiva, con la democracia. Filósofos clásicos antiguos vivieron en sociedades políticas democráticas y las sometieron a una crítica implacable e inmisericorde. Pensaron las relaciones entre filosofía y democracia como esencialmente conflictivas cuando no de incompatibilidad absoluta. Sólo algunos pensadores secundarios, algunos de los sofistas, llegaron a valorar positivamente la democracia. Sócrates y su círculo fueron antidemócratas, adversarios de la democracia. Esto le costó a Sócrates el ser condenado a morir bebiendo la cicuta. Platón fue un ilustre y clásico crítico de la democracia. Antístenes, por lo poco que de él sabemos, también lo fue. La Escuela Cínica derivada de Antístenes fue crítica con la democracia en la medida en que desarrolló una actividad gestual y lúdica crítica con los valores de la cultura antigua tal y como han quedado testimonios de la vida y anécdotas y chistes de sus dos principales representantes, se trata de personajes tan célebres como Diógenes el Perro y Crates. Los estoicos, por su parte, nacidos del cinismo, también prosiguieron en la crítica de la democracia.
La democracia antigua tuvo pues una conexión problemática con la filosofía. La filosofía en consecuencia, no ha tenido una conexión o relación amistosa con la democracia
Cabe ahora preguntarse si entre democracia moderna y filosofía se da una relación positiva en cambio.
Tenemos que decir a este respecto que, stricto sensu, desde un punto de vista antiguo, nuestros modernos sistemas políticos representativos no son democracias, sino oligarquías de partidos o Estados de Partidos como afirman Leibholz y Manuel García Pelayo entre otros. En estos nuestros modernos Estados de Partidos el procedimiento técnico de participación de los ciudadanos en la conducción de los asuntos públicos es la elección, no el sorteo, procedimiento característico en las democracias antiguas.
La democracia moderna, o régimen representativo tampoco ha sido muy apreciada por los filósofos contemporáneos. Sólo pensadores muy tardíos, posteriores a la Segunda Guerra Mundial como Habermas y Popper por poner dos ejemplos destacables y famosos, se han mostrado explícitamente en sus obras filosófico-políticas fervorosos partidarios de la democracia, de la libertad democrática, del Estado de Derecho y de los derechos humanos, así como del capitalismo y de la abolición de la pena de muerte. Popper representaría la corriente liberal (aunque se puede extraer bases de su pensamiento filosófico-político para fundamentar una política socialdemócrata) y Habermas la corriente socialdemócrata.
El liberalismo sostiene que sólo existen los individuos, quienes se rigen por su libre voluntad o libre apetito en un mercado libre pletórico de bienes y se autodeterminan siguiendo su racionalidad egoísta. Por lo tanto, es menester no poner trabas ni obstáculos a las libres decisiones racionales de los individuos. Los individuos conseguirán así las más altas cotas de felicidad y en el mercado se llegará a una situación de equilibrio entre oferta y demanda.
La socialdemocracia sostiene la necesidad de la continua intervención estatal en los asuntos de los individuos y de la sociedad civil., en la economía, en la moral, en la educación, en la cultura, en el pensamiento. Todo ello para conseguir una sociedad de consumidores autosatisfechos, libres e iguales.
Hay puntos comunes de estos dos paradigmas. Puede haber no sólo un diálogo intraparadigmático en el seno de cada uno de tales paradigmas, sino también un diálogo interparadigmático, puesto que hay bastantes extremos que les son comunes a ambos y que por tanto les unen igualmente.
El liberalismo, por ser individualista y darwinista y creer en el mercado como principal instancia social directora y rectora del Estado y de la sociedad burguesa, está más cerca de una concepción política realista y de perforar el velo de Maya ideológico entendido como falsa conciencia social que envuelve a sus partidarios. El liberalismo es partidario de la espontaneidad social y por lo tanto no es partidario de un diseño planificado de la sociedad. No quiere intervenir en las corrientes que habitan en la sociedad burguesa. No hay una teleología que deba ser organizada por un partido o por un gobierno e impuesto desde la autoridad del Estado y de la propaganda dirigida por el Gobierno. Por eso el liberalismo es liberal –partidario de las libertades individuales–. Es conservador –no cree en las innovaciones teledirigidas por un partido o por un Gobierno desde fuera de la sociedad civil y es de orden–. El orden social queda considerado como bueno y por tanto no es deseable alterarlo siguiendo una planificación social, política o económica. La lucha por la vida, la competitividad, el individualismo liberal, constituye un cierto contacto, negativo, con la experiencia, con la realidad. Aún en un liberal se da una cierta lucidez, el predominio del principio de realidad. Es posible mantener ciertas alianzas tácticas con los liberales y cabe la esperanza de convertirlos a la sensatez del materialismo-realismo filosófico político. Son rescatables. El principio de verificación, así como el de falsación siguen estando aún operativos en el interior del paradigma liberal.
La Socialdemocracia, en cambio, heredera del socialismo, del comunismo y del krausismo en el caso español especialmente, pretende una sociedad capitalista de consumidores satisfechos que cultiven la solidaridad entre sí y otras lindezas. El objetivo del Estado es garantizar tales metas y tal progreso inexorable hacia la democracia, los derechos humanos, la paz, la igualdad, el relativismo, la alianza de civilizaciones, anticlericalismo, relativismo moral, cultural, eutanasia, eugenesia, aborto, feminismo, homosexualidad, pedofilia y otras filias, siempre que, como decía Aristipo de Cirene, proporcionen placer y no importa ni cómo ni de dónde venga. &c. Aquí el grado de irrealidad es máximo. El idealismo socialdemócrata desemboca en el nihilismo moral y en el pensamiento Alicia, fase superior de degeneración del progresismo. La desconexión con la realidad es absoluta. El progresismo conduce al autismo, al nihilismo, como hemos dicho antes, a la inmoralidad y al caos. El progresismo es antipatriótico. La estupidez socialdemócrata es el peor de todos los males que aquejan a la democracia moderna. El fundamentalismo democrático en su versión Alicia lleva necesariamente a la inmoralidad, a la corrupción y a la distaxia de la sociedad política, además de provocar constantes enfrentamientos sociales y políticos. Los socialdemócratas se empeñan en intervenir en todos los frentes e instancias y en conformar un bloque social histórico de poder para repartirse las instituciones entre ellos y conformar un gobierno de Partido. Pretenden ocupar todos los espacios sociales y controlarlos férreamente y todo ello por nuestra felicidad y por nuestro bien. Pretenden satisfacer al vulgo en sus pretensiones de felicidad a toda costa y a corto plazo. La socialdemocracia es irremediable. Es una enfermedad política irreversible y una concepción del mundo que rechaza el principio de realidad, el de responsabilidad, el de verificación y el de falsación, con lo cual los socialdemócratas no pueden ser rescatados de sus errores. Con ellos sólo cabe el enfrentamiento así como el desprecio de sus necedades y la denuncia de sus abundantes delitos aplicándoles el código penal.
Las sociedades capitalistas del bienestar, del Estado social, en particular aquellas más golpeadas por el fundamentalismo democrático en versión Alicia son las sociedades en las que se pretende enseñar a los alumnos a dejarse llevar por sus pasiones irracionales.
Las sociedades opulentas han caído en un hedonismo barato, canalla, que sitúa en primer lugar la búsqueda de la felicidad y ello por encima de todo. El nihilismo que predijo Nietzsche en 1888 se ha realizado. El último hombre campa a sus anchas en los países capitalistas avanzados y adormecidos por la ideología democrática. Ese pulgón inextinguible es feliz. Parpadea, sonríe y cuida su salud, tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche, pero es feliz. No quiere mandar ni obedecer. Es el último hombre del pensamiento Alicia. El homo-krausista. El hombre democrático, progresista, diríamos hoy, es aquél que otorga a todos sus vicios y corruptelas, a decir de Platón, los mismos derechos y no discrimina injustamente a ninguno de sus vicios. Ejecuta el principio de igualdad de todas sus vilezas con precisión y minuciosidad.
Nuestros alumnos son sumamente aficionados a lo irracional, a las supersticiones, aliadas de la pereza y a la decadencia y pasividad morales. Estamos dominados por el mundo de las tinieblas. Es preocupante e imbécil este triunfo y esta moda de lo irracional, lo misterioso y el poder de la mente así como la proliferación de manuales de autoayuda, la gran simpatía de la que gozan los fenómenos parapsicológicos. 220 años después de la Ilustración, estamos en pleno mundo de lo tenebroso. No nos engañemos, el mundo de las tinieblas es el mundo del nazismo –ahí hay que recordar la influencia decisiva que ejerció Madame Blavatsky en Hitler– o del socialfascismo, tal y como lo denominaron los comunistas de la III Internacional al reformismo socialdemócrata, la forma moderna y políticamente correcta de antisemitismo o judeofobia progresista consistente en atacar al Estado de Israel. No olvidemos nunca que, como dijo Golda Meir, defender a Israel, al Estado Judío es defender a los judíos. Así que cada cual que asuma sus responsabilidades cuando se conduce de forma judeófoba.
En nuestras instituciones de enseñanza se practica una pedagogía blanda y escéptica que sostiene que no hay verdades objetivas y que no hay racionalidad intersubjetiva y trascendental. El horror vacui opera automáticamente sus nefastos efectos. La evacuación de la ciencia natural provoca la necedad llamada «Ciencias para el mundo contemporáneo» y la evacuación de la filosofía primero ya el aborto de hace años llamado CTS, «Ciencia, Tecnología y Sociedad», así como el engendro llamado hoy «Ciudadanía», conjunto heteróclito de contenidos ideológicos que se resumen en esto: «Sé un buen ciudadano y disfruta de movimientos agradables y de placeres cinéticos.»
Frente a tales sinsentidos, frente a tanta creencia en los espíritus y en la magia, así como en el progresismo, es conveniente volver a atreverse a usar cada uno de nosotros su propio entendimiento, sapere aude. Salgamos de nuestra culpable minoría de edad. La filosofía siempre fue reflexión sobre el presente desde el presente para analizar la praxis humana y para buscar aquello que pueda constituir una vida buena.
La pedagogía es formal y vacía y fomenta la ignorancia y busca adoctrinar al adolescente en los valores y doctrinas del Pensamiento Alicia. A los alumnos se les dice: «Sólo hay opiniones», pero encima, unas son mejores que otras: las opiniones progresistas. Ahí tienen la llamada «Educación para la ciudadanía» una bazofia ideológica que es el orgullo del PSOE, Izquierda Unida y los separatistas y encima algunos profesores se han prostituido hasta la abyección para difundir tamaña locura y necedad entre nuestros jóvenes. Creen los pedagogos que filosofía es filodoxa. Como decía Hegel, las opiniones no interesan a nadie, bueno sí a nuestros periodistas-ideólogos contertulios, auténticos sicofantes del Estado democrático y del Estado de Derecho. Las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene uno, como decía Clint Eastwood en «Harry el Sucio». Nietzsche afirmaba que hay que tener pensamientos y no sólo puntos de vista. Cuando el profesor de filosofía es neutral políticamente, axiológicamente, los alumnos escogen la primera Weltanschauung que se encuentran y se hacen progresistas y votantes del PSOE, tal vez un poco del PP, pero el PSOE es el analogado principal del Régimen esto es, de la corrupción, así que sus valores morales, políticos e ideológicos están volatilizados y repartidos por la atmósfera que nos rodea y se respiran a cada paso.
Los progresistas han defendido siempre y siguen haciéndolo, una pedagogía orientada a una formación técnico-obrerista-democrática-progre-solidaria-igualitarista en la cual no tiene lugar ni cabida la reflexión filosófica y se difunde siempre la consigna enunciada por el general Yamamoto: «Trabajar con alegría», pero el PSOE habla siempre de «aprender con alegría» y sin esfuerzo, claro, que no se cansen ni se traumaticen, no sea que se pongan tristes y que entonces ya no sean felices. Hay que fabricar obreros útiles para la industria o incluso para el paro, consumidores hedonistas satisfechos. Los progresistas se orientan no por el principio de realidad o del deber y de la responsabilidad, sino por el principio del placer.
¿Qué tipo de educación queremos para los adolescentes? Hoy se habla de forma krausista e idealista de formación. ¿Y qué es eso? Educar no debe consistir en la mera instrucción técnica ni reducirse a tener «actitudes críticas» sobre la nada, que en última instancia son desprecio de cuanto se ignora. La primera labor de la enseñanza es sacudir la modorra del sentido común (Labor ésta propia de la filosofía) Destruir las evidencias del sentido común, de la experiencia mundana y regresar a las Ideas. Hay que tener mucho cuidado con eso del espíritu crítico que aparece en los documentos del Partido Krausista que tanto deleita a nuestros caciques, no sea que tal espíritu crítico no sea otra cosa que el espíritu burgués decadente y ansioso de la felicidad canalla hedonista barata. Tengo para mí que la enseñanza vacía, formal y escéptica que nos proponen los progresistas del PSOE y los progresistas del PP, [–socialdemócratas y/o progresistas por un lado, y liberales por el otro porque tanto da lo uno que da lo otro a efectos prácticos y si no se comparte este aserto, compárense las políticas educativas del PP y del PSOE que están en marcha en estos momentos en España,–] no tiene otro objetivo sino el de fabricar empleados con su correspondiente círculo de preguntas y respuestas estereotipadas y con sus conceptos, actitudes y procedimientos, fabricar obreros útiles para la industria o fabricar militantes progresistas que disfruten con las películas de Almodóvar o Isabel Coixet para que las subvenciones públicas no sean ya convenientes o simplemente para generar individuos autosatisfechos con el consumo y con el tanque de sales Epson, la solución de los problemas metafísicos que se planteaban Antístenes, Diógenes, Epicuro, Aristipo y Zenón.
Tampoco me parece correcto educar al alumno siguiendo el denominador propio de su época. Si queremos domesticarle ideológicamente le hablaremos de la ideología democrática, de la ideología de género, de las perversiones sexuales, de la eutanasia, del aborto, &c. Y así conseguiremos que sea un perfecto ciudadano fundamentalista democrático o demócrata, solidario y otras lindezas por el estilo.
La necesidad de objetividad, racionalidad y saber verdadero se satisface con la ciencia y con la filosofía. Por eso es imprescindible en España enseñar filosofía y ello con carácter obligatorio. La filosofía no puede reducirse a ser una mera doxografía. La oposición enseñar filosofía/enseñar a filosofar es falsa. Es imposible aprender a filosofar si se desconoce la historia de la filosofía. La filosofía no ha de partir del escepticismo, sino de los saberes científicos que están firmemente instalados en nuestro mundo, un mundo, que por otro lado, es un resultado innegable de la ciencia. Nuestro mundo sin la ciencia sería otro mundo muy diferente del que es ahora.
La filosofía es un saber democrático en cuanto que apela a la razón de cada uno sin importar su clase, sexo, edad ni otras contingencias individuales. Los alumnos han de tener confianza en la ilustración, en el poder de la razón. Viven en una sociedad del hastío, de fracasados y acomplejados por los suspensos. Deben superar esa fase y elevarse a la fase de la demolición de las ideologías que les rodean.
La filosofía sirve para que la gente reconozca e identifique la geometría de las Ideas, la gramática de las Ideas. Oblicuamente, la filosofía fomenta el culto al bien decir y del bien escribir y la afición a la erudición y a la lectura. Decía Wittgenstein: «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». La filosofía además fomenta el correcto uso del español en el alumno, lo que no es poco precisamente. La filosofía desde luego en la sociedad burguesa actual tiene una función de oposición al estado de cosas existente.
Bien sabemos todos que la ideología democrática fundamentalista trata de desplazar a la filosofía de la enseñanza y reducirla al mínimo en las facultades de filosofía. El saber filosófico será sustituido en las instituciones educativas por una suerte de papilla democrática apta para el consumo del vulgo. La ideología liberal podría permitir la filosofía tal vez con mayor probabilidad que la ideología socialdemócrata, puesto que su consigna liberal es la no intervención y permitir la libre espontaneidad de los individuos. Sin embargo, la socialdemocracia por su parte pretende configurar la sociedad sobre nuevas bases de arriba abajo con un proyecto ideológico krausista o infantil nuevo, ex novo y por lo tanto, necesita eliminar cualquier instancia ideológica que pueda constituir un estorbo en su propósito revolucionario progresista e idealista y que pueda asimismo hacerle la competencia y que por tanto ponga en peligro su engendro ideológico, con bases tan débiles y endebles como ya sabemos desde hace tiempo. Debe pues la socialdemocracia en consecuencia eliminar todo saber que no sirva a sus fines necesariamente. Ha de sustituir entonces la filosofía en los institutos por la papilla democrática denominada «Ciudadanía» para poder adoctrinar así a las masas cómodamente.
La progresiva eliminación de la filosofía de los planes de estudio es preocupante en primer lugar para los profesores de filosofía de instituto.
Debería preocupar además a todas las personas cultas, biennacidas, sensibles y dotadas con buen sentido.
Debería preocupar también a la sociedad burguesa. No puede haber un pueblo culto sin metafísica, Hegel dixit. Sin conocer la filosofía clásica, sin instituciones públicas donde se conozca, investigue, enseñe y filosofe, una sociedad es analfabeta de pleno derecho. La sociedad capitalista está abocada entonces al nihilismo, a la imbecilidad y al infantilismo.
Vivimos en España bajo un gobierno socialfascista, el peor enemigo que tiene la filosofía en España. El peor enemigo que tiene la filosofía en España es el PSOE, así como su jarca de profesores de filosofía orgánicos, progresistas y disciplinados que contribuyen sistemáticamente a su eliminación de los planes de estudio complacidos y felices al impartir trivialidades fáciles y aproblemáticas para consumo tranquilo de los alumnos. Suelen ser además muy éticos tales probos funcionarios, por lo tanto, hay que desistir de utilizar la filosofía para convencerles en su fuero interno de la banalidad de sus planteamientos morales y políticos. Son irreductibles. Son felices y son éticos y de ahí no los va a sacar nadie.
No creo que haya que hacer una apología sistemática de la presencia de la filosofía de la enseñanza académica en el bachillerato y en la Universidad. Una venerable tradición de veinticinco siglos es suficiente argumento para que siga adelante la enseñanza formal y reglada de la filosofía en nuestras instituciones educativas. La filosofía no tiene ninguna necesidad de pedir perdón a nadie ni de justificar su lugar en la enseñanza ni en la civilización occidental. La filosofía es indispensable para que la gente razone correctamente y realice la reforma de su entendimiento.
Por lo demás, ni la democracia necesita la filosofía ni la filosofía necesita a la democracia. Se puede ser demócrata y ser ágrafo. Se puede filosofar en contra de la democracia o a favor de ella. La filosofía no es solidaria de la democracia y la democracia no exige la filosofía. La filosofía no está ligada esencialmente a ninguna forma de régimen político particular. Aún así creo yo que la forma política adecuada para el ejercicio de la filosofía es la república democrática.
Si la filosofía desaparece de los institutos, podrá cultivarse en la Universidad y si desaparece de la Universidad, pues se ejercitará de manera privada, como hicieron ya Spinoza, Descartes, Malebranche, Hume, Berkeley, Locke y Leibniz. El propio Schopenhauer despreciaba grandemente la filosofía universitaria como algo esencialmente bastardo y opuesto a la esencia de la filosofía y cultivó la filosofía al margen de la Universidad. De hecho, las primeras facultades de filosofía aparecen en Alemania en 1810 y la filosofía como asignatura de los institutos en España data de 1845. Puede haber pues, filosofía académica al margen de la Universidad. Tampoco la desaparición de la filosofía de las instituciones de enseñanza frenará el desarrollo de la Volksphilosophie o filosofía popular, muy extendida en la sociedad de consumo pletórica de bienes y que sirve para facilitar la felicidad del pueblo a bajo coste y de forma simplificada. Si la filosofía es relegada a espacios e instituciones sociales privadas, tal vez sea entonces más peligrosa e incontrolable para los ideólogos del Partido. Tal vez entonces, sin la servidumbre de ser funcionarios del Estado, los filósofos sean radicalmente libres, críticos, duros con el martillo y tal vez entonces vuelva a ser peligroso filosofar, como en la época de Spinoza. Es perfectamente concebible un futuro de la filosofía en el Estado democrático al margen de la Administración, ejercitada privadamente por personas privadas situadas en los diversos espacios privados de la sociedad civil y estando la filosofía expulsada de la enseñanza y de la investigación patrocinada por el Estado. Es perfectamente concebible una universidad sin facultad de filosofía y sin filosofía como asignatura, así como un bachillerato sin filosofía. Una filosofía no domesticada, asilvestrada, salvaje, será finalmente más peligrosa para el orden establecido que una filosofía funcionarizada.
Sea como sea, la tarea de la filosofía del futuro es la crítica de la democracia y de conceptos míticos tales como «Estado de derecho», «Derechos humanos», «Paz», «Progreso», «solidaridad», «Alianza de Civilizaciones» y otras lindezas con las que nos bombardean constantemente para que nos creamos lo maravilloso que es ser musulmán y lo malos que son Israel y los EE.UU. y lo maravillosa que resulta la inmigración descontrolada. La mayor parte de los mensajes ideológicos que respiramos todos los días son absolutamente deleznables y sometibles a crítica, siguiendo, eso sí un criterio riguroso, en este caso, desde las coordenadas del materialismo filosófico.
