Recensión sobre “Comunismo y nazismo”
de Alain de Benoist, 25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX
(1917-1989). Ediciones Áltera.Barcelona, 2005.
Es este fundamentalmente un libro breve
y conciso dedicado a la reflexión histórico-político-filosófica sobre el
comunismo y el nazismo.
Resulta que hoy en día si un individuo
proclama su adscripción ideológica al nazismo está condenado, maldito,
proscrito. El nazismo liquidó a 25 millones de hombres. Lógicamente es una
doctrina criminal. Pero si un individuo presume de ser comunista, no pasa nada,
es admirado, aplaudido, respetado. Sin embargo, el comunismo liquidó a 100
millones de hombres. Lógicamente debiera ser considerado el comunismo como una
doctrina más criminal aún si cabe que el nazismo y sin embargo no ocurre así.
Sin embargo, “la conclusión de un cierto número de observadores es que “el
balance del comunismo constituye el caso de carnicería política más colosal de
la historia”[1]. El comunismo ha matado en
perfecta coherencia con sus doctrinas. El terror de masas, el crimen masivo se
ha convertido en un verdadero sistema de gobierno para el comunismo. Podemos
decir con Alain de Benoist, “que el sistema comunista no ha sido sólo un
sistema que ha cometido crímenes, sino un sistema cuya esencia misma era
criminal.”[2]
Hay muchos que aún se resisten a
admitir la naturaleza criminógena del comunismo y que se niegan a admitir la
comparación entre el comunismo y el nazismo. El comunismo se revistió de un
aura ilustrada, democrática, racionalista, progresista y el nazismo fue
condenado como irracionalista, imperialista, racista, antisemita, etc.
“La idea de que se pueda comparar a los
regímenes comunista y nazi ha sido siempre rechazada con indignación por los
comunistas.”[3] Y sin embargo, tal comparación
ha de ser realizada. Es necesario aunque sólo sea por interés científico.
Ernst Nolte ha sostenido que el nazismo
es una reacción frente al comunismo. Nolte ha hablado de “un nexo causal”
(kausaler Nexos) entre el comunismo y el nazismo. En efecto, el nazismo
aparece, en muchos aspectos como una reacción simétrica al comunismo.”[4]
Nunca hay que olvidar que el terror
bolchevique ha surgido históricamente antes que el terror nazi. Los nazis han
tomado sus técnicas de exterminio de los bolcheviques. Las formas y métodos son
importados de los bolcheviques por parte de los nazis. El nazismo es una
reacción frente al bolchevismo. “El nazismo puede pues, definirse como un
anticomunismo que ha tomado de su adversario las formas y los métodos,
empezando por los métodos del terror.”[5]
Comparar comunismo y nazismo no quiere
decir asimilar o igualar ambos. Se trata de poner juntos los dos para pensarlos
juntos y establecer unas cuantas relaciones entre ambos términos. Ni el nazismo
disculpa los crímenes del comunismo ni los crímenes del comunismo disculpan al
nazismo.
Por empezar podríamos repetir el tópico
del principio que caracteriza al clima político políticamente correcto o
progresista: “El comunismo ha destruido más vidas humanas aún que el nazismo, y
sin embargo continua prevaleciendo la opinión de que el nazismo ha sido, de
cualquier forma, algo mucho peor que el comunismo.”[6] El
argumento utilizado apela a las buenas intenciones. El comunismo habría obrado
por amor a la humanidad y el nazismo por odio, por racismo. El nazismo sería
criminal por vocación y el comunismo criminal por error. A fin de cuentas, los
crímenes comunistas eran progresistas.
“Tenemos derecho a preguntarnos
–escribe Stéphane Courtois- por qué el hecho de matar en nombre de la esperanza
en “alegres amaneceres” es más excusable que el asesinato vinculado a una
doctrina racista.”[7]
La enorme lucidez de Alain de Benoist
nos lleva a demoler las creencias progresistas que eventualmente quedaran en la
imaginación. “Inmediatamente se plantea la cuestión de saber si debe juzgarse a
los regímenes políticos por sus intenciones o por sus actos.”[8]
Está claro que desde una perspectiva
materialista es menester juzgar por los actos. La praxis es el criterio a decir
de Marx. “No lo saben pero lo hacen”. Una ideología es el conjunto de los actos
de sus partidarios. La ideología comunista es el conjunto de los actos de los
comunistas. El Estado comunista es el conjunto de las políticas públicas
desarrolladas por tal Estado, lo mismo del nazismo o del Estado Alemán nazi.
