1. Introducción.
En
el asunto de la democracia cometemos en nuestra época un delito de equivocidad
lingüística o de homonimia. Se designa con la misma palabra tanto a la
democracia ateniense antigua como a la democracia alemana, estadounidense o
francesa actuales. Entiendo que esto es un grave error teórico, puesto que la
democracia antigua no tiene nada que ver con la democracia moderna. Como bien dice
Giovanni Sartori, se concluye por tal razón lo siguiente: “De ahí que las democracias
antiguas no puedan enseñarnos nada sobre la construcción de un Estado
democrático y sobre la forma de dirigir un sistema democrático que comprende no
una pequeña ciudad, sino una gran extensión de territorio habitado por una
enorme colectividad.”[1]
Benjamín Constant distinguió ya en 1819
entre los antiguos y los modernos en lo que al tema de las libertades públicas
se refiere. Lo mismo podría predicarse con respecto a la concepción de la
democracia.
En lo que sigue, vamos a intentar
precisar la diferencia existente entre la democracia antigua y la moderna.
Igualmente vamos a plantear las críticas respectivas que se han formulado a los
dos sistemas políticos distintos ya citados. Estas críticas surgieron ya desde
el comienzo de la existencia de la democracia antigua y de la moderna y han
acompañado a su despliegue histórico. “Crítica”, (de κρίνειν: “juzgar”,
“discernir”) no quiere decir demolición, ni destrucción sino, delimitación,
discernimiento, determinación, definición. Así pues, la crítica a la democracia
primariamente sirve para definir qué es
la democracia e inquirir acerca de su esencia.
2. La democracia antigua.
La democracia antigua descansaba sobre
la idea de la identidad entre ciudadano y miembro activo del Estado, en la isonomía,
en la isegoría, en la isocratía. El procedimiento para
nombrar los cargos políticos era el sorteo. La elección, en la que siempre se
tienen en cuenta las cualidades personales del candidato, era considerada como
algo esencialmente aristocrático.
El rechazo de la elección como
institución aristocrática iba unido estrechamente a la ausencia del concepto de
representación política. La democracia antigua es la democracia absoluta,
directa, inmediata en la que la comunidad de los ciudadanos ejerce por sí misma
el poder político. El ejercicio de las funciones políticas es un deber
ciudadano para con el Estado, con la polis. Cada uno estaba obligado a
ejercitar la soberanía de la polis a través de la participación política en los
asuntos públicos. Ser ciudadano es una función. El que se abstenía de la
política era precisamente el idiota, el que iba a lo suyo, a lo
particular. En este tipo de democracia,
todo es política. El Estado lo abarcaba todo. No existía la diferencia entre lo
público y lo privado. En la democracia antigua se produce la identidad entre el
poder político y la comunidad política expresada en la asamblea de ciudadanos.
Aristóteles decía cuatro cosas de la democracia: 1. Es el gobierno de los
muchos, de los pobres por tanto. 2. Es el régimen político en el que
alternativamente se es gobernante y gobernado. 3 Régimen político en el que
predomina el sorteo sobre la elección para nombrar los cargos públicos y 4. El
régimen político en el que cada uno puede vivir como quiera.
En la democracia antigua no existen los
derechos subjetivos del individuo o de la persona. No existen los derechos
humanos inalienables que el Estado debe reconocer y proteger. El ciudadano
estaba al servicio de la polis. El ciudadano se realizaba en su plenitud en la
participación política en las instituciones de la polis. El ciudadano debe
obedecer a la polis, someterse por completo a su autoridad. Sin la polis, el
ciudadano no es nada. La democracia antigua presuponía un concepto de la
libertad bien diferente al moderno y contemporáneo. Libertad es obedecer a la
ley y no a ningún hombre. Esta democracia es una democracia esclavista porque
la sociedad antigua descansaba sobre la explotación del trabajo no libre,
esclavo. La libertad consiste además en no ser esclavo. Libertad es no ser
esclavo y obedecer a las leyes.
3. La crítica de la democracia
antigua.
