sábado, 13 de enero de 2018

El criticismo nominalista y la ciencia del siglo XIV


El criticismo nominalista y la ciencia del siglo XIV.

Ya a partir del siglo XIII se produce una crítica a la física de Aristóteles. La crítica se produce dentro del propio pensamiento científico aristotélico, el cual proporcionó dese la base de su propio sistema las armas con las que fue atacado. El aristotelismo proporcionó los elementos y las premisas para su propia destrucción.

Durante estos años surgen nuevas ideas acerca de la naturaleza del método científico, sobre la inducción y el experimento y sobre el papel de las matemáticas en la explicación de los fenómenos físicos. El terreno de máximo efecto de la crítica escolástica es el de la dinámica; se minan las bases de todo el sistema de física (excepto la biología), con lo cual se prepara el camino a la aparición de nuevos métodos.

Hubo una idea recobrada en el siglo XII que hizo posible la expansión inmediata de la ciencia. Es la idea de que un hecho concreto es explicado cuando puede ser deducido de un principio más general. Se recurre así a una demostración formal. Esto fue utilizado antes por los lógicos y por los filósofos. Ya se estaba esbozando la importante distinción entre conocimiento racional y conocimiento experimental.

Por ello se recupera la idea de una ciencia racional demostrativa y se empiezan a estudiar los problemas metodológicos que van surgiendo. Se investiga sobre la relación lógica entre los hechos y las teorías o entre los datos y las explicaciones.

Sin embargo, la ciencia medieval se mantuvo siempre en general, dentro de la estructura de la teoría aristotélica de la naturaleza y no siempre sus deducciones eran completamente rechazadas aunque se contradijeran con los resultados de los nuevos procedimientos matemáticos, lógicos y experimentales.

Roberto Grosseteste fue uno de los primeros en entender y utilizar la nueva teoría de la ciencia experimental. Su teoría reúne tres aspectos, el inductivo, el experimental y el matemático.

No es posible la inducción total. Tampoco es siempre posible en la ciencia de la naturaleza llegar a una definición completa o a un conocimiento absolutamente cierto de la causa o forma de la que provenía el efecto, al contrario de lo que ocurría, por ejemplo, con los temas abstractos de la geometría, como los triángulos.

Grosseteste funda su método inductivo de eliminación o refutación sobre dos hipótesis acerca de la naturaleza de la realidad. La primera es el principio de uniformidad de la naturaleza, que dice que las formas son siempre uniformes en el efecto que producen. La segunda hipótesis de Grosseteste era el principio de economía.

Grosseteste consideró las ciencias físicas como subordinadas a las matemáticas, en el sentido de que las matemáticas podían dar la razón de los hechos físicos observados.

Tuvo lugar la crisis del paradigma antiguo porque con el tiempo las explicaciones causales físicas tomadas de la física aristotélica se volvieron cada vez más embarazosas.

Alberto Magno trató seriamente el problema de la inducción. Pero mucho más importante que él fue Rogelio Bacon, puesto que en él se hace explícito el programa de la matematización de la física y el cambio en el objeto de la investigación científica desde la naturaleza o forma aristotélica a las leyes de la naturaleza en un sentido moderno.

Tuvieron gran importancia para el conjunto de la ciencia de la naturaleza las discusiones sobre la inducción realizadas por dos frailes franciscanos de Oxford. Duns Escoto (1266-1308) realizó una contribución al problema de la inducción que fue la distinción muy clara que estableció entre las leyes causales y las generalizaciones empíricas. Escoto dijo que la certeza de las leyes causales descubiertas en la investigación del mundo físico estaba garantizada por el principio de uniformidad de la naturaleza, que él consideraba como una hipótesis autoevidente de la ciencia inductiva. Aun cuando era posible tener experiencia de sólo una muestra de los fenómenos asociados que se investigaban, la certeza de la conexión causal subyacente a la asociación conservada era conocida por el observador. El conocimiento científico más satisfactorio era aquel en el que la causa era conocida.