Como afirma lúcidamente Alain de
Benoist, “ser víctima de una idea hermosa, ulteriormente desviada, no hace que
uno deje de ser víctima.”[9]
No hay más comunismo que el comunismo
realmente existente, igual que no hay más nazismo que el realmente
existente. Hay que evitar en todo
momento el idealismo platónico que contrapone la Idea verdadera al mundo
empírico falso y engañoso y aparente. “No basta con decir que el comunismo es
una buena idea que ha terminado mal. Hay que explicar además cómo ha podido
terminar mal; es decir, hay que preguntarse cómo una buena idea, lejos de
inmunizar contra el horror, no le impide realizarse menos que una mala idea.”[10]
Es ésta una verdadera cuestión
filosófica y sin embargo, las respuestas que históricamente se han dado no
tienen nada de filosóficas y sí de empíricas, las circunstancias históricas.
En el caso del terror soviético hay que
decir que fue brutal desde un principio. El terror rojo es parte indispensable
del comunismo. El terror rojo es esencialmente comunista. Forma parte de su
naturaleza. Si se afirma que es algo debido a las circunstancias, igualmente se
podría afirmar que el terror nazi no tiene nada específicamente nazi en sí
mismo.
El terror rojo apareció desde el primer
momento, desde 1917. Los progresistas y los comunistas o filocomunistas o
compañeros de viaje del PC siempre han tratado de legitimar los crímenes
comunistas como menos condenables que los crímenes nazis. “Pregunta Jacques
Julliard: “¿Por qué los criminales que dicen estar del lado del bien son menos
condenables que los criminales que dicen estar del lado del mal?”[11]
En el fondo el genocidio de raza y el
genocidio de clase son dos subcategorías del “crimen contra la humanidad”. “El
punto de partida, en todo caso, es el mismo.”[12] “La
utopía de la sociedad sin clases y la utopía de la raza pura exigen por igual
la eliminación de los individuos sospechosos de obstaculizar la realización de
un proyecto “grandioso”; a saber, el advenimiento de una sociedad radicalmente
mejor.”[13] El Bien
Absoluto exige un Mal Absoluto y a ese Mal hay que exterminarlo. Hay que
borrarlo de la faz de la Tierra. Ambas ideologías se saben legitimadas para
realizar el exterminio del enemigo absoluto. Por lo demás, “La virtud de los
hombres no hace virtuosas a las doctrinas que defienden. Pascal se equivoca
cuando dice que sólo hay que creer los testimonios de quienes son capaces de
dejarse matar por ellos: eso atestigua la fuerza de sus convicciones, pero no
su justeza.”[14] Como decía Nietzsche, la
sangre de los mártires no demuestra nada.
Los comunistas o los filocomunistas o
sus compañeros de viaje, los progresistas sostienen que atacar al comunismo
hace el juego a la derecha. Siempre se dice eso. Es un argumento de tipo
estratégico. Esto es retomar la retórica de Stalin. “Seguimos así los pasos de
Jean-Paul Sartre cuando pretendía que había que guardar silencio sobre los
campos soviéticos “para no desesperar a Billancourt.” “Estas gentes –observa
Courtois- todavía no han roto con esa cultura de comisario político que
emponzoña el mundo editorial”.[15]
Se nos quiere convencer del carácter
único del nazismo, como algo esencialmente incomparable. Esto evita comprender
el fenómeno del nazismo. “En efecto, un acontecimiento que no puede ser puesto
en relación con otros acontecimientos se convierte en algo incomprensible.”[16] Es
imprescindible comparar el nazismo con el comunismo como sistemas totalitarios
y criminales.