Por lo tanto, la crítica a los dos paradigmas políticos del Estado de Partidos, Estado social o Estado democrático de Derecho del Bienestar es una tarea ineludible, bien pensado que el enemigo principal de entre el enemigo ideológico es el pensamiento Alicia de raigambre krausista, sencillamente incompatible con la sensatez y el buen sentido.
Si un Estado suprime la Filosofía como asignatura, como carrera universitaria, como institución oficial, su política tenderá a perderse en practicismos estériles, sin proyecto eutáxico a largo plazo y en la demagogia populista.
Por lo demás, permítaseme de paso suministrar algunas razones para justificar la necesidad de que la filosofía siga impartiéndose como asignatura obligatoria en los institutos de bachillerato y que siga impartiéndose en la Universidad, bien como asignatura obligatoria u optativa, bien como carrera universitaria.
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Felipe Giménez Pérez
Comunicación defendida ante los
XIV Encuentros de filosofía, Oviedo 13-14 de abril de 2009
1. Introducción
Se trata aquí de explorar las conexiones existentes entre la democracia y la filosofía más allá de alguna conexión accidental, si es que alguna conexión necesaria hay realmente entre ambas. También se trata de indagar qué función desempeña la filosofía en el régimen democrático, así como el futuro de la filosofía en el Estado democrático.La democracia es un producto típicamente occidental y la filosofía también, así que de alguna manera, algún vínculo habrá entre filosofía y democracia. La filosofía antigua tuvo una cierta conexión , aunque conflictiva, con la democracia. Filósofos clásicos antiguos vivieron en sociedades políticas democráticas y las sometieron a una crítica implacable e inmisericorde. Pensaron las relaciones entre filosofía y democracia como esencialmente conflictivas cuando no de incompatibilidad absoluta. Sólo algunos pensadores secundarios, algunos de los sofistas, llegaron a valorar positivamente la democracia. Sócrates y su círculo fueron antidemócratas, adversarios de la democracia. Esto le costó a Sócrates el ser condenado a morir bebiendo la cicuta. Platón fue un ilustre y clásico crítico de la democracia. Antístenes, por lo poco que de él sabemos, también lo fue. La Escuela Cínica derivada de Antístenes fue crítica con la democracia en la medida en que desarrolló una actividad gestual y lúdica crítica con los valores de la cultura antigua tal y como han quedado testimonios de la vida y anécdotas y chistes de sus dos principales representantes, se trata de personajes tan célebres como Diógenes el Perro y Crates. Los estoicos, por su parte, nacidos del cinismo, también prosiguieron en la crítica de la democracia.
La democracia antigua tuvo pues una conexión problemática con la filosofía. La filosofía en consecuencia, no ha tenido una conexión o relación amistosa con la democracia
Cabe ahora preguntarse si entre democracia moderna y filosofía se da una relación positiva en cambio.
Tenemos que decir a este respecto que, stricto sensu, desde un punto de vista antiguo, nuestros modernos sistemas políticos representativos no son democracias, sino oligarquías de partidos o Estados de Partidos como afirman Leibholz y Manuel García Pelayo entre otros. En estos nuestros modernos Estados de Partidos el procedimiento técnico de participación de los ciudadanos en la conducción de los asuntos públicos es la elección, no el sorteo, procedimiento característico en las democracias antiguas.
La democracia moderna, o régimen representativo tampoco ha sido muy apreciada por los filósofos contemporáneos. Sólo pensadores muy tardíos, posteriores a la Segunda Guerra Mundial como Habermas y Popper por poner dos ejemplos destacables y famosos, se han mostrado explícitamente en sus obras filosófico-políticas fervorosos partidarios de la democracia, de la libertad democrática, del Estado de Derecho y de los derechos humanos, así como del capitalismo y de la abolición de la pena de muerte. Popper representaría la corriente liberal (aunque se puede extraer bases de su pensamiento filosófico-político para fundamentar una política socialdemócrata) y Habermas la corriente socialdemócrata.
2. Liberalismo y socialdemocracia
Los dos paradigmas político-ideológicos de nuestra época y que están presentes y dominan en las sociedades capitalistas democráticas contemporáneas actuales son el liberalismo y la socialdemocracia.El liberalismo sostiene que sólo existen los individuos, quienes se rigen por su libre voluntad o libre apetito en un mercado libre pletórico de bienes y se autodeterminan siguiendo su racionalidad egoísta. Por lo tanto, es menester no poner trabas ni obstáculos a las libres decisiones racionales de los individuos. Los individuos conseguirán así las más altas cotas de felicidad y en el mercado se llegará a una situación de equilibrio entre oferta y demanda.
La socialdemocracia sostiene la necesidad de la continua intervención estatal en los asuntos de los individuos y de la sociedad civil., en la economía, en la moral, en la educación, en la cultura, en el pensamiento. Todo ello para conseguir una sociedad de consumidores autosatisfechos, libres e iguales.
Hay puntos comunes de estos dos paradigmas. Puede haber no sólo un diálogo intraparadigmático en el seno de cada uno de tales paradigmas, sino también un diálogo interparadigmático, puesto que hay bastantes extremos que les son comunes a ambos y que por tanto les unen igualmente.
1. No quieren la pena de muerte. Eso es malo. Hay que buscar la reinserción del delincuente.
2. No quieren la guerra. Eso es malo. Tiene que haber una educación para la paz.
3. Aman la tolerancia ideológica, religiosa, moral como consecuencia del relativismo.
4. Creen en el Estado de derecho y por lo tanto, en el gobierno de los jueces.
5. Creen en los derechos humanos y por lo tanto, se abstendrán de adoptar medidas drásticas para mantener la eutaxia política del Estado.
6. Creen en la democracia como último estadio de la Historia de la humanidad. Es el final de la Historia del Género Humano.
7. Desprecian la filosofía. La argumentación racional y sin concesiones es impopular y ellos buscan la popularidad. Todo lo que sea buscar la verdad y sostener su existencia les es ajeno y contrario.
8. Son progresistas. Están imbuidos de la Idea de Progreso global. Todo camina siempre hacia mejor.
Claro, que estas diferencias son las actuales. Nadie sabe si estos dos paradigmas se fusionarán finalmente en un único paradigma de pensamiento político-ideológico en el seno de las sociedades opulentas de mercado pletórico de bienes, o se irán distanciando y variando sus aristas paulatinamente.El liberalismo, por ser individualista y darwinista y creer en el mercado como principal instancia social directora y rectora del Estado y de la sociedad burguesa, está más cerca de una concepción política realista y de perforar el velo de Maya ideológico entendido como falsa conciencia social que envuelve a sus partidarios. El liberalismo es partidario de la espontaneidad social y por lo tanto no es partidario de un diseño planificado de la sociedad. No quiere intervenir en las corrientes que habitan en la sociedad burguesa. No hay una teleología que deba ser organizada por un partido o por un gobierno e impuesto desde la autoridad del Estado y de la propaganda dirigida por el Gobierno. Por eso el liberalismo es liberal –partidario de las libertades individuales–. Es conservador –no cree en las innovaciones teledirigidas por un partido o por un Gobierno desde fuera de la sociedad civil y es de orden–. El orden social queda considerado como bueno y por tanto no es deseable alterarlo siguiendo una planificación social, política o económica. La lucha por la vida, la competitividad, el individualismo liberal, constituye un cierto contacto, negativo, con la experiencia, con la realidad. Aún en un liberal se da una cierta lucidez, el predominio del principio de realidad. Es posible mantener ciertas alianzas tácticas con los liberales y cabe la esperanza de convertirlos a la sensatez del materialismo-realismo filosófico político. Son rescatables. El principio de verificación, así como el de falsación siguen estando aún operativos en el interior del paradigma liberal.
La Socialdemocracia, en cambio, heredera del socialismo, del comunismo y del krausismo en el caso español especialmente, pretende una sociedad capitalista de consumidores satisfechos que cultiven la solidaridad entre sí y otras lindezas. El objetivo del Estado es garantizar tales metas y tal progreso inexorable hacia la democracia, los derechos humanos, la paz, la igualdad, el relativismo, la alianza de civilizaciones, anticlericalismo, relativismo moral, cultural, eutanasia, eugenesia, aborto, feminismo, homosexualidad, pedofilia y otras filias, siempre que, como decía Aristipo de Cirene, proporcionen placer y no importa ni cómo ni de dónde venga. &c. Aquí el grado de irrealidad es máximo. El idealismo socialdemócrata desemboca en el nihilismo moral y en el pensamiento Alicia, fase superior de degeneración del progresismo. La desconexión con la realidad es absoluta. El progresismo conduce al autismo, al nihilismo, como hemos dicho antes, a la inmoralidad y al caos. El progresismo es antipatriótico. La estupidez socialdemócrata es el peor de todos los males que aquejan a la democracia moderna. El fundamentalismo democrático en su versión Alicia lleva necesariamente a la inmoralidad, a la corrupción y a la distaxia de la sociedad política, además de provocar constantes enfrentamientos sociales y políticos. Los socialdemócratas se empeñan en intervenir en todos los frentes e instancias y en conformar un bloque social histórico de poder para repartirse las instituciones entre ellos y conformar un gobierno de Partido. Pretenden ocupar todos los espacios sociales y controlarlos férreamente y todo ello por nuestra felicidad y por nuestro bien. Pretenden satisfacer al vulgo en sus pretensiones de felicidad a toda costa y a corto plazo. La socialdemocracia es irremediable. Es una enfermedad política irreversible y una concepción del mundo que rechaza el principio de realidad, el de responsabilidad, el de verificación y el de falsación, con lo cual los socialdemócratas no pueden ser rescatados de sus errores. Con ellos sólo cabe el enfrentamiento así como el desprecio de sus necedades y la denuncia de sus abundantes delitos aplicándoles el código penal.
3. La función de la filosofía a la luz de la situación política actual y en oposición al progresismo
Son malos tiempos los que atravesamos en nuestro presente para la filosofía. Son malos tiempos para la racionalidad filosófica y política. El progresismo amenaza con volver estúpido a todo el mundo. Lo importante es rechazar el error de tales necedades. Lo importante es negar el pensamiento Alicia. La lucha ideológica es irrenunciable. Si algún día la ideología progresista es desplazada a la marginalidad, a la vuelta de algunos años, habrá que trabajar muy duro para reparar todos los destrozos ocasionados por estos malandrines posmodernos o alicios. Hay que decirlo con claridad y sin ambigüedades. Progresismo en la enseñanza es pedagogía y ello no es más que trivialidad, banalidad y nihilismo.Las sociedades capitalistas del bienestar, del Estado social, en particular aquellas más golpeadas por el fundamentalismo democrático en versión Alicia son las sociedades en las que se pretende enseñar a los alumnos a dejarse llevar por sus pasiones irracionales.
Las sociedades opulentas han caído en un hedonismo barato, canalla, que sitúa en primer lugar la búsqueda de la felicidad y ello por encima de todo. El nihilismo que predijo Nietzsche en 1888 se ha realizado. El último hombre campa a sus anchas en los países capitalistas avanzados y adormecidos por la ideología democrática. Ese pulgón inextinguible es feliz. Parpadea, sonríe y cuida su salud, tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche, pero es feliz. No quiere mandar ni obedecer. Es el último hombre del pensamiento Alicia. El homo-krausista. El hombre democrático, progresista, diríamos hoy, es aquél que otorga a todos sus vicios y corruptelas, a decir de Platón, los mismos derechos y no discrimina injustamente a ninguno de sus vicios. Ejecuta el principio de igualdad de todas sus vilezas con precisión y minuciosidad.
Nuestros alumnos son sumamente aficionados a lo irracional, a las supersticiones, aliadas de la pereza y a la decadencia y pasividad morales. Estamos dominados por el mundo de las tinieblas. Es preocupante e imbécil este triunfo y esta moda de lo irracional, lo misterioso y el poder de la mente así como la proliferación de manuales de autoayuda, la gran simpatía de la que gozan los fenómenos parapsicológicos. 220 años después de la Ilustración, estamos en pleno mundo de lo tenebroso. No nos engañemos, el mundo de las tinieblas es el mundo del nazismo –ahí hay que recordar la influencia decisiva que ejerció Madame Blavatsky en Hitler– o del socialfascismo, tal y como lo denominaron los comunistas de la III Internacional al reformismo socialdemócrata, la forma moderna y políticamente correcta de antisemitismo o judeofobia progresista consistente en atacar al Estado de Israel. No olvidemos nunca que, como dijo Golda Meir, defender a Israel, al Estado Judío es defender a los judíos. Así que cada cual que asuma sus responsabilidades cuando se conduce de forma judeófoba.
En nuestras instituciones de enseñanza se practica una pedagogía blanda y escéptica que sostiene que no hay verdades objetivas y que no hay racionalidad intersubjetiva y trascendental. El horror vacui opera automáticamente sus nefastos efectos. La evacuación de la ciencia natural provoca la necedad llamada «Ciencias para el mundo contemporáneo» y la evacuación de la filosofía primero ya el aborto de hace años llamado CTS, «Ciencia, Tecnología y Sociedad», así como el engendro llamado hoy «Ciudadanía», conjunto heteróclito de contenidos ideológicos que se resumen en esto: «Sé un buen ciudadano y disfruta de movimientos agradables y de placeres cinéticos.»
Frente a tales sinsentidos, frente a tanta creencia en los espíritus y en la magia, así como en el progresismo, es conveniente volver a atreverse a usar cada uno de nosotros su propio entendimiento, sapere aude. Salgamos de nuestra culpable minoría de edad. La filosofía siempre fue reflexión sobre el presente desde el presente para analizar la praxis humana y para buscar aquello que pueda constituir una vida buena.
La pedagogía es formal y vacía y fomenta la ignorancia y busca adoctrinar al adolescente en los valores y doctrinas del Pensamiento Alicia. A los alumnos se les dice: «Sólo hay opiniones», pero encima, unas son mejores que otras: las opiniones progresistas. Ahí tienen la llamada «Educación para la ciudadanía» una bazofia ideológica que es el orgullo del PSOE, Izquierda Unida y los separatistas y encima algunos profesores se han prostituido hasta la abyección para difundir tamaña locura y necedad entre nuestros jóvenes. Creen los pedagogos que filosofía es filodoxa. Como decía Hegel, las opiniones no interesan a nadie, bueno sí a nuestros periodistas-ideólogos contertulios, auténticos sicofantes del Estado democrático y del Estado de Derecho. Las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene uno, como decía Clint Eastwood en «Harry el Sucio». Nietzsche afirmaba que hay que tener pensamientos y no sólo puntos de vista. Cuando el profesor de filosofía es neutral políticamente, axiológicamente, los alumnos escogen la primera Weltanschauung que se encuentran y se hacen progresistas y votantes del PSOE, tal vez un poco del PP, pero el PSOE es el analogado principal del Régimen esto es, de la corrupción, así que sus valores morales, políticos e ideológicos están volatilizados y repartidos por la atmósfera que nos rodea y se respiran a cada paso.
Los progresistas han defendido siempre y siguen haciéndolo, una pedagogía orientada a una formación técnico-obrerista-democrática-progre-solidaria-igualitarista en la cual no tiene lugar ni cabida la reflexión filosófica y se difunde siempre la consigna enunciada por el general Yamamoto: «Trabajar con alegría», pero el PSOE habla siempre de «aprender con alegría» y sin esfuerzo, claro, que no se cansen ni se traumaticen, no sea que se pongan tristes y que entonces ya no sean felices. Hay que fabricar obreros útiles para la industria o incluso para el paro, consumidores hedonistas satisfechos. Los progresistas se orientan no por el principio de realidad o del deber y de la responsabilidad, sino por el principio del placer.
¿Qué tipo de educación queremos para los adolescentes? Hoy se habla de forma krausista e idealista de formación. ¿Y qué es eso? Educar no debe consistir en la mera instrucción técnica ni reducirse a tener «actitudes críticas» sobre la nada, que en última instancia son desprecio de cuanto se ignora. La primera labor de la enseñanza es sacudir la modorra del sentido común (Labor ésta propia de la filosofía) Destruir las evidencias del sentido común, de la experiencia mundana y regresar a las Ideas. Hay que tener mucho cuidado con eso del espíritu crítico que aparece en los documentos del Partido Krausista que tanto deleita a nuestros caciques, no sea que tal espíritu crítico no sea otra cosa que el espíritu burgués decadente y ansioso de la felicidad canalla hedonista barata. Tengo para mí que la enseñanza vacía, formal y escéptica que nos proponen los progresistas del PSOE y los progresistas del PP, [–socialdemócratas y/o progresistas por un lado, y liberales por el otro porque tanto da lo uno que da lo otro a efectos prácticos y si no se comparte este aserto, compárense las políticas educativas del PP y del PSOE que están en marcha en estos momentos en España,–] no tiene otro objetivo sino el de fabricar empleados con su correspondiente círculo de preguntas y respuestas estereotipadas y con sus conceptos, actitudes y procedimientos, fabricar obreros útiles para la industria o fabricar militantes progresistas que disfruten con las películas de Almodóvar o Isabel Coixet para que las subvenciones públicas no sean ya convenientes o simplemente para generar individuos autosatisfechos con el consumo y con el tanque de sales Epson, la solución de los problemas metafísicos que se planteaban Antístenes, Diógenes, Epicuro, Aristipo y Zenón.
Tampoco me parece correcto educar al alumno siguiendo el denominador propio de su época. Si queremos domesticarle ideológicamente le hablaremos de la ideología democrática, de la ideología de género, de las perversiones sexuales, de la eutanasia, del aborto, &c. Y así conseguiremos que sea un perfecto ciudadano fundamentalista democrático o demócrata, solidario y otras lindezas por el estilo.
La necesidad de objetividad, racionalidad y saber verdadero se satisface con la ciencia y con la filosofía. Por eso es imprescindible en España enseñar filosofía y ello con carácter obligatorio. La filosofía no puede reducirse a ser una mera doxografía. La oposición enseñar filosofía/enseñar a filosofar es falsa. Es imposible aprender a filosofar si se desconoce la historia de la filosofía. La filosofía no ha de partir del escepticismo, sino de los saberes científicos que están firmemente instalados en nuestro mundo, un mundo, que por otro lado, es un resultado innegable de la ciencia. Nuestro mundo sin la ciencia sería otro mundo muy diferente del que es ahora.
La filosofía es un saber democrático en cuanto que apela a la razón de cada uno sin importar su clase, sexo, edad ni otras contingencias individuales. Los alumnos han de tener confianza en la ilustración, en el poder de la razón. Viven en una sociedad del hastío, de fracasados y acomplejados por los suspensos. Deben superar esa fase y elevarse a la fase de la demolición de las ideologías que les rodean.
La filosofía sirve para que la gente reconozca e identifique la geometría de las Ideas, la gramática de las Ideas. Oblicuamente, la filosofía fomenta el culto al bien decir y del bien escribir y la afición a la erudición y a la lectura. Decía Wittgenstein: «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo». La filosofía además fomenta el correcto uso del español en el alumno, lo que no es poco precisamente. La filosofía desde luego en la sociedad burguesa actual tiene una función de oposición al estado de cosas existente.
4. El porvenir de la filosofía en la sociedad democrática
A nuestro juicio, todo hombre occidental es filósofo por el mero hecho de hablar y pensar en idiomas con más de 50 millones de hablantes. No se puede filosofar en un dialecto o lengua rústica, familiar o regional. Así, pues, en tal sentido, la filosofía occidental tiene su futuro existencial garantizado porque los idiomas europeos nacionales canónicos establecidos ya en nuestra época seguirán funcionando. Habrá hombres que filosofen en un determinado número de idiomas y que escriban el resultado de sus malas o buenas reflexiones, resultados acertados o desacertados que serán expuestos a la consideración del público en alguno de esos idiomas que cuenten con tal masa crítica de hablantes.Bien sabemos todos que la ideología democrática fundamentalista trata de desplazar a la filosofía de la enseñanza y reducirla al mínimo en las facultades de filosofía. El saber filosófico será sustituido en las instituciones educativas por una suerte de papilla democrática apta para el consumo del vulgo. La ideología liberal podría permitir la filosofía tal vez con mayor probabilidad que la ideología socialdemócrata, puesto que su consigna liberal es la no intervención y permitir la libre espontaneidad de los individuos. Sin embargo, la socialdemocracia por su parte pretende configurar la sociedad sobre nuevas bases de arriba abajo con un proyecto ideológico krausista o infantil nuevo, ex novo y por lo tanto, necesita eliminar cualquier instancia ideológica que pueda constituir un estorbo en su propósito revolucionario progresista e idealista y que pueda asimismo hacerle la competencia y que por tanto ponga en peligro su engendro ideológico, con bases tan débiles y endebles como ya sabemos desde hace tiempo. Debe pues la socialdemocracia en consecuencia eliminar todo saber que no sirva a sus fines necesariamente. Ha de sustituir entonces la filosofía en los institutos por la papilla democrática denominada «Ciudadanía» para poder adoctrinar así a las masas cómodamente.
La progresiva eliminación de la filosofía de los planes de estudio es preocupante en primer lugar para los profesores de filosofía de instituto.