Guillermo de Ockham realizó un ataque radical contra el sistema de Aristóteles desde un punto de vista teórico. Atacó a la metafísica de las esencias debido a su voluntarismo teológico, pues el postulado fundamental de la teología de Ockham es una interpretación radical del primer artículo del Credo cristiano: Credo in unum Deum, Patrem omnipotentem. La posibilidad de formular principios necesarios y de apoyar en ellos demostraciones apodícticas supone que las cosas no sólo son de hecho tal como dicen esos principios y demuestran esas demostraciones (porque sobre puros hechos sólo puede informarnos la experiencia), sino que tienen que ser así; y, si admitimos esto, estamos restringiendo la omnipotencia de Dios. Si Dios es absolutamente omnipotente, carece de sentido especular sobre cómo tienen que ser sus obras; todo es como Dios Quiere, y Dios quiere lo que él quiere.

Entonces Dios es absolutamente libre. La esencia es la determinación, la ley necesaria de cada cosa. Si hay esencias, entonces hay una articulación racional del mundo por encima de la cual no es posible saltar. Y es preciso que nada sea absolutamente imposible, porque Dios lo puede todo. Por lo tanto, es preciso que, en términos absolutos, no haya esencias. Para Ockham la teoría que afirma la realidad del universal en la mente de dios implicaba que Dios quedaba gobernado o limitado en su acto creador por las ideas eternas. Hay una contingencia radical debido al voluntarismo teológico de Ockham. No hay esencias, no hay leyes absolutas, pues Dios es absolutamente libre.

La lógica terminista incipiente, iniciada en el siglo  XIII (Pedro Hispano, William de Wood) se caracteriza por su interés en el lenguaje y el significado.

 Se distinguen varias clases de términos: categoremáticos, referidos a la realidad, a la referencia, significan aisladamente. Y sincategoremáticos: son los functores, términos relatores.

Palabras y conceptos: la inferencia significativa de las palabras es convencional. El verdadero material de nuestro razonamiento no es el símbolo artificial, sino el natural (concepto). La aprehensión directa de una cosa causa de modo natural en la mente un concepto de esa cosa que es el mismo aunque se hablen idiomas distintos. El significado lógico de palabras en distintos idiomas es el mismo.

La proposición y la representación (suppositio). Los términos son los elementos de las proposiciones. Sólo en el seno de éstas adquieren la función de representar (suppositio). Esta función presenta varias modalidades:

Se representa a un individuo (Suppositio personalis).

Se representa a los miembros de una clase (Suppositio simplex).

Se representa a la palabra misma (Suppositio materialis).

Términos de primera o segunda intención. Los términos de primera intención representan a cosas que no son por su parte signos. Los términos de segunda intención representan términos de primera intención y se predican de éstos.

Los universales son términos que significan cosas individuales y que las representan en las proposiciones. Solamente existen las cosas individuales y por el mero hecho de que una cosa exista es por ello individual. Si el universal existe, ha de ser individual, por tanto afirmar su existencia extramental es contradictorio.

Una evidencia que recae directamente sobre universales sólo puede ser evidencia de conexiones entre nociones, en ningún caso evidencia de que haya realmente algo que corresponda a esas nociones. En otras palabras sólo el conocimiento intuitivo (esto es, experimental) nos da noticia de la existencia de alguna cosa; y el conocimiento intuitivo o experimental versa siempre sobre cosas individuales y concretas. Que hay tal o cual ente es una afirmación que no podremos jamás sacar de otra parte que de la experiencia. No es lícito racionalmente aceptar más entidades que aquellas que se dan en una experiencia concreta o aquellas cuya admisión es absolutamente necesaria en virtud de una experiencia concreta. Este es el sentido de una célebre fórmula que Ockham maneja constantemente: Non sunt multiplicanda entia sine necessitate; el propio Ockham lo explica así: sine necessitate, puta nisi per experientiam possit convinci.

Con esto está ya dicho que todo aquello cuya existencia Pueda ser afirmada es una cosa individual: omnis res positiva extra anima eo ipso est singularis. Ockham niega todo tipo de realidad al universal. Universalia sunt nomina.

La lógica del siglo XIII había llamado suppositiio a la propiedad que el término tiene de valer por o hacer las veces de la cosa (Terminus supponit pro re). Ockham insiste en que a) sólo lo individual existe, b) que los individuos pueden ser clasificados por la mente y para la mente, en géneros y especies; se trata de no añadir nada a esto, de resolver el problema ateniéndose estrictamente a los datos. Nada es universal para Ockham, ni siquiera el nombre, el nombre es singular.