El pseudo-Jenofonte inicia la serie de
críticas a la democracia antigua mostrando su coherencia interna y su no
modificabilidad profunda sin destruir de arriba abajo la democracia. Isócrates
por su parte propone devolver la influencia política a los mejores, a quienes
lo merecen y moderar por tanto la igualdad aritmética con una igualdad
geométrica o selectiva que da a cada cual lo que se le debe. Se trata de
restaurar el Areópago y sustituir el sorteo por la elección. Propone una
democracia elitista. Algo bastante parecido a lo que muchos liberales
postularán en el siglo XX.
Jenofonte sostiene que la democracia
lleva a la división, la indisciplina y la incompetencia (Memorabilia, libro
III).
Antístenes, discípulo de Sócrates y
maestro de Diógenes, despreciaba la democracia y a los demagogos. La democracia
es el gobierno de la ignorancia y de la incompetencia y no porque una decisión
política sea democrática, tiene que ser racional. Democracia y verdad no tienen
por qué coincidir necesariamente. Democracia y virtud no suelen coincidir
habitualmente.
La democracia es el dominio de los
sofistas. Afirma Platón acerca de los sofistas o demagogos, “Que cada uno de
los particulares asalariados a los que esos llaman sofistas…no enseña otra cosa
sino los mismos principios que el vulgo expresa en sus reuniones, y esto es a
lo que llaman ciencia. Es lo mismo que si el guardián de una criatura grande y
poderosa se aprendiera bien sus instintos y humores y supiera por dónde hay que
acercársele y por dónde tocarlo y cuándo está más fiero o más manso, y por qué
causas y en qué ocasiones suele emitir tal o cual voz y cuáles son, en cambio,
las que le apaciguan o irritan cuando las oye a otro; y, una vez enterado de
todo ello por la experiencia de una larga familiaridad, considerase esto como
una ciencia, y, habiendo compuesto una especie de sistema, se dedicara a la
enseñanza ignorando qué hay realmente en esas tendencias y apetitos de hermoso
o de feo, de bueno o de malo, de justo o de injusto, y emplease todos estos
términos con arreglo al criterio de la gran bestia, llamando bueno a aquello
con que ella goza, y malo lo que a ella molesta.”[2]
Platón ejercita una fuerte crítica a la
democracia. La crítica platónica a la democracia se funda en los siguientes
argumentos:
-La masa popular (hoi polloi) es asimilable por naturaleza a un animal esclavo de sus
pasiones y sus intereses pasajeros, sensible a la adulación, sin constancia en
sus amores odios; confiarle el poder es
aceptar la tiranía de un ser incapaz de la menor reflexión y rigor.
-cuando la masa designa a sus
magistrados, lo hace en función de unas competencias que cree haber observado
–cualidades oratorias en particular- e infiere de ello la capacidad política;
-en cuanto a las pretendidas
discusiones en la Asamblea, no son más que disputas que oponen opiniones
subjetivas, inconsistentes, cuyas contradicciones y lagunas traducen su
insuficiencia.
En resumen, la democracia es
ingobernable. El desorden democrático conduce a la tiranía y fomenta la
inmoralidad de cada uno. La refutación platónica de la democracia insiste en la
necesidad de asociar el saber con el poder. Las decisiones políticas deben ser
inteligentes, acertadas. Sin embargo, el vulgo no tiene capacidad política,
saber político adecuado. El argumento afirma que como el vulgo no tiene
capacidad política, se equivocará inevitablemente al gobernar. Sin embargo,
también el tirano o el rey o los oligarcas pueden equivocarse igualmente.
La democracia es considerada por Platón
como un régimen político degenerado. El sistema político democrático es, a
decir de Platón, el sistema de la libertad. En este sistema político todo el
mundo es libre de hacer lo que quiera. “¿No serán, ante todo, hombres libres, y
no se llenará la ciudad de libertad y de franqueza, y no habrá licencia para
hacer lo que a cada uno se le antoje?”[3] Cada
cual entonces será libre de organizar su vida de la manera que estime
conveniente. Habrá distintos tipos de hombres y de modos de vida. El pluralismo
es la consecuencia más visible de la democracia. “Por tanto, este régimen será,
creo yo, aquel en que de más clases distintas sean los hombres”.[4] Es
posible, dice Platón que la democracia, por su pluralismo político, por su
abundancia y variedad de colores y tendencias sea el régimen político más bello.
