martes, 28 de abril de 2020

La causalidad


Valoración crítica del principio de causalidad.

El triple significado de la palabra “causalidad”.

         La palabra “causalidad” tiene, no menos de tres significados principales, lo cual es un claro síntoma de la larga y tortuosa historia del problema de la causalidad. En efecto, una sola y misma palabra, “causalidad”, se emplea para designar: a) una categoría (correspondiente al vínculo causal); b) un principio (la ley general de causalidad), y c) una doctrina, a saber, aquella que sostiene la validez universal del principio de causalidad, excluyendo los demás principios de determinación.

         Se denomina causación a la conexión causal en genera, así como a todo nexo causal particular; otra cosa es el principio causal, o principio de causalidad, que es el enunciado de la ley de causación. La misma causa produce siempre el mismo efecto. Finalmente el determinismo causal o causalismo es la doctrina que afirma la validez universal del principio causal, (causación). El determinismo causal afirma que todo ocurre de acuerdo con la ley causal.

La causación, ¿categoría puramente gnoseológica de relación o categoría ontológica?

         La causación es sinónimo de nexo causal, aquella conexión entre los acontecimientos que Galileo describió como “una conexión firme y constante” Galileo, 1632 “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo”: “Si es verdad que un efecto tiene una sola causa primaria y que entre la causa y el efecto hay una conexión firme y constante, debe entonces concluirse necesariamente que allí donde se perciba una alteración firme y constante en el efecto habrá una alteración firme y constante en la causa.”

         La moderna controversia acerca de si la causación era un hecho ontológico o por el contrario era una categoría meramente gnoseológica, comenzó con la crítica escéptica y empirista. De acuerdo con el empirismo moderno, la índole de la categoría de la causación es puramente gnoseológica; o sea, que la causación sólo concierne a nuestra experiencia acerca de las cosas y a nuestro conocimiento de ellas sin ser un rasgo de las cosas mismas, por lo que toda referencia a la causación debe hacerse en lenguaje formal y no material. Así Locke propone las siguientes definiciones: “Aquello que produce cualquier idea simple o compleja, recibe el nombre general de “causa”, y aquello que es producido, el de “efecto”. Además, lo mismo que Kant después de él, Locke sostuvo que el principio causal es “un verdadero principio de la razón”; una proposición con contenido fáctico, pero no establecida con ayuda de los sentidos externos.

         La concepción de la causación como construcción mental, como fenómeno puramente subjetivo, fue subrayada por los sucesores de Locke, Berkeley, según el cual, debido al carácter puramente mental de la causación, las verdaderas “causas eficientes del movimiento” quedan por entero fuera del alcance de la mecánica y caen, por el contrario, en el dominio de la metafísica”. También Hume considera la causación como un proceso subjetivo meramente.  Hume usa indistintamente las palabras “relación” y “conexión”; pero siempre para designar una relación originada en una comparación entre percepciones o “ideas”. Kant en su Crítica de la razón pura, afirma que la ley causal no se aplica a las cosas en sí mismas, sino tan sólo a la experiencia, al mundo fenoménico; no al nouménico por no ser más que una prescripción que nos permite ordenar o rotular los fenómenos para poder  leerlos qua experiencias. Pero, mientras que Locke había considerado la causación como una conexión, viendo en la producción su rasgo distintivo, sus sucesores sostuvieron que la causación es sólo una relación y además una relación que vincula experiencias y no hechos en general. Hume subrayó este punto en particular entendiendo que no sería posible verificar empíricamente que la causa produce o engendra el efecto, sino tan sólo que el acontecimiento (experimentado) llamado “causa” está invariablemente asociado con el acontecimiento  llamado “efecto”, o que el primero es invariablemente seguido por el segundo, argumento que, desde luego, se funda en la suposición de que sólo entidades empíricas pueden figurar en cualquier discurso relativo a la naturaleza o a la sociedad.

         Mario Bunge (1919-2020) opina que la causación no es una categoría de relación entre ideas sino una categoría de conexión y determinación que corresponde  a un rasgo real del mundo fáctico (interno y externo), de modo que tiene índole ontológica, por más que como cualquier otra categoría de esa índole suscite problemas gnoseológicos. La causalidad es no sólo un componente de la experiencia, sino también una forma objetiva de la interdependencia, que tiene lugar aunque sólo sea de modo aproximado entre los acontecimientos reales; por ejemplo, entre los sucesos de la naturaleza y entre los de la sociedad.

Causación y determinación: principales concepciones.

         Como de todos es sabido, frente al problema causal se han adoptado las más diversas posiciones, desde la denuncia lisa y llana de la categoría de la causación hasta el aserto de que ésta coincide con la determinación. Todas estas posiciones pertenecen a una de las siguientes clases: causalismo o panaitismo, semicausalismo o hemiaitismo y acausalismo o anaitismo.

         Causalismo a) La causación es la única categoría de la determinación, de modo que la ciencia es coextensa con la causalidad: no hay ley científica ni explicación posible que no gire en torno a la categoría de causación. Es la creencia más difundida desde Aristóteles, quien escribió que “lo que se llama sabiduría se ocupa de las causas y principios primeros”, hasta Claude Bernard, quien dio el nombre de determinismo a la causa próxima o determinante de los fenómenos.

         b) De acuerdo con la doctrina racionalista, el principio causal es una necesidad del pensamiento (Denknotwendigkeit), un principio regulador a priori, y por ello un presupuesto y no un resultado de la ciencia. Esta es la opinión de los leibnizianos, para quienes el principio causal no es sino una forma del principio de razón suficiente (Schopenhauer dixit). También los kantianos piensan así. Según Kant “Todos los cambios se producen de acuerdo con la ley de la conexión (Verknüpfung) entre causa y efecto”. Pero esta conexión es “producto de una facultad sintética de la imaginación (Einbildungskraft)” El principio causal, pues, no es un resultado sino un presupuesto de la experiencia: él hace la experiencia posible. También Cassirer piensa que el significado del principio causal esencialmente es que no se trata de un juicio sobre las cosas mismas sino una declaración sobre la interconexión sistemática de Erkenntnisse. También Nagel sostiene que el principio causal no expresa ley alguna natural, sino que “opera como una máxima, como una regla algo vaga para dirigir el curso de la investigación”.

         Los kantianos afirman que el vínculo causal es sintético, en el sentido de ser verificable en la experiencia, pero no derivado de ella ni ulteriormente analizable; y que el principio causal, como dice Helmholtz: “nunca podría ser refutado por experiencia alguna posible…No es sino la exigencia de entenderlo todo”. También es ésta la opinión de Ostwald. Einstein mismo adoptó algunos rasgos de la doctrina kantiana de la causalidad al afirmar que, aunque el principio causal no aparezca rigiendo de facto en el dominio de la experiencia, rige de iure en el reino de las ideas, de modo que debería ser posible elaborar una presentación de la mecánica cuántica en la cual el estado inicial de un sistema determinara por entero sus estados posteriores.

         Semicausalismo. A) la teoría ecléctica reconoce la validez de la causación en ciertos dominios (la macrofísica), junto con la validez sin restricciones de otras categorías de la producción legal (tales como la estadística o la teleológica) en otros dominios; pero sin establecer vínculos entre las diversas categorías de la determinación y sin reconocer la posibilidad de que varias de ellas puedan concurrir en uno y el mismo proceso. Este pluralismo nómico está muy difundido entre los físicos. Por ejemplo, Reichenbach sostiene un dualismo entre causalidad y probabilidad como principios independientes que intervienen en la descripción de todos los fenómenos. También Born, según el cual “la naturaleza es regida por leyes causales y leyes de azar, en una cierta mezcla”.

         B) según la teoría funcionalista o interaccionista la categoría de la causación es un caso particular de la categoría de la interacción o interdependencia; para esta doctrina es una pura abstracción aislar vínculos simples y lineales de causa-efecto de la interconexión o interdependencia general (Zusammenhang) que tiene un carácter orgánico.  Esta opinión es típica de los románticos y la comparten la mayoría de los materialistas dialécticos.

         C) El determinismo general o neodeterminismo –teoría propuesta por Mario Bunge en 1959- afirma a este respecto que la causación es sólo una entre las diversas categorías interrelacionadas que intervienen en los procesos de la realidad; según ella, el principio causal tiene un campo limitado de validez, por ser nada más y nada menos que una aproximación de primer orden.

         Acausalismo. A) La teoría empirista reduce la causación a la conjunción externa o sucesión temporal de acontecimientos; puede admitir la legalidad de los fenómenos, pero afirma la contingencia de las cualidades y de las leyes mismas considerando a las últimas tan sólo como reglas del procedimiento científico. El empirismo sostiene que la noción de causación es un “episodio de la historia de las ideas”, un ídolo anticuado que va siendo reemplazado gradualmente por leyes funcionales (Mach) o por correlaciones estadísticas empíricamente establecidas (Pearson) o, en general, por leyes de probabilidad (Reichenbach). Dice Russell que "la ley de causalidad, según creo, al igual que mucho de lo que los filósofos tienen por válido, es una reliquia de tiempos pasados, que al igual que la monarquía sólo sobrevive gracias a la errónea suposición de que no hace daño.”

         b) La doctrina indeterminista niega todo vínculo legal entre acontecimientos y cualidades; en particular no reconoce la existencia de lazos causales y afirma que los acontecimientos ocurren y nada más, y que las cualidades  son tan sólo idiosincrasias o características que, siendo aisladas podrían haber sido diferentes. No parece que este desarrollo extremo del empirismo haya sido sistemáticamente defendido por nadie.

         Mario Bunge afirma que la causación no es la única categoría de la determinación y que, en consecuencia, tal principio no goza de una validez ilimitada. Critica al causalismo, no la noción de causación. Afirma entonces las siguientes tesis:

         La causación (eficiente y extrínseca) es sólo una entre varias categorías de la determinación.

         En los procesos reales intervienen diversas categorías de determinación. Los tipos puros de determinación son tan ideales como cualquier otra clase de pureza.

         La categoría de la causación, lejos de ser exterior a las demás categorías de la determinación, está vinculada con ellas.

         El principio causal vale con cierta aproximación en ciertos dominios. El grado de aproximación es satisfactorio en relación con algunos fenómenos y muy deficiente en relación con otros.

         El determinismo causal, sin ser del todo erróneo, es una versión muy esencial, elemental y rudimentaria del determinismo general.

Formulaciones del principio causal.

La teoría aristotélica de las causas.

         Según Aristóteles y los escolásticos “Hay cuatro clases de causas reconocidas. Sostenemos que de ellas, una (la causa formal) es la esencia o naturaleza esencial de la cosa (pues la razón de una cosa es en última instancia reducible a su fórmula y la razón última es a la vez una causa y un principio); otra (la causa material) es la materia o substrato, la tercera (la causa eficiente) es el origen del movimiento; y la cuarta (la causa final) es la complementaria de la anterior, es decir, el fin o bien , pues éste es el objetivo de todo proceso generador o motor”. Causa formalis, causa materialis, causa efficiens y causa finalis. Las dos primeras son las causas del ser y las dos últimas son las causas del devenir.

         La causa eficiente es “el primer comienzo del cambio y del reposo”. La causa eficiente es el agente que produce algún cambio en lo que se concibe como paciente, sobre el cual la causa obra ab extrínseco, desde fuera.

La definición de causa por Galileo.

         El pensamiento moderno, aunque ha retenido la exterioridad de la causación, ha preferido otras definiciones de la causa eficiente. Una de las más claras fue la dada por Galileo, quien definió la causa eficiente como la condición necesaria y suficiente para la aparición de algo: “aquélla, y no otra debe llamarse causa, a cuya presencia sigue el efecto siempre y a cuya eliminación el efecto desaparece”. Hobbes, un buen discípulo de Galileo afirma: “La causa pues de todos los efectos consiste en ciertos accidentes (propiedades) tanto en los agentes como en los pacientes, accidentes tales que cuando están presentes se produce el efecto, pero si alguno de ellos falta, el efecto no se produce; y ese accidente, ya sea del agente o del paciente, sin el cual no puede producirse el efecto, se llama causa sine qua non o causa necesaria por suposición, así como causa indispensable (requisite cause) para la producción del efecto.” Hobbes distingue cuidadosamente entre la causa sine que non o causa necesaria, y el complejo de causas suficientes que pueden producir alternadamente el mismo efecto.

Los enfoques leibniziano, humeano y kantiano del princpio de causalidad.

         Hay tres posturas sobre el tema de la causalidad.

1. La causalidad es un principio del ser, es un principio ontológico: la descripción causal se refiere a la revelación de la naturaleza objetiva de las cosas. El físico David Bohm dice a este respecto: “Las leyes causales que una cosa cumple constituyen un aspecto fundamental e inseparable de su modo de ser”.

