martes, 13 de marzo de 2018

Acerca de la democracia y Gustavo Bueno



Acerca de la Democracia y Gustavo Bueno

Felipe Giménez Pérez

Sobre el libro de Gustavo Bueno, Panfleto contra la democracia realmente existente, La esfera de los libros, Madrid 2004, 317 páginas
Gustavo Bueno, Panfleto contra la democracia realmente existente, La esfera de los libros, Madrid 2004, 320 páginas En el año 2004 ha aparecido Panfleto contra la democracia realmente existente (La esfera de los libros, Madrid 2004, 317 páginas.). Este nuevo libro de Gustavo Bueno es una crítica de la democracia. Afirma sí, que es una crítica de la democracia realmente existente. Esto último sobra, digamos que es una crítica de la democracia. También es una crítica de la ideología democrática fundamentalista. Es que la ideología democrática no es separable de la democracia como régimen político. Toda crítica a la democracia es una crítica a la ideología democrática y así aparece a todo lector que se fije en el libro de Bueno{1}. Además, como buen platónico que es Bueno, lógicamente tiene que ser un adversario de la democracia, como lo fue Platón. El fundador de la filosofía fue un crítico de la democracia. A principios del siglo XXI, Bueno es también un crítico de la democracia, incorporándose así a una noble y venerable tradición intelectual de críticos de la democracia en Occidente que comenzó con el Viejo Oligarca, con Tucídides, con Platón, &c., y que culminó con Schmitt, Lenin y otros.
Vamos a comentar a renglón seguido el libro de Bueno y a entresacar de tal obra los temas que nos parecen más importantes y relevantes en el presente escrito, ya que el número de temas políticos abordados por Bueno es ingente.
Nosotros, los españoles, vivimos desde 1978 en un Estado democrático surgido por cierto del tan por los progres aborrecido Régimen del 18 de julio de 1936. Tenemos una Constitución, –la de 1978– que establece que España es un Estado social y democrático de derecho. Hora es de criticar tanto al Régimen de 1978 como a sus ideólogos y a sus productos ideológicos. Eso es lo que entiendo yo que hace Bueno en el presente libro, que conviene leer en clave política española. Bueno hace permanentes referencias a la España del presente en su libro. Es un libro el suyo, el que estamos comentando, de filosofía política y de política a secas.
«Todo el mundo» habla hoy de democracia y la opone al fascismo o a la dictadura. Y al hablar de la «democracia realmente existente» podemos tomar como referencia principal la Idea de «democracia avanzada» que se cita en el Preámbulo de la Constitución española de 1978» (pág. 15). En el fondo este concepto de democracia es un concepto individualista y liberal que se corresponde con el concepto de individuo consumidor ciudadano satisfecho que pretende vivir epicúreamente y dejar vivir a cada uno en paz y en libertad. Es el concepto liberal de democracia el que está operando en la sociedad española hoy en día. Ahí está la diferencia entre vida privada y vida pública. Schumpeter describió perfectamente esta situación: la democracia es el gobierno competitivo de élites de políticos profesionales que se disputan el voto de los ciudadanos. Los ciudadanos otorgan el poder de decidir en asuntos políticos y económicos mediante votaciones que se celebran habitualmente cada cuatro años. La democracia es un mercado. Los ciudadanos después de votar se desentienden de los asuntos políticos, dedicándose a sus asuntos familiares y profesionales hasta que son convocados nuevamente a las elecciones. Pueden derrocar al gobierno o confirmarle en el poder.
En esta sociedad burguesa, capitalista de mercado pletórico, todos los asuntos se contemplan desde la esfera de la ética, desde la consideración de los ciudadanos de forma distributiva, individualista, liberal. Cuando hay una crisis política, se apela a la ética (como cuando el PSOE produjo la crisis de la Comunidad Autónoma de Madrid en junio de 2003) para no reconocer que hay algo llamado «lo político». Esto es algo típico del progresismo, la ideología dominante en la España actual, formada con detritus de la socialdemocracia y del comunismo. También se denomina ideología de lo políticamente correcto. El materialismo filosófico entendido como materialismo político es incompatible con esta ideología idealista. Frente a esta constante y machacona apelación a la ética, son las normas del grupo social nacional las que deberían preocupar a los políticos. La crisis en la Comunidad de Madrid fue una crisis política y no una crisis ética. Igualmente cuando ETA mata, mata a españoles, por serlo y porque pretende la secesión de las Provincias Vascongadas. Eso no es un problema ético, sino político. Frente a ETA sólo vale la fuerza militar y policial más contundente, porque lo que pretende es la comisión de un delito de lesa patria y eso se paga con la muerte aunque a los partidarios de la ética tal vez no les guste eso. No es un problema de derechos humanos, sino un problema nacional, de Estado. La solución de este problema no es «más democracia», sino más España, más Estado, más autoridad.
