Valoración
crítica del principio de causalidad.
El
triple significado de la palabra “causalidad”.
La palabra “causalidad” tiene, no menos de tres significados
principales, lo cual es un claro síntoma de la larga y tortuosa historia del
problema de la causalidad. En efecto, una sola y misma palabra, “causalidad”,
se emplea para designar: a) una categoría (correspondiente al vínculo causal);
b) un principio (la ley general de causalidad), y c) una doctrina, a saber,
aquella que sostiene la validez universal del principio de causalidad,
excluyendo los demás principios de determinación.
Se denomina causación a la conexión causal en genera, así
como a todo nexo causal particular; otra cosa es el principio causal, o
principio de causalidad, que es el enunciado de la ley de causación. La misma
causa produce siempre el mismo efecto. Finalmente el determinismo causal o
causalismo es la doctrina que afirma la validez universal del principio causal,
(causación). El determinismo causal afirma que todo ocurre de acuerdo con la
ley causal.
La
causación, ¿categoría puramente gnoseológica de relación o categoría
ontológica?
La causación es sinónimo de nexo causal, aquella conexión
entre los acontecimientos que Galileo describió como “una conexión firme y
constante” Galileo, 1632 “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo”:
“Si es verdad que un efecto tiene una sola causa primaria y que entre la causa
y el efecto hay una conexión firme y constante, debe entonces concluirse
necesariamente que allí donde se perciba una alteración firme y constante en el
efecto habrá una alteración firme y constante en la causa.”
La moderna controversia acerca de si la causación era un
hecho ontológico o por el contrario era una categoría meramente gnoseológica,
comenzó con la crítica escéptica y empirista. De acuerdo con el empirismo
moderno, la índole de la categoría de la causación es puramente gnoseológica; o
sea, que la causación sólo concierne a nuestra experiencia acerca de las cosas
y a nuestro conocimiento de ellas sin ser un rasgo de las cosas mismas, por lo
que toda referencia a la causación debe hacerse en lenguaje formal y no
material. Así Locke propone las siguientes definiciones: “Aquello que produce
cualquier idea simple o compleja, recibe el nombre general de “causa”, y
aquello que es producido, el de “efecto”. Además, lo mismo que Kant después de
él, Locke sostuvo que el principio causal es “un verdadero principio de la
razón”; una proposición con contenido fáctico, pero no establecida con ayuda de
los sentidos externos.
La concepción de la causación como construcción mental, como
fenómeno puramente subjetivo, fue subrayada por los sucesores de Locke,
Berkeley, según el cual, debido al carácter puramente mental de la causación,
las verdaderas “causas eficientes del movimiento” quedan por entero fuera del
alcance de la mecánica y caen, por el contrario, en el dominio de la
metafísica”. También Hume considera la causación como un proceso subjetivo
meramente. Hume usa indistintamente las
palabras “relación” y “conexión”; pero siempre para designar una relación
originada en una comparación entre percepciones o “ideas”. Kant en su Crítica
de la razón pura, afirma que la ley causal no se aplica a las cosas en sí
mismas, sino tan sólo a la experiencia, al mundo fenoménico; no al nouménico
por no ser más que una prescripción que nos permite ordenar o rotular los
fenómenos para poder leerlos qua
experiencias. Pero, mientras que Locke había considerado la causación como una
conexión, viendo en la producción su rasgo distintivo, sus sucesores
sostuvieron que la causación es sólo una relación y además una relación que
vincula experiencias y no hechos en general. Hume subrayó este punto en
particular entendiendo que no sería posible verificar empíricamente que la
causa produce o engendra el efecto, sino tan sólo que el acontecimiento
(experimentado) llamado “causa” está invariablemente asociado con el
acontecimiento llamado “efecto”, o que
el primero es invariablemente seguido por el segundo, argumento que, desde
luego, se funda en la suposición de que sólo entidades empíricas pueden figurar
en cualquier discurso relativo a la naturaleza o a la sociedad.
Mario Bunge (1919-2020) opina que la causación no es una
categoría de relación entre ideas sino una categoría de conexión y determinación
que corresponde a un rasgo real del
mundo fáctico (interno y externo), de modo que tiene índole ontológica, por más
que como cualquier otra categoría de esa índole suscite problemas
gnoseológicos. La causalidad es no sólo un componente de la experiencia, sino
también una forma objetiva de la interdependencia, que tiene lugar aunque sólo
sea de modo aproximado entre los acontecimientos reales; por ejemplo, entre los
sucesos de la naturaleza y entre los de la sociedad.
Causación
y determinación: principales concepciones.
Como de todos es sabido, frente al problema causal se han
adoptado las más diversas posiciones, desde la denuncia lisa y llana de la
categoría de la causación hasta el aserto de que ésta coincide con la
determinación. Todas estas posiciones pertenecen a una de las siguientes
clases: causalismo o panaitismo, semicausalismo o hemiaitismo y acausalismo o
anaitismo.
Causalismo a) La causación es la única categoría de la
determinación, de modo que la ciencia es coextensa con la causalidad: no hay
ley científica ni explicación posible que no gire en torno a la categoría de
causación. Es la creencia más difundida desde Aristóteles, quien escribió que
“lo que se llama sabiduría se ocupa de las causas y principios primeros”, hasta
Claude Bernard, quien dio el nombre de determinismo a la causa próxima o
determinante de los fenómenos.
b) De acuerdo con la doctrina racionalista, el principio
causal es una necesidad del pensamiento (Denknotwendigkeit), un principio
regulador a priori, y por ello un presupuesto y no un resultado de la ciencia.
Esta es la opinión de los leibnizianos, para quienes el principio causal no es
sino una forma del principio de razón suficiente (Schopenhauer dixit). También
los kantianos piensan así. Según Kant “Todos los cambios se producen de acuerdo
con la ley de la conexión (Verknüpfung) entre causa y efecto”. Pero esta
conexión es “producto de una facultad sintética de la imaginación
(Einbildungskraft)” El principio causal, pues, no es un resultado sino un
presupuesto de la experiencia: él hace la experiencia posible. También Cassirer
piensa que el significado del principio causal esencialmente es que no se trata
de un juicio sobre las cosas mismas sino una declaración sobre la interconexión
sistemática de Erkenntnisse. También Nagel sostiene que el principio causal no
expresa ley alguna natural, sino que “opera como una máxima, como una regla
algo vaga para dirigir el curso de la investigación”.
Los kantianos afirman que el vínculo causal es sintético, en
el sentido de ser verificable en la experiencia, pero no derivado de ella ni
ulteriormente analizable; y que el principio causal, como dice Helmholtz:
“nunca podría ser refutado por experiencia alguna posible…No es sino la
exigencia de entenderlo todo”. También es ésta la opinión de Ostwald. Einstein
mismo adoptó algunos rasgos de la doctrina kantiana de la causalidad al afirmar
que, aunque el principio causal no aparezca rigiendo de facto en el dominio de
la experiencia, rige de iure en el reino de las ideas, de modo que debería ser
posible elaborar una presentación de la mecánica cuántica en la cual el estado
inicial de un sistema determinara por entero sus estados posteriores.
Semicausalismo. A) la teoría ecléctica reconoce la validez
de la causación en ciertos dominios (la macrofísica), junto con la validez sin
restricciones de otras categorías de la producción legal (tales como la
estadística o la teleológica) en otros dominios; pero sin establecer vínculos
entre las diversas categorías de la determinación y sin reconocer la
posibilidad de que varias de ellas puedan concurrir en uno y el mismo proceso.
Este pluralismo nómico está muy difundido entre los físicos. Por ejemplo,
Reichenbach sostiene un dualismo entre causalidad y probabilidad como
principios independientes que intervienen en la descripción de todos los
fenómenos. También Born, según el cual “la naturaleza es regida por leyes
causales y leyes de azar, en una cierta mezcla”.
B) según la teoría funcionalista o interaccionista la
categoría de la causación es un caso particular de la categoría de la
interacción o interdependencia; para esta doctrina es una pura abstracción
aislar vínculos simples y lineales de causa-efecto de la interconexión o
interdependencia general (Zusammenhang) que tiene un carácter orgánico. Esta opinión es típica de los románticos y la
comparten la mayoría de los materialistas dialécticos.
C) El determinismo general o neodeterminismo –teoría
propuesta por Mario Bunge en 1959- afirma a este respecto que la causación es
sólo una entre las diversas categorías interrelacionadas que intervienen en los
procesos de la realidad; según ella, el principio causal tiene un campo
limitado de validez, por ser nada más y nada menos que una aproximación de
primer orden.
Acausalismo. A) La teoría empirista reduce la causación a la
conjunción externa o sucesión temporal de acontecimientos; puede admitir la
legalidad de los fenómenos, pero afirma la contingencia de las cualidades y de
las leyes mismas considerando a las últimas tan sólo como reglas del procedimiento
científico. El empirismo sostiene que la noción de causación es un “episodio de
la historia de las ideas”, un ídolo anticuado que va siendo reemplazado
gradualmente por leyes funcionales (Mach) o por correlaciones estadísticas
empíricamente establecidas (Pearson) o, en general, por leyes de probabilidad
(Reichenbach). Dice Russell que "la ley de causalidad, según creo, al
igual que mucho de lo que los filósofos tienen por válido, es una reliquia de
tiempos pasados, que al igual que la monarquía sólo sobrevive gracias a la
errónea suposición de que no hace daño.”
b) La doctrina indeterminista niega todo vínculo legal entre
acontecimientos y cualidades; en particular no reconoce la existencia de lazos
causales y afirma que los acontecimientos ocurren y nada más, y que las
cualidades son tan sólo idiosincrasias o
características que, siendo aisladas podrían haber sido diferentes. No parece
que este desarrollo extremo del empirismo haya sido sistemáticamente defendido
por nadie.
Mario Bunge afirma que la causación no es la única categoría
de la determinación y que, en consecuencia, tal principio no goza de una
validez ilimitada. Critica al causalismo, no la noción de causación. Afirma
entonces las siguientes tesis:
La causación (eficiente y extrínseca) es sólo una entre
varias categorías de la determinación.
En los procesos reales intervienen diversas categorías de
determinación. Los tipos puros de determinación son tan ideales como cualquier
otra clase de pureza.
La categoría de la causación, lejos de ser exterior a las
demás categorías de la determinación, está vinculada con ellas.
El principio causal vale con cierta aproximación en ciertos
dominios. El grado de aproximación es satisfactorio en relación con algunos
fenómenos y muy deficiente en relación con otros.
El determinismo causal, sin ser del todo erróneo, es una
versión muy esencial, elemental y rudimentaria del determinismo general.
Formulaciones
del principio causal.
La
teoría aristotélica de las causas.
Según Aristóteles y los escolásticos “Hay cuatro clases de
causas reconocidas. Sostenemos que de ellas, una (la causa formal) es la
esencia o naturaleza esencial de la cosa (pues la razón de una cosa es en
última instancia reducible a su fórmula y la razón última es a la vez una causa
y un principio); otra (la causa material) es la materia o substrato, la tercera
(la causa eficiente) es el origen del movimiento; y la cuarta (la causa final)
es la complementaria de la anterior, es decir, el fin o bien , pues éste es el
objetivo de todo proceso generador o motor”. Causa formalis, causa materialis,
causa efficiens y causa finalis. Las dos primeras son las causas del ser y las
dos últimas son las causas del devenir.
La causa eficiente es “el primer comienzo del cambio y del
reposo”. La causa eficiente es el agente que produce algún cambio en lo que se
concibe como paciente, sobre el cual la causa obra ab extrínseco, desde fuera.
La
definición de causa por Galileo.
El pensamiento moderno, aunque ha retenido la exterioridad
de la causación, ha preferido otras definiciones de la causa eficiente. Una de
las más claras fue la dada por Galileo, quien definió la causa eficiente como
la condición necesaria y suficiente para la aparición de algo: “aquélla, y no
otra debe llamarse causa, a cuya presencia sigue el efecto siempre y a cuya
eliminación el efecto desaparece”. Hobbes, un buen discípulo de Galileo afirma:
“La causa pues de todos los efectos consiste en ciertos accidentes
(propiedades) tanto en los agentes como en los pacientes, accidentes tales que
cuando están presentes se produce el efecto, pero si alguno de ellos falta, el
efecto no se produce; y ese accidente, ya sea del agente o del paciente, sin el
cual no puede producirse el efecto, se llama causa sine qua non o causa
necesaria por suposición, así como causa indispensable (requisite cause) para
la producción del efecto.” Hobbes distingue cuidadosamente entre la causa sine
que non o causa necesaria, y el complejo de causas suficientes que pueden
producir alternadamente el mismo efecto.
Los
enfoques leibniziano, humeano y kantiano del princpio de causalidad.
Hay tres posturas sobre el tema de la causalidad.
1.
La causalidad es un principio del ser, es un principio ontológico: la
descripción causal se refiere a la revelación de la naturaleza objetiva de las
cosas. El físico David Bohm dice a este respecto: “Las leyes causales que una
cosa cumple constituyen un aspecto fundamental e inseparable de su modo de
ser”.
2.
La causalidad es legalidad: una relación causal es aquella en la que se afirma
una ley científica dotada de suficientes garantías, basándose en una
generalización a partir de la experiencia; y la legalidad, a su vez, es
predecibilidad apoyada en aseveraciones garantizadas por la experiencia de
invariancias de hecho, aseveraciones que tendrán forma de ley.
3.
La causalidad es un postulado: la causalidad es una suposición sintética a
priori que no puede justificarse simplemente por generalizaciones empíricas
inductivas, pero que se necesita como condición para la posibilidad de un
conocimiento racional. Por tanto, es el postulado de los postulados de la
ciencia, puesto que subyace a la posibilidad misma de que exista cualquier
ciencia. Ontológicamente, es la aseveración de la continuidad y de la
uniformidad de la naturaleza; epistemológicamente, es la aseveración de que
nada puede llegar a ser conocido si no es bajo la forma de leyes, sino que es,
más bien, el supuesto previo de que este conocimiento es posible y no ilusorio.
La
primera tesis, la de que la causalidad es un principio del ser, es la más
claramente ontológica o metafísica: es una aseveración abierta sobre la
naturaleza de las cosas, y en este sentido representa la posición realista más
clásica; pues lo que llegamos a saber, en cuanto a relaciones causales se
refiere, sería la manera de ser de las cosas, cómo estarían objetivamente
relacionadas entre sí en la naturaleza (o en la realidad). Esta es la actitud
más común entre los hombres de ciencia, que en este aspecto comparten tal
creencia con quienes no lo son; sin embargo, cuando se la desarrolla, involucra
otras cuestiones. La comprobación de si sabemos cómo son las cosas es, o bien
fundamentalmente empírica (o sea, producto de nuestra experiencia y justificada
exclusivamente por ella, y, por tanto, finita y contingente, aun por lo que se
refiere a esta aseveración máximamente general), o fundamentalmente
racionalmente (sabríamos que la naturaleza está causalmente ordenada por ser
racionalmente inconcebible que fuese de otro modo); y la fuerza de esta última
tesis reside no en que no podamos imaginarla distinta, sino en que imaginarla
distinta sería admitir que la naturaleza no puede ser conocida racionalmente.
El
ataque más llamativo y famoso contra la clásica noción racionalista de la
causalidad como vinculación necesaria de las cosas (según el modelo de la
necesidad matemática que dominaba la ciencia newtoniana y sus interpretaciones
populares) es el de David Hume.
La
reducción de la causación a conjunción constante o concurrencia concomitante de
dos sucesos, regular sucesión, debe haber sido común ya en la antigüedad, por
cuanto hasta un filósofo aficionado como Cicerón hubo de criticarla. Esta
concepción fue adoptada en la Edad Moderna por Joseph Glanvill en su Scepsis
Scientifica(1665) y posteriormente por Malebranche en su Recherche de la vérité
(1675); pero sólo llego a hacerse popular con el Treatise de Hume (1739-1740).
Desde éste, el enunciado si C entonces siempre E ha sido usualmente considerado
por los empiristas como si agotara el significado de la causación y, en
consecuencia, como la expresión correcta del principio causal. Así Ayer escribe
que “toda proposición general de la forma “C causa E” es equivalente a una
proposición de la forma “Siempre que C entonces E”, en la cual el símbolo
“siempre que” debe entenderse como refiriéndose, no a un número finito de caos
reales de C, sino al infinito número de los casos posibles”. Y Reichenbach,
manifiesta que “por una ley causal el
hombre de ciencia entiende una relación de la forma si…entonces, con el
agregado de que la misma relación es válida en todos los caos”. De acuerdo con
la tradición empirista, sostiene que “el significado de la relación causal se
resume en la enunciación de una repetición sin excepciones”.
Según
Hume, todo lo que podemos conocer por medio de la experiencia, dice Hume, es
una conjunción constante de propiedades experimentadas: si cada vez que vemos
el rayo oímos luego un trueno, lo único que podemos saber empíricamente es que
le trueno ha estado siempre unido al rayo en toda la experiencia pasada; así,
pues, nada podemos saber acerca de una relación causal que fuese “real” o
“necesaria”, porque no tenemos experiencia de nada a lo que quepa llamar la relación causal, sino solamente del rayo y
del trueno; y en cuanto a la necesidad causal, es una relación inalcanzable por
grado alguno de generalización inductiva, ya que existe siempre la posibilidad
empírica de que falle la conjunción de hechos en un caso todavía
inexperimentado. Todas las relaciones fácticas son, por tanto, contingentes y no
necesarias: puede concebirse que en algún caso ocurran de forma distinta a como
lo hayan hecho en el pasado; sin embargo, dice Hume, siempre tendemos a
atribuir una conexión causal o necesaria a tales sucesos, y pregunta luego por
qué ocurre así, no habiendo “a la vista ningún fundamento que lo apoye”; porque
–contesta- estamos naturalmente dispuestos a hacerlo así. Lo mental sería un
mecanismo creador de hábitos: la asociación de ideas se reforzaría con la
repetición, y por ello nos es natural esperar que las conjunciones de fenómenos
que hayamos experimentado en el pasado se presenten de la misma manera en el
futuro. Así pues, las leyes no serían sino una expresión de los hábitos de
formar expectativas congénitas al tipo
de estructura u órgano que es lo mental; y, por tanto, no hay razones distintas
de las psicológicas para afirmar que la causalidad exita en la naturaleza: es
la razón de que tendamos a crearnos hábitos de expectativas. Por consiguiente,
en realidad, la causalidad no sería nada más que la vinculación que lo mental o
entendimiento impondría entre las cosas cuya conjunción se haya experimentado
repetidamente.
La
crítica de Hume va dirigida contra el racionalismo clásico, que considera a la
causalidad como una necesidad de la razón y, por ende, también una necesidad
del ser. En el enfoque racionalista, especialmente en esa elaboración que se
desarrolló paralelamente a los grandes éxitos de la física matemática en el
siglo XVII, el mundo natural era una construcción matemáticamente perfecta, como
lo demostraban las nuevas leyes de la ciencia; por motivos teológicos,
ortodoxos o deístas, se consideraba que era la creación de un Dios-geómetra que
le daba las leyes matemáticas apropiadas. Las tales funciones existentes en
este cosmos perfecto eran las que serían visibles en una reconstrucción
matemática perfecta, la “necesidad” de las matemáticas y, en consecuencia, la
necesidad de las relaciones cosmológicas. Galileo mantuvo este punto de vista,
como asimismo lo hicieron Descartes, Spinoza y Leibniz; por su parte, Newton
estuvo profundamente influido por la tradición platónica de que las matemáticas
son la expresión de la perfección formal de las cosas. Para el empírico Hume,
esta tesis era demasiado a priori: estaba perfectamente dispuesto a conceder
que lo mental o la imaginación pueda tener unas inclinaciones tales que tiendan
a pensar de este modo; pero habría que explicarlo encontrando algún origen
psicológico de esta inclinación a creer. Y en este caso, la investigación
psicológica nos da como origen de esta creencia los hábitos naturales de la
mente; en este sentido, Hume fue el primer pragmatista moderno.
Kant,
profundamente trastornado por la crítica de Hume, defendió la ciencia moderna,
pero teniendo en cuenta la crítica de Hume. Todo conocimiento comienza por la
experiencia pero no se reduce a ella. Estamos en posesión de conocimientos a
priori, gracias a los cuales el entendimiento conoce la experiencia. Los
conceptos puros del entendimiento hacen posible la ciencia empírica. La ciencia
consta de juicios sintéticos a priori. Hay formas a priori de la sensibilidad:
espacio y tiempo. Hay conceptos puros a priori del entendimiento. Son las
condiciones de posibilidad de la experiencia y de todo conocimiento. La
causalidad es el supuesto previo que subyace a la propia posibilidad de nuestro
conocimiento científico del mundo empírico (fenómenos). Kant sostiene que ésta
es la base de la objetividad de nuestro conocimiento, puesto que sólo en estas
condiciones es posible el conocimiento.
Por
ser estas condiciones universales (o trascendentales) suscriben la naturaleza
objetiva de este conocimiento, que es tal que un cognoscente cualquiera sólo
puede llegar a serlo en estas condiciones: objetivo significa pues,
universalmente intersubjetivo. Como es obvio, no nos será posible llegar a
saber nunca cómo son las cosas en sí mismas. Nos es imposible llegar a saber
nunca a conocer una causalidad real que rigiese las relaciones entre las cosas
en sí mismas; solo los fenómenos constituyen el ámbito de nuestro conocimiento.
Pero en este caso la causalidad es la condición para que lleguemos a
entenderlas. Así pues, puede decirse que descubrimos leyes, pero sólo con el
supuesto previo de legalidad, sin el cual nos quedaríamos solamente con una
multiplicidad de apariencias sin ninguna vinculación necesaria; así, partiendo
lo mismo que Hume de una crítica de las condiciones epistemológicas de nuestro
conocimiento de causas, Kant convierte las disposiciones naturales de la mente
de Hume, en una precondición necesaria del conocimiento.
Para
Hume y para Kant, por tanto, la causalidad no es una generalización inductiva,
pero explica nuestras generalizaciones inductivas o subyace a ellas: Para Hume,
como un hábito de la imaginación; y para Kant, como una regla a priori del entendimiento.
