Amigo y enemigo
Carl Schmitt (1888-1985), afirma inicialmente en la «Teología política I» que «Es soberano quien decide el estado de excepción». Sabemos quién es el soberano cuando tiene lugar una situación excepcional. En tal situación excepcional es el Soberano el que tiene que decidir y el que decide. En el Estado democrático de derecho, en sus constituciones, siempre se elude decir quién manda, quién ostenta el mando, quién decide. Se pasa de puntillas sobre lo político: el mando y la obediencia. Sea cual sea el cuidado y el empeño empleado por las constituciones para ocultar el carácter individual y decisionista del mando y del poder político, éste permanece latente bajo el amontonamiento de las instituciones y del articulado constitucional y vuelve a surgir con toda nitidez en los casos extremos, pues forma parte de la misma naturaleza del mando el ejercitar la decisión en última instancia. Sólo en las situaciones de excepción aparece con toda claridad el soberano. El soberano es también el que sabe distinguir entre el amigo y el enemigo y el que sabe entonces identificar quién es el enemigo.Es más, únicamente él está capacitado y autorizado para efectuar tales distinciones vitales para la eutaxia de la sociedad política, núcleo esta eutaxia de la sociedad política a decir de Gustavo Bueno. Decisiones políticas específicas tales como la determinación de la amistad y de la enemistad dentro de la propia existencia política, sólo pueden nacer del soberano y ello tanto desde el Estado con respecto a los enemigos interiores como en el seno del Estado frente a los demás sujetos de la comunidad internacional en tanto y cuanto se agrupan como amigos o como enemigos. El universo político por ello, no es tal, sino más bien un pluriverso político en el cual unas unidades políticas luchan contra otras en un bellum omnium contra omnes porque todo Estado implica oposición a otros Estados, una frontera, una capa cortical que lo separa y delimita con respecto a las restantes unidades políticas. «Del rasgo conceptual de lo político deriva el pluralismo en el mundo de los Estados. La unidad política presupone la posibilidad real del enemigo y con ella la existencia simultánea de otras unidades políticas. De ahí que, mientras haya sobre la Tierra un Estado, habrá también otros, y no puede haber un «Estado mundial» que abarque toda la Tierra y a toda la humanidad. El mundo político es un pluriverso, no un universo.»{2} Lo que está en el principio del Estado y es su fundamento es la decisión. El soberano es el que decide. Lo político se define como una decisión constitutiva y polémica. La humanidad no existe políticamente hablando. Sólo existen las diversas unidades políticas en perpetuo conflicto y enemistad o amistad a nivel de política internacional entendida ésta como política de poder. La humanidad como tal no puede pues hacer una guerra. Carece de enemigo, al igual que la humanidad no puede ser solidaria consigo misma, salvo si los marcianos existieran y hubiera que hacerles frente.
Por esto, según Schmitt, el verdadero garante, el verdadero defensor de la constitución ha de ser el soberano, el titular del poder político, el princeps, el primer ciudadano, el que decide sobre el estado de excepción y distingue entre amigos y enemigos. Kelsen sostenía en cambio que era necesario que el poder político, siguiendo la doctrina liberal, estuviera controlado o frenado por un órgano judicial-constitucional independiente, el tribunal constitucional.
