martes, 13 de marzo de 2018

Clausewitz, el pensador de la guerra




Clausewitz, el pensador de la guerra

Felipe Giménez Pérez

Ante la edición íntegra en español del De la guerra,
un clásico de la filosofía política

Carl von Clausewitz (1780-1831) por Karl Wilhelm Wach
En el año 2005 apareció una edición completa, la primera versión íntegra en español, de Vom Kriege{1}, del general Carl von Clausewitz (1780-1831). A nuestro juicio es éste un gran acontecimiento editorial que ha pasado desapercibido para muchos. El síndrome pacifista fundamentalista (SPF) hace que dirijamos nuestra atención a esta obra clásica de filosofía política o de filosofía de la guerra enfocada desde una perspectiva realista.
Como bien afirma Raymond Aron: «La guerra es de todos los tiempos históricos y de todas las civilizaciones.» Por lo tanto, es un fenómeno político y social fundamental, central en el análisis de lo político y del Estado. Bueno es entonces leer a Clausewitz para estar esclarecido y tener un juicio correcto acerca de la guerra y de la paz. Por lo demás, nada más alejado del progresismo y del pensamiento Alicia que la polemología de Clausewitz. Podemos decir sin temor a equivocarnos que la filosofía de la guerra del materialismo filosófico comprende la doctrina de Clausewitz. El materialismo respecto a la guerra y la paz está ya establecido por Clausewitz. Como bien dice Julien Freund, pareciera que Clausewitz haya captado la esencia eterna de la guerra.
Clausewitz nos advierte de que «El capítulo primero del Libro Primero es el único que considero completo; hará por lo menos al conjunto el servicio de indicar la dirección que quería mantener en todo el texto.»{2} De todos modos, en el resto de su obra, encontramos indicaciones y análisis valiosos y pertinentes para entender lo que es la guerra.
Para empezar, la guerra es lucha, es combate. «La guerra no es más que un combate singular ampliado.»{3} Se trata de obligar al adversario o enemigo a obedecer nuestra voluntad utilizando la violencia o la fuerza. «La guerra es pues un acto de violencia para obligar al contrario a hacer nuestra voluntad».{4} El enfoque teórico empleado por Clausewitz es el enfoque típico del realismo político. La violencia física tiene una tendencia intrínseca y hay que decir que es connatural a la guerra, el ascender a los extremos. En la guerra la bondad sobra, está de más. En la guerra y en la política hay que ser estrictamente realistas. Hay que saber luchar y combatir por todos los medios que estén a nuestro alcance. «Las almas filantrópicas podrían fácilmente pensar que hay una manera artificial de desarmar o derrotar al adversario sin causar demasiadas heridas, y que esa es la verdadera tendencia del arte de la guerra. Por bien que suene esto, hay que destruir semejante error, porque en cosas tan peligrosas como la guerra, aquellos errores que surgen de la bondad son justamente los peores. Dado que el uso de la violencia física en todo su alcance no excluye en modo alguno la participación de la inteligencia, aquel que se sirve de esa violencia sin reparar en sangre tendrá que tener ventaja si el adversario no lo hace. Con eso marca la ley para el otro, y así ambos ascienden hasta el extremo sin que haya más barrera que la correlación de fuerzas inherente.»{5} Por esta razón, Clausewitz afirma que «No queremos saber nada de generales que vencen sin sangre humana.»{6} No hay que asustarse ante lo real. Hay que dejar fuera las consideraciones sentimentales si queremos pensar la guerra con rigor. «Así es como hay que ver esta cuestión, y es una aspiración inútil, incluso falsa, dejar fuera de consideración la naturaleza de un elemento por repugnancia ante su su crudeza.»{7} Por lo tanto, la guerra es un acto de violencia y esta violencia no tiene límites. Cada uno al usar su violencia contra el otro, determina de alguna manera la violencia recíproca. Por eso la ascensión a los extremos es algo que se extrae de la propia definición de guerra como violencia. La guerra empuja a cada uno de los contendientes a los extremos a los cuales sólo la acción y el peso del enemigo marcan sus límites Clausewitz define la ascensión a los extremos por una triple acción recíproca: «Así pues, repetimos nuestra frase: la guerra es un acto de violencia, y no hay límites en la aplicación de la misma; cada uno marca la ley al otro, surge una relación mutua que, por su concepto, tiene que conducir al extremo. Esta es la primera interacción y el primer extremo con el que topamos.»{8} «Mientras no he derrotado al adversario, tengo que temer que me derrote, no soy por tanto dueño de mí mismo, sino que él me marca la ley igual que yo se la marco a él. Ésta es la segunda interacción, que conduce al segundo extremo.»{9} «Si queremos derrotar al adversario, tenemos que medir nuestro esfuerzo por su capacidad de resistencia; ésta se expresa por un producto cuyos factores son inseparables, y que es: el tamaño de los recursos existentes y la fuerza de voluntad.