Debería preocupar además a todas las personas cultas, biennacidas, sensibles y dotadas con buen sentido.
Debería preocupar también a la sociedad burguesa. No puede haber un pueblo culto sin metafísica, Hegel dixit. Sin conocer la filosofía clásica, sin instituciones públicas donde se conozca, investigue, enseñe y filosofe, una sociedad es analfabeta de pleno derecho. La sociedad capitalista está abocada entonces al nihilismo, a la imbecilidad y al infantilismo.
Vivimos en España bajo un gobierno socialfascista, el peor enemigo que tiene la filosofía en España. El peor enemigo que tiene la filosofía en España es el PSOE, así como su jarca de profesores de filosofía orgánicos, progresistas y disciplinados que contribuyen sistemáticamente a su eliminación de los planes de estudio complacidos y felices al impartir trivialidades fáciles y aproblemáticas para consumo tranquilo de los alumnos. Suelen ser además muy éticos tales probos funcionarios, por lo tanto, hay que desistir de utilizar la filosofía para convencerles en su fuero interno de la banalidad de sus planteamientos morales y políticos. Son irreductibles. Son felices y son éticos y de ahí no los va a sacar nadie.
No creo que haya que hacer una apología sistemática de la presencia de la filosofía de la enseñanza académica en el bachillerato y en la Universidad. Una venerable tradición de veinticinco siglos es suficiente argumento para que siga adelante la enseñanza formal y reglada de la filosofía en nuestras instituciones educativas. La filosofía no tiene ninguna necesidad de pedir perdón a nadie ni de justificar su lugar en la enseñanza ni en la civilización occidental. La filosofía es indispensable para que la gente razone correctamente y realice la reforma de su entendimiento.
Por lo demás, ni la democracia necesita la filosofía ni la filosofía necesita a la democracia. Se puede ser demócrata y ser ágrafo. Se puede filosofar en contra de la democracia o a favor de ella. La filosofía no es solidaria de la democracia y la democracia no exige la filosofía. La filosofía no está ligada esencialmente a ninguna forma de régimen político particular. Aún así creo yo que la forma política adecuada para el ejercicio de la filosofía es la república democrática.
Si la filosofía desaparece de los institutos, podrá cultivarse en la Universidad y si desaparece de la Universidad, pues se ejercitará de manera privada, como hicieron ya Spinoza, Descartes, Malebranche, Hume, Berkeley, Locke y Leibniz. El propio Schopenhauer despreciaba grandemente la filosofía universitaria como algo esencialmente bastardo y opuesto a la esencia de la filosofía y cultivó la filosofía al margen de la Universidad. De hecho, las primeras facultades de filosofía aparecen en Alemania en 1810 y la filosofía como asignatura de los institutos en España data de 1845. Puede haber pues, filosofía académica al margen de la Universidad. Tampoco la desaparición de la filosofía de las instituciones de enseñanza frenará el desarrollo de la Volksphilosophie o filosofía popular, muy extendida en la sociedad de consumo pletórica de bienes y que sirve para facilitar la felicidad del pueblo a bajo coste y de forma simplificada. Si la filosofía es relegada a espacios e instituciones sociales privadas, tal vez sea entonces más peligrosa e incontrolable para los ideólogos del Partido. Tal vez entonces, sin la servidumbre de ser funcionarios del Estado, los filósofos sean radicalmente libres, críticos, duros con el martillo y tal vez entonces vuelva a ser peligroso filosofar, como en la época de Spinoza. Es perfectamente concebible un futuro de la filosofía en el Estado democrático al margen de la Administración, ejercitada privadamente por personas privadas situadas en los diversos espacios privados de la sociedad civil y estando la filosofía expulsada de la enseñanza y de la investigación patrocinada por el Estado. Es perfectamente concebible una universidad sin facultad de filosofía y sin filosofía como asignatura, así como un bachillerato sin filosofía. Una filosofía no domesticada, asilvestrada, salvaje, será finalmente más peligrosa para el orden establecido que una filosofía funcionarizada.
Sea como sea, la tarea de la filosofía del futuro es la crítica de la democracia y de conceptos míticos tales como «Estado de derecho», «Derechos humanos», «Paz», «Progreso», «solidaridad», «Alianza de Civilizaciones» y otras lindezas con las que nos bombardean constantemente para que nos creamos lo maravilloso que es ser musulmán y lo malos que son Israel y los EE.UU. y lo maravillosa que resulta la inmigración descontrolada. La mayor parte de los mensajes ideológicos que respiramos todos los días son absolutamente deleznables y sometibles a crítica, siguiendo, eso sí un criterio riguroso, en este caso, desde las coordenadas del materialismo filosófico.
Por lo tanto, la crítica a los dos paradigmas políticos del Estado de Partidos, Estado social o Estado democrático de Derecho del Bienestar es una tarea ineludible, bien pensado que el enemigo principal de entre el enemigo ideológico es el pensamiento Alicia de raigambre krausista, sencillamente incompatible con la sensatez y el buen sentido.
Si un Estado suprime la Filosofía como asignatura, como carrera universitaria, como institución oficial, su política tenderá a perderse en practicismos estériles, sin proyecto eutáxico a largo plazo y en la demagogia populista.
Por lo demás, permítaseme de paso suministrar algunas razones para justificar la necesidad de que la filosofía siga impartiéndose como asignatura obligatoria en los institutos de bachillerato y que siga impartiéndose en la Universidad, bien como asignatura obligatoria u optativa, bien como carrera universitaria.
(1) La filosofía es el análisis de las configuraciones culturales e ideológicas del presente y desde el presente. De ahí la necesidad de la filosofía para formar ciudadanos racionales, libres, que digan que no de vez en cuando, en un Estado democrático de derecho. Una sociedad abierta, de mercado pletórico de bienes y de servicios, requiere de la existencia de la filosofía como una alternativa más al menos.
(2) La filosofía ayuda a cambiar el mundo. Una filosofía que no tenga una implantación gnóstica, sino política colabora en la tarea de cambio del mundo. Se trata de cambiar el mundo para que cambien los objetos sobre los que la razón filosófica se ejercita.
(3) La filosofía entendida como reflexión metacientífica o reflexión filosófica sobre la ciencia, como reflexión racional que es de segundo grado, colabora en la comprensión de las ciencias consideradas como formaciones institucionales dedicadas a la fabricación sistemática de conocimientos rigurosos, exactos y precisos. En tal medida, ayuda al desarrollo de la ciencia y a librar a ésta de falsas autoconcepciones espontáneas.
(4) La filosofía ayuda al esclarecimiento del juicio moral, al razonamiento moral.
(5) La filosofía nos muestra la necesidad del razonamiento, la necesidad eidética de M3, el hecho ineludible de que existen órdenes ontológicos reales, objetivos, esenciales, ideales, que no dependen ni de las cosas físicas ni de nuestra subjetividad.
(6) La filosofía ayuda a destruir la superstición y contribuye entonces a la emancipación de los ciudadanos, ayudándolos por consiguiente del culpable estado de minoría de edad en el que se encuentran. Destruye los ídolos y la falsa conciencia. La filosofía es así ilustración del pueblo.
(7) La filosofía ayuda a plantearse correctamente las cuestiones trascendentales, últimas de la filosofía y de la vida humana de modo racional, more et ordine geometrico demonstrata. Las cuestiones trascendentales no deben ser dejadas en manos de los brujos, chamanes, sacerdotes o progresistas krausistas. Tienen tales cuestiones, como cualesquiera otras cuestiones filosóficas un tratamiento filosófico que excluye cualquier opinión subjetiva o cualquier revelación mística.
(8) La filosofía suministra instrumentos teóricos de análisis de la sociedad presente y por tanto la ayuda para comenzar su transformación y su destrucción.
(9) La filosofía ni es ciencia ni falta hace que lo sea para ser una institución importante y para desempeñar su tarea de crítica.
La filosofía es crítica, ciertamente. Crítica no es demolición, sino la determinación, la delimitación, el establecimiento de los límites de lo que es algo, de su esencia. En la democracia, la crítica a las ideologías, la crítica a los partidos, la crítica al régimen político es, como se podrá colegir de mis palabras una tarea ingente para el análisis filosófico. Desde luego, una filosofía legitimadora de toda la irracionalidad que nos rodea, no sería siquiera filosofía, sino pensamiento Alicia puro y duro. La filosofía no ha de ser complaciente con tanta falsedad como la que nos rodea. Filosofar a martillazos se ha hecho necesario hoy como siempre para conseguir que millones de hombres salgan de su infantil estado mental o teórico en el que se encuentran de manera culpable y miren las realidades de manera realista y despiadada, abandonando entonces la burbuja de estupidez que los envuelve teniéndolos y entreteniéndolos complacidos y autosatisfechos.
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La crítica a la democracia
La crítica de la democracia
Comunicación defendida en los
Benjamín Constant distinguió ya en 1819 entre los antiguos y los modernos en lo que al tema de las libertades públicas se refiere. Lo mismo podría predicarse con respecto a la concepción de la democracia.
En lo que sigue, vamos a intentar precisar la diferencia existente entre la democracia antigua y la moderna. Igualmente vamos a plantear las críticas respectivas que se han formulado a los dos sistemas políticos distintos ya citados. Estas críticas surgieron ya desde el comienzo de la existencia de la democracia antigua y de la moderna y han acompañado a su despliegue histórico. «Crítica», (de κρίνειν: «juzgar», «discernir») no quiere decir demolición, ni destrucción sino, delimitación, discernimiento, determinación, definición. Así pues, la crítica a la democracia primariamente sirve para definir qué es la democracia e inquirir acerca de su esencia.
El rechazo de la elección como institución aristocrática iba unido estrechamente a la ausencia del concepto de representación política. La democracia antigua es la democracia absoluta, directa, inmediata en la que la comunidad de los ciudadanos ejerce por sí misma el poder político. El ejercicio de las funciones políticas es un deber ciudadano para con el Estado, con la polis. Cada uno estaba obligado a ejercitar la soberanía de la polis a través de la participación política en los asuntos públicos. Ser ciudadano es una función. El que se abstenía de la política era precisamente el idiota, el que iba a lo suyo, a lo particular. En este tipo de democracia, todo es política. El Estado lo abarcaba todo. No existía la diferencia entre lo público y lo privado. En la democracia antigua se produce la identidad entre el poder político y la comunidad política expresada en la asamblea de ciudadanos. Aristóteles decía cuatro cosas de la democracia: 1. Es el gobierno de los muchos, de los pobres por tanto. 2. Es el régimen político en el que alternativamente se es gobernante y gobernado. 3 Régimen político en el que predomina el sorteo sobre la elección para nombrar los cargos públicos y 4. El régimen político en el que cada uno puede vivir como quiera.
En la democracia antigua no existen los derechos subjetivos del individuo o de la persona. No existen los derechos humanos inalienables que el Estado debe reconocer y proteger. El ciudadano estaba al servicio de la polis. El ciudadano se realizaba en su plenitud en la participación política en las instituciones de la polis. El ciudadano debe obedecer a la polis, someterse por completo a su autoridad. Sin la polis, el ciudadano no es nada. La democracia antigua presuponía un concepto de la libertad bien diferente al moderno y contemporáneo. Libertad es obedecer a la ley y no a ningún hombre. Esta democracia es una democracia esclavista porque la sociedad antigua descansaba sobre la explotación del trabajo no libre, esclavo. La libertad consiste además en no ser esclavo. Libertad es no ser esclavo y obedecer a las leyes.
Jenofonte sostiene que la democracia lleva a la división, la indisciplina y la incompetencia (Memorabilia, libro III).
Antístenes, discípulo de Sócrates y maestro de Diógenes, despreciaba la democracia y a los demagogos. La democracia es el gobierno de la ignorancia y de la incompetencia y no porque una decisión política sea democrática, tiene que ser racional. Democracia y verdad no tienen por qué coincidir necesariamente. Democracia y virtud no suelen coincidir habitualmente.
La democracia es el dominio de los sofistas. Afirma Platón acerca de los sofistas o demagogos, «Que cada uno de los particulares asalariados a los que esos llaman sofistas…no enseña otra cosa sino los mismos principios que el vulgo expresa en sus reuniones, y esto es a lo que llaman ciencia. Es lo mismo que si el guardián de una criatura grande y poderosa se aprendiera bien sus instintos y humores y supiera por dónde hay que acercársele y por dónde tocarlo y cuándo está más fiero o más manso, y por qué causas y en qué ocasiones suele emitir tal o cual voz y cuáles son, en cambio, las que le apaciguan o irritan cuando las oye a otro; y, una vez enterado de todo ello por la experiencia de una larga familiaridad, considerase esto como una ciencia, y, habiendo compuesto una especie de sistema, se dedicara a la enseñanza ignorando qué hay realmente en esas tendencias y apetitos de hermoso o de feo, de bueno o de malo, de justo o de injusto, y emplease todos estos términos con arreglo al criterio de la gran bestia, llamando bueno a aquello con que ella goza, y malo lo que a ella molesta.»{2}
Platón ejercita una fuerte crítica a la democracia. La crítica platónica a la democracia se funda en los siguientes argumentos:
La democracia es considerada por Platón como un régimen político degenerado. El sistema político democrático es, a decir de Platón, el sistema de la libertad. En este sistema político todo el mundo es libre de hacer lo que quiera. «¿No serán, ante todo, hombres libres, y no se llenará la ciudad de libertad y de franqueza, y no habrá licencia para hacer lo que a cada uno se le antoje?»{3} Cada cual entonces será libre de organizar su vida de la manera que estime conveniente. Habrá distintos tipos de hombres y de modos de vida. El pluralismo es la consecuencia más visible de la democracia. «Por tanto, este régimen será, creo yo, aquel en que de más clases distintas sean los hombres»{4} Es posible, dice Platón que la democracia, por su pluralismo político, por su abundancia y variedad de colores y tendencias sea el régimen político más bello. La democracia es el régimen político de la libre oferta y de la libre demanda entonces de regímenes e ideologías. Platón ha vislumbrado ya en su época y desde su perspectiva filosófica la conexión entre mercado pletórico de bienes ideológicos, la pluralidad y la democracia. La democracia es un régimen que se puede convertir en cualquiera de los demás regímenes políticos. «Por que gracias a la licencia reinante, reúne en sí toda clase de constituciones, y al que quiera organizar una ciudad, como ahora mismo hacíamos nosotros, es probable que le sea imprescindible dirigirse a un Estado regido democráticamente para elegir en él, como si hubiese llegado a un bazar de sistemas políticos, el género de vida que más le agrade y, una vez elegido, vivir conforme a él.» La democracia es el gobierno de la doxa. Es el régimen de la nivelación de todos aunque no sean iguales. Todas las opiniones valen igual en la democracia, esto es, nada.
El análisis del hombre demócrata realizado por Platón, bien podría aplicarse al hombre progresista de nuestros días o al hombre afectado de síndrome de democracia fundamentalista, SDF. En el hombre democrático la insolencia es la buena educación, la indisciplina es libertad, el desenfreno es grandeza de ánimo y el impudor hombría. Todos los deseos son iguales y tienen los mismos derechos, al igual que en nuestra época, todas las perversiones sexuales son consideradas como algo de buen tono y todas ellas por igual. El hombre democrático, como el progresista de nuestros días nutre democráticamente y por igual a todos sus deseos. Concede el mando por azar a todos los apetitos.
La democracia, por su libertad, desemboca en el desorden, en la indisciplina, en el caos. El hijo se iguala al padre y el padre teme a sus hijos. La igualdad de los desiguales conduce a la anarquía social. El espíritu antiautoritario, igualitario progresista lleva a la esclavitud. El exceso de libertad conduce a la tiranía. La democracia tiene en su seno las semillas de su desintegración. En la democracia Platón distingue tres clases sociales: 1. La clase política. Son los menos dotados, viven de la política, los más tontos. Practican la demagogia sistemáticamente. 2. Los ricos. 3. Los pobres. Los demagogos crean redes de clientelismo político con las subvenciones dinerarias a los pobres. Esto obliga a aumentar la presión fiscal contra los ricos. Esto da lugar a los disturbios políticos y finalmente se impone la tiranía.
Posteriormente, Platón adopta una actitud más positiva con la democracia. Llega a afirmar en «El Político» Platón que la democracia es incapaz de hacer grandes cosas, tanto en lo bueno como en lo malo. Cuando todo va bien según la ley, la democracia es lo peor. Cuando todo va mal, la democracia es lo mejor.
Aristóteles caracteriza a la democracia como el gobierno de los pobres pero libres. Podemos decir que Aristóteles no rechaza por principio la democracia, salvo en sus formas populistas y demagógicas. Además caracteriza a la democracia por el sorteo y porque en la democracia cada cual vive como quiere.
En general, podemos decir que los pensadores políticos antiguos no eran muy partidarios de la democracia, antes bien, al contrario, la criticaban duramente y la rechazaban por la poca preparación y capacidad política del demos.
Como dicen los marxistas, las democracias burguesas difieren en dos aspectos importantes de las otras democracias de clase, de las democracias de las sociedades esclavistas. En primer lugar, en las sociedades esclavistas estaban excluidos legalmente los esclavos del pueblo gobernante. Las democracias antiguas eran así instrumentos de un dominio de clase inequívoco. Empero, en las democracias capitalistas, la inclusión legal de los proletarios en el pueblo gobernante imprime en apariencia a estos gobiernos el sello de representantes de los miembros de todas las clases. En segundo lugar, el pueblo gobernante participaba directamente en las democracias de las sociedades esclavistas, en las funciones legislativas, judiciales y ejecutivas. Pero, en las democracias capitalistas, el pueblo ni hace las leyes, ni las interpreta, ni las hace cumplir. Vota, y se supone que a través de su voto ejerce un control completo, si bien indirecto, sobre la legislación. La interpretación y el cumplimiento de las leyes, por el otro lado, se encuentran efectivamente monopolizados por burocracias. Cuando se dice que el pueblo gobierna en las democracias de las sociedades esclavista y capitalista, tanto «pueblo» como «gobierna» están utilizados en forma ambigua. En las democracias de las sociedades esclavistas, «gobierna» significa todo el gobierno, pero «pueblo» sólo una parte del pueblo. En las democracias de las sociedades capitalistas, «pueblo» significa todo el pueblo, pero «gobierna» sólo una parte del gobierno.
Según Marx, las elecciones democráticas deciden cada tres o seis años qué miembro de la clase dominante va a representar al pueblo en el Parlamento. Para Lenin, la democracia burguesa es siempre una democracia para la minoría, sólo para las clases poseedoras, sólo para los ricos.
Marx y Engels denominan cretinismo parlamentario a la ilusión de que en las situaciones revolucionarias las decisiones de los funcionarios electos son automáticamente ejecutadas.
La democracia es la forma estatal más adecuada para el dominio de la clase capitalista. Dice Lenin: «La república democrática es la mejor envoltura política de que puede revestirse el capitalismo; y, por lo tanto, el capital, al dominar…esta envoltura, que es la mejor de todas, cimenta su poder de un modo tan seguro, tan firme, que no lo conmueve ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de partidos, dentro de la república democrática burguesa»{5} Engels dice que es la forma lógica del dominio burgués.
El parlamento elegido por sufragio universal es un invento de la sociedad capitalista. Sin embargo, el carácter de clase del Estado burgués exige que el poder efectivo y real no resida incondicionalmente en órganos electos; el ejército, la policía, la burocracia, son cuerpos constituido de modo no democrático y protegidos adecuadamente para que el control parlamentario sobre ellos nunca pueda ser total; por lo demás, aun suponiendo que las elecciones sean formalmente libres, nunca podrán serlo realmente de un modo completo en una sociedad en la que para todo impera un poder tan multiforme y escurridizo como el del dinero.
Las teorías de la democracia elitista critican la teoría clásica de la democracia. Resulta ser algo ficticia la representación de que el pueblo tenga la soberanía, el poder político. En el fondo, en la democracia quienes gobiernan son las élites políticas, que son las que compiten por el voto del pueblo en una lucha competitiva electoral. Según Max Weber, con el sufragio universal y la formación de partidos políticos de masas, la democracia se convierte en el Estado de partidos. Por eso, el parlamento pierde paulatinamente influencia como centro de debate y deliberación política. Los partidos políticos dirigen a los diputados eliminando el mandato representativo y sustituyéndolo por el mandato imperativo merced a la disciplina de voto del partido. Los partidos políticos son el centro de la vida política. El partido político organiza la representación. Las cuestiones políticas no interesan a las masas, quienes eligen entre diversas élites políticas que se enfrentan entre sí por el liderazgo político. Los partidos políticos se convierten en medios para competir y ganar las elecciones. Los partidos refuerzan el fenómeno del liderazgo político. Las masas son apáticas políticamente y son emocionalmente manejables. Los electores son incapaces de discriminar entre políticas distintas. Sólo saben discriminar y elegir entre líderes políticos. La democracia funciona como el mercado. Es un mecanismo institucional que sirve para eliminar a los más débiles y para establecer a los más competentes en la lucha competitiva por los votos y por el poder. Así pues, para Max Weber la democracia representativa es una democracia de liderazgo plebiscitario.