«El concepto del Estado presupone el de lo político», dice Schmitt (pág. 43) y «de acuerdo con el uso actual del término, el Estado es el status político de un pueblo organizado en el interior de unas fronteras territoriales» (pág. 49). La esencia de lo político es la distinción entre amigo y enemigo. «Pues bien, la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo» (pág. 56). Schmitt añade además que esta distinción proporciona una determinación del concepto en el sentido de que es un criterio para distinguir a lo político de otras realidades humanas o sociales. Desde una perspectiva política realista «lo que no se puede negar razonablemente es que los pueblos se agrupan como amigos y enemigos, y que esta oposición sigue estando en vigor, y está dada como posibilidad real, para todo un pueblo que exista políticamente» (pág. 58). La distinción amigo/enemigo significa el máximo grado de intensidad de otras oposiciones en la praxis social. El enconamiento de las contradicciones sociales deviene contradicción política. Una contradicción social en los diversos ámbitos de la sociedad civil cuando llega a su máxima intensidad se convierte automáticamente en una contradicción política. «El sentido de la distinción amigo-enemigo es marcar el grado máximo de intensidad de una unión o separación, de una asociación o disociación» (Schmitt, pág. 57). Este par de conceptos políticos a decir de Carl Schmitt no se deriva de ningún otro par de conceptos en las ciencias sociales y determina la actividad política. Lo que define la actividad política es la capacidad de decidir que tiene el soberano sobre quién es el enemigo y de definirlo, así como de combatirlo y adoptar las decisiones más convenientes para garantizar la tranquilidad pública, la eutaxia política. La decisión política del soberano es polémica porque con ella se establece la distinción entre amigo y enemigo y ello tanto respecto al exterior como con respecto al interior, frente a aquellos que son enemigos internos del Estado. Decía D. Torcuato Fernández Miranda (1915-1980) que «El concepto de la política de Carl Schmitt se mueve en un círculo vicioso; realiza la incorrección lógica de incluir lo definido en la definición. Al definir al amigo como una unidad de hombres situada frente a otra análoga, en lucha por la existencia, el concepto de unidad no se define con criterio sustancial, sino formal; es la oposición en sí, no la causa de esa oposición. Es decir, el amigo es una unidad política frente a otra: el enemigo, que se le define desde aquél. Si es así, la unidad política se define como previa a la dualidad amigo-enemigo, pues la funda y no obstante se hace de esa distinción el criterio para definir la política y, por ende, la misma unidad política, lo que es un circulo vicioso. La dualidad amigo y enemigo no es previa y fundante del concepto de la política, sino, a lo más, consecuencia de la actividad política.»{3}
No se trata aquí de un enemigo personal, subjetivo, psicológico, individual. Se trata más bien del enemigo concreto y existencial, de alguien que con su existencia, por el mero hecho de existir pone en peligro mi existencia política, la del Estado del que se trate. Se trata pues, del enemigo público: «Sólo es enemigo el enemigo público, pues todo cuanto hace referencia a un conjunto tal de personas, o en términos más precisos, a un pueblo entero, adquiere eo ipso carácter público» (Schmitt, págs. 58-59). Esto tiene que ver con la distinción platónica presente en «República» V, XVI, 470 entre έχθρός y πολέμος, o con la distinción existente en latín entre inimicus y hostis, entre enemigo privado y enemigo público. El verdadero enemigo es el enemigo público, el hostis, no el inimicus. El enemigo es el extraño, el extranjero, el otro, con el cual caben conflictos existenciales y claro, está, como consecuencia de ello, la guerra como máxima expresión de tal conflicto existencial. Gustavo Bueno ha distinguido precisamente entre sociedades naturales o prepolíticas y sociedades políticas. En las sociedades naturales se produce la convergencia social. Ahí la enemistad no deja de ser algo personal, individual y está gobernada mediante un férreo control social. En las sociedades políticas aparecen el enemigo político, las divergencias de clase, sociales y aparece entonces ahí la dialéctica amigo/enemigo en torno a la eutaxia política. Es necesaria entonces la existencia de aparatos de Estado por encima de la sociedad civil para encauzar y dominar los antagonismos en el seno de la unidad política y para prevenir, abordar y afrontar lo inevitable: la enemistad con otras unidades políticas. Un mundo sin enemistad política sería un mundo sin política. Tan pronto como desapareciera la enemistad, la política se desvanecería. El profesor Enrique Tierno Galván (1918-1986) llamó ya hace tiempo la atención acerca de la utilización de esta distinción entre amigo y enemigo ya por parte de Baltasar Álamos de Barrientos (1556-1644): «Todos los príncipes extranjeros divido en tres especies, teniendo respeto a Vuestra Majestad y a sus reinos: en enemigos públicos o secretos, en amigos y en neutros»{4}. La política es un arte práctico y consiste en dirigir de forma conveniente las inclinaciones para mantener los amigos y cambiar las hostilidades, cualquiera que sea la condición de quin provengan. «Y también es cierto me confesarán que los preceptos y reglas y auertimientos que se dieren para ella y para todo el gouierno de la vida humana por la mayor parte resultan y proceden del conocimiento de los efectos humanos de amigos y enemigos o sean príncipes o ministros o vasallos».{5} Como dijo bien Tierno Galván, parece esto escrito por la pluma de Carl Schmitt. Al final, sin embargo, Álamos de Barrientos finalmente los reduce a los tres: amigos, enemigos y neutros en última instancia a dos: amigos y enemigos. Schmitt orienta su doctrina política contra cualquier fundamentación moral del Estado, contra toda consideración de lo político desde la ética., contra el idealismo político.
