Gobernar
el mundo.
Gobernar el mundo, Historia
de una idea desde 1815. Mark Mazower, Primera edición: mayo de 2018, Editorial
Barlin Libros, Valencia, 2018. 570 páginas.
En la disciplina política denominada “relaciones
internacionales” sabido es que podemos distinguir dos paradigmas: el paradigma
realista que concibe las relaciones internacionales como política de poder y el
paradigma pacifista que sostiene la importancia de la colaboración interestatal
y del derecho internacional. Mark Mazower investiga históricamente los intentos
de crear una gobernación o gobernanza mundial internacional, supranacional que
instaure una legalidad internacional y que contribuya a la paz y a un mundo más
seguro desde 1815.
En 1815 las potencias europeas se pusieron de acuerdo en
enterrar la Revolución y sus efectos. “No hay más que un único asunto
importante en Europa”, declaraba Metternich, “y es la revolución”.[1] En aquel tiempo dominaba
Europa el concierto internacional de Viena y de la Santa Alianza. Había que
impedir la revolución. Cualquier Estado que fuera revolucionario y que fuera en
contra del Antiguo Régimen sería considerado una amenaza para el orden
internacional europeo. Gran Bretaña se oponía a que la Santa Alianza fuera una
policía política internacional. Sólo si los intereses vitales de Gran Bretaña
se hallaban en peligro, ésta
intervendría.
Ya adelanto que pretender conseguir un universo político
es harto imposible y una falta de realismo. Como bien dijo Carl Schmitt, más
que de un universo político procede hablar de un pluriverso político. Los
Estados se hallan sumidos en una perpetua lucha de todos contra todos por el
poder. La guerra es la desembocadura lógica de las relaciones internacionales.
Los Estados se encuentran en estado de naturaleza.
Bien es cierto que el capitalismo y la ideología liberal
aspiran a la paz y a la extensión del mercado. El pacifismo y el anarquismo son
dos derivadas de la ideología liberal. A medida que el mercado capitalista se
expande por el mundo, afloran ideologías pacifistas, armonistas, federalistas
que buscan establecer un Estado mundial o una federación de Estados
republicanos pacíficos que resuelvan sus diferencias recurriendo al arbitraje y
al derecho internacional.
Al final todas las organizaciones internacionales,
pacifistas, etc no han podido evitar el hecho del imperialismo, el colonialismo
y la lucha entre las grandes potencias. Al margen de los Estados nacionales
quedan las organizaciones no gubernamentales dependientes del Gobierno. La idea
de un gobierno del mundo queda en entredicho constantemente. Eso sí, hay
hegemonía imperial que actualmente se sirve de organismos internacionales para
dictar su política conforme a sus intereses.
En el siglo XIX el liberalismo aspira al pacifismo a
través del libre comercio de mercancías. El principal ideólogo de esta doctrina
fue Cobden. La liberalización del
comercio traería la prosperidad económica, la colaboración internacional y la
paz entre los Estados. “Según mi opinión, el principio del libre comercio
actuará sobre el mundo moral como el principio de gravedad en el universo:
acercará a los hombres, superará las oposiciones raciales, religiosas y
lingüísticas, y nos unirá mediante los lazos de la paz perpetua”[2]
El liberalismo también desembocó en el nacionalismo, el
principio de las nacionalidades, a cada nación un Estado y en el principio de
autodeterminación. “Lo que necesitamos”, escribía Mazzini, “es (…) que todos
los pueblos europeos se unan para remar en una misma dirección. (…) El día en
que, en cada uno de los países donde opera nuestro movimiento, nos pongamos en
pie al unísono, ese día venceremos. Para entonces, la intervención extranjera
(de los déspotas) será ya imposible”.[3]
Frente al internacionalismo de las naciones y los pueblos
apareció el internacionalismo proletario de Marx y Engels. Había que sustituir
la lucha interestatal o internacional en lucha de clases interna, en guerra
civil.
Frente a estas dos ideas utópicas siempre estuvo presente
la idea de imperio, el realismo político. Lord Acton defiende en 1862 la idea
de imperio protector, un imperio generador a decir de Gustavo Bueno, claro,
pero que tratándose del imperio anglosajón tiene que resultar ser un imperio
depredador como es el imperialismo británico históricamente.
En 1851 se celebró en Londres el Congreso pacifista
universal y se buscó elaborar un código de derecho internacional. Someter la
política internacional al derecho. Al igual que lo político no puede ser
anegado en el derecho mucho más ocurre con las relaciones internacionales.
