cuaderno de materiales 3
N º 3 Febrero de 1998
Entrevista a Felipe Giménez.
(Salvador Aguilar y Pablo Garma)
Entrevista a Felipe Giménez
Felipe Giménez, licenciado en filosofía por la UCM, es profesor de I.N.B.
desde 1989. En 1995 apareció su libro "La ontología materialista de
Gustavo Bueno" en la editorial Pentalfa. Actualmente realiza la tesis
doctoral sobre la obra de Gustavo Bueno Martínez. Cuaderno de Materiales
conversó con él de la mano de Salvador Aguilar, Pablo Garma, Gaizka
Larrañaga e Isidro Jiménez.
Cuaderno.- Se ha consolidado la idea de que la investigación en el área
de la filosofía ha quedado reducida al ámbito universitario; mientras, los
profesores de secundaria se encargarían de una formación filosófica básica
del alumnado que no la posibilita. ¿Supondría su obra sobre G. Bueno algo
así como el reducto de investigación propio a los profesores de secundaria
y bachillerato, es decir, la investigación de cara a la didáctica
filosófica?
Felipe Giménez.- A mi juicio, ocurre precisamente algo muy diferente a lo
mencionado en la pregunta que se me formula. En el ámbito universitario no
se hace filosofía, sino filología y la verdadera filosofía se hace en el
1º Curso del Bachillerato logsiano, pues es la filosofía fundamental. Ahí
los profesores de filosofía tienen que dar respuesta a las preguntas que
se plantea y nos plantea el ciudadano normal. En cuanto a mi obra sobre
Bueno, creo que va destinada al público culto que entienda algo de
filosofía.
Cuaderno.- En todo caso, "La ontología materialista de Gustavo Bueno" es
una obra que supone de hecho cierta posibilidad didáctica de las tesis de
este filósofo; incluso por el tono y el carácter general se ha de pensar
que los destinatarios son los alumnos de secundaria. Ahora bien, ¿es
posible tal difusión sin la pérdida del rigor crítico que se asocia a una
corriente como la del materialismo filosófico?
F.G.- Me gustaría que tal libro lo leyeran los alumnos de secundaria, pero
excede con mucho su capacidad lingüística. No pensé en ellos a la hora de
redactar la obra, sino en el público culto como ya he dicho más arriba. Es
posible la difusión de la obra de Gustavo Bueno dentro de ciertos límites
entre los alumnos de bachillerato. Ello sólo es posible si se han cumplido
los objetivos pergeñados en el artículo 19 de la LOGSE, que es incumplido
sistemáticamente por lo que yo he podido observar y a juzgar por los
resultados intelectuales de nuestros alumnos de bachillerato.
Creo, de todas formas, que la ontología de Gustavo Bueno sí se puede
entender, lo que a lo mejor no se puede entender es mi libro. Yo puedo en
una o dos clases hablarles a mis alumnos de la ontología de Bueno, y es
posible que de los cuarenta que hay, dos o tres si lo entiendan. Yo les he
hablado a mis alumnos de la ontología de Bueno, pero no he comprobado si
la han comprendido. En realidad soy bastante pesimista, no creo que sea un
público idóneo en el momento actual.
De todos modos, soy pesimista en todo lo referente a la educación de la
filosofía. La filosofía ha sido ya practicamente sentenciada a su
desaparición en la enseñanza pública. No tiene sentido explicarle
filosofía a una persona que no conoce nada del latín, ni del griego,
vamos, que no conoce la tradición occidental. En el futuro, la filosofía
desaparecerá de la enseñanza pública y se refugiará en la sociedad civil.
