Julien Freund (1921-1991) es un autor digno de toda
consideración para exponer el contenido del realismo político por la profundidad,
seriedad y rigor de sus análisis de la esencia de lo político. Destacado
seguidor de Carl Schmitt (1888-1985) y de Raymond Aron (1905-1983), Freund se
aproxima al fenómeno político utilizando el método fenomenológico, considerando
que lo político es una esencia cuya descripción rigurosa es posible. Su opus
maius, “La esencia de lo político” (1965) es una obra maestra de la filosofía
política que no ha sido considerada ni tenida en cuenta lo que se merece por la
ciencia política contemporánea, contaminada de progresismo y de pensamiento
Alicia desgraciadamente.
Existe una naturaleza humana permanente y fija.
Además, lo político es una esencia y es una esencia humana. “No es suficiente
admitir la permanencia de la naturaleza humana; aún es necesario afirmar que lo
político es una esencia, es decir, una actividad permanente, específica,
natural y de algún modo “innata” del hombre.”[1] Por
lo tanto, la ciencia política, a decir de Freund, se ocupa en determinar cuál
sea la esencia de lo político.. “El objeto propio de la esencia política, tal
como aquí lo entendemos, es, pues, la política considerada en su esencia, por
cuanto preside un cierto número de relaciones específicas en la sociedad, y no
el estudio acumulativo de los acontecimientos singulares, de las instituciones
o de los distintos fenómenos que en el transcurso de las edades han entrado en
el circuito político.”[2]
Para empezar, Freund asume la afirmación de
Aristóteles de que el hombre es un animal político. “De aquí se colige
claramente que la ciudad es una de las cosas más naturales, y que el hombre,
por su naturaleza, es animal político o civil, y que el que no vive en la
ciudad, esto es, errante y sin ley, o es mal hombre o es más que hombre,”[3] Dice
a este respecto Freund que “Está en la naturaleza del hombre vivir en sociedad
y organizarla políticamente. Importa, pues, dar pleno significado a la frase de
Aristóteles: “El hombre es un ser político, naturalmente hecho para vivir en
sociedad”[4]
El fallo de Freund a mi juicio, estriba en no saber o
poder distinguir entre sociedades prepolíticas o naturales y sociedades
políticas. Parece evidente que ha habido históricamente sociedades humanas
naturales, es decir, sociedades en las que la convergencia de los individuos de
la sociedad se produce, y que el hombre es un animal social, pero no
necesariamente político. Freund sostiene sin embargo, erróneamente, que hay una
esencia humana y que esta esencia es política. El hombre es pues un animal
sociable político. “Sabemos que el hombre no ha vivido siempre en el seno de un
Estado, entendiendo este último como una estructura que sólo corresponde a la
moderna racionalización. Sin embargo, no se podría decir que la humanidad
pre-estatal era apolítica, pues en aquellos tiempos los hombres vivían en medio
de tribus o de familias que detentaban los atributos políticos en forma que
variaba según las tribus.”[5]
Entonces: 1. El hombre es un animal social y político. 2. “Estado” es un
término que se reserva para las sociedades políticas existentes en Europa
Occidental a partir del siglo XVI. 3. No admite Freund sociedades prepolíticas.
4. Todas las sociedades humanas son políticas, pero no todas son o han sido
estatales. Esto se entiende, porque según Freund, “Lo político está en el
corazón de lo social.” Distingue Freund entre lo político y lo estatal. Todo lo
estatal es político, pero no ocurre a la inversa.
La sociedad necesita de lo político para existir. “Por
sí misma, la sociedad no tiene unidad: está unificada porque es política.”[6]
Freund rechaza las teorías contractualistas de la
política. Lo político no depende en modo alguno de ningún contrato privado
entre los individuos que componen la sociedad política. “lo político no podría
ser el objeto de un contrato; perdería en ello la característica esencial de la
soberanía.”[7] Ni hay pactum societatis
ni pactum subiectionis. La sociedad, igual que afirma Gustavo Bueno también, no
se compone de individuos, sino de grupos sociales. Además, la teoría
contractualista acerca del origen de lo político adolece del defecto de que no
comprende adecuadamente el hecho de las relaciones internacionales. “Así, la
debilidad esencial de las teorías del contrato consiste en limitarse a uno solo
de los aspectos de lo político –el de la concordia interior y de la policía-, a
verse incapacitadas para explicar lo que a veces se ha llamado la “gran
política”, es decir, la naturaleza y el desarrollo de las relaciones entre las
unidades independientes.”[8]
El análisis de lo político de Julien Freund parte de
los presupuestos de lo político. “Se puede definir lo presupuesto de la
siguiente manera: es la condición propia, constitutiva y universal de una
esencia.”[9] Como
lo político es una esencia, esto significa que “lo político permanece en todos
los aspectos idéntico a sí mismo”[10],
como si fuera una esencia megárica. Lo político es irreductible a otras
esencias o instancias. Se trate de la política de que se trate o de la época
que sea, la política siempre es igual, la esencia de lo político permanece
inmutable a lo largo de la historia y sean cuales sean las circunstancias.
Según Julien Freund, existen tres presupuestos de la
esencia de lo político:
-la relación del mando y de la obediencia,
-la relación de lo privado y de lo público.
-la relación de amigo y enemigo.
2. El mando y la obediencia.
Según Platón, la política era la
ciencia directiva, la ciencia del mando. Platón fue uno de los primeros
filósofos políticos que pensó en la conexión entre política y poder. Como dice
Gustavo Bueno, el autogobierno de la sociedad política es utópico por imposible.
Siempre el poder político es asimétrico: unos mandan sobre otros. Una parte de
la sociedad dirige al resto. La sociedad política no es sujeto ni objeto que se
automueva o autodirija, por eso no puede autodirigirse ni autodeterminarse y
por esa razón el Estado totalitario como concepto es utópico, imposible, tanto
desde una perspectiva principiativa como desde una perspectiva terminativa.
