viernes, 5 de octubre de 2018

El concepto de naturaleza en la física teleológica


El concepto de naturaleza en la física teleológica.

 El término “teleología” fue empleado por Wolff (Philosophia rationalis sive lógica, III, parágrafo 85) para designar la parte de la filosofía natural que explica los fines (telos=fin) de las cosas, a diferencia de la parte de la filosofía natural que se ocupa de las causas de las cosas. Según  afirma Georg Henrik von Wright, en la historia de las ideas cabe distinguir dos tradiciones importantes, que difieren en el planteamiento de las condiciones que tiene que satisfacer una explicación que se pretenda como científicamente respetable. Una de ellas es la aristotélica, la otra es la galileana. Y Hegel puede ser considerado un filósofo teleológico. Hegel se considerará a sí mismo como un seguidor de Aristóteles. Para Hegel, como para Aristóteles, la idea de ley es primordialmente la de una conexión intrínseca que ha de ser aprehendida por comprensión reflexiva, no la de una generalización inductiva establecida por observación y experimentación. Para ambos filósofos, la explicación consiste en procurar que los fenómenos sean inteligibles teleológicamente, más  bien que en determinar su predecibilidad a partir del conocimiento de sus causas eficientes.

La Physis para Aristóteles hace referencia al crecimiento, nacimiento, corrupción, muerte, movimiento. La naturaleza es el elemento primero, informe e inmutable desde su propia potencia, del cual nace alguno de los entes naturales. La physis es el principio de los seres que tienen en sí mismos el origen de su movimiento y reposo, nacimiento y muerte. La physis es materia. La physis es la esencia, la substancia. La physis es la forma. La physis es potencia y la physis es acto. La substancia de los entes naturales recibe el nombre de physis.

No sólo es physis la materia prima, sino también la substancia, el género y la especie. Hay una materia prima pura y hay una materia pura derivada o materia secunda. La physis es telos,  la forma, eidos, el fin de la generación. Toda substancia es naturaleza a causa de la physis. La naturaleza primera y propiamente dicha es la substancia de las cosas que tienen en sí mismas el principio del movimiento y del reposo en cuanto tales; la materia se llama naturaleza porque es susceptible de recibir este principio y las generaciones y el crecimiento.

En Aristóteles la substancia sensible va a ser explicada de acuerdo con lo que se establecerá en tanto materia, forma y privación. Son los principios del ente físico en cuanto que son causas del ser de la substancia sensible como autoidentificación de ella. Ello es por la funcionalidad específica e íntima de tales principios. En otras palabras, el ente físico es necesariamente ente móvil porque sus principios hacen posible esa movilidad esencial y dan cuenta de la misma fehacientemente. Y, al mismo tiempo, esos principios pertenecen a la substancia sensible en el aspecto consecuente del anterior, de que son causa de la inteligibilidad de esa substancia para el entendimiento. Lo universal de la substancia sensible es lo que está dado en todos y cada uno de los entes físico-naturales; esto es, el dato del movimiento.

 Los principios son lo primero desde lo que algo es o se hace o se conoce. El principio es un factor explicativo de lo que es, de lo que hay. Los principios no son sólo principios del ser que deviene esencialmente, sino también principios de la cognoscibilidad del ente. Los principios señalan ese doble plano considerado, el del ser y el del conocer pues todas las causas son principios. Los principios serán causas del ente, de su devenir y de su cognoscibilidad.

La teleología es una pauta integradora de las funciones de las demás causas –exceptuando la causa material, a la que no se le asignará un papel demasiado decisivo.

El fin quedará como principio esencial y fundamental de la explicación científica del movimiento y con él de la substancia sensible. La finalidad llevará consigo de esta forma la razón de ser del movimiento y del cambio, y todos los fenómenos físico-naturales encontrarán su inteligibilidad a través de la teleología, aún aquellos en donde esa teleología natural no quede cumplida de manera completa, tal es la fuerza del principio teleológico desde el punto de vista epistémico.

Aristóteles no sólo mostrará a la causa final como principio fundamental del devenir, sino que insistirá en repetidas ocasiones acerca de su valor cognoscitivo, como idea regulativa, como programa de investigación científica, debido a su intrínseca funcionalidad epistemológica. La teleología tiene una gran fecundidad explicativa por lo cual los fenómenos de la naturaleza se hacen inteligibles científicamente.