El tamaño de los recursos existentes se podría determinar, ya que se basa (aunque no del todo) en cifras, pero la fuerza de voluntad es mucho más difícil de precisar, y sólo se puede estimar por la fuerza de las motivaciones. Suponiendo que obtuviéramos de ese modo una probabilidad aceptable de la capacidad de resistencia del adversario, podríamos medir nuestros esfuerzos por ella y, o bien hacerlos tan grandes como para superarla o, en caso de que nuestras capacidades no alcancen para ello, hacerlos tan grandes como nos sea posible. Pero lo mismo hará el adversario; así pues, nueva escalada mutua, que en su mera concepción tiene que tener una vez más la aspiración al extremo. Ésta es la tercera interacción y un tercer extremo con el que topamos.»{10}
El objetivo de la guerra es dejar indefenso al enemigo. Hay que dejar al enemigo incapaz de recuperarse de las ofensas recibidas. Por eso la peor situación del enemigo es la indefensión total. El objetivo de la guerra es la derrota del enemigo. La guerra tiene como objetivo la aniquilación del enemigo, la ruina de su potencia.
La guerra es la continuación de la política por otros medios. «Vemos pues que la guerra no es sólo un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación del tráfico político, una ejecución del mismo por otros medios Lo que sigue siendo peculiar de la guerra se refiere tan sólo a la naturaleza singular de sus medios. El arte militar en su conjunto, y el general al mando en cada caso concreto, pueden exigir que las direcciones e intenciones de la política no entren en contradicción con esos medios, y probablemente esa pretensión no sea pequeña; pero, por mucho que influya en algún caso sobre las intenciones políticas, siempre habrá de pensarse tan sólo como una modificación de las mismas, porque la intención política es el fin, la guerra el medio, y nunca puede pensarse el medio sin el fin.»{11}
La guerra es un acto político, es política. Es un instrumento político, de la política del Estado. Al ser la guerra directamente un acto político, expresa, a decir de Julien Freund, la realidad fundamental de la política, a saber, la dominación del hombre por el hombre. Por eso Clausewitz insiste siempre en la importancia del mando político y militar. Como la guerra es un medio político para obtener objetivos políticos, nunca constituye un fin en sí mismo. Por eso los políticos no deben estar sometidos a los militares, sino justamente a la inversa. La guerra no es algo autónomo y separado de lo político. Es política. Es una forma de hacer política con otros medios, el combate, la fuerza, la violencia.
Además, la guerra es como un juego en el que interviene el azar. «Sólo falta pues el azar para convertirla en juego y es de lo que menos carece.
Vemos pues lo mucho que la naturaleza objetiva de la guerra la convierte en un cálculo de probabilidades: solamente hace falta un elemento para convertirla en juego, y sin duda no carece de ese elemento: es el azar. No hay ninguna actividad humana que esté tan constante y generalmente en contacto con el azar como la guerra.Pero con el azar, ocupa gran espacio en ella la incertidumbre, y con ella la suerte.»{12}
Pero además, no sólo desde un punto de vista objetivo la guerra es juego. También ocurre que lo es desde un punto de vista subjetivo.
