La televisión
y sus contenidos vienen determinados por el régimen político del Estado. La
televisión ha florecido en los Estados democrático-burgueses en su fase de
Estados sociales del bienestar. Esta forma contemporánea de dominación política
es posterior a 1945.
Montesquieu
distinguía entre la naturaleza de un régimen político –lo que hacía que fuera
como era- y su principio –lo que le movía a actuar- y afirmaba que la naturaleza
de la república democrática consistía en que gobernaban todos los ciudadanos y
su principio era la virtud, la virtud cívica. Lo mismo llega a decir
Robespierre en sus discursos ante la Convención[1].
“Pues, ¿cuál es el principio fundamental del gobierno democrático o popular, es
decir la fuerza esencial que le sostiene y le mueve? La virtud. Me refiero a la
virtud pública que tantos milagros obró en Grecia y en Roma, y que debe
producir milagros mucho más asombrosos en la Francia republicana; me refiero a
esa virtud que no es otra cosa que el amor a la patria y a su leyes…..No
solamente la virtud es el alma de la democracia, sino que no puede existir más
que en este gobierno.” El despotismo es la corrupción, algo aristocrático. La
república democrática fomenta y sólo se sostiene por la virtud de sus
ciudadanos entendida ésta no como algo privado e individual sino como virtud
cívica consistente en el patriotismo y en el servicio público y en el interés
por los asuntos públicos.
Cabría pensar
según lo arriba señalado que la televisión en un Estado democrático fomenta la
virtud cívica, democrática, política. En principio nos inclinamos a pensar que
la televisión de un Estado democrático está al servicio del Estado democrático,
de su eutaxia política. Pero por lo que algunos hombres doctos afirman en sus
críticas a la televisión, parece que eso
no es así. Parece que el efecto de la televisión es el inverso al fomento de la
virtud cívica entre los ciudadanos de la democracia. Por lo demás, a la vez que se han ido
desarrollando las críticas a la democracia, de forma paralela, se han
desarrollado desde su surgimiento en los años cincuenta, las críticas a la
televisión. La crítica cultural de la televisión es una continuación por otros
medios de la crítica reaccionaria, marxista o elitista de la democracia y del
liberalismo. Algunos incluso opinan que la televisión es un peligro para las
artes, las letras y las ciencias además de serlo para la propia democracia.
“Pienso en efecto, que la televisión, …pone en muy serio peligro las diferentes
esferas de la producción cultural: arte, literatura, ciencia, filosofía,
derecho; creo incluso, al contrario de lo que piensan y lo que dicen, sin duda
con la mayor buena fe, los periodistas más conscientes de sus responsabilidades,
que pone en un peligro no menor la vida política y la democracia”.[2]
Este
mismo autor no tiene ningún empacho en declarar abiertamente que la televisión
fomenta el racismo, la xenofobia, el nacionalismo y la guerra y todo ello por
ganar audiencia. Se trata en última instancia de “las posibilidades de explotar
a fondo estas pasiones primarias que suministran, hoy en día, los modernos
medios de comunicación”.[3]
Los
críticos de la televisión sostienen que la televisión deteriora la capacidad
ética, política, intelectual, científica y estética del homo sapiens, incluso
alguno afirma que ha fabricado al homo videns, degeneración antropológica del
homo sapiens, el último hombre. Conceden demasiado poder a la televisión a mi
juicio pero es algo en lo que coinciden los críticos de la televisión como
instrumento de degeneración del vulgo. Como en la democracia se supone que el
pueblo siempre tiene razón y que no se equivoca, entonces la televisión al
embrutecer al pueblo, constituye un verdadero peligro para la democracia.
Pierre
Bourdieu afirma que en la televisión no se puede decir gran cosa. El sabio no
rehuirá hablar en televisión pero sólo lo hará en determinadas condiciones. El
que quiere salir en televisión a toda costa no lo hace por tener que decir algo
sino para dejarse ver y ser visto. Decía ya Berkeley que ser es ser visto.
