miércoles, 23 de marzo de 2016

Antropología


    Disponiendo como dispongo de poco tiempo, quisiera modestamente articular los fenómenos paleoantropológicos, las ideas filosóficas del materialismo filosófico y sus teorías antropológicas en particular. Se trata de reflexionar sobre la Idea de Hombre.
1. Sobre la Idea de Hombre.      
Está claro que el homo neanderthalensis no es un antepasado nuestro. Fue más bien un ensayo fallido de hombre. Fue un fenómeno zoológico paralelo al del homo sapiens. Creo que lo que caracteriza al hombre es el uso del lenguaje articulado y que el homo neanderthalensis es hombre sólo por analogía con el hombre moderno. Ya el que el homo neanderthalensis fue alalo, eso precisamente le diferencia radicalmente de nosotros.
Podríamos decir con Gustavo Bueno que el ser originario del hombre consiste en un deber ser. La praxis del hombre es normativa. La norma es una rutina operatoria victoriosa. La conducta normada es lo que diferencia entre otras cosas a los hombres del resto de los animales. Esta conducta normada  implica el lenguaje fonético articulado. Las conductas normadas (ceremonias) son algo más que rituales zoológicos;  implican mitos construidos con palabras. Las normas son en el plano de los fenómenos antropológicos algo parecido a las leyes en el ámbito de las ciencias físicas o naturales.
Sería conveniente distinguir entre lo que es propio del hombre, en cuanto es específicamente humano, y lo que es propio del hombre, en cuanto es más que humano, o si se prefiere menos que humano. Veamos pues un caso o ejemplo: Algunos eruditos paleoantropólogos interpretaron los cráneos y los huesos neandertalenses del depósito de Krapina como reliquias de una batalla tras la cual los vencedores (acaso bandas de hombres modernos, homo sapiens) se habrían comido a sus enemigos: los cráneos y huesos de Krapina serían los restos de un festín. ¿Se trata de un episodio humano o más bien de un episodio de la prehistoria del hombre? Sabemos que hay hombres que cometen crímenes horrendos, que practican el incesto y la antropofagia. Sabemos que hay hombres que han construido y puesto en funcionamiento campos de exterminio como Dachau o Auschwitz. Estos hechos suscitan siempre la misma cuestión moral, antropológica, práctica: ¿son hombres (humanos, es decir, primates que realizan actos humanos y no meros actos del hombre para utilizar la distinción escolástica realmente quienes practican actos tan bestiales? ¿Acaso no han dejado de serlo por el mero hecho de cometerlos?
La pregunta ¿Puede un hombre dejar de ser hombre en el momento en que comete actos bestiales?, se transforma al estudiar la Prehistoria en esta otra: ¿Eran ya hombres los contendientes de la batalla de Krapina? Es decir, ¿Se trataba de una batalla o de un episodio de caza entre bandas de homínidos (de protohombres, de hombres primtivos, es decir, no hombres todavía?. Habitualmente los protagonistas de Krapina suelen ser considerados como hombres por los prehistoriadores. Lo mismo podría decirse acerca del Homo Erectus y acerca del Australopithecus. La cuestión se resuelve por vía taxonómica porfiriana (linneana).
Cuando la taxonomía se mantiene en el terreno de la anatomía estricta nada hay que objetar. Pero cuando se introducen criterios no anatómicos (lenguaje, uso de herramientas, o sencillamente, la diferencia específica de Linneo, sapiens) la taxonomía biológica se vuelve metafísica y confusa. ¿Acaso el uso de instrumentos, la inteligencia, el uso del fuego, los sistemas de parentesco son criterios suficientes para hablar de “Hombre”? ¿No está ocurriendo aquí acaso que estamos considerando a los hombres a los homínidos que utilizan el fuego y no a los monos antropomorfos que no lo utilizan? ¿Es que no caben formas intermedias? Es decir, los homínidos no serían primates meramente, sin embargo no serían aún hombres. Si utilizamos la dicotomía hombres/no-hombres, esto resulta difícil. Tanto como intercalar un número entre el 99 y el 100. Sin embargo, es imprescindible acostumbrarse a pensar en la realidad de formas no humanas, que, no obstante, tampoco son monos, porque tienen una organización cultural, una cultura lítica. No es la cultura el criterio riguroso para diferenciar al hombre de las demás especies animales. Recurrir a hablar de proto-hombres o de formas prehistóricas sirve para salir del paso, pero es peligroso porque nos inclina a pensar de forma teleológica y nos sugiere que tales formas carecen de estructura propia, como si fueran meras formas de transición hacia el hombre.
Hablar de “hombre primitivo” es lógicamente inaceptable, porque ella equivale al anacronismo de interpretar a los antecesores por sus resultados.
Parece que las complejas discusiones sobre los criterios de hominización son discusiones biológicas, antropológicas, pero además son discusiones lógicas, puesto que lógica es toda cuestión de taxonomía. La doctrina de la evolución ha representado una revolución biológica, pero también una revolución lógica.