No hay política sin mando, aunque sí
haya mando sin política. [11]Como
bien dice Julien Freund, “Mando y obediencia hacen que exista la
política”. Por esta razón, el problema
político es el de la legitimidad o de la legitimación del mando y de la
obediencia, el de la autoridad. Se trata de justificar la obediencia voluntaria
de los ciudadanos o súbditos. La realidad del mando en la política, en el
Estado, en la sociedad política es algo innegable e indiscutible. Julien Freund
refiere la interesante y aguda observación de Carl Schmitt acerca de la
ideología el Estado de derecho, que en las constituciones liberales burguesas
tratan de escamotear el principio de la soberanía, del poder, del soberano, del
que manda tras disposiciones jurídicas y tecnicismos jurídicos. Y sin embargo,
siempre hay alguien que manda, que tiene el poder decisor, de establecer el
estado de excepción. “Sea cual sea el cuidado empleado por las constituciones
para ocultar el carácter individual y decisionista del mando, éste permanece
latente bajo el amontonamiento de las instituciones y vuelve a surgir con su
pureza en los casos extremos, pues forma parte de la misma naturaleza del
mando.”[12]
El mando no es ni pacifista ni
belicista. La paz y la guerra son dos medios para la política. El mando no
puede analizarse por las buenas intenciones, sino por sus obras: “por la
intención, cualquier hombre político puede creerse el obrero de la paz. Pero
hacer la paz es totalmente distinto a ser pacifista. El papel de los bomberos
es apagar los incendios; no consiste en destruir todas las cerillas, pues son
muy necesarias para tantas otras cosas. ¿La paz, no es un medio de la política,
al igual que la guerra? ¿No es acaso frecuente que el apóstol de la paz se vea
conducido a hacer la guerra? No existe un mando especial para la paz y otro
para la guerra, sino que el mismo mando debe mostrarse capaz de hacer la guerra
y construir la paz.”[13]
Uno de los errores ideológicos de
nuestra época es el error de querer reducir toda existencia política a
conceptos jurídicos, la idea de que con el llamado “Estado de derecho” todo se
arregla. Esta ideología del Estado de Derecho ha sido atacada por Carl Schmitt
en su “Teoría de la Constitución” y por Julien Freund, así como más
recientemente entre nosotros por Gustavo Bueno. Dice así Freund: “el primer
error que hay que evitar es creer que todo lo político es susceptible de ser juridificado,
que el derecho es coextensivo a la política.”[14]
Siempre hay un miembro de la sociedad política que escapa al derecho: El
soberano. Él escapa al derecho, puesto que es él quien crea el derecho y lo
sostiene. “Es decir, se plantea a propósito del formalismo jurídico un problema
análogo al suscitado por el teorema de Gödel en relación con el formalismo
matemático”.[15] Ningún sistema jurídico
puede borrar o suprimir el mando, el poder soberano. El poder no está sometido
a leyes. Son las leyes más bien, las que están sometidas al poder político y
reposan sobre él. No se pueden reglamentar todos los aspectos de lo político al
derecho. Por lo tanto, “la soberanía es un concepto extrajurídico, puramente
político, que puede, a lo sumo, tener un significado metajurídico, en el
sentido de que cualquier soberanía procura otorgarse una base jurídica con el
propósito, muy interesado, de fortalecer su poder.”[16] Como
se ha dicho antes, se silencia la noción del mando, se atribuye la soberanía al
pueblo, la clase, la nación, entidades que son titulares de la soberanía, pero
que no la ejercen. El ejercicio político efectivo de la soberanía está en otra
parte. El depositario de tal soberanía no es otro sino aquella instancia que la
ejerce realmente.
Sabemos quién es el que manda realmente
cuando aparecen situaciones de crisis de poder, que son crisis de mando. Las
crisis políticas son crisis de mando.”En el momento en que surgen las
situaciones-límite o de excepción es cuando la cuestión del mando y de la
soberanía se plantea con mayor agudeza, hasta el punto de que no es equivocado
decir que las crisis propiamente políticas son, ante todo, crisis de mando.”[17] Por
eso señala Julien Freund que sería insensato despreciar la definición de Carl
Schmitt: “Es soberano quien decide sobre el estado de excepción”. Por lo demás,
“La soberanía no nació con el Estado moderno y no está llamada a desaparecer
con él. Es inherente al ejercicio del mando político.”[18]
El mando político, el poder político,
mal que les pese a los idealistas o progresistas o a los eticistas políticos,
exige ineludiblemente el ejercicio de los arcana imperii, la razón de Estado.
Ningún dirigente político serio puede prescindir de la razón de Estado, esto
es, del conjunto de saberes y medios necesarios para mantener la eutaxia
política del Estado. “Quiérase o no, por cuanto es presupuesto constitutivo de
una colectividad política, el mando no podría prescindir de la razón de
Estado.”[19]
Además, el poder y su ejercicio es
esencialmente monocrático. Siempre tiene que mandar en cada momento y en cada
lugar un solo hombre en su área de competencias. Dice Julien Freund que el
mando sólo puede ejercitarlo uno. Para decidir uno sólo. Para deliberar, muchos
como ya dijo Montesquieu. “La monocracia es consustancial al mando, pues así
como dos profesores no pueden, en el mismo instante, tratar cada uno a su
manera sobre una misma cuestión ante un mismo auditorio (pero pueden alternar o
dialogar), dos mandos no pueden al mismo tiempo decidir a su manera sobre una
misma empresa política.”[20]
El ejercicio del poder político exige
la represión . “Sean cuales sean el tipo de dominación y las fuentes de la
potencia, en todos los casos el ejercicio del mando va acompañado por la
represión.”[21] Esto ocurre porque como
dice Freund, “Se deduce, por tanto, que desde el momento en que el mando es un
presupuesto de lo político y que la potencia consiste en el poder de imponer su
propia voluntad a un grupo, utilizando si es preciso la fuerza contra los
recalcitrantes, la política es, inevitablemente, y siempre lo será, una
dominación del hombre por el hombre.”[22]
El mando político tiene como finalidad
el logro de la eutaxia política a decir de Gustavo Bueno y de la paz y la
concordia interna de la sociedad política a decir de Julien Freund.
Las nociones de la obedencia y el mando no gozan de muy buena
fama hoy debido a la supremacía ideológica de la ideología progresista que
quiere borrar por completo del lenguaje tales palabras políticamente
inconvenientes y molestas. Esto arranca de la Revolución Francesa. El
desprestigio del Antiguo Régimen arrastró también el desprestigio del mando y
de la obediencia. “La causa esencial del descrédito de las nociones de
obediencia y mando debe buscarse en la ideología seudo-ética de la
emancipación, que a su vez se basa en una doctrina de la igualdad considerada
como fuente de cualquier progreso, mientras que la desigualdad sería el origen
de cualquier mal.”[23] Y
sin embargo, el mando y la obediencia existen, son necesarios y además
convenientes para la existencia y persistencia en su ser y existir de la
sociedad política. Respecto a la obediencia política, el mando reclama la
adhesión popular. La adhesión total y absoluta no se logra jamás, al igual que
tampoco existe la desobediencia absoluta. “La sumisión que implica la
obediencia no es total servilismo, sino respeto a una disciplina necesaria, sin
la cual no existiría la cohesión de la colectividad, y hasta la libertad de
crítica perdería todo significado.”[24] La
obediencia es necesaria para que el mando sobreviva y funcione, pues, “un mando
que chocase contra la hostilidad de la mayor parte de la población, no podría
sobrevivir mucho tiempo, sean cuales fueren los medios empleados para perdurar.