Como la guerra es un acto político, «no tenemos que pensar la guerra como una cosa autónoma, sino como un instrumento político.»{13} Por eso las guerras se distinguen entre sí por los fines políticos que persiguen. Si la política se caracteriza como dijo Carl Schmitt por la distinción entre el amigo y el enemigo, podemos decir que la guerra y la paz son las situaciones más típicas de la dialéctica de amigo y enemigo. A decir verdad, como vamos viendo, no hay mucho que añadir al análisis teórico que Clausewitz hizo de la guerra. No hay muchos datos esenciales que añadir a tal análisis.
La guerra es una trinidad de 1) violencia (odio y enemistad), 2) azar y 3) instrumento político. «Así que la guerra no sólo es un auténtico camaleón, porque en cada caso concreto modifica en algo su naturaleza, sino que además, en lo que respecta a sus manifestaciones globales, en relación con las tendencias que en ella predominan, es una fantástica trinidad compuesta de la violencia originaria de su elemento, el odio y la enemistad –que han de considerarse un ciego instinto elemental–, del juego de las probabilidades y del azar –que la convierten en una libre actividad del espíritu– y de su naturaleza subordinada de herramienta política, que la hace caer dentro del mero entendimiento.
La primera de esas tres caras está vuelta hacia el pueblo, la segunda más hacia el general y la tercera más hacia el Gobierno.»{14}
El objetivo de la guerra es, como se ha señalado más arriba, la aniquilación de las fuerzas armadas del enemigo. Aniquilación del enemigo significa que las fuerzas del enemigo deben ser incapaces de proseguir la lucha. «En el combate, toda la actividad está orientada a la aniquilación del adversario, o más bien de sus fuerzas armadas, porque está dentro de su concepto mismo; la aniquilación de las fuerzas enemigas es por tanto siempre el medio para alcanzar el fin del combate.»{15}
El general es como el político y el filósofo. Su actividad es una actividad de segundo grado que presupone la existencia previa de otras actividades humanas. «El general no tiene por qué ser ni un erudito estadista ni historiador ni publicista, pero tiene que estar familiarizado con la vida superior del Estado, las orientaciones implantadas, los intereses suscitados, las cuestiones pendientes, y conocer y valorar correctamente a las personas que actúan en ella; no necesita ser un fino observador del ser humano, ni un sutil disecador del carácter humano, pero tiene que conocer el carácter, la forma de pensar y costumbres, los peculiares defectos y ventajas de aquellos a los que ha de mandar.»{16}
Kant había afirmado años antes que el comercio era una vía hacia la paz perpetua. Clausewitz coincide en ello con Kant. Por eso la guerra tiene efectos saludables sobre la moral política del pueblo. La paz perpetua no es deseable, tendría consecuencias nefastas para la moral política y para la potencia del Estado. «Ahora bien, en nuestros tiempos apenas hay otro medio de elevar el espíritu del pueblo en este sentido que precisamente la guerra, y la audaz dirección de la misma. Sólo con ella se puede contrarrestar esa blandura del ánimo, esa tendencia a esa confortable sensación a la que se somete un pueblo que goza de un creciente bienestar y de una elevada actividad del comercio.
Sólo cuando el carácter del pueblo y la costumbre de la guerra se sustentan mutuamente en constante interrelación puede un pueblo esperar tener un puesto asentado en el mundo político.»{17}
Hemos visto cómo la guerra implica la ascensión a los extremos. Sin embargo, en realidad las cosas son distintas. Clausewitz distingue entre guerra absoluta y guerra real.