Guillermo de Ockham era escéptico respecto de la posibilidad de conocer alguna vez las conexiones causales particulares o de ser capaz de definir las sustancias particulares, aunque no negó la existencia de causa o de sustancias como identidad que persistía a través del cambio. De hecho, creía que las conexiones establecidas empíricamente poseían una validez universal en razón de la uniformidad de la naturaleza.

Ockham basó el tratamiento de la inducción sobre dos principios. Primero, defendió que el único conocimiento cierto sobre el mundo de la experiencia era el que llamaba conocimiento intuitivo, adquirido por la percepción de cosas individuales a través de los sentidos.

El segundo principio de Ockham era el de economía, la llamada navaja de Ockham.

El efecto del ataque de Ockham a la física y a la metafísica de su tiempo fue destruir la creencia en la mayor parte de los principios sobre los que se basaba el sistema de la física del siglo XIII. En particular atacó las categorías aristotélicas de relación y de sustancia y el concepto de causalidad. Defendió que las relaciones como la de estar una cosa sobre la otra en el espacio, no tenían realidad objetiva, aparte de las cosas individuales perceptibles entre las que se observaba la relación. Según él, las relaciones eran simplemente conceptos formados por la mente. Esta idea era incompatible con la idea aristotélica de que el cosmos tenía un principio objetivo de orden, según el cual sus substancias componentes estaban ordenadas, y abrió el camino a la noción de que todo movimiento era relativo en un espacio geométrico indiferente sin diferencias cualitativas.

Ockham dijo, al tratar de la sustancia, que sólo se poseía experiencia de los atributos y que no se podía demostrar el que unos determinados atributos observados fueran causados por una forma sustancial determinada. Defendió que las secuencias de fenómenos regulares eran simplemente secuencias de hechos y que la función primaria de la ciencia era establecer estas secuencias por la observación. Era imposible tener certeza de una conexión causal. concreta, porque la experiencia proporcionaba conocimiento evidente sólo de los objetos o fenómenos individuales y nunca de la relación entre ellos como causa y efecto.

Un grado mayor aún de empirismo filosófico fue logrado por un francés contemporáneo de Okham, Nicolás de Autrecourt (muerto después de 1350). Este dudó absolutamente de la posibilidad de conocer la existencia de sustancias o de relaciones causales. Llegó a la conclusión de que del hecho de que se sepa que una cosa existe no se puede inferir evidentemente que otra cosa existe, o no existe,; de lo cual él concluía que del conocimiento de los atributos no era posible inferir la existencia de las sustancias.

El nominalismo afirmaba que el mundo natural era contingente y que por lo tanto las observaciones eran necesarias para descubrir algo sobre él.

En física el primero que realiza un análisis cinemático del movimiento es Gerardo de Bruselas (1187-1260) en su tratado “De motu”, al tratar el movimiento de rotación adoptó un enfoque característico de la ciencia moderna, considerando como objeto principal del análisis la representación de las velocidades no uniformes por medio de velocidades uniformes, análisis que implicaba inevitablemente el concepto de velocidad y parece que supuso que la velocidad de un movimiento puede expresarse por un número o una cantidad haciendo de ella magnitud, como el espacio y el tiempo.

Hacia finales del siglo XIII Gil de Roma propuso una forma completa de atomismo, que derivó su base de la teoría de Avicebrón sobre la materia como extensión especificada sucesivamente por una jerarquía de formas. Gil sostuvo que la magnitud podía ser considerada de tres maneras: como una abstracción matemática, como realizada en una substancia material no específica y en una específica.

Nicolás de Autrecourt abandonó por completo la explicación de los fenómenos en términos de formas sustanciales y llegó a adoptar una física completamente epicúrea. Llegó a la conclusión probable de que un continuum material estaba compuesto de puntos mínimos, infrasensibles e indivisibles, y el tiempo de instantes discretos, y afirmó que todo cambio en las cosas naturales se debía a movimiento local, esto es, a la agregación y a la dispersión de partículas. También creyó que la luz era un movimiento de partículas con una velocidad finita.