La democracia es el régimen político de la libre oferta y de la libre demanda
entonces de regímenes e ideologías. Platón ha vislumbrado ya en su época y
desde su perspectiva filosófica la conexión entre mercado pletórico de bienes
ideológicos, la pluralidad y la democracia. La democracia es un régimen que se
puede convertir en cualquiera de los demás regímenes políticos. “Por que
gracias a la licencia reinante, reúne en sí toda clase de constituciones, y al
que quiera organizar una ciudad, como ahora mismo hacíamos nosotros, es
probable que le sea imprescindible dirigirse a un Estado regido
democráticamente para elegir en él, como si hubiese llegado a un bazar de
sistemas políticos, el género de vida que más le agrade y, una vez elegido,
vivir conforme a él.” La democracia es el gobierno de la doxa. Es el régimen de
la nivelación de todos aunque no sean iguales. Todas las opiniones valen igual
en la democracia, esto es, nada.
El análisis del hombre demócrata
realizado por Platón, bien podría aplicarse al hombre progresista de nuestros
días o al hombre afectado de síndrome de democracia fundamentalista, SDF. En el
hombre democrático la insolencia es la buena educación, la indisciplina es
libertad, el desenfreno es grandeza de ánimo y el impudor hombría. Todos los
deseos son iguales y tienen los mismos derechos, al igual que en nuestra época,
todas las perversiones sexuales son consideradas como algo de buen tono y todas
ellas por igual. El hombre democrático, como el progresista de nuestros días
nutre democráticamente y por igual a todos sus deseos. Concede el mando por
azar a todos los apetitos.
La democracia, por su libertad,
desemboca en el desorden, en la indisciplina, en el caos. El hijo se iguala al
padre y el padre teme a sus hijos. La igualdad de los desiguales conduce a la
anarquía social. El espíritu antiautoritario, igualitario progresista lleva a
la esclavitud. El exceso de libertad conduce a la tiranía. La democracia tiene
en su seno las semillas de su desintegración. En la democracia Platón distingue
tres clases sociales: 1. La clase política. Son los menos dotados, viven de la
política, los más tontos. Practican la demagogia sistemáticamente. 2. Los
ricos. 3. Los pobres. Los demagogos crean redes de clientelismo político con
las subvenciones dinerarias a los pobres. Esto obliga a aumentar la presión
fiscal contra los ricos. Esto da lugar a los disturbios políticos y finalmente
se impone la tiranía.
Posteriormente, Platón adopta una
actitud más positiva con la democracia. Llega a afirmar en “El Político” Platón
que la democracia es incapaz de hacer grandes cosas, tanto en lo bueno como en
lo malo. Cuando todo va bien según la ley, la democracia es lo peor. Cuando
todo va mal, la democracia es lo mejor.
Aristóteles caracteriza a la democracia
como el gobierno de los pobres pero libres. Podemos decir que Aristóteles no
rechaza por principio la democracia, salvo en sus formas populistas y
demagógicas. Además caracteriza a la democracia por el sorteo y porque en la
democracia cada cual vive como quiere.
En general, podemos decir que los
pensadores políticos antiguos no eran muy partidarios de la democracia, antes
bien, al contrario, la criticaban duramente y la rechazaban por la poca
preparación y capacidad política del demos.
4. La democracia moderna.
La democracia moderna aparece con las
revoluciones liberales o burguesas, que tienen lugar entre 1750 y 1850. La
democracia moderna es una democracia indirecta o representativa. En la
democracia moderna existe una diferencia entre gobernantes y gobernados. En la
democracia moderna el sistema de nombramiento de los cargos políticos es la
elección, no el sorteo. Esto introduce un elemento aristocrático, oligárquico,
del que carecía la democracia antigua. De ahí el error consistente en denominar
con la misma palabra a regímenes políticos tan diferentes. En la democracia
moderna lo más importante no es el gobierno del pueblo, sino el sistema de
limitación y de control del poder. La democracia liberal o burguesa o
capitalista o moderna está basada en el mercado pletórico de bienes, en la
propiedad privada, en el trabajo asalariado y en el individualismo liberal. Por
lo demás, las democracias liberales insisten en los derechos y libertades
individuales. Hoy día hablar de democracia es hablar de derechos y libertades
públicas y civiles. La democracia contemporánea insiste en la diferencia
infranqueable entre Estado y sociedad civil, entre la vida pública y la vida
privada.