2. La causalidad es legalidad: una relación causal es aquella en la que se afirma una ley científica dotada de suficientes garantías, basándose en una generalización a partir de la experiencia; y la legalidad, a su vez, es predecibilidad apoyada en aseveraciones garantizadas por la experiencia de invariancias de hecho, aseveraciones que tendrán forma de ley.

3. La causalidad es un postulado: la causalidad es una suposición sintética a priori que no puede justificarse simplemente por generalizaciones empíricas inductivas, pero que se necesita como condición para la posibilidad de un conocimiento racional. Por tanto, es el postulado de los postulados de la ciencia, puesto que subyace a la posibilidad misma de que exista cualquier ciencia. Ontológicamente, es la aseveración de la continuidad y de la uniformidad de la naturaleza; epistemológicamente, es la aseveración de que nada puede llegar a ser conocido si no es bajo la forma de leyes, sino que es, más bien, el supuesto previo de que este conocimiento es posible y no ilusorio.

La primera tesis, la de que la causalidad es un principio del ser, es la más claramente ontológica o metafísica: es una aseveración abierta sobre la naturaleza de las cosas, y en este sentido representa la posición realista más clásica; pues lo que llegamos a saber, en cuanto a relaciones causales se refiere, sería la manera de ser de las cosas, cómo estarían objetivamente relacionadas entre sí en la naturaleza (o en la realidad). Esta es la actitud más común entre los hombres de ciencia, que en este aspecto comparten tal creencia con quienes no lo son; sin embargo, cuando se la desarrolla, involucra otras cuestiones. La comprobación de si sabemos cómo son las cosas es, o bien fundamentalmente empírica (o sea, producto de nuestra experiencia y justificada exclusivamente por ella, y, por tanto, finita y contingente, aun por lo que se refiere a esta aseveración máximamente general), o fundamentalmente racionalmente (sabríamos que la naturaleza está causalmente ordenada por ser racionalmente inconcebible que fuese de otro modo); y la fuerza de esta última tesis reside no en que no podamos imaginarla distinta, sino en que imaginarla distinta sería admitir que la naturaleza no puede ser conocida racionalmente.

El ataque más llamativo y famoso contra la clásica noción racionalista de la causalidad como vinculación necesaria de las cosas (según el modelo de la necesidad matemática que dominaba la ciencia newtoniana y sus interpretaciones populares) es el de David Hume.

La reducción de la causación a conjunción constante o concurrencia concomitante de dos sucesos, regular sucesión, debe haber sido común ya en la antigüedad, por cuanto hasta un filósofo aficionado como Cicerón hubo de criticarla. Esta concepción fue adoptada en la Edad Moderna por Joseph Glanvill en su Scepsis Scientifica(1665) y posteriormente por Malebranche en su Recherche de la vérité (1675); pero sólo llego a hacerse popular con el Treatise de Hume (1739-1740). Desde éste, el enunciado si C entonces siempre E ha sido usualmente considerado por los empiristas como si agotara el significado de la causación y, en consecuencia, como la expresión correcta del principio causal. Así Ayer escribe que “toda proposición general de la forma “C causa E” es equivalente a una proposición de la forma “Siempre que C entonces E”, en la cual el símbolo “siempre que” debe entenderse como refiriéndose, no a un número finito de caos reales de C, sino al infinito número de los casos posibles”. Y Reichenbach, manifiesta que  “por una ley causal el hombre de ciencia entiende una relación de la forma si…entonces, con el agregado de que la misma relación es válida en todos los caos”. De acuerdo con la tradición empirista, sostiene que “el significado de la relación causal se resume en la enunciación de una repetición sin excepciones”.

Según Hume, todo lo que podemos conocer por medio de la experiencia, dice Hume, es una conjunción constante de propiedades experimentadas: si cada vez que vemos el rayo oímos luego un trueno, lo único que podemos saber empíricamente es que le trueno ha estado siempre unido al rayo en toda la experiencia pasada; así, pues, nada podemos saber acerca de una relación causal que fuese “real” o “necesaria”, porque no tenemos experiencia de nada a lo que quepa llamar  la relación causal, sino solamente del rayo y del trueno; y en cuanto a la necesidad causal, es una relación inalcanzable por grado alguno de generalización inductiva, ya que existe siempre la posibilidad empírica de que falle la conjunción de hechos en un caso todavía inexperimentado. Todas las relaciones fácticas son, por tanto, contingentes y no necesarias: puede concebirse que en algún caso ocurran de forma distinta a como lo hayan hecho en el pasado; sin embargo, dice Hume, siempre tendemos a atribuir una conexión causal o necesaria a tales sucesos, y pregunta luego por qué ocurre así, no habiendo “a la vista ningún fundamento que lo apoye”; porque –contesta- estamos naturalmente dispuestos a hacerlo así. Lo mental sería un mecanismo creador de hábitos: la asociación de ideas se reforzaría con la repetición, y por ello nos es natural esperar que las conjunciones de fenómenos que hayamos experimentado en el pasado se presenten de la misma manera en el futuro. Así pues, las leyes no serían sino una expresión de los hábitos de formar expectativas congénitas  al tipo de estructura u órgano que es lo mental; y, por tanto, no hay razones distintas de las psicológicas para afirmar que la causalidad exita en la naturaleza: es la razón de que tendamos a crearnos hábitos de expectativas. Por consiguiente, en realidad, la causalidad no sería nada más que la vinculación que lo mental o entendimiento impondría entre las cosas cuya conjunción se haya experimentado repetidamente.

La crítica de Hume va dirigida contra el racionalismo clásico, que considera a la causalidad como una necesidad de la razón y, por ende, también una necesidad del ser. En el enfoque racionalista, especialmente en esa elaboración que se desarrolló paralelamente a los grandes éxitos de la física matemática en el siglo XVII, el mundo natural era una construcción matemáticamente perfecta, como lo demostraban las nuevas leyes de la ciencia; por motivos teológicos, ortodoxos o deístas, se consideraba que era la creación de un Dios-geómetra que le daba las leyes matemáticas apropiadas. Las tales funciones existentes en este cosmos perfecto eran las que serían visibles en una reconstrucción matemática perfecta, la “necesidad” de las matemáticas y, en consecuencia, la necesidad de las relaciones cosmológicas. Galileo mantuvo este punto de vista, como asimismo lo hicieron Descartes, Spinoza y Leibniz; por su parte, Newton estuvo profundamente influido por la tradición platónica de que las matemáticas son la expresión de la perfección formal de las cosas. Para el empírico Hume, esta tesis era demasiado a priori: estaba perfectamente dispuesto a conceder que lo mental o la imaginación pueda tener unas inclinaciones tales que tiendan a pensar de este modo; pero habría que explicarlo encontrando algún origen psicológico de esta inclinación a creer. Y en este caso, la investigación psicológica nos da como origen de esta creencia los hábitos naturales de la mente; en este sentido, Hume fue el primer pragmatista moderno.

Kant, profundamente trastornado por la crítica de Hume, defendió la ciencia moderna, pero teniendo en cuenta la crítica de Hume. Todo conocimiento comienza por la experiencia pero no se reduce a ella. Estamos en posesión de conocimientos a priori, gracias a los cuales el entendimiento conoce la experiencia. Los conceptos puros del entendimiento hacen posible la ciencia empírica. La ciencia consta de juicios sintéticos a priori. Hay formas a priori de la sensibilidad: espacio y tiempo. Hay conceptos puros a priori del entendimiento. Son las condiciones de posibilidad de la experiencia y de todo conocimiento. La causalidad es el supuesto previo que subyace a la propia posibilidad de nuestro conocimiento científico del mundo empírico (fenómenos). Kant sostiene que ésta es la base de la objetividad de nuestro conocimiento, puesto que sólo en estas condiciones es posible el conocimiento.

Por ser estas condiciones universales (o trascendentales) suscriben la naturaleza objetiva de este conocimiento, que es tal que un cognoscente cualquiera sólo puede llegar a serlo en estas condiciones: objetivo significa pues, universalmente intersubjetivo. Como es obvio, no nos será posible llegar a saber nunca cómo son las cosas en sí mismas. Nos es imposible llegar a saber nunca a conocer una causalidad real que rigiese las relaciones entre las cosas en sí mismas; solo los fenómenos constituyen el ámbito de nuestro conocimiento. Pero en este caso la causalidad es la condición para que lleguemos a entenderlas. Así pues, puede decirse que descubrimos leyes, pero sólo con el supuesto previo de legalidad, sin el cual nos quedaríamos solamente con una multiplicidad de apariencias sin ninguna vinculación necesaria; así, partiendo lo mismo que Hume de una crítica de las condiciones epistemológicas de nuestro conocimiento de causas, Kant convierte las disposiciones naturales de la mente de Hume, en una precondición necesaria del conocimiento.

Para Hume y para Kant, por tanto, la causalidad no es una generalización inductiva, pero explica nuestras generalizaciones inductivas o subyace a ellas: Para Hume, como un hábito de la imaginación; y para Kant, como una regla a priori del entendimiento. John Stuart Mill, por su parte, la explica como la más general de nuestras generalizaciones inductivas, que se ve repetidamente confirmada en todos los casos de generalización inductiva que afirmamos y, por tanto, tiene las mayores pruebas en su apoyo.

¿Es la causalidad característica de la ciencia moderna?

         La explicación causal es en realidad tan antigua como la descripción fenomenológica de meras sucesiones temporales.

         El pensamiento causal  fue codificado por Aristóteles. Lo admitió como ontológicamente  y como gnoseológicamente. El azar no entraba en el terreno de la ciencia. Es incognoscible científicamente. Los escolásticos desarrollaron el pensamiento causal. Todo tenía causa. El lema de la escolástica era scire per causas.

         Ahora bien la ciencia moderna restringe la causación a la causación natural. La causación natural se restringe a la causa eficiente. Las causas eficientes son causas físicas, mecánicas. Las hipótesis causales deben ser experimentables. Hay además una tendencia a reducir el número de causas.

Causa y razón.

         El principio de razón suficiente ha solido considerarse como el socio gnoseológico del principio ontológico según el cual todo tiene una causa. Más aún, estos principios han estado fundidos en uno sólo durante milenios.

         La identidad de razón y causa fue consagrada por Aristóteles, a quien debemos la distinción entre disciplinas demostrativas (empíricas) y teóricas. Quienes se guían por experiencia conocen el cómo de las cosas, quia y quienes poseen el arte alcanzan la inteligencia del por qué, el propter quid. También  en la Edad Media se siguió el planteamiento de Aristóteles. Alberto Magno se contó entre los pocos que distinguieron la causa física de la ratio lógica.

         Los racionalistas del siglo XVII adoptaron la identidad tradicional de causa y razón; pero invirtieron los términos: las causas pasaron a ser razones y, en los más de los casos, razones de índole matemática. Una proposición matemática –y no un agente físico- se consideraba razón suficiente o determinante, no sólo de otra idea, sino también de hechos materiales, como si las cosas y las ideas estuvieran en un mismo nivel o como si las primeras dependieran de las segundas Esta reducción de la explicación causal a la explicación racional es típica de Kepler, sobre todo durante su juventud, cuando no aceptaba ningún hecho empírico por sí mismo sino que, -en forma típicamente racionalista y renacentista- trató de explicar por qué los planetas conocidos eran precisamente seis. (Lo hizo, como es sabido, refiriéndose a los cinco poliedros regulares y a las esferas que los contienen.) Para el joven Kepler, la causa última de las cosas es cierta “armonía” matemática; creía haber alcanzado una nueva concepción de la causalidad; es decir, creía que la armonía matemática subyacente que puede descubrirse en los hechos observados es la causa de éstos, la razón por la cual son como son.

         Las explicaciones racionales de este tipo son en cierto sentido todo lo opuesto a las explicaciones causales en términos de agentes físicos: eso, por cierto, no podría comprenderlo ningún racionalista de los que creen que la naturaleza está construida matemáticamente y que por ello el uso de la matemática, más que un mero recurso práctico (como sostiene el pragmatismo) y mucho más que el único medio de revelar la esencia misma de las cosas. Para Galileo y Kepler, los objetos matemáticos no eran Ideas platónicas que existieran aparte de las cosas naturales en un reino propio, sino que eran el propio núcleo del universo. Por ello la cantidad considerada en aquellos tiempos la esencia de la matemática, fue concebida por Kepler como característica fundamental de las cosas y anterior a otras categorías.

         Para el racionalismo el principio de causalidad es analítico y se podía enunciar bajo la forma del principio de razón suficiente. Nada es ni sucede sin una razón suficiente. Spinoza lo formula en: E.I. Prop. XI. Este  principio fue considerado por Leibniz como principio de explicación universal. Descartes afirma que “Nada existe tal que no pueda preguntarse cuál es la causa de que exista”.