Debido al prestigio que tiene la Idea de democracia en nuestra sociedad capitalista pletórica de mercado libre, el adjetivo «democrático» se pone a cualquier sustantivo para legitimarlo y elevarlo al reino de la gracia, al reino de lo noble, excelso, &c. Es la democracia divina, de forma paralela a la «izquierda divina», o mejor, al progresismo. «Pero lo cierto es que el adjetivo «democrático» se aplica, sobre todo desde el punto de vista de las democracias parlamentarias, a regiones del espacio antropológico muy distintas de la sociedad política, como pueda serlo el campo de la familia (democracia familiar), el campo de las corporaciones (universidad democrática, sindicatos democráticos) y hasta el de las instituciones religiosas, científicas o culturales (misa democrática, orquesta democrática o matemática democrática); entre ellas «televisión democrática».{2}
En principio, la democracia es un régimen político como otro cualquiera. La democracia sólo tiene un sentido político. Tiene una materia política, se refiere al Estado, la unidad política por excelencia. «Una democracia procedimental que no verse sobre materia política (sobre la organización de un demos, de un «pueblo») no es sencillamente democracia, y que en lugar de hablar de procedimientos democráticos convendría hablar de procedimientos de consenso, o de «consenso procedimental», puesto que la clave de la democracia política no está, como mantendremos en este libro, en los procedimientos de consenso mayoritario (de consenso procedimental), sino en la materia a la cual se aplican estos procedimientos y, sobre todo, en las razones por las que esta materia no recibe ya desde fuera, como si fuesen convencionales «reglas de juego», los procedimientos de consenso sino que los requiere desde dentro en virtud de su estructura interna» (págs. 23-24). Sin embargo, en 1991 Gustavo Bueno no se cerraba a la posibilidad de pensar a la democracia desde un punto de vista procedimental «Ahora bien, si la idea de democracia es, confusivamente tomada (en su estructura y génesis), una idea metafísica, dejará de serlo en el momento en que distingamos su componente operatorio («técnico») que puede estar actuando sin perjuicio de sus envolturas ideológicas –y a veces gracias a ellas. Desde este punto de vista cabría redefinir la democracia como un procedimiento técnico de generación de la clase política de una sociedad dada. En la medida en que la democracia es un concepto operatorio tecnológico, ya no tendrá que definirse apelando a la idea del «gobierno de la voluntad general», como tampoco la monarquía teocrática podía definirse apelando a la idea del «gobierno de la voluntad divina». En principio bastaría definirla como un procedimiento técnico de selección de la clase política gerencial;»{3} Se entiende claro está que tales procedimientos se aplican a lo político, al Estado. «Lo primero que necesitamos es la referencia de los procedimientos democráticos a una sociedad política» (pág. 25). Por lo demás, es importante, a juicio de Gustavo Bueno, señalar que la democracia se dice de muchas maneras, tal y como ya lo afirmó Aristóteles (pág. 22).
Sólo hay democracia stricto sensu en el Estado. «Concluimos: el consenso procedimental tan sólo alcanzará significado político cuando se aplique a materia política, es decir, a una sociedad política» (pág. 26). Bien entendido que en el Estado siempre hay mando, asimetría entre gobernantes y gobernados. Es que el autogobierno de la sociedad política es utópico. «Por nuestra parte supondremos que la sociedad política (El Estado), cualquiera que sean sus formas prístinas, comienza ajustándose a una estructura jerárquica; los eventuales equilibrios alcanzados por consenso por las sociedades preestatales confluyentes (en el terreno militar o en el del mercado) no pueden ser considerados como populistas, ni como democráticos, puesto que los consensos no se establecen entre individuos sino entre grupos o jefaturas» (pág. 27).
El fundamentalismo democrático es esa ideología de nuestro tiempo{4} que sostiene que las sociedades políticas democráticas realmente existentes realizan la idea de democracia. «Hablaremos de fundamentalismo cuando esas sociedades políticas sean consideradas como democracias en tanto se nos ofrecen como realizaciones más o menos plenas de una idea pura de sociedad democrática que se supone dada dentro del sistema taxonómico estricto de referencia» (pág. 30). Se refiere Bueno a la clásica distinción ternaria entre Monarquía, Oligarquía y Democracia, tematizada sobre todo por Aristóteles. Según Aristóteles, en la Democracia gobiernan todos, todo el demos, pero empíricamente no sucede eso, sino que la parte mayoritaria gobierna al todo en nombre de todos por la regla de la mayoría. «Podríamos concluir que la idea pura de democracia que Aristóteles está ofreciéndonos en su taxonomía de las sociedades políticas es precisamente la idea de una oloarquía, y que desde esta idea está interpretando la realidad empírica en la que no son todos, sino muchos o la mayoría, quienes gobiernan» (pág. 31). De ahí brota la ideología fundamentalista democrática, en sostener que hay algo así como una voluntad general, de todos, cuando eso no existe. Bueno sostiene que no hay voluntad general, sino una suma de voluntades individuales. «Pero la «voluntad general» es un concepto contradictorio y tan metafísico como pueda serlo el de la «voluntad divina»; porque la suma de muchas voluntades aunque sea la de la mayoría (por tanto, con una tasa de abstenciones determinada), y con la aquiescencia de las minorías, no es una voluntad.»{5} Por eso «la idea de oloarquía (la soberanía, poder o gobierno de la sociedad política por «todo el pueblo que la constituye», o, como se dirá siglos después, por la «voluntad general») es el contenido (ideológico) fundamental («fundamentalista») de esa Idea pura de democracia desde la que se interpretan las sociedades empíricas» (pág. 31).
Si los hechos son diferentes de la teoría de la democracia pura, se postulará una diferencia entre el ser y el deber ser, entonces, peor para los hechos. Esto se llama pura y simplemente idealismo. Decía ya Hegel al respecto que «En nuestra época ha podido parecer sólidamente arraigada en relación con el Estado la representación de que la libertad del pensamiento y del espíritu en general sólo se demuestra con la discrepancia, e incluso con la hostilidad frente a lo políticamente reconocido, y según esto extrañamente una filosofía sobre el Estado tendría esencialmente por tarea el descubrir y suministrar también una teoría, y precisamente nueva y singular. Si uno se atiene a esta representación y a su influencia, tendría entonces que pensar que aún no ha existido en el mundo ningún Estado ni constitución y que actualmente tampoco los hay, sino que ahora –y este ahora dura siempre– hay que comenzar absolutamente desde el principio, y que el mundo ético sólo debe esperarse sobre semejante inventar, profundizar y fundar actual.»{6} Entre nosotros se habla sin ningún pudor de déficit democrático. Esta es la posición del fundamentalismo democrático. Frente a él Bueno sitúa en el extremo opuesto, el funcionalismo democrático que concibe a la democracia como poliarquía, al modo de Robert Dahl. Esta posición sería realista y positivista en la consideración de los regímenes democráticos.