Schumpeter explica el funcionamiento de la democracia desde la perspectiva de la economía política y entiende por lo tanto la democracia como democracia de mercado. Los votantes son consumidores políticos que representan la demanda del mercado político y los políticos y las élites políticas representan la oferta. La democracia es el gobierno de las élites políticas. Esto es lo que afirma en «Capitalismo, socialismo y democracia». La democracia no es entonces el gobierno del pueblo. Ni hay voluntad del pueblo ni poder de pueblo ni voluntad general. Por ello, «la democracia no significa ni puede significar que el pueblo gobierna efectivamente, en ninguno de los sentidos evidentes de las expresiones «pueblo» y «gobernar». La democracia significa tan sólo que el pueblo tiene la oportunidad de aceptar o rechazar los hombres que han de gobernarle. Pero como el pueblo puede decidir esto también por medios no democráticos en absoluto, hemos tenido que estrechar nuestra definición añadiendo otro criterio identificador del método democrático, a saber: la libre competencia entre los pretendientes al caudillaje por el voto del electorado. Ahora puede expresarse un aspecto de este criterio diciendo que la democracia es el gobierno del político.»{6} El poder popular se reduce a ser un poder electoral. La titularidad del poder político le pertenece al demos, mientras que el ejercicio del poder es confiado a los representantes elegidos por el pueblo.
Como decía Napoleón, el poder viene de arriba y la confianza viene de abajo.
Los partidos políticos son vendedores de mercancías políticas y los electores son los compradores de esas mercancías políticas. Las élites políticas deciden las cuestiones políticas en nombre del pueblo y para el pueblo. Los electores son apáticos y no tienen un conocimiento político preciso ni riguroso. El pueblo es sensible a la propaganda. Los electores son propensos a impulsos emocionales intensos incapaces intelectualmente de hacer nada decisivo por su cuenta y sensibles a las fuerzas externas. La voluntad del pueblo, la voluntad general son ficciones.
La vida política democrática es la lucha competitiva entre los partidos por los votos de los electores. El comportamiento de los políticos es análogo a las actividades de los capitalistas que compiten por captar a los clientes. Las técnicas de publicidad electoral son idénticas a las técnicas de publicidad comercial.
El partido político es una máquina electoral que busca la conquista del poder político. Las técnicas de propaganda son para persuadir al electorado de las bondades del político. Las ideologías de los partidos políticos no importan ya. Lo que importa es la capacidad de los partidos para promocionar y sostener un liderazgo político
La democracia es entendida por Schumpeter como un método político para generar decisiones políticas mediante el sufragio universal por medio del cual los electores eligen periódicamente entre diversos equipos de líderes políticos que le son ofertados en el mercado político. «La democracia es un método político, es decir, un cierto tipo de concierto institucional para llegar a las decisiones políticas –legislativas y administrativas–, y por ello no puede constituir un fin en sí misma, independientemente de las decisiones a que de lugar en condiciones históricas dadas.»{7} Por ello, la posición de Schumpeter no es precisamente una posición política fundamentalista democrática, así, «siendo la democracia un método político, no puede ser un fin en sí misma, ni más ni menos que cualquier otro método»{8} Las decisiones no democráticas pueden resultar en algún caso más aceptables para las personas en general que las decisiones democráticas. También Julien Freund dirá más tarde que también se puede hacer buena política en una dictadura.
Por su parte, Carl Schmitt distingue entre parlamentarismo y democracia. Según él, el parlamentarismo es el régimen político en el que el parlamento es la institución central en la que se gobierna mediante una deliberación racional libre y pública sobre el bien común. Ya decía Donoso Cortés que la burguesía era una clase esencialmente discutidora. El gobierno parlamentario es un gobierno de discusión de opiniones en libre competencia. No se rige el parlamentarismo por la verdad, sino por la discusión racional permanente que no ha de tener fin. Todo puede ser discutido o ser puesto en discusión en el parlamentarismo. Esto ha producido una seria erosión en el Estado debido al gran poder de las facciones políticas o partidos. Pues bien, según Carl Schmitt, el parlamentarismo ha devenido algo obsoleto y caduco. En el siglo XX los parlamentos ya no funcionan según la teoría del liberalismo clásico del siglo XIX como canales institucionales de la discusión racional, libre y abierta que debía caracterizar al régimen parlamentario. En lugar de esto, merced a la extensión del sufragio y a la aparición de los partidos políticos de masas, tiene lugar la suplantación del Parlamento por los partidos y por sus dirigentes. Los arreglos secretos a puerta cerrada entre los comités directivos de los partidos y fuera del Parlamento, lo convierten de cámara de discusión en cámara de manifestación de acuerdos adoptados previamente entre los partidos.
Por democracia entiende Schmitt en cambio, siguiendo en esto de cerca a Rousseau, la identidad entre gobernantes y gobernados. La dictadura es antiliberal, pero no necesariamente antidemocrática. La democracia, en sí misma, no tiene un contenido político definido. La democracia es un procedimiento, es una forma de organización. Tiene el valor de una mera forma. La democracia es algo instrumental para realizar determinadas políticas de las más variadas especies. Como bien dice Schmitt, una democracia puede ser militarista o pacifista, absolutista o liberal, centralista o descentralizada, progresista o reaccionaria y todo ello sin dejar de ser al mismo tiempo democracia.
Para los demócratas radicales, nosotros diríamos, fundamentalistas democráticos, la democracia tiene un valor absoluto en sí misma sin considerar los contenidos políticos que haya en ella. Para el demócrata radical la democracia siempre es válida independientemente de las consecuencias o efectos que de ella se deriven.
Finalmente, para concluir con la exposición de los principales autores críticos de la democracia moderna, debemos mencionar y destacar aquí en la España actual a la figura filosófica de Gustavo Bueno como filósofo político crítico de la democracia.
Es la crítica de Gustavo Bueno a la democracia una crítica filosófica muy profunda, prolija, extensa, compleja y exhaustiva, de tal modo, que resulta muy difícil de resumir y exponer aquí en este reducido espacio con el que contamos. Por ello, vamos a intentar ser sintéticos y sumarios al exponer en unos cuantos artículos el contenido principal de la crítica de Bueno a la democracia.
1º No hay una cosa tal como la soberanía popular ni tampoco hay algo así como la voluntad general. Ello es porque ni hay un pueblo como sujeto titular de la soberanía ni tampoco hay algo tal como la soberanía nacional. Hay que rechazar la ideología democrática que afirma la idea de autodeterminación de la sociedad política. El autogobierno o autodeterminación de la sociedad política es utópico por imposible. La sociedad no se autodirige. El poder político es asimétrico. Unos mandan y otros obedecen. Como diría Julien Freund, la política es el dominio del hombre por el hombre. Una parte de la sociedad política dirige a las otras partes restantes de la sociedad política
2º La crítica a la democracia es la crítica de la ideología democrática. La democracia contemporánea ha segregado una ideología legitimadora de sí misma a la que podemos denominar ideología democrática fundamentalista. Esta ideología envuelve a la democracia, de tal manera que funciona como una suerte de cinturón protector contra las refutaciones o falsaciones de la democracia y ello por una suerte de decisión metodológica adoptada por los ideólogos demócratas o por los profesores de ciencia política demócratas.
3º La democracia sólo es verdadera cuando brota del interior mismo de la sociedad política y deriva del mercado capitalista. Si no existe el mercado, no existe la democracia. La esencia de la democracia es la libertad entendida como libertad de elección entre los bienes de un mercado pletórico capitalista libre con propiedad privada.
4º El fundamentalismo democrático es básicamente lo que se entiende por teoría de la democracia. Tal teoría consta de tres elementos: A) La teoría de los tres poderes, B) La idea de la soberanía popular y C) la teoría del Estado de derecho.
En primer lugar la teoría de los tres poderes es una teoría metafísica y confusa y no es científica. La doctrina del Estado de derecho implica tanto una politización de la justicia como una judicialización de la política y la idea de la soberanía popular es un mito confusionario.
5º La democracia se caracteriza por las elecciones periódicas y recurrentes. Esta recurrencia es la que produce la eutaxia política democrática. En los Estados democráticos, hay elecciones. En los Estados no democráticos no hay elecciones.
6º El pueblo no manda ni gobierna ni controla nada. El pueblo carece de elementos de juicio suficientes y por tanto, de capacidad de controlar políticamente a nadie. El pueblo no puede autodeterminarse. Todas las instituciones políticas democráticas dependen del azar, de la estadística electoral.
7º Los resultados electorales no significan un criterio objetivo acerca de la gestión del Gobierno. El pueblo se puede equivocar. La idea de que el pueblo tiene razón, es una ficción útil para pensar la democracia desde la ideología democrática.
8º La democracia ateniense no era una democracia. La democracia sólo puede existir con el capitalismo, con el mercado libre. La esencia de la democracia es la libertad objetiva entendida como libertad de elección entre diversas alternativas políticas o entre diversas mercancías en el mercado.
9º El mercado, la televisión y la democracia son isomorfos entre sí. Es la democracia de audiencia la democracia actual, como dice Bernard Manin. El fundamento de la democracia está en la constitución de una sociedad capitalista en la que exista la libertad de elección de los múltiples individuos consumidores ante una multiplicidad de bienes ofrecidos en el mercado.
10º La democracia implica tolerancia y un relativismo axiológico.
11º La democracia está poblada de contradicciones. Una de las contradicciones de las democracias es la que existe a propósito de la pena de muerte. Hay una contradicción a este respecto entre los partidarios de la pena de muerte y los abolicionistas.
12º Además, en las democracias contemporáneas tiene lugar una progresiva ecualización entre la izquierda y la derecha. Se trata de la difuminación de los límites entre los partidos políticos conservadores y progresistas.
Estas críticas a la democracia representativa ayudan notablemente a tener un concepto más ajustado de la democracia realmente existente así como a combatir la plaga ideológica actual que denominamos fundamentalismo democrático.
Felipe Giménez Pérez
Comunicación defendida en los
XIII Encuentros de Filosofía (Gijón, julio 2008)
1. Introducción
En el asunto de la democracia cometemos en nuestra época un delito de equivocidad lingüística o de homonimia. Se designa con la misma palabra tanto a la democracia ateniense antigua como a la democracia alemana, estadounidense o francesa actuales. Entiendo que esto es un grave error teórico, puesto que la democracia antigua no tiene nada que ver con la democracia moderna. Como bien dice Giovanni Sartori, se concluye por tal razón lo siguiente: «De ahí que las democracias antiguas no puedan enseñarnos nada sobre la construcción de un Estado democrático y sobre la forma de dirigir un sistema democrático que comprende no una pequeña ciudad, sino una gran extensión de territorio habitado por una enorme colectividad.»{1}Benjamín Constant distinguió ya en 1819 entre los antiguos y los modernos en lo que al tema de las libertades públicas se refiere. Lo mismo podría predicarse con respecto a la concepción de la democracia.
En lo que sigue, vamos a intentar precisar la diferencia existente entre la democracia antigua y la moderna. Igualmente vamos a plantear las críticas respectivas que se han formulado a los dos sistemas políticos distintos ya citados. Estas críticas surgieron ya desde el comienzo de la existencia de la democracia antigua y de la moderna y han acompañado a su despliegue histórico. «Crítica», (de κρίνειν: «juzgar», «discernir») no quiere decir demolición, ni destrucción sino, delimitación, discernimiento, determinación, definición. Así pues, la crítica a la democracia primariamente sirve para definir qué es la democracia e inquirir acerca de su esencia.
2. La democracia antigua
La democracia antigua descansaba sobre la idea de la identidad entre ciudadano y miembro activo del Estado, en la isonomía, en la isegoría, en la isocratía. El procedimiento para nombrar los cargos políticos era el sorteo. La elección, en la que siempre se tienen en cuenta las cualidades personales del candidato, era considerada como algo esencialmente aristocrático.El rechazo de la elección como institución aristocrática iba unido estrechamente a la ausencia del concepto de representación política. La democracia antigua es la democracia absoluta, directa, inmediata en la que la comunidad de los ciudadanos ejerce por sí misma el poder político. El ejercicio de las funciones políticas es un deber ciudadano para con el Estado, con la polis. Cada uno estaba obligado a ejercitar la soberanía de la polis a través de la participación política en los asuntos públicos. Ser ciudadano es una función. El que se abstenía de la política era precisamente el idiota, el que iba a lo suyo, a lo particular. En este tipo de democracia, todo es política. El Estado lo abarcaba todo. No existía la diferencia entre lo público y lo privado. En la democracia antigua se produce la identidad entre el poder político y la comunidad política expresada en la asamblea de ciudadanos. Aristóteles decía cuatro cosas de la democracia: 1. Es el gobierno de los muchos, de los pobres por tanto. 2. Es el régimen político en el que alternativamente se es gobernante y gobernado. 3 Régimen político en el que predomina el sorteo sobre la elección para nombrar los cargos públicos y 4. El régimen político en el que cada uno puede vivir como quiera.
En la democracia antigua no existen los derechos subjetivos del individuo o de la persona. No existen los derechos humanos inalienables que el Estado debe reconocer y proteger. El ciudadano estaba al servicio de la polis. El ciudadano se realizaba en su plenitud en la participación política en las instituciones de la polis. El ciudadano debe obedecer a la polis, someterse por completo a su autoridad. Sin la polis, el ciudadano no es nada. La democracia antigua presuponía un concepto de la libertad bien diferente al moderno y contemporáneo. Libertad es obedecer a la ley y no a ningún hombre. Esta democracia es una democracia esclavista porque la sociedad antigua descansaba sobre la explotación del trabajo no libre, esclavo. La libertad consiste además en no ser esclavo. Libertad es no ser esclavo y obedecer a las leyes.
3. La crítica de la democracia antigua
El pseudo-Jenofonte inicia la serie de críticas a la democracia antigua mostrando su coherencia interna y su no modificabilidad profunda sin destruir de arriba abajo la democracia. Isócrates por su parte propone devolver la influencia política a los mejores, a quienes lo merecen y moderar por tanto la igualdad aritmética con una igualdad geométrica o selectiva que da a cada cual lo que se le debe. Se trata de restaurar el Areópago y sustituir el sorteo por la elección. Propone una democracia elitista. Algo bastante parecido a lo que muchos liberales postularán en el siglo XX.Jenofonte sostiene que la democracia lleva a la división, la indisciplina y la incompetencia (Memorabilia, libro III).
Antístenes, discípulo de Sócrates y maestro de Diógenes, despreciaba la democracia y a los demagogos. La democracia es el gobierno de la ignorancia y de la incompetencia y no porque una decisión política sea democrática, tiene que ser racional. Democracia y verdad no tienen por qué coincidir necesariamente. Democracia y virtud no suelen coincidir habitualmente.
La democracia es el dominio de los sofistas. Afirma Platón acerca de los sofistas o demagogos, «Que cada uno de los particulares asalariados a los que esos llaman sofistas…no enseña otra cosa sino los mismos principios que el vulgo expresa en sus reuniones, y esto es a lo que llaman ciencia. Es lo mismo que si el guardián de una criatura grande y poderosa se aprendiera bien sus instintos y humores y supiera por dónde hay que acercársele y por dónde tocarlo y cuándo está más fiero o más manso, y por qué causas y en qué ocasiones suele emitir tal o cual voz y cuáles son, en cambio, las que le apaciguan o irritan cuando las oye a otro; y, una vez enterado de todo ello por la experiencia de una larga familiaridad, considerase esto como una ciencia, y, habiendo compuesto una especie de sistema, se dedicara a la enseñanza ignorando qué hay realmente en esas tendencias y apetitos de hermoso o de feo, de bueno o de malo, de justo o de injusto, y emplease todos estos términos con arreglo al criterio de la gran bestia, llamando bueno a aquello con que ella goza, y malo lo que a ella molesta.»{2}
Platón ejercita una fuerte crítica a la democracia. La crítica platónica a la democracia se funda en los siguientes argumentos:
— la masa popular (hoi polloi) es asimilable por naturaleza a un animal esclavo de sus pasiones y sus intereses pasajeros, sensible a la adulación, sin constancia en sus amores odios; confiarle el poder es aceptar la tiranía de un ser incapaz de la menor reflexión y rigor.
— cuando la masa designa a sus magistrados, lo hace en función de unas competencias que cree haber observado –cualidades oratorias en particular– e infiere de ello la capacidad política;
— en cuanto a las pretendidas discusiones en la Asamblea, no son más que disputas que oponen opiniones subjetivas, inconsistentes, cuyas contradicciones y lagunas traducen su insuficiencia.
En resumen, la democracia es ingobernable. El desorden democrático conduce a la tiranía y fomenta la inmoralidad de cada uno. La refutación platónica de la democracia insiste en la necesidad de asociar el saber con el poder. Las decisiones políticas deben ser inteligentes, acertadas. Sin embargo, el vulgo no tiene capacidad política, saber político adecuado. El argumento afirma que como el vulgo no tiene capacidad política, se equivocará inevitablemente al gobernar. Sin embargo, también el tirano o el rey o los oligarcas pueden equivocarse igualmente.La democracia es considerada por Platón como un régimen político degenerado. El sistema político democrático es, a decir de Platón, el sistema de la libertad. En este sistema político todo el mundo es libre de hacer lo que quiera. «¿No serán, ante todo, hombres libres, y no se llenará la ciudad de libertad y de franqueza, y no habrá licencia para hacer lo que a cada uno se le antoje?»{3} Cada cual entonces será libre de organizar su vida de la manera que estime conveniente. Habrá distintos tipos de hombres y de modos de vida. El pluralismo es la consecuencia más visible de la democracia. «Por tanto, este régimen será, creo yo, aquel en que de más clases distintas sean los hombres»{4} Es posible, dice Platón que la democracia, por su pluralismo político, por su abundancia y variedad de colores y tendencias sea el régimen político más bello. La democracia es el régimen político de la libre oferta y de la libre demanda entonces de regímenes e ideologías. Platón ha vislumbrado ya en su época y desde su perspectiva filosófica la conexión entre mercado pletórico de bienes ideológicos, la pluralidad y la democracia. La democracia es un régimen que se puede convertir en cualquiera de los demás regímenes políticos. «Por que gracias a la licencia reinante, reúne en sí toda clase de constituciones, y al que quiera organizar una ciudad, como ahora mismo hacíamos nosotros, es probable que le sea imprescindible dirigirse a un Estado regido democráticamente para elegir en él, como si hubiese llegado a un bazar de sistemas políticos, el género de vida que más le agrade y, una vez elegido, vivir conforme a él.» La democracia es el gobierno de la doxa. Es el régimen de la nivelación de todos aunque no sean iguales. Todas las opiniones valen igual en la democracia, esto es, nada.
El análisis del hombre demócrata realizado por Platón, bien podría aplicarse al hombre progresista de nuestros días o al hombre afectado de síndrome de democracia fundamentalista, SDF. En el hombre democrático la insolencia es la buena educación, la indisciplina es libertad, el desenfreno es grandeza de ánimo y el impudor hombría. Todos los deseos son iguales y tienen los mismos derechos, al igual que en nuestra época, todas las perversiones sexuales son consideradas como algo de buen tono y todas ellas por igual. El hombre democrático, como el progresista de nuestros días nutre democráticamente y por igual a todos sus deseos. Concede el mando por azar a todos los apetitos.
La democracia, por su libertad, desemboca en el desorden, en la indisciplina, en el caos. El hijo se iguala al padre y el padre teme a sus hijos. La igualdad de los desiguales conduce a la anarquía social. El espíritu antiautoritario, igualitario progresista lleva a la esclavitud. El exceso de libertad conduce a la tiranía. La democracia tiene en su seno las semillas de su desintegración. En la democracia Platón distingue tres clases sociales: 1. La clase política. Son los menos dotados, viven de la política, los más tontos. Practican la demagogia sistemáticamente. 2. Los ricos. 3. Los pobres. Los demagogos crean redes de clientelismo político con las subvenciones dinerarias a los pobres. Esto obliga a aumentar la presión fiscal contra los ricos. Esto da lugar a los disturbios políticos y finalmente se impone la tiranía.
Posteriormente, Platón adopta una actitud más positiva con la democracia. Llega a afirmar en «El Político» Platón que la democracia es incapaz de hacer grandes cosas, tanto en lo bueno como en lo malo. Cuando todo va bien según la ley, la democracia es lo peor. Cuando todo va mal, la democracia es lo mejor.
Aristóteles caracteriza a la democracia como el gobierno de los pobres pero libres. Podemos decir que Aristóteles no rechaza por principio la democracia, salvo en sus formas populistas y demagógicas. Además caracteriza a la democracia por el sorteo y porque en la democracia cada cual vive como quiere.
En general, podemos decir que los pensadores políticos antiguos no eran muy partidarios de la democracia, antes bien, al contrario, la criticaban duramente y la rechazaban por la poca preparación y capacidad política del demos.