         Fue afortunado para la ciencia que Kepler y Descartes consideraran la explicación racional (y particularmente la matemática) como explicación última, y que Galileo la reputara indispensable. Pero la explicación racional en términos de proposiciones matemáticas no podía satisfacer a los físicos para siempre. Pronto se recurrió a causas mecánicas y físicas y que tenían que ser verificables. Los propios racionalistas no quedaron satisfechos con la explicación racionalista resultado del principio de razón suficiente. Buscaron también causas físicas, materiales, mecánicas para explicar los fenómenos naturales. Newton rechaza todas las hipótesis ocultas metafísicas y físicas que no estén comprobadas empíricamente.

La causalidad: ni mito ni panacea.

         El causalismo rechaza todas las categorías no causales de la determinación, sosteniendo dogmáticamente que es causal toda conexión que se produce en el universo. El acausalismo declara que el nexo causal es un fetiche (Pearson, una ficción analógica Vaihinger, una superstición Wittgenstein o un mito, Toulmin. Esta interpretación suele ir acompañada por el repudio fenomenista de todo tipo de explicación –incluida por supuesto la explicación causal- en favor de la descripción.

         La negación de la existencia de nexos genéticos entre los sucesos es vital para el subjetivismo: en el caso del empirismo, el único nexo admisible entre sucesos es el sujeto empírico, mientras que en el caso del idealismo neoplatónico, del de Malebranche o del de Berkeley, no puede haber otro vínculo que Dios.

         La tesis tradicional afirma que sin causalidad no hay conocimiento científico estricto. La ciencia necesita leyes causales.

         La ciencia ha asignado a la causalidad un lugar en el contexto más amplio del determinismo general. El principio causal es una de las diversas y valiosas guías  de la investigación científica y, como la mayoría de ellas, goza de una validez aproximada en ámbitos limitados; es una hipótesis general con un elevado valor heurístico, lo cual da a entender que en ciertos dominios corresponde bastante estrechamente a la realidad.

El dominio de la determinación causal. Condiciones de la aplicabilidad de las hipótesis causales.

         Estas son las condiciones para la aplicabilidad de los enunciados específicos adaptables a la fórmula de la causación como producción necesaria.

         1. Que los principales cambios en consideración sean producidos por factores externos. Es decir, que el sistema esté en gran parte a merced de su ambiente, de modo que los procesos internos sólo serán eficaces en la medida en que consigan modificar dichos procesos internos. El predominio de los factores externos sobre los internos se observa sobre todo en la técnica y en la industria, las cuales se ocupan precisamente en transformar la natura libera en una natura vexata.

 2. Que el proceso en cuestión pueda considerarse como aislado. O sea, cuando es lícito considerar el proceso en cuestión como arrancado de sus interconexiones reales, que por lo general son numerosas pero a menudo irrelevantes al respecto que se está investigando. En otras palabras, cuando tal aislamiento no afecta esencialmente a aquello que se investiga, o cuando las perturbaciones pueden ser corregidas. Esto es a menudo posible durante intervalos limitados de tiempo.

3. Que las interacciones puedan aproximarse por relaciones agente-paciente. O sea, cuando no existen acciones recíprocas, o cuando en caso de existir, lejos de ser simétricas, son tales que la acción es considerablemente más importante que la reacción. En otros términos, cuando las reacciones están ausentes, o bien pueden ignorarse para todos los fines prácticos. Es también típico de la producción y de la tecnología humanas considerar la materia prima como un paciente sobre el cual se ejerce el trabajo humano.

4. Que el antecedente y el consecuente están vinculados entre sí de manera unívoca. O sea, cuando cada efecto pueda considerarse como procedente en forma única de una causa fija. Así ocurre en particular cuando las causas pertinentes no tienen en absoluto igual importancia en el aspecto del que se trata, sino que por el contrario pueden ordenarse en gradación jerárquica. Las antedichas condiciones pueden a veces cumplirse con una aproximación suficiente, pero nunca con exactitud.

Dominio de validez del principio causal.

         La causación estricta y pura no se da nunca, en ninguna parte. La causación obra de modo aproximado en ciertos procesos limitados tanto en el espacio como en el tiempo, y aún así, sólo en aspectos particulares. Las hipótesis causales son nada más (y nada menos) que reconstrucciones toscas, aproximadas, unilaterales de la determinación; son con frecuencia completamente prescindibles, pero a veces adecuadas e indispensables.

         En el mundo exterior hay siempre una amplia variedad de procesos cuyo aspecto causal es tan importante en ciertos respectos y dentro de contextos limitados, que pueden describirse como causales aunque nunca lo sean de modo exacto ni exclusivo.

Cómo ha terminado la mecánica cuántica por decepcionar a los acausalistas.

         La ciencia reciente no parece acarrear ni una ampliación ni una reducción progresiva del dominio de validez del principio causal. Lo que se advierte es un proceso intelectual complejo, confuso e impredecible en el cual a algunos fenómenos se les priva del carácter causal que antes se les había atribuido, mientras que a otros se los reconoce como poseedores de un aspecto causal. Además se muestra que algunos tipos no causales de determinación están vinculados de algún modo a la causación. La tendencia general discernible en la ciencia contemporánea con respecto al problema general del determinismo no es tanto un creciente apartamiento de la causalidad como una progresiva diversificación de los tipos de determinación, con los cambios consiguientes en el significado y el alcance del principio causal.

         El caso de la mecánica cuántica es muy edificante. Hasta hace poco tiempo, la mayor parte de los hombres de ciencia y de los filósofos de la ciencia creían que la mecánica cuántica había asestado a la causalidad un golpe mortal, al revelar que los fenómenos cuánticos son intrínsecamente fortuitos y por ello sólo predecibles estadísticamente. Como dijo Heisenberg, “la partición del mundo en un sistema observador y otro observado implica una formulación correcta terminante de la ley de causa y efecto”. Tal partición se cumple en todo experimento, y la posición del corte (Schnitt) es arbitraria pues depende de la decisión del experimentador. Aunque se supusiera que la causalidad rige a ambos lados de la partición, tal hipótesis no podría confirmarse empíricamente pues lo que observamos es algo que reside precisamente en el corte y el comportamiento de esta región no está regido por leyes causales sino por las de la teoría cuántica, consideradas por completo no causales. Los fenómenos cuánticos –de acuerdo con la interpretación ortodoxa de la teoría- están situados en la intersección del observador y de sus dispositivos de observación; además, es el observΨador a quien se atribuye aquí el papel activo. Mientras se negó de este modo al objeto físico una existencia autónoma,  mientras que las leyes naturales no fueron consideradas como pautas objetivas sino que su significado fue confundido con el modo de su verificación, era fácil dejar alegremente de lado la causación física. Por ello no sorprende que hace unos pocos años uno de los fundadores de la teoría pudiese profetizar que eran de esperarse más desviaciones de la causalidad en el dominio de las llamadas partículas elementales. Según Heisenberg acaso ni siquiera el principio de antecedencia se salve en el próximo paso hacia el indeterminismo. Y el conocido autor de una “teoría general de la predicción” llegó hasta el punto de formular la audaz profecía de que toda teoría cuántica futura será esencialmente indeterminista y subjetivista.

         Bohm publicó su célebre reinterpretación de la mecánica cuántica elemental, basada en la vieja idea de la onda piloto de De Broglie. En esta interpretación, que es hasta ahora empíricamente equivalente a la usual, se concibe que el objeto existe autónomo aunque en fuerte interacción con su ambiente macroscópico. Las variables usuales de la mecánica cuántica son asignadas a la zona de superposición del objeto y el aparato; pero el comportamiento del objeto mismo es descrito en términos de nuevas variables, los llamados parámetros ocultos, que no están sometidos a ninguna relación de incertidumbre. El principio de incertidumbre de Heisenberg no es considerado como una limitación inherente de la precisión, sino como una limitación técnica que procede de la interacción objetiva objeto-aparato, cuya intensidad deberá ser en principio calculable con la ayuda de una teoría más detallada. Además, la interpretación de De Broglie-Bohm brinda una explicación causal de las fluctuaciones mecánicas cuánticas de las trayectorias de las partículas de escala atómica, variaciones que antes se consideraban inherentemente fortuitas y por ello individualmente impredecibles en principio. La ecuación newtoniana del movimiento se restablece en una forma generalizada y nos permite en principio predecir con exactitud la trayectoria de la partícula; además de la fuerza externa ordinaria, aparece en la fórmula de aceleración una fuerza nueva, interior, dependiente del campo Ψ, y esta fuerza cuántica explica las desviaciones respecto de las trayectorias clásicas.

Conclusión.

         La causación tiene pues un dominio limitado, el principio causal ocupa un lugar en el contexto más amplio del determinismo general; y los fracasos del principio causal en ciertos dominios no implican el fracaso del determinismo lato sensu, ni la quiebra del entendimiento racional.

         Lo que la ciencia contemporánea ha producido es el principio de determinación. Los dos componentes de ese principio son el principio genético y el principio de legalidad. La realidad no es un agregado caótico de sucesos aislados e incondicionados.

         A) La causación sólo vale cuando sea posible, B) Reconocer el carácter limitado de la causación; c) Hay otras categorías de la determinación y d) abstenerse de llamar causales a las otras categorías de la determinación.

 

 

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viernes, 17 de abril de 2020

La teoría de la verdad de Heidegger


La teoría de la verdad de Heidegger.

La verdad es un tema clásico de la filosofía, tan clásico que ha formado parte de la ontología el tratamiento de la verdad. Ha sido un tema ontológico. “La filosofía ha juntado desde antiguo la verdad con el ser”. Si el problema de la verdad es un problema ontológico, se ocupará de la verdad la ontología.

Heidegger en “Ser y Tiempo” parte en su análisis del concepto de verdad primero, del concepto tradicional de la verdad y trata de poner al  descubierto sus fundamentos ontológicos. Lo que llamamos concepto tradicional de verdad es un concepto derivado. La investigación pone en claro que en la cuestión de la esencia de la verdad entra necesariamente la cuestión de la forma de ser de la verdad. A una con ello se aclara el sentido ontológico de la frase “hay una verdad” y de la especie de necesidad con que “no podemos menos de suponer” que “hay” una verdad”.

Según Heidegger hay tres tesis sobre la verdad desde el punto de vista tradicional: Primero, el lugar de la verdad es la proposición (el juicio). Segundo, la esencia de la verdad reside en la concordancia del juicio con su objeto. Tercero Aristóteles, el padre de la lógica, es quien refirió la verdad al juicio como a su lugar de origen, así como quien puso en marcha la definición de la verdad como concordancia.

Según Aristóteles, Avicena, Santo Tomás de Aquino: Veritas est adaequaio intellectus et rei. Kant también sostiene tal tesis de la verdad como correspondencia.

Heidegger se pregunta por el fundamento de tal concepción de la verdad: “¿Qué hay dado por supuesto tácitamente en el conjunto adaequatio intellectus et rei? ¿Qué carácter ontológico tiene lo dado por supuesto?”.

En el proceso de la comprobación el conocer se refiere constante y únicamente al ente mismo. En éste transcurre, por decirlo así, la verificación. El ente mentado mismo se muestra tal como es en sí mismo, es decir, muestra que él es en su identidad tal como en la proposición proferida se muestra, se descubre que él es. Rechaza Heidegger la tesis de la adaequatio porque es en el ente en donde se muestra que el ente es quien tiene que ser. “La comprensión no entraña una concordancia del conocer y el objeto, ni menos de lo psíquico y lo físico, pero tampoco entre contenidos de conciencia de unos con otros. La comprobación entraña únicamente el “ser descubierto” del ente mismo. Esa es la aletheia, es el ser “cómo” de su “estado de descubierto”. Este se verifica mostrándose el objeto de la proposición, esto es, el ente mismo, como él mismo. Verificación significa mostrarse los entes en su identidad. La verificación se lleva a cabo sobre la base de un mostrarse los entes. Esto sólo es posible siendo por su sentido ontológico el conocer que profiere proposiciones y que se verifica un “ser, descubriendo, relativamente a los entes reales mismos”. Una proposición es verdadera porque descubre el ente en sí mismo y permite ver el ente en su estado de descubierto. El ser verdadero (la verdad) de la proposición es un ser descubierto. La verdad  no tiene en absoluto la estructura de una concordancia entre el conocer y el objeto, en el sentido de la adecuación de un ente a otro.

         El ser verdadero considerado como ser descubridor sólo es posible desde el punto de vista de la ontología sobre la base del Sein in der Welt, esto es, una estructura fundamental del Dasein y es el fundamento del fenómeno original de la verdad. La verdad es en primer lugar lo verdadero: el Dasein, ser descubridor y en segundo lugar el ser descubierto, la verdad como acto de descubrir. Ser verdadero significa el ser desubridor. Según Heidegger esta definición tan arbitraria aparentemente de la verdad “se limita a hacer la exégesis necesaria de lo que la más vieja tradición de la filosofía antigua presintió originalmente y comprendió prefenomenológicamente.”

         Esta definición de la verdad parte del análisis de “las maneras de conducirse el ser ahí” que solemos llamar inmediatamente “verdaderas”.