En efecto, cualquier gobierno, tanto el democrático como el tiránico, busca,
aparte del reconocimiento, la adhesión de sus súbditos.”[25]
Obedecer es. muy fácil y no cuesta nada
hacerlo. En cambio, “Verdaderamente se precisan circunstancias excepcionales
para que los hombres se subleven contra el poder establecido.”[26]
Las doctrinas antiestatales,
antiautoritarias, antipolíticas están en el error radical. Pecan de falta de
realismo, de idealismo político. El anarquismo y el marxismo pretenden
aniquilar la política. “Cualquier doctrina que pretenda aniquilar un día la
política, y desde este punto de vista el marxismo tiene mucha herencia
anarquista, se ve inevitablemente arrastrada a juzgar el fenómeno político
desde el exterior y se niega a comprender por qué el hombre posee una actividad
política y no puede prescindir de ella.”[27] Así
pues, la sociedad política es asimétrica: unos mandan y otros obedecen. Una
parte de la sociedad, la clase política, dirige al resto de la sociedad. “En
política hay siempre, por una parte, los que mandan, y por otra, los que
obedecen, pues de otro modo, la relación de mando y obediencia pierde todo
significado.”[28]
En esto de la dialéctica del mando y la
obediencia, como bien dice Julien Freund, “Hay que evitar un doble error: el de
creer que el mando todo lo puede y, a la inversa, que es inútil.”[29] Así
nace el orden, realidad efectiva en la que participan gobernantes y gobernados
simultáneamente. Una de las razones de la obediencia y de la escasez de
rebeliones y de revoluciones no es otra que el ansia de orden por parte de los
ciudadanos. La gente quiere orden y por eso acepta [30]incluso
situaciones que no le convienen. Por eso la gente respeta la legalidad y el
orden jurídico aunque no crea en él íntimamente.
Pero la ley sólo tiene sentido si hay
un poder político que la respalde y la sostenga, el Soberano, el mando.
“Suprimamos la obediencia, y la ley no es nada: ¿a quién obligaría? Y esto es
lo que numerosos juristas discuten.” Si no hay poder, no hay ley. La ley se
convierte en un conjunto de palabras sin fuerza ni valor. “Separada del mando y
la obediencia, la ley pierde todo significado.”[31] Lo
político es el origen de la ley. La ley depende de lo político. “Sabemos que la
ley no tiene eficacia por sí misma, sino únicamente por lo político que la
sostiene.”[32]
Julien Freund critica la ideología del
Estado de derecho, tan de moda en nuestros días. No todo se reduce al derecho y a la ley. La
ley agotaría en sí a la actividad política. El poder político sería la ley.
Sería el imperio de la ley. No mandarían los hombres sobre los hombres, sino la
ley sobre los hombres. Sin embargo, las cosas no son así. “Sería fácil
demostrar que este ideal del Rechtstaat nunca encontró una aplicación concreta.
Todo lo más, se logró ocultar la intervención del mando sin suprimirlo”.[33]
Por lo demás, el Gobierno y el poder político
están más allá del bien y del mal. La política puede ser muy buena y ser
inmoral o antiética. “No es necesario explicar de nuevo que el gobierno más
apto políticamente, no es por obligación el mejor moralmente, pero es el que
está capacitado para responder, en lo inmediato y en el tiempo, a los
imperativos de la protección.”[34]
Así, el poder político siempre es
igual. Siempre tiene las mismas propiedades y siempre hay que hacer las mismas
cosas. “Desde que los hombres reflexionan sobre el poder para entenderlo en su
esencia, llegan siempre a la misma conclusión: el poder no cambia en su
naturaleza durante el curso de la historia, sea cual sea la doctrina que
proclame a los hombres que le sirvan.”[35]
Todos los regímenes políticos necesitan lo mismo, “todos precisan de un
ejército, un servicio policíaco, un cuerpo diplomático y una administración,
por rudimentaria que sea.”[36]
Afirma Julien Freund respecto a la
legalidad y a la legitimidad: “Nosotros diremos que el poder confiere
legitimidad; el gobierno garantiza legalidad.”[37] La
legitimidad es el consentimiento voluntario de los súbditos al Gobierno. “¿Qué
es la legitimidad? Consiste en el consentimiento duradero y casi unánime que
los m[38]iembros
y las capas sociales otorgan a un tipo de jerarquía y a una clase dirigente,
para arreglar los problemas interiores por vías distintas a las de la violencia
y del miedo consiguiente.” Ya sabemos que Max Weber distinguió tres modos de
legitimidad: la carismática, la tradicional y la legal racional. Hoy sólo se
considera legítimo un régimen democrático debido al predominio ideológico del
fundamentalismo democrático. Julien Freund, lejano al fundamentalismo
democrático sostiene que se puede hacer buena política al servicio del bien
público y de la eutaxia política en los diversos regímenes políticos. “Ningún
principio de legitimidad goza de una primacía metafísica o ética sobre los
demás. Se puede hacer una política tan buena o tan mala bajo la monarquía como
bajo la república, es decir, que el principio mayoritario, o bien electivo, no
confiere por sí mismo una competencia superior a la del principio hereditario.”[39] La
legalidad viene de arriba y la legitimidad viene de abajo, igual que el poder,
la potestas, viene de arriba y la confianza, la auctoritas viene de abajo. “Opuestamente
a la legalidad, que viene de arriba, la legitimidad viene de abajo, pues
incluso las cualidades personales y excepcionales de un jefe, no bastan para
legitimar su mando.”[40]
Además, la legitimidad, como el poder político, la soberanía, es un concepto
político, no jurídico. “Así pues, la legitimidad es esencialmente un fenómeno
político, no jurídico; no se la puede reglamentar mejor que al poder que le
sirve de fundamento.”[41] Pero
es que, además, la legalidad es una ficción, porque sus tres condiciones de
existencia son ficciones, no son cumplidas. Se trata de las siguientes: 1. que
el gobierno es una institución absolutamente neutral; 2. que sus actos son
verdaderamente oficiales y 3, que su procedimiento es siempre regular. Son
ficciones necesarias tal vez, pero no por ello menos ficciones. “Existe, pues,
ficción en la legalidad, ya que estas tres condiciones son más supuestas que
cumplidas. La ley es violada, por una parte, por desobediencia de los súbditos,
y por otra, por las vueltas que le da el gobierno, a causa de las exigencias de
la acción política y de las necesidades que impone lo imprevisto. En realidad,