Cuando la guerra se hace verdadera guerra, tanto más destaca la decisión, la batalla decisiva que decide el curso de la guerra en un sentido u otro. «Cuanto más se convierte la guerra en verdadera guerra, cuanto más se convierte en liquidación del enemigo, en odio, en mutua superación, tanto más se reúne toda la actividad en sangrienta batalla, y con tanto más fuerza se destaca la batalla principal.»{18}
La «guerra absoluta» es la guerra en la cual se asciende a los extremos sin restricción alguna. La guerra absoluta está entregada a la pura violencia.
«En la forma absoluta de la guerra, donde todo ocurre por razones necesarias, todo se ensambla con rapidez, donde no hay, si puede decirse así, espacios intermedios neutrales y sin esencia, sólo hay, debido a las múltiples interacciones que la guerra encierra en sí, debido a la cohesión que, en sentido estricto, guarda toda la sie de combates sucesivos, debido al punto culminante de cada victoria, más allá del cual se entra en el ámbito de las pérdidas y derrotas, debido a todas estas circunstancias naturales de la guerra, digo, sólo hay un éxito, y es el éxito final.»{19}
Cuando hay una guerra entre dos Estados, la política obstaculiza el movimiento ascensional hacia los extremos. Entonces los beligerantes renuncian a llegar al extremo. Esta es la guerra llamada por Clausewitz, «guerra real». Muy raras son las guerras que llegan a ser guerras absolutas. Cuando tiene lugar una guerra absoluta, hay coincidencia entre el objetivo militar y el político y la guerra absorbe a la política, al contrario de lo que ocurre en las guerras reales, en las que la política absorbe a la guerra. La guerra absoluta es la guerra en sí y para sí, con su propia lógica interna inmanente e independiente de lo político. La guerra absoluta designa el concepto de guerra considerado en sí mismo independientemente de todo lo demás y enfocada desde un punto de vista exclusivamente militar. La guerra real es la guerra tal y como se ha desenvuelto realmente en la historia.
Así pues, hay que saludar la aparición de la gran obra de Clausewitz en español e íntegra. Hay que felicitarse de la edición de un gran clásico del realismo político aplicado a la guerra.
Notas
{1} De la guerra, Versión íntegra, Traducción de Carlos Fortea, Estudio preliminar de Gabriel Cardona, La Esfera de los Libros, Madrid 2005, 708 páginas.
{2} Carl von Clausewitz, op. cit., pág. 9, nota.
{3} Clausewitz, op. cit., libro I, capítulo primero, pág. 17. Der Krieg ist nichts als ein erweiterter Zweikampf.
{4} Clausewitz, op. cit., pág. 17. Der Krieg ist also ein Akt der Gewalt, um den Gegner zur Erfüllung unseres Willens zu zwingen.
{5} Clausewitz, op. cit., pág. 18. Nun Könnten menschenfreundliche Seelen sich leicht denken, es gebe ein künstliches Entwaffnen oder Niederwerfen des Gegners, ohne zuviel Wunden zu verursachen, und das sei die wahre Tendenz der Kriegskunst. Wie gut sich das auch ausnimmt, so muβ man doch diesen Irrtum zerstören, denn in so gefährlichen Dingen, wie der Krieg eins ist, sind die Irrtümer, welche aus Gutmütigkeit entstehen, gerade die schlimmsten. Da der Gebrauch der physischen Gewalt in ihrem ganzen Umfange die Mitwirkung der Intelligenz auf keine Weise ausschlieβt, so muβ der, welcher sich dieser Gewalt rücksichtlos ohne Schonung des Blutes bediennt, ein Übergewicht bekommen, wenn der Gegner es nicht tut. Dadurch gibt er dem anderen das Gesetz, und so steigern sich beide bis zum äuβersten, ohne daβ es andere Schranken gäbe als die der innewohnenden Gegengewichte.
{6} Clausewitz, op. cit., libro IV, capítulo undécimo, pág. 236. Wir mögen nichts hören von Feldherren, die ohne Menschenblut siegen.
{7} Clausewitz, op. cit., pág. 18. So muβ man die Sache ansehen, und es ist ein unnützes, selbst, verkehrtes Bestreben, aus Widerwilen gegen das rohe Element die Natur desselben auβer acht zu lassen.