Efectivamente eso es así para Bourdieu. Añade éste sin embargo que eso
significa estar bien visto por los periodistas. Ahí se produce a su juicio un
juego de componendas y compromisos entre bastidores. Los filósofos y los
escritores o los llamados “intelectuales” tienen una necesidad objetiva de
aparecer continuamente en la televisión. Afirma Bourdieu que escriben para
salir en la televisión. ¿No será mejor decir que aparecen en televisión para
vender lo que han escrito?
Negarse
a expresarse por televisión no es defendible, afirma Bourdieu. Sin embargo, el
hombre razonable se expresará en televisión siempre que las condiciones sean
convenientes.
Ahí
está el problema fundamental de la televisión: la incultura del vulgo. No todo
el mundo va a entender el lenguaje académico. Pero entonces surge la pregunta
¿Merece el sabio ser escuchado por todo el mundo? ¿Deberá ser escuchado por
todo el mundo?
De
todos modos, hay que reconocer la existencia de la censura en la televisión.
Esta censura es de naturaleza política.
Una
de las críticas fundamentales de Bourdieu a la televisión es que ésta hace
perder mucho tiempo que podría emplearse en otras actividades más útiles e
interesantes. En esto tengo que estar de acuerdo con Bourdieu. El coste de
oportunidad de la televisión es alto. Cuando no veo la televisión y leo
filosofía gano mucho a decir verdad. Pero igual se podría predicar esto de casi
todas las prácticas humanas. También el oír la radio quita tiempo, el dormir,
el leer periódicos, libros absurdos, etc.
Su
gran influencia en las masas es la causa de su peligrosidad para la democracia.
Si la democracia es el gobierno de la opinión, de los votos del vulgo y el
vulgo está sometido a la influencia de la televisión, la democracia será el
gobierno de los que controlan la televisión. Hay un público culto que lee
periódicos, oye la radio, está muy bien informado y hay un público inculto que
sólo ve la televisión y es el mayoritario. Parece entonces que el pueblo no es
una entidad colectiva homogénea, sino que está dividido entre los cultos o
intelectuales y los incultos, influidos por la televisión. Dice Schopenhauer
“Quien no entiende latín pertenece al pueblo”. A lo que Feijoo contestaría: “Hay
vulgo que sabe latín”. El hablar de las masas influidas por la televisión
frente a los conscientes, produce una teoría de las élites como se verá más
adelante. Hay que delimitar bien entonces qué es el pueblo.
La
televisión influye mucho con la imagen pues produce un efecto de realidad y
hace por tanto creer lo que muestra. Puede dar vida a ideas y representaciones.
Crea realidad. La televisión se convierte así en el árbitro del acceso a la
existencia social y política.
Sin
embargo, Bourdieu afirma que los periodistas no son todos iguales y que la
unidad de los periodistas es polémica, contradictoria. Igual que la unidad del
cuerpo de profesores de filosofía o de los miembros de la clase política. Pero
entonces, debería haberse dado cuenta de que la audiencia de televisión no es
tampoco algo homogéneo.
Los
periodistas, en el Estado democrático, dice Bourdieu se guían y orientan
siempre por los índices de audiencia. En una sociedad capitalista el mercado es
la fuente de legitimidad.
Sin
embargo, añade Bourdieu las más insignes producciones culturales de la
humanidad: matemáticas, poesía, literatura, filosofía, se han caracterizado por
ir a contracorriente de la lógica utilitaria del comercio.
Los
índices de audiencia ejercen una mayor presión de la urgencia. La televisión
entonces no resulta muy favorable para la expresión del pensamiento. El saber y
el ocio y el tiempo tienen una gran vinculación entre sí. La urgencia impide
pensar bien. La televisión sólo puede dar filosofía inmersa, popular.
Creo
yo que en este sentido la televisión es ahora más zafia y más vulgar que antes.
Los
locutores están en la televisión para hablar y tampoco se les puede exigir que
piensen todo lo que dicen. Ello atentaría contra su dignidad profesional.
Cuanto más
amplio es el público al que un medio de comunicación quiere alcanzar, más ha de
limar sus asperezas para no escandalizar a nadie. En este sentido señala
Bourdieu que la televisión está perfectamente adaptada a la mentalidad del
vulgo. La televisión transmite
un moralismo pequeño burgués y de paso dicta lo que hay que pensar.