         En su expresión lógica, las cuestiones relativas a la relación del hombre con los animales incluyen las cuestiones de relación entre la epecie (el homo sapiens sapiens) y el género próximo (Genus homo Linné) y, por supuesto, la cuestión de las relaciones entre el género próximo con los géneros subalternos (familia, hominoidea, orden –primates- clase, mamíferos, reino. –animal-). La lógica porfiriana sigue manteniendo una influencia perniciosa sobre la formulación de las relaciones del hombre con los animales. La lógica porfiriana concibe a los géneros como anteriores a las especies y desplegándose en éstas pro dicotomía. Merced a las diferencias específicas sobreañadidas. En el caso del hombre tendríamos la racionaldiad como diferencia específica. La relación de inclusión de clases preside toda la lógica porfiriana.
         Pero esta lógica porfiriana resultaba demasiado rígida para dar cabida a las múltiples relaciones del hombre con los demás animales.
         Desde la taxonomía porfiriano-linneana no es posible admitir que una especie pueda desbordar (metábasis) las propiedades de su género, que pueda variarlas en la evolución.
         Es que el material antropológico desborda el horizonte zoológico. Resulta que el hombre en términos zoológicos se incluye en más de una línea taxonómica. Se nos da en la intersección entre dos órdenes de una misma clase, el orden de los primates y el orden de los carnívoros o fieras.
         Si se nos objeta que sólo se trata desde la anatomía al hombre, diremos que tal concepto no debiera pensarse como un concepto que abarcara la totalidad de las propiedades biológicas. Zoológicamente cabría decir que el hombre es un teriopitco. Es un primate por su estructura anatómica filogenética, pero es también una fiera por su adaptación y las propiedades de fiera, que hacen el hombre una suerte de lobo carnicero.
         Este proceso dialéctico por el cual una especie desborda su línea filogenética para compartir adaptativamente propiedades de otras líneas  no es exclusivo del hombre. Parece ser que en otros mamíferos está presente.
         Desde un punto de vista lógico hay que negar el mecanismo porfiriano de la acción de las propiedades o estructuras genéricas sobre las específicas, en el sentido de que aquéllas fuesen anteriores e invariantes (de suerte que sólo a partir de ellas pudiesen concebirse las determinaciones de las diferencias específicas). Entonces habrá especificaciones co-generativas (re-generativas), y no sólo subgenerativas. Pues lo más genérico del Hombre no hay que ir a buscarlo al Plioceno (al Dryopithecus), si es que allí se habían esbozado ya las líneas genéricas invariantes sobre las cuales, ulteriormente, se producirían las nuevas diferencias como especies.
         Las propiedades estrictamente genéricas de una especie pueden ser también propiedeades que brotan sólo a partir de la especie ya constituida, es decir, que los géneros pueden ser, no sólo anteriores a las especies, sino también posteriores a ellas. Habrá que introducir pues el concepto de género posterior o de especificación co-genérica.
         Con estos conceptos podemos intenar redefinir la distinción entre lo humano del hombre (los actos humanos) y lo que es sólo genérico del hombre (los actos del hombre), sin tener que acudir a la imagen que nos presenta al hombre como si fuera una bestia sobre la cual se ha instalado un espíritu, que acaso debe reprimir los instintos del hombre.
         Podemos distinguir dos tipos de propiedades de una especie:
a)     Aquellas propiedades de una especie que resulten estar confluyendo con corrientes generales seguidas por otras especies, sea porque, a través de estas propiedades, se da una refluencia de propiedades genéricas (géneros posteriores latos), sea porque son propiedades nuevas efluentes (géneros posteriores estrictos, efluencias).
b)    Aquellas propiedades de una especie que, siendo propias de la misma, establecen la difluencia de esta especie respecto de otras especies. Son las especificaciones transgenéricas que comportan una metábasis.
Lo que llamamos Hombre, no debe entenderse como una corriente que  tras una paciente y larga preparación sobre un fondo zoológico, haya logrado desprenders progresivamente de este fondo para alcanzar el reino del espíritu, conservando adherencias, acaso necesarias para proveer a su base natural. Lo que llamamos Hombre no es sólo algo que brota del fondo zoológico.
2. El espacio antropológico.
         Lo que llamamos Hombre comienza a ser reconocido como tal muy tardíamente, hacia el Magdaleniense o el Neolítico.
         No deberíamos, pues, hablar de una línea divisoria sino más bien de múltiples líneas divisorias que, al alcanzar un determinado grado de complejidad, confluyen y dan lugar a una escala muy característica.
         La antropología filosófica se ocupa más que del hombre mismo, de los materiales antropológicos. Dentro de este material se pueden establecer tres grandes clases de materiales:
a)     La clase de las personas.
b)    La clase de las cosas culturales.
c)     La clase de las acciones y operaciones.
Sin embargo, la Idea de hombre no queda agotada en el conjunto del material antropológico. La Idea de Hombre implica relaciones internas (trascendentales) a realidades que no forman parte del material antropológico, pero que, sin embargo, son imprescindibles para determinar las dimensiones de la misma Idea de Hombre: constituyen, junto con el material antropológico, el espacio antropológico.
     El espacio antropológico se articula en tres ejes:
a)     El eje circular recoge todas aquellas relaciones que el Hombre, una vez constituido, mantiene consigo mismo. Las relaciones