         El ser verdadero como ser descubridor es un modo del Dasein. Lo que hace posible este descubridor mismo es también verdadero en un sentido aún más original. “Los fundamentos ontológico-existenciarios del descubrir son lo que muestra el fenómeno más original de la verdad.”

         El descubrir es un modo del sein in der Welt y descubre en el mundo seres intramundanos, pues bien, éstos resultan ser lo descubierto. Son verdaderos en un segundo sentido. “Primariamente verdadero”, es decir, descubridor” (descubrimiento), sino “Ser descubierto” (estado de descubierto)”.

         Pero el “estado de descubiertos” de los entes intramundanos se funda en el “estado de abierto” del mundo. El “estado de abierto” es la fundamental forma del Dasein con arreglo a la cual éste es su Da. El estado de abierto está constituido por el comprender y concierne igualmente al mundo, al “ser en” y al “sí mismo”. Sólo únicamente con el “estado de abierto” del “ser ahí” se alcanza el fenómeno más original de la verdad. En tanto el “Dasein” es esencialmente su “estado de abierto”, y en cuanto abierto abre y descubre, es esencialmente “verdadero”. El “ser ahí” es en la verdad”. Esto último significa:

1.     A la constitución del ser del Dasein le es inherente el estar en estado de apertura general. Con el ser del Dasein y su estado de abierto y con igual originalidad es el estado de descubiertos de los entes intramundanos.

2.     A la constitución del ser del Dasein y como ingrediente  constitutivo de su estado de apertura es inherente el estado de yecto. En éste se desemboza que el Dasein es en cada caso ya, en cuanto mío y éste, en un determinado mundo y el estado abierto es esencialmente fáctico.

3.     A la constitución del ser del Dasein le es inherente la proyección. El Dasein puede comprenderse por el mundo y los otros o por su “poder ser”. El Dasein se abre para sí mismo en su poder ser. Este estado de apertura propio muestra el fenómeno de la verdad más original en que el Dasein puede ser, es la verdad de la existencia.

4.     Ala constitución del ser del Dasein, es inherente la caída. Es el Dasein perdido en el mundo. Por ello el Dasein es en la “falsedad”. A la facticidad del Dasein son inherentes el estado de cerrado y el de encubierto. El pleno sentido de la proposición “El Dasein es en la verdad” dice también con igual originalidad “El Dasein es en la falsedad”. Pero sólo en tanto que el Dasein es abierto, es también cerrado, y en tanto que con el Dasein son descubiertos en cada caso ya entres intramundanos, son encubiertos (ocultos) o desfigurados semejantes entes en cuanto entes que pueden hacer frente dentro del mundo.

La verdad tiene siempre que ser arrebatada a los entes. Los entes así resultan arrancados al “estado de ocultos”. La verdad es un robo, un arrancar que Heidegger designa como “proyección yecta”.

Se llega al resultado de que 1. Verdad originariamente es el estado de apertura del Dasein, estado al que es inherente el estado de descubiertos de los entes intramundanos. 2. El Dasein es igual originariamente en la verad y en la falsedad.

Heidegger afirma a continuación que “Estas proposiciones tan sólo pueden resultar plenamente evidentes dentro del horizonte de la exégesis tradicional del fenómeno de la verdad si cabe mostrar lo siguiente: 1. La verdad comprendida como correspondencia tiene su origen en el “estado de descubierto” por el camino de una determinada modificación. 2. Es la forma misma del ser del “estado de abierto” lo que conduce a que lo que se ve inmediatamente sea esta modificación derivada y que esta modificación dirija la exploración teorética de la estructura de la verdad.”+

         Según Heidegger “las raíces de la verdad de la proposición retroceden hasta el “estado de abierto” del comprender. Pues bien, remontando por encima de esta indicación acerca del origen de la verdad de la proposición, hay que poner de manifiesto expresamente el carácter derivado del fenómeno de la correspondencia.”

         Según Heidegger pues, el concepto tradicional de verdad como correspondencia tiene un carácter derivado desde el punto de vista ontológico.

         No es la proposición el lugar primario de la verdad, sino a la inversa, la proposición es un modo de apropiación del “estado de descubierto” y como modo del Sein in der Welt se funda en el descubrir o bien en el “estado de abierto” del Dasein. La verdad más original es la que  es la posibilidad de la condición ontológica de la proposición sea verdadera o falsa.

         La verdad en su sentido más original pertenece a la estructura fundamental del Dasein: “pero con esto queda trazada la respuesta a la cuestión de la forma de ser de la verdad y del sentido de la necesidad del supuesto de que hay una verdad.

         El Dasein está constituido por el estado de apertura y está en la verdad. El estado de apertura es una forma de ser del Dasein. “Verdad sólo la hay hasta donde y mientras el Dasein es”. Los entes son descubiertos mientras hay Dasein. Cualquier verdad es sólo por el Dasein.

         “Toda verdad es –con arreglo a su esencial forma de ser, la del ser ahí”- relativa al ser del Dasein. La verdad ónticamente sólo es posible en el sujeto.

         ¿Por qué tenemos que suponer que hay una verdad? “La verdad la suponemos nosotros porque nosotros, siendo en la forma de ser del Dasein, somos “en la verdad”. No la suponemos como algo “exterior” y “superior” a nosotros con lo que entramos en relación al lado de otros “valores”. No somos nosotros quienes suponemos la “verdad”, sino que es ella quien hace posible toda “suposición”.

         Suponer la verdad entonces significa comprenderla como algo por mor de lo cual el Dasein es.

         “El ser de la verdad está en una relación original con el Dasein. Y sólo por ser el Dasein estando constituido por el estado de apertura o el comprender, puede comprenderse lo que se llama el ser y es posible la comprensión del ser”.

         El ser y la verdad son igualmente originales. Ser sólo lo hay hasta donde la verdad es y la verdad depende del Dasein.

Hasta aquí hemos expuesto la teoría de la verdad de Heidegger expuesta en “Ser y tiempo”. En “De la esencia de la verdad”, de 1943 Heidegger alteró algo su doctrina de la verdad. El enunciado apoya la correspondencia con la cosa en el estar abierto del comportamiento, en la apertura. Pero “¿De dónde obtiene el enunciado representante la indicación de regirse por el objeto y acordarse según la conformidad? ¿Por qué ese acordar concuerda con la esencia de la verdad? ¿Cómo puede ocurrir algo como la realización del don previo de una dirección y la ordenación en una correspondencia? Sólo si este don previo ya se ha liberado en lo abierto para lo patente que impera desde allí, y que liga todo representar. El liberarse para una dirección que liga, sólo es posible como ser libre para lo patente de lo abierto. Ese ser libre señala la esencia hasta ahora incomprendida de la libertad. La apertura del comportamiento como posibilitación interna de la exactitud se funda en la libertad. La esencia de la verdad es la libertad.”

         Para poder hacer una acción de asentir o disentir de una verdad, para hacer la acción de un enunciado, el que actúa debe ser libre. La libertad es la esencia de la verdad misma. Esto es, la libertad es el fundamento de la posibilidad intrínseca de aquello que primero se da como conocido. Pero en el concepto de libertad, no viene incluido el concepto de verdad ni su esencia.

         La libertad es el fundamento de la posibilidad intrínseca de la conformidad sólo en tanto ella recibe su propia esencia de la esencia más originaria de la única verdad esencial. La libertad para lo que se manifiesta en lo abierto deja ser a las cosas tal y como son. La libertad es ahora el dejar ser al ente. Se trata de comprometerse con lo abierto y su apertura. La esencia de la libertad, desde la esencia de la libertad es la exposición en el desvelar del ente. La libertad es el compromiso con el desvelamiento del ente como tal.

         Si el Dasein existente –dejar ser al ente- libera al hombre para su libertad, en tanto le da a elegir en general una posibilidad (un ente) y le encomienda una cosa necesaria (un ente), entonces la libertad no es arbitrio. El hombre no tiene libertad, ocurre lo contrario: la libertad, el Dasein existente y desvelador posee el hombre, y esto de manera tan originaria que únicamente ella confiere a una humanidad esa referencia –que caracteriza y fundamenta toda historia- a un ente en su totalidad como tal. Sólo el hombre existente es histórico, la naturaleza no tiene historia.

         La libertad entendida como dejar ser al ente cumple y realiza la esencia de la verdad en el sentido del desvelamiento del ente. La verdad es el desvelamiento del ente por el cual cobra presencia una apertura. En lo así abierto, se expone todo comportamiento humano y su actitud. Por eso el hombre es en el modo de la existencia.

         La esencia de la verdad se descubre como libertad. El dejar ser es en sí simultáneamente, ocultar. En la libertad ex-sistente del Dasein acaece la ocultación del ente en su totalidad, es el ocultamiento.

         El ocultamiento niega a la aletheia el desvelar y no lo tolera como privación, sino que le conserva lo más propio como propiedad. El ocultamiento pensado desde la verdad como desvelamiento es el no desvelamiento y así la no verdad auténtica y más propia a la esencia de la verdad. El ocultamiento del ente, la auténtica no verdad, es más antigua que cualquier revelación de éste o cualquier ente. Es más antigua aún que cualquier revelación de éste o cualquier ente. Es más antigua aún que el mismo dejar ser que desvelando mantiene ya oculto lo oculto y se relaciona con la ocultación. La auténtica no esencia de la verdad es el misterio. No esencia es la esencia que hace presente previamente.

         La libertad, en cuanto dejar ser al ente, es en sí la relación resuelta (entschlossene), es decir, la que no se cierra. En esta relación se funda todo comportamiento y de ella recibe la orientación hacia el ente y su desvelamiento.

         El error pertenece a la constitución misma interna del Dasein, en la que está encajado el hombre histórico. El error es el espacio de aquel volverse en el cual la ex-sistencia insistente, volviéndose una y otra vez, se olvida y equivoca la medida. La ocultación del ente oculto en su totalidad, impera en el desvelamiento del respectivo ente, que como olvido de la ocultación se convierte en error.

         .El error es un espacio ontológico, aquel espacio en el cual la ex-sistencia in-sistente, volviéndose una y otra vez, se olvida y equivoca la medida. La ocultación de lo oculto en su totalidad, impera en el desvelamiento del respectivo ente, que como olvido de la ocultación se convierte en error.

         El error es la antiesencia (Gegenwesen) respecto de la esencia inicial de la verdad. El error es el sitio abierto y el fundamento de lo erróneo (Irrtum). Lo erróneo no es una falta aislada, sino el reino de la historia, donde se enlazan intrincados, todos los modos del errar.

         El desvelamiento del ente como tal es en sí, simultáneamente, la ocultación del ente en su totalidad. Ahí impera el error. La ocultación de lo oculto y el error pertenecen a la esencia inicial de la verdad. La libertad, entendida desde la ex-sistencia in-sistente del Dasein es la esencia de la verdad sólo porque la libertad misma nace de la esencia inicial de la verdad, del imperio del misterio en el error. El dejar ser al ente se cumple en la apertura.

         La pregunta por la esencia de la verdad surge de la pregunta por la verdad de la esencia. Respuesta de Heidegger: la esencia de la verdad es la verdad de la esencia.

        

lunes, 13 de abril de 2020

Física y filosofía


Física y filosofía.

Desde el comienzo, la física ha estado íntimamente imbricada con la filosofía. La cosmología o filosofía de la naturaleza ha sido una reflexión filosófica sobre la esencia del mundo natural, el mundo externo. Al principio no se distinguía claramente entre filosofía y física. Incluso Newton se consideraba un filósofo natural. Su obra de 1687 se llamaba Principia mathematica philosophiae naturalis. La conexión entre filosofía y física ha estado pues siempre presente. Hoy incluso, a pesar de la división del trabajo, las cuestiones de la física conciernen grandemente a la filosofía. Hoy hay una estricta separación entre física y filosofía, pero tal división o separación no tenía lugar cuando nació el pensamiento metafísico, la metafísica presocrática.

1.    La filosofía de la naturaleza.

En la Antigüedad se entendía por filosofía de la naturaleza, peri physeos, historia, en Platón (Fedón 96ª); Peri physeos episteme, en Aristóteles (Física 184 a 15); Philosophia naturalis en Séneca (Cartas morales 88 y 24) el estudio de la naturaleza; por naturaleza entendían, pues la naturaleza de algo del mundo perceptible. El objeto de la filosofía de la naturaleza era, pues, la naturaleza de determinadas clases de cosas (en Aristóteles, en el De caelo y en el De anima), o el concepto de “la naturaleza de algo del mundo perceptible” (Aristóteles en la Física), o ambas cosas. La Filosofía de la Naturaleza se diferenció de la metafísica y de la ética y la lógica. Al partir de la idea esquemática de que la naturaleza de una cosa es el principio de su comportamiento, la elaboración del concepto de naturaleza se desarrolló a lo largo de una controversia sobre el cambio (la categoría más universal acerca del comportamiento de las cosas perceptibles), sobre el espacio y el tiempo (el medio de su comportamiento) y sobre las relaciones causales (los modos explicativos necesarios acerca de su comportamiento).