Dice Carl Schmitt que «Todo enfrentamiento religioso, moral, económico, étnico o de otro tipo se transforma en un enfrentamiento político si es lo bastante fuerte como para reagrupar efectivamente a los hombres en amigos y enemigos».{6} La enemistad política es la más intensa de las oposiciones. Cualquier conflicto, humano, cuanto más intenso sea, más político será. «La oposición o el antagonismo constituye la más intensa y extrema de todas las oposiciones, y cualquier antagonismo concreto se aproximará tanto más a lo político cuanto mayor sea su cercanía al punto extremo, esto es, la distinción entre amigo y enemigo» (Schmitt, pág. 59).
La guerra es pues, según Schmitt el estado natural de las relaciones existentes entre las unidades políticas tal y como ya declarara sin ambajes Thomas Hobbes unos siglos antes: «Guerra es una lucha armada entre unidades políticas organizadas, y guerra civil es una lucha armada en el seno de una unidad organizada (que sin embargo se vuelve justamente por ello problemática)» (Schmitt, pág. 62). Es inherente a la sociedad política el ius belli,«esto es, la posibilidad real de, llegado el caso, determinar por propia decisión quién es el enemigo y combatirlo» (pág. 74). Igualmente, el Estado tiene la capacidad de determinar por sí mismo, al enemigo interior. Es que para Schmitt, la política es la continuación de la guerra por otros medios así como la guerra es la continuación de la política por otros medios como llegó a decir Clausewitz. La guerra es esencialmente política.
Esta enemistad política se comprueba según Schmitt de la siguiente manera: «Hay dos fenómenos que cualquiera puede comprobar y en los cuales puede advertirse esto a diario. En primer lugar: todos los conceptos, ideas y palabras poseen un sentido polémico; se formulan con vistas a un antagonismo concreto, están vinculados a una situación concreta cuya consecuencia última es una agrupación según amigos y enemigos» (pág. 60).
Los partidos políticos con su praxis gubernamental premian y favorecen a sus amigos y partidarios y castigan y privan de recompensas a sus adversarios. Esto no es otra cosa que la tan cacareada politización de las instituciones del Estado. Es algo muy típico de los Estados democráticos parlamentarios, o de los Estados de partidos oligárquicos actuales propios de esta época del Estado de Bienestar.«En segundo lugar: en la manera usual de expresarse en el marco de las polémicas cotidianas intraestatales el término político aparece muchas veces como equivalente a propio de la política de partidos; la inevitable «falta de objetividad» de toda decisión política, defecto que no es sino reflejo de la distinción entre amigo y enemigo inherente a toda conducta política, se expresa en las penosas formas y horizontes que dominan la concesión de puestos y política de sinecuras de los partidos políticos» (Schmitt, pág. 62). Igual que el soberano aparece claramente en las situaciones políticas excepcionales, ocurre también que lo político se muestra con toda claridad con la forma extrema de enemistad política: la guerra. «Pues sólo en la lucha real se hace patente la consecuencia extrema de la agrupación política según amigos y enemigos. Es por referencia a esta posibilidad extrema como la vida del hombre adquire su tensión específicamente política» (Schmitt, pág. 65).
Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes, Clausewitz, Raymond Aron, Julien Freund, Carl Schmitt son autores típicos de la escuela del realismo político. Son poco queridos por el progresismo, el humanismo y el pensamiento Alicia. No está bien visto en nuestros días el realismo político, a decir verdad. Sin embargo, a pesar de eso, debemos considerar de manera realista las cosas políticas mal que les pese a muchos. Todo hombre que vive en una sociedad política, piensa políticamente y no puede obviar la existencia del enemigo, de la enemistad y por tanto del conflicto, de la violencia y de la guerra. Todo individuo que sea humanista y antimaquiavélico, que esté en contra de la razón de Estado, se verá obligado a enemistarse con los partidarios de la teoría política realista y a pensar y obrar contra ellos. Schmitt identifica la política con el ejercicio del poder y con la decisión. No hay que rehuir el conflicto existente, ni las contradicciones políticas. Hay que asumir la lucha. Hay que evitar caer en la ternura común por las cosas como bien dijo Hegel. Pensar es pensar contra alguien. Actuar es actuar contra alguien. El ejemplo del marxismo localizando e identificando siempre a sus enemigos de clase e ideológicos nos sirve para ilustrar esto que estamos diciendo y es una señal de la verdad de lo que venimos diciendo. En la política, en el Estado, en la sociedad política, no podemos prescindir de la existencia del enemigo, que por cierto, como hemos dicho más arriba, es un enemigo existencial. «Esto significa que la violencia y el miedo están en el corazón de la política» (Freund, pág. 557). Al enemigo no hay que odiarlo personalmente. Tampoco hay que amarlo personalmente. «Por consiguiente, el enemigo político no es forzosamente un ser éticamente malo, como tampoco se le puede confundir con el competidor económico. El enemigo, «es el otro, es el extranjero, y basta a su esencia el que sea existencialmente, en un sentido particularmente intenso, algo distinto y extraño para que, en caso extremo, las relaciones que se tengan con él se transformen en conflictos que no pueden resolverse ni por una normalización general preventiva, ni por el arbitraje de un tercero «desinteresado» e «imparcial» (Freund, pág. 559).
Es que la guerra y el enemigo están intrínsecamente conectados, ligados entre sí. No sólo ocurre que la guerra es un asunto político y de los políticos, sino que ocurre que la política contiene en su seno la conflictividad, el poder y la violencia, así como la enemistad. Ocurre que según Schmitt «Los conceptos de amigo, enemigo y lucha adquieren su sentido real por el hecho de que están y se mantienen en conexión con la posibilidad real de matar físicamente. La guerra procede de la enemistad, ya que ésta es una negación óntica de un ser distinto. La guerra no es sino la realización extrema de la enemistad. No necesita ser nada cotidiano ni normal, ni hace falta sentirlo como algo ideal o deseable, pero tiene desde luego que estar dado como posibilidad efectiva si es que el concepto del enemigo ha de tener algún sentido» (pág. 63).
En su auxilio Schmitt llama a Clausewitz afirmando que éste concibe a la guerra como la «ultima ratio» de la agrupación entre amigos y enemigos. La política así pues sería el cerebro de la guerra según Clausewitz según la interpretación que de éste realiza Schmitt. La guerra no posee sustantividad propia ni ninguna lógica propia o autónoma. Su lógica es política y le viene dictada por la distinción entre el amigo y el enemigo, la esencia de lo político como ya se ha visto más arriba. Entonces, «La guerra no es pues en modo alguno objetivo o incluso contenido de la política, pero constituye el presupuesto que está siempre dado como posibilidad real, que determina de una manera peculiar la acción y el pensamiento humanos y origina así una conducta específicamente política» (Schmitt, pág. 64).
Resulta que se puede optar por la paz, pero no por el pacifismo, si es que somos realistas políticos o materialistas políticos. Es el pacifismo una ideología que resulta igualmente polémica, tan polémica y tan política como su antagonista ideológico, el realismo político. El pacifismo en los hechos prácticos significa tomar partido por uno de los dos bandos en liza. Afirma Schmitt que «Nada puede sustraerse a esta consecuencia de lo político. Y si la oposición pacifista contra la guerra llegase a ser tan fuerte que pudiese arrastrar a los pacifistas contra los no pacifistas, a una «guerra contra la guerra», con ello quedaría demostrada la fuerza política de aquella oposición, porque habría demostrado tener suficiente fuerza como para agrupar a los hombres en amigos y enemigos» (Schmitt, pág. 66). En el fondo, el pacifismo es una tapadera de la voluntad de poder. Marx afirmó que la lucha de clases es el motor de la historia, pero otros autores anteriores a él ya señalaron decisivamente y con agudeza y sabiduría realista que la conflictividad es consustancial a la sociedad y que la paz es mentira, una simple pausa o tregua entre dos guerras. La paz resulta ser así algo excepcional. Por eso, el proyecto progresista, pensamiento Alicia o pacifista de establecer una alianza por la paz, al igual que el proyecto de una alianza de las civilizaciones es un proyecto esencialmente utópico y yo añadiría que quimérico e infantil. Es más, como dice Schmitt, «Si una parte del pueblo declara que ya no conoce enemigos, lo que está haciendo en realidad es ponerse del lado de los enemigos y ayudarles, pero desde luego con ello no se cancela la distinción entre amigos y enemigos» (Schmitt, pág. 81). Si un pueblo o una nación política no quiere la guerra y tiene miedo de los riesgos y penalidades vinculados a la existencia política, será otro pueblo el que asuma su protección contra el enemigo, estableciendo así un protectorado político sobre él. Así que no se puede destruir la política, esto es, la distinción entre el amigo y el enemigo. Si tiras las armas al suelo, otros las cogen y la enemistad no por ello desaparece. «Sería una torpeza creer que un pueblo sin defensa no tiene más que amigos, y un cálculo escandaloso suponer que la falta de resistencia va a conmover al enemigo……Porque un pueblo haya perdido la fuerza o la voluntad de sostenerse en la esfera de lo político no va a desaparecer lo político del mundo. Lo único que desaparecerá en ese caso es un pueblo débil.» (Schmitt, pág. 82)
