Hoy
día la historiografía en España se ha convertido en una tarea política de
falsificación de la Historia, de los hechos, silenciamiento de datos y manipulación
interesada por parte de historiadores-espadachines a sueldo del progresismo,
instalado como bloque histórico de poder en las instituciones políticas
españolas. Desde los años 70 los historiadores progresistas han fabricado una
versión progresista de los hechos históricos de la Historia de España. Sólo Pío
Moa y César Vidal entre otros constituyen honrosas excepciones en España.
Según
los historiadores progresistas, el Frente Popular era una coalición reformista
y democrática. Eso es radicalmente falso. Siendo falso que el Frente Popular
sea como se ha representado y ello a la luz de los hechos, “Asombra, por tanto,
la terquedad propagandística de numerosos intelectuales y políticos en
presentar la situación en el 36 como esencialmente normal y democrática, sólo
perturbada por una injustificable sublevación “fascista” o “reaccionaria”.[1]
Lo
peor es que los historiadores progresistas se niegan a discutir porque no
quieren reconocer públicamente su error y su sectarismo. “A quien conozca
ciertos enrarecidos ambientes académicos no le chocará que la respuesta a la
divulgación de estos hechos históricos haya consistido a menudo en el insulto,
la descalificación personal y….. ¡la exigencia de censura!, contra los
divulgadores”[2]
Está
claro que la Antiespaña existe y que lucha y desprecia la libertad. Ni hay
honestidad intelectual, ni hay libertad de expresión en muchas universidades y
éstas son focos de propaganda antiespañola.
En
lo que respecta a la insurrección revolucionaria de octubre de 1934, “Los líderes
sabían que el sector decisivo de la derecha, la CEDA, no era fascista ni
preparaba ningún golpe, como puso de relieve Besteiro, y utilizaron adrede esos
pretextos para justificar su propio golpe, excitar a las masas ante un
imaginario peligro, y paralizar la reacción de las derechas, muy sensibles a
tales acusaciones.”[3]
La
mejor prueba de que la CEDA no era fascista es que no realizó ningún golpe de
Estado. Franco tampoco dio un golpe de Estado en octubre de 1934 pudiendo
haberlo hecho en una ocasión tan favorable para sus intereses políticos de
haber sido tan ambicioso y tan fascista.
En
las elecciones de febrero de 1936 el Frente Popular presentó un programa
electoral que tradicionalmente los historiadores progresistas han denominado
moderado. Eso no es realmente así. El programa conducía al corrupto sistema
jacobino mejicano del PRI establecido en 1928. Era pues un programa
revolucionario. “Aunque este programa ha recibido a menudo el título de
moderado, no lo es bajo ningún criterio, salvo el de la comparación con los
planes bolcheviques o anarquistas”.[4]
El
libro de Pío Moa tiene detalles bastante interesantes. Hay que destacar por
ejemplo, la enemistad existente entre Alcalá-Zamora y Azaña. “Cuando el
presidente invocó su derecho a hacer observaciones al Gobierno, le contestó:
“Las hará usted mientras haya aquí alguien que se crea en el deber de
escucharlas. En otro caso se las hará usted a los muebles” y comenta “Esto es
lo más suave que nos decimos”. “Sólo me falta cogerle por las solapas”.[5]
A
partir de febrero de 1936 se reanudan los asesinatos políticos y actos de
barbarie terrorista por parte principalmente de las fuerzas políticas y
sindicales de izquierdas. El gobierno del Frente Popular simplemente, deja
hacer. Sólo detiene a los de derechas. El gobierno del Frente Popular quería
destruir la Constitución. Lo primero que hizo para empezar fue privar de sus
actas electorales a muchos diputados conservadores. “Al final, las derechas hubieron de ceder
nada menos que 32 escaños, la mayoría a favor del Frente Popular, más algunos a
otras formaciones menores, a fin de dar una vaga sensación de imparcialidad”.[6]
Respecto
a la insurrección que preparaban algunos generales en 1936, hay que destacar
que “Algunos querían marcar una fecha y darle un carácter monárquico, pero
Franco habría impuesto que sólo se llevara a cabo “en el caso de que las
circunstancias lo hicieran absolutamente necesario”, y “exclusivamente por
España, sin ninguna etiqueta determinada”.[7]
El
plan del Gobierno del Frente Popular era esperar a que se produjera la
insurrección armada y aplastarla sin contemplaciones, seguro como estaba de su
triunfo por contar con la mayoría de las fuerzas armadas. El Gobierno no quería
hacer una depuración total porque si lo hubiera hecho, habría quedado a merced
de los revolucionarios socialistas, comunistas y anarquistas. El Gobierno del
Frente Popular, compuesto por republicanos radicales burgueses jacobinos se
enfrentaba a las derechas, pero también a sus propios aliados.