Los
filósofos televisivos llenan de contenido lo insignificante, lo anecdótico y lo
accidental. El periodismo no tiene un objeto específico, se dedica a todo, como
la filosofía y como la política.
La
televisión es antiintelectual. En la televisión hablan los filósofos para los
no filósofos. ¿Y por qué eso debiera ser considerado como negativo? ¿Acaso no
recomendó Platón al filósofo descender a la caverna? Por ello , porque la televisión
y la caverna de Platón guardan una estrecha analogía, por ello mismo, el
filósofo debe descender a la televisión.
La
televisión produce dos efectos 1º Rebaja el derecho de entrada en un número
determinado de campos. Puede consagrar como filósofo, escritor o sociólogo a
personas incapaces.
2º
Dispone de los medios para llegar al mayor número posible de personas.
Heidegger
señaló el riesgo de nivelación y la televisión camina en esa dirección.
Se
produce una dictadura del mercado y de la demagogia en la televisión. El peso
predominante de lo comercial en el campo periodístico tiene consecuencias
negativas. Lo comercial amenaza la autonomía de los diferentes campos de la
producción cultural. La ciencia, la filosofía, el arte, quedan sometidos al veredicto
del sufragio universal del vulgo.
La
democracia es el gobierno de la opinión pública y esto produce la demagogia.
Este afán de divertir al vulgo a cualquier precio produce finalmente la
despolitización y ahí está el peligro que corre la democracia.
Por
su parte, Giovanni Sartori, va más lejos, puesto que sostiene no ya que la
televisión informe poco o mal o sea intelectualmente regresiva. Lo peor es que
“el acto de telever está cambiando la naturaleza del hombre.”[4] Esto
es porque “la televisión modifica radicalmente y empobrece el aparato
cognoscitivo del homo sapiens.”[5] De
creer lo que afirma Sartori, deberíamos destruir todos los televisores para
salvar a la humanidad de su degradación epistemológica. Nada menos que la
televisión genera un nuevo tipo antropológico, un nuevo tipo de hombre y ello
es por la sencilla razón “de que nuestros niños ven la televisión durante horas
y horas, antes de aprender a leer y escribir”.[6] Los
niños son esponjas que absorben todo y son fácilmente modelables. “El problema
es que el niño es una esponja que registra y absorbe indiscriminadamente todo
lo que ve”[7].
Entonces el hombre “se reduce a ser un hombre que no lee, y, por tanto, la
mayoría de las veces, es un ser “reblandecido por la televisión”, adicto a los
videojuegos de por vida.”[8]
Parece ser que la televisión tiene inmensos poderes sobre el vulgo. Esto
produce “el empobrecimiento de la capacidad de entender”.[9] A
pesar de estas duras afirmaciones, matiza sin embargo Sartori que la televisión
“No debe ser exaltada en bloque, pero tampoco puede ser condenada
indiscriminadamente”.[10]
Entonces
el hombre que lee es cada vez menos numeroso y la causa es el predominio de la
televisión, de la imagen. El acto de ver está atrofiando la capacidad de
entender. El saber por imágenes es democrático. El saber libresco es
aristocrático cabría decir o concluir pues.
Estamos
atravesando una época de decadencia intelectual y de avance de la ignorancia.
La televisión es culpable, sentencia Sartori. Es más, tal es el poder de la
televisión que Sartori no vacila a la hora de llamarla demiurgo, porque “la
televisión invade toda nuestra vida, se afirma incluso como un demiurgo”.[11]
Esto
tiene consecuencias políticas desastrosas. En la democracia, el pueblo tiene
que tener capacidad política, prudencia política para poder dirigir los asuntos
del Estado con buen sentido. Pero es así que la televisión trabaja en sentido
contrario, ergo, la televisión es enemiga de la democracia.