La teleología resulta ser la responsable de la regularidad y del orden observables en el mundo físico. Todos los fenómenos físico-naturales tienen su razón de ser en la teleología. La naturaleza se identifica como movimiento y como cambio, el ente físico-natural es el ente móvil. Libro II phys. Cap. VIII. Se establece así la primacía ontológica y epistemológica –en este orden- del principio finalista. Todas las causas –salvo la material- se relacionan en la causa final, se subsumen en la causa final.

Todos los entes naturales están sometidos al movimiento y al cambio. Hay tres principios constitutivos del devenir o de la substancia sensible, materia, forma y privación.

El primer principio es el substrato permanente como tal substrato. Es el principio material, factor último subyacente al cambio mismo, esto es, la materia (hyle).

El segundo principio es la forma, respondería de la nueva cualidad obtenida, de hecho, sería aquello que definiría el cambio, ya que éste se detectaría por la aparición de ese componente nuevo, de ahí la importancia intrínseca que posee este elemento, la forma (morphé, eidos), la cual, en el libro II de la Física, va a adquirir un lugar preponderante fruto precisamente de que el cambio será siempre un llegar a ser esa forma, un dirigirse a ella, con lo que va a señalar el sentido del proceso y, consecuentemente se habrá de enlazar íntimamente con la teleología.

El tercer principio es la privación (stéresis) de la forma. Es lo opuesto a la forma nueva que se va a adquirir en el proceso.

De esta manera se explican los tres principios clásicos del devenir en el pensamiento aristotélico.

La naturaleza es un principio y causa del movimiento y de reposo de los entes en los que está de manera esencial (Kath´autó) y no por accidente (Kata symbebekós). El movimiento de los entes naturales se debe a la existencia de un principio interno esencial al ente.

Es la forma la que tiene la primacía completa. La forma resulta ser una superior entidad ontológica porque el acto tiene prioridad sobre la potencia, pues si la materia es fundamentalmente potencialidad y la forma lleva consigo la actualidad real de una potencialidad, está claro que lo que la naturaleza sea ha de estar conectado con lo que es realmente en acto y no con una simple posibilidad de ser y de llegar a ser ese acto.

La physis es la forma que reside en las cosas dichas naturales en tanto que principio de movimiento sin ser separable de las cosas mismas a no ser mediante distinción de razón, conceptual. La physis es la physis con la forma. Además la physis es acto, la forma es acto. Es hacia la forma hacia donde se dirige el cambio, y la materia no es nada más que un simple soporte o substrato que se conoce y se define por su relación a la forma. Es esta el principio nuclear del devenir, porque apunta directamente a la esencia de la cosa, nos dice qué es la cosa, es fundamentalmente eidos, lo cual no es sino una consecuencia directa de la actualidad que la caracteriza frente a la potencialidad de la materia.

La naturaleza es fin, telos. En el arte los materiales se disponen en orden a conseguir un objetivo preciso que es la forma del objeto o estructura concreta a realizar, de manera paralela el movimiento es un medio para conseguir la forma deseada en las cosas naturales, la cual entonces se convierte en fin. La única diferencia es que en el arte existen dos factores, de una parte el artesano conoce la estructura que ha de realizar, o sea, la forma, que sirve igualmente de fin explícito del proceso constructivo; y, de otro lado los operarios que hacen acopio de los materiales adecuados por sus caracteres concretos en tanto que materiales, estos entonces no conocen la forma-fin sino que se dirigen a escoger el material entre tal en cuanto tal.  Por el contrario, en los procesos naturales la misma naturaleza cumple ambos cometidos siendo inmanentes así el fin y los materiales adecuados al proceso hacia el fin. La aparición del fin se articula como una razón más a favor de la primacía de la forma, la cual se asimila al fin.

Según Aristóteles la causa final, (telos to oú heneka) es un propósito mediante el cual se inicia y lleva a cabo el movimiento y el cambio, operando todos los factores intermedios del mismo según los dictados de esta última causa.