circulares son las relaciones humanas o sociales, relaciones intraespecíficas.
b)    El eje radial. Las realidades antropológicas remiten a otros términos como puedan ser el agua, el aire, el fuego, la tierra, es decir, entidades desprovistas de todo género de inteligencia. Son las relaciones radiales.
c)     El eje angular.  Las relaciones angulares son las relaciones que los hombres mantienen con otras entidades que no son ni hombres ni cosas naturales, impersonales. Son los númenes, seres inteligentes, no necesariamente divinos con los que los hombres luchan, conversan, engañan…, son los démones, que pueden ser identificados con los animales.

3. Algunas observaciones sobre los datos categoriales paleoantropológicos.
     El evolucionismo darwinista es la doctrina científica que afirma que los organismos animales de las diversas especies existentes proceden de otros organismos de especies anteriores, en virtud de una suerte de “selección natural” determinada por la lucha por la vida. Es una doctrina estrictamente materialista.
     Hace sesenta millones de años apareció el orden de los primates en la forma de prosimios (lemures, tarsios) que fueron evolucionando hasta dar lugar a las diferentes especies y géneros del suborden de los antropoideos (hace cuarenta millones de años). Comenzó éste pro el grupo de los monos y continuó con el grupo de los simios (procónsul, hace 22 millones de años, dryopithecus, hace 12 millones de años –que dio lugar, al parecer, a los gibones, orangutanes, gorilas, bonobos y chimpancés, con 350 cm3 de capacidad craneal-) y el grupo de los homínidos: Ardipithecus ramidus, hace 4,5 millones de años, Australopithecus afarensis (con 450 a 700 cm3 de capacidad craneal, hace tres millones de años), Homo habilis (hace 2,5 millones de años, con un cráneo de 775 a 1200 cm3) y Homo sapiens de Linneo (hace 200.000 años y con 1200 a 1600 cm3 de capacidad craneal).
     El homo sapiens de Linneo se interpreta, más o menos convencionalmente, como un género que, tras el Homo antecessor (de Atapuerca), comprendería dos especies (en las que se incluirían respectivamente el homo sapiens sapiens y el homo neanderthalensis.
     La palabra Hombre no equivale a persona. Históricamente el individuo humano se convirtió en persona. Los individuos humanos integrados en bandas dispersas de Homo sapiens, procedentes de la evolución darwiniana de los primates. Estos individuos son hombres, pero no personas. Son seguramente, más inteligentes, más hábiles que los simios y los homínidos coetáneos, pero esto no los hace personas humans, como tampoco el paso de unas especies de simios a otras mejor dotadas hace de éstas seres humanos.  Los hombres primitivos serán, en todo caso, seres personimorfos, pero no son personas; incluso pertenecen a una especie distinta y, si se queire, mejor dotada que la de sus antecesores, pero según el tipo de especies cogenéricas, con un tipo de distinción, con respecto de las otras especies de simios, como la que media entre unas especies de simios y otras.
     Los primeros pasos que tuvieron que darse a lo largo de decenas de miles de años, los seres humanos mantuvieron relaciones de dependencia, según múltiples parámetros, respecto de otras muchas especies de animales. No podemos decir, por tanto, que las controlaban o las dominaban, salvo en algunos aspectos relacionados con la caza (de la “caza menor”, si es que eran carroñeros de caza mayor). Aspectos que tenían su correlato en aquellos otros según los cuales los animales controlaban a los hombres y, en este sentido, los dominaban.
     Suponemos que los hombres primitivos percibían a los animales muchas veces o bien como hermanos, con los cuales conviven o bien como entidades superiores numinosas.
     La primera etapa del proceso de transformación de los individuos humanos en personas humanos podría ponerse en correspondencia con la etapa de las religiones primaria. La religión tiene que ver con la toma de conciencia del hombre y de su relación con los animales.
     La evolución de estas sociedades humanas, a través de la evolución de su tecnología y de su organización social, determinará el cambio progresivo, aunque lento, de las relaciones de dominación y control entre los hombres y los animales.

Fin.


El contenido de este escrito ha sido extraído de:

Gustavo Bueno, “El animal divino”, 1996, Pentalfa.
Pelayo García Sierra, “Diccionario filosófico”, Pentalfa, 2000.
Gustavo Bueno, “Zapatero y el pensamiento Alicia”,  Temas de hoy, 2006.
Gustavo Bueno et alii, “Symploké”, Madrid, 1989. Ed. Júcar.



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