Es decir, la filosofía se va a hacer predominantemente mundana. La
filosofía académica se cultivará en el ágora, en la sociedad civil, no por
parte del Estado. De todos modos, no se puede confundir filosofía
académica con filosofía universitaria. Ya se puede ver, por lo demás, como
se incrementa el número de personas que, según se liquida la filosofía en
los institutos, van estudiando filosofía sabiendo que la van a tener que
ejercer de forma mundana, privada. Lo que es seguro es que no va a haber
ningún cargo específico en la universidad o en la administración para
dedicarse a la filosofía. El Estado no quiere gastarse ya dinero en el
filosofar ni en mantener una clase profesoral universitaria y de
bachillerato que enseñe filosofía o haga filología filosófica. Ni lo uno
ni lo otro sobrevivirán.
Cuaderno.- La filosofía materialista ha supuesto, o al menos lo ha
pretendido, ser una transformación de la realidad. Es decir, ha querido
ser una forma de comprensión de la realidad en un sentido transformador.
El final de la filosofía del que hablamos, ¿no supondría también la
desactivación del proceso revolucionario y transformador que iría ligado a
ésta?
F.G.- Este proceso de desactivación hace años que ha empezado a
producirse, sobre todo en los EEUU con la famosa filosofía para niños.
También la Iglesia Católica supone hoy un peligro para la filosofía y
colabora en la muerte de la filosofía, puesto que los eclesiásticos, los
teólogos, renuncian a ella tras no tener ningún éxito su filosofía
tomista. Actualmente, en los seminarios los curas ya no saben nada de
filosofía, ahora aprenden técnicas de marketing para que la gente crea en
Dios como sea, aun al precio de ignorar el dogma católico. Las grandes
potencias buscan eliminar la filosofía, pues ya en este momento histórico
resulta molesta e ineficaz para garantizar los procesos de legitimación
del Estado capitalista monopolista: se habla de Foucault, Deleuze pero no
se filosofa. Esto es pura erudición filologico-filosófica... Esto no se
puede decir que sea filosofía. El fin de la filosofía alimentada por el
Estado a través de cátedras universitarias y de bachillerato es inevitable
a mi juicio, tal y como he señalado antes.
Cuaderno.- En esto de salvar la filosofía de su muerte ¿no se sigue la
idea ya clásica de filosofía como saber especial y privilegiado? Incluso
en Gustavo Bueno parece que la filosofía, aún siendo un saber de segundo
grado, tiene el privilegio exclusivo de tener a su alcance el material
resultante de los saberes categoriales.
F.G.- No creo que haya mucho privilegio, justamente porque la filosofía no
es en sí ni para sí, sino que justamente se alimenta del resto de las
actividades humanas y las necesita en cuanto preexistiéndola para poder
ejercitar su reflexión sobre ellas. En este sentido, la filosofía siempre
es heterótrofa y depende siempre de otros saberes previos. El único
privilegio que se le podría conceder a la filosofía, según Gustavo Bueno,
es que es el único saber que se puede autoconcebir. Es el único saber que
puede hablar de sí mismo como un tema filosófico, de hecho, buena parte de
la filosofía es la metafilosofía, esto es, la autoconcepción de la
filosofía. En cambio, la autoconcepción de la física sería una filosofía
de la física encubierta bajo la apariencia de una reflexión interna a la
física. Así, la filosofía es una actividad parásita, tocando las narices a
todos los especialistas y aprovechándose de lo que hay, del presente. No
sé si puede decirse que esto sea un privilegio.
Cuaderno.- Pero parece que además de este papel parasitario, la filosofía
supone también una función esencial respecto de la autoconcepción que
tiene el científico de su disciplina. Esta labor de contención de las
ideologías que pudieran surgir de la metareflexión de los científicos, ¿no
se debe entender como un papel esencial y necesario al desarrollo
científico?
F.G.- Efectivamente, una de las tareas de la filosofía materialista,
siguiendo la tradición platonico-marxista de crítica a la falsa
conciencia, es luchar contra las ideologías falsas. Y una de las
ideologías o secreciones de la falsa conciencia social que están más de
moda ahora es el cientificismo éste que muchos físicos disfrazan de
ciencia física, cuando son auténticas especulaciones metafísicas que ellos
hacen y que por la ignorancia que estos físicos tienen de la filosofía,
nos retrotraen a los presocráticos en cuanto que tales especulaciones
metafísicas y dogmáticas están hechas sin cautelas críticas y sin rigor.
Estoy hablando de gente como Stephen Hawking. Tipler, Weinberg y otros que
han tomado el papel y han ocupado el papel de los metafísicos. Hay que
luchar contra la ideología espontánea de los científicos que es de tipo
positivista. En este sentido, especulaciones actuales como la cosmología
merecen una severa crítica gnoseológica, puesto que no tienen ninguna base
científica firme, sino que más bien son un sucedáneo de la religión.
Cuaderno.- Luego el discurso del científico especialista tampoco sería una
alternativa, puesto que su autoridad filosofica habría de ponerse en
cuestión...
F.G.- Lo que le pasa al científico es que su racionalidad suele ceñirse
sólo al ámbito de su producción científica. El ser científico no le
garantiza a uno el ser racional en todas las áreas de la vida. Un
científico puede ser tanto budista como cristiano, y dedicarse tras su
trabajo a rezar. Mejor, en todo caso, creer en la ciencia que en la
religión. Pero es que la ciencia no se cree, se conoce. En cuanto a la
ideología espontánea de los científicos creo que siempre viene bien un
poco de positivismo frente a la religión, pero tal positivismo no es la
solución porque siempre deja aflorar, en cuanto tiende al irracionalismo,
como todo positivismo, el fenómeno supersticioso.
Cuaderno.- Respecto a teorías como la del Big-bang, que suponen
divergencias entre los mismos científicos, ¿podríamos hablar de ese
componente ideológico?
F.G.- Me estoy acordando ahora de Kant y sus antinomias cosmológicas
reseñadas oportunamente en la Crítica de la Razón Pura. Kant, que era un
hombre muy inteligente, decía que al final hablar de Dios o el Universo
llevaba a antinomias irresolubles por la razón pura teórica, y esto era y
sigue siéndolo porque tales cuestiones no son científicas, físicas, sino
filosóficas, ontológicas. Y volviendo a las antinomias antes citadas,
había unas afirmaciones que eran las tesis, de carácter idealista y otras
las antítesis, de carácter materialista-empirista. Pues bien, Kant dice
que si adoptamos las antítesis la ciencia camina sobre sus propios pies,
pero tal afirmación no es apodíctica ni tiene una demostración axiomática,
directa, sino indirecta, apagógica. Bueno, pues sobre esto de la
cosmología no sé si hoy habría antinomias de la razón pura, pero por lo
demás no hay muchas alternativas. Y en caso de elegir o tener que decir
qué alternativa es la mejor deberíamos a mi juicio, elegir la más
materialista y tendríamos que hacerlo pensando en qué implicaciones
político-prácticas tendría el adoptar una de ellas y no la opuesta. Una
tesis que escogiéramos tendría que alimentarse de los errores y
debilidades de las otras. Hay que analizar por ello, claro, qué
consecuencias prácticas se derivan de creer o no creer en el Big-Bang.
Cuaderno.- En el prólogo a su libro, Alberto Hidalgo le elogia por
atreverse a "reexponer, por primera vez y con la parsimonia suficiente,
las claves ontológicas de un pensamiento en ebullición", y sobre todo por
su condición, no ya de "discípulo directo de Gustavo Bueno", sino de mero
"lector de sus libros". Que la escuela de Oviedo no se haya adelantado a
su proyecto, ¿no supone que éste no era urgente?
F.G.- La escuela de Oviedo ha estado ocupada con otros asuntos no menos
importantes. Tal vez un lector de Bueno como yo, que lo ha conocido por
sus obras más que personalmente era el más capacitado para realizar una
exposición seria y rigurosa de su pensamiento ontológico, y todo ello con
la distancia que suministra el ser sólo lector de su obra. Para mí,
viviendo en Madrid y contemplando la realidad académica española desde
Madrid, era urgente difundir la potencia del materialismo filosófico en el
panorama público español y que el materialismo filosófico dejara de ser un
fenómeno regional asturiano. Mi intención era exponer las líneas maestras
del materialismo ontológico para su difusión en España a nivel académico,
pues es el gran desconocido y silenciado por sus adversarios idealistas
con una eficacia superior a la que tenía la censura franquista.
Ahora bien, no obstante esto, supongo que si has estado con Gustavo Bueno
durante muchos años hablando acerca de lo divino y lo humano puedes
conocer más detalles que si sólo has sido un lector de sus obras. De todos
modos creo que el análisis de la obra de Bueno que he realizado es
correcto filológicamente y se ajusta bastante bien a lo que él quiere
decir. A estas alturas, en 1998, cambiaría sólo un poco la interpretación
que he hecho, pero creo que en su momento lo hice con rigor.
Cuaderno.- ¿Que cambiaría?
F.G.- Bien, añadiría más datos de sus obras y alguna que otra nueva
interpretación de su obra. Por ejemplo, se puede decir que Bueno llama
materialismo a su obra porque tradicionalmente los idealistas han sido
monistas.
Cuaderno.- Quintín Racionero le criticaba a Bueno en un homenaje realizado
por la revista META que sustituyera la idea de Ser por la de Materia
ontológico general para así evitar el monismo de tal noción. Racionero
decía que el monismo de la idea de Ser vendría dado por la tradición
platónica de la que parte Bueno, pero que en Aristóteles no era así...
F.G.- La única razón que aduzco yo es que Ser suena a idealista y materia
a pluralismo y, logicamente, a materialismo. Sobre todo por la definición
que da Domingo Gundinsalvo en la Edad Media, diciendo que la materia es lo
caótico, lo que no tiene orden, partes extra partes. En cambio, parece que
Ser siempre alude a orden, a cosmos, a ley, a nomos, a identidad. Las
tradiciones en historia de la filosofía pesan mucho sobre las palabras,
así que no se pueden cambiar las palabras utilizadas durante siglos para
denotar determinadas cosas, tal y como ocurre en algunas traducciones de
Aristóteles actuales en las que ya no se usa la palabra «sustancia» sino
«entidad» para traducir «ousía». No sé que tendrá que ver la sustancia con
la entidad y menos aún ousía con entidad. Esto sólo puede producir
despiste en el lector.
De todos modos, hay que decir que Aristóteles es monista porque, aunque en
un primer momento diga que el Ser se dice de muchas maneras, sin embargo,
debido a la teoría de la referencia común, todas las categorías inhieren
en la sustancia y, a su vez, todas las sustancias inhieren en una única
sustancia llamada acto puro que no tiene accidentes. Así, todo el cosmos
finito está ordenado teleológicamente hacia una forma pura, pensamiento
del propio pensamiento, sujeto puro, sustancia pura, ideal. ¿No es esto
idealismo? ¿No es esto cosmismo?
Cuaderno.- Usted afirma en su libro que la ontología de G. Bueno es "la
pieza clave y fundamental de su sistema filosófico". Aún a pesar de
incidir en la ligazón entre la ontología y la gnoseología, ¿Cómo se
explica la mayor dedicación del profesor Bueno a la Teoría del cierre
categorial? La relevancia que ésta ha adoptado, ¿no podría hacer pensar
que su ontología materialista es menos original y recoge materiales
supuestamente superados (como el esquema metafísico de Wolff, o el
"idealismo" platónico)?
F.G.- Es que la gnoseología es una ontología también. Las ciencias
particulares son las ontologías regionales o especiales, porque
reconstruyen parcialmente los entes, el terreno de lo ente. La gnoseología
nos explica cómo es posible la ciencia, esto es, cómo se conoce el mundo.
Además, en la gnoseología se tratan temas ontológicos clásicos. Por otro
lado, hoy, tras el giro copernicano trascendental de Kant, es imposible
hablar del ente sin hablar de cómo se conoce tal ente o, más aún, de cómo
se construye el ente. Esa es la tarea que emprende Bueno con su
gnoseología, completar la ontología materialista pergeñada en 1972.
Gustavo Bueno se ha dedicado treinta años a su teoría del cierre
categoríal. Y a la ontología no le ha dedicado poco, nada menos que tres
libros. Creo que todo forma un contínuo, porque no puede haber una teoría
de la ciencia sin un compromiso ontológico. Por eso él repite
machaconamente que toda ciencia, para ser ciencia, necesita de un
componente fisicalista, y las operaciones del científico, tal como dice
Bacon, son operaciones de juntar y separar cuerpos. Ahora bien, yo creo
que construir una teoría ontologica le ha resultado al profesor Bueno
relativamente sencillo porque ha dado con sus principios o preámbulos, y
el desarrollo de esa ontología es la gnoseología. Por ejemplo, Hartmann
tiene cinco volumenes de ontología, pero de ontología ya regional. Bien,
pues la tesis de G. Bueno es que resulta que la ontología especial son las
ciencias. Osea, que la física es una ontología porque cuenta lo que hay.
Lo que ocurre es que el ser se fragmenta en una serie de parcelas
científicas, pero en cuanto la ciencia es lo único que nos permite saber
lo que hay. Entonces, por un lado tenemos los principios, más o menos
generales y abstractos, expuestos en estas tres obras, y por otro lado
estan las ciencias que son, al fin y al cabo, las que están construyendo
el mundo. La gnoseología materialista también es una forma de ontología,
puesto que hay temas, como el problema de los universales o el de la
verdad, que los trata en la gnoseología y no en la ontología.
Cuaderno.- La ontología del profesor Bueno se abre camino y construye
fente al irracionalismo, idealismo, nihilismo y relativismo, pero
normalmente dejando a un lado la confrontación directa con los
representantes más reconocidos, al menos hoy, de estas tendencias. ¿Cómo
cree que debe interpretarse la renuncia de G. Bueno a una crítica
explícita sobre Deleuze, Foucault, Derrida, incluso Heidegger, cuando
parece que la aceptación filosófica de éstos la merece?
F.G.- Interpreto el silencio de Bueno sobre tales autores como una muestra
de que los considera irrelevantes intelectual y filosóficamente hablando y
que por tanto, no merece la pena ni siquiera discutir pormenorizadamente
sus tesis. Para él, estos autores son producto de modas editoriales
francesas.
Cuaderno.- Cuando el profesor Bueno se declara marxista lo hace desde la
crítica a la distinción entre el filósofo contemplativo (ámbito teórico) y
el activista político (ámbito práctico). Usted, que también se declara
marxista, ¿cree que el papel político del filósofo debe principalmente
dirigirse a la lucha contra el irracionalismo, los mitos mágicos y las
fórmulas religiosas apocalípticas antes que, por ejemplo, a la crítica de
los principios económicos del liberalismo monetarista?
F.G.- A mi juicio, es al revés, se trata de criticar la economía política
y las instituciones políticas primero y después las supersticiones mágicas
o religiosas después. El filósofo es un político, al estilo platónico. Es
un ciudadano que critica las instituciones sociales y políticas del Estado
y luego ataca las creencias irracionales religiosas y mágicas para
efectuar así la reforma del entendimiento.
De todos modos, creo que habeis puesto una disyuntiva excluyente entre lo
uno y lo otro. Para mí los dos momentos son indisociables: Un ciudadano
ateo siempre será menos manipulable que un ciudadano creyente. En cuanto a
ser marxista, lo soy en cuanto hoy en día todos somos galileanos o
newtonianos, más que marxista en el sentido de repetir las tesis marxistas
clásicas o adscribirme a una corriente política marxista militante. La no
militancia en un partido político no quiere decir apoliticismo, sino que
éstos no son hoy en día el instrumento adecuado para incidir en la
transformación del mundo. Simplemente constato la situación empírica de
los partidos políticos en España. No por ser marxista, materialista o de
izquierdas hay que militar en un partido político necesariamente.