Lo peor es la diferencia de trato que
han recibido comunismo y nazismo. “Mientras que el nazismo es considerado como
el régimen más criminal del siglo, el comunismo, que ha causado la muerte de un
número mucho más considerable de hombres, sigue siendo considerado como un
sistema, desde luego impugnable, pero perfectamente defendible tanto en el
plano político como en el intelectual o moral.”[17] En
España, pongo por ejemplo, el nazismo y su propaganda está castigado con la
cárcel. La venta de un libro comunista no suscita ninguna crítica. Un antiguo
nazi se convierte en un apestado política y socialmente, pero el haber sido
comunista no acarrea ningún problema. Se tiene derecho a equivocarse con el
comunismo, pero no se tiene derecho a equivocarse con el nazismo. Compárese el
caso Heidegger con el caso Sartre.
Además, los crímenes nazis no
prescriben, pero los comunistas sí. Se olvida el comunismo, pero se recuerda
constantemente el nazismo.
“En el pasado, a los antifascistas
siempre se les creyó de inmediato, mientras que quienes denunciaban el
comunismo eran considerados a menudo como fabuladores o espíritus partidistas.”[18] Pero
la cosa no termina ahí. “Otro signo revelador: sólo cuando ha sido adoptado por
antiguos comunistas decepcionados es cuando se ha empezado a considerar creíble
el discurso anticomunista. Sus pasados extravíos han sido considerados como una
especie de garantía de su nueva lucidez, mientras que se sigue considerando
sospechoso el hecho de haber sido lúcido desde un comienzo. Y, por lo demás,
sólo se les consideró creíbles sobre la base del renombre adquirido en los
tiempos de sus antiguos extravíos.”[19]
Este silencio respecto al comunismo
deriva tal vez de la alianza entre la URSS y las potencias occidentales frente
al nazismo. Esta alianza ha constituido el fundamento del orden internacional
surgido a partir de 1945.
La victoria sobre la Alemania nazi
legitimó aún más si cabe el régimen soviético. El antifascismo como invento
ideológico ha servido para legitimar el comunismo y ha servido de paso para
oscurecer el concepto de fascismo, cajón de sastre donde cabe todo aquello que
produzca problemas al comunismo. Todavía hoy resulta problemático definir el
fascismo.
Hay que decir que stricto sensu
“fascismo”significa el régimen italiano de Mussolini (1922-1943). “Ahora bien,
el fascismo italiano es el gran ausente del Libro negro. Ocurre, en efecto, que
en materia de violencia social y represión política, no es comparable con los
regímenes totalitarios.”[20] El
fascismo no tiene nada que ver con el nazismo.
Alain de Benoist recurre al término “totalitario”
para definir el comunismo y el nazismo. Esto tiene sus inconvenientes, porque
es imposible la existencia de un Estado totalitario como señaló G. Bueno hace
ya muchos años, sencillamente porque un Estado jamás puede controlarlo todo.
Hay que reconocer pues la problematicidad del concepto de totalitarismo. Mejor
sería llamarlos al comunismo y al nazismo como monocracias o ideocracias.
De todos modos, “el recuerdo de los
sistemas totalitarios no puede hacer aceptar la sociedad actual en lo que tiene
de más destructivo y deshumanizante. No se tiene el derecho de aceptar una
suerte injusta, so pretexto de que se podría sufrir otra peor. Los sistemas
políticos tienen que ser juzgados por lo que son, no mediante la comparación
con otros, cuyos defectos atenuarían los suyos.”[21]
Además, “un régimen que destruye
sistemáticamente vidas humanas a vasta escala no puede ser un buen régimen. Sin
embargo, el balance de un régimen, incluso criminal, no se reduce a su
dimensión de terror y de represión, como tampoco puede ser juzgado a la luz de
los mártires que suscita.”[22]
Finalmente, hay que decir que el
antifascismo hoy es una muestra de la ignava ratio política. “el antifascismo
contemporáneo constituye, ante todo, una expresión de la pereza intelectual,
pues siempre resulta más fácil identificar los males del pasado que darse
cuenta de los del presente.”[23]
Recomiendo pues la lectura atenta de
este libro para reflexionar sobre nazismo y comunismo. Esto ayuda a quitarse
las anteojeras progresistas. El comunismo está en vías de extinción, pero el
progresismo aún no. Estas 25 reflexiones son un atrevido y audaz ejercicio de
reflexión política que se atreven a tocar los tabúes del progresismo y del
filocomunismo.
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