El fundamentalismo democrático es una ideología delirante, mítica, fanática, peligrosa, porque sostiene nada más y nada menos que «la Idea de democracia es el fundamento de toda sociedad política: la democracia fundamental sería, según esto, la concepción de la democracia como fundamento de cualquier sociedad política» (pág. 35). El fundamentalismo democrático niega toda legitimidad política a una sociedad política no democrática, más aún, le niega siquiera el título de sociedad política. Esto es puro dogmatismo. Esto es un grave error porque hablando con claridad, no hay regímenes ilegítimos ni Estados ilegítimos: «No puede hablarse de legitimidad de un Estado o de un poder público. Un Estado, la unidad política de un pueblo existe, y existe en la esfera de lo político; es tan poco susceptible de justificación, juridicidad, legitimidad, &c., como si en la esfera del Derecho privado se quisiera fundamentar normativamente la existencia del individuo humano vivo.»{7}
Afirma Bueno que «La esencia del fundamentalismo democrático (o de la Idea fundamentalista de democracia) podríamos también definirla por medio de la tesis según la cual el fundamento de toda sociedad política es la forma democrática de esa sociedad» (pág. 40). Sólo la sociedad democrática es una sociedad política verdadera.
Los demócratas dicen que en la sociedad democrática, el pueblo manda, que es el resultado de la autoorganización de la sociedad por el pueblo y para el pueblo. Esto es falso, en una democracia el pueblo no manda nada, se limita a seleccionar los individuos para integrar la clase política mediante las elecciones. Mejor aún, sólo partes del pueblo votan y sólo segmentos muy reducidos son los que deciden en última instancia porque no todo el censo vota en las elecciones y los votos están mediatizados por la ley electoral. La sociedad no puede autogobernarse. Ocurre que un grupo o unos grupos mandan y el resto obedece. Igual que la voluntad general es un mito, también resulta ser un mito confusionario la representación de una sociedad que se autoorganiza a sí misma: «El fundamentalismo podría redefinirse como aquella concepción de la democracia que supone que la constitución democrática es la constitución que se da a sí misma una «sociedad civil», es decir, añadiremos, una sociedad con el nivel económico necesario para que la democracia pueda ponerse en la materia y no sólo en la forma de la sociedad política. La democracia no se entenderá, por supuesto, como una «forma separada» (pág. 43).
El fundamentalismo democrático se expresa de dos formas: 1. El contractualismo democrático de los individuos. 2. El fin de la historia, tesis de F. Fukuyama.
El fundamentalista sostiene que hay tres formas merced a las cuales el pueblo se expresa, expresa su voluntad y se autogobierna: 1. De forma asamblearia en la democracia directa. 2. Mediante la democracia orgánica o representativa y 3. Mediante el Estado de partidos.
El objetivo del Panfleto queda reformulado ahora de la siguiente manera: «El objetivo de este «Panfleto contra la democracia realmente existente» no es otro que el de iniciar la trituración del fundamentalismo democrático en tanto que éste se apoya en una Idea pura de democracia considerada como núcleo y motor de las democracias empíricas, en cuanto son Estados plenos de derecho» (pág. 49).
No hay más democracia que la empíricamente existente. Bueno ataca al platonismo que disocia la Idea de lo empíricamente real existente. Este ataque también va dirigido al idealismo kantiano que distingue entre un deber ser y el ser.
La utopía es lo políticamente imposible y por tanto lo políticamente indeseable. La utopía es una estafa política.
Bueno propone considerar la relación entre lo ideal y lo empírico desde la perspectiva diamérica.
La ideología progresista está construida sobre una metafísica climacológica que desemboca en un cosmismo. Esto desde un punto de vista ontológico-general es opuesto al materialismo ontológico-general. La expresión «progreso global» carece de sentido.
La Idea de democracia fundamental sirve para legitimar la democracia realmente existente. Es muy útil para encubrir la deficiencias empíricamente reales que tiene la democracia. Los defectos de la democracia se ocultan postulando un supuesto deber ser más allá de lo empírico. El concepto de democracia tiene una función legitimadora. «Ante todo la Idea pura de democracia tiene una función encubridora, con finalidades tranquilizantes, de la estructura real de la llamada sociedad civil democrática, que es una sociedad estructurada sobre las diferencias de clases, de profesiones, de oportunidades personales (el principio de la igualdad de oportunidades es en realidad un principio para legitimar, por la salida, la desigualdad de los ciudadanos en la llegada)» (págs. 79-80).
La principal crítica a la democracia estriba en que no hay voluntad general como se dijo más arriba, tampoco hay soberanía popular. «La crítica principal irá dirigida a mostrar que no existe una realidad social que corresponda al «pueblo» en cuanto titular de la soberanía de la sociedad política, ni existe ninguna voluntad general cuando se establecen los consensos electorales» (pág. 78). El Panfleto resulta muy pedagógico porque en reiteradas ocasiones Bueno repite la finalidad del panfleto que estamos presentando. «El Panfleto contra la democracia realmente existente no pretende ser otra cosa que una crítica demoledora a las democracias fundamentalistas, a la Idea que la mayoría de las democracias de nuestro siglo, una vez barridas de fascismos en la primera mitad del siglo XX, y de comunismos, al menos europeos, durante la segunda mitad, mantienen sobre la esencia de la democracia» (pág. 83).
Insiste Bueno en que la democracia es algo político, no es un mero procedimiento. La forma democrática tiene que estar conectada con la materia democrática. Esto hace que la democracia material sea distinta de la mera democracia formal. «Es precisamente la materia, y no el mero procedimiento, la que define una democracia parlamentaria. O, dicho de un modo más riguroso: lo que diferencia una mera democracia procedimental de una democracia política es la diferencia entre el tipo de conexión que media entre la materia no política y los procedimientos democráticos y la materia política y sus procedimientos democráticos» (pág. 85-86). Se vuelve a insistir en la materia política como lo decisivo a la hora de considerar un Estado como democrático.