      Ha habido diferentes conceptos de naturaleza a lo largo de la historia de la filosofía, entre otros están: el concepto mecanicista-atomista-materialista (Th. Hobbes), el filosófico-emergentista (A.N. Whitehead), el materialismo modal-atributivo (B. de Spinoza), el monadológico (G.W. Leibniz), el subjetivista-fenomenista (R. Carnap, 1928) y el indeterminista (Ch. S. Peirce). Estos conceptos de naturaleza, sin embargo, son sólo en un sentido derivado, al mismo tiempo, conceptos de naturaleza en el sentido de totalidad de las cosas del mundo perceptible; sólo se convierten en un concepto tal cuando a los conceptos de naturaleza de las cosas se los considera por primera vez como partes de una totalidad.

      En la metafísica presocrática y en el Timeo de Platón, encontramos que no hay demarcación entre física y filosofía, se encuentran principios científicos y filosóficos por igual y entrelazados mutuamente. Aparte del intento de Platón –en el fondo físico- por aplicar la naturaleza de las cosas por su composición (de corpúsculos con forma de poliedro regular), el Timeo contiene también una teoría filosófica sobre la naturaleza de las cosas, a las que se considera reproducciones, instaladas en un recipiente de unas formas inmutables. Aristóteles fue el primer filósofo-científico que planteó explícitamente el problema del concepto de naturaleza y la demarcación de las ciencias y por esto es con propiedad el fundador de la filosofía natural. Al concepto de naturaleza propuesto en la Física se llega: a) usando una serie de propiedades que necesariamente se dan en una gran multitud de cambios (hilemorfismo); b) usando un grupo de factores que son necesarios para una completa explicación del cambio,  (teoría de las cuatro causas); y c) usando unas definiciones sobre el cambio, la magnitud infinita, el lugar y el tiempo. Pero la filosofía de la naturaleza de Aristóteles contiene también concepciones científicas y cosmológicas e muy estrecha conexión con las ya citadas. Aristóteles propone, p. ej., una teoría sobre la caída libre, el movimiento de un proyectil, los elementos, la causa de todo movimiento, y también sobre la limitación espacial y la ilimitación temporal del cosmos. Esta amplia (y vaga) concepción de la filosofía de la naturaleza prevaleció durante toda la Edad Media, y fue incluso conservada por aquellos pensadores de la Baja Edad Media que no compartieron las opiniones de Aristóteles sobre la posibilidad de un movimiento en el vacío (Guillermo de Ockham, Quaest. Super lib phys. 90), sobre la causa del movimiento de un proyectil (Buridán (1509) VIII 12) o sobre la naturaleza del lugar (Crescas, Or adonai I. II).

En la Edad Moderna, la física conoció un inmenso desarrollo y una crisis de fundamentos al aparecer los métodos empíricos y el proceder more et ordine geometrico. Pero predominaba la concepción de la unidad entre la filosofía y la física. Descartes, creyó que podía deducir la ley de la inercia de la inmutabilidad de Dios y que la experiencia sólo sirve para decidir qué mundo, de los deducidos de unas leyes aprióricas, es el real. Kant divide la filosofía de la naturaleza en una física, que formula las leyes empíricas, y en una metafísica de la naturaleza, que expone los presupuestos necesarios que posibilitan el conocimiento empírico. Según F.W.J. von Schelling, la filosofía de la naturaleza debería ser un conocimiento superior intuitivo de la naturaleza y no –como él la llamó- una ciencia ciega e irreflexiva que sólo partiera de fenómenos, y avanzar, por el contrario, desde unos principios logrados intuitivamente hasta unas soluciones seguras y necesarias de los problemas científicos.

Los éxitos de la física mecanicista que se iban produciendo de un modo independiente de la filosofía produjeron una separación entre física y filosofía. La filosofía de la naturaleza que se forma a partir de esta separación, puede clasificarse, en parte, como descriptiva, y en parte como especulativa. La filosofía descriptiva de la naturaleza pone el acento o en la experiencia cotidiana inmediata o en la ciencia física sobre todo. Son aportaciones a una filosofía de la naturaleza que pone el acento en la experiencia inmediata, o en el lenguaje cotidiano, las presentadas ya por Hume en su análisis de la causalidad y en el siglo XX, por N. Goodman, con un análisis de la disposición de los predicados; por M. Merleau-Ponty, con un análisis del espacio, y por G.E.M. Anscombe, con un análisis del tiempo. La intensificación y el crecimiento de la física han motivado tanto investigaciones que esclarecen un concepto científico de naturaleza a  partir de la metodología natural de la ciencia física (p.ej. H. Margenau, R. B. Braithwaite) mo también trabajos sobre conceptos concretos usados en la física (H. Reichenbach (The direction of Time) y el tratado general de N. Hartmann sobre las categorías del lenguaje corriente y del científico en su filosofía de la naturaleza (1950). Normalmente, los descriptivistas pretenden, al menos implícitamente, que lo que ellos describen representa la experiencia o el lenguaje de la naturaleza tal y como ella realmente es.

      La reciente filosofía de la naturaleza especulativa, o intenta expresar una actitud científica actual o futura valiéndose de una imagen filosófica del mundo, o intenta precisar un sistema de categorías que sobreviva incluso a los cambios más radicales en la situación científica. F. Engels intentó lo primero cuando escribió su Dialéctica de la naturaleza; en las teorías evolucionistas de la astronomía, la geología y la biología encontró la base para sus leyes dialécticas de la naturaleza. De un modo semejante, J.J.C. Smart intenta en el siglo XX formular una imagen coherente del mundo con argumentos simplemente plausibles, que puedan referirse a concepciones científicas de su tiempo (lo cual es un paralelo del proyecto clásico de Platón: construir un modelo del mundo ampliando de un modo aceptable el saber astronómico y matemático del que se disponía en su época). Otros defensores del primer grupo opinan que la función de la filosofía de la naturaleza consiste en esbozar la ciencia en su forma definitiva (P. Duhem) o al menos en una nueva fase (P. Feyerabend). Representativo de este segundo grupo es, sobre todo, A. N. Whitehead, quien intentó precisar un sistema de categorías que trascendiera todas las diferencias de las diversas épocas científicas. Este intento une a Whitehead con Aristóteles, quien con su teoría del cambio quiso trascender las distinciones entre el cambio de la vida cotidiana y el científico, y también con Kant, para quien las categorías debían ser unos presupuestos necesarios para cualquier conocimiento de la naturaleza.

2.   Visión de conjunto.

La filosofía no estudia las cosas en sí mismas. No estudia tampoco la realidad. Las cosas del mundo son estudiadas por las ciencias. La filosofía es una reflexión crítica de segundo grado. La filosofía estudia las prácticas humanas. La ciencia es una práctica humana más entre otras. La Filosofía no puede relacionarse con la naturaleza directamente, sino por la consideración del proceder y de los resultados cognitivos de la ciencia física. La filosofía necesita de la física como objeto para alimentar su reflexión y su crítica. El físico por su parte, necesita de la filosofía. No por despreciar la filosofía se salvará de ella. No podrá escapar de ella. En efecto, cuando decimos que la filosofía no nos interesa, lo que probablemente hacemos es sustituir una filosofía explícita de la física por otra implícita, esto es, inmadura e incontrolada: la filosofía espontánea de los físicos. Como dice Mario Bunge (1919-2020), la filosofía de la física es una rama de la filosofía de la ciencia, junto a otras disciplinas similares, tales como la filosofía de la biología y la filosofía de la psicología.

Mario Bunge propone una Nueva filosofía de la física (NFF). Los ingredientes de esta (NFF) serían los siguientes:

Ecuación de movimiento: el input específico debería ser la totalidad de la física, pasada y presente, clásica y cuántica. El output correspondiente debería ser una versión realista (análisis y teoría) de procedimientos actuales y óptimos de investigación, de ideas concebidas y concebibles, de metas perseguidas actualmente y metas posibles tanto en la física teórica como en la experimental.

Vínculo: la NFF ha de adecuar su ritmo no sólo a los adelantos de la física, sino también a los adelantos relevantes de la filosofía exacta, en particular la lógica y la semántica.

Condición de contorno: La NFF debería elaborar la mayor parte de la tradición de la filosofía clásica, asimilándola críticamente.

La filosofía de la física puede desempeñar al menos cuatro funciones útiles:

1). La asimilación filosófica de la física consiste en enriquecer la filosofía mediante el tratamiento de las ideas y métodos desarrollados en la física. Merced al análisis del trabajo real de los físicos experimentales y teóricos, el epistemólogo puede concebir hipótesis generales relativas a la naturaleza del conocimiento humano y a los modos de hacer que crezca o caiga en decadencia. Examinando teorías físicas profundas, el metafísico puede inventar teorías generales acerca de la naturaleza de las cosas. En resumen, la filosofía de la física puede contribuir (y, en cuanto cuestión de hecho, ha contribuido a menudo) a la expansión e incluso a la renovación de la filosofía.

2) La planeación de la investigación se lleva a cabo con alguna u otra filosofía en mente. Si la guía (o mala guía) es una estrecha filosofía empirista, la investigación quedará limitada a la recolección de datos y a teorías fenomenológicas o de caja negra que cubren esos datos sin explicarlos. En cambio, si se adopta una filosofía más liberal entonces no se impondrán limitaciones a la profundidad de la teoría ni a la dependencia de las teorías respecto de los experimentos. En particular, la búsqueda de teorías intrépidas y de nuevos tipos de datos vendrá entonces estimulada más que desacreditada.

3) El control de calidad de la investigación consiste en confrontar y evaluar la valía e importancia de los resultados experimentales y teóricos. ¿Son fiables los datos? ¿Son válidos para contrastar teorías, las ponen en movimiento, o plantean cuestiones que exigen nuevas teorías? ¿Son las teorías dignas de crédito? La respuesta a cualquiera de estas cuestiones implica algunas ideas filosóficas sobre la naturaleza de la verdad, el entrejuego de la experiencia y la razón, la estructura de las teorías científicas, y así sucesivamente..

4) Por limpieza de la casa, se entiende el inacabable proceso de aclarar ideas y procedimientos.

En conclusión: todo físico que arañe la superficie de su propio trabajo está destinado a vérselas cara a cara con la filosofía aun si no la tiene por cosa cierta. Si reconoce a la bestia, tiene dos posibilidades. Una es dejarse subyugar, esto es, sucumbir a la filosofía prevaleciente que, al ser popular, está obligada a ser grosera e incluso retrógrada. La otra posibilidad es estudiar la bestia esperando domesticarla, esto es, llegar a familiarizarse con algo de la investigación en la filosofía de la física, examinándola críticamente y tratando de ponerla al servicio de su propio trabajo científico.

3.   La física antigua y sus implicaciones filosóficas.

La tesis más importante de los physiologoi (presocráticos) fue que la variedad y multiplicidad de las cosas se encontraba ordenada por un principio unitario, o que derivaba de una sustancia unitaria, de tal modo que esta variedad podía explicarse, genéticamente, como producto de cierta evolución a partir de este proceso o sustancia material subyacente. Lo que se intentó construir fue una teoría unificada del universo: de su aparición, su estructura y sus procesos de cambio y transformación, sobre la base sola de principios físicos. Es una metafísica cosmista pues la metafísica presocrática.

Según Tales todo estaba formado por agua o procedía del agua. El agua era la sustancia por excelencia de la que surgían o estaban formadas todas las cosas.

 Anaximandro postula la existencia de una infinita substancia indeterminada como origen de todas las cosas. El ápeiron da lugar a los elementos, que salen de él (o se separan de ella) en virtud de un movimiento turbulento propio o vórtice. Así pues, son los propios elementos. Su disolución es inevitable. Esto es la justicia. Si los elementos se usurpan el lugar los unos a los otros, sufren castigo. Esto es injusticia, por ello “pagan multa y retribución” unos a otros por su injusticia de acuerdo con el tributo debido al tiempo”. El cambio resulta, así, la manifestación inevitable de una justicia retributiva. Así pues, la aportación de Anaximandro a la historia de la filosofía sería:

1.    La idea de una actividad o movimiento original por el que todo se origina y se transforma, y la idea acerca de cómo opera este movimiento (como movimiento turbulento que segrega los elementos originales de lo indeterminado).

2.    La idea de elemento y de que las cosas del mundo son combinaciones o mezclas de tales elementos primarios.

3.    La idea de cambio constante en el mundo, de que las cosas son mezclas no permanentes y de que el cambio tiene lugar por combinación y disolución de elementos.

4.    La idea de lo indeterminado como punto de partida u origen y como campo o proceso unitario que contiene en sí mismo todos los elementos necesarios para la formación del mundo.

5.    La idea de una necesidad de tipo legislativo que opera a través del tiempo, es decir, de una legalidad que todo lo abarca en la naturaleza.