Las
derechas si se sublevaban corrían el riesgo de ser exterminadas y si no lo
hacían también. La situación de terror se apoderó de los conservadores. “El
auge revolucionario empujaba a las derechas a un dilema fatal. Si no se
rebelaban, corrían el peligro de ser aniquiladas legalmente desde las Cortes e
ilegalmente desde la calle; pero si osaban sublevarse, tenían la mayor
probabilidad de resultar completamente destruidas.”[8] Una
insurrección conservadora provocaría una aceleración del proceso
revolucionario. “Sin duda, una revuelta derechista fallida acabaría de
desencadenar la revolución, como predecía Largo Caballero. Fuera o no táctica
deliberada de la izquierda, los conservadores se veían abocados a una batalla
perdida. La CEDA carecía en absoluto de preparación insurreccional, y las
violentas réplicas falangistas o los aprestos carlistas no pasaban de acciones
marginales, interpretables como coletazos del monstruo “burgués” agonizante.”[9]
El
Frente Popular era la Antiespaña porque estaba aliado con los secesionistas.
Sabino Arana decía, recuérdese: “Tanto nosotros podemos esperar más de cerca
nuestro triunfo, cuanto España se encuentre más postrada y arruinada.”[10]
Entonces, como hoy, se empezaba con el estatuto de autonomía y se terminaba por
la secesión. A los independentistas les favorecía la teoría leninista de la
autodeterminación de los pueblos. Comunista y socialistas eran los tontos
útiles de los separatistas, exactamente como hoy día. No es de extrañar la
alianza entre los separatistas y las izquierdas jacobinas, anarquistas,
socialistas y comunistas. Odio a España, odio a la historia de España. Ahí coincidían todos ellos. “Así, tras el
triunfo del Frente Popular se produjo una alianza, no nueva históricamente,
entre los revolucionarios, los republicanos de izquierda y los separatistas. La
base de esta alianza consistía en la común oposición a la derecha y a la propia
historia de España, considerada muy negativamente por todos ellos. Los
comunistas y los partidarios de Largo Caballero, especialmente, no vacilaban en
propugnar el “derecho de autodeterminación”, siguiendo los tópicos de Lenin y
Stalin al respecto. Esto beneficiaba mucho, desde luego, a los secesionistas
catalanes y vascos.”[11]
Los
desórdenes y los asesinatos políticos protagonizados por las izquierdas
provocaron que los afiliados de la CEDA se afiliaran a la Falange y que
apoyaran con más fuerza cada vez el golpe militar. Tal era el miedo de las
derechas. “La marcha del país había corroído, en efecto, el legalismo de los
afiliados de la CEDA, y el propio Gil-Robles estaba pasando a apoyar los planes
de sublevación, más por fatalismo que con fervor.”[12]
El
golpe de gracia a la II República Española lo constituyó el asesinato de José
Calvo Sotelo. Fue éste un asesinato
político parecido al de Matteotti en Italia en 1924.
Fue
asesinado el teniente Castillo el 12 de julio de 1936. La Guardia de Asalto
decidió tomar represalias políticas y efectuar una incursión contra políticos
conservadores. El ministro del Interior, Juan Moles autorizó tal ataque
absolutamente ilegal. Se suministraron listas de nombres y domicilios. “Tal
conducta no era nueva, pues ante cualquier atentado del signo que fuere, el
Gobierno solía responder con el arresto indiscriminado de decenas o centenares
de derechistas. Los terroristas de izquierdas nunca o muy rara vez sufrían
persecución. En los arrestos solían participar milicianos al lado de las
fuerzas de orden público –ello ya había ocurrido en Cataluña en 1934, bajo la
dirección de la Ezquerra-, indicio de la descomposición de las instituciones. O
de su “republicanización”, si se prefiere.”[13]
Guardias
de asalto, acompañados de pistoleros de izquierdas, del PSOE y prietistas y
mandados por un guardia civil de paisano, asesinaron al jefe de la oposición
junto con Gil-Robles, que se salvó esa noche por estar ausente de su casa. Esto
demuestra que ya no había legalidad republicana. Demuestra también la
complicidad del Gobierno con el crimen. Los autores obraron sabiendo que no les
iba a pasar nada. Fueron exculpados, ascendidos y el sumario desapareció.
Pío
Moa sostiene que el asesinato de Calvo Sotelo fue un crimen político planeado
por Prieto. “Los datos apuntan a un crimen político deliberado y con amplias
ramificaciones en la izquierda. Contra esa hipótesis aducen algunos la falta de
interés de la izquierda en un acto así. Pero sí lo tenía, y mucho: el interés
de provocar a la derecha a una acción prematura, a fin de aniquilarla de una
vez. También se ha alegado que la operación buscaba sólo secuestrar a los jefes
derechistas para impedir nuevos atentados de la Falange, o para someterlos a
interrogatorio en busca de pruebas que permitieran retirarles la inmunidad
parlamentaria. Tales explicaciones no rebasan el nivel de la puerilidad, aunque
implican algo más real: la transformación de las fuerzas de orden público en
grupos terroristas. La expedición no podía tener otro fin que el asesinato,
prometido en la prensa y en las mismas Cortes.”[14]
Según Pío Moa, Indalecio Prieto fue el inductor del asesinato de Calvo Sotelo.
Se trataba de inducir a un alzamiento militar derechista prematuro para luego
aplastarlo.
El
armamento de las masas no salvó a la República, la liquidó y facilitó el
triunfo del Alzamiento del 18 de julio de 1936. Gracias al caos revolucionario,
los rebeldes, inicialmente en condiciones desfavorables, pudieron rehacerse. La
revolución trajo la contrarrevolución, que finalmente triunfó en España. Las
derechas en 1936 no se alzaron contra un gobierno legítimo, sino contra un
gobierno revolucionario.
“No
hay comparación posible entre los alzamientos de 1934 y 1936. En el primero, las izquierdas se
sublevaron contra un Gobierno legítimo y democrático, so pretexto de un peligro
fascista puramente inventado. En 1936 las derechas se alzaron a su vez, pero no
contra un Gobierno legítimo, sino despótico por sus propios méritos, además de
deslegitimado por su negativa a cumplir y a hacer cumplir la ley, así como por
su amparo a un rampante proceso revolucionario.”[15]
Señala
Pío Moa que las izquierdas no tenían ningún proyecto político común. Sólo les
unía el odio a la Iglesia, a la Derecha y a España. En todo lo demás se odiaban
entre ellas. “Otro rasgo definidor de aquellas izquierdas y separatismos fue
que, si bien sabían aliarse contra la derecha, su violencia y traiciones
estallaban con gran facilidad entre ellos mismos.”[16] Pío
Moa sostiene que una causa de tales conductas es la esterilidad intelectual de
las izquierdas y diríamos nosotros por nuestra parte que hoy mismo ese fenómeno
de la inanidad teórica de las izquierdas de ayer prosigue con el progresismo de
hoy. “Una causa de tales conductas radica seguramente en la acreditada
esterilidad intelectual de las izquierdas y de los separatismos españoles,
incapaces de un pensamiento de alguna envergadura.”[17]
Este
libro de Pío Moa es breve, conciso, claro, contundente. Es sumamente pedagógico
y ayuda a disipar las telarañas progresistas presentes en el entendimiento del
público. Este libro debe ser leído para deshacer las leyendas progresistas
sobre la historia contemporánea de España y en particular sobre la nefasta II
República.
Felipe Giménez Pérez. Leganés,
18 de abril de 2006.
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