un gobierno que se propusiera respetar escrupulosamente la estricta legalidad,
se condenaría a la impotencia y a la inacción, y faltaría a su vocación.”[42]
Ergo, la doctrina del Estado de derecho es una ficción, es una impostura. A fin
de cuentas, “la legalidad determina directamente las relaciones entre mando y
obediencia, lo que también quiere decir que es la formulación jurídica de la
dominación del hombre por el hombre.”[43]
El mando es arbitrario, es
discrecional. Pero eso no significa que sea malo, malvado, perverso. Es así,
tal y como es la acción humana. “El mando es arbitrario, como cualquier otra
manifestación de la voluntad humana. Una decisión de la mayoría puede serlo, al
igual que la de un responsable liberal o reaccionario. Es arbitrario despreciar
el papel de lo arbitrario.”[44] Por
lo demás, al igual que Hobbes decía que llamamos ilegítimo al régimen político
que no nos gusta, Julien Freund declara que “En el fondo, tenemos la tendencia
a considerar como arbitrario, lo que no nos gusta.”[45] El
mando político establece un orden. El orden es la libertad concreta. No hay
libertad sin obligaciones políticas, sin obediencia ni mando. También en la
democracia hay orden, hay mando, hay poder político. “Quiérase o no, también en
la democracia el ciudadano sufre la voluntad del mando, no sólo cuando es
minoritario o se halla en la oposición, sino también cuando forma parte de la
mayoría, pues no le corresponde elegir los medios, y las más de las veces no
hace sino ratificar posteriormente el fin o los fines que el poder ha escogido
sin consultarle.”[46] En
cualquier caso, este mando político, el poder político nunca es malo a
sabiendas. “Puede ocurrir que el mando sea parcial o tenga mala voluntad, pero
no tendrá ningún interés en ser deliberadamente injusto.”[47] El
orden social y político no es ni justo ni injusto. Se halla más allá del bien y
del mal. Lo mismo podría decirse acerca de las relaciones internacionales. No
hay guerras justas ni injustas, sino guerras que se ganan o se pierden. “Es
quimérico creer que basta con ser pacifista y justo para desarmar al enemigo o
por lo menos obligarlo a renunciar a sus proyectos. Un enemigo que quisiera ser
justo, tendría primero que dejar de ser enemigo. La verdad es que el pacifista
por justicia se hace casi inevitablemente cómplice, voluntario o involuntario,
del enemigo de su colectividad.”[48] Por
eso el pacifismo es un factor militar más que hay que tener en consideración en
una confrontación bélica entre dos o más Estados. Es que el concepto de guerra
justa es ideológico y confuso. “Hasta ahora, sin embargo, no ha sido posible
definir de manera únivoca la guerra justa. Si se lograra hacerlo, uno seguiría sin
embargo preguntándose si es justo hacer una guerra justa, pues ninguna
convención internacional puede obligar a un país a sacrificar su orden y su
régimen en aras de la justicia.”[49]
3. Lo privado y lo público.
Como bien dice Jerónimo Molina “El
dominio específico de lo político es lo público enfrentado a lo privado según
la concepción dialéctica de Freund.”[50] Lo
público y lo privado configuran fenomenológicamente lo político. Lo público
abarca y envuelve y supera a las relaciones privadas. Hay que decir que lo
público es lo que afecta y atañe a todos y lo privado atañe o afecta a pocos.
De cualquier manera, hay que decir que
“Las funciones y los poderes del Estado no pueden ser una propiedad privada.”[51]
Además, “Sólo hay libertad política en un sistema que respeta la distinción de
lo público y lo privado.”[52]
Por ello, Julien Freund critica la
ideología del Estado totalitario. Gustavo Bueno en su “Primer ensayo sobre las
categorías de las ciencias políticas” de 1990 critíca la ideología del Estado
totalitario. En primer lugar, es imposible que exista el Estado totalitario
porque ningún Estado puede controlarlo todo. Además, la sociedad política
entendida como una totalidad no puede ser ni sujeto ni objeto político ni de
forma principiativa ni de forma terminativa. Algo parecido llega a concluir a
este respecto Julien Freund: “El totalitarismo, por su propio concepto, es
aspiración hacia la totalidad, no una totalidad prometida en el más allá, sino
en esta tierra.”[53] No existe un Estado
totalitario. Puede haber un partido totalitario o de ideología totalitaria o
una ideología totalitaria. “Sólo un partido y un movimiento pueden ser
totalitarios, no el Estado, pues en sí mismo éste posee un fin específico,
mientras que un movimiento totalitario persigue fines que rebasan lo político.”[54]
Lo privado designa las relaciones personales. Lo
privado englobaría la esfera de la ética, de las relaciones familiares o
cuasifamiliares. Lo privado pues, afecta siempre a pocos. A decir verdad, lo
privado se constituye por oposición a lo público, de forma negativa. Es así un
concepto difuso. “Los caracteres de lo privado son en cierto modo negativos: no
es dueño de ningún territorio independiente, no tiene otra constitución que la
impuesta por lo público; su indeterminación misma es su única determinación,
aunque difícilmente se la pueda objetivar.”[55] Lo
privado designa una esfera autónoma, al igual que ocurre con lo público.
Lo público es una relación
impersonal. Lo público es lo que está
abierto a todos. Lo público tiene tres características: Lo público representa
la unidad del cuerpo político. Lo
público es aquello que debe ser representado. Lo público tiene una
constitución.
La unidad política da unidad a la
sociedad política y da sentido al individuo. Desde un punto de vista político,
lo público es una unidad política. El individuo sin la sociedad política, sin
el poder público no es nada. El pueblo sin Estado es una masa informe, caótica.
Es que acaso ocurre que “Lo público presupone la existencia del pueblo.”[56]
Lo público es exterior y superior a los
individuos y es una relación impersonal y por eso es necesaria la
representación. Lo público “en general, necesita ser representado. La
colectividad, como tal, no puede actuar.”[57] El
autogobierno de la sociedad política es imposible. La sociedad no puede
autodirigirse. Cuando alguien es capaz de obrar por otro, entonces es el
representante suyo. No hay voluntad general. Como lo público no puede obrar por
sí mismo, debe obrar mediante representantes. No sólo un parlamento representa,
sino un monarca también. En toda representación se hace presente todo lo
público.
