viernes, 8 de agosto de 2025
Solzhenitsyn en España
Por eso sentó tan mal la aparición en España del escritor ruso Alexandr Solzhenitsyn, el autor de Archipiélago Gulag, contando que en Rusia había una dictadura atroz y que le había sorprendido mucho que en España la gente tuviera libertad para escribir y comprar libros, hacer fotocopias, escuchar música y tantas otras cosas. Esto no quita que no hubiera represión en la España de Franco, pero sí que la dureza era mucho menor aquí que en cualquier país de la órbita comunista, especialmente que en la Unión Soviética.
ntre los intelectuales de izquierdas que poblaron la España de 1975 y años inmediatamente posteriores hubo una evidente hipocresía. Muchos lo confiensan ahora: no querían una democracia, sino cambiar una dictadura, la de Franco, por otra, la comunista. Esos intelectuales vendían el comunismo como el paraíso en la tierra, lleno de libertad, sin opresión, alegre y progresista. Era el futuro en oposición a su presente franquista, reaccionario, gris y violento. En su propaganda negaban que hubiera represión en el mundo comunista. Decían que era propaganda fascista y yanqui para desprestigiar la causa.
Por eso sentó tan mal la aparición en España del escritor ruso Alexandr Solzhenitsyn, el autor de Archipiélago Gulag, contando que en Rusia había una dictadura atroz y que le había sorprendido mucho que en España la gente tuviera libertad para escribir y comprar libros, hacer fotocopias, escuchar música y tantas otras cosas. Esto no quita que no hubiera represión en la España de Franco, pero sí que la dureza era mucho menor aquí que en cualquier país de la órbita comunista, especialmente que en la Unión Soviética.
Alexandr Solzhenitsyn visitó España en marzo de 1976 y fue entrevistado en TVE por José María Iñigo para su programa Directísimo. Tras hablar de los crímenes soviéticos, comentó que le sorprendía que, a diferencia de la URSS, en España se pudiera viajar libremente, leer prensa de otros países o hacer fotocopias sin pedir permiso. Aquello hizo sonar las alarmas de algunos. El ruso decía que era peor la dictadura comunista que la franquista. Intolerable. Los izquierdistas españoles vieron en Solzhenitsyn a un enemigo, a un tipejo infame que venía a manchar con la realidad incontrovertible su relato del paraíso comunista. Juan Benet, que tenía entonces 50 años y ya no era un crío, publicó un artículo para mostrar ese repudio diciendo «creo firmemente que mientras existan gentes como Alexandr Solzhenitsyn (…) deben perdurar los campos de concentración (…) un poco mejor custodiados a fin de que personas como Solzhenitsyn, en tanto no adquieran un poco más de educación no puedan salir a la calle. Pero una vez cometido el error de dejarles salir, nada me parece más higiénico que las autoridades soviéticas (…) busquen el modo de sacudirse semejante peste».
Eduardo Barrenechea, subdirector de Cuadernos para el Diálogo, una publicación emblemática de la época, insinuó que Solzhenitsyn era nazi al decir que en la entrevista doblada «¡No sé si añadiría también en ruso algo de Heil Hitler!». En la revista Triunfo, de izquierdas, se publicó un artículo titulado Operación Solzhenitsyn para denunciar la «propaganda antidemocrática» de TVE, usando a un escritor ruso que era un «profesional del anticomunismo» al servicio de EEUU y de la CIA. Juan Marsé, un novelista que tenía entonces 43 años, publicó en la revista Por favor en abril de 1976 un artículo titulado Solzhenitsyn, chorizo de las letras, en el que decía que el ruso era un «absoluto sinvergüenza». Montserrat Roig, feminista del PSUC, escribió que el ruso era un «cómico de pueblo (…) pagado por una alianza de señores feudales». El semanario Personas, publicación progre apuntada al destape, dijo que el ruso era un «paranoico clínicamente puro». Antonio Álvarez Solís, que se despertó comunista en 1975 después de haber sido secretario del gobernador civil franquista de Barcelona durante nueve años, escribió en un folleto titulado El búnker, de 1976, que Solzhenitsyn era «el último fichaje informativo del búnker». Álvarez Solís apuntaba maneras, despreciando la violencia, o usando el doble rasero, porque en 2011 fue en las listas de Bildu.
¿Por qué lo dijeron? Vamos con la entrevista a Solzhenitsyn en Televisión Española.
Solzhenitsyn contó a José María Íñigo los efectos de la, en sus palabras, «desalmada religión telúrica del socialismo» que se ganaba los «espíritus jóvenes» dando una «engañosa claridad». En 1937, apuntó el ruso, mientras en España los comunistas decían que querían salvar al pueblo, en la URSS se fusilaba un millón de personas al año. «Vosotros no sabéis qué es el comunismo» ni qué es una «dictadura» a pesar de Franco. «En nuestro país —la URSS— nos encontramos como en una cárcel». Tenía razones para tal afirmación. Su libro se basó en más de 200 entrevistas a supervivientes de los campos de trabajo soviéticos. Solzhenitsyn ya había pasado por uno como consecuencia de haber criticado en una carta privada a Stalin en 1945. Dijo que el «Padre de los Pueblos» no era un buen militar. Fue condenado a trabajos forzados por haber cometido un «crimen contrarrevolucionario». Le aplicaron el famoso artículo 58 del Código Penal comunista que sirvió para las purgas.
Alexandr fue de un campo a otro, cada vez más duro, hasta que le diagnosticaron cáncer en febrero de 1953. Al mes siguiente, un dos de marzo, murió Stalin, lo que salvó la vida al escritor. Los gerifaltes comunistas decidieron remozar el régimen, y para ello era necesario renegar de Stalin. Pusieron en marcha el Tribunal Supremo, que se dedicó a liberar a presos políticos. A su salida, en 1956, Solzhenitsyn escribió una novela con sus vivencias carcelarias a la que tituló Un día en la vida de Iván Denísovich. La obra fue utilizada por Kruschev para demostrar la supuesta apertura y el inicio de una nueva época, así que permitió su publicación en diciembre de 1962. Unos meses había tenido lugar la crisis de los misiles en Cuba, y a la dictadura comunista en Rusia le venía bien cierta distensión. Alexandr fue presentado como un miembro del grupo disidente, al estilo Andréi Sájarov y Roy Medvedev, que obtenía su distinción intelectual por la resiliencia. Aquello fue magnífico para Solzhenitsyn porque muchos presos, miles, empezaron a escribirle para referir sus experiencias. La información acumulada fue la base de su obra más conocida, Archipiélago Gulag.