Además, mientras que la amistad requiere del consenso o del acuerdo de las dos partes, la enemistad, justamente, no requiere del acuerdo mutuo. El disenso siempre es más fácil, simple y básico. Basta con que alguien me elija como su enemigo para que tenga lugar el conflicto y ello aunque yo no desee el conflicto. Es un error del progresismo creer que los enemigos los elijo yo únicamente y que siendo buenos o bienintencionados o pacíficos o no queriendo la enemistad eo ipso no voy a tener enemigos. «El error está en creer que yo no tengo enemigos si no quiero tenerlos. En realidad es el enemigo el que me elige, y si él quiere que yo sea su enemigo, yo lo soy a pesar de mis propuestas de conciliación y de mis demostraciones de benevolencia. En este caso, no me queda más que aceptar batirme o someterme a la voluntad del enemigo.»{7} Esto nos indica la superioridad y la potencia del paradigma realista en las ciencias políticas.
La paz es siempre algo excepcional en la sociedad política y en la historia. La conflictividad en cambio es algo consustancial a la sociedad política. Por eso resulta que la paz es un factor militar más, un factor polemológico y resulta entonces que la paz no es realmente la antinomia de la guerra. La guerra prosigue durante la paz. La política es la continuación de la guerra al igual que la guerra es la continuación de la política por otros medios. La enemistad pervive en la paz y prosigue latente cuando cesan las hostilidades. El marxismo sostuvo que la lucha de clases es el motor de la historia. El marxismo buscaba la guerra civil entre clases y la paz internacional entre Estados. El marxismo sin embargo, es una filosofía de la guerra, de la violencia y del conflicto social permanente interno a las sociedades políticas y ello aunque su meta ideal sea la paz del Fin de la Historia. Creemos nosotros que buscar la revolución y la paz resulta ser algo sumamente contradictorio. Por lo demás, el marxismo reconoce y ejercita la distinción dicotómica entre amigo y enemigo. Se trata en este caso de la antítesis entre burguesía y proletariado. Como dice Schmitt, es una grandiosa agrupación de contrarios.
Felipe Giménez Pérez
La paz es siempre algo excepcional en la sociedad política y en la historia, la conflictividad en cambio es algo consustancial a la sociedad política
Tenemos siempre la impresión de que algunas teorías o distinciones presentes en la historia de la filosofía son tan sencillas y evidentes, tan triviales, que llegamos erróneamente a considerar que cualquier hombre a poco que reflexionara bien hubiera podido llegar a parecidas conclusiones. Es lo que «ocurre en la filosofía política con la relación de amigo-enemigo formulada por Carl Schmitt. Ciertamente, desde que existen colectividades políticas independientes que se hacen la guerra, siempre éstas se han orientado más o menos conscientemente según el criterio del amigo y del enemigo, y a veces uno u otro autor, de pasada, ha subrayado su importancia y su alcance. Carl Schmitt fue, sin embargo, el primero en darnos clara conciencia del peso de esta relación en la realidad política intranacional e internacional, en hacer sistemáticamente su análisis conceptual, en elaborar su teoría y demostrar que, no solamente es determinante para la comprensión del fenómeno de la guerra, sino que es una de las bases de cualquier política.»{1} Efectivamente, es ésta una distinción importante para comprender la esencia de lo político.Carl Schmitt (1888-1985), afirma inicialmente en la «Teología política I» que «Es soberano quien decide el estado de excepción». Sabemos quién es el soberano cuando tiene lugar una situación excepcional. En tal situación excepcional es el Soberano el que tiene que decidir y el que decide. En el Estado democrático de derecho, en sus constituciones, siempre se elude decir quién manda, quién ostenta el mando, quién decide. Se pasa de puntillas sobre lo político: el mando y la obediencia. Sea cual sea el cuidado y el empeño empleado por las constituciones para ocultar el carácter individual y decisionista del mando y del poder político, éste permanece latente bajo el amontonamiento de las instituciones y del articulado constitucional y vuelve a surgir con toda nitidez en los casos extremos, pues forma parte de la misma naturaleza del mando el ejercitar la decisión en última instancia. Sólo en las situaciones de excepción aparece con toda claridad el soberano. El soberano es también el que sabe distinguir entre el amigo y el enemigo y el que sabe entonces identificar quién es el enemigo.Es más, únicamente él está capacitado y autorizado para efectuar tales distinciones vitales para la eutaxia de la