Una sociedad política democrática o es una democracia material o no es una verdadera sociedad democrática. La democracia es de verdad cuando brota de la propia constitución material interna de la sociedad política considerada. La democracia es de verdad cuando la propia constitución material de la sociedad (systasis), asume, desde dentro, y en virtud de la codeterminación de sus partes, la estructura democrática, si no, sería, estaríamos hablando de una democracia formal impuesta desde fuera.
La democracia deriva del mercado capitalista. En La Nueva España de Oviedo de 25 de enero de 2004 afirma Bueno rotundamente que «Si no existe el mercado, no existe la democracia». Esto es el materialismo democrático. Frente al materialismo democrático se alza el formalismo democrático, consistente en pretender explicar la democracia desde la forma política, vinculándola a la democracia procedimental tal y como hace Popper. Como bien dijo Bueno en otro libro anterior, «La sociedad democrática es un resultado de la «evolución» de la sociedad capitalista, y es un resultado de algún modo necesario. La esencia de la sociedad democrática es la libertad, y una libertad que se conforma en torno a la libertad de elección, que es, ante todo, la posibilidad de poder adquirir en el mercado alguno de los bienes alternativos que en él se ofrecen.»{8}
La democracia material es la capitalista de mercado. La democracia formal es falsa: «En cualquier caso, lo que se llama «democracia formal» es tan sólo una pseudodemocracia, es decir, una sociedad política materialmente no democrática, pero que ha asumido una fachada democrática bien sea por imposición de potencias externas (sin cuya asistencia no podría mantenerse) bien por un disfraz de la sociedad política no democrática que se presenta a las demás como si fuera una sociedad democráticas» (pág. 90).
La systasis política es la esencia de la sociedad política, no sólo comprende a la Constitución desde un punto de vista jurídico.
El fundamentalismo democrático se expresa de forma muy concreta en la teoría de la democracia. Esta teoría consta de tres doctrinas diferentes: A) La doctrina de los tres poderes, B) La doctrina del origen popular de estos tres poderes. Todo poder emana del pueblo, doctrina en el fondo no muy diferente de la doctrina expresada en la sentencia nulla potestas nisi a Deo y C) La doctrina del Estado de derecho.
Frente a estos ideologemas, Bueno señala que la Nación Política no es previa al Estado, sino que se edifica sobre un Estado previamente existente.
La doctrina del Estado de Derecho implica un gobierno de los jueces y la consiguiente judicialización de la política. «La doctrina del Estado de derecho inspira muy de cerca la práctica de las democracias homologadas en la dirección de la judicialización de la vida política» (pág. 103). Ya en su tiempo Carl Schmitt había señalado esto al afirmar que «El ideal del Estado de Derecho trata de encerrar todas las posibilidades de actuación estatal, sin residuo, en un sistema de normaciones, limitando así el Estado. En la realidad práctica, sin embargo, da lugar a que se desenvuelva un sistema de actos apócrifos de soberanía.»{9} De esta manera «el Estado de derecho se convierte en el llamado Estado de Justicia.»{10} Por todo ello «El ideal pleno del Estado burgués de Derecho culmina en una conformación judicial general de toda la vida del Estado.»{11}
Como ya reconoció Kelsen, todo Estado es Estado de Derecho y por eso la teoría del Estado es teoría del Estado de Derecho. Según Kelsen, el Estado no puede obrar en contra del Dereco porque eso sería como obrar contra sí mismo. El Estado sólo puede querer lo jurídico. «Por esta razón, desde el punto de vista del positivismo jurídico, todo Estado es un Estado de Derecho, en el sentido de que todos los actos estatales son actos jurídicos, porque y en tanto que realizan un orden que ha de ser calificado de jurídico.»{12}
Esto por lo que respecta a la teoría del Estado de derecho. Sin embargo, es la teoría de los tres poderes del Estado la que resulta más oscura a juicio de Gustavo Bueno. Por tal razón, «la doctrina de los tres poderes no puede considerarse, en absoluto, como una teoría científica, aunque suela estar incorporada a los tratados o manuales de la llamada 'ciencia política'» (pág. 108).
Si reducimos la constitución política de la sociedad (systasis) a la capa conjuntiva ello proporciona una visión idealista de la sociedad política. Esto se llama idealismo político. El fundamentalismo político democrático es un idealismo político. El Estado necesita la capa basal y de la capa cortical. Las tres capas del cuerpo político son necesarias simultáneamente.
Desde el punto de vista de la taxonomía tenemos que decir que nunca manda uno sólo como podría deducirse del concepto de Monarquía. Tampoco en la democracia mandan todos ni votan todos. Al final las diferencias quedan reducidas notablemente. Por lo demás, como en la democracia el pueblo no gobierna ni se autogobierna, la diferencia entre monarquía, oligarquía y democracia residirá en otra parte. «En cuanto a la extensión, porque en él, el «uno que manda» es siempre un grupo (con lo que la diferencia entre las monarquías y los algunos de las aristocracias o de las oligarquías se atenúa, en cuanto a la sustancia); y el todos de las democracias es también puramente teórico, y en realidad es sólo una interpretación del concepto de mayoría (de los muchos, oi polloi)» (pág. 115).
En esta línea de crítica a las ideologías, Bueno reitera su crítica a la autocracia y al totalitarismo: «Pero la autocracia, como el totalitarismo, no son realidades, son ideologías: nunca gobierna uno sólo sino un grupo, ni jamás el Estado puede ser totalitario, y aunque lo quiera, no puede «agotar» la realidad» (pág. 132).
Además el concepto de sociedad civil es un concepto espurio. Ocurre que «el concepto de sociedad civil es definido, de hecho, de un modo negativo, como si se tratase de una clase complementaria de la sociedad política» (pág. 138). El concepto de sociedad civil es de origen agustiniano, procede del concepto de ciudad de Dios, un concepto ideológico. El concepto de sociedad civil como autosuficiente, deriva del concepto de Iglesia, entendida ésta como sociedad perfecta y que no necesita de la tutela del Estado para desarrollar sus funciones propias.