Estas ideas utópicas como todo el mundo se podrá imaginar, fracasaron. Sólo si
hay una gran potencia imperial dispuesta a obedecer voluntariamente y a
imponerlas a las demás potencias, tiene sentido el hablar de un derecho
internacional. Los Estados son las unidades políticas, los sujetos políticos
por eso de la soberanía, del poder político, de su fuerza. Lo demás es música
celestial. Sin embargo, el internacionalismo, la idea de una ley internacional
por encima de la soberanía de los Estados prevaleció en las conciencias
subjetivas de los pacifistas. Estas ilusiones perviven hoy de manera poderosa
conviviendo con la política de poder de las grandes potencias, guiadas por el
realismo político.
Como la idea de un gobierno mundial en un solo Estado es
ilusoria, sin negar que según Gustavo Bueno nos hallamos en la etapa posestatal
en el curso de la sociedad política, tenemos que decir que la proliferación de
organizaciones internacionales, del derecho internacional y de asociaciones internacionales
no han sustituido el imperio de las grandes potencias. Los únicos que se
someten a las autoridades internacionales son los países débiles, pequeños. La
biocenosis global sigue plenamente vigente.
El internacionalismo idealista, es eso, idealismo,
superchería, locura y necedad. Como decía Von Moltke, “la paz perpetua es una
ilusión, y ni siquiera una ilusión bella. La guerra forma parte del divino
orden del mundo.”[4]
Es la desembocadura lógica de las relaciones internacionales. Eso sí, las
grandes potencias han obrado organizaciones internacionales mediante para
cumplir sus propósitos, ortogramas imperiales e intereses nacionales.
Todas estas ideas pacifistas harto idealistas parten del
supuesto del régimen representativo parlamentario en el cual, en la sede del
poder legislativo, desinteresadamente, bajo el dominio de la razón y de la
argumentación racionales ante el público, sin ocultación, puede hallarse el
bien común mediante la discusión y sin recurrir a la fuerza, coacción o
presión, por la pura lógica racional y pensando en el interés general. Lo que
ya es una ilusión en el terreno político parlamentario intranacionalmente se
piensa que puede ser válido igualmente en el terreno de la política
internacional. Secreciones políticas del régimen representativo burgués.
Lo cierto es que como viene a reconocer Mazower el
florecimiento de las organizaciones internacionales no estatales, sino
supraestatales no ha impedido que sigan las relaciones internacionales por la
fuerza y por el poder. Tampoco ha impedido que las grandes potencias no se
dejen gobernar por tribunales internacionales u organizaciones supranacionales.
El principio de la soberanía absoluta e incondicionada sigue estando vigente
guste o no guste a los ideólogos progresistas.
Al concierto europeo de 1815, a la Santa Alianza le
sucedieron otros conciertos diplomáticos pero paulatinamente además se fue
abriendo paso la ideología internacionalista parlamentaria supranacional que
creía en el derecho internacional y en la sustitución de la política de poder y
de estado de naturaleza por el derecho internacional, el diálogo y el arbitraje
pacífico de las disputas mediante la proliferación de organizaciones no
gubernamentales y de organizaciones internacionales así como de convenciones de
desarme, etc. Así llegamos a lo que Gustavo Bueno denomina la etapa posestatal
del desarrollo o curso de las sociedades políticas.
El primer gran paso en esta dirección lo constituyó la
fundación de la Sociedad de Naciones. “Las alternativas internacionalistas a la
diplomacia tradicional privilegiaban la transparencia al secretismo, y la
participación a la exclusión. Los internacionalistas creían en la cooperación
entre naciones dirigida por el progreso científico y comercial, al tiempo que
consideraban la diplomacia basada en alianzas y el minitarismo irracionales y
retrógrados.”[5]
Woodrow Wilson ha pasado a la historia como un héroe
político, humanitario, benévolo y salvador de la humanidad. Era el Dios de la
paz, como recientemente ha sido considerado Barak Obama al otorgársele sin
ningún fundamento el Premio Nobel de la Paz. “Para sus partidarios su figura
encarnaba una América preocupada por el mundo y su cuidado, que se negaba a
mirar tan sólo de puertas adentro: su muerte prematura, poco después de fracasar
en su intento por conseguir el respaldo del Senado para la Sociedad, fue
interpretado como una suerte de martirio moderno. Medio siglo después de su