sociedad política, núcleo esta eutaxia de la sociedad política a decir de Gustavo Bueno. Decisiones políticas específicas tales como la determinación de la amistad y de la enemistad dentro de la propia existencia política, sólo pueden nacer del soberano y ello tanto desde el Estado con respecto a los enemigos interiores como en el seno del Estado frente a los demás sujetos de la comunidad internacional en tanto y cuanto se agrupan como amigos o como enemigos. El universo político por ello, no es tal, sino más bien un pluriverso político en el cual unas unidades políticas luchan contra otras en un bellum omnium contra omnes porque todo Estado implica oposición a otros Estados, una frontera, una capa cortical que lo separa y delimita con respecto a las restantes unidades políticas. «Del rasgo conceptual de lo político deriva el pluralismo en el mundo de los Estados. La unidad política presupone la posibilidad real del enemigo y con ella la existencia simultánea de otras unidades políticas. De ahí que, mientras haya sobre la Tierra un Estado, habrá también otros, y no puede haber un «Estado mundial» que abarque toda la Tierra y a toda la humanidad. El mundo político es un pluriverso, no un universo.»{2} Lo que está en el principio del Estado y es su fundamento es la decisión. El soberano es el que decide. Lo político se define como una decisión constitutiva y polémica. La humanidad no existe políticamente hablando. Sólo existen las diversas unidades políticas en perpetuo conflicto y enemistad o amistad a nivel de política internacional entendida ésta como política de poder. La humanidad como tal no puede pues hacer una guerra. Carece de enemigo, al igual que la humanidad no puede ser solidaria consigo misma, salvo si los marcianos existieran y hubiera que hacerles frente.
Por esto, según Schmitt, el verdadero garante, el verdadero defensor de la constitución ha de ser el soberano, el titular del poder político, el princeps, el primer ciudadano, el que decide sobre el estado de excepción y distingue entre amigos y enemigos. Kelsen sostenía en cambio que era necesario que el poder político, siguiendo la doctrina liberal, estuviera controlado o frenado por un órgano judicial-constitucional independiente, el tribunal constitucional.
«El concepto del Estado presupone el de lo político», dice Schmitt (pág. 43) y «de acuerdo con el uso actual del término, el Estado es el status político de un pueblo organizado en el interior de unas fronteras territoriales» (pág. 49). La esencia de lo político es la distinción entre amigo y enemigo. «Pues bien, la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo» (pág. 56). Schmitt añade además que esta distinción proporciona una determinación del concepto en el sentido de que es un criterio para distinguir a lo político de otras realidades humanas o sociales. Desde una perspectiva política realista «lo que no se puede negar razonablemente es que los pueblos se agrupan como amigos y enemigos, y que esta oposición sigue estando en vigor, y está dada como posibilidad real, para todo un pueblo que exista políticamente» (pág. 58). La distinción amigo/enemigo significa el máximo grado de intensidad de otras oposiciones en la praxis social. El enconamiento de las contradicciones sociales deviene contradicción política. Una contradicción social en los diversos ámbitos de la sociedad civil cuando llega a su máxima intensidad se convierte automáticamente en una contradicción política. «El sentido de la distinción amigo-enemigo es marcar el grado máximo de intensidad de una unión o separación, de una asociación o disociación» (Schmitt, pág. 57). Este par de conceptos políticos a decir de Carl Schmitt no se deriva de ningún otro par de conceptos en las ciencias sociales y determina la actividad política. Lo que define la actividad política es la capacidad de decidir que tiene el soberano sobre quién es el enemigo y de definirlo, así como de combatirlo y adoptar las decisiones más convenientes para garantizar la tranquilidad pública, la eutaxia política. La decisión política del soberano es polémica porque con ella se establece la distinción entre amigo y enemigo y ello tanto respecto al exterior como con respecto al interior, frente a aquellos que son enemigos internos del Estado. Decía D. Torcuato Fernández Miranda (1915-1980) que «El concepto de la política de Carl Schmitt se mueve en un círculo vicioso; realiza la