Uno de los factores que me influyeron para que yo dejara de ser progresista o comunista o que anduviera en esa zona de influencia socialfascista o filocomunista fue sencillamente el conocer cómo eran los hombres y mujeres que compartían conmigo esa concepción del mundo. En vez de regirse supuestamente por las ideas de libertad, tolerancia, dialéctica, lucha ideológica, etc., descubrí que eran simplemente unos malandrines que no ejercitaban nunca los principios que proclamaban y que decían compartir. Egoístas, individualistas, hipócritas, estafadores. Descubrí sencillamente que los progresistas eran gente mala que no creían en la libertad ni en la individual, ni en la ideológica, ni en la de cátedra, ni en la de expresión. Estaban movidos por el mito de la izquierda que consistía en que ellos etiquetaban al discrepante como de derechas. Derechas significaba algo maligno que había que combatit y exterminar y entonces se ponían a ejecutar tal tarea a discreción y con apasionamiento. Ni creían en la discusión, ni en la argumentación, ni en la verdad, ni en la objetividad, ni en la coherencia.
Me dí cuenta de que la amistad con tales individuos era imposible. Ponían siempre por delante su posición ideológica y en segundo lugar la moral y la ética. La honradez era algo limitado y privado, nunca algo trascendente en su vida.
Una vez que constaté en mis propias carnes la importancia de la lucha ideológica con ellos, luchadores ideológicos sin ideología, puesto que la cambiaban según cambiaba la línea editorial de EL PAIS o del PSOE, advertí que lo mejor era alejarse de ellos. Eran simplemente gente mala que habían sido dominados y estaban dominados por el fanatismo y la demagogia y esto aun cuando fueran presuntamente sesudos profesores.
Vamos, que la gente progresista son sencillamente gente mala.
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