Anaxímenes propone el aire como sustancia única de la que están hechas todas las cosas. Pero  no sólo presenta una sustancia única capaz de transformarse, sino que también sugiere el mecanismo de esta transformación mediante los procesos naturales de condensación y enrarecimiento, deducidos de la experiencia cotidiana.

Heráclito da un cambio a la explicación física: en lugar de tomar los elementos de una cosa como el origen último de todas las cosas, toma como último el propio proceso de cambio. No hay elementos determinantes. Sólo hay un flujo, un proceso constante de cambio y de transformación. Este flujo es una lucha de contrarios entre lo que es y lo que no es. La unidad de la naturaleza es una unidad del cambio continuo y la propia transformación, que opera por necesidad o ley. El Logos es la ley que rige el proceso de cambio. El cambio es, pues, legaliforme.

El eleatismo desarrolla la teoría del monismo del ser, de su unicidad. Si el ser es Uno, el cambio y la transformación no se dan. El Ser es y el no Ser es lo que no es. El vacío no es. “Lo que no es no puede concebirse, ni puede concebirse ni nombrarse”. “Aquello de lo que se habla y se piensa debe ser necesariamente ser…., pero no es posible que la nada sea”. No puede haber pluralidad, ni movimiento en consecuencia.

      Empédocles explicó la combinación de elementos, imaginando diferentes proporciones de los cuatro elementos originales en combinaciones que “llenaban” todo el espacio. El espacio estaba lleno como en Parménides, pero con una variación interna en la distribución de los elementos cualitativos.

      Según Anaxágoras existen infinitas clases de elementos, así como infinitos elementos. Por cada cualidad existente en el mundo hay un elemento y es más: en su concepción espacial o corpórea de estos elementos, dice  que pueden encontrarse infinitamente divididos o escindidos, de tal modo que  “no exista una parte más pequeña todavía”. Siempre hay división infinita. La materia es continua. Por otro lado, todo está en todo. Para dar orden a esta pluralidad física infinita postula algo trascendente a esta mezcla física, pero que regula todas las cosas en su mezcla y combinación y es la fuente de su movimiento o actividad, es decir, de todos los cambios que tienen lugar en el mundo físico. Este algo es, de por sí, puro y sin mezcla, no constituido por ninguna otra cosa, y es una esencia con actividad propia que, de hecho, ordena la pluraldad y es el agente activo de ese cambio por combinación y disolución que da lugar al mundo de nuestra experiencia. A este algo lo llama Nous.

      El pitagorismo no consideraba los elementos como entidades físicas que pudieran percibirse o sentirse, sino como entidades conceptuales, como objetos del pensamiento. La entidad conceptual central de la filosofía pitagórica es el número. De hecho, decían que todas las cosas son número o, que todas las cosas se encuentran constituidas en forma de relaciones numéricas o razones: la estructura última o ser de cualquier cosa es, por tanto, su forma matemática. Los pitagóricos pusieron un límite a la divisibilidad de las cosas. Si las cosas están formadas por números, el límite es el uno, a partir del cual queda constituida la magnitud.

      El desarrollo pitagórico de la idea de átomos numéricos como unidades puntuales elementales encuentra su expresión en el atomismo de Leucipo y Demócrito (y más tarde, Epicuro y Lucrecio) Hay átomos y vacío. Los atomistas griegos llamaban al espacio el no ser y lo comparaban con el eterno e indestructible pleno ser, pampleres on. El término to me on, no ser es un término que tomaron de los antiguos filósofos eleáticos, para quienes el no ser era simplemente la nada. Leucipo adoptó el lenguaje eleático, pero no el pensamiento eleático. En su idea, no había solución para las paradojas que tanto habían acentuado los eleáticos, a menos que se concediera al vacío cierto grado de existencia: la clase de existencia que pertenece al espacio desocupado, la condición que se consideraba necesaria para la realidad del movimiento y diversidad. A decir verdad, Demócrito, aprovechándose de la sutil distinción entre dos negativas griegas, me y ouk, acuñó su propio término para el espacio no ser  (to ouk on): evitó así el desorientador término original me on aceptado por Leucipo .que con tanto vigor evocaba la pura nada de los eléatas. Los átomos se mueven a través del vacío por medio de un movimiento inherente o natural. Así pues, el mundo está formado por átomos en movimiento y vacío; las cosas son combinaciones de estos átomos, y estas combinaciones tienen lugar no por la intervención de una mente o agente unificador, sino por obra del azar y de la necesidad. Es ésta una explicación mecánica del movimiento.

Platón en su cosmología introduce la dualidad de forma y materia y formula la hipótesis de que, como instrumento mediador hay una fuerza activa o demiurgo, que impone el orden de las formas ideales a la materia recalcitrante e informe, que sirve de receptáculo de estas formas. En su teoría física, que revela la poderosa influencia de las matemáticas pitagóricas y de algunas de las ideas atomísticas de Demócrito, emprende la interpretación del universo sobre la base de un modelo matemático.  Al igual que los pitagóricos, Platón toma el triángulo como figura plana más sencilla y elemento básico de su interpretación. Postula dos triángulos básicos (el medio cuadrado, o isósceles rectángulo, y el semiequilátero o triángulo de 30º-60º-90º) y pasa a construir por combinación de estas figuras planas, los “sólidos básicos”. Supuso, además, que los sólidos básicos eran los cinco poliedros regulares convexos, que además interpretó como elementos físicos, fuego, aire, tierra y agua y lo que él denominó cosmos.

      Aristóteles parte del movimiento como un hecho evidente. El ser es uno y múltiple a la vez: uno en acto y múltiple en potencia. Aristóteles dice que en un sentido, el no ser no puede engendrar el ser, y que, a partir de ello, lo que es era ya necesariamente antes. Pero la experiencia nos obliga a reconocer dos modos de significarse para el ser: existe el ser en potencia y el ser en acto, y a partir de ello se comprenderá que el ser en acto procede de aquello que no estaba en acto, pero sí en potencia.

      El movimiento, es extático , lo cual quiere decir que hace salir al ser de sí mismo, impidiéndole ser únicamente esencia, obligándole a ser también sus accidentes, expresando en este caso este también no solamente una superabundancia, sino una profusión parasitaria, y, por consiguiente, una deficiencia ontológica.

      Según Aristóteles, los principios del movimiento son tres. Inicialmente, es preciso colocar dos contrarios, que son el punto de partida y el punto de llegada del movimiento. Este último principio es la forma, es decir, lo que la cosa llega a ser por generación; el punto de partica del advenimiento de la forma es la privación de esta forma. Pero es preciso un tercer principio que asegure la continuidad del movimiento y le impida ser una sucesión desordenada de muertes y nacimientos. Este tercer principio es el sustrato o materia que es lo que subsiste bajo el cambio. Podría decirse también que la forma es el futuro del móvil, la privación de su pasado; la materia, lo que permanece eternamente presente. La forma no es menos eterna que la materia; al no poseer apenas partes que podrían componerse progresivamente, es ingenerable; no deviene en el tiempo, sino que adviene o desaparece en el instante.

      El ser natural (physeion) es el objeto propio de la física. Distingue Aristóteles de él el ser artificial. El ser natural posee en sí mismo un principio de movimiento y de reposo. Mientras que, en el arte, el agente es exterior al producto, la naturaleza es un principio inmanente al ser natural. La naturaleza es sujeto de su propio movimiento. La naturaleza actúa como causa final, como principio organizador: en este sentido, se opone al azar.

      El principio del movimiento es la forma. La forma es el fin del proceso natural.  La física no estudia la forma en cuanto separada de la materia, porque este estudio pertenece más bien a la filosofía primera. El físico verdadero se ocupa tanto de la forma como de la materia inseparablemente.

       El azar es una causa oculta a la razón humana. El azar  no es la ausencia de causa ni una causa trascendente. El azar es la relación retrospectiva de una serie causal real, dotada de una cierta finalidad, con una finalidad distinta de la primera, pero imaginaria. Tal concepción del azar no introduce ninguna falla en el encadenamiento causal: el azar únicamente añade una intención que, siendo ficticia, ni añade ni priva de nada, de hecho, a la realidad del proceso natural.

       La física se ocupa del movimiento. Aristóteles propone una definición del mismo en términos de acto y potencia: el movimiento es el acto de lo que está en potencia en cuanto tal, es decir, en tanto que está en potencia. El movimiento es un acto imperfecto, es decir, aquel cuyo acto mismo es, en cuanto que movimiento, no estar jamás totalmente en acto.  El movimiento se aproxima al infinito. El infinito es una cierta potencia, cuya particularidad consiste en no poder pasar jamás al acto hacia el cual tiende.  El infinito no es una cosa determinada, al modo de una casa; es más bien comparable a un proceso. Su ser consiste en una renovación perpetua.

      El lugar no es un principio inmanente del cuerpo, como la forma o la materia, porque entonces se desplazaría con él; pero el lugar no se desplaza, puesto que es de donde y hacia donde se desplaza la cosa. No es tampoco el intervalo de los cuerpos (como lo será para los estoicos); porque una de dos: o el intervalo es inseparable del cuerpo, y entonces abandona el lugar al tiempo que el cuerpo, o el intervalo está vacío, noción que rechaza Aristóteles. Por consiguiente, sólo queda que el lugar sea un límite, no del propio cuerpo, sino del cuerpo envolvente. Deberemos retener de este análisis lo siguiente: en primer lugar, que excluye la idea de un espacio infinito y vacío, indiferente al movimiento; después, que la noción de lugar supone un desplazamiento posible al menos, que el lugar es por consiguiente una propiedad, no del cuerpo en sí, sino en cuanto dotado de movimiento; finalmente, que la noción de lugar no tiene sentido a nivel del envolvente supremo, es decir, del cielo, que es el lugar de todo, pero que no puede hallarse en un lugar.

      Para Aristóteles existen movimientos naturales, según los cuales los cuerpos alcanzan su lugar propio, de donde únicamente serían desplazados por un movimiento violento. El movimiento natural agota la hipótesis del vacío, que sólo tenía sentido en la perspectiva atomística de movimientos desordenados producidos en un medio indiferente. Y a la objeción de que el movimiento es imposible en un medio lleno, Aristóteles responde con el desplazamiento recíproco de las partes, expeliéndose unas a otras como en el torbellino de un líquido, es del todo suficiente para eliminar la dificultad (teoría del envolvimiento o antiperístasis).

      El tiempo es el número del movimiento según el antes y el después. El movimiento es un continuo, divisible en potencia, pero indivisible en acto, podría decirse que el tiempo es como la medida de la continuidad del tiempo. El tiempo no es un flujo continuo, sino la unidad de un antes y un después, que se constituyen siempre de nuevo en torno a un presente., sustrato del tiempo. Pero este sustrato, siendo móvil él mismo, participa de lo que Aristóteles denomina el carácter extático del movimiento. Finalmente, más que por la permanencia de un sustrato en permanente movimiento, la unidad de los diferentes momentos del tiempo podría estar mejor garantizada por la actividad abstracta de una conciencia: tal parece reconocer Aristóteles al decir que sin el alma es imposible que exista el tiempo.

      Aristóteles distingue entre cuatro especies de movimiento según las categorías del ser en las cuales es dicho: el cambio según la esencia es el nacimiento y la muerte; según la cualidad, la alteración; según la cantidad, el crecimiento y la disminución; según el lugar, el transporte. Estas tres últimas especies, a excepción de la primera, constituyen el movimiento en sentido estricto.

      El movimiento sólo es infinito en el sentido de la divisibilidad en potencia y no puede ser infinito en extensión, puesto que el mundo no es infinito, y por consiguiente, debe tener un comienzo y un final.

      Aristóteles postula la existencia de un Primer Motor Inmóvil, en nombre de este doble principio según el cual todo lo que se mueve es movido por algo, y que no es posible remontarse hasta el infinito en la regresión hacia los motores. Es necesario, pues, un Primer Motor, que sea él mismo inmóvil, y es difícil no identificarlo con el Acto Puro que mueve como objeto de amor. Así la física parece exigir un principio suprafísico.

      La naturaleza es,  para los seres naturales, principio de movimiento. En este sentido, y aunque la naturaleza sea también principio de movimiento de los cuerpos celestes, el ser natural se distingue del ser suprasensible e inmóvil, y se subordine a él: por eso la física no es la filosofía más elevada, sino únicamente la filosofía segunda. Pero, por otra parte, la naturaleza es el más estable y el más sustancial de todos los principios del movimiento, pues es inmanente a los seres que mueve: la naturaleza por ello, se opone al azar, pero también al arte.

4.   La física clásica y sus implicaciones filosóficas.

En la física clásica, las facetas sensoriales, los modelos imaginativos desempeñaban un papel decisivo en la explicación científica. En cambio la física después de 1900 se resiste a hacer uso de las representaciones imaginativas.

Sin embargo, la idea de la física clásica no era una simple duplicación de la cándida percepción sensitiva.