Solzhenitsyn publicó en 1968 Pabellón del cáncer, una historia que recoge parte de su experiencia en Kazajistán, cuando estaba internado. Aquello podía justificar la recopilación de información sobre los gulag, pero no convencía al KGB. Ese mismo año los rusos habían invadido Checoslovaquia, asesinando a 108 personas para evitar una mínima apertura. La URSS no podía permitirse más rendijas ni disidentes. El problema era que Solzhenitsyn ya era un intelectual muy conocido, por lo que decidieron anularlo. Fue expulsado de Moscú, amenazaron a su familia y amigos, y la prensa del régimen comenzó a verter insultos contra su persona y su obra. El objetivo era convertir a Alexandr en un paria, en un personaje sin autoridad para criticar al régimen soviético. El escritor siguió su tarea. Dividió el manuscrito y lo escondió. Siguió una rutina muy estricta. Se reunía con sus amigos pero nunca hablaban por teléfono ni en un lugar público o donde pudieran grabar la conversación. No dejaban nada escrito. Si escribían algo, lo leían y quemaban. Alexandr comenzó a vivir como un espía de película. No repetía itinerarios, y si cogía el tranvía no se bajaba siempre en la misma parada, o lo hacía de sopetón para entorpecer el trabajo de los sicarios comunistas. Tenía que dar a conocer al mundo el horror comunista como fuera, así que organizó rutas de fuga de su libro para que llegara a Occidente.
Toda una epopeya.
La Academia sueca decidió dar a Solzhenitsyn el Premio Nobel de Literatura en 1970. El episodio parece sacado de la novela The Prize, de Irving Wallace, que en 1963 llevó al cine Mark Robson, con Elke Sommer, Edward G. Robinson y Paul Newman, que hizo de novelista galardonado metido en una historia de espías comunistas. Solzhenitsyn, a diferencia del personaje de Wallace, decidió no ir a la entrega del premio. Envió el discurso, que resultó un alegato a favor de la libertad del hombre, y en especial del escritor como alma de la nación. Aquello era imposible en el comunismo. Yelizaveta Voronyanskaya, una de sus amigas y su secretaria, fue torturada para que confesara el paradero del manuscrito de Solzhenitsyn. No lo hizo, pero al volver a casa se suicidó. Era el mes de diciembre del año 1973. El escritor decidió entonces publicar el primer volumen de Archipiélago Gulag.
Dos meses después, en febrero de 1974, fue detenido por la KGB y enviado a prisión. ¿Qué hacer con el Premio Nobel? El daño ya estaba hecho porque el libro circulaba. Le despojaron de su nacionalidad soviética y fue expulsado a la Alemania Federal, lo que permitió su libertad y que el mundo conociera una de las caras de la sangrienta represión comunista en Rusia. El horror de la vida de los presos políticos, la arbitrariedad del sistema, la violación de los derechos humanos, o el número indeterminado de muertos dejaron al descubierto la enorme mentira del paraíso comunista. Aquello fue algo difícil de soportar para los progresistas occidentales, también desmoralizados por la verdad de la Revolución Cultural maoísta en China, que vertía sangre sin fin.
Posiblemente, Archipiélago Gulag está a la altura de la Trilogía de Auschwitz de Primo Levi, sobre todo cuando el italiano escribió en la segunda entrega que nazis y soviéticos buscaban el exterminio. Solzhenitsyn produjo el documento más demoledor sobre la realidad de la utopía comunista hasta que Stéphan Courtois dirigió el trabajo titulado El libro negro del comunismo en 1997. Ante la evidencia, algunos dijeron que el genocidio perpetrado en la URSS no era comparable al nazi, y se negaban a reconocer que fue Lenin el precursor del archipiélago de campos de internamiento y exterminio. Otros, como el historiador Eric Hobsbawm, dieron por bueno el «experimento social» porque había servido, en su opinión y mintiendo, para que el modelo socialdemócrata se instalara en Europa. La obra de Solzhenitsyn hizo por poner a los comunistas frente a su realidad casi tanto como la caída del Muro de Berlín.
Por supuesto que se sabía lo que estaba pasando. Otra cosa es que se mirase para otro lado, o que el dinero soviético tapara bocas. La obra de Solzhenitsyn no fue la primera que describió el horror comunista en la URSS. La corresponsal española Sofía Casanova pintó los crímenes en La revolución bolchevista. Diario de un testigo (1920). Iván S. Shmelióv tuvo que exiliarse para denunciar en El sol de los muertos (1923) la represión en Rusia. Lo mismo ocurrió con Evgueni Zamiatin y su novela Nosotros (1924), que reflejó en una distopía la realidad totalitaria. André Gide visitó el «paraíso» comunista y criticó lo que allí pasaba en Regreso de la URSS (1936). Quizá el caso más interesante sea el de Robert Conquest, militante del Partido Comunista británico en su juventud, y que se convirtió en uno de sus denunciantes más duros. Publicó El gran terror: la purga de Stalin en los años treinta (1968) sobre las purgas comunistas entre 1934 y 1939. Conquest criticó a algunos intelectuales europeos por ser portavoces del comunismo a pesar de las pruebas sobre la vulneración de los derechos humanos. Esto sigue ocurriendo a pesar de las evidencias.
E
Alexandr Solzhenitsyn visitó España en marzo de 1976 y fue entrevistado en TVE por José María Iñigo para su programa Directísimo. Tras hablar de los crímenes soviéticos, comentó que le sorprendía que, a diferencia de la URSS, en España se pudiera viajar libremente, leer prensa de otros países o hacer fotocopias sin pedir permiso. Aquello hizo sonar las alarmas de algunos. El ruso decía que era peor la dictadura comunista que la franquista. Intolerable. Los izquierdistas españoles vieron en Solzhenitsyn a un enemigo, a un tipejo infame que venía a manchar con la realidad incontrovertible su relato del paraíso comunista. Juan Benet, que tenía entonces 50 años y ya no era un crío, publicó un artículo para mostrar ese repudio diciendo «creo firmemente que mientras existan gentes como Alexandr Solzhenitsyn (…) deben perdurar los campos de concentración (…) un poco mejor custodiados a fin de que personas como Solzhenitsyn, en tanto no adquieran un poco más de educación no puedan salir a la calle. Pero una vez cometido el error de dejarles salir, nada me parece más higiénico que las autoridades soviéticas (…) busquen el modo de sacudirse semejante peste».
Eduardo Barrenechea, subdirector de Cuadernos para el Diálogo, una publicación emblemática de la época, insinuó que Solzhenitsyn era nazi al decir que en la entrevista doblada «¡No sé si añadiría también en ruso algo de Heil Hitler!». En la revista Triunfo, de izquierdas, se publicó un artículo titulado Operación Solzhenitsyn para denunciar la «propaganda antidemocrática» de TVE, usando a un escritor ruso que era un «profesional del anticomunismo» al servicio de EEUU y de la CIA. Juan Marsé, un novelista que tenía entonces 43 años, publicó en la revista Por favor en abril de 1976 un artículo titulado Solzhenitsyn, chorizo de las letras, en el que decía que el ruso era un «absoluto sinvergüenza». Montserrat Roig, feminista del PSUC, escribió que el ruso era un «cómico de pueblo (…) pagado por una alianza de señores feudales». El semanario Personas, publicación progre apuntada al destape, dijo que el ruso era un «paranoico clínicamente puro». Antonio Álvarez Solís, que se despertó comunista en 1975 después de haber sido secretario del gobernador civil franquista de Barcelona durante nueve años, escribió en un folleto titulado El búnker, de 1976, que Solzhenitsyn era «el último fichaje informativo del búnker». Álvarez Solís apuntaba maneras, despreciando la violencia, o usando el doble rasero, porque en 2011 fue en las listas de Bildu.
¿Por qué lo dijeron? Vamos con la entrevista a Solzhenitsyn en Televisión Española.
Solzhenitsyn contó a José María Íñigo los efectos de la, en sus palabras, «desalmada religión telúrica del socialismo» que se ganaba los «espíritus jóvenes» dando una «engañosa claridad». En 1937, apuntó el ruso, mientras en España los comunistas decían que querían salvar al pueblo, en la URSS se fusilaba un millón de personas al año. «Vosotros no sabéis qué es el comunismo» ni qué es una «dictadura» a pesar de Franco. «En nuestro país —la URSS— nos encontramos como en una cárcel». Tenía razones para tal afirmación. Su libro se basó en más de 200 entrevistas a supervivientes de los campos de trabajo soviéticos. Solzhenitsyn ya había pasado por uno como consecuencia de haber criticado en una carta privada a Stalin en 1945. Dijo que el «Padre de los Pueblos» no era un buen militar. Fue condenado a trabajos forzados por haber cometido un «crimen contrarrevolucionario». Le aplicaron el famoso artículo 58 del Código Penal comunista que sirvió para las purgas.
Alexandr fue de un campo a otro, cada vez más duro, hasta que le diagnosticaron cáncer en febrero de 1953. Al mes siguiente, un dos de marzo, murió Stalin, lo que salvó la vida al escritor. Los gerifaltes comunistas decidieron remozar el régimen, y para ello era necesario renegar de Stalin. Pusieron en marcha el Tribunal Supremo, que se dedicó a liberar a presos políticos. A su salida, en 1956, Solzhenitsyn escribió una novela con sus vivencias carcelarias a la que tituló Un día en la vida de Iván Denísovich. La obra fue utilizada por Kruschev para demostrar la supuesta apertura y el inicio de una nueva época, así que permitió su publicación en diciembre de 1962. Unos meses había tenido lugar la crisis de los misiles en Cuba, y a la dictadura comunista en Rusia le venía bien cierta distensión. Alexandr fue presentado como un miembro del grupo disidente, al estilo Andréi Sájarov y Roy Medvedev, que obtenía su distinción intelectual por la resiliencia. Aquello fue magnífico para Solzhenitsyn porque muchos presos, miles, empezaron a escribirle para referir sus experiencias. La información acumulada fue la base de su obra más conocida, Archipiélago Gulag.
Solzhenitsyn publicó en 1968 Pabellón del cáncer, una historia que recoge parte de su experiencia en Kazajistán, cuando estaba internado. Aquello podía justificar la recopilación de información sobre los gulag, pero no convencía al KGB. Ese mismo año los rusos habían invadido Checoslovaquia, asesinando a 108 personas para evitar una mínima apertura. La URSS no podía permitirse más rendijas ni disidentes. El problema era que Solzhenitsyn ya era un intelectual muy conocido, por lo que decidieron anularlo. Fue expulsado de Moscú, amenazaron a su familia y amigos, y la prensa del régimen comenzó a verter insultos contra su persona y su obra. El objetivo era convertir a Alexandr en un paria, en un personaje sin autoridad para criticar al régimen soviético. El escritor siguió su tarea. Dividió el manuscrito y lo escondió. Siguió una rutina muy estricta. Se reunía con sus amigos pero nunca hablaban por teléfono ni en un lugar público o donde pudieran grabar la conversación. No dejaban nada escrito. Si escribían algo, lo leían y quemaban. Alexandr comenzó a vivir como un espía de película. No repetía itinerarios, y si cogía el tranvía no se bajaba siempre en la misma parada, o lo hacía de sopetón para entorpecer el trabajo de los sicarios comunistas. Tenía que dar a conocer al mundo el horror comunista como fuera, así que organizó rutas de fuga de su libro para que llegara a Occidente.
domingo, 3 de agosto de 2025
La división sexual del trabajo
La división sexual del trabajo.
La división de una especie animal de reproducción sexual como es la especie humana en dos roles sexuales: masculino y femenino hace que surjan dos roles sociales o lo que es lo mismo, una división sexual del trabajo. Los dos sexos se especializaron en funciones guerreras y en el cuidado de la prole respectivamente. Así, los varones desarrollaron el rol masculino del héroe guerrero y las mujeres el rol femenino de la gran madre, la Magna Mater. Los roles sexuales, ahora mal llamados de género, no fueron creados pues por caprichos culturales o ideológicos, sino que surgieron de la capacidad de dotar de racionalidad a la naturaleza instintiva, llevando todas las fuerzas vitales a códigos culturales acordes con la lucha por la vida.
Esto determinó que las mujeres tuvieran largos períodos de gestación y crianza efectivos para un buen desarrollo de la prole, lo que las inhabilitaba mayormente para otras funciones comunitarias. En breves 20 o 30 años de expectativa de vida, éstas podrían concebir pocos hijos, los cuales en su mayoría no llegaban a la edad reproductiva. Especializarse evolutivamente en la fertilidad, crianza y cuidado infantil era una necesidad vital para la preservación de la especie. Por el contrario, los varones debido a su libertad en la función de concepción y crianza, se especializaron en la protección de la comunidad y en la obtención de recursos. Además, debido a la escasez de mujeres que no estuvieran en gestación o lactancia se producían fuertes competiciones entre los varones por el recurso de hembras, sometiéndose después de la competición sexual a la preferencia de las hembras. Los varones se quedaron con el rol guerrero protector de la comunidad y en tareas peligrosas.
Caza, guerra, luchas contra los otros hombres por las hembras, tiempo de sobra para desarrollar una biología y una psicología guerrera. Los varones desarrollaron la masa muscular y la capacidad cerebral para la estrategia y la resolución de problemas. Las mujeres, en tanto pudieron descuidar biológicamente el desarrollo de la masa muscular y otras funciones destinadas a la agilidad motriz gruesa, reemplazaron ésta por una motricidad fina más desarrollada, así como también por una capacidad intelectual muy aguda e intuitiva, orientada a establecer lazos emocionales familiares y sociales. Estos roles sexuales y sociales correspondían a claros objetivos evolutivos. Aún están vigentes. Estas características evolutivas fueron el resultado de cientos de miles de años de selección natural. Cambiarlas no es una decisión racional, sino el fruto de la creación de nuevas estrategias de preservación que vayan de la mano de cambios evolutivos milenarios, algo que no se vislumbra en el horizonte actual.
El hombre se transformó en un guerrero protector de la comunidad y las mujeres en madres abocadas a la protección de los hijos en el interior de la comunidad, lo que por cierto no las inhibía a tomar muchas veces también las armas para defender la comunidad de ataques externos. La tradición guerrera fue verdaderamente la primera tradición, la única creación cultural que ha acompañado a la humanidad desde sus albores. La tradición heroica fue el fundamento de la estructuración de la sociedad debido a que emanó del instinto más básico del hombre, la tendencia a la supervivencia por medio de la lucha. En las culturas polemológicas naturaleza y cultura estabn unidas.
Este hecho se funda en el estrecho vínculo entre parejas heterosexuales estables. Esto habría relajado la competencia en el interior de los grupos de hombres por la reproducción, estableciéndose un acuerdo social en donde cada hombre tenía su propia mujer en relaciones de parejas monógamas y duraderas. Así, toda la energía guerrera se habría trasladado a la protección de la familia y la comunidad en general en vez de dedicarse a la competencia entre los machos.
La reproducción humana se caracterizó por un contacto mucho más íntimo que fortaleció enormemente el vínculo heteroparental monogámico. El hombre es el primate actual de sexo más activo. El hombre tenía que cazar y mejorar su cerebro para compensar su debilidad física, por lo que tenía que tener una infancia más prolongada para educar su cerebro. Para esto las hembras tenían que quedarse a cuidar a los pequeños y educarlos mientras que los machos salían de caza. Los machos tenían que colaborar entre sí en los trabajo de caza, erguirse y emplear armas. Estos cambios se produjeron de forma gradual y simultáneamente. Pero estos cambios explican nuestra presente complejidad sexual. Para empezar, los machos tenían que estar seguros de que las hembras les serían fieles cuando las dejaran solas para ir de caza. Por lo tanto, las hembras desarrollaron la tendencia a la formación de parejas. Si los machos más débiles tenían que ayudar de igual forma en la caza, había que otorgarles también derechos sexuales por lo que la formación de parejas fue más democrática y no tan tiránica. Las rivalidades sexuales entre machos armados habrían sido muy mortíferas. Esta es una buena razón para que cada macho contara con una sola hembra. Y por si esto fuera poco, el lento crecimiento de los pequeños aumentaba sus exigencias como padres. El comportamiento familiar tuvo que perfeccionarse y repartir los deberes. El hombre tuvo que desarrollar la facultad de enamorarse y unirse sexualmente con una sola pareja a fin de lograr un lazo. Esto se logró por la abundancia de copulación y de los mutuos goces producto del reforzamiento del lazo entre la pareja. Esta tendencia tiene una base biológica muy arraigada.
La evolución biológica de la especie llevó a hombres y mujeres a desarrollar zonas erógenas y de señales de apareamiento en la parte frontal y no como en la mayoría de las especies en donde las hembras las tienen en su parte posterior y el macho en la frontal. El acto reproductivo humano evolucionó biológicamente de forma que fuera de frente, mirando a la pareja. La relación frontal habría llevado también a una comunicación íntima a la hora de la reproducción derivando en lazos más duraderos entre las parejas.
martes, 29 de julio de 2025
FGTBI
Los del materialismo filosófico homosexual parecen olvidarse de que el hombre es una especie animal de reproducción sexual. Esa es la naturaleza del hombre como animal, como ser vivo XX y XY y que la heterosexualidad es natural y las perversiones sexuales no son enfermedades ni degeneraciones, pero no son la norma. Por lo demás, una cosa es la moral y otra cosa es el derecho. Tratar de justificar la homosexualidad u otras perversiones sexuales desde el materialismo filosófico es un grave error amparado por Gustavito el Joven, pésimo gestor de la FGBTI. Además, un transexual, es un eunuco. Eunuco hembra: mujer disfrazada quirúrgica, hormonalmente o químicamente de varón. Eunuco macho: hombre disfrazado de mujer quirúrgica, hormonalmente o químicamente. Nadie puede cambiar de sexo. Que el Basilisco tenga un artículo en el que se defienda que un transexual es su apariencia es vergonzoso e indica la degeneración de la FGTBI, denominada justamente así.
martes, 17 de junio de 2025
San Pablo y las perversiones sexuales.
Por lo cual los entregó Dios en manos de las concupiscencias de sus corazones, dejándolos ir tras la torpeza hasta afrentar entre sí sus propios cuerpos; a ellos, que trocaron la verdad de Dios por la mentira y adoraron y rindieron culto a la criatura antes que al Criador, el cual es bendito por los siglos.
Por esto los entregó Dios a pasiones afrentosas. Pues, por una parte, sus mujeres trocaron el uso natural por otro contra naturaleza. Igualmente por otra, también los varones, abandonando el uso natural de la hembra, se abrasaron con sus impuros deseos, unos de otros, ejecutando varones con varones la infamia y recibiendo en sí mismos el pago de su extravío. Epístola a Romanos. San Pablo I, 24-28.
miércoles, 11 de junio de 2025
La profecía del Conde de Aranda
LA PROFECÍA DEL CONDE DE ARANDA.
Año 1783 y el Conde de Aranda, a la sazón embajador español en Francia, después de la firma del tratado que confirmaba los reconocimientos de la independencia de las 13 colonias envía una comunicación al Rey de España a todas luces profética:
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La política de los Estados Unidos respecto de España y, sobre todo, de sus posesiones, más allá de la península Ibérica, a lo largo del siglo XIX y principios del XX, no fue ni por asomo la que cabría esperar de un "socio" aparentemente agradecido por haber sido clave en su independencia, sino que fue todo lo contrario, convirtiendo la profecía de Aranda casi en tratado de ciencia política.
domingo, 1 de junio de 2025
El pesimismo de Azorín
El pesimismo de Azorín.
José Martínez Ruiz, Azorín, (1873-1967) es un gran escritor español del siglo XX perteneciente a la Generación del 98. En esta ocasión nos vamos a ocupar de la presencia en Azorín del pesimismo, pesimismo español, sí, es cierto, y también pesimismo filosófico de procedencia germánica: Schopenhauer y Nietzsche.
“Y así veo que soy místico, anarquista, irónico, dogmático, admirador de Schopenhauer, partidario de Nietzsche. Y esto es tratándose de cosas literarias, en la vida de diarias relaciones un apretón de manos, un saludo afectuoso, un adjetivo afable, o, por el contrario, un ligero desdén, una pretensión acaso inocente, tienen sobre mi emotividad una influencia extraordinaria. Así yo soy, necesariamente, un hombre afable, un hombre huraño, un luchador enérgico, un desesperanzado, un creyente, un escéptico…todo en cambios rápidos, en pocas horas, casi en el mismo día”.
Influencia de Schopenhauer:
Azorín apreciaba la visión pesimista del mundo de Schopenhauer, la idea de que la vida es un sufrimiento continuo y que la voluntad es la fuerza impulsora detrás de todo. La "Revista Anales de Literatura Española" afirma que su obra "La voluntad" podría interpretarse como una reflexión sobre las ideas de Schopenhauer.
Apertura a Nietzsche:
Aunque se identificaba con Schopenhauer, Azorín también se sentía atraído por la filosofía de Nietzsche, especialmente por su concepto del "superhombre" y la crítica a la moral tradicional. “Hay que romper la vieja tabla de valores morales como decía Nietzsche.” La novela de Azorín contiene reflexiones sobre temas existenciales.
“Azorín, a raíz de la muerte de Justina, abandonó el pueblo y vino a Madrid. En Madrid su pesimismo instintivo se ha consolidado; su voluntad ha acabado de disgregarse en este espectáculo de vanidades y miserias. Ha sido periodista revolucionario, y ha visto a los revolucionarios en secreta y provechosa concordia con los explotadores. Ha tenido luego la humorada de escribir en periódicos reaccionarios, y ha visto que estos pobres reaccionarios tienen un horror invencible al arte y a la vida.
Azorín, en el fondo, no cree en nada, ni estima acaso más que a tres o cuatro personas entre las innumerables que ha tratado. Lo que le inspira más repugnancia es la frivolidad, la ligereza, la inconsistencia de los hombres de letras. Tal vez éste sea un mal que la política ha creado y fomentado en la literatura. No hay cosa más abyecta que un político: un político es un hombre que se mueve mecánicamente, que pronuncia inconscientemente discursos, que hace promesas sin saber que las hace, que estrecha manos a personas a quienes no conoce, que sonríe, sonríe siempre con una estúpida sonrisa automática... Esta sonrisa Azorín la juzga emblema de la idiotez política. Y esa sonrisa es la que ha encontrado también en el periodismo y en la literatura. El periodismo ha sido el causante de esta contaminación de la literatura. Ya casi no hay literatura. El periodismo ha creado un tipo frívolamente enciclopédico, de estilo brillante, de suficiencia abrumadora. Es el tipo que detestaba Nietzsche: el tipo "que no es nada, pero que lo representa casi todo". Los especialistas han desaparecido: hoy se escribe para el periódico, y el periódico exige que se hable de todo. Dentro de treinta años todos seremos periodistas, es decir, nadie sabrá nada de nada. Nos limitaremos a sospechar las cosas, lo cual tiene la ventaja de que ahorra tiempo y no entristece el espíritu con la melancolía de las lecturas largas...”
La voluntad como tema central:
Tanto Schopenhauer como Nietzsche enfatizaban la importancia de la voluntad, tanto como motor del sufrimiento como ocurre en el caso de Schopenhauer, voluntad de vivir, como fuerza creadora y fuente de la vida en el caso de Nietzsche, cuando sustituye la voluntad de vivir, como conformista con la activa y trágica Voluntad de poder del pesimismo de los fuertes que supera el nihilismo. El predominio de la acción sobre la reflexión indica la influencia de Nietzsche. Antonio Azorín es un mar de contradicciones internas:
“Yo soy un rebelde de mí mismo; en mí hay dos hombres. Hay el hombre-voluntad, casi muerto, casi deshecho por una larga educación en un colegio clerical, seis, ocho, diez años de encierro, de comprensión de la espontaneidad, de contrariación de todo lo natural y fecundo. Hay, aparte de éste, el segundo hombre, el hombre-reflexión, nacido, alentado en copiosas lecturas, en largas soledades, en minuciosos autoanálisis. El que domina en mí, por desgracia, es el hombre-reflexión; yo casi soy un autómata, un muñeco sin iniciativas; el medio me aplasta, las circunstancias me dirigen al azar a un lado y a otro. Muchas veces yo me complazco en observar este dominio del ambiente sobre mí: y así veo que soy místico, anarquista, irónico, dogmático, admirador de Schopenhauer, partidario de Nietzsche. [...] Así yo, soy sucesivamente, un hombre afable, un hombre huraño, un luchador enérgico, un desesperanzado, un creyente, un escéptico... todo en cambios rápidos, en pocas horas, casi en el mismo día. La Voluntad en mí está disgregada; soy imaginativo. Tengo intuición rapidísima de la obra, pero inmediatamente la reflexión paraliza mi energía."
Azorín y la filosofía:
Azorín no era un filósofo sistemático, sino más bien un escritor que reflexionaba sobre la vida y la cultura a través de sus obras. Sus ideas sobre Schopenhauer y Nietzsche no se plasman en un tratado filosófico, sino en sus novelas, ensayos y artículos.
La influencia de Schopenhauer y Nietzsche en Europa y en España, en general, fue notable en la época en la que Azorín escribió. Ambos filósofos eran figuras de gran impacto intelectual y sus ideas fueron objeto de debate y reflexión.
El pesimismo, más filosófico que psicológico, se halla presente sobre todo en su novela La voluntad (1902). Se trata de una novela de formación, de una Bildungsroman: En esta novela, Azorín pasa del pesimismo lírico a una reflexión filosófica cercana al nihilismo. “La voluntad” es una novela en la que el personaje lucha y se esfuerza por encontrar un sentido a la vida, una solución vital, quiere incorporarse a la vida en un ambiente decadente. Hay una contradicción entre la vida individual y los acontecimientos del presente que le ha tocado vivir. El pesimismo en La voluntad es un pesimismo filosófico, pero también religioso, católico: la vida es triste, el dolor es eterno, el mal es implacable. “En el ansioso afán del mundo, la inquietud del momento futuro nos consume. Y por él son los rencores, las ambiciones devoradoras, la hipocresía lisonjera, el anhelante ir y venir de la humanidad errabunda sobre la tierra.” El maestro Yuste, que sostiene largas conversaciones filosóficas con Antonio Azorín, el protagonista de La voluntad tiene un pesimismo ecléctico con ideas tomadas de Montaigne, Schopenhauer, Nietzsche, Pi y Margall y Clarín.
“-Todo pasa, Azorín: todo cambia y perece. Y la substancia universal –misteriosa, incognoscible, inexorable- perdura.” A esto lo acompaña un agnosticismo kantiano: “yo declaro que no puedo afirmar nada sobre la realidad del universo…La inmanencia o trascendencia de la causa primera, el movimiento, la forma de los seres, el origen de la vida…arcanos impenetrables…eternos…”
El universo es el resultado de un conjunto de movimientos irracionales y sin sentido. Llegamos así al eterno retorno de Nietzsche: “-Todo pasa. La sucesión vertiginosa de los fenómenos no acaba. Los átomos en eterno movimiento crean y destruyen formas nuevas. A través del tiempo infinito, en las infinitas combinaciones del átomo incansable, acaso las formas se repitan; acaso las formas presentes vuelvan a ser, o estas presentes sean reproducción de otras en el infinito pretérito creadas. Y así, tu y yo, siendo los mismos y distintos, como es la misma y distinta una idéntica imagen en dos espejos; así tú y yo acaso hayamos estado otra vez frente a frente en esta estancia, en este pueblo, en el planeta este, conversando, como ahora conversamos, en una tarde de invierno, como esta tarde, mientras avanza el crepúsculo y el viento gime.
-La substancia –o sea, la voluntad- es única y eterna. Los fenómenos son la única manifestación de la substancia. Los fenómenos son mis sensaciones. Y mis sensaciones, limitadas por los sentidos, son tan falaces y contingentes como los mismos sentidos.
-La sensación crea la conciencia: la conciencia crea el mundo. No hay más realidad que la imagen, ni más vida que la conciencia. No importa –con tal de que sea intensa- que la realidad interna no acople con la externa. El error y la verdad son indiferentes. La imagen lo es todo. Y así es más cuerdo el más loco.” Die Welt ist meine Vorstellung dice Schopenhauer al comienzo de El mundo como voluntad y representación. Aquí se manejan ideas de la filosofía de Kant y del pesimismo de Schopenhauer. Y de Nietzsche también.
Finalmente, en “La voluntad” vence la Voluntad de vivir, de Schopenhauer, esta fuerza inconsciente, irracional, ciega, sustancia del universo, noúmeno, cosa en sí, sobre la voluntad de poder de Nietzsche, la afirmación de la vida, de la fuerza, del pesimismo trágico de los fuertes. Hay que romper la vieja tabla de valores morales, como decía Nietzsche. Antonio Azorín desemboca en el nihilismo.
“- ¿Qué hacer?.... ¿Qué hacer? Yo siento que me falta la fe; no la tengo tampoco ni en la gloria literaria ni en el progreso…que creo dos solemnes estupideces… ¡El progreso! ¡Qué nos importan las generaciones
futuras! Lo importante es nuestra vida, nuestra sensación momentánea y actual, nuestro yo, que es un relámpago fugaz. Además, el progreso es inmoral, es una colosal inmoralidad: porque consiste en el bienestar de unas generaciones a costa del trabajo y del sacrificio de las anteriores.
Azorín entra en la calle de los Estudios. Pasa por la misma una mujer con dos niños. Y Azorín piensa:
- No sé qué estúpida vanidad, qué monstruoso deseo de inmortalidad nos lleva a continuar nuestra personalidad más allá de nosotros. Yo tengo por la obra más criminal esta de empeñarnos en que prosiga indefinidamente esta humanidad que siempre ha de sentirse estremecida por el dolor del deseo incumplido, por el dolor, más angustioso todavía, del deseo insatisfecho… Podrán llegar los hombres al más alto grado de bienestar, ser todos buenos, ser todos inteligentes… pero no serán felices; porque el tiempo, que se lleva la juventud y la belleza, trae a nosotros la añoranza melancólica por las pasadas agradables sensaciones. Y el recuerdo será siempre fuente de tristeza. Nada me contrista más que ver cómo ha envejecido, cómo ha perdido el brillo de sus ojos y la flexibilidad de sus miembros y la gallardía de sus movimientos… la mujer que yo amé secreta y fugazmente siendo muchacho. ¡Todo pasa brutalmente, inexorablemente! (…) Y pienso en una inmensa danza de la muerte, frenética, ciega, que juega con nosotros y nos llevará a la nada!... Los hombres mueren, las cosas mueren.”
El pesimismo ha marcado la trayectoria histórica de España por otro lado. El problema de España, el tema de España está envuelto siempre en pesimismo. El problema de España es un problema filosófico como dijo Gustavo Bueno. Con más o menos razones, los escritores y pensadores españoles han mantenido una actitud pesimista respecto a España, que puede rastrearse hasta al menos la cultura barroca. Tenemos que señalar que la literatura española siempre ha sido pesimista en su mayor parte. Las tragedias griegas son pesimistas también, aunque sea con un pesimismo de los fuertes, con lo dionisíaco, que diría Nietzsche. En el caso de la literatura española y del ensayismo sobre el tema de España hay que decir que es en la época contemporánea (antes del llamado «Desastre del 98», pero más claramente después de éste) cuando se desarrolla un sentimiento trágico y negativo de lo español que tendrá un peso decisivo no sólo en la especulación ideológica sino en la propia realidad hispana. El espectro del pesimismo ha sido tan poderoso en nuestro devenir que difícilmente se puede asegurar que haya sido completamente superado, aunque la España actual sea muy diferente a la de hace unas décadas. También Azorín toca el tema de España en “La voluntad”:
“Yuste, mientras golpeaba su cajita de plata, ha pensado en las amarguras que afligen a España. Y ha dicho:
—Esto es irremediable, Azorín, si no se cambia todo... Y yo no sé qué es más bochornoso, si la iniquidad de los unos a la mansedumbre de los otros... Yo no soy patriota en el sentido estrecho, mezquino, del patriotismo... en el sentido romano... en el sentido de engrandecer mi patria a costa de las otras patrias... Pero yo que he vivido en nuestra historia, en nuestros héroes, en nuestros clásicos... yo que siento algo indefinible en las callejuelas de Toledo, o ante un retrato del Greco... u oyendo música de Victoria... yo me entristezco, me entristezco ante este rebajamiento, ante esta dispersión dolorosa del espíritu de aquella España... Yo no sé si será un espejismo del tiempo... a veces dudo... pero Cisneros, Teresa de Jesús, Theotocópuli, Berruguete, Hurtado de Mendoza... esos no han vuelto, no vuelven... Y las viejas nacionalidades se van disolviendo... perdiendo todo lo que tienen de pintoresco, trajes, costumbres, literatura, arte... para formar una gran masa humana, uniforme y monótona... Primero es la nivelación en un mismo país; después vendrá la nivelación internacional... Y es preciso... y es inevitable... y es triste. (Una pausa larga.) De la antigua Yecla vieja, ¿qué queda? Ya las pintorescas espeteras colgadas en los zaguanes, van desapareciendo... ya el ramo antiguo, las azucenas y las rosas de hierro forjado se han convertido en un soporte sin valor artístico... Y este soporte fabricado mecánicamente, que viene a sustituir una graciosa obra de forja, es el símbolo del industrialismo inexorable, que se extiende, que lo invade todo, que lo unifica todo, y hace la vida igual en todas partes... Sí, sí, es preciso... y es triste.
Yuste calla; después vuelve a su tema inicial:
—Yo veo que todos hablamos de regeneración... que todos queremos que España sea un pueblo culto y laborioso... pero no pasamos de estos deseos platónicos... ¡Hay que marchar! Y no se marcha... los viejos son escépticos... los jóvenes no quieren ser románticos... El romanticismo era, en cierto modo, el odio, el desprecio al dinero... y ahora es preciso enriquecerse a toda costa... y para eso no hay como la política... y la política ha dejado de ser romanticismo para ser una industria, una cosa que produce dinero, como la fabricación de tejidos, de chocolates ó de cualquier otro producto... Todos clamamos por un renacimiento y todos nos sentimos amarrados en esta urdimbre de falseamientos...”
“La voluntad” se titula precisamente una novela primeriza de José Martínez Ruiz (el luego famoso Azorín), aunque trata paradójicamente de la ausencia de ella. Unas coplillas de la época, con el significativo título de Cansera, reflejan ese cansancio vital, conducente al hastío: «Por esa sendica se fue la alegría, / por esa sendica vinieron las penas... / No te canses, que no me remuevo; / anda tú, si quieres, y éjame que duerma, / a ver si es pa siempre... ¡Si no me espertara!... / ¡Tengo una cansera!...».
En “La voluntad”, 1902, predomina lo dionisíaco y se desemboca en la resignación, en la ataraxia, en la apatía de la aceptación de la voluntad de vivir de Schopenhauer. “Todo es la imagen –piensa-, y como el mundo es nuestra representación, la vida apagada de una monja es tan intensa como la vida tumultuosa de un gran industrial norteamericano.” Acaba victoriosa la Voluntad de vivir de Schopenhauer, esa fuerza irracional, ciega, sustancia y noúmeno del universo que es inconsciente sobre la voluntad de poder de Nietzsche, el pesimismo trágico de los fuertes.
En “Antonio Azorín”, 1903, Se contrapone el pesimismo de Schopenhauer al vitalismo de Nietzsche, la rebeldía del yo frente al ambiente. “Se habla de la tristeza española, y se habla con razón”. Más adelante se habla de la fugacidad de todo: “-Azorín, todo es perecedero acá en la tierra, y la belleza es tan contingente y deleznable como todo… La vida es movimiento, cambio transformación.”
“Nietzsche, Schopenhauer, Stirner –dice el obispo- son los bellos libros de caballerías de hogaño.”
En “Las confesiones de un pequeño filósofo”, 1904, predomina la resignación, la melancolía, el estoicismo.
Bien es verdad que en esto de acuñar vocablos abúlicos, describir entornos deprimentes, pergeñar ambientes sórdidos o dibujar ánimos desfallecientes, los literatos, pintores e intelectuales tradicionalmente asociados al 98 resultaron ser unos consumados maestros. Pocos podrían disputar al mencionado Azorín la primacía en la descripción poética del interior peninsular, esos campos áridos, esos pueblos terrosos y esa gente enlutada que, como estatuas, dan testimonio de que el tiempo aquí se ha detenido. No se queda atrás el primer Baroja, el de la trilogía de la Lucha por la vida, consumado artista en una estética de lo sombrío que halla su complemento en los dibujos y grabados de su hermano Ricardo: arrabales míseros, desolación y presencia pertinaz de la muerte.
Unamuno, sin dejar de mirar de soslayo hacia fuera, interiorizará ese ambiente en el «sentimiento trágico de la vida», del mismo modo que Antonio Machado, escarbando en el corazón hispano, encontrará una España despiadada, cainita, feroz. En el fondo, el mismo país, la España negra —negra de pobreza, luto, dolor y muerte— que pintará y recreará Darío de Regoyos, luego continuado por la paleta ocre de Zuloaga. En todos esos casos la inicial intención crítica termina desembocando en una sospechosa recreación de tintes masoquistas. Parece que no se trata tanto de denunciar males con la esperanza de superarlos cuanto de regodearse en una situación que pronto se perfi la con caracteres de irremediable. España, dirá Unamuno, es un convento, un cuartel, un manicomio, un inmenso cementerio... España, sostendrá Ganivet con una contundencia que nos redime de más glosas, «es una nación absurda y metafísicamente imposible, y el absurdo es su nervio y su principal sostén. Su cordura será la señal de su acabamiento» . Más adelante recientemente, se dirá que España es un estado fallido.
Todo es malo. Todo está mal. Del pasado esplendor —si es que lo hubo— nada permanece. A lo sumo, la sombra ominosa del ocaso, esa decadencia de siglos que ahora se proyecta en un presente mísero, haciendo con su recuerdo más amarga una postración de la que no se puede —¿o no se quiere?— salir. De ahí que se insista tanto en las metáforas biológicas, siempre con propensión a definir un estado terminal: enfermedad, tumor, cirujano, agonía, estertores, muerte... Es verdad que no son pocos los que hablan de regeneración, pero después de demorarse tanto en la descripción de los males que se asemejan más a agoreros que a sanadores. El contraste entre los males diagnosticados y la falta de iniciativas lleva a algunos a la desmesura, pasando directamente del papel de profetas tronantes a la pura desesperación. El caso de Joaquín Costa es ciertamente representativo de esta tendencia. De una u otra forma el debate público se aproxima peligrosamente al nihilismo, pues las soluciones quedan eclipsadas por el tono apocalíptico que termina imponiéndose. Lo que primariamente queda por tanto es un cuerpo muerto, el cadáver nacional. Algunos apuntan a que ya ni merece la pena hacerle la autopsia.
La realidad nacional como esperpento
Conviene subrayar que esta literatura catastrofista no se circunscribe al 98 o al inmediato regeneracionismo, como a veces suele afirmarse. El pesimismo es una constante de la literatura española.
Tantos desastres conforman necesariamente una disposición que no puede llamarse de otra manera que derrotismo. La moral de la derrota fue un famoso título regeneracionista , pero según avanza el siglo parece que la derrota se vive, más que como una referencia puntual, como un destino. Y como a perro flaco todo se le hacen pulgas, al cuerpo nacional ya le salen los enemigos en el propio suelo peninsular en forma de particularismos o regionalismos que, en algunos casos, no esconden una clara voluntad secesionista. Aunque Valentí Almirall no era de éstos, en algunas de sus obras no se recata en señalar que el problema de España se llama Castilla y el lastre de los pueblos peninsulares no es otro que el espíritu castellano. El genio castellano se ha agotado, asegura por su parte Joan Maragall . Y en Pompeyo Gener se llega a la descalificación racista del español, entendido como castellano, porque hay en él «demasiada sangre semítica y bereber». Es el comienzo del separatismo dialectal catalán que representa a las viejas familias catalanas de siempre y a sus intereses de explotar a España como una colonia, que Cataluña ejerza un colonialismo depredador sobre el resto de España. España, dice, desde el Ebro para abajo, no es más que un revoltijo de «toros, toreros, chulos, majos, cantos guturales monótonos y fúnebres, repiqueteos de pies y contorsiones erótico-epilépticas, bailes dignos de los Cándalas de la India, castañuelas, guitarras, palabras, costumbres y actos de los gitanos» .
Con tales salidas de tono no es extraño que desde la orilla ideológica opuesta se llame a rebato diciendo que el cuerpo nacional está gangrenado y hay peligro de que surjan nuevas Cubas en el propio territorio peninsular y tenían toda la razón por lo que se ve ahora con absoluta claridad. Para determinados sectores conservadores, no es que España sea ya el gran enfermo europeo, como en su día lo fue el imperio turco: es que corre el riesgo de desintegrarse y, al cabo, desaparecer a manos de otras potencias. Es lo que ocurre con el Régimen de 1978 actualmente en vigor. Somos un estado intervenido y no soberano.
El fracaso de España
Como puede apreciarse, la concatenación de acontecimientos es cualquier cosa menos casual. Más aún, la imbricación entre las estimaciones negativas y la propia deriva hacia el abismo muestra hasta qué punto se alimentaban recíprocamente las actitudes pesimistas y los eventos desgraciados conformando una dinámica maldita de frustraciones y descalabros. Por eso incurren en una simplifi cación inaceptable los que quieren trazar una férrea línea divisoria entre hechos y opiniones, desconociendo la permeabilidad entre unos y otras. Todo esto tiene mucho que ver con la siituación política real de España desde el siglo XIX hasta ahora.
viernes, 23 de mayo de 2025
La parresía
Foucault habla de la parresía en su último curso para el Collège de France, que impartió poco antes de morir de sida. En la Grecia Antigua, el «hablar franco» era conocido como parrhesía, y aquel que decía la verdad era denominado parresiasta (parrhesiastés). El estudio pormenorizado de este fenómeno es verdaderamente iluminador, particularmente en los tiempos que corren, en los que la censura y la cultura de la cancelación cuentan con un nuevo protagonismo.
Escuchemos lo que Michel Foucault tiene que decir sobre la parresía: «Es etimológicamente la actividad consistente en decirlo todo: pan rhema. El parrhesiastés es el que dice todo… Demóstenes dice: es necesario hablar con parresía, sin retroceder ante nada». Pero hay que decir que, tanto en la Antigüedad griega como en la actualidad, la parrhesía es siempre considerada como algo peligroso para quien la ejerce, pues «no solo arriesga la relación establecida entre quien habla y la persona a quien se dirige la verdad, sino que, en última instancia, hace peligrar la existencia misma del que habla, al menos si su interlocutor tiene algún poder sobre él y no puede tolerar la verdad que se le dice. Aristóteles indica muy bien este lazo entre la parrhesía y el coraje cuando, en La ética a Nicómaco, vincula lo que llama megalopsykhía (magnanimidad) a la práctica de aquella».
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