Aristóteles declara que todas las posibles causas que hay que señalar en un objeto o proceso se reducen a cuatro causas, pero la causa final es la que tiene la primacía y está por encima de las demás puesto que es lo mejor que se puede obtener para dicho proceso u objeto. Se está justificando así la importancia del fin desde un plano metafísico poniéndolo en conexión directa con el grado de perfección óntica de la substancia de la que se trate.

La esencia de una cosa es su propio fin. El fin es la forma. El fin define a la cosa. La physis, como causa de los fenómenos naturales debe ser entendida teleológicamente. Hay teleología porque hay permanencia de los tipos en la generación de los animales; toda especie animal conserva sus caracteres fundamentales en los individuos particulares y esta constancia indica que la génesis de éstos parece estar conducida hacia un fin concreto como es la realización de la forma que define la esencia del individuo perteneciente al grupo, todo el desarrollo del embrión viene condicionado por esta necesidad de los principios de responder necesariamente a su fin que es la especie, de ahí que p. ej., no haya dos de éstas que sean idénticas.

Aristóteles nos da tres argumentos a favor de la finalidad:

Primero. Constancia general de los fenómenos.

Segundo. En los procesos naturales parece existir un término último al que sirven los estadios intermedios del devenir, los cuales operan en vistas a él. La causa eficiente siempre actúa según el dictado de la causa final, la cual nuevamente resulta ser la responsable del proceso.

Tercero. Argumento de la complejidad estructural de los seres vivientes, o sea, la relación entre las partes homogéneas y las heterogéneas, que se hace objeto de estudio en los escritos físico-biológicos. Para Aristóteles, la única forma plausible de dar razón de la cuestión es suponer la existencia del principio teleológico que ordena la génesis específica de esas partes heterogéneas dirigiendo el proceso y tomando como punto de partida la causa material de las partes uniformes.

Es la complejidad estructural de los seres vivos la que hace indispensable la existencia de la teleología como pauta epistémica de comprensión. La finalidad tiene carácter inmanente.

Según Nicolai Hartmann el análisis aristotélico de la finalidad era a la postre, incompleto, porque efectivamente no resolvía el problema planteado de la necesidad de deliberación en paralelismo con la producción artificial o, lo que viene a ser lo mismo, el problema de la preexistencia del fin.

En la naturaleza hay finalidad, pero la teleología no precisa de la conciencia deliberativa, pues la physis es un principio interno de movimiento dirigido por la causa final, y al mismo tiempo al ser interno, es un principio intrínseco al ente donde está esencialmente y no accidentalmente. La naturaleza es un principio que está en la cosa misma. Por ello, la teleología tiene la condición de universal en las cosas naturales de las que se predica, de acuerdo con la definición universal., esto es, la forma.

La causa final pertenece a la esencia de la cosa y es intrínseca a la naturaleza misma. La teleología es inmanente a la naturaleza y por ello no hace falta voluntad deliberativa: el agente y el paciente son uno y lo mismo. La naturaleza es agente y paciente de sí misma a la vez. La naturaleza es objeto y sujeto del fin de sí misma. La naturaleza no necesita de nada más que ella misma para producir teleológicamente sus efectos. El fin es sujeto y objeto en la naturaleza y por ello hay necesidad en la naturaleza.

Los entes físicos son las substancias afectadas por el movimiento en forma continua debido a un principio intrínseco que hay en ellas mismas y que las mueve hacia un determinado fin. La physis es así, un fin inmanente. Por ello, opera y actúa siempre en vista de un objetivo, y este fin es en resumidas cuentas la propia naturaleza por la forma y al final por un principio intrínseco de naturaleza teleológica. La physis es de este modo un fin inmanente en sí misma considerada, o sea, opera y actúa siempre en vista a un obejtivo y este fin es la propia naturaleza, la cual vuelve sobre sí misma en todas y en cada una de sus operaciones: la inmanencia implica un proceso que se cierra intrínsecamente sobre sí mismo.

Si el fin es inmanente, y la forma es el fin, la forma es inmanente en la naturaleza. La forma entonces es inmanente, pues el fin también lo es, no hay otra salida entonces que afirmar la permanencia habitual de la forma.