Como el cuerpo político es unidad y
totalidad, es realidad pública, tiene constitución, systasis, tanto jurídica,
como histórica u ontológica o existencial. Por un lado hay una constitución
política. Por otro lado hay una
constitución jurídica o institucional. Además hay una constitución ideológica.
No hay nada público si no hay pueblo. “En
último lugar, el pueblo significa el cuerpo político en su conjunto, en tanto
forma una unidad que comporta la relación entre mando y obediencia y las demás
instituciones indispensables para la vida política común.”[58] El
pueblo sólo es pueblo si constituye una totalidad ordenada sometida a una sola
voluntad. Sólo hay pueblo si hay soberano. El pueblo, como dice Carl Schmitt,
sólo tiene existencia política. No puede
haber un pueblo privado o sin soberano. Sin poder político, el pueblo no es,
sino multitud caótica y amorfa.
4. Amigo y enemigo.
Aquí Julien Freund retoma la distinción
formulada por Carl Schmitt como esencia de lo político. El primer teórico del
realismo político en España, Baltasar Álamos de Barrientos fue el primero que
formuló la distinción entre amigo/enemigo luego retomada en el siglo XX por
Carl Schmitt. Álamos resume en cuatro distinciones la esencia de lo político:
1ª Distinción de los territorios o provincias según sus cualidades
caracteriológicas. 2ª Las distinciones caracteriológicas y morales entre los
individuos. 3ª Las relaciones familiares
y de parentesco. 4ª La distinción entre amigo y enemigo. “La quarta es de los estados y
profession dellos; de amigos; de enemigos; de confederados; de Príncipes de
Privados; de Consegeros; de criados; de Cortessanos; de vassallos; de leales;
de rebeldes; y de otros tales: que por lo que conviene a su estado, y les pide
la conservación del, ayuden, a lo que se desea y pretende, o desayudan. Y en
este número entran las Repúblicas, buenas para todo lo que fueren conservación
suya y de sus semejantes; como lo son los Reyes para los de su estado. Porque
la otra suerte y diferencia de afectos, que resulta de la fuerza de las
ocasiones, y convenencia dellas; aunque parece que muda los hombres y haze que
olviden, y pierdan las inclinaciones naturales que digo, no es assi la verdad y
en el efeto; sino que las encubre, y asombran por la necessidad; y por esto no
se pueden fiar del todo, ni seguramente dellos; por el rezelo de que bolveran a
su natural, y se descubrirán en passando la fuerza de la ocasión presente, con
más daño y peligro de los que no supieren esto y se fiaren dellos”.[59] El hombre,
mientras piense y viva políticamente, tendrá que tener en cuenta al enemigo y
su existencia real y efectiva. “Una cosa es cierta: el ser humano que, en las
condiciones históricas que conocemos desde siempre, piensa políticamente, no
puede comportarse como si el enemigo no existiera; en la medida en que las
teorías humanitarias son también teorías políticas, siempre tienen un enemigo
(de clase u otro) que se proponen vencer antes de instaurar el nuevo orden
prometido, ya que lo presentan inevitablemente como el obstáculo principal para
el advenimiento del nuevo estado que preconizan.”[60] En
el fondo, la violencia y el miedo están en el corazón de la política como dice
Julien Freund. Siguiendo a su maestro Carl Schmitt, aclara que el enemigo no es
un ser éticamente malo. “Por consiguiente, el enemigo político no es
forzosamente un ser éticamente malo, como tampoco se le puede confundir con el
competidor económico. El enemigo, “es el otro, es el extranjero, y basta a su
esencia el que sea existencialmente, en un sentido particularmente intenso,
algo distinto y extraño para que, en caso extremo, las relaciones que se tengan
con él se transformen en conflictos que no pueden resolverse ni por una
normalización general preventiva, ni por el arbitraje de un tercero
“desinteresado” e “imparcial”.[61] Por
eso la guerra es la conclusión lógica de las relaciones internacionales. La
guerra define a la sociedad política. No hay política sin guerra y no hay
guerra sin política.
“En la finalidad de lo político, la
amistad parece, pues, tener la prioridad; de manera que la noción de enemistad
recibe su pleno significado porque constituye el obstáculo para la realidad
deseada del fin de lo político.”[62]
La amistad, como dijo Aristóteles es
una virtud política. Es bueno que haya
concordia en la sociedad política para que la eutaxia política tenga lugar.
“Entendida de esta manera, la amistad es el cemento de la unidad política de
una colectividad considerada desde el interior, es decir, desde el punto de
vista del comercio recíproco entre los miembros.”[63]
Otra forma de amistad es la paz. Esta
palabra es muy importante para el pensamiento progresista de nuestros días, que
en su fase superior se convierte en pensamiento Alicia. Y sin embargo, la paz
es algo trivial, lo que pensaban los antiguos: el intervalo o tregua entre dos
guerras. “Como concepto político, la paz no designa un estado definitivo de la
humanidad, sino que consiste en el intervalo más o menos largo que separa los combates
con empleo de medios violentos.”[64]
Otra forma de amistad es la alianza
entre unidades políticas. Esta es la base de las relaciones internacionales,
puesto que “las relaciones internacionales se basan más en intercambios
amistosos o seudo-amistosos que en bases propiamente jurídicas.”[65] No
hay derecho internacional considerado como derecho efectivo. No hay un sistema
jurídico internacional. Los Estados se hallan en estado de naturaleza. Por
cierto, que por esta razón precisamente, no hay alianzas perpetuas ni paz
perpetua.
Además del análisis de la amistad
política, es menester realizar el análisis de la enemistad política. La amistad
política entre unidades estatales o políticas autónomas e independientes es
inseparable de la enemistad política, de la enemistad actual o virtual. Tiene
que haber siempre un enemigo político. La enemistad es inherente a lo político.