Según Ockham tiempo y movimiento no designaban res absolutae, sino relaciones entre res absolutas. Designaban rei respectivae, sin existencia real. Rechazó el principio básico de Aristóteles de que el movimiento local fuera una potencialidad actualizada. Definió el movimiento como la existencia sucesiva, sin reposo intermedio, de una identidad continua que existía en lugares diferentes; y para él el mismo movimiento era un concepto que no tenía realidad, aparte de los cuerpos en movimiento que podían ser percibidos. Era innecesario postular cualquier forma inherente que causara el movimiento, cualquier entidad real distinta del cuerpo en movimiento, cualquier flujo o curso. Todo lo que era necesario decir era que de instante a instante el cuerpo en movimiento tenía una relación espacial diferente con otro cuerpo. Cada efecto nuevo requería una causa; pero el movimiento no era un efecto nuevo, porque no era nada, sino que el cuerpo existía sucesivamente en lugares distintos. Ockham rechazó, por tanto, las tres explicaciones corrientes de la causa del movimiento de los proyectiles, el impulso del aire, la acción a distancia mediante las especies y la fuerza impresa dada al mismo proyectil. Rechazó la frase omne quod movetur, movetur ab alio y dio el primer paso hacia la formulación del principio de inercia y  a la definición de fuerza como lo que altera el reposo o el movimiento.

No fue sin embargo Ockham el que produjo la teoría física más significativa del siglo XIV, sino un físico, Juan Buridán. A las críticas corrientes de las teorías del movimiento de los proyectiles platónica y aristotélica añadió la de que el aire no podía explicar el movimiento rotatorio de una piedra de molino o de un disco, porque el movimiento continuaba aun cuando se colocara una cubierta sobre los cuerpos, cortando así el aire. Igualmente rechazó la explicación de la aceleración de los cuerpos que caen libremente por la atracción del lugar natural, porque defendía que el motor debe acompañar al cuerpo movido. La teoría del impetus, por medio de la cual explicaba los diferentes  fenómenos del movimiento constante y acelerado, se basaba, como la teoría anterior de la virtus impressa, sobre los principios de Aristóteles de que todo movimiento requiere un motor y de que la causa debe ser proporcionada al efecto. En este sentido, la teoría del impetus era la conclusión histórica de una línea de desarrollo dentro de la física aristotélica, más que el comienzo de una nueva dinámica de la inercia. Buridán sin embargo, formuló su teoría con mayor exactitud cuantitativa que sus predecesores.

Puesto que las explicaciones de la persistencia del movimiento de un cuerpo después de haber abandonado al motor original fracasaron, Buridán concluyó que el motor debe imprimir al mismo cuerpo un cierto impetus, una fuerza motriz gracias a la cual continuaba moviéndose hasta que era afectada  por la acción de fuerzas independientes. En los proyectiles este impetus se reducía progresivamente por la resistencia del aire y por la gravedad natural a caer hacia abajo; en los cuerpos que caían libremente, aumentaba gradualmente por la gravedad natural, que actuaba como una fuerza aceleradora que añadía incrementos o impetus sucesivos o gravedad accidental, a los ya adquiridos. La medida del impetus de un cuerpo era su cantidad de materia multiplicada por su velocidad.

Se ha pretendido hacer del impetus  una fuerza motriz duradera al hacer del impetus una res permanens, la cual mantiene al cuerpo en movimiento sin cambio en la medida en que no era afectado por fuerzas que lo disminuían o lo aumentaban. Buridán dio un paso estratégico hacia el principio de inercia. Es verdad que su impetus tenía algunas semejanzas notables con la dinámica del siglo XVII. La medida que propone Buridán del impetus  de un cuerpo como proporcional a la cantidad de materia y a la velocidad sugiere la definición de Galileo del impeto o momento, la quantité de mouvement de Descartes, e incluso el momento de Newton como el producto de la masa multiplicada por la velocidad. Es verdad que el impetus  de Buridán, en ausencia de fuerzas independientes, podía continuar en círculo en los cuerpos celestes y en línea recta en los cuerpos terrestres, mientras que el momento de Newton permanecía solamente en línea recta en todos los cuerpos y necesitaría una fuerza para ser llevado a una trayectoria circular. Galileo en esto no estaba con Newton, sino en una posición intermedia entre él y Buridán.

También existe una cierta semejanza entre el impetus de Buridán y la forcé vive, o energía cinética, de Leibniz. Buridán proponía el impetus  como una causa aristotélica del movimiento que debía ser proporcionada al efecto; por tanto, si la velocidad aumentaba, como en los cuerpos que caen, también debía hacerlo el impetus. Es verdad que se puede considerar el impetus de Buridán como un resultado de su intento de formulaciones cuantitativas, como algo más que una causa aristotélica, como una fuerza o poder poseído por un cuerpo, en razón de estar en movimiento, de alterar el estado de reposo o movimiento de otros cuerpos en su trayectoria. Es verdad también que existen demasiadas semejanzas entre esto y la definición de impeto o momento dada por Galileo en su “Dos nuevas ciencias” para  suponer que éste no debía nada a Juan Buridán. Pero considerándolo en su propia época, es evidente que el mismo Buridán consideró su teoría como una solución a los problemas clásicos que surgían dentro del contexto de la dinámica aristotélica de la que él nunca se evadió. No concibió el principio de inercia en el espacio vacío.

La teoría del impetus de Buridán fue un intento de incluir los movimientos celestes y los terrestres en un único sistema mecánico. En este terreno fue seguido por Alberto de Sajonia, Marsilio de Inghen y Nicolás Oresme. Oresme defendió que en la región terrestre había solamente movimientos acelerados y retardados. Adaptó la teoría del impetus a esta hipótesis y parece que no lo consideraba como una res naturae permanentes, sino como algo que duraba solamente algún tiempo.

Respecto de la dinámica terrestre, Buridán explicó el rebote de una pelota por analogía con la reflexión de la luz, diciendo que el impetus inicial comprimía la pelota con violencia cuando ella golpeaba el suelo; y cuando rebotaba, esto le daba un nuevo impetus, que hacía que la pelota saliera hacia arriba. Dio una explicación similar de la vibración de la cuerda y de la oscilación de una campana balanceándose.

Buridán, en sus Quaestiones de Caelo et Mundo, mencionaba que muchos defendían que el movimiento diario de rotación de la Tierra era probable, aunque añadía que ellos proponían esta posibilidad como un ejercicio escolástico. Se dio cuenta de que la observación inmediata de los cuerpos no podía ayudar a decidir si eran los cielos si se movían o lo era la Tierra basándose en observaciones. Esto tiene que ver con la relatividad del movimiento. Una flecha disparada verticalmente caía en el lugar desde el que había disparada. Si la Tierra girara, decía, eso sería imposible; y respecto a la sugerencia de que el aire que giraba arrastrara a la flecha decía que el impetus de la flecha resistiría la tracción lateral del aire.

El estudio de la rotación diaria de la Tierra realizado por Oresme fue más elaborado. El análisis de Oresme de todo el problema fue el más detallado y agudo realizado en el período que va de los astrónomos griegos a Copérnico.

Al defender el sistema geoestático, una cuestión importante estudiada por Oresme fue la del movimiento constante de las esferas. Puesto que su versión de la teoría del impetus no podía explicar el movimiento constante, retornó a una teoría vaga del equilibrio entre las cualidades y fuerzas motrices que Dios comunicó a las esferas en la creación para corresponder a la gravedad (pesanteur) de los cuerpos terrestres y la resistencia proporcionada que se oponía a estas fuerzas (vertus). De hecho, decía que en la creación estas fuerzas y resistencias habían sido conferidas por Dios a las inteligencias que movían los cuerpos celestes; las Inteligencias se movían con los cuerpos a los que movían y estaban relacionadas con ellos de la misma forma que el alma lo estaba con el cuerpo.

Oresme afirmaba que las direcciones del espacio, el movimiento y la gravedad natural y la levitación debían, en la medida en que eran observables, ser consideradas todas ellas relativas.

Oresme estaba de acuerdo con los que argüían que Dios por su potencia infinita podía crear un espacio infinito y tantos mundos como quisiera.

Oresme afirmó que sólo se podía decir que arriba y abajo eran absoluta y realmente distintos, pero únicamente respecto de un universo determinado. Podíamos, por ejemplo, distinguir arriba y debajo de acuerdo con el movimiento de los cuerpos ligeros y pesados. Oresme combinando esta teoría pitagórica o platónica de la gravedad con la concepción del espacio infinito, podía así prescindir de un centro del universo fijo al que estuvieran referidos todos los movimientos naturales de la gravitación. La gravedad era sencillamente la propiedad de los cuerpos más pesados de dirigirse al centro de las masas esféricas de materia. La gravedad producía movimientos únicamente en relación a un universo determinado; no había una dirección absoluta de la gravedad que se aplicara a todo espacio.