John Stuart Mill, por su parte, la explica como la más general de nuestras
generalizaciones inductivas, que se ve repetidamente confirmada en todos los
casos de generalización inductiva que afirmamos y, por tanto, tiene las mayores
pruebas en su apoyo.
¿Es
la causalidad característica de la ciencia moderna?
La explicación causal es en realidad tan antigua como la
descripción fenomenológica de meras sucesiones temporales.
El pensamiento causal
fue codificado por Aristóteles. Lo admitió como ontológicamente y como gnoseológicamente. El azar no entraba
en el terreno de la ciencia. Es incognoscible científicamente. Los escolásticos
desarrollaron el pensamiento causal. Todo tenía causa. El lema de la escolástica
era scire per causas.
Ahora bien la ciencia moderna restringe la causación a la
causación natural. La causación natural se restringe a la causa eficiente. Las
causas eficientes son causas físicas, mecánicas. Las hipótesis causales deben
ser experimentables. Hay además una tendencia a reducir el número de causas.
Causa
y razón.
El principio de razón suficiente ha solido considerarse como
el socio gnoseológico del principio ontológico según el cual todo tiene una
causa. Más aún, estos principios han estado fundidos en uno sólo durante milenios.
La identidad de razón y causa fue consagrada por
Aristóteles, a quien debemos la distinción entre disciplinas demostrativas
(empíricas) y teóricas. Quienes se guían por experiencia conocen el cómo de las
cosas, quia y quienes poseen el arte alcanzan la inteligencia del por qué, el
propter quid. También en la Edad Media
se siguió el planteamiento de Aristóteles. Alberto Magno se contó entre los
pocos que distinguieron la causa física de la ratio lógica.
Los racionalistas del siglo XVII adoptaron la identidad
tradicional de causa y razón; pero invirtieron los términos: las causas pasaron
a ser razones y, en los más de los casos, razones de índole matemática. Una
proposición matemática –y no un agente físico- se consideraba razón suficiente
o determinante, no sólo de otra idea, sino también de hechos materiales, como
si las cosas y las ideas estuvieran en un mismo nivel o como si las primeras
dependieran de las segundas Esta reducción de la explicación causal a la
explicación racional es típica de Kepler, sobre todo durante su juventud,
cuando no aceptaba ningún hecho empírico por sí mismo sino que, -en forma
típicamente racionalista y renacentista- trató de explicar por qué los planetas
conocidos eran precisamente seis. (Lo hizo, como es sabido, refiriéndose a los
cinco poliedros regulares y a las esferas que los contienen.) Para el joven
Kepler, la causa última de las cosas es cierta “armonía” matemática; creía
haber alcanzado una nueva concepción de la causalidad; es decir, creía que la
armonía matemática subyacente que puede descubrirse en los hechos observados es
la causa de éstos, la razón por la cual son como son.
Las explicaciones racionales de este tipo son en cierto
sentido todo lo opuesto a las explicaciones causales en términos de agentes físicos:
eso, por cierto, no podría comprenderlo ningún racionalista de los que creen
que la naturaleza está construida matemáticamente y que por ello el uso de la
matemática, más que un mero recurso práctico (como sostiene el pragmatismo) y
mucho más que el único medio de revelar la esencia misma de las cosas. Para
Galileo y Kepler, los objetos matemáticos no eran Ideas platónicas que
existieran aparte de las cosas naturales en un reino propio, sino que eran el
propio núcleo del universo. Por ello la cantidad considerada en aquellos
tiempos la esencia de la matemática, fue concebida por Kepler como
característica fundamental de las cosas y anterior a otras categorías.
Para el racionalismo el principio de causalidad es analítico
y se podía enunciar bajo la forma del principio de razón suficiente. Nada es ni
sucede sin una razón suficiente. Spinoza lo formula en: E.I. Prop. XI.
Este principio fue considerado por
Leibniz como principio de explicación universal. Descartes afirma que “Nada
existe tal que no pueda preguntarse cuál es la causa de que exista”.
Fue afortunado para la ciencia que Kepler y Descartes
consideraran la explicación racional (y particularmente la matemática) como
explicación última, y que Galileo la reputara indispensable. Pero la explicación
racional en términos de proposiciones matemáticas no podía satisfacer a los
físicos para siempre. Pronto se recurrió a causas mecánicas y físicas y que
tenían que ser verificables. Los propios racionalistas no quedaron satisfechos
con la explicación racionalista resultado del principio de razón suficiente.
Buscaron también causas físicas, materiales, mecánicas para explicar los
fenómenos naturales. Newton rechaza todas las hipótesis ocultas metafísicas y
físicas que no estén comprobadas empíricamente.
La
causalidad: ni mito ni panacea.
El causalismo rechaza todas las categorías no causales de la
determinación, sosteniendo dogmáticamente que es causal toda conexión que se
produce en el universo. El acausalismo declara que el nexo causal es un fetiche
(Pearson, una ficción analógica Vaihinger, una superstición Wittgenstein o un
mito, Toulmin. Esta interpretación suele ir acompañada por el repudio
fenomenista de todo tipo de explicación –incluida por supuesto la explicación
causal- en favor de la descripción.
La negación de la existencia de nexos genéticos entre los
sucesos es vital para el subjetivismo: en el caso del empirismo, el único nexo
admisible entre sucesos es el sujeto empírico, mientras que en el caso del
idealismo neoplatónico, del de Malebranche o del de Berkeley, no puede haber
otro vínculo que Dios.
La tesis tradicional afirma que sin causalidad no hay
conocimiento científico estricto. La ciencia necesita leyes causales.
La ciencia ha asignado a la causalidad un lugar en el
contexto más amplio del determinismo general. El principio causal es una de las
diversas y valiosas guías de la
investigación científica y, como la mayoría de ellas, goza de una validez
aproximada en ámbitos limitados; es una hipótesis general con un elevado valor
heurístico, lo cual da a entender que en ciertos dominios corresponde bastante
estrechamente a la realidad.
El
dominio de la determinación causal. Condiciones de la aplicabilidad de las
hipótesis causales.
Estas son las condiciones para la aplicabilidad de los
enunciados específicos adaptables a la fórmula de la causación como producción
necesaria.
1. Que los principales cambios en consideración sean
producidos por factores externos. Es decir, que el sistema esté en gran parte a
merced de su ambiente, de modo que los procesos internos sólo serán eficaces en
la medida en que consigan modificar dichos procesos internos. El predominio de
los factores externos sobre los internos se observa sobre todo en la técnica y
en la industria, las cuales se ocupan precisamente en transformar la natura
libera en una natura vexata.
2. Que el proceso en cuestión pueda
considerarse como aislado. O sea, cuando es lícito considerar el proceso en
cuestión como arrancado de sus interconexiones reales, que por lo general son
numerosas pero a menudo irrelevantes al respecto que se está investigando. En
otras palabras, cuando tal aislamiento no afecta esencialmente a aquello que se
investiga, o cuando las perturbaciones pueden ser corregidas. Esto es a menudo
posible durante intervalos limitados de tiempo.
3.
Que las interacciones puedan aproximarse por relaciones agente-paciente. O sea,
cuando no existen acciones recíprocas, o cuando en caso de existir, lejos de
ser simétricas, son tales que la acción es considerablemente más importante que
la reacción. En otros términos, cuando las reacciones están ausentes, o bien
pueden ignorarse para todos los fines prácticos. Es también típico de la
producción y de la tecnología humanas considerar la materia prima como un
paciente sobre el cual se ejerce el trabajo humano.
4.
Que el antecedente y el consecuente están vinculados entre sí de manera
unívoca. O sea, cuando cada efecto pueda considerarse como procedente en forma
única de una causa fija. Así ocurre en particular cuando las causas pertinentes
no tienen en absoluto igual importancia en el aspecto del que se trata, sino
que por el contrario pueden ordenarse en gradación jerárquica. Las antedichas
condiciones pueden a veces cumplirse con una aproximación suficiente, pero
nunca con exactitud.
Dominio
de validez del principio causal.
La causación estricta y pura no se da nunca, en ninguna
parte. La causación obra de modo aproximado en ciertos procesos limitados tanto
en el espacio como en el tiempo, y aún así, sólo en aspectos particulares. Las
hipótesis causales son nada más (y nada menos) que reconstrucciones toscas,
aproximadas, unilaterales de la determinación; son con frecuencia completamente
prescindibles, pero a veces adecuadas e indispensables.
En el mundo exterior hay siempre una amplia variedad de
procesos cuyo aspecto causal es tan importante en ciertos respectos y dentro de
contextos limitados, que pueden describirse como causales aunque nunca lo sean
de modo exacto ni exclusivo.
Cómo
ha terminado la mecánica cuántica por decepcionar a los acausalistas.