La forma es ingenerable. La naturaleza es un principio que se da en los seres per se y no per accidens, la teleología entonces necesariamente ha de tener carácter inmanente, y al mismo tiempo, por esta cualidad la preexistencia de la forma, su ingenerabilidad y perennidad se hacen patentes.

La teleología reside de forma esencial y no accidental, en la substancia móvil, y al inscribirse de esta manera substancial como principio, ha de responder a las exigencias esenciales de la naturaleza, de lo que debe realizar por sí y en cuanto tal esa substancia afectada por el cambio y el movimiento. Ahora bien, para Aristóteles la realización concreta de esas exigencias esenciales constituye un bien en sí mismo, en cuanto constituyen actualización fidedigna de potencialidades contenidas en la índole de ese ser físico concreto, y el ser en acto es obviamente superior al ser en potencia desde el punto de vista jerárquico.

Libro III, cap. I. Phys. El movimiento queda definido como la actualización del ser en potencia en tanto que está en potencia. Esto significa que la teleología se identifica como la responsable, la causa, de que lo que estaba en potencia tenga realidad en acto, o sea, pase al orden del ser y del existir y obviamente el ser en acto es un bien por su carácter de acto frente a la imperfección del ser en potencia en cuanto simple posibilidad del ser.

La causa final es un bien. Se debe destacar el dato de que el principio teleológico lleva inherente el carácter de bien debido a su inmanencia. Siendo el fin inmanente las características que se alcancen debido al resultado del proceso de devenir vendrán requeridas por la propia naturaleza del ser afectado por el proceso, esto es, se inscribirán en su misma esencia sea de manera absoluta o de modo relativo como en el cambio de cantidad o cualidad, las cuales no obstante están conectadas de una u otra manera con la permanencia del ser en sí mismo, o sea, con su acto, esencia o forma.

La potencia persigue como finalidad la forma –acto en el proceso mismo del devenir- y ello se contiene en la noción misma de potencialidad. La potencia implica así finalidad hacia la forma y el acto. De este modo, pues, la misma estructura de potencia y acto en cuanto al cambio y al movimiento es comprendida a través de ella, trae como consecuencia la necesidad de un telos, un fin, el cual no es otro que la forma misma, que es la razón de ser del proceso. Se comprende así que Aristóteles identifique las causas formal y final, ya que la forma es el fin al que ha tenido que tender el proceso de actualización de lo potencial como tal, que es lo que constituye la esencia del movimiento. La teleología así se ve conducida en último término a la relación del acto y la potencia, es decir, se incluye como consecuencia implícita de la estructura metafísica fundamental que el filósofo concibe para la explicación de la constitución del ser.

El telos se halla contenido en la misma estructura de potencia y acto por la que se caracteriza el cambio y el movimiento. La finalidad es así el telos, el acto y la forma. Por ello, la teleología está contenida implícitamente en la misma estructura de acto y potencia.

Teniendo en cuanta que la teleología es inmanente a los procesos naturales y que lo que cambia es un ente determinado, se comprende que el fin es algo interno a ese ente, que está contenido fundamentalmente en su naturaleza propia.

Ahora bien, normalmente este fin será lo que inducirá el proceso de movimiento dentro del ser mismo, lo que iniciará el paso de la potencialidad a la actualidad correspondiente, pero siendo inmanente el fin, será igualmente dicho fin como causa motriz. La teleología es inmanente porque la estructura acto-potencia es inherente y universal al ente concreto, constituye su modo de ser y de existir, ahora bien, en tanto en cuanto la finalidad se instrumentaliza como una consecuencia debida a esa estructura de acto y potencia, al ser ésta el modo de ser del objeto, esa finalidad en los entes naturales debe ser de la misma índole que aquélla, es decir, inmanente.

El fin será acto y por tanto, con prioridad ontológica sobre la potencia. El fin es un límite, un término, aquello que se da efectivamente en el modo de ser del mundo, en el mundo y en la naturaleza; aquello que hace que el ente concreto sea efectivamente tal y como es y además sea cognoscible, ya que la naturaleza material o materia prima es incognoscible, ya que no tiene forma inteligible. El fin, de este modo es la causa de la estructura del ente físico-natural, y al conferir límite y determinación proporciona inteligibilidad.