Como dicen los marxistas, las
democracias burguesas difieren en dos aspectos importantes de las otras
democracias de clase, de las democracias de las sociedades esclavistas. En
primer lugar, en las sociedades esclavistas estaban excluidos
legalmente los esclavos del pueblo gobernante. Las democracias antiguas eran
así instrumentos de un dominio de clase inequívoco. Empero, en las democracias
capitalistas, la inclusión legal de los proletarios en el pueblo gobernante
imprime en apariencia a estos gobiernos el sello de representantes de los
miembros de todas las clases. En segundo lugar, el pueblo
gobernante participaba directamente en las democracias de las sociedades
esclavistas, en las funciones legislativas, judiciales y ejecutivas. Pero, en
las democracias capitalistas, el pueblo ni hace las leyes, ni las interpreta,
ni las hace cumplir. Vota, y se supone que a través de su voto ejerce un
control completo, si bien indirecto, sobre la legislación. La interpretación y
el cumplimiento de las leyes, por el otro lado, se encuentran efectivamente
monopolizados por burocracias. Cuando se dice que el pueblo gobierna en las
democracias de las sociedades esclavista y capitalista, tanto “pueblo” como
“gobierna” están utilizados en forma ambigua. En las democracias de las
sociedades esclavistas, “gobierna” significa todo el gobierno, pero “pueblo” sólo
una parte del pueblo. En las democracias de las sociedades capitalistas,
“pueblo” significa todo el pueblo, pero “gobierna” sólo una parte del gobierno.
5. Crítica de la democracia moderna.
Los marxistas fueron los primeros en
formular severas y agudas críticas contra la democracia representativa o
democracia burguesa. La libertad y la igualdad formales de las elecciones
democráticas burguesas ocultan y disimulan la esclavitud y la opresión
materiales del capitalismo. Así entonces la república democrática es la
caparazón política óptima para el capitalismo, porque la relación entre la
administración burocrática y el sufragio universal es la contrapartida política
óptima de la relación entre la explotación capitalista y el intercambio de
mercancías.
Según Marx, las elecciones democráticas
deciden cada tres o seis años qué miembro de la clase dominante va a
representar al pueblo en el Parlamento. Para Lenin, la democracia burguesa es
siempre una democracia para la minoría, sólo para las clases poseedoras, sólo
para los ricos.
Marx y Engels denominan cretinismo
parlamentario a la ilusión de que en las situaciones revolucionarias las
decisiones de los funcionarios electos son automáticamente ejecutadas.
La democracia es la forma estatal más
adecuada para el dominio de la clase capitalista. Dice Lenin: “La república
democrátca es la mejor envoltura política de que puede revestirse el
capitalismo; y, por lo tanto, el capital, al dominar…esta envoltura, que es la
mejor de todas, cimenta su poder de un modo tan seguro, tan fime, que no lo
conmueve ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de partidos, dentro
de la república democrática burguesa”.[5]
Engels dice que es la forma lógica del dominio burgués.
El parlamento elegido por sufragio
universal es un invento de la sociedad capitalista. Sin embargo, el carácter de
clase del Estado burgués exige que el poder efectivo y real no resida
incondicionalmente en órganos electos; el éjército, la policía, la burocracia,
son cuerpos constituido de modo no democrático y protegidos adecuadamente para
que el control parlamentario sobre ellos nunca pueda ser total; por lo demás,
aun suponiendo que las elecciones sean formalmente libres, nunca podrán serlo
realmente de un modo completo en una sociedad en la que para todo impera un
poder tan multiforme y escurridizo como el del dinero.
Las teorías de la democracia elitista
critican la teoría clásica de la democracia. Resulta ser algo ficticia la
representación de que el pueblo tenga la soberanía, el poder político. En el fondo,
en la democracia quienes gobiernan son las élites políticas, que son las que
compiten por el voto del pueblo en una lucha competitiva electoral. Según Max
Weber, con el sufragio universal y la formación de partidos políticos de masas,
la democracia se convierte en el Estado de partidos. Por eso, el parlamento
pierde paulatinamente influencia como centro de debate y deliberación política.
Los partidos políticos dirigen a los diputados eliminando el mandato
representativo y sustituyéndolo por el mandato imperativo merced a la
disciplina de voto del partido. Los partidos políticos son el centro de la vida
política. El partido político organiza la representación. Las cuestiones
políticas no interesan a las masas, quienes eligen entre diversas élites políticas
que se enfrentan entre sí por el liderazgo político. Los partidos políticos se
convierten en medios para competir y ganar las elecciones. Los partidos
refuerzan el fenómeno del liderazgo político. Las masas son apáticas
políticamente y son emocionalmente manejables. Los electores son incapaces de
discriminar entre políticas distintas. Sólo saben discriminar y elegir entre
líderes políticos. La democracia funciona como el mercado. Es un mecanismo
institucional que sirve para eliminar a los más débiles y para establecer a los
más competentes en la lucha competitiva por los votos y por el poder. Así pues,
para Max Weber la democracia representativa es una democracia de liderazgo
plebiscitario.
Schumpeter explica el funcionamiento de
la democracia desde la perspectiva de la economía política y entiende por lo
tanto la democracia como democracia de mercado. Los votantes son consumidores
políticos que representan la demanda del mercado político y los políticos y las
élites políticas representan la oferta. La democracia es el gobierno de las
élites políticas. Esto es lo que afirma en “Capitalismo, socialismo y
democracia”. La democracia no es entonces el gobierno del pueblo. Ni hay
voluntad del pueblo ni poder de pueblo ni voluntad general. Por ello, “la
democracia no significa ni puede significar que el pueblo gobierna
efectivamente, en ninguno de los sentidos evidentes de las expresiones “pueblo”
y “gobernar”. La democracia significa tan sólo que el pueblo tiene la
oportunidad de aceptar o rechazar los hombres que han de gobernarle. Pero como
el pueblo puede decidir esto también por medios no democráticos en absoluto,
hemos tenido que estrechar nuestra definición añadiendo otro criterio
identificador del método democrático, a saber: la libre competencia entre los
pretendientes al caudillaje por el voto del electorado. Ahora puede expresarse
un aspecto de este criterio diciendo que la democracia es el gobierno del
político.”[6] El
poder popular se reduce a ser un poder electoral. La titularidad del poder
político le pertenece al demos, mientras que el ejercicio del poder es confiado
a los representantes elegidos por el pueblo.
Como decía Napoleón, el poder viene de
arriba y la confianza viene de abajo.
Los partidos políticos son vendedores de mercancías
políticas y los electores son los compradores de esas mercancías políticas. Las
élites políticas deciden las cuestiones políticas en nombre del pueblo y para
el pueblo. Los electores son apáticos y no tienen un conocimiento político
preciso ni riguroso. El pueblo es sensible a la propaganda. Los electores son
propensos a impulsos emocionales intensos incapaces intelectualmente de hacer
nada decisivo por su cuenta y sensibles a las fuerzas externas. La voluntad del pueblo, la voluntad general
son ficciones.
La vida política democrática es la
lucha competitiva entre los partidos por los votos de los electores. El
comportamiento de los políticos es análogo a las actividades de los
capitalistas que compiten por captar a los clientes. Las técnicas de publicidad
electoral son idénticas a las técnicas de publicidad comercial.
El partido político es una máquina
electoral que busca la conquista del poder político. Las técnicas de propaganda
son para persuadir al electorado de las bondades del político. Las ideologías
de los partidos políticos no importan ya. Lo que importa es la capacidad de los
partidos para promocionar y sostener un liderazgo político
La democracia es entendida por
Schumpeter como un método político para generar decisiones políticas mediante
el sufragio universal por medio del cual los electores eligen periódicamente
entre diversos equipos de líderes políticos que le son ofertados en el mercado
político. “La democracia es un método político, es decir, un cierto tipo de
concierto institucional para llegar a las decisiones políticas –legislativas y
administrativas-, y por ello no puede constituir un fin en sí misma,
independientemente de las decisiones a que de lugar en condiciones históricas
dadas.”[7] Por
ello, la posición de Schumpeter no es precisamente una posición política
fundamentalista democrática, así, “siendo la democracia un método político, no
puede ser un fin en sí misma, ni más ni menos que cualquier otro método”.[8] Las decisiones no democráticas pueden
resultar en algún caso más aceptables para las personas en general que las
decisiones democráticas. También Julien Freund dirá más tarde que también se
puede hacer buena política en una dictadura.