      La física clásica tenía una idea o modelo cinético corpuscular de la materia (atomismo). La idea clásica de materia no se oponía a nuestra imaginación. También consistía en eliminar las cualidades secundarias.

      El universo era considerado como un medio homogéneo que existía objetiva e independientemente de su contenido físico, con una estructura rígida e intemporal. Newton dice: “El espacio absoluto, en su propia naturaleza, sin consideración hacia ninguna cosa externa, permanece siempre similar e inmóvil”.

      Esta hipótesis básica de la ciencia clásica fue formulada también por Pierre Gassendi, Henry More y Telesio, Patrizzi, Bruno y Campanella. Tan pronto la materia fue definida como plenum –o sea, espacio ocupado-, en contraste con el vacío o espacio desocupado, se estableció la distinción entre el recipiente inmutable e independiente y su contenido físico variable.

            La filosofía cartesiana de la naturaleza era en cierto sentido aún más newtoniana que la de Newton; mientras que para Newton el espacio era la realidad primaria, para Descartes era la única realidad verdadera del mundo físico. También para Spinoza, la extensión era uno de los atributos de Dios.

            El espacio es homogéneo. Según Locke, el espacio es el  principium individuationis, lo cual nos permite distinguir dos sensaciones simultáneas cualitativamente idénticas; dos objetos simultáneamente percibidos sólo pueden ser numéricamente distintos si están en dos lugares diferentes.

            Otras facetas del espacio clásico –la infinitud y la continuidad matemática (divisibilidad infinita)- se deducen directamente de su homogeneidad. La homogeneidad del espacio implica la relatividad de posición. Todas las posiciones son equivalentes en el espacio clásico o a causa de su homogeneidad.

            La homogeneidad del espacio implica también su divisibilidad infinita. Como la relación de yuxtaposición es universal, relaciona a cualquier pareja de puntos, por muy próximos que se encuentren. En otras palabras, por muy diminuto que sea el intervalo espacial, siempre ha de ser un intervalo que separa dos puntos, cada uno de los cuales es externo respecto al otro.

            La homogeneidad del espacio condujo a pensar que el espacio microfísico era idéntico al espacio macrofísico, lo único que lo diferenciaba era la magnitud.

            El espacio tiene inacción causal o pasividad, el lugar o cambio de lugar no pueden tener efecto causal, porque el espacio es inmutable.

            Mientras que el espacio se definía como agregado tridimensional de términos homogéneos  coexistentes, el tiempo se consideraba como agregado de una sola dimensión de términos sucesivos. La relación básica en el espacio es la yuxtaposición; la relación básica en el tiempo es la sucesión. Los puntos del espacio están al lado unos de otros; los instantes del tiempo se siguen unos a otros. Tanto el espacio como el tiempo eran considerados como especies de agregados, y se creía que ambos compartían la propiedad de ser homogéneos. Como en el caso del espacio, los atributos básicos del tiempo se deducían de su homogeneidad: su independencia de su contenido físico, su infinitud continuidad y uniformidad. El tiempo está vacío.

            La uniformidad del tiempo o fluidez del tiempo uniforme implica la independencia del tiempo con respecto a los cambios concretos que tienen lugar en él. El tiempo está vacío. Los cambios están en el tiempo, no son el tiempo en sí. El espacio es el recipiente de la materia, el tiempo es el recipiente del movimiento.

            Los instantes temporales son perfectamente equivalentes, sólo se diferencian por su orden en la serie. El tiempo es principio de diferenciación de un género distinto al cualitativo.

            La infinitud del tiempo, la continuidad del tiempo y la relatividad de los intervalos temporales se derivan lógicamente de la homogeneidad del tiempo.

            La relatividad de los intervalos temporales significa que sólo es verdaderamente real un presente sin dirección; tanto el pasado como el futuro son perfectamente simétricos en su propiedad de ser irreales. La relación del presente con el pasado así como con el futuro, es la de exterioridad absoluta de partes extra partes.

            En la ciencia clásica es tan disparatado hablar del intervalo temporal absoluto como de la magnitud espacial absoluta.

            No se asignaba al tiempo el mismo status ontológico que al espacio, incluso había dudas acerca del status ontológico del tiempo.

            Un mero desplazamiento en el tiempo, en virtud de la equivalencia cualitativa de los instantes sucesivos, no puede tener ningún efecto físico; los cambios en los cuerpos físicos únicamente deben resultar de causas físicas que actúan en el tiempo, no del tiempo en sí. Por tanto, ineficacia causal del tiempo, unidad de la naturaleza en el tiempo, universalidad intemporal de las leyes de la naturaleza.

            Hay una cierta intemporalidad ambigua del espacio. El espacio, aunque inmutable, perdura a través del tiempo.

            El tiempo es entendido como una serie infinita de espacios instantáneos sucesivos, cualitativamente idénticos que difieren por sus posiciones en el curso universal del tiempo.

            Aunque el espacio clásico era inmutable, no es cierto que fuera intemporal; la inmutabilidad y la duración no eran incompatibles según la doctrina clásica del tiempo.

            La verdadera intemporalidad pertenecía únicamente a los espacios sucesivos individuales de los que cada uno, en virtud de su carácter instantáneo, sólo contenía relaciones puramente espaciales. Así, incluso la ciencia clásica parecía conducir a la conclusión de que el tiempo es receptáculo no sólo del material físico variable, sino también del propio espacio.
            La materia era considerada como el plenum, algo impenetrable que llena completamente ciertas regiones del espacio y que persiste a través del tiempo aún tratándose de cambiar el lugar.

            Es el concepto de más amplia generalidad, es comparable al concepto de Ser, reúne todos los atributos del Ser de Parménides. La materia y el ser se identifican originalmente.

            La materia es espacio lleno y sus elementos constitutivos son impenetrables, indivisibles, indestructibles, rígidos y homogéneos. La indivisibilidad de las últimas partículas era otra consecuencia de la definición de la materia. Este atributo de la materia se convirtió en una de las piedras angulares de la teoría atómica.

            La materia tiene constancia o permanencia. Se creía que los últimos elementos de la materia eran constantes en su masa, en su volumen y en su forma. El principio de la constancia de la masa implica lo que se conoce hoy como principio de la conservación de la materia; si la masa cósmica total es la suma total  de las masas atómicas, entonces la constancia de las masas atómicas implica la constancia de toda la masa del universo. La constancia de la masa es consecuencia del principio de la conservación de la materia. Por lo tanto el volumen atómico es inmutable a través del tiempo.

            El espacio y el tiempo tienen inacción causal. La existencia de los átomos no se deriva de la definición de materia. Demócrito mismo era consciente de la posibilidad lógica de concebir un átomo tan grande como el universo.

            El número de sistemas referenciales, según Newton es ilimitado, pero hay uno que tiene un carácter privilegiado y único: el espacio absoluto, que era inmóvil e independiente de los cuerpos físicos. Un cuerpo que se mueve con respecto a su espacio absoluto está en movimiento absoluto.

            El movimiento es el desplazamiento de algo y ese algo sólo es un cuerpo material que existiendo en el espacio y en el tiempo, no es idéntico a ellos. El concepto clásico de movimiento requería de la materia discontinua. El movimiento es un cambio de coordenadas espaciales en el tiempo.

         Si el movimiento implica materia, no ocurre así a la inversa. En la definición básica de materia no está contenido el movimiento. El movimiento no se puede derivar ni del espacio ni del tiempo ni de la materia. Por ello adquirió el carácter de una entidad independiente y casi sustancial y permanece constante.

            En Leucipo y Demócrito el espacio está correctamente considerado no sólo como infinito sino también como homogéneo e isotrópico, siendo equivalentes todas sus direcciones. Sus átomos se mueven en todas las direcciones y cambian la dirección del movimiento solamente chocando unos con otros; el peso de los átomos no es una cualidad primaria de la materia, sino un efecto del medio que la rodea. Las únicas cualidades de los átomos de Demócrito son su impenetrabilidad e inercia. El movimiento es inherente a los átomos a diferencia de lo que sucede en la física clásica.

            En Aristóteles se niega la constancia del movimiento; todo lo que se mueve se mueve porque y mientras lo mueva algún movedor. Se necesita fuerza para mantener un cuerpo en movimiento en el universo aristotélico. En la física clásica, el movimiento era considerado como realidad substancial que se conserva a través del tiempo, mientras que sólo cambia su distribución espacial.

            El esquema mecánico de la naturaleza se puede resumir en las cinco proposiciones siguientes:

1.    La materia, que es discontinua en su estructura, o sea, que se compone de unidades absolutamente rígidas y compactas, se mueve a través del espacio según las estrictas leyes de la mecánica.

2.    Todas las diferencias aparentemente cualitativas de la naturaleza se deben a las diferencias de configuración o movimiento de estas unidades básicas o de sus agregados.

3.    Todos los cambios aparentemente cualitativos son meramente efectos superficiales del desplazamiento de las unidades elementales o de sus agregados.

4.    Toda acción recíproca entre los corpúsculos básicos se debe exclusivamente a su impacto directo. La acción a distancia es una simple figura de dicción.

5.    La variedad cualitativa, así como la transformación cualitativa, son adiciones psíquicas de la mente humana perceptora; no pertenecen a la naturaleza de las cosas.

Según Boscovich, Kant, J.S. Mill, Comte, Wundt, J.B. Stallo, E. Mach, la acción a distancia no es imposible. La aversión a la acción a distancia es meramente un prejuicio de nuestra imaginación condicionada.

La idea dinámica, que veía la última esencia de la materia en fuerzas que emanaban de centros como puntos y actuaban instantáneamente a través de la distancia, era representada especialmente por Boscovich, Kant y Faraday. El dinamismo afirmaba que se halla más en armonía con el principio de continuidad que el atomismo.  No tiene que aceptar el arbitrario radio finito de las partículas materiales. Al contrario que el atomismo, no conduce a la consecuencia de que las velocidades de las partículas que chocan cambian abruptamente sobre las superficies rígidas de los átomos. Aceptando la fuerza como entidad física primaria cuya magnitud y signo varían con la distancia, explica la impenetrabilidad y la gravedad al mismo tiempo. La impenetrabilidad resulta de la fuerza repulsiva en la inmediata vecindad del centro dinámico, mientras que la gravedad es una consecuencia de hecho de que la misma fuerza invierte su signo a cierta distancia. Por tanto, no hay necesidad de pesados modelos mecánicos. Esto, y la eliminación de la distinción entre la partícula y el campo de fuerza que la rodea, tienen un núcleo casi moderno.

El mecanicismo eliminaba la acción a distancia. La acción a distancia es sólo una apariencia debida a la limitación de nuestra percepción sensorial. Toda influencia física es, en definitiva alguna especie de contacto directo. Newton creó un modelo teórico de éter para explicar la acción a distancia mediante las partículas emitidas, otros también, Maxwell.

Frente al dinamismo, el mecanicismo siguió siendo muy superior tanto en lógica como en su interpretación de los datos empíricos.

            El energetismo es una continuación modificada del dinamismo. En el dinamismo, la entidad fundamental es la fuerza. En el energetismo es la energía. Se postulaba un éter electromagnético para sustituir al éter mecánico.

            La tendencia a disolver la individualidad de las partículas básicas de la materia en la unidad de un medio cósmico que penetrara todo fue una de las consecuencias de la doctrina de la acción a distancia.  Es la teoría de la fluidez de la materia, cuyo rastro se puede seguir hasta Descartes y Hobbes. Sin embargo las teorías del éter nunca fueron predominantes frente al atomismo.

El concepto clásico de causalidad presupone en primer lugar la continuidad espacio-temporal, en segundo lugar la simultaneidad absoluta de incluso los sucesos más distantes y en tercer lugar los corpúsculos con sus posiciones y velocidades claramente definibles. Esta es la idea cinético corpuscular de la naturaleza que en un sentido más amplio incluye el dinamismo, el energetismo y las teorías electromagnéticas del éter.

            Según la física clásica cualquier configuración instantánea de un sistema aislado implica lógicamente todas las configuraciones futuras del sistema. Su historia futura se ve así virtualmente contenida en su estado presente, que a su vez se ve lógicamente contenido en sus estados pasados. Lo que sucede con cualquier sistema aislado debe suceder con todo el universo, siempre que el universo en sí posea el carácter de un sistema aislado.

            Según Pierre Simon de Laplace:

“Un intelecto que en un instante dado conociese todas las fuerzas que actúan en la naturaleza y la posición de todas las cosas de que se compone el mundo –suponiendo que dicho intelecto fuese lo bastante vasto para someter estos datos al análisis- abarcaría en la misma fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los de los átomos más pequeños; para él no sería nada incierto, y el futuro, lo mismo que el pasado, sería presente a sus ojos.”