Si
la democracia es el gobierno de la opinión pública, entonces es el gobierno de
la televisión porque “en el hecho de conducir la opinión, el poder de la imagen
se coloca en el centro de todos los procesos de la política contemporánea.”[12]
La
opinión pública “es el conjunto de opiniones que se encuentra en el público o en
los públicos. Pero la noción de opinión pública denomina sobre todo opiniones
generalizadas del público, opiniones endógenas, las cuales son del público en
el sentido de que el público es realmente el sujeto principal.”[13] Bien
podría pensarse que la suma de todas las opiniones individuales privadas no es
ninguna opinión pública. La opinión pública sólo lo es en cuanto se hace
pública, sale del ámbito privado y psicológico individual. No hay peligro sin
embargo de que el pueblo se equivoque con la opinión, con la doxa y pase luego
algo de nefastas consecuencias. Esto pasaría en la democracia directa parece
decirnos Sartori. No así en la democracia representativa. “Pero la democracia
representativa no se caracteriza como un gobierno del saber sino como un gobierno
de la opinión, que se fundamenta en un público sentir de res publica.”[14]
Sartori afirma que la opinión pública debe ser del público, nacer del público
mismo, no ser de procedencia externa. Me pregunto lo siguiente: si es doxa,
¿Qué más da de dónde provenga? Sigue siendo doxa a fin de cuentas. Eso le
preocupa mucho a Sartori porque invalida la democracia.
Si
el pueblo nada sabe, ¿Cómo confiar el gobierno del Estado a tal animal
irracional incapaz de la menor reflexión? Un pueblo tan manipulable por la televisión
es forzosamente algo inseguro e inestable en sus amores y odios.
Por
lo demás, la televisión no fomenta la conciencia nacional, sino la local porque
“la televisión tiende a concentrarse en noticiarios locales”.[15]
Además produce una irracionalización de la política al suscitar emociones en la
masa. Esto es “la emotivización de la política, es decir, una política dirigida
y reducida a episodios emocionales.”[16]
En
las modernas democracias representativas “descubrimos que la base de
información del demos es de una pobreza alarmante, de una pobreza que nunca
termina de sorprendernos”[17] La
mayor parte de los ciudadanos nada sabe de los asuntos públicos. Pero esto
parece ser la norma siempre:
“CHORICERO,-
Pero, buen amigo, no tengo estudios, excepto las letras, y eso incluso mal.
DEMÓSTENES.-
Ése es tu único fallo, aunque sea mal. El gobierno del pueblo no corresponde a
gente instruida y de honestas costumbres, sino a los ignorantes y
sinvergüenzas.”[18]
Realmente,
si los datos que aporta Sartori son ciertos, entonces la situación es
alarmante, pues afirma que “en Occidente, las personas políticamente informadas
e interesadas giran entre el 10 y el 25 por ciento del universo, mientras que
los competentes alcanzan niveles del 2 ó 3 por ciento.”[19] Es
que ocurre que acaso “es toda la educación la que está decayendo y la que se ha
deteriorado por el 68 y por la torpe pedagogía en auge.”[20] Aquí
sí estoy de acuerdo con Sartori. Los progres son dañinos. Son nefastos para el
bien público.
¿Cómo
va a funcionar la democracia con una televisión que engaña al vulgo? “Pero el
valor democrático de la televisión –en las democracias- se va convirtiendo poco
a poco en un engaño: un demopoder atribuido a un demos desvirtuado.”[21]
Los
utilitaristas dicen que todo hombre es racional y que sus elecciones siempre
son racionales y que el mejor juez de las necesidades de cada uno es él mismo.
Las elecciones de los consumidores siempre son racionales. Las elecciones
políticas de los ciudadanos siempre son racionales. El elector democrático es
racional por definición. El pueblo en la democracia no puede equivocarse. Como
bien precisa Gustavo Bueno, “En una democracia hay que aceptar sin duda, como
un postulado (si se prefiere; como una ficción jurídica del Estado de derecho)
que el pueblo tiene siempre juicio al elegir”[22]. Un
célebre liberal citado por Sartori, Sir Karl R. Popper (1902-1994) “ha escrito
que una democracia no puede existir si no se controla la televisión”.[23] La
sociedad abierta ha dejado de ser tan abierta como preconizaba Popper. La
televisión debe estar dirigida por el bien del pueblo y de la democracia. Todo
por el pueblo pero sin contar con él y todo por la democracia pero sin
procedimientos democráticos.
