sábado, 7 de mayo de 2011

La razón de Estado

Vaya panda de mamarrachos sensibleros que hay que soportar en todo el mundo. Los EE.UU. ejecutan a un asesino terrorista, una verdadera amenaza para la seguridad de los EE.UU llamado Bin Laden y los progresistas se escandalizan. Bin Laden era un enemigo público. Con los enemigos sólo cabe la guerra y en una guerra sólo caben dos posibilidades: la derrota o la victoria. El terrorismo de Al Qaeda constituye una nueva forma de guerra irregular. Es un enemigo insidioso, difícilmente localizable que cuenta con el beneplácito y la complicidad pasiva o activa de determinados Estados. Los EE.UU. localizaron a Bin Laden y lo ejecutaron. Son los arcana imperii o la razón de Estado. El Estado tiene que garantizar la tranquilidad pública. El Estado es el Defensor pacis, pero para ello ha de destruir a las amenazas reales o potenciales que se vayan presentando. Salus populi suprema lex est. Quien desconozca todo esto así como la distinción amigo/enemigo es que no tiene ni idea de en qué consiste la política, una continuación de la guerra por otros medios. Los periodistas progresistas quieren un mundo estable, pacífico, con criminales reinsertados en la sociedad tras cortos períodos de encarcelamiento, un mundo de violadores que se han vuelto razonables, con asesinos devenidos buenos y santos, un mundo en el que el mal no exista porque en el fondo no existe para ellos el mal y por lo tanto, tampoco la enemistad ni las contradicciones ni la muerte, ni el dolor. Tienen pánico a la complejidad, al dolor, a la muerte, al conflicto, a la lucha, al reconocimiento de que acaso su irenismo y su optimismo Alicia sea totalmente falso y conducente al suicidio y a la estupidez. Los progresistas se escandalizan de los procedimientos antijurídicos empleados, como si todo acto político fuera juridificable. El momento de la decisión escapa al derecho. En el Estado de Derecho no todo es derecho. Hay política más allá del derecho. Por lo demás, todo Estado por el mero hecho de ser Estado es ya por ello precisamente un Estado de Derecho. El fundamentalismo democrático y la ideología del Estado de Derecho alimentan la falsa creencia en que todo puede ser regulado por el derecho y de que este derecho no tiene que incluir la pena de muerte. El fundamentalista progresista le tiene pavor a la pena de muerte. Con un breve encarcelamiento se produce la reinserción del delincuente y tendríamos a Bin Laden en el Corte Inglés haciendo compras como un consumidor autosatisfecho más, feliz de ser un ciudadano más y de haberse convertido a la democracia y al Estado de Derecho burgués con sus seis esposas legítimas. El progresista siente la ternura común por las cosas, sintiendo horror a la contradicción, a la negación. El progresista es totalmente ajeno al realismo político. El progresista es un optimista antropológico radical. No cree en la violencia, ni en la fuerza militar ni policial. No piensa en los peligros ni en las amenazas que afectan al Estado. Por lo demás, en su optimismo aliciesco, el progresista suspende el juicio ético, moral y político embarcándose así en una peligrosa deriva que desarma al Estado y lo lleva al debilitamiento. Este debilitamiento del Estado sólo puede beneficiar al terrorismo y a otros Estados enfrentados a él en un estado de naturaleza, que es lo que predomina en las relaciones internacionales. El progresista no se da cuenta de esto y propugna la paz incondicional y la cooperación, más que el conflicto. El progresista no reconoce que sea necesaria la razón de Estado. Para él la violencia destructora del terrorista y la violencia reparadora del Estado son equiparables y las ecualiza. Esto muestra su miopía intelectual y política. Los progresistas no comprenden la esencia de la realidad política y no entienden que un Estado pueda luchar con todos sus recursos disponibles contra sus amenazas.,

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