Si no hubiera enemistad, la política se desvanecería. Además lo político es
siempre particularista. Por eso las instituciones y teorías con vocación
universalista están en contra de la política o de lo político. “Así que, en la
medida en que el clero y los intelectuales pretenden ser servidores de lo
universal, no pueden sino ser hostiles a la política o bien manifestar hacia
ella irritación o desdén.”[66]
Si el enemigo nos odia, nos elige,
entonces ya hay por eso enemistad. “Nadie es lo bastante crédulo para imaginar
que un país no tendrá enemigos porque no quiera tenerlos. Esto no depende de
él. Tampoco es ocioso indicar que lo que ocurre con la negación del enemigo es
lo mismo que ocurre con la negación de la política (como el candidato a un
puesto político, que declara que no se ocupará nunca de política): a menudo es
una excelente astucia y hasta un arma eficaz en la lucha política. ¿Qué puede
hacer un país con pretensión pacifista, que se convierte a pesar suyo en el
enemigo de otra unidad política, sino tomar las medidas indispensables para
proteger su seguridad, concertar alianzas y armarse, o bien arreglarse para
capitular en las mejores condiciones?”.[67] Esto
puede servir para criticar al pacifismo del pensamiento Alicia y sobre todo al
pacifismo de Zapatero y de su alianza de civilizaciones. La enemistad política
está ligada esencialmente a la existencia de Estados. Los que niegan estos planteamientos
realistas confirman la verdad de las afirmaciones de Carl Schmitt y de Julien
Freund. Los enemigos de la guerra están en guerra con sus adversarios y
enemigos que no comparten sus puntos de vista. “Así como el pacifista descubre
inmediatamente el enemigo en el que no admite su concepto de la paz, también
las ideologías de la sociedad sin enemigo (por ejemplo, el marxismo) maldicen
la guerra, pero preconizan la revolución y exigen que los hombres se maten
entre sí para, de este modo, situar a la guerra fuera de la ley.”[68] No
se puede eliminar al enemigo político. “Lo que sí discutimos, por el contrario,
es la posibilidad de eliminar efectivamente el enemigo de la política.”[69] En
cuanto se intenta negar al enemigo, éste queda convertido en un culpable.
La guerra tiene como finalidad la ruina
de la potencia del enemigo: “Desde el punto de vista político, el fin de la
guerra no es la desaparición colectiva por el exterminio físico del enemigo,
sino la ruina de su potencia.”[70] Si
la guerra es política y se reconoce al enemigo como iustus hostis, entonces las
cosas quedan así. Pero si no se le reconoce legitimidad al enemigo, entonces la
guerra es una guerra de exterminio. “hay que reconocer que el espíritu
político, mientras esté basado en el reconocimiento del enemigo, no admite los
exterminios masivos y arbitrarios que ordena un vencedor después de la
victoria. Los miembros de la colectividad enemiga siguen siendo hombres y no
son, desde el punto de vista estrictamente político, objeto de un odio personal,
como tampoco víctimas designadas para la venganza.”[71] Es
que “Políticamente, no existe un enemigo absoluto o total que pueda ser
exterminado colectivamente, ya que sería intrínsecamente culpable.”[72]
Mientras haya política, el enemigo sigue siendo humano. Desde un eticismo
pensamiento Alicia o progresismo extremo, el enemigo queda demonizado,
considerado como una abominación y desde el progresismo el enemigo debe ser
exterminado porque no se le reconoce al enemigo. Entonces en esta situación el
enemigo es total y absoluto. El enemigo es indigno de vivir, es algo perverso,
es un subhombre. No se le reconoce ni legitimidad ética ni jurídica ni
política.
Lo político estima como elemento
discriminador y decisor la potencia, la fuerza. “Desde este punto de vista, el
juicio de la fuerza es más limpio, más justo y más humano que cualquier otro
criterio de justificación. Existe a veces algo de barbarie y algo de
odiosamente sucio en la ética.”[73]
Así, cuando no se reconoce al enemigo
aparece el terrorismo y aparecen las guerras de exterminio. Se busca suprimir
al enemigo político. Desde la Revolución Francesa, la ideología revolucionaria
es la ideología terrorista y humanitaria y progresista. El enemigo es culpable
y debe ser eliminado. “Nosotros, hombres modernos, debemos a la difusión de
esta ideología revolucionaria, contradictoriamente humanitarista y terrorista, el no entender claramente la
esencia de lo político.”[74]
La ideología del Estado de derecho
pretende elevar la existencia social y política a existencia jurídica
reductible a categorías jurídicas. En una sociedad política así no hay enemigos
ni amigos, sino culpables y jueces. “una sociedad sin enemigo, que quisiera
hacer reinar la paz por la justicia, es decir, por el derecho y la moral, se
transformaría en un reino de jueces y culpables.”[75]
Es un error el considerar al enemigo
solamente desde una perspectiva militar. “Primeramente, hay que evitar una
equivocación, la de ver al enemigo tan sólo bajo su aspecto militar.”[76]
Antes que ser un concepto jurídico y militar, “el enemigo pertenece a la
esencia misma de lo político.”[77] Por
ello, es el Soberano, el político el que debe designar al enemigo.
De la enemistad política nace la
guerra. Ya lo decía Carl Schmitt, que la guerra nace de la enemistad, por ser
la enemistad la negación óntica de otro ser. La guerra es una enemistad
extremada. No hay enemigo porque haya guerra como afirman erróneamente los
pacifistas, sino que hay guerra porque hay enemistad.
Toda sociedad política debe eliminar la
enemistad interna y debe prestar atención ante los enemigos exteriores. Esto es
lo que realiza el Estado moderno. “La unidad política de una colectividad
tiene, en efecto, como base la supresión de los enemigos interiores y la
oposición atenta hacia los enemigos exteriores.”[78] El
enemigo interno es tan peligroso para la sociedad política como el enemigo
externo. “El enemigo interno puede amenazar la existencia política de una
colectividad del mismo modo que el enemigo exterior.”[79] Ya
se ve entonces con toda claridad que el par de conceptos correlativos y
opuestos de amigo/enemigo es inherente a la política, ya se trate de política
exterior o de política interior.
Debido a que la distinción entre
enemigo y amigo es esencial a lo político, la violencia y el miedo están
presentes siempre en lo político. Son inseparables de lo político. Además, “la
noción de paz, asimismo, sólo tiene sentido por referencia con el enemigo; la
paz universal tendría que suprimir totalmente cualquier enemistad, para que el
empleo de la violencia perdiese también todo significado.”[80]
Entonces, la violencia como dijo Camus, es, a la vez inevitable e
injustificable.
La violencia es la hostilidad llevada
al extremo. El miedo en cambio es algo de naturaleza psicológica. El miedo está
presente en la política. Hay una
relación entre enemistad política y miedo. “La relación del miedo y de la
enemistad no es exclusiva de lo político, pero es esencial. Otras causas,
también en la esfera de lo político, pueden provocar el miedo: se hace más
intenso según la política intensifica la enemistad. Cuando el poder se vuele
despótico y trata a ciertas categorías de ciudadanos como enemigos, la
obediencia se transforma en miedo.”[81] Ya
Hobbes había afirmado que el miedo se hallaba en el origen de la sociedad
política. Algo de razón tenía este realista político.