4. La democracia moderna
La democracia moderna aparece con las revoluciones liberales o burguesas, que tienen lugar entre 1750 y 1850. La democracia moderna es una democracia indirecta o representativa. En la democracia moderna existe una diferencia entre gobernantes y gobernados. En la democracia moderna el sistema de nombramiento de los cargos políticos es la elección, no el sorteo. Esto introduce un elemento aristocrático, oligárquico, del que carecía la democracia antigua. De ahí el error consistente en denominar con la misma palabra a regímenes políticos tan diferentes. En la democracia moderna lo más importante no es el gobierno del pueblo, sino el sistema de limitación y de control del poder. La democracia liberal o burguesa o capitalista o moderna está basada en el mercado pletórico de bienes, en la propiedad privada, en el trabajo asalariado y en el individualismo liberal. Por lo demás, las democracias liberales insisten en los derechos y libertades individuales. Hoy día hablar de democracia es hablar de derechos y libertades públicas y civiles. La democracia contemporánea insiste en la diferencia infranqueable entre Estado y sociedad civil, entre la vida pública y la vida privada. Como dicen los marxistas, las democracias burguesas difieren en dos aspectos importantes de las otras democracias de clase, de las democracias de las sociedades esclavistas. En primer lugar, en las sociedades esclavistas estaban excluidos legalmente los esclavos del pueblo gobernante. Las democracias antiguas eran así instrumentos de un dominio de clase inequívoco. Empero, en las democracias capitalistas, la inclusión legal de los proletarios en el pueblo gobernante imprime en apariencia a estos gobiernos el sello de representantes de los miembros de todas las clases. En segundo lugar, el pueblo gobernante participaba directamente en las democracias de las sociedades esclavistas, en las funciones legislativas, judiciales y ejecutivas. Pero, en las democracias capitalistas, el pueblo ni hace las leyes, ni las interpreta, ni las hace cumplir. Vota, y se supone que a través de su voto ejerce un control completo, si bien indirecto, sobre la legislación. La interpretación y el cumplimiento de las leyes, por el otro lado, se encuentran efectivamente monopolizados por burocracias. Cuando se dice que el pueblo gobierna en las democracias de las sociedades esclavista y capitalista, tanto «pueblo» como «gobierna» están utilizados en forma ambigua. En las democracias de las sociedades esclavistas, «gobierna» significa todo el gobierno, pero «pueblo» sólo una parte del pueblo. En las democracias de las sociedades capitalistas, «pueblo» significa todo el pueblo, pero «gobierna» sólo una parte del gobierno.
5. Crítica de la democracia moderna
Los marxistas fueron los primeros en formular severas y agudas críticas contra la democracia representativa o democracia burguesa. La libertad y la igualdad formales de las elecciones democráticas burguesas ocultan y disimulan la esclavitud y la opresión materiales del capitalismo. Así entonces la república democrática es la caparazón política óptima para el capitalismo, porque la relación entre la administración burocrática y el sufragio universal es la contrapartida política óptima de la relación entre la explotación capitalista y el intercambio de mercancías.Según Marx, las elecciones democráticas deciden cada tres o seis años qué miembro de la clase dominante va a representar al pueblo en el Parlamento. Para Lenin, la democracia burguesa es siempre una democracia para la minoría, sólo para las clases poseedoras, sólo para los ricos.
Marx y Engels denominan cretinismo parlamentario a la ilusión de que en las situaciones revolucionarias las decisiones de los funcionarios electos son automáticamente ejecutadas.
La democracia es la forma estatal más adecuada para el dominio de la clase capitalista. Dice Lenin: «La república democrática es la mejor envoltura política de que puede revestirse el capitalismo; y, por lo tanto, el capital, al dominar…esta envoltura, que es la mejor de todas, cimenta su poder de un modo tan seguro, tan firme, que no lo conmueve ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de partidos, dentro de la república democrática burguesa»{5} Engels dice que es la forma lógica del dominio burgués.
El parlamento elegido por sufragio universal es un invento de la sociedad capitalista. Sin embargo, el carácter de clase del Estado burgués exige que el poder efectivo y real no resida incondicionalmente en órganos electos; el ejército, la policía, la burocracia, son cuerpos constituido de modo no democrático y protegidos adecuadamente para que el control parlamentario sobre ellos nunca pueda ser total; por lo demás, aun suponiendo que las elecciones sean formalmente libres, nunca podrán serlo realmente de un modo completo en una sociedad en la que para todo impera un poder tan multiforme y escurridizo como el del dinero.
Las teorías de la democracia elitista critican la teoría clásica de la democracia. Resulta ser algo ficticia la representación de que el pueblo tenga la soberanía, el poder político. En el fondo, en la democracia quienes gobiernan son las élites políticas, que son las que compiten por el voto del pueblo en una lucha competitiva electoral. Según Max Weber, con el sufragio universal y la formación de partidos políticos de masas, la democracia se convierte en el Estado de partidos. Por eso, el parlamento pierde paulatinamente influencia como centro de debate y deliberación política. Los partidos políticos dirigen a los diputados eliminando el mandato representativo y sustituyéndolo por el mandato imperativo merced a la disciplina de voto del partido. Los partidos políticos son el centro de la vida política. El partido político organiza la representación. Las cuestiones políticas no interesan a las masas, quienes eligen entre diversas élites políticas que se enfrentan entre sí por el liderazgo político. Los partidos políticos se convierten en medios para competir y ganar las elecciones. Los partidos refuerzan el fenómeno del liderazgo político. Las masas son apáticas políticamente y son emocionalmente manejables. Los electores son incapaces de discriminar entre políticas distintas. Sólo saben discriminar y elegir entre líderes políticos. La democracia funciona como el mercado. Es un mecanismo institucional que sirve para eliminar a los más débiles y para establecer a los más competentes en la lucha competitiva por los votos y por el poder. Así pues, para Max Weber la democracia representativa es una democracia de liderazgo plebiscitario.
Schumpeter explica el funcionamiento de la democracia desde la perspectiva de la economía política y entiende por lo tanto la democracia como democracia de mercado. Los votantes son consumidores políticos que representan la demanda del mercado político y los políticos y las élites políticas representan la oferta. La democracia es el gobierno de las élites políticas. Esto es lo que afirma en «Capitalismo, socialismo y democracia». La democracia no es entonces el gobierno del pueblo. Ni hay voluntad del pueblo ni poder de pueblo ni voluntad general. Por ello, «la democracia no significa ni puede significar que el pueblo gobierna efectivamente, en ninguno de los sentidos evidentes de las expresiones «pueblo» y «gobernar». La democracia significa tan sólo que el pueblo tiene la oportunidad de aceptar o rechazar los hombres que han de gobernarle. Pero como el pueblo puede decidir esto también por medios no democráticos en absoluto, hemos tenido que estrechar nuestra definición añadiendo otro criterio identificador del método democrático, a saber: la libre competencia entre los pretendientes al caudillaje por el voto del electorado. Ahora puede expresarse un aspecto de este criterio diciendo que la democracia es el gobierno del político.»{6} El poder popular se reduce a ser un poder electoral. La titularidad del poder político le pertenece al demos, mientras que el ejercicio del poder es confiado a los representantes elegidos por el pueblo.
Como decía Napoleón, el poder viene de arriba y la confianza viene de abajo.
Los partidos políticos son vendedores de mercancías políticas y los electores son los compradores de esas mercancías políticas. Las élites políticas deciden las cuestiones políticas en nombre del pueblo y para el pueblo. Los electores son apáticos y no tienen un conocimiento político preciso ni riguroso. El pueblo es sensible a la propaganda. Los electores son propensos a impulsos emocionales intensos incapaces intelectualmente de hacer nada decisivo por su cuenta y sensibles a las fuerzas externas. La voluntad del pueblo, la voluntad general son ficciones.
La vida política democrática es la lucha competitiva entre los partidos por los votos de los electores. El comportamiento de los políticos es análogo a las actividades de los capitalistas que compiten por captar a los clientes. Las técnicas de publicidad electoral son idénticas a las técnicas de publicidad comercial.
El partido político es una máquina electoral que busca la conquista del poder político. Las técnicas de propaganda son para persuadir al electorado de las bondades del político. Las ideologías de los partidos políticos no importan ya. Lo que importa es la capacidad de los partidos para promocionar y sostener un liderazgo político
La democracia es entendida por Schumpeter como un método político para generar decisiones políticas mediante el sufragio universal por medio del cual los electores eligen periódicamente entre diversos equipos de líderes políticos que le son ofertados en el mercado político. «La democracia es un método político, es decir, un cierto tipo de concierto institucional para llegar a las decisiones políticas –legislativas y administrativas–, y por ello no puede constituir un fin en sí misma, independientemente de las decisiones a que de lugar en condiciones históricas dadas.»{7} Por ello, la posición de Schumpeter no es precisamente una posición política fundamentalista democrática, así, «siendo la democracia un método político, no puede ser un fin en sí misma, ni más ni menos que cualquier otro método»{8} Las decisiones no democráticas pueden resultar en algún caso más aceptables para las personas en general que las decisiones democráticas. También Julien Freund dirá más tarde que también se puede hacer buena política en una dictadura.
Por su parte, Carl Schmitt distingue entre parlamentarismo y democracia. Según él, el parlamentarismo es el régimen político en el que el parlamento es la institución central en la que se gobierna mediante una deliberación racional libre y pública sobre el bien común. Ya decía Donoso Cortés que la burguesía era una clase esencialmente discutidora. El gobierno parlamentario es un gobierno de discusión de opiniones en libre competencia. No se rige el parlamentarismo por la verdad, sino por la discusión racional permanente que no ha de tener fin. Todo puede ser discutido o ser puesto en discusión en el parlamentarismo. Esto ha producido una seria erosión en el Estado debido al gran poder de las facciones políticas o partidos. Pues bien, según Carl Schmitt, el parlamentarismo ha devenido algo obsoleto y caduco. En el siglo XX los parlamentos ya no funcionan según la teoría del liberalismo clásico del siglo XIX como canales institucionales de la discusión racional, libre y abierta que debía caracterizar al régimen parlamentario. En lugar de esto, merced a la extensión del sufragio y a la aparición de los partidos políticos de masas, tiene lugar la suplantación del Parlamento por los partidos y por sus dirigentes. Los arreglos secretos a puerta cerrada entre los comités directivos de los partidos y fuera del Parlamento, lo convierten de cámara de discusión en cámara de manifestación de acuerdos adoptados previamente entre los partidos.
Por democracia entiende Schmitt en cambio, siguiendo en esto de cerca a Rousseau, la identidad entre gobernantes y gobernados. La dictadura es antiliberal, pero no necesariamente antidemocrática. La democracia, en sí misma, no tiene un contenido político definido. La democracia es un procedimiento, es una forma de organización. Tiene el valor de una mera forma. La democracia es algo instrumental para realizar determinadas políticas de las más variadas especies. Como bien dice Schmitt, una democracia puede ser militarista o pacifista, absolutista o liberal, centralista o descentralizada, progresista o reaccionaria y todo ello sin dejar de ser al mismo tiempo democracia.
Para los demócratas radicales, nosotros diríamos, fundamentalistas democráticos, la democracia tiene un valor absoluto en sí misma sin considerar los contenidos políticos que haya en ella. Para el demócrata radical la democracia siempre es válida independientemente de las consecuencias o efectos que de ella se deriven.
Finalmente, para concluir con la exposición de los principales autores críticos de la democracia moderna, debemos mencionar y destacar aquí en la España actual a la figura filosófica de Gustavo Bueno como filósofo político crítico de la democracia.
Es la crítica de Gustavo Bueno a la democracia una crítica filosófica muy profunda, prolija, extensa, compleja y exhaustiva, de tal modo, que resulta muy difícil de resumir y exponer aquí en este reducido espacio con el que contamos. Por ello, vamos a intentar ser sintéticos y sumarios al exponer en unos cuantos artículos el contenido principal de la crítica de Bueno a la democracia.
1º No hay una cosa tal como la soberanía popular ni tampoco hay algo así como la voluntad general. Ello es porque ni hay un pueblo como sujeto titular de la soberanía ni tampoco hay algo tal como la soberanía nacional. Hay que rechazar la ideología democrática que afirma la idea de autodeterminación de la sociedad política. El autogobierno o autodeterminación de la sociedad política es utópico por imposible. La sociedad no se autodirige. El poder político es asimétrico. Unos mandan y otros obedecen. Como diría Julien Freund, la política es el dominio del hombre por el hombre. Una parte de la sociedad política dirige a las otras partes restantes de la sociedad política
2º La crítica a la democracia es la crítica de la ideología democrática. La democracia contemporánea ha segregado una ideología legitimadora de sí misma a la que podemos denominar ideología democrática fundamentalista. Esta ideología envuelve a la democracia, de tal manera que funciona como una suerte de cinturón protector contra las refutaciones o falsaciones de la democracia y ello por una suerte de decisión metodológica adoptada por los ideólogos demócratas o por los profesores de ciencia política demócratas.
3º La democracia sólo es verdadera cuando brota del interior mismo de la sociedad política y deriva del mercado capitalista. Si no existe el mercado, no existe la democracia. La esencia de la democracia es la libertad entendida como libertad de elección entre los bienes de un mercado pletórico capitalista libre con propiedad privada.
4º El fundamentalismo democrático es básicamente lo que se entiende por teoría de la democracia. Tal teoría consta de tres elementos: A) La teoría de los tres poderes, B) La idea de la soberanía popular y C) la teoría del Estado de derecho.
En primer lugar la teoría de los tres poderes es una teoría metafísica y confusa y no es científica. La doctrina del Estado de derecho implica tanto una politización de la justicia como una judicialización de la política y la idea de la soberanía popular es un mito confusionario.
5º La democracia se caracteriza por las elecciones periódicas y recurrentes. Esta recurrencia es la que produce la eutaxia política democrática. En los Estados democráticos, hay elecciones. En los Estados no democráticos no hay elecciones.
6º El pueblo no manda ni gobierna ni controla nada. El pueblo carece de elementos de juicio suficientes y por tanto, de capacidad de controlar políticamente a nadie. El pueblo no puede autodeterminarse. Todas las instituciones políticas democráticas dependen del azar, de la estadística electoral.
7º Los resultados electorales no significan un criterio objetivo acerca de la gestión del Gobierno. El pueblo se puede equivocar. La idea de que el pueblo tiene razón, es una ficción útil para pensar la democracia desde la ideología democrática.
8º La democracia ateniense no era una democracia. La democracia sólo puede existir con el capitalismo, con el mercado libre. La esencia de la democracia es la libertad objetiva entendida como libertad de elección entre diversas alternativas políticas o entre diversas mercancías en el mercado.
9º El mercado, la televisión y la democracia son isomorfos entre sí. Es la democracia de audiencia la democracia actual, como dice Bernard Manin. El fundamento de la democracia está en la constitución de una sociedad capitalista en la que exista la libertad de elección de los múltiples individuos consumidores ante una multiplicidad de bienes ofrecidos en el mercado.
10º La democracia implica tolerancia y un relativismo axiológico.
11º La democracia está poblada de contradicciones. Una de las contradicciones de las democracias es la que existe a propósito de la pena de muerte. Hay una contradicción a este respecto entre los partidarios de la pena de muerte y los abolicionistas.
12º Además, en las democracias contemporáneas tiene lugar una progresiva ecualización entre la izquierda y la derecha. Se trata de la difuminación de los límites entre los partidos políticos conservadores y progresistas.
Estas críticas a la democracia representativa ayudan notablemente a tener un concepto más ajustado de la democracia realmente existente así como a combatir la plaga ideológica actual que denominamos fundamentalismo democrático.
Notas
{1} Giovanni Sartori, Teoría de la democracia, Alianza Editorial, Madrid 1997, pág. 345.
{2} Platón, República, VI, 493, Traducción española de José Manuel Pabón y Manuel Fernández Galiano.
{3} Platón, República, VIII, 557b.
{4} Platón, República, VIII, 557c.
{5} Lenin, El Estado y la revolución, cap. I, sec. 3.
{6} Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia, Ediciones Folio, Barcelona 1996, pág. 362.
{7} Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia, Ediciones Folio, 1996. Barcelona, págs. 311-312. Esto indica a las claras que desde luego Schumpeter no es precisamente un fundamentalista democrático.
{8} Schumpeter, op. cit., pág. 312.
Sobre la filosofía universitaria
Sobre la filosofía universitaria
Decía Kant en La contienda de las facultades que: «Cualquier Universidad ha de contar, pues, con un Departamento semejante, es decir, con una Facultad de Filosofía. Con respecto a las tres Facultades superiores ésta sirve para controlarlas, prestándoles un gran servicio con ello, puesto que todo depende de la verdad (condición primera y esencial del saber en general); sin embargo, la utilidad que las Facultades superiores prometen al gobierno con tal motivo sólo tiene un valor de segundo orden.»{1} Esto significa que una universidad para ser universidad, para merecer tal nombre, debe contar con una Facultad de Filosofía.
En Sobre la filosofía universitaria{2}, una de las obras que componen Parerga und Paralipomena, la última obra grande de Schopenhauer, se ataca con ferocidad la filosofía universitaria.
Los filósofos universitarios viven de la filosofía, no para la filosofía. Tienen familia, mujer e hijos y deben ganar dinero para su familia. La filosofía es para ellos algo secundario, «pues su auténtico celo estriba en adquirir con honor unos honrados ingresos para ellos mismos, incluso para la mujer y los niños, y disfrutar asimismo de cierta consideración ante la gente» (pág. 49). El profesor universitario de filosofía se convierte en un hombre asalariado. Los profesores universitarios se convierten pues en «negociantes de cátedras, contratados por fines políticos, que han de vivir con la mujer y los niños de la filosofía, y cuyo lema es por tanto: «primum vivere, deinde philosophare» (pág. 57). Se trata de la vieja lucha entre los que viven para un asunto y los que viven de un asunto.
Además, si el profesor de filosofía es funcionario del Estado, tendrá que servir al Estado. En fin, no podrán enseñar doctrinas contrarias al Estado ni a la religión nacional. Por ello, la devoción exigida a los funcionarios sustituirá a la erudición que tengan. Hay que buscar la verdad, no luchar por una plaza de profesor universitario.» He buscado la verdad y no una plaza de profesor: en ello radica la razón última entre yo y los denominados filósofos postkantianos. Con el tiempo, se reconocerá esto cada vez más» (pág. 50). Entonces en la universidad los profesores de filosofía no buscan la verdad, practican la sofística. No se hace verdadera filosofía.
Como bien dice Gustavo Bueno en 1999{3} y Schopenhauer subraya especialmente en Sobre la filosofía universitaria, hay que decir que «En primer lugar encontramos que, en todos los tiempos, muy pocos filósofos han sido profesores de filosofía y que relativamente menos profesores de filosofía han sido filósofos; por ello se podría decir que, así como los cuerpos idioeléctricos no son conductores de la electricidad, tampoco los filósofos son profesores de filosofía.»{4} Además, para la verdad según Schopenhauer es indispensable la atmósfera de la libertad. Para ser filósofo hay que tener una extraña naturaleza, una inclinación anormal al saber puro y desinteresado. Así, «la primera condición para las creaciones reales y auténticas en la filosofía, así como en la poesía y en las bellas artes, es una inclinación completamente anormal que presupone, contra la regla de la naturaleza humana y en el lugar de la aspiración subjetiva al provecho de la propia persona, una aspiración plenamente objetiva, dirigida a una creación extraña a la persona y, precisamente por ello, muy acertadamente denominada excéntrica, aspiración que ha veces ha sido ridiculizada también como algo quijotesco» (pág. 61). Según Schopenhauer trabajar por un salario es incompatible con la búsqueda de la verdad. La filosofía ha de ser buscada por sí misma y no por el provecho económico que de ella pueda sacarse. «Que la filosofía no es apropiada para ganarse el pan, ya lo puso de relieve Platón en sus descripciones de los sofistas, a las que contrapuso la de Sócrates; del modo más gracioso, con una comicidad insuperable, describió la actividad y el éxito de aquella gente al comienzo del Protágoras. El ganar dinero con la filosofía constituyó entre los antiguos la señal que distinguía a los sofistas de los filósofos. La relación de los sofistas con los filósofos resulta, por consiguiente, completamente análoga a la que se da entre las muchachas que se han entregado por amor y las rameras pagadas.» (págs. 63-64).
La filosofía universitaria está al servicio del Estado. Si se busca una filosofía objetiva, que sea una verdadera filosofía, ha de buscarla fuera de la universidad. «Incluso me inclino cada vez más a la opinión de que resultaría saludable para la filosofía si dejara de ser un oficio y nunca más apareciera en la vida civil representada por los profesores.» (pág. 67).
El filósofo universitario es un incapaz para la filosofía. Es penoso ver a alguien incapacitado para filosofar, intentar sin embargo filosofar. «Pues es penoso oír cantar a los roncos o ver danzar a los paralíticos, pero es insoportable escuchar a las mentes limitadas que filosofen.» (pág. 69).
La universidad se atribuye en cuestiones de filosofía la última palabra. «Estos señores, en vista de que ya viven de la filosofía, se tornan entonces tan atrevidos que se denominan filósofos y también se figuran por ello que les corresponde la última palabra y la decisión final en los asuntos de la filosofía: incluso se vuelven tan osados que al final convocan congresos de filósofos (una «contradictio in adjecto», pues los filósofos raramente están en el mundo en número dual y, casi nunca, en número plural) y acuden después en tropel para deliberar sobre el bien de la filosofía.» (págs. 93-94).