muerte en 1924, se convertiría en un –ismo. George W. Bush, Dick Cheney y
Donald Rumsfeld contribuyeron también al culto a Wilson: tras la invasión de
Irak en 2003, muchos críticos, preocupados profundamente por una América que
daba la espalda a las instituciones multilaterales, volvieron la vista hacia
él, buscando en su ejemplo inspiración para un nuevo siglo.”[6]
Este
pacifismo es liberal, anglosajón y protestante calvinista ante todo. “Wilson,
hijo de un pastor presbiteriano, pensaba más en los bíblicos términos de pactos
que de contratos, y deseaba construir algo que creciera de manera orgánica a lo
largo del tiempo hasta satisfacer las universales aspiraciones de la humanidad,
no los intereses de unos cuantos poderosos que podían salirse con la suya de
todos modos.”[7]
Con el discurso dirigido por Wilson al Congreso a comienzos de abril de 1917,
en el que anunciaba el endurecimiento de las relaciones con Alemania y
exhortaba a los EE.UU. a entrar en guerra, decía Wilson que “Lo que estaba en juego, afirmaba Wilson, era
“la defensa de los principios de paz y justicia en la vida del mundo contra el
poder egoísta y autocrático, así como implantar entre los pueblos realmente
libres y autónomos el consenso de propósitos y actuaciones que garantizaría en
adelante el cumplimiento de dichos principios” El problema de autocracias tales
como la monarquía prusiana estribaba en que sus gobernantes hacían caso omiso a
los deseos de sus pueblos; de hecho, Wilson declaraba abiertamente que los
EE.UU. no tenían conflicto alguno con
“el pueblo alemán”.[8]
El imperialismo liberal se hacía pacifista, internacionalista y entraba en
guerra, pero no contra el pueblo alemán, olvidando que el pueblo es
indisociable del gobierno y de la patria y que todos los pueblos tienen el
gobierno que se merecen. Esto confirma que el internacionalismo es una nueva
manera de configurar el imperialismo y la lucha entre Estados.
Antiguamente se pensaba que el derecho de guerra era algo
esencialmente perteneciente al Estado y a su soberanía, se ha ido imponiendo la
idea de que la guerra es algo que hay que evitar a toda costa y que es
intrínsecamente perversa. Ahora ya no se habla de guerra, sino de misión de
paz, claro que el objetivo de la guerra es conseguir una paz. Hoy en día,
debido al fundamentalismo democrático, se justifica la guerra para defender o
expandir la democracia, los derechos humanos y la ideología democrática. Una
guerra tal sería considerada justa y legítima. Otras motivaciones políticas
serían consideradas como monstruosas o como criminales. Las organizaciones
internacionales tales como la Sociedad de Naciones y la ONU nacieron
precisamente para pacificar el mundo y poner en manos de la comunidad
internacional una serie de instrumentos políticos, jurídicos y diplomáticos
para evitar las guerras futuras. En el siglo XX después de 1920 se han
originado muchas guerras sin embargo. La fuerza de la ONU, como antes ocurría
con la Sociedad de Naciones, no es más que un conjunto de los Estados que la
componen. En sus decisiones pueden intervenir las grandes potencias para vetar
aquellas resoluciones que no les resultan favorables a ellos o a sus aliados.
Actualmente se sostiene que la democracia es la forma
final de la historia política, la forma más elevada y definitiva para vivir en
paz, en libertad y en solidaridad. Ser demócrata se convierte en las
democracias fundamentalistas en ser
honrado, no ser demócrata se hace equivalente a ser un hombre no plenamente
desarrollado. Un Estado no democrático carece de legitimidad. San Agustín
pensaba que los hombres que no eran cristianos no tenían dignidad humana ni
derechos humanos. Tampoco los Estados paganos tenían derechos, no eran
legítimos enemigos políticos. Vivían en la barbarie y en el salvajismo, por lo
tanto, podían ser destruidos. También en el siglo XIX muchos pensadores
anglosajones pensaban que el derecho internacional y humanitario no les era
aplicable a los pueblos inferiores o razas inferiores situados en niveles
inferiores de desarrollo en comparación con las naciones blancas europeas.
La ONU, esto es, las democracias fundamentalistas que la
pueblan trata de extender por el mundo continuamente el sistema democrático.
Los EE.UU. se han convertido en los principales adalides de tal cruzada
democrática poblada de misiones de paz. Gustavo Bueno ya supo ver en su momento
que esta cruzada fundamentalista democrática derivaba del mercado pletórico de
bienes del capitalismo actual.