La democracia como tal, sólo puede entenderse correctamente como contrapuesta a otros regímenes políticos. «Democracia», como sociedad política, es un concepto que sólo puede constituirse como tal en cuanto especie definida en el ámbito de una taxonomía de sociedades políticas que haga posible enfrentarlo a otras especies de sociedades políticas, tales como «tiranías» u «oligarquías» (pág. 141).
Por eso Bueno emprende la tarea de la reexposición de la clasificación de los regímenes políticos realizada por Aristóteles. Así resulta la nueva clasificación:
I Monoarquías (monarquías o tiranías).
II Paurarquías (aristocracias y oligarquías).
III Poliarquías (democráticas o demagógicas).
El poder político no se reduce simplemente al plano del finis operantis del gobernante orientado al dominio global e indiferenciado sobre el pueblo. El poder político no se resuelve en el poder de los sujetos que lo ostentan, considerados desde los fines operantium. El poder político según su finis operis es la eutaxia.
Ya hemos visto que la voluntad general no existe. «La voluntad general es por tanto únicamente, a lo sumo, la voluntad de quienes consensuan para mantenerse con las discrepancias y tolerarlas, sin saber nunca cuándo esta tolerancia compromete la recurrencia de la propia sociedad política, es decir, su eutaxia» (pág. 147).
Podríamos establecer la siguiente diferencia entre las sociedades políticas democráticas y las sociedades políticas no democráticas. En las sociedades políticas democráticas hay elecciones. Hay un control político por parte de las urnas. En las sociedades no democráticas los grupos dirigentes no se someten al control de las urnas. Sólo responden ante Dios o ante la Historia.
Si nos atenemos al momento reticular (capa conjuntiva más capa cortical), la clasificación de estas sociedades es una clasificación bimembre entre sociedades democráticas y sociedades no democráticas. Hoy sólo podemos distinguir entre democracias y no democracias a nivel de regímenes políticos. Por lo demás, no es posible prácticamente separar una democracia empírica de la ideología democrática que la envuelve y acompaña necesariamente. Por eso la crítica de la ideología democrática es la crítica de la democracia. Por eso el Panfleto contra la democracia es una crítica de la democracia y de la ideología democrática simultáneamente.
«Si nos atenemos al poder conjuntivo estricto: en las elecciones democráticas el pueblo no «controla» propiamente a los gobiernos-parlamentos en función de su gestión (porque el control sólo pueden ejercerlo los organismos competentes especializados como el Tribunal de Cuentas, el Tribunal Supremo, &c.), sencillamente porque carece de elementos de juicio y, por tanto, de capacidad de «controlar» (págs. 154-155). El pueblo no está preparado políticamente para formular juicios objetivo referentes a la gestión política.
El pueblo no manda, ni gobierna, ni se autodetermina, ni expresa ninguna supuesta voluntad general realmente inexistente. Ocurre simplemente que como decía Borges, la democracia es un abuso de la estadística. El poder ejecutivo y el legislativo están sometidos al azar de las elecciones. ¿Cuál es entonces la función que especifica a las democracias en el conjunto de las sociedades políticas, a saber, la función de las elecciones periódicas de responsables de la armadura reticular (ejecutiva y legislativa) de la Nación? Es la ceremonia, de un alto valor simbólico, mediante la cual la parte «más representativa» del poder en ejercicio (el ejecutivo y el legislativo) ha de someterse al arbitrio (estadístico) –similar al arbitrio que regula la cotización de las acciones en bolsa– del cuerpo electoral, cuyos votos, según reglas establecidas, decidirán su permanencia o su remoción, parcial o total, en el poder» (pág. 155).
Y es que cuando hablamos de todos es menester referirnos bien a las totalidades distributivas o bien a las totalidades atributivas. Es menester distinguir entre dos tipos de mayorías: consenso y acuerdo. Por un lado está la relación de los electores con contenidos k. Es el consenso, que es la aceptación de la resolución tomada por una mayoría de electores conformes con un contenido k. Debe entenderse como una relación de los electores a contenidos k
En cambio el acuerdo democrático es la condición de la resolución sobre los contenidos de k en la que la mayoría de los electores están conformes entre sí. El acuerdo es una relación de los contenidos k y los electores. El acuerdo es imposible sin el consenso, pero el consenso puede disociarse del acuerdo. Puede así haber consenso sin acuerdo.
Además, los resultados electorales no significan un criterio objetivo acerca de la gestión del Gobierno. El pueblo puede equivocarse muchas veces. «Los resultados de las elecciones políticas democráticas no pueden tomarse, por tanto, como criterio objetivo acerca de la gestión del Gobierno (muchas veces «el pueblo» se equivoca, es «injusto» con un Gobierno o con el partido mayoritario del Parlamento) aunque tampoco tienen los resultados electorales por qué carecer de todo tipo de correlación con otros resultados derivables de criterios objetivos de tal gestión» (pág. 158). Efectivamente, el pueblo puede equivocarse y se equivoca de hecho. Platón sostenía que el pueblo era una masa, un animal irracional incapaz de la menor reflexión, sensible a la adulación e inconstante en sus amores y odios y por tanto sin capacidad política, y Bueno comparte de alguna manera esta doctrina sobre el vulgo. Así, En Telebasura y democracia (2002) afirma: «En una democracia hay que aceptar sin duda, como un postulado (si se prefiere: como una ficción jurídica del Estado de derecho) que el pueblo tiene siempre juicio al elegir.»{13} Es una ficción útil, como la ficción de la democracia representativa o del imperio de la ley o del Estado de derecho.
La armadura reticular y la armadura básica de la sociedad política son inseparables pero no idénticas Las democracias podrían clasificarse internamente tanto según criterios reticulares como según criterios basales. La retícula comprende la capa conjuntiva y la capa cortical. Esta retícula nunca es sustantiva, no está separada de la estructura basal. Es imposible separar la armadura política reticular de la sociedad política de su armadura política basal.