Schopenhauer no cree en la filosofía profesional, la filosofía como oficio, la filosofía universitaria. Por tanto, «mantengo como deseable que toda instrucción de ésta en la universidad se limite rigurosamente a las exposiciones de la lógica, en cuanto ciencia completa y cabalmente demostrable, y de una historia de la filosofía completamente sucinta, (succincte), impartida y cursada en un semestre, desde Tales hasta Kant, con lo que, a consecuencia de su brevedad y carácter sinóptico, permitiría el menor margen de libertad posible a las opiniones propias de los señores profesores y desempeñaría únicamente el papel de hilo conductor para los futuros estudios.» (pág. 109).
En la universidad, sobre todo, en la española, no se enseña siquiera filosofía metafísica. La filosofía universitaria es una muestra sobresaliente de gnosticismo filosófico, de la existencia de la filosofía con implantación gnóstica.
Es que la filosofía universitaria no se ocupa del presente desde el presente. Acaso por eso Gustavo Bueno no vería mal el cierre de las facultades de filosofía existentes en España, al igual que Manuel Sacristán (1925-1985) propugnó ya en 1968 una solución similar aunque por otras razones diferentes a las de Gustavo Bueno.
La filosofía debe mantenerse en el Bachillerato, no en la Universidad. La filosofía académica no debe confundirse con la filosofía universitaria. «La filosofía universitaria, que en modo alguno debe confundirse con la filosofía académica, tiende, por estructura, a ser una filosofía «de profesores para profesores». Y ello debido a que el público que acude a sus aulas es, en su inmensa mayoría, un público formado por futuros profesores que, aun cuando no vayan a dedicarse a la Universidad, sin embargo está formándose en un ambiente en el cual las exposiciones, los análisis, los debates, las publicaciones, se mantienen en el círculo de los profesores de filosofía que conviven con otros profesores de filosofía. Es obvio que esta situación es la que hace posible el cultivo, cada vez más refinado, de un saber de especialistas, que es, o tiene que ser, eminentemente doxográfico-filológico, precisamente para que el «ensimismamiento» pueda mantenerse y alimentarse con las realizaciones propias (que, de otro modo, desde luego, no se producirían).»{6} Como dice Bueno, «la estructura de la Universidad impide realmente la filosofía, precisamente porque no hay una doctrina».{7} Por ello es por lo que a Gustavo Bueno no le importaría que se cerraran las Facultades de Filosofía y que empezara una nueva era de la Historia de la Filosofía en la que los filósofos no fueran profesores universitarios de filosofía. ¿Quién formaría a los profesores de filosofía de instituto? Respuesta: Academias para formar opositores y la lectura del temario de oposición por parte de los opositores. Ahí están los libros y las obras de la filosofía clásica a disposición del público. Sí es viable la desaparición de la Facultad de Filosofía y la conservación de la filosofía en el bachillerato. También hay otras asignaturas en bachillerato que no tienen su correspondiente facultad y sin embargo existen y funcionan. Por lo demás, las discusiones filosóficas realmente importantes tienen lugar en las tertulias radiofónicas, televisivas o periodísticas en internet o en papel, esto es, al margen de las Facultades de Filosofía. Los verdaderos filósofos son los periodistas hoy en día.
En la Facultad de Filosofía no se enseña filosofía ni se filosofa, a decir tanto de Schopenhauer como de Gustavo Bueno. Según Schopenhauer porque es incompatible la funcionarización de la filosofía con la filosofía y según Bueno porque en la Universidad se hace filología o doxografía en vez de cultivar la filosofía. Puede haber funcionarios filósofos de bachillerato, pero no debiera haberlos de una Facultad de Filosofía.
Felipe Giménez Pérez
Arturo Schopenhauer y Gustavo Bueno sobre la filosofía universitaria
Η ατιμ ια φιλοσοφια δι α ταυτα προσπεπτωκεν, οτι ουκ κατ αξιαν αυτης απτονται ου γαρ νοθους εδει απτεσθαι, αλλα γνησιους
«El descrédito se ha abatido sobre la filosofía (…) porque no se la cultiva dignamente; pues no deben cultivarla los bastardos, sino los bien nacidos.» Platón, Republica, Libro VII.
«El descrédito se ha abatido sobre la filosofía (…) porque no se la cultiva dignamente; pues no deben cultivarla los bastardos, sino los bien nacidos.» Platón, Republica, Libro VII.
1. Arturo Schopenhauer
Parece que sintagmas tales como «Filosofía», «Filosofía académica» y «Filosofía universitaria» no son equivalentes y no coinciden ni en cuanto intensión ni en cuanto extensión. Schopenhauer fue el primer filósofo que se declaró ateo y el primero que analizó y crítico con lucidez el fenómeno de la filosofía universitaria. También Gustavo Bueno ha enjuiciado en los últimos quince años con dureza a la filosofía universitaria, sobre todo, a la filosofía universitaria española. Es interesante señalar que los dos únicos filósofos de los que yo tenga noticia, han filosofado negativamente acerca de la relación entre la filosofía y la universidad sean Schopenhauer y Gustavo Bueno.Decía Kant en La contienda de las facultades que: «Cualquier Universidad ha de contar, pues, con un Departamento semejante, es decir, con una Facultad de Filosofía. Con respecto a las tres Facultades superiores ésta sirve para controlarlas, prestándoles un gran servicio con ello, puesto que todo depende de la verdad (condición primera y esencial del saber en general); sin embargo, la utilidad que las Facultades superiores prometen al gobierno con tal motivo sólo tiene un valor de segundo orden.»{1} Esto significa que una universidad para ser universidad, para merecer tal nombre, debe contar con una Facultad de Filosofía.
En Sobre la filosofía universitaria{2}, una de las obras que componen Parerga und Paralipomena, la última obra grande de Schopenhauer, se ataca con ferocidad la filosofía universitaria.
Los filósofos universitarios viven de la filosofía, no para la filosofía. Tienen familia, mujer e hijos y deben ganar dinero para su familia. La filosofía es para ellos algo secundario, «pues su auténtico celo estriba en adquirir con honor unos honrados ingresos para ellos mismos, incluso para la mujer y los niños, y disfrutar asimismo de cierta consideración ante la gente» (pág. 49). El profesor universitario de filosofía se convierte en un hombre asalariado. Los profesores universitarios se convierten pues en «negociantes de cátedras, contratados por fines políticos, que han de vivir con la mujer y los niños de la filosofía, y cuyo lema es por tanto: «primum vivere, deinde philosophare» (pág. 57). Se trata de la vieja lucha entre los que viven para un asunto y los que viven de un asunto.
Además, si el profesor de filosofía es funcionario del Estado, tendrá que servir al Estado. En fin, no podrán enseñar doctrinas contrarias al Estado ni a la religión nacional. Por ello, la devoción exigida a los funcionarios sustituirá a la erudición que tengan. Hay que buscar la verdad, no luchar por una plaza de profesor universitario.» He buscado la verdad y no una plaza de profesor: en ello radica la razón última entre yo y los denominados filósofos postkantianos. Con el tiempo, se reconocerá esto cada vez más» (pág. 50). Entonces en la universidad los profesores de filosofía no buscan la verdad, practican la sofística. No se hace verdadera filosofía.
Como bien dice Gustavo Bueno en 1999{3} y Schopenhauer subraya especialmente en Sobre la filosofía universitaria, hay que decir que «En primer lugar encontramos que, en todos los tiempos, muy pocos filósofos han sido profesores de filosofía y que relativamente menos profesores de filosofía han sido filósofos; por ello se podría decir que, así como los cuerpos idioeléctricos no son conductores de la electricidad, tampoco los filósofos son profesores de filosofía.»{4} Además, para la verdad según Schopenhauer es indispensable la atmósfera de la libertad. Para ser filósofo hay que tener una extraña naturaleza, una inclinación anormal al saber puro y desinteresado. Así, «la primera condición para las creaciones reales y auténticas en la filosofía, así como en la poesía y en las bellas artes, es una inclinación completamente anormal que presupone, contra la regla de la naturaleza humana y en el lugar de la aspiración subjetiva al provecho de la propia persona, una aspiración plenamente objetiva, dirigida a una creación extraña a la persona y, precisamente por ello, muy acertadamente denominada excéntrica, aspiración que ha veces ha sido ridiculizada también como algo quijotesco» (pág. 61). Según Schopenhauer trabajar por un salario es incompatible con la búsqueda de la verdad. La filosofía ha de ser buscada por sí misma y no por el provecho económico que de ella pueda sacarse. «Que la filosofía no es apropiada para ganarse el pan, ya lo puso de relieve Platón en sus descripciones de los sofistas, a las que contrapuso la de Sócrates; del modo más gracioso, con una comicidad insuperable, describió la actividad y el éxito de aquella gente al comienzo del Protágoras. El ganar dinero con la filosofía constituyó entre los antiguos la señal que distinguía a los sofistas de los filósofos. La relación de los sofistas con los filósofos resulta, por consiguiente, completamente análoga a la que se da entre las muchachas que se han entregado por amor y las rameras pagadas.» (págs. 63-64).
La filosofía universitaria está al servicio del Estado. Si se busca una filosofía objetiva, que sea una verdadera filosofía, ha de buscarla fuera de la universidad. «Incluso me inclino cada vez más a la opinión de que resultaría saludable para la filosofía si dejara de ser un oficio y nunca más apareciera en la vida civil representada por los profesores.» (pág. 67).
El filósofo universitario es un incapaz para la filosofía. Es penoso ver a alguien incapacitado para filosofar, intentar sin embargo filosofar. «Pues es penoso oír cantar a los roncos o ver danzar a los paralíticos, pero es insoportable escuchar a las mentes limitadas que filosofen.» (pág. 69).
La universidad se atribuye en cuestiones de filosofía la última palabra. «Estos señores, en vista de que ya viven de la filosofía, se tornan entonces tan atrevidos que se denominan filósofos y también se figuran por ello que les corresponde la última palabra y la decisión final en los asuntos de la filosofía: incluso se vuelven tan osados que al final convocan congresos de filósofos (una «contradictio in adjecto», pues los filósofos raramente están en el mundo en número dual y, casi nunca, en número plural) y acuden después en tropel para deliberar sobre el bien de la filosofía.» (págs. 93-94).
Schopenhauer no cree en la filosofía profesional, la filosofía como oficio, la filosofía universitaria. Por tanto, «mantengo como deseable que toda instrucción de ésta en la universidad se limite rigurosamente a las exposiciones de la lógica, en cuanto ciencia completa y cabalmente demostrable, y de una historia de la filosofía completamente sucinta, (succincte), impartida y cursada en un semestre, desde Tales hasta Kant, con lo que, a consecuencia de su brevedad y carácter sinóptico, permitiría el menor margen de libertad posible a las opiniones propias de los señores profesores y desempeñaría únicamente el papel de hilo conductor para los futuros estudios.» (pág. 109).
2. Gustavo Bueno
La filosofía universitaria lo que hace según Gustavo Bueno no es otra cosa que realizar un análisis doxográfico o filológico-histórico de la filosofía clásica o contemporánea. En la universidad no se hace filosofía entendida como análisis del presente desde el presente. «Consideradas así las cosas podríamos concluir que las Universidades, y sus secciones de filosofía en particular, no son, por paradójico que esto resulte, los recintos en los cuales pueda decirse que vive la filosofía crítica del presente.»{5} En la universidad, sobre todo, en la española, no se enseña siquiera filosofía metafísica. La filosofía universitaria es una muestra sobresaliente de gnosticismo filosófico, de la existencia de la filosofía con implantación gnóstica.
Es que la filosofía universitaria no se ocupa del presente desde el presente. Acaso por eso Gustavo Bueno no vería mal el cierre de las facultades de filosofía existentes en España, al igual que Manuel Sacristán (1925-1985) propugnó ya en 1968 una solución similar aunque por otras razones diferentes a las de Gustavo Bueno.
La filosofía debe mantenerse en el Bachillerato, no en la Universidad. La filosofía académica no debe confundirse con la filosofía universitaria. «La filosofía universitaria, que en modo alguno debe confundirse con la filosofía académica, tiende, por estructura, a ser una filosofía «de profesores para profesores». Y ello debido a que el público que acude a sus aulas es, en su inmensa mayoría, un público formado por futuros profesores que, aun cuando no vayan a dedicarse a la Universidad, sin embargo está formándose en un ambiente en el cual las exposiciones, los análisis, los debates, las publicaciones, se mantienen en el círculo de los profesores de filosofía que conviven con otros profesores de filosofía. Es obvio que esta situación es la que hace posible el cultivo, cada vez más refinado, de un saber de especialistas, que es, o tiene que ser, eminentemente doxográfico-filológico, precisamente para que el «ensimismamiento» pueda mantenerse y alimentarse con las realizaciones propias (que, de otro modo, desde luego, no se producirían).»{6} Como dice Bueno, «la estructura de la Universidad impide realmente la filosofía, precisamente porque no hay una doctrina».{7} Por ello es por lo que a Gustavo Bueno no le importaría que se cerraran las Facultades de Filosofía y que empezara una nueva era de la Historia de la Filosofía en la que los filósofos no fueran profesores universitarios de filosofía. ¿Quién formaría a los profesores de filosofía de instituto? Respuesta: Academias para formar opositores y la lectura del temario de oposición por parte de los opositores. Ahí están los libros y las obras de la filosofía clásica a disposición del público. Sí es viable la desaparición de la Facultad de Filosofía y la conservación de la filosofía en el bachillerato. También hay otras asignaturas en bachillerato que no tienen su correspondiente facultad y sin embargo existen y funcionan. Por lo demás, las discusiones filosóficas realmente importantes tienen lugar en las tertulias radiofónicas, televisivas o periodísticas en internet o en papel, esto es, al margen de las Facultades de Filosofía. Los verdaderos filósofos son los periodistas hoy en día.
En la Facultad de Filosofía no se enseña filosofía ni se filosofa, a decir tanto de Schopenhauer como de Gustavo Bueno. Según Schopenhauer porque es incompatible la funcionarización de la filosofía con la filosofía y según Bueno porque en la Universidad se hace filología o doxografía en vez de cultivar la filosofía. Puede haber funcionarios filósofos de bachillerato, pero no debiera haberlos de una Facultad de Filosofía.
Notas
{1} Kant, La contienda de las facultades, Versión castellana de Roberto Rodríguez Aramayo, CSIC, Editorial Debate, Madrid 1992, págs. 10-11, Werke, VII, 28.
{2} Arthur Schopenhauer, Sobre la filosofía universitaria, Traducción, introducción y apéndices de Francisco Jesús Hernández y Dobón, Valencia 1989, 158 páginas.
{3} Gustavo Bueno & Juan Bautista Fuentes Ortega, «La filosofía hoy» [1999], El Catoblepas, 2:16, 2002.
{4} Arthur Schopenhauer, Sobre la filosofía universitaria, op. cit., pág. 60.
{5} Gustavo Bueno, ¿Qué es la filosofía?, Pentalfa, 2ª edición ampliada, Oviedo, 1995, pág. 63.
{6} Gustavo Bueno, El sentido de la vida, Pentalfa Ediciones, Oviedo 1996, pág 10.
{7} Gustavo Bueno, «La filosofía hoy» [1999], El Catoblepas, 2:16, 2002.
Antístenes y la democracia
Antístenes y la democracia
Intentaremos en el presente escrito establecer y determinar qué conexiones hay entre Antístenes y la democracia si es que las hay más allá de una mera coincidencia espacio-temporal. El cinismo, surgido directamente de Diógenes, alumno de Antístenes, fue una filosofía moral surgida como protesta contra la democracia en la que nació. El cinismo fue una escuela filosófica que desarrolló una viva crítica de la civilización esclavista. Antístenes, como Platón, es un filósofo crítico y escéptico con la democracia y con sus valores. De todos modos, como es muy poco lo que conocemos de Antístenes de fuentes de primera mano, tenemos que recurrir a hipótesis, juicios de valor y conjeturas sobre su posición política exacta y detallada y sobre todo, acerca de su posición política sobre la democracia.
Según el Diccionario soviético de Filosofía, lo más importante de Antístenes es la crítica de la civilización, el desprecio por los estamentos y diferencias de clase y la consiguiente unión con los elementos democráticos de la sociedad ateniense.
Igual que su maestro Sócrates, Antístenes se distancia de las instituciones políticas democráticas. Popper dice de él que Antístenes había sido el único sucesor válido de Sócrates, el último de la «gran generación». En su diálogo El Político critica a los demagogos, un típico resultado y efecto de la democracia. Sócrates, es bien sabido, era un adversario de la democracia. El círculo socrático no se caracterizaba precisamente por su democratismo. En ese círculo filosófico fue donde por primera vez en la historia se construyó una teoría filosófica crítica con el fundamentalismo democrático. Los discípulos de Sócrates eran aristócratas y oligarcas. No eran precisamente por ello demócratas. Algunos de ellos se tuvieron que exiliar de Atenas después de la caída del régimen de los Treinta Tiranos (-403) y otros fueron condenados a muerte por haber formado parte de los Treinta Tiranos. El propio Sócrates fue condenado a beber de la cicuta como resultado de la reacción democrática posterior (-399).
Para Antístenes las leyes establecidas, las convenciones sociales no son sino una atadura para el hombre. El sabio vivirá según la virtud. La antítesis nomos/physis está reflejada en el dicho de que el sabio actúa según las leyes de la virtud y no según las leyes establecidas. El sabio se sitúa así por encima del derecho positivo y tal vez llegado el caso, en contradicción abierta con él. El sabio es cosmopolita. Antístenes criticaba a la democracia, al igual que Sócrates, por la demagogia en la que había degenerado la democracia, por la irresponsabilidad de los políticos en una ciudad en la que no se podían distinguir los buenos de los malos. Sostenía Antístenes que las ciudades se pierden cuando no se pueden discernir los hombres viles de los hombres honestos. También criticaba la falta de capacidad política del demos, porque los cargos políticos no se eligen de acuerdo con el mérito real del individuo, sino de acuerdo a caprichos subjetivos del vulgo. Antístenes llevaba su ironía a extremos en los que ridiculizaba la demagogia de los demócratas y la idiotez de sus mayorías populares hasta extremos sólo comparables con las recientes leyes españolas que estimulan el «matrimonio» de homosexuales y lesbianas entre sí en nuestros días. Aconsejaba a este respecto Antístenes a los atenienses que hiciesen un decreto según el cual los asnos eran declarados caballos y teniendo ellos por irracional tal propuesta, Antístenes replicó que «Pues entre vosotros también se crean generales del ejército que nada han estudiado, y sólo tienen en su favor el nombramiento». Cuando se le echaba en cara a Antístenes su madre tracia decía que también la madre de los dioses era una frigia; y si los atenienses se gloriaban de haber brotado de su tierra, Antístenes replicaba afirmando que los atenienses entonces compartían este dudoso honor con los caracoles y las langostas. Por lo demás, Antístenes no era precisamente un pensador político igualitarista. Esto se ve en su referencia en un escrito suyo a lo que los leones respondieron a las liebres que en sus discursos políticos reclamaban la igualdad de derechos para todos. A pesar del distanciamiento entre Antístenes y el Estado, sin embargo, no por ello renunciaba Antístenes a cumplir sus deberes cívicos. Decía que había que acercarse a la política como al fuego, no demasiado para no quemarse ni apartarse mucho para no helarse. Precisamente, la falta de necesidades, el ideal del sabio cínico es un resultado del desprecio por parte de Antístenes de la polis, del Estado en particular, cuya vida crítica son ellos. El individualismo de Antístenes lo sitúa fuera de la polis. La teoría política de Antístenes seguramente la expusieron los filósofos estoicos a partir de Zenón. Nunca olvidemos que fue el filósofo cínico Crates el maestro filosófico de Zenón, fundador de la Escuela de la Estoa. La actitud y las ideas ético-políticas de Antístenes son el origen del cosmopolitismo cínico plenamente desarrollado y abiertamente formulado ya a partir de Diógenes.
Otro rasgo antidemocrático o de crítica a la democracia establecida que percibimos en Antístenes es su desprecio de la opinión de la mayoría, de lo que llamaríamos hoy, la opinión pública como criterio estético, ético y político. La adoxía, la impopularidad es un bien y vale la pena esforzarse en conseguirla. Así pues, la opinión de la mayoría no es una norma ni un criterio que merezca respeto alguno. Hay que evitar las opiniones del vulgo. Hay así un divorcio evidente entre las opiniones del vulgo y la doctrina del sabio, entre la moral del vulgo y la ética del sabio. La multitud no puede ser filósofa. Cuando a Antístenes le elogiaban muchos atenienses, entonces preguntó: «¿Pues qué he hecho yo de mal?». El apoliticismo de Antístenes es una reacción contra el despotismo democrático de la polis. Es un distanciamiento de los asuntos públicos. Antístenes se permitió todos los sarcasmos sobre la ciudadanía de un lugar determinado y sobre la democracia.
En primer lugar, «Democracia» viene etimológicamente del término griego «demokratía». Esta palabra compuesta se puede dividir en demos, pueblo, y kratía, poder, gobierno. Entonces, según esto, bien podríamos pensar que la democracia es el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, como dijo Lincoln. Sin embargo, nada más alejado de la realidad que semejante representación. La democracia no es ni ha podido ser nunca el gobierno del pueblo porque la esencia de la sociedad política es su incapacidad para el autogobierno por la necesaria asimetría existente en toda sociedad política entre gobernantes y gobernados. Por ello, podemos decir que la democracia es un procedimiento técnico de generaci&oacu= te;n de la clase política de una sociedad política dada mediante el sufragio universal y la regla de la mayoría.