La causa final, el telos es un bien para el ente, porque naturalmente responde a su forma y a su esencia, a su propósito interno, a su progresivo desarrollo según la especie. El fin es lo mejor que se puede obtener en el cambio en cuanto referido a la estructura esencial del ente, y determina a todas las demás causas, convirtiéndose en lo fundamental y definitivo por esa relación. La naturaleza opera siempre en vistas a un bien. Este bien no puede ser otro que lo contenido en su forma, en su esencia, que caracteriza lo que es verdaderamente ese individuo determinado. La teleología tendrá tendencia por lo tanto a la realización de lo que el ser es por exigencias de su estructura intrínseca. El bien completo será la perseverancia en la existencia, por eso los procesos naturales, teleológicos tienden a ello. El fin es lo mejor, y todo proceso natural se realiza en vistas a lo mejor.

En gran medida entonces, el principio teleológico será razón fundamental de la unidad intrínseca del universo como un todo. La unidad general del universo y la naturaleza quedan entramados convenientemente en virtud del primer motor inmóvil y el movimiento derivado de él que opera por contacto. Parece sin embargo, que aquí Aristóteles se hubiera olvidado de la teleología. (Phys. Libro VIII).

La teleología es el centro fundamentalmente y la piedra de toque de la especulación aristotélica sobre la physis. Si el universo es un todo y ya sabemos que está compuesto de substancias determinadas y singulares, el principio fundamental de todas ellas será asimismo una substancia de la cual habrá de ocuparse el Filósofo en la Metafísica, Libro XII.

En el libro XII de la Metafísica se distinguen diversos tipos de substancias. Primera, la substancia sensible y móvil y corruptible. Segunda, la substancia sensible móvil y eterna. Tercera, no sensible, inmóvil y eterna. De las dos primeras se ocupa la física. De la tercera se ocupa la filosofía primera o teología.

La primera causa universal del movimiento es el acto puro, será aquello absolutamente en acto acabado y perfecto, principio metafísico último de todos los movimientos del universo y causa primera del Universo. Tiene que haber una substancia inmóvil que sea acto puro. La esencia metafísica de la primera causa es la de ser acto puro.

El primer motor mueve sin ser movido. Mueve como objeto de deseo, amable por sí mismo, por el mero hecho de existir. Es aquello hacia lo que tienden en su movimiento y en su determinado nivel las cosas que son movidas por ello. De igual manera se puede afirmar que mueve sin ser movido lo inteligible, puesto que el entendimiento es movido por lo inteligible. La substancia simple en acto es máximamente inteligible por sí misma. Será hacia lo cual tiende todo lo demás, como a su fin. El acto puro es causa final primordial. La substancia acto puro será lo máximamente inteligible y deseable, hacia lo cual tiende todo lo demás como a un fin.

El acto puro es el paradigma al que tienden todas las demás substancias porque el paradigma es lo sumamente perfecto. Produce movimiento por ser paradigma.

El movimiento circular del primer cielo es el efecto inmediato del primer motor, pues sólo tal movimiento local al ser el más perfecto posible y el primero entre todos los movimientos y cambios, puede por su perfección intrínseca dimanar del acto puro como ente perfecto sin potencialidad alguna. A partir de este primer movimiento se producen los demás por lo tanto, pero su propagación se hace por medio de los entes ya móviles por lo tanto, del primer motor acot puro “dependen (jertetai) el cielo y la naturaleza” Met. XII, 7, 1072 b 13-14. He aquí pues el último fundamento de la teleología natural. El acto puro mueve como causa final absoluta.

El primer motor es forma absoluta, es por ello, acto puro. Toda la existencia es un encaminarse teleológicamente hacia el que los seres consigan su forma completa con todas sus potencialidades actualizadas, ese es el ideal nunca alcanzado que se debe a esa finalidad universal dimanada desde el primer motor. Esto es lo que constituye la physis en tanto que principio interno del movimiento, el cual, como causa intrínseca lleva consigo necesariamente una teleología hacia la forma, el bien y la perfección esenciales, y todo ello no es más que una consecuencia de la estructura de acto y potencia así como del hecho de que el primer motor sea acto puro.