Bueno de todos modos asume la tradicional distinción en ciencia política entre democracias parlamentarias y democracias presidencialistas. Sin embargo, atendiendo al criterio decisionista (esto es, al criterio de quién decide) podríamos distinguir entre democracias ejecucionistas (El ejecutivo es quien decide en última instancia) parlamentarias (la decisión última recae en el legislativo) y judicialistas (Es el poder judicial quien tiene la última palabra).
Es un error según Gustavo Bueno el considerar a la democracia ateniense como una democracia política «porque en esa democracia quedaban segregados, no ya los hombres de otras ciudades (o de otros Estados o de otras tribus, como sigue ocurriendo en nuestra época de democracias avanzadas), sino de los hombres o mujeres que vivían dentro del territorio del Estado ateniense sometidos a su poder» (pág. 175). Es que ocurre que para Gustavo Bueno la democracia sólo puede existir con el capitalismo, con el mercado libre.
Igual que Aristóteles sostenía que la democracia consistía en la libertad que tiene cada uno de vivir como quiere, Bueno afirma que la Idea básica de la democracia es la libertad. «La Idea que preside la transformación de las sociedades políticas no democráticas en sociedades de constitución (systasis) democrática es la Idea de libertad objetiva, antes que la Idea de igualdad o que la Idea de fraternidad» (pág. 186).
La capa basal de la democracia es el mercado libre, la propiedad privada y el capitalismo. Así de claro. Lo demás son cuentos. Incluso nos atreveríamos a añadir, con Gustavo Bueno, la televisión. Mercado, Democracia y Televisión son isomorfos entre sí. Tienen la misma estructura consistente en que el consumidor político, televisivo y comercial elige entre varias alternativas siempre. «La estructura de la sociedad democrática es isomorfa con la estructura de la sociedad de mercado libre; y aun este isomorfismo ni siquiera necesita ser explicado, cuanto a su génesis, a partir de «estructuras antropológicas más profundas» (nosotros decimos: metaméricas), puesto que la génesis de la democracia política puede entenderse históricamente como resultado de la extensión, hasta cierto punto metafórica, de la estructura de la sociedad de mercado libre de bienes a la propia sociedad política» (pág. 154). Por eso en una sociedad democrática ocurre que «La audiencia, en la sociedad democrática, es la que manda, y la televisión madura tiene que obedecer a esta demanda. Y no ya por razones éticas o morales, sino por razones de simple supervivencia democrática» (pág. 226).
El mecanismo que configura una sociedad democrática es el libre mercado capitalista. Aquí hace su aparición el concepto de mercado pletórico. «En cuanto a la Idea de mercado pletórico, diremos, ante todo, que es una idea fundada, no tanto en la igualdad, cuanto en la desigualdad entre bienes ofrecidos (mercancías, incluyendo en esta rúbrica la fuerza de trabajo) y compradores (consumidores, usuarios) de esos bienes» (pág. 188). Un mercado pletórico de bienes es una multiplicidad de bienes fabricados y clasificados en especies, géneros, órdenes, clases diferentes, cada uno de los cuales ha de estar representado por unidades numéricas distributivas de carácter indefinido. Respecto a los compradores hay que señalar la desigualdad existente entre todos ellos. El Estado social del Bienestar es la fase superior del Estado burgués democrático de derecho y es la consecuencia de la fase superior del capitalismo monopolista de Estado. El Estado social permite a todos convertirse en consumidores satisfechos y en votantes satisfechos y en televidentes satisfechos. «El «Estado de bienestar» es la forma según la cual llega a coordinarse el mercado pletórico con la democracia. El Estado de bienestar garantiza la participación de sus ciudadanos en el mercado y, por tanto, la consolidación de la «democracia de los consumidores» (págs. 189-190).
En este orden de cosas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, significa la consolidación histórica del mercado pletórico de consumidores satisfechos y su instauración como ideal universalmente válido para toda la humanidad. «La Declaración Universal de los Derechos Humanos puede considerarse, en efecto, entre otras cosas, como la definición misma de las condiciones mínimas necesarias que será preciso consensuar por todas las grandes y pequeñas potencias para hacer posible una sociedad de mercado pletórico de carácter universal, una sociedad en la que los pueblos más empobrecidos, en lugar de ser masacrados o esclavizados como meros productores coloniales, pudieran alcanzar un desarrollo suficiente para que sus ciudadanos llegasen a participar del mercado pletórico en calidad de compradores y, si ello fuera posible, pudieran alcanzar el estado de consumidores satisfechos» (pág. 190).
La democracia se define por la libertad, pero es la libertad objetiva para, claro está, que la libertad para presupone una libertad de. La libertad para es la libertad para elegir los bienes del mercado. Esto se apoya en la ideología individualista liberal que busca la libertad de elección. En este sentido, el sufragio universal es fundamental para la constitución de ciudadanos consumidores satisfechos e implica una expansión de los mercados capitalistas pletóricos. El mercado pletórico ha configurado la democracia, que culmina en el Estado social de bienestar.
El materialismo político de Gustavo Bueno critica a la ideología liberal que sostiene que cada uno puede hacer lo que quiera con tal de no molestar a los demás: «Por nuestra parte se trata de llevar adelante la crítica, no ya al individualismo que (suponemos) no existe propiamente, sino a la ideología individualista, que define la libertad (y la libertad democrática) como la facultad «en virtud de la cual cada uno puede hacer lo que quiera con tal de que no interfiera en la libertad de los demás» (pág. 195). La democracia crea un individuo que como consumidor es el individuo de una totalidad distributiva. «Lo característico de la democracia de mercado pletórico es que el «individuo» que ella crea, como fin de la acción política, es decir, como consumidor, o si se quiere como sumidero («la persona es un fin y no un medio», dice Kant), es el individuo de una totalidad distributiva, y enclasada en diferentes especies, géneros, &c., un individuo al que ulteriormente se le agregará la virtud de la solidaridad; no es el individuo concebido como parte de una totalidad atributiva, en la que la solidaridad está de más (ningún padre busca alimento o educación para su hijo por «solidaridad» con él)» (pág. 210).