{8} Clausewitz, op. cit., pág. 19. Wir wiederholen also unseren Satz: Der Krieg ist ein Akt der Gewalt, und es gibt in der Anwendung derselben keine Grenzen; so gibt jeder dem anderen das Gesetz, es entsteht eine Wechselwirkung, die dem Begriff nach zum äuβersten führen muβ. Dies ist die ereste Wechselwirkung unddas erste Äuβerste, worauf wir stoβen.
{9} Clausewitz, op. cit., pág. 20. Solange ich den Gegner nicht niedergeworfen habe, muβ ich fürchten, daβ er mich niederwirft, ich bin also nicht mehr Herr meiner, sondern er gibt mir das Gesetz, wie ich es ihm gebe. Dies ist die zweite Wechselwirkung, die zum zweiten Äuβersten führt.
{10} Clausewitz, op. cit., pág. 20. Wollen wir den Gegner niederwerfen, so müssen wir unsere Anstrengung nach seiner Widerstandskraft abmessen; diese drückt sich durch ein Produkt aus, dessen Faktoren sich nicht trennen lassen, nämlich: die Gröβe der vorhandenen Mittel und die Stärke der Willenskraft. Die Gröβe der vorhandenen Mittel würde sich bestimmen lassen, da sie (wiewohl doch nicht ganz) auf Zahlen beruht, aber die Stärke der Willenskraft läβt sich viel weniger bestimmen und nur etwa nach der Stärke des Motivs schätzen. Gesetzt, wir bekämen auf diese Weise eine erträgliche Wahrscheinlichkeit für die Widerstandskraft des Gegners, so können wir danach unsere Anstrengungen abmessen und diese entweder so groβ machen, daβ sie überwiegen, oder, im Fall dazu unser Vermögen nicht hinreicht, so groβ wie möglich. Aber dasselbe tut der Gegner; also neue gegenseitige Steigerung, die inder bloβen Vorstellung wieder das Bestreben zum Äuβersten haben muβ. Dies ist die dritte Wechselwirkung und ein drittes Äuβerstes, worauf wir stoβen.
{11} Clausewitz, op. cit., pág. 31. Der Krieg ist eine bloβe Fortsetzung der Politik mit anderen Mitteln. So sehen wir also, daβ der Krieg nicht bloβ ein politischer Akt, sondern ein wahres politisches Instrument ist, eine Fortsetzung des politischen Verkehrs, ein Durchführen desselben mit anderen Mitteln. Was dem Kriege nun noch eigentümlich bleibt , bezieht sich bloβ auf die eigentümliche Natur seiner Mittel. Daβ die Richtungen und Absichten der Politik mit diesen Mitteln nicht in Widerspruch treten, das kann die Kriegskunst im allgemeinen und der Feldherr in jedem einzelnen Falle fordern, und dieser Anspruch ist wahrlich nicht gering; aber wie stark er auch in einzelnen Fällen auf die politischen Absichten zurückwirkt, so muβ dies doch immer nur als eine Modifikation derselben gedacht werden, denn die politische Absicht ist der Zweck, der Krieg ist das Mittel, und niemals kann das Mittel ohne Zweck gedacht werden.
{12} Clausewitz, op. cit., pág. 29. Es fehlt also nur noch der Zufall, um ihn zum Spiel zu machen, und dessen entbehrt er am wenigsten. Wir sehen hieraus, wie sehr die objektive Natur des Krieges ihn zu einem Wahrscheinlichkeitskalkül macht; nun bedarf es nur noch eines einzigen Elements, um ihn zum Spiel machen, und dieses Elementes entbehrt er gewiβ nicht: Es ist der Zufall. Es gibt keine menschliche Tätigkeit, welche mit dem Zufall so beständig und so allgemein in Berührung stände wie der Krieg. Mit dem Zufall aber nimmt das Ungefährund mit ihm das Glück einen groβen Platz in ihm ein.