Cuaderno.- ¿Qué ocurre entonces con la idea clásica marxista de toma del
poder por parte del proletariado, el surgimiento de una sociedad sin
clases, la caída del capitalismo...?
F. G.- Hombre, lo ideal sería el Socialismo, la sociedad sin clases. Pero
lo importante es ser realistas, porque si es por formular metas... Creo
que el marxismo en este sentido ya no da nada de sí, y el sujeto
revolucionario tampoco. El proletariado en Marx es una idea filosófica, es
el Demiurgo de Platón, el que crea el mundo. Pero hay que tener en cuenta
lo que dice Lenin: El proletariado sólo cuando es revolucionario. Y el de
ahora no lo es. Creo que hay que buscar recetas realizables a corto plazo.
El Socialismo se puede imponer de manera dictatorial y por la fuerza, como
se ha hecho, pero eso duraría unos añitos porque la gente se cansa de
sacrificios para generaciones futuras. La gente quiere vivir el presente.
La primera generación aún puede aguantar entusiasmada, pero la segunda ya
quiere ver los resultados positivos. Así que estas soluciones son siempre
provisionales.
Cuaderno.- Sin embargo, algunos marxistas mantienen hoy que la llegada del
Socialismo, atendiendo a la situación crítica del sistema capitalista, es
inevitable.
F.G.- Hay que dejar de hablar de tanta inevitabilidad
hegeliano-teleológica, porque nos llevan castigando con este asunto 150
años. También parecía inevitable lo del estalinismo y por eso había que
alabarlo y callar la boca cuando morían millones de personas exterminadas
en aras de las generaciones futuras. Creo que hay que abandonar esta idea
de la inevitabilidad: Puede venir algún tipo de fascismo y puede venir el
caos. Marx decía que la lucha entre dos clases también se podría resolver
con la desaparición de ambas.
Cuaderno.- ¿Y que posibilidades de transformación social asocia usted a la
docencia filosófica, tanto en la Universidad como en secundaria?
F.G.- En la docencia se puede intentar articular una praxis ideológica
pero creo que siempre sería oblicua y no incidiría demasiado en el mundo
ni en la transformación de la realidad. Creo que lo que se puede hacer es
intervenir en la vida social y práctica, en las tribunas que se ofrezcan:
clubes políticos, ateneos, asociaciones. Me parece que la universidad esta
hoy muerta para este tipo de funciones.
Cuaderno.- Por ejemplo, se podrían seguir las 10 propuestas de Gustavo
Bueno...
F.G.- Sí, tenemos las 10 propuestas de Gustavo Bueno. Es que él es
anti-utópico. Lo más importante es hacer cosas que sean útiles y en ultima
instancia él estaría apostando por un proyecto racional que podría ser
adoptado por cualquier persona, independientemente de su procedencia
ideológica. La virtud de las propuestas de G. Bueno es que se propone algo
real y no algo utópico. No se puede decir que G. Bueno sea hoy en día
socialista estrictu sensu: es un racionalista, y caiga quien caiga hay que
ser racionalista aunque haya que acabar con todos los mitos de la
izquierda, como el del sujeto revolucionario y otros que bloquean la
acción de Izquierda Unida y otros grupos políticos autodenominados de
izquierda en todo el mundo.
Cuaderno.- Cuando se dice que la racionalidad no es patrimonio de los
partidos de izquierda ¿Se ha de entender que la derecha puede esgrimir
programas políticos más racionales?
F.G.- La racionalidad de derechas sería una racionalidad limitada, en el
sentido de que sería siempre una racionalidad particularista, puesto que
ser de derechas para G. Bueno consiste en sostener que tiene que haber un
grupo de hombres, etnias, de razas o de grupos que tienen que tener algun
tipo de privilegio por no se sabe qué razón, por un motivo irracional en
última instancia.