La democracia es el sistema de la libertad de mercado y de la libertad de elección política y de consumo en el mercado pletórico de bienes. Es el régimen en el que cada uno puede vivir como quiera: «Hacemos nuestra, en resolución, la tesis de Aristóteles que pone a la libertad como fundamento del régimen democrático (Política, 1.317ab). Otra cosa es la determinación de la naturaleza de esa libertad en las «democracias avanzadas». Por nuestra parte suponemos que la «libre elección» en el mercado no implica el libre arbitrio; es determinista, y el «día de reflexión»anterior a las elecciones parlamentarias es un cauce especialmente instituido para que actúen en cada ciudadano las motivaciones más rigurosas que determinan su elección» (pág. 198).
Además, la democracia tiende hacia la tolerancia y hacia el relativismo axiológico. «La democracia tiende por tanto a la tolerancia y al relativismo de los valores, porque un bien o un candidato adquiere su valor de cambio simplemente por el hecho de haber sido preferido» (pág. 199).
Respecto a las contradicciones internas de la democracia, hay que señalar que para Gustavo Bueno las contradicciones de la democracia brotan de la misma estructura de la democracia. La dialéctica, no lo olvidemos, tiene como campo privilegiado la política. Las contradicciones políticas hay que entenderlas como incompatibilides entre diferentes proyectos políticos o entre distintas conductas operatorias.
Una de las principales contradicciones que encuentra Bueno en los Estados democráticos actuales es la existente entre los partidarios de la pena de muerte y los abolicionistas. Es esta una cuestión importantísima. Curiosa época la nuestra que concede el privilegio de matar al asesino, al monstruo, al terrorista y que no concede a la víctima el derecho de venganza, de respuesta y ni siquiera le concede al Estado el uso de la fuerza suficiente para erradicar el mal. En otros escritos suyos, Gustavo Bueno había abordado el tema de la pena de muerte entendida como eutanasia procesal para asesinos. Es que el tema puede ser entendido desde la ética, desde la moral y desde la política. En el Panfleto se añade a la perspectiva ética ya conocida de Bueno, la perspectiva moral, desde la sociedad civil. Desde el Estado, desde la sociedad política, es necesaria la ejecución capital por motivos elementales de eutaxia política. No olvidemos la razón de Estado como arte de conducir el Estado de forma eutáxica. El Estado, como legítimo depositario del monopolio de la violencia necesita tener la licencia para matar. Diríamos que la pena de muerte es necesaria por estrictas razones políticas. Bueno se va a centrar exclusivamente en la perspectiva de la sociedad civil, del grupo social nacional, de la moral. Aquí se postulan unos límites infranqueables que no deben ser traspasados. La pena de muerte es una barrera efectiva que tiene el significado simbólico de que hay cosas que jamás se tolerarán lo más mínimo. «Cualquiera puede, en nombre de su libertad, cometer un crimen horrendo; pero el que comete ese crimen, en nombre de su libertad, debería saber también que su crimen es intolerable, y que la sociedad no puede rehabilitarle, aunque pudiera intentar hacerlo en el terreno psicológico.» (pág. 221) Por definición, un crimen horrendo no tiene solución. Si los asesinos se rehabilitan, es que el crimen no es horrendo. Si la sociedad le perdona es que en el fondo el crimen horrendo no es tal, sino más bien, algo sin importancia.
Si el crimen es intolerable, entonces no hay rehabilitación posible. Si hay rehabilitación, entonces no hay crimen horrendo, todo es posible, todo puede ser permitido y perdonado. Por definición, un crimen horrendo no tiene solución.
La sociedad tiene que rechazar el crimen horrendo para no hacerse cómplice de tal crimen, para no envilecerse en su progresismo y en su tolerancia y laxitud moral. El asesino horrendo «es un individuo que ha cometido actos físicamente posibles, pero cuya posibilidad ética y moral debe rechazar la sociedad, si no quiere envilecerse en su propio agnosticismo» (pág. 222).
Si el criminal comete el crimen horrendo, entonces está condenado a suicidarse. Si hay rehabilitación, perdón, olvido del crimen, entonces eso significa que la sociedad permite todo.
La clave para matar al criminal por eutanasia es que hay que evitar que el criminal horrendo, por el hecho de vivir demuestre con su existencia el reconocimiento por parte de la sociedad de personas de que todo está permitido. La ejecución capital establece precisamente límites infranqueables.
La idea de reintegrar el criminal horrendo a la sociedad resulta ser una aberración que hay que tratar de impedir que se produzca. No se trata de castigar a nadie, de retribuir al asesino con la pena. Tampoco se trata de asustar a nadie. Se trata de demostrar que no se admite siquiera la posibilidad de que una persona normal pueda cometer un crimen horrendo y seguir viviendo tan tranquila como si nada. En cierto modo se trata de tener piedad ante unos individuos que no son capaces de suicidarse y de morir como hombres. Al tener que ayudarles a morir, mueren como bestias, pero, por lo menos, al fin, tales monstruosidades éticas no deben estar sobre la faz de la Tierra y eso se consigue con la eutanasia procesal para los asesinos.
«Si muchos defienden la eutanasia aplicada a un decrépito físico, la decrepitud ética o moral, mucho más importante políticamente que la orgánica, requiere un tratamiento análogo. Se dice que la decrepitud orgánica es irreversible, pero que la decrepitud del criminal horrendo es reversible, recuperable, y aquí está la petición de principio. Pues sólo será 'reversible' esta decrepitud cuando precisamente no sea reconocida como crimen mortal» (pág. 223).