No había fundamento, por tanto, para argüir que, suponiendo que los cielos girasen ver, la Tierra debía estar necesariamente fija en el centro. Oresme demostró, basándose en la analogía de una rueda que gira, que era solamente necesario en el movimiento circular el que un punto matemático imaginario estuviera en reposo en el centro, como era supuesto, en efecto, en la teoría de los epiciclos. Además, decía que no era parte de la definición del movimiento local el que estuviera referido a algún punto fijo o a algún cuerpo fijo.

Oresme decía que le parecía que era posible defender la opinión, siempre sujeta a corrección, de que la tierra se mueve con movimiento diario y los cielos no. Y se dedicó a refutar las objeciones en contra: las objeciones que Oresme citó en contra del movimiento de la Tierra habían sido todas ellas tomadas de Ptolomeo e iban a ser utilizadas contra Copérnico; las hizo frente con argumentos que a su vez iban a ser utilizados por Copérnico y por Bruno.

La primera objeción a partir de la experiencia era que se observaba efectivamente que los cielos giraban alrededor de su eje polar. Oresme replicaba a esto citando el cuarto libro de la perspectiva de Witelo, que el único movimiento observable era el movimiento relativo.

La segunda objeción a partir de la experiencia era que si la Tierra giraba por el aire de Oeste a Este habría un soplo de viento fuerte continuado de Este a Oeste. Oresme replicó a esto que el aire y el agua participaban de la rotación de la Tierra, de forma que no habría tal viento. La tercera objeción era la que concibió Buridán: que si la Tierra giraba, una flecha o una piedra disparadas verticalmente hacia arriba deberían quedar atrás hacia el Oeste cuando cayeran, mientras que de hecho caían en el lugar de donde habían sido lanzadas. La respuesta de Oresme a esta objeción era muy significativa. Decía que la flecha se mueve muy rápidamente hacia el Este con el aire que atraviese y con la masa entera de la parte inferior del universo indicada antes que se mueve con movimiento diario y de este modo la flecha vuelve al lugar en la Tierra desde donde fue lanzada. De hecho, la flecha tendría dos movimientos y no uno sólo, un movimiento vertical a partir del arco, y un movimiento circular por estar en el globo en rotación.

Así, de la misma forma que a una persona que esté en un barco en movimiento cualquier movimiento rectilíneo respecto del barco le parece rectilíneo, a una persona en la Tierra la flecha le parecerá que cae verticalmente al punto de donde fue lanzada. El movimiento le parecería el mismo a un observador sobre la Tierra tanto si este girara como si estuviera en reposo. Esta concepción de la composición de movimientos se iba a convertir en una de las más fecundas en la dinámica de Galileo.

Las objeciones de razón contra el movimiento de la Tierra provenían principalmente del principio de Aristóteles de que un cuerpo elemental podía tener únicamente un solo movimiento que, para la Tierra, era rectilíneo y hacia abajo. Oresme afirmó que todos los elementos, excepto los cielos, podían tener dos movimientos naturales, siendo uno la rotación en círculo cuando estaban en su lugar natural, y el otro el movimiento rectilíneo por el que volvían a su lugar natural cuando habían sido desplazados de él. La vertu que movía a la Tierra en forma de rotación era su naturaleza o forma, igual que la que la movía rectilíneamente hacia su lugar natural. A la objeción de que la rotación de la Tierra destruiría la astronomía, Oresme replicaba que todos los cálculos y tablas serían los mismos de antes.

Los principales argumentos positivos que Oresme adujo en favor de la rotación de la Tierra se centraban todos ellos en que era más sencilla y perfecta la rotación que la otra alternativa, anticipándose una vez más notablemente a los argumentos de inspiración platónica de Copérnico y Galileo. Si la Tierra tenía un movimiento de rotación todos los movimientos celestes aparentes tendrían lugar en el mismo sentido, de Este a Oeste; la parte habitable del globo estaría en su lado derecho o noble; los cielos gozarían del estado más noble de reposo y la base de la Tierra se movería; los cuerpos celestes más alejados harían sus revoluciones proporcionalmente más despacio que los más cercanos al Este, en vez de más rápidamente, como ocurriría en el sistema geocéntrico. Entre las ventajas de la sencillez se contaba la de que la novena esfera ya no era necesaria. Sin embargo, Oresme creía en el geocentrismo. Oresme comprendió bien que ninguno de sus argumentos probaba positivamente el movimiento de la Tierra.

 

 

 

 

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