Aristóteles integra en su filosofía natural la causa eficiente y la causa final. La teleología natural aristotélica, de todos modos no es ompleta. Hay veces en las que el principio teleológico no obtiene sus metas específicas, fruto de ello son los monstruos y los órganos rudimentarios de algunos animales y plantas. Aquí interviene el azar o la causa eficiente. La teleología se ve obstaculizada por las causas material y eficiente. Aristóteles no parece querer admitir un determinismo absoluto en la physis.

Según Santo Tomás de Aquino “El fin no es a causa de otras cosas , sino otras cosas a causa del fin” (In lib. II Met., lect. 4 316). El fin es lo que explica el por qué, o mejor, el para qué opera la causa eficiente. Como escribió mucho después Wolff (Ontologia, parágrafo 932) “aquello por lo cual actúa la causa eficiente se llama fin, y también causa final”. El fin es propiamente la causa de la acción de la causa eficiente (op. cit. Parágrafo 933). Según Santo Tomás de Aquino todo movimiento de la potencia al acto está orientado a un fin, pues la acción significa siempre actuar por apetencia de un fin; de lo contrario, el efecto sería indeterminado, es decir, podría producirse de uno u otro modo. Santo Tomás no le concede a la causalidad eficiente una fuerza determinada y constante de determinación. La determinación final se realiza en los seres racionales de un modo autónomo, mediante la voluntad, y en los demás seres mediante el appetitus naturalis. El motor es aquí la forma inspirada por Dios –instrumental para él mismo- (cfr. Summa Theol. I-II 1. 1 a. 1 ad 12.)- Así, pues, todo ser finito, por ser potencia actualizada está orientado a él. (cfr. Ibíd.., I q. 2 a. 3 c). El hombre tiene en el universo la función de medio en orden a la realización del plan divino sobre el mundo. Toda la naturaleza agota su perfección en la gracia sobrenatural. Toda la creación, activada por el creador, tiende a él.

Para Manuel Kant es insuficiente la explicación causal de la naturaleza, ya que no se puede explicar suficientemente la naturaleza si no se plantea la pregunta sobre la finalidad de las cosas naturales. La finalidad, sin embargo, no es para Kant un principio constitutivo demostrable de la naturaleza fenoménica, sino una idea reguladora de la capacidad reflexiva del juicio.

Hegel considera que “El fin es el concepto que entra en una existencia libre, el concepto que es por sí, mediante la negación de la objetividad inmediata. Es determinado como subjetivo porque esta negación es primero abstracta, y por esto  también, en primer lugar, tiene la objetividad solamente frete a sí. Esta determinación de la subjetividad es, sin embargo, unilateral respecto a la totalidad del concepto mismo, porque toda determinación se ha puesto en él como superada. Así también el concepto presupuesto es, por sí mismo, solamente una realidad ideal, en sí nada. Siendo el fin esta contradicción de la identidad consigo respecto de la antítesis y de la negación puesta en él, él mismo es un negar la actividad de negar la antítesis de modo que se pone idéntica a sí misma. Esta es la realización del fin, en la cual, haciéndose otra  cosa que su subjetividad, y conquistando la objetividad, ha superado la diferencia de ambas, se ha unido sólo consigo mismo y se ha conservado.” Enciclopedia, parágrafo  204. El fin es verdaderamente, según Hegel, lo que es originario. Hegel es un finalista, pero finalista inmanente, como Aristóteles. Mediante la finalidad, al realizarse la finalidad, el fin “es puesto lo que era el concepto del fin, la unidad en sí de lo subjetivo y de lo objetivo, ahora subsistente por sí: la idea” (parágrafo 212 de la Enciclopedia.).

