Al asesino se le mata por amor. Por amor a él mismo, desdichada criatura digna de lástima y compasión y por amor a los demás, heridos y calumniados por el mero hecho de que el asesino siga aún con vida. Por eso creo que es preciso darle la razón a Joseph de Maistre al ensalzar las virtudes del verdugo y la sublimidad del verdugo. El castigo es fundamental. Si no hay castigo, no hay crimen. No pasa nada entonces.
Los terroristas separatistas vascongados de la ETA merecen la muerte por varias razones: 1. Por razón de Estado, por los arcana imperii. Todo enemigo del Estado merece la muerte. Hay que garantizar la paz pública y eso pasa por la eliminación de los terroristas etarras. El Estado es incompatible con los que quieren su destrucción. 2. Por razones éticas. El etarra es una persona de grado cero y se le mata por compasión si sufre por sus crímenes horrendos. Nosotros podemos facilitarle la muerte por suicidio o matarlo nosotros mismos por compasión. 3. Por razones morales, la sociedad tiene que matarlo al asesino etarra para no envilecerse por el relativismo moral que anida en las teorías de la reinserción y el arrepentimiento psicológico. La pena de muerte constituye un formidable valladar para evitar que nos de todo igual.
El verdadero arrepentimiento es la muerte. No puede haber arrepentimiento psicológico ni perdón. Lo hecho, hecho está y el asesino tiene que afrontar la muerte. Por eso resulta indecente organizar encuentros entre asesinos y víctimas de ellos. Ya el hecho de que sigan aún vivos los asesinos constituye un verdadero envilecimiento de la sociedad española. Si encima las víctimas se prestan a este juego de ecualización víctima=verdugo y por lo tanto de trivialización de los crímenes y asesinatos de la ETA, entonces podemos decir que la sociedad española se ha envilecido hasta extremos inimaginables hace tan sólo unos años.
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