En
resumen, “La televisión premia y promueve la extravagancia, el absurdo y la
insensatez. De este modo refuerza y multiplica al homo insipiens.”[24]
El
buen ciudadano democrático clásico, con virtud cívica está en vías de extinción
y el poder del pueblo es nulo en las democracias televisivas “Porque un pueblo
soberano que no sabe nada de política ¿es soberano? ¿Qué puede nacer de la
nada? Como mucho, ex nihilo nihil fit. O de otra manera: de la nada nace el
caos.”[25]
Frente
a estas tesis que afirman que el vulgo es pasivo y víctima de la influencia de
la televisión, Gustavo Bueno afirma desde un punto de vista materialista la
primacía del ser sobre la conciencia. Así pues, “el espectador de televisión no
puede ser considerado inocente como si de un mero espejo o receptor pasivo de
verdades y de apariencias se tratase.”[26] Por lo
demás, es dudoso que la televisión tenga tanto poder sobre el vulgo y que el
espectador sea meramente pasivo ante la televisión. Además, televisión, mercado
y democracia están a decir de Gustavo Bueno, íntimamente relacionados hasta el
punto de que la democracia sólo es posible con el mercado y con la televisión.
Por lo demás, sus reglas de funcionamiento
derivan del mercado: elegir entre varias alternativas según la oferta y
la demanda.
2. El elitismo.
Ahora
bien, tenemos que decir que los críticos de la televisión que hemos visto al
criticar a la televisión critican a la democracia. La crítica a la opinión pública es una
crítica a la democracia y por supuesto a los medios de comunicación a los que
se considera los artífices de la opinión pública y de la alineación a la que se
somete a la masa de modo inmisericorde. Aquí se ve la estrecha relación entre
televisión y democracia. Es por ello por lo que no ha de extrañar a nadie el
que la televisión sea objeto de la reflexión por parte de los sociólogos y
politólogos. Es entonces la teoría crítica cultural de la televisión en cierta
manera una nueva edición del liberalismo elitista crítico con la democracia de
masas y postulador de la necesidad de una élite rectora. Si es verdad que la
democracia es como es y la televisión es como se ha dicho antes, entonces hace
falta una élite o tal vez unas élites que dirijan al Estado por la senda
correcta y controlen la televisión de forma oportuna por el bien y la eutaxia
política del Estado. Si la televisión es tan poderosa como dicen Bourdieu y
Sartori, entonces, por la salud democrática del pueblo o por el bien público
conviene establecer una dirección consciente de la televisión para evitar que
el pueblo se equivoque. Ellos esperan contribuir con sus respectivas obras a la
emancipación y liberación del pueblo con respecto a las apariencias engañosas
que son proyectadas en la televisión y que lo entontecen y alienan de su
verdadero ser democrático.
Bourdieu
y Sartori creen en la democracia aún pero de sus premisas se podría concluir
que no es la democracia un régimen político adecuado dado cómo está en nivel de
conocimientos políticos el vulgo. De alguna manera en ellos está presente la
idea de que no sólo la televisión embrutece al vulgo, sino de que la democracia
está embrutecida y como es el gobierno del vulgo, la falta de capacidad
política de éste lleva a la desaparición de alguna manera de la democracia.
O
bien la televisión es la que manipula al vulgo a su antojo y entonces hay que
apagar el televisor o controlar la programación para influir así benéficamente
en el vulgo desvalido.
O
bien es el vulgo así el causante de tal programación de televisión. “Y según
esto habrá que decir, no solamente que la audiencia, en cuanto expresión o
fractal de ese pueblo, es “causa” de la programación (a través de la criba),
sino también que es “responsable” de ella. Dicho de otro modo: que cada pueblo
tiene la televisión que se merece.”[27] Hace
falta una explicación de por qué el vulgo es así y por qué la televisión tiende
a degenerar paralelamente al vulgo. “¿No necesita una explicación el “hecho
escandaloso” de que los instrumentos más sutiles puestos a punto por el genio
humano estén sirviendo muchas veces para producir, en cadena continua, “basura
estética e ideológica? ¿No es paradójico que lo más digno y admirable esté
sirviendo regularmente a lo más vulgar y despreciable?”[28]
En
el primer caso hay que intervenir sobre la televisión: reformándola o
apagándola. En el segundo caso, la cosa es más grave y difícil: o se reforma al
pueblo o se elige como decía Brecht otro pueblo tras haber disuelto al primero.
Si el vulgo no sabe ver críticamente la televisión, “entonces lo más prudente
será el intento continuado de mantener una tutela de la televisión, por tanto,
una concepción de la televisión como “televisión dirigida”.[29]
¿Quién
corrige al vulgo cuando se equivoca en las elecciones? Respuesta: los sabios,
los intelectuales, esos impostores a decir de Gustavo Bueno. La democracia por
sí misma aún en condiciones normales de funcionamiento no garantiza ni
resultados justos ni políticas racionales, conque ¿cómo será la cosa cuando el
pueblo pierde su capacidad política?.
Según
Gustavo Bueno, no es cuestión de que la televisión sea buena o mala, sino de
sus contenidos materiales, más bien es cuestión de la realidad objetiva de
nuestro entorno político y social: “Tanto como un opio del pueblo, destinado a
adormecerlo, la televisión puede también jugar el papel de un reconstituyente,
de un “cordial”, de un tónico, y aun de un estimulante, que “el pueblo” se
autoadministra algunas veces, o rechaza indignado otras, según de donde
proceda. La audiencia, es decir, las audiencias, absorben lo que avanza en la
dirección de sus intereses; llamar ingenuas o inconscientes a un tipo de
audiencias y conscientes o críticas a otras es trasladar la distinción a un
terreno metafísico, porque tan consciente y crítica (de las alternativas
ofrecidas) es la audiencia que se complace con los culebrones, como la
audiencia que los aborrece, prefiriendo, por ejemplo, programas económicos,
ecológicos, o políticos.”[30] Es
la audiencia la que dirige la televisión más que la televisión a la audiencia.
A Bourdieu y a Sartori les es aplicable el epíteto de que su crítica de la
televisión es una crítica elitista y formalista. “La crítica de la televisión
se deja llevar muchas veces por el más puro formalismo: el formalismo de la
conciencia, el formalismo de la vigilia, el formalismo de la motivación, o el
formalismo de la razón. Es una crítica tan fácil, subjetiva o elitista, como
filosóficamente indocta”[31] Si
fueran coherentes con su crítica a la televisión y a sus perversos efectos en
la democracia, deberían postular el sufragio censitario o capacitario cuando
menos para compensar la ingobernabilidad de las democracias atacadas ferozmente
por la televisión. Este elitismo intelectual de ataque a la televisión tiende a
considerar que la democracia es ingobernable y que como el pueblo no tiene
capacidad política, entonces la democracia corre graves riesgos. Sin embargo,
nunca aportan estos autores pruebas mínimas que permitan sostener con firmeza
sus tesis de la manipulación del pueblo por parte de los medios de
comunicación. Lo más prudente es sostener que la mayor parte de la gente decide
en las elecciones con independencia de lo que le digan los medios de
comunicación así como que las creencias básicas de los individuos no suelen ser
alteradas por los medios de comunicación. Por ello la televisión no puede
manipular al pueblo tal y como sostienen Bourdieu y Sartori.
3. Televisión y democracia.
La
democracia contemporánea, bien sea en su versión constitucional o
presidencialista por un lado o bien en su versión parlamentaria por el otro,
necesita de la televisión según afirma Gustavo Bueno hasta el punto de que sin
televisión no habría democracia. “en este sentido, hay que comenzar afirmando
que la televisión no necesita de la democracia. Pero ya es mucho más difícil
pensar en una sociedad democrática actual sin televisión.”[32]
Lo
mismo diríamos acerca de la relación entre mercado y democracia. La democracia
necesita del mercado. “La sociedad democrática se caracteriza fundamentalmente
porque sería en ella en donde se conforman los sujetos electores de bienes.”[33] Pero
la sociedad capitalista no necesita de la democracia. Puede haber mercado sin
democracia.