Cuaderno.- Parece, según sus palabras, que hay que buscar otros espacios o
ámbitos, diferentes a los partidos políticos y a la universidad o la
docencia en general, para hacer política. Gustavo Bueno ha acudido a la
televisión con bastante asiduidad a hacer este tipo de «política
racionalista» ¿Le parece a usted que es éste un ámbito adecuado para estos
fines o que, como también se denuncia, es un medio tan saturado de opinión
y regulado por fines comerciales, que el discurso filosófico no tiene
lugar, queda desvirtuado?
F.G.- Veamos, el que Bueno asista a la TV a decir cosas es una forma de
difundir su filosofía y su pensamiento. Hay que estar ahí, en la lucha
ideológica. Hay que dar ahí la batalla. Yo, desde luego, no me siento
capaz, pero él tiene todo su prestigio y no se siente afectado por luchar
contra brujos y magos. Es también una cuestión personal, pero no queda más
remedio que hacerlo, aunque sea para decir que Dios no existe o que todo
es material. Porque se oye cada cosa por televisión... La televisión
fomenta el dogmatismo, por eso lo único que se puede hacer frente al
dogmatismo en la TV es poner más dogmatismo, pero ideológico. Si Gustavo
Bueno u otros no fueran a la TV a hablar, habría en la televisión un
monolitismo ideológico escandaloso.
Cuaderno.- Desde luego, el irracionalismo no es un producto exclusivamente
televisivo, sino más bien la televisión lo recoge del ambiente social.
Pero, ¿Se puede hablar de un mayor auge de irracionalismo hoy, con el
milenarismo y la vuelta a las religiones secundarias?, ¿le parece posible
constatar alguna forma específica de irracionalismo adaptada al mundo
liberal?
F.G.- Temáticamente irracionalismo se llama a esa corriente filosófica
surgida con Schelling y Schopenhauer en el siglo XIX. Pero, irracionalismo
siempre ha habido. Por ejemplo, el agustinismo político, la escolástica de
San Buenaventura o el misticismo, son formas de irracionalismo. Hoy en día
es moda, pero porque toda filosofía, a raíz de la sociedad de consumo, se
ha convertido en moda. Hace 30 años, si uno decía que había tenido
relaciones sexuales con un extraterrestre se le metía en el manicomio, hoy
se le lleva a un programa de televisión, y se gana unos dinerillos, o se
aprovechan de él y se los ganan otros. Depende de si es tonto o es un
caradura.
En cuanto al liberalismo, como preconiza una pluralidad ideológica, tiene
que decir también que el irracionalismo es una alternativa, y de hecho,
los mismos teóricos liberales son irracionalistas cuando se remiten a su
propia subjetividad como algo irreductible. Hume dice que la razón debe
ser esclava de las pasiones. Eso es una muestra de irracionalismo. En este
sentido, Hume es un claro precursor de Nietzsche. En el ámbito económico,
los intereses son cualquier cosa subjetiva que a uno le interese, y como
eso es inanalizable... ese es un dato del que se parte pero que nunca se
pone en cuestión. En principio los gustos de los consumidores son
irracionales en el mercado, aunque la escuela marginalista sostiene que
hay un consumidor racional perfecto, pero esto es como la teoría del
perpetuum movil que no se dará jamas, o la ley de Le Say, que dice que la
oferta y la demanda se equilibran. Digamos que el liberalismo es una
especie de mitología: tiene un aire racionalista, pero para justificar sus
contenidos irracionales, que nunca se ponen en duda. Igual que los
positivistas lógicos tampoco ponen en duda las sensaciones como dato
último irreductible del que hay que partir. Es un poco como la idea de
alétheia en Heidegger, la verdad de la que hay que partir y no se puede
poner en cuestión.
Madrid, 6 de Febrero de 1998.
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