{13} Clausewitz, op. cit., pág. 32. Daβ wir uns den Krieg unter allen Umständen als kein selbständigees Ding, sondern als ein politisches Instrument zu denken haben.
{14} Clausewitz, op. cit., libro I, capítulo primero, pág. 33. Der Krieg ist also nicht nur ein wahres Chamäleon, weil er in jedem konkreten Falle seine Natur etwas ändert, sondern er ist auch seinen Gesamterscheinungen nach in Beziehung auf die in ihm herrschenden Tendenzen eine wunderliche Dreifaltigkeit, zusammengesetzt aus der ursprünglichen Gewaltsamkeit seines Elementes, dem Haβ und der Feindschaft, die wie ein blinder Naturtrieb anzusehen sind, aus dem Spiel der Wahrscheinlichkeit und des Zufalles, die ihn zu einer freien Seelentätigkeit machen, und aus der untergeordneten Natur eines politischen Werkzeuges, wodurch er dem bloβen Verstand anheimfällt. Die ereste dieser drei Seiten ist mehr dem Volke, die zweite mehr dem Feldherren und seinem Heer, die dritte mehr der Regierung zugewendet.
{15} Clausewitz, op. cit., libro I, capítulo segundo, pág. 41. Nun ist im Gefecht alle Tätigkeit auf die Vernichtung des Gegners oder vielmehr seiner Streitkräfte gerichtet, denn es liegt in seinem Begriff; die Vernichtung der feindlichen Streitkraft ist also immer das Mittel, um den Zweck des Gefechtes zu erreichen.
{16} Clausewitz, op. cit., libro II, capítulo segundo, pág. 102. Der Feldherr braucht weder ein gelehrter Geschichtsforscher noch Publizist zu sein, aber er muβ mit dem höheren Staatsleben vertraut sein, die eingewohnten Richtungen, die aufgeregten Interessen, die vorliegenden Fragen, die handelnden Personen kennen und richtig ansehen. Er braucht kein feiner Menschenbeobachter, kein haarscharfer Zergliederer des menschlichen Charakters zu sein, aber er muβ den Charakter, die Denkungsart und Sitte, die eigentümlichen Fehler und Vorzüge derer kennen, denen er befehlen soll.
{17} Clausewitz, op. cit., libro III, capítulo sexto, pág. 157. Der Geist der Künheit kann in einem Heere zu Hause sein, entweder weil er est im Volke ist oder weil er sich in einem glücklichen Kriege unter kühnen Führern erzeugt hat; in diesem Fall aber wird man ihn im Anfange entbehren… Nur wenn Volkscharakter und Kriegsgewohnheit in beständiger Wechselwirkung sich gegenseitig tragen, darf ein Volk hoffen, einen festen Stand in der politischen Welt zu haben.
{18} Clausewitz, op. cit., libro IV, capítulo undécimo. Je mehr der Krieg wirklicher Krieg, je mehr er eine Erledigung der Feindschaft, des Hasses, ein gegenseitiges Überwältigen wird, um so mehr vereinigt sich alle Tätigkeit in blutigem Kampf, und um so stärker tritt auch die Hauptschlacht hervor.
{19} Clausewitz, op. cit., libro VIII, capítulo tercero, pág. 640. Bei der absoluten Gestalt des Krieges, wo alles aus notwendigen Gründen geschieht, alles rasch ineinandergreift, kein, wenn ich so sagen darf, wesenloser neutraler Zwischenraum entsteht, gibt es wegen der vielfältigen Wechselwirkungen, die der Krieg in sich schlieβt, wegen des Zusammenhanges, in welchem, strenge genommen, die ganze Reihe der aufeinanderfolgenden Gefechte steht, wegen des Kulminationspunktes, den jeder Sieg hat, über welchen hinaus das Gebiet der Verluste und Niederlagen angeht, wegen aller dieser natürlichen Verhältnisse des Krieges, sage ich, gibt es nur einen Erfolg, nämlich den Enderfolg.


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario