El
criticismo nominalista y la ciencia del siglo XIV.
Ya a
partir del siglo XIII se produce una crítica a la física de Aristóteles. La
crítica se produce dentro del propio pensamiento científico aristotélico, el
cual proporcionó dese la base de su propio sistema las armas con las que fue
atacado. El aristotelismo proporcionó los elementos y las premisas para su
propia destrucción.
Durante
estos años surgen nuevas ideas acerca de la naturaleza del método científico,
sobre la inducción y el experimento y sobre el papel de las matemáticas en la
explicación de los fenómenos físicos. El terreno de máximo efecto de la crítica
escolástica es el de la dinámica; se minan las bases de todo el sistema de
física (excepto la biología), con lo cual se prepara el camino a la aparición
de nuevos métodos.
Hubo
una idea recobrada en el siglo XII que hizo posible la expansión inmediata de
la ciencia. Es la idea de que un hecho concreto es explicado cuando puede ser
deducido de un principio más general. Se recurre así a una demostración formal.
Esto fue utilizado antes por los lógicos y por los filósofos. Ya se estaba
esbozando la importante distinción entre conocimiento racional y conocimiento
experimental.
Por
ello se recupera la idea de una ciencia racional demostrativa y se empiezan a
estudiar los problemas metodológicos que van surgiendo. Se investiga sobre la
relación lógica entre los hechos y las teorías o entre los datos y las
explicaciones.
Sin
embargo, la ciencia medieval se mantuvo siempre en general, dentro de la estructura
de la teoría aristotélica de la naturaleza y no siempre sus deducciones eran
completamente rechazadas aunque se contradijeran con los resultados de los
nuevos procedimientos matemáticos, lógicos y experimentales.
Roberto
Grosseteste fue uno de los primeros en entender y utilizar la nueva teoría de
la ciencia experimental. Su teoría reúne tres aspectos, el inductivo, el
experimental y el matemático.
No
es posible la inducción total. Tampoco es siempre posible en la ciencia de la
naturaleza llegar a una definición completa o a un conocimiento absolutamente
cierto de la causa o forma de la que provenía el efecto, al contrario de lo que
ocurría, por ejemplo, con los temas abstractos de la geometría, como los
triángulos.
Grosseteste
funda su método inductivo de eliminación o refutación sobre dos hipótesis
acerca de la naturaleza de la realidad. La primera es el principio de
uniformidad de la naturaleza, que dice que las formas son siempre uniformes en
el efecto que producen. La segunda hipótesis de Grosseteste era el principio de
economía.
Grosseteste
consideró las ciencias físicas como subordinadas a las matemáticas, en el
sentido de que las matemáticas podían dar la razón de los hechos físicos
observados.
Tuvo
lugar la crisis del paradigma antiguo porque con el tiempo las explicaciones
causales físicas tomadas de la física aristotélica se volvieron cada vez más
embarazosas.
Alberto
Magno trató seriamente el problema de la inducción. Pero mucho más importante
que él fue Rogelio Bacon, puesto que en él se hace explícito el programa de la
matematización de la física y el cambio en el objeto de la investigación
científica desde la naturaleza o forma aristotélica a las leyes de la
naturaleza en un sentido moderno.
Tuvieron
gran importancia para el conjunto de la ciencia de la naturaleza las
discusiones sobre la inducción realizadas por dos frailes franciscanos de
Oxford. Duns Escoto (1266-1308) realizó una contribución al problema de la
inducción que fue la distinción muy clara que estableció entre las leyes causales
y las generalizaciones empíricas. Escoto dijo que la certeza de las leyes
causales descubiertas en la investigación del mundo físico estaba garantizada
por el principio de uniformidad de la naturaleza, que él consideraba como una
hipótesis autoevidente de la ciencia inductiva. Aun cuando era posible tener
experiencia de sólo una muestra de los fenómenos asociados que se investigaban,
la certeza de la conexión causal subyacente a la asociación conservada era
conocida por el observador. El conocimiento científico más satisfactorio era
aquel en el que la causa era conocida.
Guillermo
de Ockham realizó un ataque radical contra el sistema de Aristóteles desde un
punto de vista teórico. Atacó a la metafísica de las esencias debido a su
voluntarismo teológico, pues el postulado fundamental de la teología de Ockham
es una interpretación radical del primer artículo del Credo cristiano: Credo in
unum Deum, Patrem omnipotentem. La posibilidad de formular principios
necesarios y de apoyar en ellos demostraciones apodícticas supone que las cosas
no sólo son de hecho tal como dicen esos principios y demuestran esas
demostraciones (porque sobre puros hechos sólo puede informarnos la
experiencia), sino que tienen que ser así; y, si admitimos esto, estamos
restringiendo la omnipotencia de Dios. Si Dios es absolutamente omnipotente,
carece de sentido especular sobre cómo tienen que ser sus obras; todo es como
Dios Quiere, y Dios quiere lo que él quiere.
Entonces
Dios es absolutamente libre. La esencia es la determinación, la ley necesaria
de cada cosa. Si hay esencias, entonces hay una articulación racional del mundo
por encima de la cual no es posible saltar. Y es preciso que nada sea
absolutamente imposible, porque Dios lo puede todo. Por lo tanto, es preciso
que, en términos absolutos, no haya esencias. Para Ockham la teoría que afirma
la realidad del universal en la mente de dios implicaba que Dios quedaba
gobernado o limitado en su acto creador por las ideas eternas. Hay una
contingencia radical debido al voluntarismo teológico de Ockham. No hay
esencias, no hay leyes absolutas, pues Dios es absolutamente libre.
La
lógica terminista incipiente, iniciada en el siglo
XIII (Pedro Hispano, William de Wood) se caracteriza por su
interés en el lenguaje y el significado.
Se distinguen varias clases de términos:
categoremáticos, referidos a la realidad, a la referencia, significan
aisladamente. Y sincategoremáticos: son los functores, términos relatores.
Palabras
y conceptos: la inferencia significativa de las palabras es convencional. El
verdadero material de nuestro razonamiento no es el símbolo artificial, sino el
natural (concepto). La aprehensión directa de una cosa causa de modo natural en
la mente un concepto de esa cosa que es el mismo aunque se hablen idiomas
distintos. El significado lógico de palabras en distintos idiomas es el mismo.
La
proposición y la representación (suppositio). Los términos son los elementos de
las proposiciones. Sólo en el seno de éstas adquieren la función de representar
(suppositio). Esta función presenta varias modalidades:
Se
representa a un individuo (Suppositio personalis).
Se
representa a los miembros de una clase (Suppositio simplex).
Se
representa a la palabra misma (Suppositio materialis).
Términos
de primera o segunda intención. Los términos de primera intención representan a
cosas que no son por su parte signos. Los términos de segunda intención
representan términos de primera intención y se predican de éstos.
Los
universales son términos que significan cosas individuales y que las representan
en las proposiciones. Solamente existen las cosas individuales y por el mero
hecho de que una cosa exista es por ello individual. Si el universal existe, ha
de ser individual, por tanto afirmar su existencia extramental es
contradictorio.
Una
evidencia que recae directamente sobre universales sólo puede ser evidencia de
conexiones entre nociones, en ningún caso evidencia de que haya realmente algo
que corresponda a esas nociones. En otras palabras sólo el conocimiento
intuitivo (esto es, experimental) nos da noticia de la existencia de alguna
cosa; y el conocimiento intuitivo o experimental versa siempre sobre cosas
individuales y concretas. Que hay tal o cual ente es una afirmación que no
podremos jamás sacar de otra parte que de la experiencia. No es lícito
racionalmente aceptar más entidades que aquellas que se dan en una experiencia
concreta o aquellas cuya admisión es absolutamente necesaria en virtud de una
experiencia concreta. Este es el sentido de una célebre fórmula que Ockham
maneja constantemente: Non sunt multiplicanda entia sine necessitate; el propio
Ockham lo explica así: sine necessitate, puta nisi per experientiam possit
convinci.
Con
esto está ya dicho que todo aquello cuya existencia Pueda ser afirmada es una
cosa individual: omnis res positiva extra anima eo ipso est singularis. Ockham
niega todo tipo de realidad al universal. Universalia sunt nomina.
La
lógica del siglo XIII había llamado suppositiio a la propiedad que el término
tiene de valer por o hacer las veces de la cosa (Terminus supponit pro re).
Ockham insiste en que a) sólo lo individual existe, b) que los individuos
pueden ser clasificados por la mente y para la mente, en géneros y especies; se
trata de no añadir nada a esto, de resolver el problema ateniéndose estrictamente
a los datos. Nada es universal para Ockham, ni siquiera el nombre, el nombre es
singular.
Guillermo
de Ockham era escéptico respecto de la posibilidad de conocer alguna vez las
conexiones causales particulares o de ser capaz de definir las sustancias particulares,
aunque no negó la existencia de causa o de sustancias como identidad que
persistía a través del cambio. De hecho, creía que las conexiones establecidas
empíricamente poseían una validez universal en razón de la uniformidad de la
naturaleza.
Ockham
basó el tratamiento de la inducción sobre dos principios. Primero, defendió que
el único conocimiento cierto sobre el mundo de la experiencia era el que
llamaba conocimiento intuitivo, adquirido por la percepción de cosas
individuales a través de los sentidos.
El
segundo principio de Ockham era el de economía, la llamada navaja de Ockham.
El
efecto del ataque de Ockham a la física y a la metafísica de su tiempo fue
destruir la creencia en la mayor parte de los principios sobre los que se
basaba el sistema de la física del siglo XIII. En particular atacó las
categorías aristotélicas de relación y de sustancia y el concepto de
causalidad. Defendió que las relaciones como la de estar una cosa sobre la otra
en el espacio, no tenían realidad objetiva, aparte de las cosas individuales
perceptibles entre las que se observaba la relación. Según él, las relaciones
eran simplemente conceptos formados por la mente. Esta idea era incompatible
con la idea aristotélica de que el cosmos tenía un principio objetivo de orden,
según el cual sus substancias componentes estaban ordenadas, y abrió el camino
a la noción de que todo movimiento era relativo en un espacio geométrico
indiferente sin diferencias cualitativas.
Ockham
dijo, al tratar de la sustancia, que sólo se poseía experiencia de los
atributos y que no se podía demostrar el que unos determinados atributos
observados fueran causados por una forma sustancial determinada. Defendió que
las secuencias de fenómenos regulares eran simplemente secuencias de hechos y
que la función primaria de la ciencia era establecer estas secuencias por la
observación. Era imposible tener certeza de una conexión causal. concreta,
porque la experiencia proporcionaba conocimiento evidente sólo de los objetos o
fenómenos individuales y nunca de la relación entre ellos como causa y efecto.
Un
grado mayor aún de empirismo filosófico fue logrado por un francés
contemporáneo de Okham, Nicolás de Autrecourt (muerto después de 1350). Este
dudó absolutamente de la posibilidad de conocer la existencia de sustancias o
de relaciones causales. Llegó a la conclusión de que del hecho de que se sepa
que una cosa existe no se puede inferir evidentemente que otra cosa existe, o
no existe,; de lo cual él concluía que del conocimiento de los atributos no era
posible inferir la existencia de las sustancias.
El
nominalismo afirmaba que el mundo natural era contingente y que por lo tanto
las observaciones eran necesarias para descubrir algo sobre él.
En
física el primero que realiza un análisis cinemático del movimiento es Gerardo
de Bruselas (1187-1260) en su tratado “De motu”, al tratar el movimiento de
rotación adoptó un enfoque característico de la ciencia moderna, considerando
como objeto principal del análisis la representación de las velocidades no
uniformes por medio de velocidades uniformes, análisis que implicaba
inevitablemente el concepto de velocidad y parece que supuso que la velocidad
de un movimiento puede expresarse por un número o una cantidad haciendo de ella
magnitud, como el espacio y el tiempo.
Hacia
finales del siglo XIII Gil de Roma propuso una forma completa de atomismo, que
derivó su base de la teoría de Avicebrón sobre la materia como extensión
especificada sucesivamente por una jerarquía de formas. Gil sostuvo que la
magnitud podía ser considerada de tres maneras: como una abstracción
matemática, como realizada en una substancia material no específica y en una
específica.
Nicolás
de Autrecourt abandonó por completo la explicación de los fenómenos en términos
de formas sustanciales y llegó a adoptar una física completamente epicúrea.
Llegó a la conclusión probable de que un continuum material estaba compuesto de
puntos mínimos, infrasensibles e indivisibles, y el tiempo de instantes discretos,
y afirmó que todo cambio en las cosas naturales se debía a movimiento local,
esto es, a la agregación y a la dispersión de partículas. También creyó que la
luz era un movimiento de partículas con una velocidad finita.
Según
Ockham tiempo y movimiento no designaban res absolutae, sino relaciones entre
res absolutas. Designaban rei respectivae, sin existencia real. Rechazó el
principio básico de Aristóteles de que el movimiento local fuera una
potencialidad actualizada. Definió el movimiento como la existencia sucesiva,
sin reposo intermedio, de una identidad continua que existía en lugares
diferentes; y para él el mismo movimiento era un concepto que no tenía
realidad, aparte de los cuerpos en movimiento que podían ser percibidos. Era
innecesario postular cualquier forma inherente que causara el movimiento,
cualquier entidad real distinta del cuerpo en movimiento, cualquier flujo o
curso. Todo lo que era necesario decir era que de instante a instante el cuerpo
en movimiento tenía una relación espacial diferente con otro cuerpo. Cada
efecto nuevo requería una causa; pero el movimiento no era un efecto nuevo,
porque no era nada, sino que el cuerpo existía sucesivamente en lugares
distintos. Ockham rechazó, por tanto, las tres explicaciones corrientes de la
causa del movimiento de los proyectiles, el impulso del aire, la acción a
distancia mediante las especies y la fuerza impresa dada al mismo proyectil.
Rechazó la frase omne quod movetur, movetur ab alio y dio el primer paso hacia
la formulación del principio de inercia y a la definición de fuerza como lo que altera
el reposo o el movimiento.
No
fue sin embargo Ockham el que produjo la teoría física más significativa del
siglo XIV, sino un físico, Juan Buridán. A las críticas corrientes de las
teorías del movimiento de los proyectiles platónica y aristotélica añadió la de
que el aire no podía explicar el movimiento rotatorio de una piedra de molino o
de un disco, porque el movimiento continuaba aun cuando se colocara una
cubierta sobre los cuerpos, cortando así el aire. Igualmente rechazó la
explicación de la aceleración de los cuerpos que caen libremente por la
atracción del lugar natural, porque defendía que el motor debe acompañar al
cuerpo movido. La teoría del impetus, por medio de la cual explicaba los
diferentes fenómenos del movimiento
constante y acelerado, se basaba, como la teoría anterior de la virtus
impressa, sobre los principios de Aristóteles de que todo movimiento requiere
un motor y de que la causa debe ser proporcionada al efecto. En este sentido,
la teoría del impetus era la conclusión histórica de una línea de desarrollo
dentro de la física aristotélica, más que el comienzo de una nueva dinámica de
la inercia. Buridán sin embargo, formuló su teoría con mayor exactitud
cuantitativa que sus predecesores.
Puesto
que las explicaciones de la persistencia del movimiento de un cuerpo después de
haber abandonado al motor original fracasaron, Buridán concluyó que el motor
debe imprimir al mismo cuerpo un cierto impetus, una fuerza motriz gracias a la
cual continuaba moviéndose hasta que era afectada por la acción de fuerzas independientes. En
los proyectiles este impetus se reducía progresivamente por la resistencia del
aire y por la gravedad natural a caer hacia abajo; en los cuerpos que caían libremente,
aumentaba gradualmente por la gravedad natural, que actuaba como una fuerza
aceleradora que añadía incrementos o impetus sucesivos o gravedad accidental, a
los ya adquiridos. La medida del impetus de un cuerpo era su cantidad de
materia multiplicada por su velocidad.
Se
ha pretendido hacer del impetus una
fuerza motriz duradera al hacer del impetus una res permanens, la cual mantiene
al cuerpo en movimiento sin cambio en la medida en que no era afectado por
fuerzas que lo disminuían o lo aumentaban. Buridán dio un paso estratégico
hacia el principio de inercia. Es verdad que su impetus tenía algunas
semejanzas notables con la dinámica del siglo XVII. La medida que propone
Buridán del impetus de un cuerpo como
proporcional a la cantidad de materia y a la velocidad sugiere la definición de
Galileo del impeto o momento, la quantité de mouvement de Descartes, e incluso
el momento de Newton como el producto de la masa multiplicada por la velocidad.
Es verdad que el impetus de Buridán, en
ausencia de fuerzas independientes, podía continuar en círculo en los cuerpos
celestes y en línea recta en los cuerpos terrestres, mientras que el momento de
Newton permanecía solamente en línea recta en todos los cuerpos y necesitaría
una fuerza para ser llevado a una trayectoria circular. Galileo en esto no
estaba con Newton, sino en una posición intermedia entre él y Buridán.
También
existe una cierta semejanza entre el impetus de Buridán y la forcé vive, o
energía cinética, de Leibniz. Buridán proponía el impetus como una causa aristotélica del movimiento que
debía ser proporcionada al efecto; por tanto, si la velocidad aumentaba, como
en los cuerpos que caen, también debía hacerlo el impetus. Es verdad que se
puede considerar el impetus de Buridán como un resultado de su intento de
formulaciones cuantitativas, como algo más que una causa aristotélica, como una
fuerza o poder poseído por un cuerpo, en razón de estar en movimiento, de
alterar el estado de reposo o movimiento de otros cuerpos en su trayectoria. Es
verdad también que existen demasiadas semejanzas entre esto y la definición de
impeto o momento dada por Galileo en su “Dos nuevas ciencias” para suponer que éste no debía nada a Juan
Buridán. Pero considerándolo en su propia época, es evidente que el mismo Buridán
consideró su teoría como una solución a los problemas clásicos que surgían
dentro del contexto de la dinámica aristotélica de la que él nunca se evadió.
No concibió el principio de inercia en el espacio vacío.
La
teoría del impetus de Buridán fue un intento de incluir los movimientos
celestes y los terrestres en un único sistema mecánico. En este terreno fue
seguido por Alberto de Sajonia, Marsilio de Inghen y Nicolás Oresme. Oresme
defendió que en la región terrestre había solamente movimientos acelerados y
retardados. Adaptó la teoría del impetus a esta hipótesis y parece que no lo
consideraba como una res naturae permanentes, sino como algo que duraba
solamente algún tiempo.
Respecto
de la dinámica terrestre, Buridán explicó el rebote de una pelota por analogía
con la reflexión de la luz, diciendo que el impetus inicial comprimía la pelota
con violencia cuando ella golpeaba el suelo; y cuando rebotaba, esto le daba un
nuevo impetus, que hacía que la pelota saliera hacia arriba. Dio una
explicación similar de la vibración de la cuerda y de la oscilación de una
campana balanceándose.
Buridán,
en sus Quaestiones de Caelo et Mundo, mencionaba que muchos defendían que el
movimiento diario de rotación de la Tierra era probable, aunque añadía que
ellos proponían esta posibilidad como un ejercicio escolástico. Se dio cuenta
de que la observación inmediata de los cuerpos no podía ayudar a decidir si
eran los cielos si se movían o lo era la Tierra basándose en observaciones.
Esto tiene que ver con la relatividad del movimiento. Una flecha disparada
verticalmente caía en el lugar desde el que había disparada. Si la Tierra
girara, decía, eso sería imposible; y respecto a la sugerencia de que el aire
que giraba arrastrara a la flecha decía que el impetus de la flecha resistiría
la tracción lateral del aire.
El
estudio de la rotación diaria de la Tierra realizado por Oresme fue más
elaborado. El análisis de Oresme de todo el problema fue el más detallado y
agudo realizado en el período que va de los astrónomos griegos a Copérnico.
Al
defender el sistema geoestático, una cuestión importante estudiada por Oresme
fue la del movimiento constante de las esferas. Puesto que su versión de la
teoría del impetus no podía explicar el movimiento constante, retornó a una
teoría vaga del equilibrio entre las cualidades y fuerzas motrices que Dios
comunicó a las esferas en la creación para corresponder a la gravedad
(pesanteur) de los cuerpos terrestres y la resistencia proporcionada que se
oponía a estas fuerzas (vertus). De hecho, decía que en la creación estas
fuerzas y resistencias habían sido conferidas por Dios a las inteligencias que
movían los cuerpos celestes; las Inteligencias se movían con los cuerpos a los
que movían y estaban relacionadas con ellos de la misma forma que el alma lo
estaba con el cuerpo.
Oresme
afirmaba que las direcciones del espacio, el movimiento y la gravedad natural y
la levitación debían, en la medida en que eran observables, ser consideradas
todas ellas relativas.
Oresme
estaba de acuerdo con los que argüían que Dios por su potencia infinita podía
crear un espacio infinito y tantos mundos como quisiera.
Oresme
afirmó que sólo se podía decir que arriba y abajo eran absoluta y realmente
distintos, pero únicamente respecto de un universo determinado. Podíamos, por
ejemplo, distinguir arriba y debajo de acuerdo con el movimiento de los cuerpos
ligeros y pesados. Oresme combinando esta teoría pitagórica o platónica de la
gravedad con la concepción del espacio infinito, podía así prescindir de un
centro del universo fijo al que estuvieran referidos todos los movimientos
naturales de la gravitación. La gravedad era sencillamente la propiedad de los
cuerpos más pesados de dirigirse al centro de las masas esféricas de materia.
La gravedad producía movimientos únicamente en relación a un universo
determinado; no había una dirección absoluta de la gravedad que se aplicara a
todo espacio.
No
había fundamento, por tanto, para argüir que, suponiendo que los cielos girasen
ver, la Tierra debía estar necesariamente fija en el centro. Oresme demostró,
basándose en la analogía de una rueda que gira, que era solamente necesario en
el movimiento circular el que un punto matemático imaginario estuviera en
reposo en el centro, como era supuesto, en efecto, en la teoría de los epiciclos.
Además, decía que no era parte de la definición del movimiento local el que
estuviera referido a algún punto fijo o a algún cuerpo fijo.
Oresme
decía que le parecía que era posible defender la opinión, siempre sujeta a
corrección, de que la tierra se mueve con movimiento diario y los cielos no. Y
se dedicó a refutar las objeciones en contra: las objeciones que Oresme citó en
contra del movimiento de la Tierra habían sido todas ellas tomadas de Ptolomeo
e iban a ser utilizadas contra Copérnico; las hizo frente con argumentos que a
su vez iban a ser utilizados por Copérnico y por Bruno.
La
primera objeción a partir de la experiencia era que se observaba efectivamente
que los cielos giraban alrededor de su eje polar. Oresme replicaba a esto
citando el cuarto libro de la perspectiva de Witelo, que el único movimiento
observable era el movimiento relativo.
La
segunda objeción a partir de la experiencia era que si la Tierra giraba por el
aire de Oeste a Este habría un soplo de viento fuerte continuado de Este a
Oeste. Oresme replicó a esto que el aire y el agua participaban de la rotación
de la Tierra, de forma que no habría tal viento. La tercera objeción era la que
concibió Buridán: que si la Tierra giraba, una flecha o una piedra disparadas
verticalmente hacia arriba deberían quedar atrás hacia el Oeste cuando cayeran,
mientras que de hecho caían en el lugar de donde habían sido lanzadas. La
respuesta de Oresme a esta objeción era muy significativa. Decía que la flecha
se mueve muy rápidamente hacia el Este con el aire que atraviese y con la masa
entera de la parte inferior del universo indicada antes que se mueve con
movimiento diario y de este modo la flecha vuelve al lugar en la Tierra desde
donde fue lanzada. De hecho, la flecha tendría dos movimientos y no uno sólo,
un movimiento vertical a partir del arco, y un movimiento circular por estar en
el globo en rotación.
Así,
de la misma forma que a una persona que esté en un barco en movimiento
cualquier movimiento rectilíneo respecto del barco le parece rectilíneo, a una
persona en la Tierra la flecha le parecerá que cae verticalmente al punto de
donde fue lanzada. El movimiento le parecería el mismo a un observador sobre la
Tierra tanto si este girara como si estuviera en reposo. Esta concepción de la
composición de movimientos se iba a convertir en una de las más fecundas en la
dinámica de Galileo.
Las
objeciones de razón contra el movimiento de la Tierra provenían principalmente
del principio de Aristóteles de que un cuerpo elemental podía tener únicamente
un solo movimiento que, para la Tierra, era rectilíneo y hacia abajo. Oresme
afirmó que todos los elementos, excepto los cielos, podían tener dos
movimientos naturales, siendo uno la rotación en círculo cuando estaban en su
lugar natural, y el otro el movimiento rectilíneo por el que volvían a su lugar
natural cuando habían sido desplazados de él. La vertu que movía a la Tierra en
forma de rotación era su naturaleza o forma, igual que la que la movía rectilíneamente
hacia su lugar natural. A la objeción de que la rotación de la Tierra destruiría
la astronomía, Oresme replicaba que todos los cálculos y tablas serían los
mismos de antes.
Los
principales argumentos positivos que Oresme adujo en favor de la rotación de la
Tierra se centraban todos ellos en que era más sencilla y perfecta la rotación
que la otra alternativa, anticipándose una vez más notablemente a los
argumentos de inspiración platónica de Copérnico y Galileo. Si la Tierra tenía
un movimiento de rotación todos los movimientos celestes aparentes tendrían
lugar en el mismo sentido, de Este a Oeste; la parte habitable del globo estaría
en su lado derecho o noble; los cielos gozarían del estado más noble de reposo
y la base de la Tierra se movería; los cuerpos celestes más alejados harían sus
revoluciones proporcionalmente más despacio que los más cercanos al Este, en vez
de más rápidamente, como ocurriría en el sistema geocéntrico. Entre las
ventajas de la sencillez se contaba la de que la novena esfera ya no era
necesaria. Sin embargo, Oresme creía en el geocentrismo. Oresme comprendió bien
que ninguno de sus argumentos probaba positivamente el movimiento de la Tierra.
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