“La relación dialéctica propia de la
pareja amigo-enemigo es la lucha. Esta noción no hay que entenderla en el
sentido limitado de un antagonismo entre dos grupos históricamente
determinados.”[82] Por esto, afirma Julien
Freund después que “creemos poder decir que la política es de naturaleza
conflictiva por el hecho mismo de que no hay política sin un enemigo.”[83]
Por eso, la guerra es inevitable. Se
puede evitar una guerra, como dijo Donoso Cortés, pero no la guerra. Los pacifistas
que se manifiestan seriamente afectados por el SPF pidiendo el NO a la guerra
son necios. Hay que regular la guerra para dulcificar sus efectos. “En efecto,
el verdadero problema consist[84]e tal
vez menos en suprimir toda guerra que en procurar reglamentarla al determinar
quién debe sostenerla: ¿los combatientes, o de igual modo los no combatientes?”
En esto de la guerra, Julien Freund sigue fielmente la doctrina polemológica de
Carl von Clausewitz. El combate es un tipo de lucha reglado. La guerra puede
reducirse a ser una guerra convencional, conservando el carácter de combate,
pero puede producirse lo que Clausewitz con toda lucidez había previsto, a
saber, la ascensión a los extremos: “un conflicto conserva el carácter del
combate sólo con la condición de no durar demasiado, ya que de otro modo
interviene la ascensión hacia los extremos, descrita por Clausewitz.”[85]
Mientras que el combate sigue reglas, la lucha, en cambio, no conoce reglas
impuestas desde fuera a la lucha. Con la lucha, todo es posible. “Todo es
posible, todo está permitido. A veces se vuelve furiosa y desconoce el perdón;
otras, insidiosa, hipócrita y desleal. Así, que llamaremos lucha al conjunto de
recíprocos esfuerzos que emprenden adversarios o enemigos para hacer triunfar sus
intereses, opiniones y voluntades respectivas, procurando dominar o vencer al
otro mediante la destrucción o la debilitación de su potencia. Puede adoptar
las formas regulares o convencionales del combate, o bien constituir un
enfrentamiento que lleva la violencia hasta lo extremo, sin consideración a los
medios empleados ni a las personas en litigio, en el desencadenamiento de la
potencia más alocada.”[86] La
política es lucha. La guerra es, como dijo Clausewitz, un acto político. La
política puede ser un combate, pero puede ser también lucha. “La lucha
constituye en política un fenómeno permanente por varias razones. La más
perentoria se funda en el hecho de que la enemistad es en ella insuperable.
Esto significa que la lucha constituye la dialéctica entre el amigo y el
enemigo.”[87] La política a fin de
cuentas es relaciones de poder, de fuerza. “La política es inevitablemente una
lucha, por el hecho de que los hombres buscan constantemente modificar la
relación de fuerzas, a veces por decisión discrecional de un gobierno, más a
menudo bajo la presión de las necesidades, teniendo en cuenta la evolución de
las civilizaciones, los progresos técnicos, militares o económicos.”[88]
De ahí la crítica de Julien Freund a
los marxistas y a otros revolucionarios que mezclan lucha de clases, revolución
y pacifismo. Tales sujetos incurren en flagrante contradicción. “No se puede
ser revolucionario y al mismo tiempo hostil a la lucha, a la guerra. No hay un
socialismo, un anarquismo, un capitalismo que puedan vanagloriarse de haber
dominado definitivamente los conflictos.”[89] Los marxistas se vanaglorian de ser
pacifistas. Sin embargo, preconizan la guerra. El marxismo es una filosofía de
la violencia. Es una filosofía de la guerra civil entre clases y del pacifismo
internacional siempre que ello beneficie al Partido Comunista. No hay paz
perpetua, porque “Quiérase o no, el reinado de la paz es una preparación para
la guerra”.[90] Finalmente es verdadero
el aserto clásico de la Antigüedad, “si vis pacem, para bellum”. Para mantener
la paz hay que ser fuerte. La debilidad fomenta la violencia, la guerra. “La
impotencia nunca inspira confianza: es inseguridad.”[91]
Las guerras se hacen para conseguir la
paz. Toda paz es la paz producida por una victoria. La guerra “aspira, es
cierto, a la victoria, pero también a la seguridad y la paz: toda guerra
prepara la paz y tiende necesariamente a ella.”[92] La
paz y la guerra son las dos caras de la política y de la lucha, inherente a lo
político.
En las consideraciones acerca de la
guerra y de la paz, Freund sigue muy de cerca la doctrina de Carl von
Clausewitz.
Efectivamente, la guerra, como dijo
Clausewitz, es un acto de violencia destinado a obligar al adversario a
ejecutar nuestra voluntad. La política es la dominación del hombre por el
hombre y la guerra también. La guerra es un acto político. Además, la guerra no
se modera con el progreso. Sigue siendo lo mismo siempre a lo largo de la
historia, al igual que ocurre con lo político. La guerra es un elemento de la
política. Esto no significa que se exalte y se glorifique la guerra. “De hecho,
hay que estar loco para desear la guerra por sí misma; es, en general, una
calamidad, y con el reciente desarrollo de los medios termonucleares, amenaza
con transformarse en una catástrofe para la especie humana.”[93]
Mientras haya enemistad, política,
habrá inevitablemente guerra. “La verdadera razón de la perpetuidad de las
guerras en la humanidad proviene de la esencia de lo político. Desde el momento
en que sólo hay política donde existen enemigos y cuando el riesgo de enemistad
no puede ser suprimido, es posible que la humanidad histórica continúe con las
guerras.”[94] Por lo demás, “la
distinción entre guerra justa y guerra injusta no tiene políticamente ninguna
base seria.”[95]
La guerra y la política exigen el
reconocimiento del enemigo. De lo contrario, las guerras degeneran en guerras
de exterminio porque queda legitimado tratar al enemigo como un culpable, como
un criminal, como un monstruo.