Por su parte, Carl Schmitt distingue
entre parlamentarismo y democracia. Según él, el parlamentarismo es el régimen
político en el que el parlamento es la institución central en la que se
gobierna mediante una deliberación racional libre y pública sobre el bien
común. Ya decía Donoso Cortés que la burguesía era una clase esenciamente
discutidora. El gobierno parlamentario es un gobierno de discusión de opiniones
en libre competencia. No se rige el parlamentarismo por la verdad, sino por la
discusión racional permanente que no ha de tener fin. Todo puede ser discutido
o ser puesto en discusión en el parlamentarismo. Esto ha producido una seria
erosión en el Estado debido al gran poder de las facciones políticas o partidos.
Pues bien, según Carl Schmitt, el
parlamentarismo ha devenido algo obsoleto y caduco. En el siglo XX los
parlamentos ya no funcionan según la teoría del liberalismo clásico del siglo
XIX como canales institucionales de la discusión racional, libre y abierta que
debía caracterizar al régimen parlamentario. En lugar de esto, merced a la
extensión del sufragio y a la aparición de los partidos políticos de masas,
tiene lugar la suplantación del Parlamento por los partidos y por sus
dirigentes. Los arreglos secretos a puerta cerrada entre los comités directivos
de los partidos y fuera del Parlamento, lo convierten de cámara de discusión en
cámara de manifestación de acuerdos adoptados previamente entre los partidos.
Por democracia entiende Schmitt en
cambio, siguiendo en esto de cerca a Rousseau, la identidad entre gobernantes y
gobernados. La dictadura es antiliberal, pero no necesariamente antidemocrática.
La democracia, en sí misma, no tiene un contenido político definido. La
democracia es un procedimiento, es una forma de organización. Tiene el valor de
una mera forma. La democracia es algo instrumental para realizar determinadas
políticas de las más variadas especies. Como bien dice Schmitt, una democracia
puede ser militarista o pacifista, absolutista o liberal, centralista o
descentralizada, progresista o reaccionaria y todo ello sin dejar de ser al
mismo tiempo democracia.
Para los demócratas radicales, nosotros
diríamos, fundamentalistas democráticos, la democracia tiene un valor absoluto
en sí misma sin considerar los contenidos políticos que haya en ella. Para el
demócrata radical la democracia siempre es válida independientemente de las consecuencias
o efectos que de ella se deriven.
Finalmente, para concluir con la
exposición de los principales autores críticos de la democracia moderna,
debemos mencionar y destacar aquí en la España actual a la figura filosófica de
Gustavo Bueno como filósofo político crítico
de la democracia.
Es la crítica de Gustavo Bueno a la
democracia una crítica filosófica muy profunda, prolija, extensa, compleja y
exhaustiva, de tal modo, que resulta muy difícil de resumir y exponer aquí en
este reducido espacio con el que contamos. Por ello, vamos a intentar ser
sintéticos y sumarios al exponer en unos cuantos artículos el contenido
principal de la crítica de Bueno a la democracia.
1º No hay una cosa tal como la
soberanía popular ni tampoco hay algo así como la voluntad general. Ello es
porque ni hay un pueblo como sujeto titular de la soberanía ni tampoco hay algo
tal como la soberanía nacional. Hay que
rechazar la ideología democrática que afirma la idea de autodeterminación de la
sociedad política. El autogobierno o autodeterminación de la sociedad política
es utópico por imposible. La sociedad no se autodirige. El poder político es
asimétrico. Unos mandan y otros obedecen. Como diría Julien Freund, la política
es el dominio del hombre por el hombre. Una parte de la sociedad política
dirige a las otras partes restantes de la sociedad política
2º La crítica a la democracia es la
crítica de la ideología democrática. La democracia contemporánea ha segregado
una ideología legitimadora de sí misma a la que podemos denominar ideología
democrática fundamentalista. Esta ideología envuelve a la democracia, de tal
manera que funciona como una suerte de cinturón protector contra las
refutaciones o falsaciones de la democracia y ello por una suerte de decisión
metodológica adoptada por los ideólogos demócratas o por los profesores de
ciencia política demócratas.