            En este concepto de Laplace acerca de la causalidad, que se ha convertido en artículo del credo ortodoxo de la ciencia clásica, subyace la afirmación de que la historia real del universo físico puede ser representada como una serie matemáticamente continua de estados instantáneos, representándose cada estado por una configuración instantánea, de un número fantásticamente grande de entidades corpusculares simultáneas con posiciones y velocidades claramente definibles; cada una de estas configuraciones se ve implicada por otra anterior, mientras que, a su vez, implica otra futura.

Es apenas sorprendente que la primera formulación exacta del determinismo riguroso apareciese al mismo tiempo que el primer bosquejo claro de la idea cinético corpuscular de la naturaleza. Demócrito afirmó ya que por necesidad se hallan preordenadas todas las cosas que fueron, son y serán.

            En la física clásica el tiempo tiene un carácter accidental y superficial.

            Las causas implican sus efectos; pero también a la inversa, de los efectos se pueden derivar las causas. La equivalencia lógica de causa y efecto borra o tiende a borrar la distinción entre el pasado y el futuro. El tiempo es reversible. Es posible la repetición. En el modelo cinético corpuscular, el tiempo pierde su irreversibilidad. Si suponemos que el universo se compone de un número finito de elementos, debe repetirse finalmente el estado idéntico del universo. La idea de repetición eterna aparece como su consecuencia lógica. Así desaparece la diferencia entre el pasado y el presente y el futuro. Todos los estados del universo se implican unos a otros independientemente de su orden temporal. No hay novedad en el universo, la contingencia no es más que un síntoma de la ignorancia humana. (Demócrito y Spinoza).

Lo que llamamos dirección del tiempo se despoja de su significado y el pasado, el presente y el futuro se mezclan en un modelo enorme, desprovisto de tiempo.

5.  La física contemporánea y sus implicaciones filosóficas.

Toda la historia de los conceptos de la materia, el espacio y el tiempo es la historia de una especulación metafísica que dura varios siglos. Sólo con la ciencia moderna se han hecho operativos en sentido pleno y se han vinculado a la medida de estos conceptos; lo cual, sin embargo, no hace otra cosa que dar cumplimiento al impulso original hacia la conceptualización, es decir, hacia la abstracción del espacio-tiempo perceptivo y de la cualidad para los fines de la actuación práctica y pública.

Nuestra imagen actual del espacio y del tiempo ha sido creada por la ciencia, especialmente por la física del siglo XVII.

Las dificultades del concepto de espacio absoluto de Newton se hicieron más conspicuas cuando los físicos de 1850-1900 empezaron a afrontar seriamente la cuestión del movimiento absoluto. Un cuerpo en reposo con respecto al espacio newtoniano se halla en reposo absoluto, mientras que un cuerpo en movimiento con respecto al espacio newtoniano se halla en movimiento absoluto.

Todos los sistemas inerciales son dinámicamente equivalentes y parece ser asunto de convencimiento el considerar a cualquiera de ellos como idéntico al sistema absoluto de referencia.

Si existe el espacio absoluto sin movimiento, su existencia es inverificable. Ya Berkeley y Leibniz rechazaron el espacio absoluto.

Así hay entonces una equivalencia dinámica de todos los sistemas inerciales. El experimento de Michelson-Morley demostró que el movimiento de la Tierra a través del éter hipotético no tenía la menor influencia sobre la velocidad de las ondas electromagnéticas.

Hay una pluralidad de tiempos locales. El tiempo se halla sujeto a la acción causal por medio de los procesos físicos y, a su vez, afecta a los procesos físicos; desaparecen su independencia y su inacción causal.

La principal diferencia entre la actitud de Einstein y la de Lorentz-Fitzgeral era que Einstein consideraba el resultado negativo de todos los experimentos que establecían la constancia de la velocidad de la luz como una de las facetas últimas e irreductibles de la realidad física, mientras que Lorentz y Fitzgerald esperaban explicar la constancia de la velocidad de la luz como una especie de afortunada o desafortunada coincidencia que puede ser derivada de las leyes no modificadas de la mecánica.

Además del movimiento de los cuerpos materiales, regulado por las leyes de la mecánica, existen en la naturaleza fenómenos de tipo ondulatorio. Entre éstos, las ondas sonoras se pueden reducir, en última instancia, al movimiento de las partículas (moléculas) materiales (movimiento vibratorio) que constituyen el medio en el que la onda se propaga. Por lo tanto, la velocidad de propagación del sonido en un medio en reposo no depende de la velocidad del foco sonoro. Sin embargo, para un observador que se mueve respecto al medio, la velocidad de propagación del sonido varía según la velocidad con la que dicho observador se mueve. Resulta claro, por ejemplo, que un observador que se mueve con la velocidad del sonido no podrá percibir un sonido que se propaga en su misma dirección, pero que se origina detrás de él, ya que el sonido le persigue sin alcanzarlo; en este caso, la velocidad de propagación del sonido respecto al observador es nula.

En el caso de las ondas luminosas o, más generalmente, de las radiaciones electromagnéticas de cualquier longitud de onda, un razonamiento análogo lleva a consecuencias muy diferentes. En primer lugar, la luz se propaga a través del espacio vacío y, por consiguiente, es imposible atribuir sus leyes de propagación a propiedades mecánicas de la materia. Hasta finales del siglo XIX se admitía que la luz se propagaba en un medio, el éter, dotado de propiedades peculiares y diferentes de las de la materia ordinaria. De modo análogo a lo que sucede con la propagación del sonido en un medio material, la velocidad de propagación de la luz en el hipotético éter resulta independiente del movimiento de la fuente luminosa. Si, por lo tanto, el éter es un medio que no es arrastrado por la materia en su movimiento, es de esperar que un observador en movimiento respecto al éter encuentre para la velocidad de la luz un valor diferente del obtenido por un observador en reposo respecto al mismo. De acuerdo con la teoría del éter, un rayo luminoso debería emplear más tiempo en alcanzar a un observador que viaja en su mismo sentido que el que emplearía en alcanzar a otro que fuera a su encuentro. De esto se deduce, y es importante subrayarlo, que en el caso de los fenómenos electromagnéticos no debería ser válido el principio de relatividad de Galileo, puesto que sería posible comprobar con experiencias de óptica el movimiento rectilíneo y uniforme de un sistema respecto al éter. Incluso los sistemas inerciales dejarían de ser equivalentes entre sí, porque la velocidad de la luz sería diferente en cada uno de ellos. Esto, lógicamente,  no es válido para las ondas sonoras, dado que éstas corresponden, como se ha dicho, a movimientos oscilatorios de partículas materiales para las cuales el principio de relatividad es siempre válido.

            El experimento que hizo tambalearse la teoría del éter y, al mismo tiempo, sirvió de base a la teoría de la relatividad de Einstein fue realizado por Michelson y Morley en 1881, y repetido luego por Michelson con instrumentos de más precisión que confirmaron definitivamente el resultado primitivo. La finalidad de esta experiencia era poner de manifiesto el movimiento de la tierra respecto al éter, midiendo con un interferómetro la diferencia de caminos recorridos en tiempos iguales por dos rayos luminosos que se propagan en direcciones diferentes y, por lo tanto, según la teoría expuesta, con velocidades también diferentes. Contra todo lo previsto, no se apreció diferencia alguna, cualquiera que fuese la dirección de propagación de los dos rayos luminosos respecto a la dirección de la trayectoria de la Tierra, en su movimiento de traslación alrededor del Sol. La experiencia llevaba por tanto a la conclusión de que la velocidad de la luz en el vacío era la misma en todas las direcciones, independientemente del movimiento de la Tierra. Se planteó entonces esta paradoja: por un lado, la independencia de la velocidad de la luz respecto al movimiento de la fuente confirmaba que el éter no era arrastrado por la fuente, y, por otro la independencia de la velocidad de la luz con referencia al movimiento del observador era compatible únicamente con la hipótesis de por sí muy poco plausible, de que el éter fuese arrastrado por la Tierra en su movimiento. De todas formas el arrastre del éter fue descartado por ser incompatible con el fenómeno de la aberración de las estrellas fijas. Después de numerosas tentativas (Lorentz) Einstein propuso una solución al formular una teoría basada en el abandono del concepto de éter y en la adopción de dos postulados fundamentales: el primero afirma que la velocidad de la luz en el vacío es constante en todos los sistemas de referencia con movimiento relativo y uniforme entre sí; el segundo confirma la validez universal del principio de relatividad para todos los fenómenos físicos, desde los mecánicos hasta los electromagnéticos.

            Una de las consecuencias más revolucionarias de los postulados enunciados es, sin duda, la necesidad de abandonar el concepto de tiempo absoluto. Desaparece el tiempo absoluto, igual para todos los sistemas, respecto del cual todos los sucesos son catalogados unívocamente como pertenecientes a un pasado, un presente o un futuro, para ser sustituido por el concepto relativo al estado de movimiento del sistema en cuestión. Como consecuencia inmediata desaparece también el concepto de simultaneidad absoluta de dos sucesos. Si para un observador dos sucesos son simultáneos, ya no lo serán para otro observador en movimiento relativo rectilíneo y uniforme respecto al primero. También es posible, en determinadas condiciones, que, mientras para un observador dos sucesos acaecen uno después del otro, para un segundo observador, en movimiento respecto al primero, la sucesión temporal se presente invertida. Sin embargo, esto sólo puede ocurrir cuando entre los dos sucesos no existe relación de causalidad, ya que el efecto producido por una determinada nunca puede ser anterior a ella para ningún observador, cualquiera que sea su movimiento.

            De modo análogo se puede ver también el concepto de longitud, y por lo tanto el de espacio deja de ser absoluto para pasar a ser relativo al sistema de referencia.

            De cuanto se ha dicho puede deducirse, además, una consecuencia importante de la teoría de la relatividad: la imposibilidad para cualquier cuerpo material de alcanzar una velocidad igual o superior a la de la luz en el vacío. En efecto, si fuese posible transmitir señales (distintas, desde luego, de aquellas transportadas por ondas electromagnéticas) a una velocidad tan grande como se quisiera, se conseguiría de forma absoluta que dos sucesos fueran simultáneos en cualquier sistema de referencia, resultado que, como hemos visto, está en contradicción con las consecuencias sacadas de los postulados de Einstein. Por lo tanto la luz es la velocidad límite. Por ello, la composición de velocidades deja de ser válida cuando se consideran velocidades próximas a la de la luz. Por otro lado, cuando un cuerpo en movimiento se acerca a la velocidad de la luz, su masa aumenta. Estrechamente ligada a esta propiedad está la ley de equivalencia entre masa y energía, una de las consecuencias más importantes de la relatividad. En efecto, si la masa de un cuerpo aumenta al aumentar su velocidad, esto quiere decir que la energía cinética adquirida por el cuerpo, equivalente al trabajo realizado por la fuerza externa aplicada, ha sido almacenada por el cuerpo bajo la forma de un aumento de masa. Esta equivalencia entre energía cinética y masa es válida también para cualquier otra forma de energía, ya sea potencial, térmica, eléctrica, magnética o gravitatoria, dado que una forma de energía se puede transformar en otra. Cuantitativamente, la relación de equivalencia entre la energía E y la masa correspondiente, m, adquirida por un cuerpo viene dada por la célebre ecuación de Einstein: E=mc2.

            Se ha visto que en un sistema no inercial un cuerpo en ausencia de fuerzas exteriores no se mueve con movimiento rectilíneo uniforme, sino que lo hace como si estuviese sometido a una fuerza (fuerza de inercia) que resulta proporcional a su masa (masa de inercia). De forma completamente análoga se comporta un cuerpo sometido a la atracción gravitatoria de otro: en tal caso, la fuerza que se ejerce sobre el primero es proporcional a su masa gravitatoria. De antemano no existe razón alguna para que la masa de inercia y la masa gravitatoria tengan que coincidir, dado que son magnitudes que se manifiestan en fenómenos físicos completamente diferentes; sin embargo, la experiencia demuestra que éstas son proporcionales entre sí: si la masa inercial es doble que la de otro, su masa gravitacional será también doble. De aquí deriva, como consecuencia, la equivalencia desde el punto de vista de la mecánica, entre un sistema de referencia situado en un campo gravitatorio uniforme y un sistema de referencia uniformemente acelerado. El principio de equivalencia de Einstein, base de la teoría de la relatividad general, consiste en postular que, no sólo para las leyes de la mecánica, sino también para todas las leyes de la física, un sistema uniformemente acelerado y un campo gravitatorio uniforme producen los mismos efectos. Esto significa, por ejemplo, que toda energía, cualquiera que sea su forma, no sólo tiene una inercia, como prevé la relatividad restringida, sino también un peso. Como consecuencia de este principio es posible, por ejemplo, prever que un reloj situado en una región donde el potencial gravitatorio es bajo, debe funcionar más lentamente que otro situado en una región de potencial gravitatorio más elevado. La extensión del principio de equivalencia a campos gravitatorios no uniformes y, por tanto, a sistemas sometidos a cualquier tipo de aceleración, constituye la teoría de la relatividad general.