La fundación de la Sociedad de Naciones supuso un gran
intento de establecer un gobierno mundial que resolviera pacíficamente los
conflictos mediante el arbitraje y el derecho internacional. Sin embargo, los
EE.UU. no se integraron en tal organización y por lo demás, la dialéctica
política entre los Estados siguió su curso. Por lo demás, Lenin calificó la
Sociedad de Naciones como cueva de ladrones imperialistas capitalistas. Así
frente a la Sociedad de Naciones parlamentaria y liberal se sitúa la Tercera
Internacional Comunista, la Komintern marxista, internacionalista proletaria
dirigida desde Moscú por el Partido Bolchevique. De todos modos, la URSS fue
admitida en la Sociedad de Naciones en septiembre de 1934. Stalin, de manera
realista no se hacía muchas ilusiones sobre la Sociedad de Naciones. Tampoco se
hacía ilusiones con la Komintern. “Stalin, por su parte,, se hacía pocas
ilusiones respecto a esta, y la idea de seguridad colectiva no le inspiraba por
su parte, confianza alguna, ya que no albergaba auténticas esperanzas de
alcanzar un entendimiento más estrecho con ninguna potencia capitalista. No
obstante, aún se hacía menos ilusiones con respecto a la Komintern.”[9]
En una entrevista con H.G. Wells que se hizo célebre se
puso de manifiesto la gran calidad como estadista realista de Stalin y la gran
ingenuidad positivista ingenua e idealista de H.G. Wells. Stalin estaba con los
pies en la Tierra: “Este, mostrándose respetuoso hacia Roosevelt, dejaba claro
que, a su juicio, el New Deal americano no lograría, en sus aspiraciones de
salvar el capitalismo, sustraerse a sus propias contradicciones. La idea de
Wells según la cual ingenieros y científicos podrían llegar a ser los
configuradores de un nuevo orden mundial no le convencía. Los ingenieros hacían
lo que se les indicaba, sentenciaba Stalin: los científicos, por su parte, eran
tan capaces de hacer el bien como de infligir un daño inmenso.”[10]
Carl Schmitt
afirma que con la transformación del ius publicum europaeum la guerra se
volvió total y el enemigo se convirtió en criminal. La distinción espacial
interior/exterior se disolvió y toda la tierra se transformó en un espacio para
el enfrentamiento la crítica a la ideología universalista que judicializa la
política internacional en nombre de la moral y el derecho. “El auténtico poder
consiste, como expresara el teórico del derecho Carl Schmitt, en la capacidad
de dictar las normas y de decidir cuándo y a quién deben ser aplicadas”[11]
Frente a Carl Schmitt está el pacifismo jurídico
internacionalista, uno de cuyos más insignes representantes y teóricos fue Hans
Kelsen. Kelsen afirma en esta misma línea de pensamiento que Kant que “No puede caber duda de que la solución
ideal del problema de la organización mundial como el problema de la paz
mundial es la creación de un Estado Federal Mundial compuesto de todos o del
mayor número de naciones posible.”[12]
La fundación de la ONU supuso un paso más adelante en un
cierto gobierno mundial por parte de las grandes potencias a través de la ONU.
La ONU busca debilitar la soberanía y la autonomía de los Estados nacionales y
disolver tales Estados en organizaciones internacionales que se inmiscuyen en
sus asuntos internos: derechos humanos, agricultura, ganadería, pesca,
economía, ideología de género, cambio climático, salud, etc vaciando así los
órganos nacionales de contenido. Esto no afecta, claro está a las grandes
potencias, muy celosas de mantener su independencia y de actuar si fuere
necesario, de manera unilateral para satisfacer sus intereses nacionales.
El libro aporta muchos datos, muchas anécdotas, pero
aporta muy pocas opiniones y doctrinas discrepantes frente al internacionalismo
pacifista fundamentalista democrático suministrando así la idea de que el autor
acepta acríticamente el punto de vista del pacifismo internacionalista
democrático que se lleva como moda política actual, dando por supuesto como
bueno el devenir actual de las relaciones internacionales.. Los pobres
necesitamos tener patria, Estado, nación que nos proteja de los abusos y
atropellos de las transnacionales y de otros Estados y de los abusos internos
por supuesto.
[1] Página 31.
[2] Richard
Cobden, citado por Herfried Münkler, “Imperios” pág. 56 Nola editores,
2020. Madrid.
[3] Mazower, op. Cit. Pág. 83.
[4] Mazower,
op. Cit. Pág.115.
[5] Mazower,
op. Cit. Pág.163.
[6] Mazower,
op. Cit. Págs. 165-166.
[7] Mazower,
op. Cit. Pág. 169.
[8] Mazower,
op. Cit. Pág. 173.
[9] Mazower,
op. Cit. Páb. 239.
[10]
Mazower, op. Cit. Pág. 240.
[11]
Mazower, op. Cit. Pág. 241.
[12] Hans
Kelsen, La paz por medio del derecho.
Introducción de L. Echávarri y traducción de M. La Torre y C. García Pascual,
Editorial Trotta, Madrid 2003, página 30