3º La democracia sólo es verdadera
cuando brota del interior mismo de la sociedad política y deriva del mercado
capitalista. Si no existe el mercado, no existe la democracia. La esencia de la
democracia es la libertad entendida como libertad de elección entre los bienes
de un mercado pletórico capitalista libre con propiedad privada.
4º El fundamentalismo democrático es
básicamente lo que se entiende por teoría de la democracia. Tal teoría consta
de tres elementos: A) La teoría de los tres poderes, B) La idea de la soberanía
popular y C) la teoría del Estado de derecho.
En primer lugar la teoría de los tres
poderes es una teoría metafísica y confusa y no es científica. La doctrina del
Estado de derecho implica tanto una politización de la justicia como una
judicialización de la política y la idea de la soberanía popular es un mito
confusionario.
5º La democracia se caracteriza por las
elecciones periódicas y recurrentes. Esta recurrencia es la que produce la
eutaxia política democrática. En los Estados democráticos, hay elecciones. En
los Estados no democráticos no hay elecciones.
6º El pueblo no manda ni gobierna ni
controla nada. El pueblo carece de elementos de juicio suficientes y por tanto,
de capacidad de controlar políticamente a nadie. El pueblo no puede
autodeterminarse. Todas las instituciones políticas democráticas dependen del
azar, de la estadística electoral.
7º Los resultados electorales no
significan un criterio objetivo acerca de la gestión del Gobierno. El pueblo se
puede equivocar. La idea de que el pueblo tiene razón, es una ficción útil para
pensar la democracia desde la ideología democrática.
8º La democracia ateniense no era una
democracia. La democracia sólo puede existir con el capitalismo, con el mercado
libre. La esencia de la democracia es la
libertad objetiva entendida como libertad de elección entre diversas
alternativas políticas o entre diversas mercancías en el mercado.
9º El mercado, la televisión y la
democracia son isomorfos entre sí. Es la democracia de audiencia la democracia
actual, como dice Bernard Manin. El fundamento de la democracia está en la
constitución de una sociedad capitalista en la que exista la libertad de elección
de los múltiples individuos consumidores ante una multiplicidad de bienes
ofrecidos en el mercado.
10º La democracia implica tolerancia y
un relativismo axiológico.
11º La democracia está poblada de
contradicciones. Una de las contradicciones de las democracias es la que existe
a propósito de la pena de muerte. Hay una contradicción a este respecto entre
los partidarios de la pena de muerte y los abolicionistas.
12º Además, en las democracias
contemporáneas tiene lugar una progresiva ecualización entre la izquierda y la
derecha. Se trata de la difuminación de los límites entre los partidos
políticos conservadores y progresistas.
Estas críticas a la democracia
representativa ayudan notablemente a tener un concepto más ajustado de la
democracia realmente existente así como a combatir la plaga ideológica actual
que denominamos fundamentalismo democrático.
Felipe
Giménez Pérez, Leganés, 19 de junio de 2008.
[1] Giovanni Sartori, “Teoría de la democracia”,
Alianza Editorial, Madrid, 1997, pág. 345.
[2] Platón, República, VI, 493, Traducción
española de José Manuel Pabón y Manuel Fernández Galiano.
[3] Platón,
República, VIII, 557b.
[4] Platón, Repúbolica, VIII, 557c.
[5] Lenin, “El Estado y la revolución”, cap. I,
sec. 3.
[6] Schumpeter, “Capitalismo, socialismo y
democracia”, Ediciones Folio, Barcelona, 1996, pág. 362.
[7] Schumpeter, “Capitalismo, socialismo y
democracia”, Ediciones Folio, 1996. Barceñpma, págs. 311-312. Esto indica a las
claras que desde luego Schumpeter no es precisamente un fundamentalista
democrático.
[8] Schumpeter, op. cit. pág.
312.
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