Por
ello la democracia no sufre ningún deterioro por la telebasura o por el bajo
nivel del público, presuntamente embrutecido por la televisión. La televisión
no es ningún peligro para la democracia. Es más, “La televisión juega un papel
decisivo en todos los procesos electorales, porque sólo gracias a la televisión
el cuerpo electoral puede tener delante (formalmente y en directo) a los
candidatos.”[34] Esto evidentemente,
favorece la democracia, facilita información a los electores acerca de los
candidatos. Además, en el mercado el público se acostumbra a elegir entre
varias alternativas, igual que en el mercado político, el vulgo elige entre
varias élites políticas que compiten entre sí ofreciendo sus servicios al
vulgo. También en la televisión ocurre algo parecido al tener el público que
elegir entre diversos programas y diversas cadenas de televisión. “La
audiencia, en la sociedad democrática, es la que manda, y la televisión madura
tiene que satisfacer a esta demanda. Y no ya por razones éticas o morales, sino
por razones de simple supervivencia democrática.”[35] En
resumen, la televisión no constituye ningún peligro para la democracia y los
críticos de la televisión y de la democracia no constituyen sino una versión
atenuada de la teoría de las élites políticas al subestimar al público y su
capacidad tanto política como para saber elegir entre los programas diversos y
diversas cadenas de la televisión.
[1] Robespierre, “Sobre los
principios de moral política que deben guiar a la convención nacional en la
administración interior de la república”, 5 de febrero de 1794.
[2] Pierre Bourdieu “Sobre la
televisión”, Editorial Anagrama, Barcelona, 1997, pp. 7-8.
[3] Pierre Bourdieu, op. cit.
p. 9.
[4] Giovanni Sartori, “Homo videns”, p. 11, Editorial
Taurus, Madrid, 2002.
[5] Giovanni Sartori, “Homo videns”, op. cit. p.
17.
[6] Giovanni Sartori, op. cit. p. 40.
[7] Giovanni Sartori, op. cit. p. 41.
[8] Giovanni Sartori, op. cit. p. 41.
[9] Giovanni Sartori, op. cit. p. 47.
[10] Giovanni Sartori, op. cit. p. 46.
[11] Giovanni Sartori, op.
cit. p. 69.
[12] Giovanni Sartori, op.
cit. p. 70.
[13] Giovanni Sartori, op. cit. p. 73
[14] Giovanni Sartori, op. cit. p. 74.
[15] Giovanni Sartori, op. cit. p. 117.
[16] Giovanni Sartori, op. cit. p. 119.
[17] Giovanni Sartori, op. cit. p. 127.
[18] Aristófanes, “Los caballeros”, 188-193.
[19] Giovanni Sartori, op. cit. p. 130.
[20] Giovanni Sartori, op. cit. p. 131.
[21] Giovanni Sartori, op. cit. p. 133.
[22] Gustavo Bueno, “Telebasura y democracia”, p.
195, Ediciones B, Barcelona, 2002.
[23] Giovanni Sartori, op. cit. p. 146.
[24] Giovanni Sartori, op. cit. p. 152.
[25] Giovanni Sartori, op. cit. p. 179.
[26] Gustavo Bueno, “Televisión, Apariencia y
Verdad”, Editorial Gedisa, Barcelona, 2000, p. 329.
[27] Gustavo Bueno, “Telebasura y democracia”, op. cit. p. 195.
[28] Gustavo Bueno, “Televisión, Apariencia y
Verdad”, Editorial Gedisa, Barcelona,
2000, p. 246.
[29] Gustavo Bueno, “Televisión, Apariencia y
Verdad”, op. cit. p. 101.
[30] Gustavo Bueno, “Televisión, Apariencia y
Verdad”, op. cit. p. 330.
[31] Gustavo Bueno, “Televisión, Apariencia y
Verdad”, op. cit. p. 331.
[32] Gustavo Bueno, “Telebasura y democracia”, op.
cit. p. 163.
[33] Gustavo Bueno, “Telebasura y democracia”, op. cit. p. 150.
[34] Gustavo Bueno, “Telebasura y democracia”, op.
cit. p. 170.
[35] Gustavo Bueno, “Telebasura y democracia”, op.
cit. p. 226.
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