Una de las consecuencias de la existencia de las democracias de mercado pletórico es la desaparición paulatina de la distinción derecha/izquierda, que a nuestro juicio carece totalmente de sentido después de 1992. La democracia produce la ecualización, esto es, la difuminación de los límites entre los partidos del régimen. «Quizás lo que está ocurriendo es que en la Sociedad de Naciones democráticas del presente la oposición entre la izquierda y la derecha, en cualquiera de los sentidos representados por sus diferentes generaciones, queda sencillamente fuera de lugar; y si se siguen utilizando estas denominaciones, como autodefiniciones gloriosas, o como insultos al adversario, es por motivos puramente históricos y coyunturales, que tienen que ver con los tiempos de las campañas electorales (el líder de un partido que, en su campaña electoral, levanta la bandera de «la izquierda», sabe que está ofreciendo una «seña de identidad» capaz de atraerle millones de votantes, mucho más eficaz que los detalles de su programa, aunque éste sea, en lo sustancial, equivalente al programa del adversario» (págs. 236-237).
En la política internacional Bueno pertenece a la escuela realista de las relaciones internacionales. La política internacional es entendida como política de poder. Los actores básicos de la política internacional son los Estados. La ONU no es más que una asociación de Estados, sin poder sustantivo propio. «El poder efectivo de la ONU no se nutre de fuentes distintas de las que manan de los Estados asociados» (pág. 287).
Llegando ya a la conclusión del presente libro, Bueno comienza afirmando que «Las democracias actuales, las democracias «homologadas», no son sociedades cuya estructura pueda ser considerada como emanada de las mismas raíces -las más primitivas- de las sociedades humanas, o, acaso, como resultado definitivo de su evolución histórica» (pág. 289).
Según Gustavo Bueno, el elemento principal de la ideología democrática es la idea de autodeterminación política de la sociedad civil, que es una ficción en el fondo. «La imagen de un gobierno en sentido amplio (de una capa conjuntiva) que es renovado periódicamente por la «sociedad civil» es el elemento principal de la ideología de ese constitucionalismo democrático que afirma que la sociedad civil es la que se ha dado a sí misma la Constitución» (pág. 292). Podemos llamar a este ideologema el mito de la democracia.
La Constitución jurídica como norma suprema del ordenamiento jurídico no es la constitución o systasis de la sociedad política. España, como unidad política, preexiste a la Constitución, está por encima de la Constitución. La Constitución de 1978 no ha inventado a España. España no depende de la Constitución.
La democracia moderna consiste en la remoción electoral de la clase política mediante las elecciones políticas. Como hemos dicho ya antes, más arriba, el resultado electoral es aleatorio. «La Idea metafísica de democracia tiende a crear, en efecto, en los electores, la conciencia de que ellos son los que deciden el curso de la historia nacional; es decir, reproducen la Idea de la soberanía de la nación a escala individual. Pero con ello ocultan el proceso real, y se prueba ad hominem: aun suponiendo que cada ciudadano actuase según su voluntad soberana (determinada y madurada en el día de reflexión), tendría que reconocer que la composición de las diversas voluntades soberanas individuales, precisamente por serlo, sólo puede arrojar una resultante aleatoria, que está «por encima de las voluntades individuales», y que por tanto no constituye ninguna voluntad, aunque se la denomine hipostasiadamente, voluntad general. Lo que equivale a decir que el individuo no «decide» como tal en democracia y que quien deciden son estructuras supraindividuales que moldean las decisiones de los propios individuos» (págs. 298-299).
Por lo demás, insiste Bueno como ha hecho en otros lugares en la profunda continuidad existente entre el Régimen del 18 de julio de 1936 y el Régimen de 1978. El parlamento fue una metamorfosis de las cortes franquistas y las corruptas burocracias sindicales de hoy son las legítimas herederas de los sindicatos franquistas. Lo peor del franquismo fue el antifranquismo. Unos pocos inadaptados al franquismo, resentidos fueron los que tejieron la leyenda antifranquista. Sin embargo, como dice Bueno, ocurre que «la dictadura no era percibida como tal por la inmensa mayoría de la población, aunque sí por la minoría, aunque relativamente amplia, de los exiliados, encarcelados, proscritos y familiares que no se habían adaptado (como fue por lo demás lo más frecuente) a la nueva situación» (pág. 302).
Finalmente y en conclusión, el Panfleto contra la democracia realmente existente resulta ser a la postre «un intento de crítica radical a las democracias positivas que creen que sólo pueden entenderse a sí mismas desde la idea fundamentalista de democracia, y que por tanto sacralizan la democracia como si ella fuera el primer motor de toda la sociedad política» (pág. 304).
Notas
{1} «Por lo demás, es obvio que la crítica a la Idea de democracia realmente existente está estrechamente vinculada a la crítica a la democracia realmente existente.» Panfleto contra la democracia realmente existente, pág. 16.
{2} Gustavo Bueno, Telebasura y democracia, Ediciones B, Barcelona 2002, págs. 142-143.
{4} Ya el filósofo Carl Schmitt había captado en 1928 que la democracia se había convertido en ideología difusa que podía servir para todo. «El concepto de Democracia, como tantos otros conceptos políticos se ha convertido en un concepto ideal muy general, cuya pluralidad de sentidos abre plaza a otros diversos ideales y por último, a todo lo que es ideal, bello y simpático. La Democracia se ha ligado e identificado con liberalismo, socialismo, justicia, humanidad, paz y reconciliación de los pueblos.» Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, Alianza Editorial, Madrid 1992, pág. 223.
{5} Primer Ensayo sobre las categorías de las Ciencias Políticas, pág. 370.
{6} Hegel, Fundamentos de la Filosofía del Derecho, prólogo, Edición de K. H. Ilting, Traducción de Carlos Díaz, Libertarias Prodhufi, Madrid 1993, pág. 49. La cursiva es nuestra.
{7} Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, Versión española de Francisco Ayala, Alianza Editorial, Madrid 1992, pág. 106.
{8} Gustavo Bueno, Telebasura y democracia, Ediciones B, Barcelona 2002, pág. 151.
{9} Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, ed. cit., pág. 158.
{10} Teoría de la Constitución, pág. 143.
{11} Teoría de la Constitución, pág. 144.
{12} Hans Kelsen, Teoría general del Estado, Editora Nacional, México 1979, pág. 57.
{13} Telebasura y democracia, pág. 195.

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