La naturaleza no contiene en sí misma el fin absoluto, es ella, en sí misma sólo un momento de la idea en su ser-otro. El concepto es en sí mismo inmanente a la naturaleza como ta. Hegel dice que “La naturaleza ha sido determinada como la idea en la forma del ser-otro (Anderssein). Como la idea es, de este modo, la negación de sí misma y exterior a sí, la naturaleza no es exterior sólo relativamente respecto a la idea (y respecto a la existencia subjetiva de la idea, el espíritu), sino que la exterioridad constituye la determinación, en la cual ella es como naturaleza”. Enciclopedia, parágrafo 247. En una filosofía teleológico-idealista de la Idea Absoluta “Hay que considerar a la naturaleza como un sistema de grados, cada uno de los cuales sale del otro necesariamente y es la próxima verdad de aquél del que resulta, no ya en el sentido de que el uno sea producido por el otro naturalmente, sino en el sentido de que es así producido en la íntima idea que constituye la razón de la naturaleza”. Enciclopedia, parágrafo 249. La naturaleza es un todo viviente: “La naturaleza es en sí un todo viviente y el movimiento a través de la serie de grados consiste, más precisamente, en el ponerse la idea como lo que ella es en sí, o lo que es lo mismo: la idea de su inmediatividad y exterioridad, que es la muerte, vuelve a sí para ser primeramente lo vivo, y luego supera también esta determinación, en la cual es solamente vida y se produce en la existencia del espíritu, que es la verdad y el objeto final de la naturaleza, y es la verdadera realidad de la idea”, parágrafo 251.

Driesch defiende la idea de finalidad total, holista. Bergson en cambio rechaza tanto el finalismo como el mecanicismo, pues ambos son a su entender, manifestaciones de una concepción de la realidad según la cual ésta se Halla ya enteramente dada: o por el pasado (mecanicismo) o por el futuro (finalismo). Su única ventaja (la del finalismo) es que no es una doctrina rígida y, por lo tanto, admite correcciones; por eso no puede refutarse definitivamente. El teleologísmo es determinista: las cosas se hallan determinadas desde el fin.

Nicolai Hartmann, concibe la finalidad como una categoría del entendimiento (a diferencia de la causalidad, que es una categoría real de los acontecimientos naturales). La finalidad se contrapone no sólo al nexo causal, sino también a la acción recíproca, a la determinación actual y a la determinación por el todo. Este es el motivo por el cual el pensar teleológico o pensar según los fines es un modo de pensar último –una concepción del mundo.- El finalismo supone, en efecto, que en la causa reside un fin (como decía claramente Lotze). Nicolai Hartmann percibe asimismo el entrecruzamiento de la noción de fin en diversas esferas cuando distingue entre varias nociones de finalidad, principalmente las dos mencionadas antes y que parecen seguir siendo las fundamentales; la finalidad como causa final (objeto de la ontología) y la finalidad como propósito de un agente (tema de la ética). En efecto, N. Hartmann distingue varios actos en el nexo final: (1) la posibilidad del fin en la conciencia; (2) la selección del fin por medio de la conciencia; (3) la realización de la serie de los medios fuera de la conciencia.  (1) es primordialmente un concepto ontológico; (2) y (3) son conceptos éticos.

En su obra Teleologisches Denken (1955, Ontología, V y en su . Teoría especial de las categorías, 1963) Nicolai Hartmann mantiene que la forma de pensar teleológica es una categoría –si bien una categoría híbrida- que, de modo similar a la idea de substancia, puede, o tiende a penetrar dondequiera en un sistema ontológico. No siendo unívoca la categoría del pensar teleológico, conviene distinguir, afirma Hartmann, entre tres formas.

1.    La teleología de los procesos, tal como se manifiesta en Aristóteles. Tal teleología intenta responder a la pregunta ¿Para qué?, un para qué interno que se supone que pertenece a la esencia.

2.    La teleología de las formas o tipos, orgánicas o inorgánicas. Tal teleología estima que hay una jerarquía de formas y que unas formas son superiores a otras.

3.    La teleología del todo, la cual concibe el mundo como un Absoluto, como una unidad informante, creadora; en suma, como un principio de todo movimiento.

La primera es la forma fundamental, pues se refiere a la estructura causal del mudno. La segunda y la tercera son muchas veces mero producto de la fantasía. Nicolai Hartmann ha pretendido averiguar, además, qué motivos impulsan a la conciencia a adoptar un pensar teleológico. Son cuatro, a) la condicionalidad histórica de nuestro pensar. Es la tradición teleológica, b) los supuestos del pensar ingenuo (el interés por el para qué); c) los supuestos del pensar científico (regularidad de los fenómenos, y especialmente de los organismos, exigencias ocasionales del método); d) los supuestos metafísicos populares (orden divino, panteísmo, teodicea) y filosóficos-especulativos.

 

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