La democracia bajo la que vivió Antístenes es una democracia que tiene muy poco que ver con la democracia moderna capitalista de libre mercado pletórico de bienes en la que el trabajo es libre y asalariado y bajo la que vivimos nosotros. En el caso de la democracia antigua se trataba de una democracia esclavista. Era una democracia directa en la que los ciudadanos se representaban a sí mismos. La soberanía residía por partes iguales en el conjunto del cuerpo cívico y cada cual estaba obligado a ejercitar esa soberanía a través de la participación política en los asuntos públicos. Ser ciudadano conllevaba un conjunto de deberes y de obligaciones para con la polis, el Estado. Quien se abstenía de la política era el idiota, el que iba a lo suyo, a lo particular. Los ciudadanos no comprendían sin embargo al total de la población. Las mujeres, los niños, los esclavos y los metecos y extranjeros no podían participar políticamente. En esta democracia, el Estado o polis lo abarcaba todo. No existía la distinción entre Estado y sociedad civil. Había isonomía, igualdad ante la ley, isocratía, igualdad de poder e isegoría, igualdad en el derecho de tomar la palabra. Por su parte, Aristóteles consideraba importante para caracterizar la democracia la alternancia en el mando, el predominio del sorteo sobre la elección para nombrar los cargos públicos y el que cada uno puede vivir como quiera. En esta democracia esclavista directa y participativa no existen los derechos subjetivos individuales inalienables ni el Estado debe garantizar derecho subjetivo alguno. El ciudadano está al servicio del Estado. En la democracia esclavista antigua, lo político lo invade todo. Sin embargo, podemos decir con Aristóteles, que como la democracia es el régimen en el que cada uno puede vivir como quiera, Antístenes sería un resultado necesario de tal democracia, en cuanto que al ser un mercado pletórico de bienes o de valores o formas de vida, o como bien dice Platón, un bazar de sistemas políticos, lógicamente una de tales alternativas en cuanto a forma de vida que pueden ser elegidas es el vivir cínico o el vivir como Antístenes. Antístenes pues, sería un resultado o consecuencia de la democracia ateniense.
En cambio, nuestra democracia es una democracia indirecta, representativa, es liberal. En nuestra democracia conviven el principio liberal individualista garantista de las libertades y derechos subjetivos individuales y el principio democrático de las decisiones populares y mayoritarias, de los intereses sociales y del pueblo. Nuestra democracia se funda sobre la propiedad privada, en el trabajo asalariado y en el individualismo liberal. La igualdad democrática es una igualdad legal y como mucho una igualdad de oportunidades consistente en comenzar la competición en condiciones iguales y acabar siendo desiguales. La democracia moderna, capitalista, de mercado pletórico de bienes en la que se da el isomorfismo entre proceso electoral, mercado pletórico de bienes y televisión es una democracia que insiste en la diferencia infranqueable entre Estado y sociedad civil, entre la vida pública y la vida privada. El resultado es la despolitización de los ciudadanos y su conversión en consumidores satisfechos en un mercado pletórico de bienes. También el cinismo de Antístenes podría tener lugar en nuestra democracia capitalista. La actitud cínica tiene mucho predicamento aún hoy como crítica de la civilización y de la cultura y sobre todo en nuestras democracias satisfechas, aburridas y decadentes.
El fundamento de la sociedad democrática moderna es la sociedad de mercado capitalista de consumidores satisfechos. Es el mercado de bienes el que configura la sociedad democrática. El mercado configura a los individuos como sujetos consumidores y como sujetos electores de sus amigos y enemigos y aliados. La sociedad capitalista de mercado pletórico de bienes es el requisito sine qua non para que haya democracia. Cada elector es un consumidor responsable, esto es, un individuo personal ciudadano sujeto de derechos y de deberes capaz de elegir entre las varias ofertas que se le hacen como consumidor que es en el mercado capitalista. En este mercado la demanda determina la oferta y por lo tanto, la producción. Ya el propio Platón afirmó que en el régimen democrático circulaba más abundantemente la riqueza al fomentarla.
La sociedad democrática es la sociedad en la que se conforman los sujetos electores entre bienes diversos. El ciudadano es un sujeto consumidor. La sociedad democrática se funda en una sociedad gobernada económicamente por la economía de mercado.
Un mercado pletórico de bienes implica una multiplicidad indefinida de bienes fabricados (o, al menos, tratados industrialmente: agua, paisaje, fuerza de trabajo) y clasificados en especies, géneros, órdenes, clases diferentes, cada uno de los cuales ha de estar representado por unidades numéricas distributivas de carácter indefinido.
Como ya decían en 1942 Schumpeter y posteriormente, a finales del siglo XX y comienzos del XXI, Gustavo Bueno, el ciudadano que políticamente elige diputados, representantes en el Parlamento entre varias alternativas y opciones políticas es el mismo elector de bienes de consumo en el mercado. La sociedad democrática es el fruto maduro de la evolución de la sociedad capitalista. Este resultado es necesario. La esencia de la democracia es la libertad y esta libertad no es otra que la libertad de elegir entre diversas alternativas, tanto en el mercado de bienes como en el mercado político electoral. Schumpeter y Gustavo Bueno entienden la democracia como democracia de mercado. La llamada política democrática no es más que el juego de la libre competencia en un merado político hecho a imagen y semejanza al mercado de bienes económicos. El modelo de democracia elitista de Schumpeter y luego, posteriormente, el realista materialista de Gustavo Bueno nos sirven para entender en qué consiste la democracia realmente existente fuera de todo idealismo utópico o de toda ficción constitucional. Es este modelo de democracia que establece una conexión necesaria entre democracia y mercado y televisión el modelo realista y elitista de la democracia. La democracia actual es un sistema oligárquico de partidos. Esto se ve por ejemplo, en el método para cubrir los cargos públicos en la democracia capitalista, que no es otro que el de la elección, que sustituye al sorteo, método éste eminentemente democrático y utilizado en la democracia antigua. Así, la democracia moderna es más oligárquica y aristocrática que la democracia antigua. En realidad, los partidos políticos funcionan como empresas privadas: sus principios son sus marcas de competencia y los programas electorales son en realidad campañas de propaganda que cumplen la misma función en la competencia política que las campañas de promoción en el mercado de bienes económicos. De ahí se deriva la necesidad de contar con profesionales y especialistas bien preparados y agentes electorales eficaces e influyentes. En la política democrática, igual que en la economía de mercado pletórico de bienes no hay más fuente de legitimación que el éxito.
El fundamento de la democracia está en la constitución de una sociedad en la que sea posible la libertad de elección de los múltiples individuos consumidores ante una multiplicidad de bienes ofrecidos en el mercado pletórico.
Los representantes de la Nación en la sociedad capitalista de mercado se comportan como bienes susceptibles de ser elegidos por el cuerpo electoral y esto sólo es posible si hay pluralismo político. Las campañas electorales de los políticos son hechas por los mismos expertos en publicidad comercial. La publicidad comercial y la publicidad política son iguales en los procedimientos y en las técnicas.
Entonces, la estructura de la sociedad democrática es isomorfa con la estructura de la sociedad de mercado libre. La génesis de la democracia política puede entenderse históricamente como resultado de la extensión, hasta cierto punto metafórica, de la estructura de la sociedad de mercado libre de bienes a la propia sociedad política. La sociedad de mercado libre y la democracia política se realimentan, puesto que ambas dependen de los mismos principios.
El mercado implica libertad de elección, pero además configura a los individuos como electores. Es el mercado de consumo el que hace posible que existan los individuos capaces de votar democráticamente. La televisión, el mercado y la democracia son isomorfos, tienen la misma estructura.
La televisión conforma a los sujetos capaces de elegir bienes y alternativas políticas. La televisión configura a los sujetos electores. A partir de la televisión se configura la sociedad democrática. La soberanía del ciudadano-elector es lo mismo que la soberanía del ciudadano-consumidor de bienes y lo mismo que la soberanía del ciudadano-televidente.
Por lo demás, la libertad es el fundamento del régimen democrático. Esta libertad, como se ha dicho antes, es la libertad de elección entre diversas alternativas, como la libertad que tiene el consumidor en el mercado pletórico de bienes de elegir entre distintos productos de consumo. La democracia por eso tiende al relativismo y a la tolerancia de todos los valores morales, éticos y políticos posibles porque un bien o un candidato o una ideología valen siempre que sean preferidos. No es que se prefieren las cosas o las políticas porque sean buenas o convenientes, sino que son buenas o convenientes por el mero hecho de ser preferidas. En el fondo, en la democracia, todo vale.
Si es así la democracia, cabe entonces hacer uso de ella de manera funcional y pragmática de la mejor manera posible para garantizar o alcanzar la eutaxia política de la sociedad política. Se trata de sacar provecho de la democracia, saber usar de ella para obtener unos buenos resultados políticos, hacer buena política con ella. Cabe de esta manera un cierto funcionalismo democrático práctico, pragmático, consistente en aprovechar o utilizar las reglas del juego electoral democrático para conseguir resultados lo más óptimos posibles para conseguir la paz pública y ello sin creerse demasiado las ficciones constitucionales ni las de la teoría política democrática. Se trataría de considerar los mitos de la democracia o sus ficciones, como ficciones útiles que sirven para salvar las apariencias, los fenómenos. El problema con el que tropezamos es que ha surgido una ideología democrática que exalta a la democracia más allá de lo razonable, que mitifica la democracia como forma política universal, buena, eterna e inmutable, signo del final de la historia y régimen político definitivo para toda la humanidad. Lo peor de todo esto es que hay mucha gente que se lo cree y hay muchos políticos que también se lo creen. Hoy día casi todo el mundo sostiene que la democracia es la forma final de la historia política, la forma más elevada y definitiva que el Género humano ha encontrado para vivir en paz, en libertad y en solidaridad.
Ser demócrata se hace así equivalente en las democracias modernas con ideología fundamentalista a ser hombre honrado. No ser demócrata es un crimen contra la humanidad. Se hace equivalente el no ser demócrata a ser un hombre miserable, un protohombre o un subhombre. Se considera al que no es demócrata como un bárbaro o primitivo, un hombre subdesarrollado, no plenamente desarrollado. El futuro, el fin de la historia, pertenece a la democracia. Los regímenes políticos no democráticos no merecen ningún respeto ni consideración, no son siquiera políticos. En ellos se trata a los hombres como a bestias no como a personas.
Lo que no se entiende bien es de dónde brota la evidencia de que el futuro pertenezca a la democracia representativa y se entiende peor aún la voluntad de extenderla y darla a participar a todos los hombres. No hay razón alguna para considerar a la democracia como el sistema político definitivo de la Humanidad y de la Historia. No hay razón alguna para considerar a la democracia parlamentaria como la única forma válida, decente y superior de sociedad política. Además, pensar que las insuficiencias estructurales y necesarias de la democracia se superan simplemente añadiendo más democracia es un grave error típico del que está dominado por la ideología democrática fundamentalista.
Precisamente Antístenes puede ser considerado por lo poco que nos ha quedado de él como un filósofo moral y político que no creía en la democracia, que era un crítico de la democracia, tanto más entonces, por tal razón, del fundamentalismo democrático de nuestros días. Tucídides había ya criticado de la democracia el que el pueblo, el demos no estaba a la altura de sus responsabilidades, que no tenía suficiente capacidad política para dirigir el Estado con acierto y con prudencia. Por decirlo de alguna manera, que en el demos no había suficiente sabiduría política para adoptar decisiones políticas correctas y acertadas.
Platón es el gran crítico de la democracia en la época de Antístenes. Seguramente, Antístenes hubiera suscrito punto por punto la crítica platónica a la democracia. La crítica platónica a la democracia se funda en los siguientes argumentos:
1. La masa popular (hoi polloi) es asimilable por naturaleza a un animal esclavo de sus pasiones y sus intereses pasajeros, sensible a la adulación, sin constancia en sus amores y odios. Por lo tanto, confiarle el poder es aceptar la tiranía de un ser incapaz de la menor reflexión y rigor.
2. Cuando la masa designa a sus magistrados, lo hace en función de unas competencias que cree haber observado –cualidades oratorias en particular– e infiere de ello la capacidad política.
3. En cuanto a las pretendidas discusiones en la Asamblea, éstas no son más que disputas que oponen opiniones subjetivas inconsistentes entre sí, cuyas contradicciones y lagunas traducen su insuficiencia.
Por lo tanto, la democracia es ingobernable. El desorden y el relativismo de los valores de la democracia conducen a la tiranía y fomentan la inmoralidad de cada uno. La argumentación platónica busca unir el saber con el poder. Antístenes critica a la democracia la falta de prudencia del demos, el relativismo de la masa y el que no fomenta la virtud. Hoy nos hace falta más que nunca triturar la ideología democrática fundamentalista. Se trata de conocer la democracia tal y como es y con sus límites. Necesitamos luchar contra el relativismo moral y fomentar la práctica de la virtud y la excelencia. Ahí siempre tendremos la inspiración y la ayuda de Antístenes. Antístenes no se creía que la democracia fuera la forma suprema de gobierno ni la forma de gobierno final de la humanidad. Se reía de los abusos de la democracia. Lo más importante es el cultivo de la virtud y la búsqueda de la verdad. La democracia debe estar subordinada a tales valores. Ahí está Antístenes para recordárnoslo cada vez que leemos lo poco que sabemos de él. Antístenes nos incita a enfrentarnos con la democracia y con su relativismo moral en nombre de la virtud. Antístenes nos ayuda a no creernos que porque una decisión sea adoptada democráticamente tenga que ser necesariamente tal decisión prudente y racional. El sabio en política buscará la eutaxia política y se dará cuenta de que se puede hacer igualmente buena política tanto en una democracia como en una dictadura. Otra cosa muy diferente serán sus preferencias políticas. El sabio sabrá qué forma política será la más conveniente para la sociedad política en cada momento dado. El vulgo se conformará con votar y obedecer o, simplemente, obedecer dulcemente. El inconformismo político, ético, moral de Antístenes es un modelo que es conveniente seguir para evitar caer en la estupidez política, en el conformismo y en el culto al dogma democrático del fundamentalismo del pensamiento Alicia o del pensamiento políticamente correcto de nuestros días. A nuestro juicio, la conexión entre Antístenes y la democracia es esencial. En un Estado no democrático no se hubiera dado Antístenes. Antístenes constituye un momento decisivo en la crítica de la cultura y de la civilización esclavistas y por lo tanto, del Estado democrático. El pluralismo político y la tolerancia democráticos exigen un Antístenes como formando parte de la oferta del mercado pletórico de valores y alternativas morales y políticas. La posición crítica de Antístenes frente a la democracia es un momento decisivo constitutivo de la propia democracia. Tal vez no nos vendría mal tener un Antístenes del siglo XXI en España o toda una secta del Perro rediviva en las corruptas y decadentes democracias parlamentarias europeas con Estado de Bienestar de Partidos progresistas y socialdemócratas. Un cinismo nuevo podría ayudar a limitar las omnicomprensivas aspiraciones ideológicas de las democracias constituidas en el sentido del fundamentalismo democrático y a efectuar la crítica cultural al fundamentalismo democrático y contribuir a la reforma del entendimiento. Bienvenida sería la crítica cínica o antisténica a las opulentas sociedades democráticas europeas del Bienestar, sumidas en el aburrimiento y en el relativismo ético. La atmósfera ideológica, en España al menos, comienza a ser irrespirable, igual que el ambiente de despotismo democrático existente en la época de Antístenes en la democracia ateniense. Así que entonces, en consecuencia, no nos vendría mal pedir un Antístenes desde España.
Debate sobre la democracia en Teatro crítico [20 febrero 2007]
Felipe Giménez Pérez
La democracia bajo la que vivió Antístenes tiene muy poco que ver con la democracia moderna capitalista de libre mercado pletórico de bienes
«Ser tonto y tener trabajo, eso es la felicidad»
Gottfried Benn
Gottfried Benn
1. Introducción
Antístenes y la democracia aparecen históricamente unidos aunque sólo sea porque Antístenes era ateniense, discípulo de Sócrates y vivió bajo un régimen democrático. Deberíamos hacernos la pregunta siguiente: ¿era la conexión entre Antístenes y la democracia trascendental, esencial o simplemente empírica y accidental?Intentaremos en el presente escrito establecer y determinar qué conexiones hay entre Antístenes y la democracia si es que las hay más allá de una mera coincidencia espacio-temporal. El cinismo, surgido directamente de Diógenes, alumno de Antístenes, fue una filosofía moral surgida como protesta contra la democracia en la que nació. El cinismo fue una escuela filosófica que desarrolló una viva crítica de la civilización esclavista. Antístenes, como Platón, es un filósofo crítico y escéptico con la democracia y con sus valores. De todos modos, como es muy poco lo que conocemos de Antístenes de fuentes de primera mano, tenemos que recurrir a hipótesis, juicios de valor y conjeturas sobre su posición política exacta y detallada y sobre todo, acerca de su posición política sobre la democracia.
2. Antístenes
Dice W. K. G. Guthrie que «Antístenes es una de esas interesantes figuras-puente que sirven para recordarnos lo mucho que sucedió en el corto espacio de tiempo entre la madurez de Sócrates y la muerte de Platón.»{1} Por su parte, A. A. Long afirma que «de todas las vías por las que la filosofía de Sócrates se transmitió al mundo helenístico, la que siguieron los cínicos fue la más sorprendente y, en ciertos aspectos, la que más influencia ejerció.»Antístenes (-445- -366) fue inicialmente discípulo del sofista Gorgias. Después se hizo amigo y discípulo de Sócrates. Algunos historiadores de la Filosofía lo consideran el iniciador de la Escuela Cínica al llegar a ser maestro de Diógenes el Perro, con lo cual se establecería una conexión y una continuidad histórico-dogmática-doxográfica entre Sócrates-cinismo-estoicismo o, mejor, Sócrates-Antístenes-Diógenes-Crates-Zenón. «Hoy se sostiene generalmente que los Cínicos deben sus características más distintivas, así como su nombre, a Diógenes.»{2} Antístenes iba con ropa raída y alforjas y vestía de forma descuidada, se dejó barba, dobló el manto, sin llevar otra ropa, con báculo y zurrón, autodenominándose como Haplokýon: «exactamente perro», sin embargo, Antístenes no era tan grosero, escandaloso y soez como lo fue luego Diógenes el Perro, su discípulo. Además, cobraba siempre por sus lecciones impartidas en el pórtico Cynosargos. Sócrates vestía humilde y descuidadamente y Antístenes prosiguió tal tendencia en el atuendo empleado. Exageró el socratismo. Para Antístenes, sobre todo, Sócrates era un héroe moral y prosiguió por la senda de la virtud. Eso fue todo lo que hizo Antístenes. Diógenes sin embargo, exageraría al máximo estas tendencias austeras presentes en Antístenes hasta caer en la desvergüenza, en la obscenidad y en la falta de urbanidad y en la grosería. Haciendo Antístenes ostentación, gala pueril del descuido de las ropas raídas y del desaseo en su vestido, con sus pies desnudos, la barba y el cabello abandonados, sólo usaba un manto filosófico (tribón), y doblado, además de barba, alforja y un bastón, queriendo convertir de este modo a los demás a una cierta sencillez primitiva. Antístenes es el prototipo de sabio austero y solitario que busca la autosuficiencia, la autarquía y se caracteriza en su conducta por un individualismo radical y por un desapego frente al vulgo, así como por una desconfianza radical en las instituciones de todo tipo. Antístenes se resigna a vivir austeramente, pero aún no vivía como Diógenes el Perro en el barril y en la mendicidad. «A Antístenes probablemente le horrorizaban algunos de los principios y la conducta de Diógenes.»{3}Según el Diccionario soviético de Filosofía, lo más importante de Antístenes es la crítica de la civilización, el desprecio por los estamentos y diferencias de clase y la consiguiente unión con los elementos democráticos de la sociedad ateniense.
Igual que su maestro Sócrates, Antístenes se distancia de las instituciones políticas democráticas. Popper dice de él que Antístenes había sido el único sucesor válido de Sócrates, el último de la «gran generación». En su diálogo El Político critica a los demagogos, un típico resultado y efecto de la democracia. Sócrates, es bien sabido, era un adversario de la democracia. El círculo socrático no se caracterizaba precisamente por su democratismo. En ese círculo filosófico fue donde por primera vez en la historia se construyó una teoría filosófica crítica con el fundamentalismo democrático. Los discípulos de Sócrates eran aristócratas y oligarcas. No eran precisamente por ello demócratas. Algunos de ellos se tuvieron que exiliar de Atenas después de la caída del régimen de los Treinta Tiranos (-403) y otros fueron condenados a muerte por haber formado parte de los Treinta Tiranos. El propio Sócrates fue condenado a beber de la cicuta como resultado de la reacción democrática posterior (-399).
Para Antístenes las leyes establecidas, las convenciones sociales no son sino una atadura para el hombre. El sabio vivirá según la virtud. La antítesis nomos/physis está reflejada en el dicho de que el sabio actúa según las leyes de la virtud y no según las leyes establecidas. El sabio se sitúa así por encima del derecho positivo y tal vez llegado el caso, en contradicción abierta con él. El sabio es cosmopolita. Antístenes criticaba a la democracia, al igual que Sócrates, por la demagogia en la que había degenerado la democracia, por la irresponsabilidad de los políticos en una ciudad en la que no se podían distinguir los buenos de los malos. Sostenía Antístenes que las ciudades se pierden cuando no se pueden discernir los hombres viles de los hombres honestos. También criticaba la falta de capacidad política del demos, porque los cargos políticos no se eligen de acuerdo con el mérito real del individuo, sino de acuerdo a caprichos subjetivos del vulgo. Antístenes llevaba su ironía a extremos en los que ridiculizaba la demagogia de los demócratas y la idiotez de sus mayorías populares hasta extremos sólo comparables con las recientes leyes españolas que estimulan el «matrimonio» de homosexuales y lesbianas entre sí en nuestros días. Aconsejaba a este respecto Antístenes a los atenienses que hiciesen un decreto según el cual los asnos eran declarados caballos y teniendo ellos por irracional tal propuesta, Antístenes replicó que «Pues entre vosotros también se crean generales del ejército que nada han estudiado, y sólo tienen en su favor el nombramiento». Cuando se le echaba en cara a Antístenes su madre tracia decía que también la madre de los dioses era una frigia; y si los atenienses se gloriaban de haber brotado de su tierra, Antístenes replicaba afirmando que los atenienses entonces compartían este dudoso honor con los caracoles y las langostas. Por lo demás, Antístenes no era precisamente un pensador político igualitarista. Esto se ve en su referencia en un escrito suyo a lo que los leones respondieron a las liebres que en sus discursos políticos reclamaban la igualdad de derechos para todos. A pesar del distanciamiento entre Antístenes y el Estado, sin embargo, no por ello renunciaba Antístenes a cumplir sus deberes cívicos. Decía que había que acercarse a la política como al fuego, no demasiado para no quemarse ni apartarse mucho para no helarse. Precisamente, la falta de necesidades, el ideal del sabio cínico es un resultado del desprecio por parte de Antístenes de la polis, del Estado en particular, cuya vida crítica son ellos. El individualismo de Antístenes lo sitúa fuera de la polis. La teoría política de Antístenes seguramente la expusieron los filósofos estoicos a partir de Zenón. Nunca olvidemos que fue el filósofo cínico Crates el maestro filosófico de Zenón, fundador de la Escuela de la Estoa. La actitud y las ideas ético-políticas de Antístenes son el origen del cosmopolitismo cínico plenamente desarrollado y abiertamente formulado ya a partir de Diógenes.
Otro rasgo antidemocrático o de crítica a la democracia establecida que percibimos en Antístenes es su desprecio de la opinión de la mayoría, de lo que llamaríamos hoy, la opinión pública como criterio estético, ético y político. La adoxía, la impopularidad es un bien y vale la pena esforzarse en conseguirla. Así pues, la opinión de la mayoría no es una norma ni un criterio que merezca respeto alguno. Hay que evitar las opiniones del vulgo. Hay así un divorcio evidente entre las opiniones del vulgo y la doctrina del sabio, entre la moral del vulgo y la ética del sabio. La multitud no puede ser filósofa. Cuando a Antístenes le elogiaban muchos atenienses, entonces preguntó: «¿Pues qué he hecho yo de mal?». El apoliticismo de Antístenes es una reacción contra el despotismo democrático de la polis. Es un distanciamiento de los asuntos públicos. Antístenes se permitió todos los sarcasmos sobre la ciudadanía de un lugar determinado y sobre la democracia.
3. La democracia
Nosotros, los españoles de comienzos del siglo XXI, vivimos en un Estado democrático. Por ello podemos vivir y percibir directamente los defectos y virtudes de tal régimen político salvo si la ideología democrática fundamentalista nos deforma tal percepción. Entre nosotros la democracia se ha convertido en una ideología, en un conjunto de valores, en una forma de vida. Es necesario aprender a deslindar el concepto de democracia de la ideología democrática, del fundamentalismo democrático o como decía Ortega y Gasset, de la democracia morbosa. Sabemos que hoy la democracia tiene un poder seductor como idea-fuerza de nuestra época, incontestable sobre la opinión pública y como elemento fundamental de la ideología dominante o de lo políticamente correcto. Antístenes es un crítico de la democracia, un filósofo que no cayó en la vulgaridad y zafiedad de la ideología democrática, en el fundamentalismo democrático. Los antiguos en general nunca cayeron en la trampa ideológica del fundamentalismo democrático. He ahí la enseñanza política que podemos extraer de ellos y en particular de Antístenes.En primer lugar, «Democracia» viene etimológicamente del término griego «demokratía». Esta palabra compuesta se puede dividir en demos, pueblo, y kratía, poder, gobierno. Entonces, según esto, bien podríamos pensar que la democracia es el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, como dijo Lincoln. Sin embargo, nada más alejado de la realidad que semejante representación. La democracia no es ni ha podido ser nunca el gobierno del pueblo porque la esencia de la sociedad política es su incapacidad para el autogobierno por la necesaria asimetría existente en toda sociedad política entre gobernantes y gobernados. Por ello, podemos decir que la democracia es un procedimiento técnico de generaci&oacu= te;n de la clase política de una sociedad política dada mediante el sufragio universal y la regla de la mayoría.
La democracia bajo la que vivió Antístenes es una democracia que tiene muy poco que ver con la democracia moderna capitalista de libre mercado pletórico de bienes en la que el trabajo es libre y asalariado y bajo la que vivimos nosotros. En el caso de la democracia antigua se trataba de una democracia esclavista. Era una democracia directa en la que los ciudadanos se representaban a sí mismos. La soberanía residía por partes iguales en el conjunto del cuerpo cívico y cada cual estaba obligado a ejercitar esa soberanía a través de la participación política en los asuntos públicos. Ser ciudadano conllevaba un conjunto de deberes y de obligaciones para con la polis, el Estado. Quien se abstenía de la política era el idiota, el que iba a lo suyo, a lo particular. Los ciudadanos no comprendían sin embargo al total de la población. Las mujeres, los niños, los esclavos y los metecos y extranjeros no podían participar políticamente. En esta democracia, el Estado o polis lo abarcaba todo. No existía la distinción entre Estado y sociedad civil. Había isonomía, igualdad ante la ley, isocratía, igualdad de poder e isegoría, igualdad en el derecho de tomar la palabra. Por su parte, Aristóteles consideraba importante para caracterizar la democracia la alternancia en el mando, el predominio del sorteo sobre la elección para nombrar los cargos públicos y el que cada uno puede vivir como quiera. En esta democracia esclavista directa y participativa no existen los derechos subjetivos individuales inalienables ni el Estado debe garantizar derecho subjetivo alguno. El ciudadano está al servicio del Estado. En la democracia esclavista antigua, lo político lo invade todo. Sin embargo, podemos decir con Aristóteles, que como la democracia es el régimen en el que cada uno puede vivir como quiera, Antístenes sería un resultado necesario de tal democracia, en cuanto que al ser un mercado pletórico de bienes o de valores o formas de vida, o como bien dice Platón, un bazar de sistemas políticos, lógicamente una de tales alternativas en cuanto a forma de vida que pueden ser elegidas es el vivir cínico o el vivir como Antístenes. Antístenes pues, sería un resultado o consecuencia de la democracia ateniense.
En cambio, nuestra democracia es una democracia indirecta, representativa, es liberal. En nuestra democracia conviven el principio liberal individualista garantista de las libertades y derechos subjetivos individuales y el principio democrático de las decisiones populares y mayoritarias, de los intereses sociales y del pueblo. Nuestra democracia se funda sobre la propiedad privada, en el trabajo asalariado y en el individualismo liberal. La igualdad democrática es una igualdad legal y como mucho una igualdad de oportunidades consistente en comenzar la competición en condiciones iguales y acabar siendo desiguales. La democracia moderna, capitalista, de mercado pletórico de bienes en la que se da el isomorfismo entre proceso electoral, mercado pletórico de bienes y televisión es una democracia que insiste en la diferencia infranqueable entre Estado y sociedad civil, entre la vida pública y la vida privada. El resultado es la despolitización de los ciudadanos y su conversión en consumidores satisfechos en un mercado pletórico de bienes. También el cinismo de Antístenes podría tener lugar en nuestra democracia capitalista. La actitud cínica tiene mucho predicamento aún hoy como crítica de la civilización y de la cultura y sobre todo en nuestras democracias satisfechas, aburridas y decadentes.
El fundamento de la sociedad democrática moderna es la sociedad de mercado capitalista de consumidores satisfechos. Es el mercado de bienes el que configura la sociedad democrática. El mercado configura a los individuos como sujetos consumidores y como sujetos electores de sus amigos y enemigos y aliados. La sociedad capitalista de mercado pletórico de bienes es el requisito sine qua non para que haya democracia. Cada elector es un consumidor responsable, esto es, un individuo personal ciudadano sujeto de derechos y de deberes capaz de elegir entre las varias ofertas que se le hacen como consumidor que es en el mercado capitalista. En este mercado la demanda determina la oferta y por lo tanto, la producción. Ya el propio Platón afirmó que en el régimen democrático circulaba más abundantemente la riqueza al fomentarla.
La sociedad democrática es la sociedad en la que se conforman los sujetos electores entre bienes diversos. El ciudadano es un sujeto consumidor. La sociedad democrática se funda en una sociedad gobernada económicamente por la economía de mercado.
Un mercado pletórico de bienes implica una multiplicidad indefinida de bienes fabricados (o, al menos, tratados industrialmente: agua, paisaje, fuerza de trabajo) y clasificados en especies, géneros, órdenes, clases diferentes, cada uno de los cuales ha de estar representado por unidades numéricas distributivas de carácter indefinido.
Como ya decían en 1942 Schumpeter y posteriormente, a finales del siglo XX y comienzos del XXI, Gustavo Bueno, el ciudadano que políticamente elige diputados, representantes en el Parlamento entre varias alternativas y opciones políticas es el mismo elector de bienes de consumo en el mercado. La sociedad democrática es el fruto maduro de la evolución de la sociedad capitalista. Este resultado es necesario. La esencia de la democracia es la libertad y esta libertad no es otra que la libertad de elegir entre diversas alternativas, tanto en el mercado de bienes como en el mercado político electoral. Schumpeter y Gustavo Bueno entienden la democracia como democracia de mercado. La llamada política democrática no es más que el juego de la libre competencia en un merado político hecho a imagen y semejanza al mercado de bienes económicos. El modelo de democracia elitista de Schumpeter y luego, posteriormente, el realista materialista de Gustavo Bueno nos sirven para entender en qué consiste la democracia realmente existente fuera de todo idealismo utópico o de toda ficción constitucional. Es este modelo de democracia que establece una conexión necesaria entre democracia y mercado y televisión el modelo realista y elitista de la democracia. La democracia actual es un sistema oligárquico de partidos. Esto se ve por ejemplo, en el método para cubrir los cargos públicos en la democracia capitalista, que no es otro que el de la elección, que sustituye al sorteo, método éste eminentemente democrático y utilizado en la democracia antigua. Así, la democracia moderna es más oligárquica y aristocrática que la democracia antigua. En realidad, los partidos políticos funcionan como empresas privadas: sus principios son sus marcas de competencia y los programas electorales son en realidad campañas de propaganda que cumplen la misma función en la competencia política que las campañas de promoción en el mercado de bienes económicos. De ahí se deriva la necesidad de contar con profesionales y especialistas bien preparados y agentes electorales eficaces e influyentes. En la política democrática, igual que en la economía de mercado pletórico de bienes no hay más fuente de legitimación que el éxito.
El fundamento de la democracia está en la constitución de una sociedad en la que sea posible la libertad de elección de los múltiples individuos consumidores ante una multiplicidad de bienes ofrecidos en el mercado pletórico.
Los representantes de la Nación en la sociedad capitalista de mercado se comportan como bienes susceptibles de ser elegidos por el cuerpo electoral y esto sólo es posible si hay pluralismo político. Las campañas electorales de los políticos son hechas por los mismos expertos en publicidad comercial. La publicidad comercial y la publicidad política son iguales en los procedimientos y en las técnicas.
Entonces, la estructura de la sociedad democrática es isomorfa con la estructura de la sociedad de mercado libre. La génesis de la democracia política puede entenderse históricamente como resultado de la extensión, hasta cierto punto metafórica, de la estructura de la sociedad de mercado libre de bienes a la propia sociedad política. La sociedad de mercado libre y la democracia política se realimentan, puesto que ambas dependen de los mismos principios.
El mercado implica libertad de elección, pero además configura a los individuos como electores. Es el mercado de consumo el que hace posible que existan los individuos capaces de votar democráticamente. La televisión, el mercado y la democracia son isomorfos, tienen la misma estructura.
La televisión conforma a los sujetos capaces de elegir bienes y alternativas políticas. La televisión configura a los sujetos electores. A partir de la televisión se configura la sociedad democrática. La soberanía del ciudadano-elector es lo mismo que la soberanía del ciudadano-consumidor de bienes y lo mismo que la soberanía del ciudadano-televidente.
Por lo demás, la libertad es el fundamento del régimen democrático. Esta libertad, como se ha dicho antes, es la libertad de elección entre diversas alternativas, como la libertad que tiene el consumidor en el mercado pletórico de bienes de elegir entre distintos productos de consumo. La democracia por eso tiende al relativismo y a la tolerancia de todos los valores morales, éticos y políticos posibles porque un bien o un candidato o una ideología valen siempre que sean preferidos. No es que se prefieren las cosas o las políticas porque sean buenas o convenientes, sino que son buenas o convenientes por el mero hecho de ser preferidas. En el fondo, en la democracia, todo vale.
Si es así la democracia, cabe entonces hacer uso de ella de manera funcional y pragmática de la mejor manera posible para garantizar o alcanzar la eutaxia política de la sociedad política. Se trata de sacar provecho de la democracia, saber usar de ella para obtener unos buenos resultados políticos, hacer buena política con ella. Cabe de esta manera un cierto funcionalismo democrático práctico, pragmático, consistente en aprovechar o utilizar las reglas del juego electoral democrático para conseguir resultados lo más óptimos posibles para conseguir la paz pública y ello sin creerse demasiado las ficciones constitucionales ni las de la teoría política democrática. Se trataría de considerar los mitos de la democracia o sus ficciones, como ficciones útiles que sirven para salvar las apariencias, los fenómenos. El problema con el que tropezamos es que ha surgido una ideología democrática que exalta a la democracia más allá de lo razonable, que mitifica la democracia como forma política universal, buena, eterna e inmutable, signo del final de la historia y régimen político definitivo para toda la humanidad. Lo peor de todo esto es que hay mucha gente que se lo cree y hay muchos políticos que también se lo creen. Hoy día casi todo el mundo sostiene que la democracia es la forma final de la historia política, la forma más elevada y definitiva que el Género humano ha encontrado para vivir en paz, en libertad y en solidaridad.
Ser demócrata se hace así equivalente en las democracias modernas con ideología fundamentalista a ser hombre honrado. No ser demócrata es un crimen contra la humanidad. Se hace equivalente el no ser demócrata a ser un hombre miserable, un protohombre o un subhombre. Se considera al que no es demócrata como un bárbaro o primitivo, un hombre subdesarrollado, no plenamente desarrollado. El futuro, el fin de la historia, pertenece a la democracia. Los regímenes políticos no democráticos no merecen ningún respeto ni consideración, no son siquiera políticos. En ellos se trata a los hombres como a bestias no como a personas.
Lo que no se entiende bien es de dónde brota la evidencia de que el futuro pertenezca a la democracia representativa y se entiende peor aún la voluntad de extenderla y darla a participar a todos los hombres. No hay razón alguna para considerar a la democracia como el sistema político definitivo de la Humanidad y de la Historia. No hay razón alguna para considerar a la democracia parlamentaria como la única forma válida, decente y superior de sociedad política. Además, pensar que las insuficiencias estructurales y necesarias de la democracia se superan simplemente añadiendo más democracia es un grave error típico del que está dominado por la ideología democrática fundamentalista.
Precisamente Antístenes puede ser considerado por lo poco que nos ha quedado de él como un filósofo moral y político que no creía en la democracia, que era un crítico de la democracia, tanto más entonces, por tal razón, del fundamentalismo democrático de nuestros días. Tucídides había ya criticado de la democracia el que el pueblo, el demos no estaba a la altura de sus responsabilidades, que no tenía suficiente capacidad política para dirigir el Estado con acierto y con prudencia. Por decirlo de alguna manera, que en el demos no había suficiente sabiduría política para adoptar decisiones políticas correctas y acertadas.
Platón es el gran crítico de la democracia en la época de Antístenes. Seguramente, Antístenes hubiera suscrito punto por punto la crítica platónica a la democracia. La crítica platónica a la democracia se funda en los siguientes argumentos:
1. La masa popular (hoi polloi) es asimilable por naturaleza a un animal esclavo de sus pasiones y sus intereses pasajeros, sensible a la adulación, sin constancia en sus amores y odios. Por lo tanto, confiarle el poder es aceptar la tiranía de un ser incapaz de la menor reflexión y rigor.
2. Cuando la masa designa a sus magistrados, lo hace en función de unas competencias que cree haber observado –cualidades oratorias en particular– e infiere de ello la capacidad política.
3. En cuanto a las pretendidas discusiones en la Asamblea, éstas no son más que disputas que oponen opiniones subjetivas inconsistentes entre sí, cuyas contradicciones y lagunas traducen su insuficiencia.
Por lo tanto, la democracia es ingobernable. El desorden y el relativismo de los valores de la democracia conducen a la tiranía y fomentan la inmoralidad de cada uno. La argumentación platónica busca unir el saber con el poder. Antístenes critica a la democracia la falta de prudencia del demos, el relativismo de la masa y el que no fomenta la virtud. Hoy nos hace falta más que nunca triturar la ideología democrática fundamentalista. Se trata de conocer la democracia tal y como es y con sus límites. Necesitamos luchar contra el relativismo moral y fomentar la práctica de la virtud y la excelencia. Ahí siempre tendremos la inspiración y la ayuda de Antístenes. Antístenes no se creía que la democracia fuera la forma suprema de gobierno ni la forma de gobierno final de la humanidad. Se reía de los abusos de la democracia. Lo más importante es el cultivo de la virtud y la búsqueda de la verdad. La democracia debe estar subordinada a tales valores. Ahí está Antístenes para recordárnoslo cada vez que leemos lo poco que sabemos de él. Antístenes nos incita a enfrentarnos con la democracia y con su relativismo moral en nombre de la virtud. Antístenes nos ayuda a no creernos que porque una decisión sea adoptada democráticamente tenga que ser necesariamente tal decisión prudente y racional. El sabio en política buscará la eutaxia política y se dará cuenta de que se puede hacer igualmente buena política tanto en una democracia como en una dictadura. Otra cosa muy diferente serán sus preferencias políticas. El sabio sabrá qué forma política será la más conveniente para la sociedad política en cada momento dado. El vulgo se conformará con votar y obedecer o, simplemente, obedecer dulcemente. El inconformismo político, ético, moral de Antístenes es un modelo que es conveniente seguir para evitar caer en la estupidez política, en el conformismo y en el culto al dogma democrático del fundamentalismo del pensamiento Alicia o del pensamiento políticamente correcto de nuestros días. A nuestro juicio, la conexión entre Antístenes y la democracia es esencial. En un Estado no democrático no se hubiera dado Antístenes. Antístenes constituye un momento decisivo en la crítica de la cultura y de la civilización esclavistas y por lo tanto, del Estado democrático. El pluralismo político y la tolerancia democráticos exigen un Antístenes como formando parte de la oferta del mercado pletórico de valores y alternativas morales y políticas. La posición crítica de Antístenes frente a la democracia es un momento decisivo constitutivo de la propia democracia. Tal vez no nos vendría mal tener un Antístenes del siglo XXI en España o toda una secta del Perro rediviva en las corruptas y decadentes democracias parlamentarias europeas con Estado de Bienestar de Partidos progresistas y socialdemócratas. Un cinismo nuevo podría ayudar a limitar las omnicomprensivas aspiraciones ideológicas de las democracias constituidas en el sentido del fundamentalismo democrático y a efectuar la crítica cultural al fundamentalismo democrático y contribuir a la reforma del entendimiento. Bienvenida sería la crítica cínica o antisténica a las opulentas sociedades democráticas europeas del Bienestar, sumidas en el aburrimiento y en el relativismo ético. La atmósfera ideológica, en España al menos, comienza a ser irrespirable, igual que el ambiente de despotismo democrático existente en la época de Antístenes en la democracia ateniense. Así que entonces, en consecuencia, no nos vendría mal pedir un Antístenes desde España.
Notas
{1} W. K. G. Guthrie, Historia de la Filosofía griega, Editorial Gredos, Madrid 1994, Versión española de Joaquín Rodríguez Feo, tomo III, pág. 295.
{2} W. K. G. Guthrie, op. cit., pág. 297.
{3} W. K. G. Guthrie, op. cit., pág. 297.
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