La ciencia reciente no parece acarrear ni una ampliación ni
una reducción progresiva del dominio de validez del principio causal. Lo que se
advierte es un proceso intelectual complejo, confuso e impredecible en el cual
a algunos fenómenos se les priva del carácter causal que antes se les había
atribuido, mientras que a otros se los reconoce como poseedores de un aspecto
causal. Además se muestra que algunos tipos no causales de determinación están
vinculados de algún modo a la causación. La tendencia general discernible en la
ciencia contemporánea con respecto al problema general del determinismo no es
tanto un creciente apartamiento de la causalidad como una progresiva
diversificación de los tipos de determinación, con los cambios consiguientes en
el significado y el alcance del principio causal.
El caso de la mecánica cuántica es muy edificante. Hasta
hace poco tiempo, la mayor parte de los hombres de ciencia y de los filósofos
de la ciencia creían que la mecánica cuántica había asestado a la causalidad un
golpe mortal, al revelar que los fenómenos cuánticos son intrínsecamente
fortuitos y por ello sólo predecibles estadísticamente. Como dijo Heisenberg,
“la partición del mundo en un sistema observador y otro observado implica una
formulación correcta terminante de la ley de causa y efecto”. Tal partición se
cumple en todo experimento, y la posición del corte (Schnitt) es arbitraria
pues depende de la decisión del experimentador. Aunque se supusiera que la
causalidad rige a ambos lados de la partición, tal hipótesis no podría
confirmarse empíricamente pues lo que observamos es algo que reside
precisamente en el corte y el comportamiento de esta región no está regido por
leyes causales sino por las de la teoría cuántica, consideradas por completo no
causales. Los fenómenos cuánticos –de acuerdo con la interpretación ortodoxa de
la teoría- están situados en la intersección del observador y de sus
dispositivos de observación; además, es el observΨador a quien se atribuye aquí
el papel activo. Mientras se negó de este modo al objeto físico una existencia
autónoma, mientras que las leyes
naturales no fueron consideradas como pautas objetivas sino que su significado
fue confundido con el modo de su verificación, era fácil dejar alegremente de
lado la causación física. Por ello no sorprende que hace unos pocos años uno de
los fundadores de la teoría pudiese profetizar que eran de esperarse más
desviaciones de la causalidad en el dominio de las llamadas partículas
elementales. Según Heisenberg acaso ni siquiera el principio de antecedencia se
salve en el próximo paso hacia el indeterminismo. Y el conocido autor de una
“teoría general de la predicción” llegó hasta el punto de formular la audaz
profecía de que toda teoría cuántica futura será esencialmente indeterminista y
subjetivista.
Bohm publicó su célebre reinterpretación de la mecánica
cuántica elemental, basada en la vieja idea de la onda piloto de De Broglie. En
esta interpretación, que es hasta ahora empíricamente equivalente a la usual,
se concibe que el objeto existe autónomo aunque en fuerte interacción con su
ambiente macroscópico. Las variables usuales de la mecánica cuántica son
asignadas a la zona de superposición del objeto y el aparato; pero el
comportamiento del objeto mismo es descrito en términos de nuevas variables,
los llamados parámetros ocultos, que no están sometidos a ninguna relación de
incertidumbre. El principio de incertidumbre de Heisenberg no es considerado
como una limitación inherente de la precisión, sino como una limitación técnica
que procede de la interacción objetiva objeto-aparato, cuya intensidad deberá
ser en principio calculable con la ayuda de una teoría más detallada. Además,
la interpretación de De Broglie-Bohm brinda una explicación causal de las
fluctuaciones mecánicas cuánticas de las trayectorias de las partículas de
escala atómica, variaciones que antes se consideraban inherentemente fortuitas
y por ello individualmente impredecibles en principio. La ecuación newtoniana
del movimiento se restablece en una forma generalizada y nos permite en
principio predecir con exactitud la trayectoria de la partícula; además de la
fuerza externa ordinaria, aparece en la fórmula de aceleración una fuerza
nueva, interior, dependiente del campo Ψ, y esta fuerza cuántica explica las
desviaciones respecto de las trayectorias clásicas.
Conclusión.
La causación tiene pues un dominio limitado, el principio
causal ocupa un lugar en el contexto más amplio del determinismo general; y los
fracasos del principio causal en ciertos dominios no implican el fracaso del
determinismo lato sensu, ni la quiebra del entendimiento racional.
Lo que la ciencia contemporánea ha producido es el principio
de determinación. Los dos componentes de ese principio son el principio genético
y el principio de legalidad. La realidad no es un agregado caótico de sucesos
aislados e incondicionados.
A) La causación sólo vale cuando sea posible, B) Reconocer
el carácter limitado de la causación; c) Hay otras categorías de la determinación
y d) abstenerse de llamar causales a las otras categorías de la determinación.
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