La paz es un aspecto de la lucha. Al
igual que la guerra, es la continuación de la política por otros medios. La
negociación, el acuerdo, la discusión y el diálogo son los instumentos
políticos en la paz. No obstante, las virtudes salvíficas del diálogo
habermasiano son limitadas: “Sin embargo, no hay que, a la manera de algunas
filosofías contemporáneas, atribuir virtudes mágicas al diálogo, como si
efectuase necesariamente el paso de la subjetividad a la objetividad, del
desacuerdo a la unión. ¡Cuántos diálogos y negociaciones acabaron en una
muestra de incomprensión y en la irritación, y finalmente no tuvieron otra
salida que el recurso a la violencia.”[96]
La paz perpetua no existe. Tampoco la
educación lo es todo como ingenuamente lo afirman los progresistas poseídos del
pensamiento Alicia. La educación no puede producir la paz. La educación para la
paz o para la convivencia es una
estupidez progresista. “Es una ilusión creer que podría establecerse una paz
definitiva por el simple conducto de la educación cívica, ya que no es obra de
los individuos como tales, sino de las colectividades.”[97] En
resumen, Julien Freund define la paz de la siguiente forma: “llamamos paz a la
situación política movediza determinada por la existencia de una relación de
fuerzas consagrada en principio por uno o varios tratados entre las unidades
políticas, pudiendo éstas modificar la relación de fuerzas con nuevos acuerdos
y negociaciones destinados a solucionar los conflictos, las reivindicaciones y
las luchas que nacen normalmente a medida de la evolución de cada colectividad
y de todas en conjunto.”[98] La
paz entonces es un equilibrio inestable entre enemistades diversas. Así, ocurre
pues, que “la relación amigo-enemigo es el presupuesto de la conservación de
las unidades políticas”.[99]
Mientras exista lo político, habrá guerras y paces. Las guerras continuarán
matando o causando bajas propias y enemigas y la paz seguirá siendo una pausa
más o menos prolongada, más o menos inestable entre dos guerras y una lucha
política no violenta entre amigos y enemigos.
5. Teoría del Estado.
Julien Freund tiene una peculiar teoría
del Estado en la que sigue particularmente a Max Weber. Según el realismo
político de Julien Freund, lo político no equivale al Estado. El Estado es
simplemente una manifestación histórica de lo político. El Estado puede
desaparecer, pero no así lo político. Así pues, “conviene, pues, no identificar
lo político y el Estado, pues éste presupone aquello, es decir, que el Estado
es, únicamente una manifestación histórica de la esencia de lo político.”[100] Por
lo demás, “el Estado no es primordialmente una realidad esencialmente jurídica”[101]
como había sostenido el positivismo jurídico y particularmente Hans Kelsen.
El Estado tiene las siguientes
características: Primero, una rígida distinción entre lo exterior y lo
interior. “La primera de estas características consiste en una distinción rigurosa y hasta muy a menudo rígida entre lo
exterior y lo interior;”[102]
En segundo lugar, El Estado es una
unidad territorial delimitada por fronteras. “En segundo lugar, el Estado se
caracteriza, hacia el exterior, como una unidad territorial de fronteras
netamente definidas, aunque no definitivas (sean fronteras naurales, sean, más
tarde, fronteras nacionales que la conquista debe fijar y que los tratados de
paz deben ratificar), con tendencia a constituir la colectividad que vive en
“sociedad cerrada”.[103]
En tercer lugar, como decía Max Weber,
el Estado tiene el legítimo monopolio de la violencia física. El enemigo
interior es eliminado. “En tercer lugar, en el interior de su esfera, el Estado
se adueña de todo el poder político y se opone a las formas de poder que tienen
origen privado, de orden feudal o confesional; el Estado se levantó sobre la
ruina del enemigo interior y por oposición al poder indirecto del papa.”[104] A
este respecto, “Lo que merece atraer la atención es que, en virtud de su
racionalidad y de su soberanía, el Estado no puede admitir otras leyes que las
que él mismo hace, que son siempre valederas únicamente en el interior de las
fronteras de la unidad política en cuestión.”[105]
El Estado es el resultado de la
racionalización política. La racionalización estatal hay que entenderla como
orden unificador, esto es, como centralización. La centralización es
conceptualmente inherente al Estado. Tampoco las estructuras federales escapan
a la centralización. Todos los Estados federales tienden hacia la unidad. Un
Estado centralizado, por eso, no debe descentralizarse. Los Estados federales
proceden de la unión de varios Estados en confederaciones. Cuando un Estado
centralizado se convierte en federal es para favorecer la secesión.
En contra del fundamentalismo
democrático, Estado de derecho no significa per se Estado democrático. “No se
podría, pues, identificar Rechtsstaat y democracia, si es cierto que la
legalidad es condición del carácter racional de todo Estado, sea cual sea el
régimen.”[106]
En contra del liberalismo, “la cuestión
no es saber si el Estado debe o no intervenir en la economía –está en el orden
de las cosas el que así lo haga-, sino en encontrar en cada época las
modalidades óptimas de la intervención, que puede ser unas veces directa, otras
indirecta.”[107] La ideología liberal del
Estado mínimo o gendarme o del principio de subsidiariedad es atacada por
Julien Freund. El Estado es necesario para el capitalismo, la propiedad privada
y el mercado. “Sería un error creer que el capitalismo o el liberalismo
hubieran podido desarrollarse independientemente del Estado.”[108]
Julien Freund advierte que estamos ahora en una suerte
de fase postestatal: “Esto significa que asistimos, sin duda, a un lento
declive del Estado y que otra especie de unidad política se está gestando.
Múltiples indicios parecen confirmar esta previsión.”[109]
Como el Estado, según Max Weber, se atribuye el
monopolio legítimo de la violencia física, se atribuye igualmente el monopolio
de la justicia. [110]Siendo
las cosas así, “El Estado no tolera un enemigo interior: sólo puede haber
enemigos exteriores.”
Por lo demás, el Estado es, como dijo Hegel, la
libertad concreta. “Si se considera su meta, el Estado es, en el fondo, la
condición objetiva y presente de la libertad, es decir, que procura dar a los
individuos las posibilidades materiales para cumplir, dentro de determinadas
fronteras, una vida lo más digna posible al unísono con la colectividad.”[111]
[1] Julien Freund, “La esencia
de lo político”, 959 páginas, Traducción
de Sofía Nöel, Editora Nacional, Madrid, 1968, Pág. 19.
[3]
Aristóteles, Política, 1253ª 3. Traducción, Pedro Simón Abril, Editorial,
Folio, Barcelona, 2002.έκ τούτων οΰν
φανερον ότι τών φύσει ή πόλις έστί, καί ότι ό άνθρωπος φύσει πολιτικόν ζώον, καί ό άπολις διά φύσιν καί οΰ διά τύχην ήτοι
φαΰλός έστιν, ή κρείττων ή άνθρωπος.
[50] Jerónimo Molina, “Julien
Freund”, lo político y la política, Ediciones sequitur, Madrid, 2000. pág. 102.
[59] Baltasar Álamos de
Barrientos. Dedicatoria al Duque de Lerma de los “Aforismos al Tácito español”,
1614. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1987. Tomo I. pág. 20. La
naturaleza humana es inmutable, al igual que la esencia de lo político para
Julien Freund. En eso consiste el realismo político.
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