incorrección lógica de incluir lo definido en la definición. Al definir al amigo como una unidad de hombres situada frente a otra análoga, en lucha por la existencia, el concepto de unidad no se define con criterio sustancial, sino formal; es la oposición en sí, no la causa de esa oposición. Es decir, el amigo es una unidad política frente a otra: el enemigo, que se le define desde aquél. Si es así, la unidad política se define como previa a la dualidad amigo-enemigo, pues la funda y no obstante se hace de esa distinción el criterio para definir la política y, por ende, la misma unidad política, lo que es un circulo vicioso. La dualidad amigo y enemigo no es previa y fundante del concepto de la política, sino, a lo más, consecuencia de la actividad política.»{3}
No se trata aquí de un enemigo personal, subjetivo, psicológico, individual. Se trata más bien del enemigo concreto y existencial, de alguien que con su existencia, por el mero hecho de existir pone en peligro mi existencia política, la del Estado del que se trate. Se trata pues, del enemigo público: «Sólo es enemigo el enemigo público, pues todo cuanto hace referencia a un conjunto tal de personas, o en términos más precisos, a un pueblo entero, adquiere eo ipso carácter público» (Schmitt, págs. 58-59). Esto tiene que ver con la distinción platónica presente en «República» V, XVI, 470 entre έχθρός y πολέμος, o con la distinción existente en latín entre inimicus y hostis, entre enemigo privado y enemigo público. El verdadero enemigo es el enemigo público, el hostis, no el inimicus. El enemigo es el extraño, el extranjero, el otro, con el cual caben conflictos existenciales y claro, está, como consecuencia de ello, la guerra como máxima expresión de tal conflicto existencial. Gustavo Bueno ha distinguido precisamente entre sociedades naturales o prepolíticas y sociedades políticas. En las sociedades naturales se produce la convergencia social. Ahí la enemistad no deja de ser algo personal, individual y está gobernada mediante un férreo control social. En las sociedades políticas aparecen el enemigo político, las divergencias de clase, sociales y aparece entonces ahí la dialéctica amigo/enemigo en torno a la eutaxia política. Es necesaria entonces la existencia de aparatos de Estado por encima de la sociedad civil para encauzar y dominar los antagonismos en el seno de la unidad política y para prevenir, abordar y afrontar lo inevitable: la enemistad con otras unidades políticas. Un mundo sin enemistad política sería un mundo sin política. Tan pronto como desapareciera la enemistad, la política se desvanecería. El profesor Enrique Tierno Galván (1918-1986) llamó ya hace tiempo la atención acerca de la utilización de esta distinción entre amigo y enemigo ya por parte de Baltasar Álamos de Barrientos (1556-1644): «Todos los príncipes extranjeros divido en tres especies, teniendo respeto a Vuestra Majestad y a sus reinos: en enemigos públicos o secretos, en amigos y en neutros»{4}. La política es un arte práctico y consiste en dirigir de forma conveniente las inclinaciones para mantener los amigos y cambiar las hostilidades, cualquiera que sea la condición de quin provengan. «Y también es cierto me confesarán que los preceptos y reglas y auertimientos que se dieren para ella y para todo el gouierno de la vida humana por la mayor parte resultan y proceden del conocimiento de los efectos humanos de amigos y enemigos o sean príncipes o ministros o vasallos».{5} Como dijo bien Tierno Galván, parece esto escrito por la pluma de Carl Schmitt. Al final, sin embargo, Álamos de Barrientos finalmente los reduce a los tres: amigos, enemigos y neutros en última instancia a dos: amigos y enemigos. Schmitt orienta su doctrina política contra cualquier fundamentación moral del Estado, contra toda consideración de lo político desde la ética., contra el idealismo político.
Dice Carl Schmitt que «Todo enfrentamiento religioso, moral, económico, étnico o de otro tipo se transforma en un enfrentamiento político si es lo bastante fuerte como para reagrupar efectivamente a los hombres en amigos y enemigos».{6} La enemistad política es la más intensa de las oposiciones. Cualquier conflicto, humano, cuanto más intenso sea, más político será. «La oposición o el antagonismo constituye la más intensa y extrema de todas las oposiciones, y cualquier antagonismo concreto se aproximará tanto más a lo político cuanto mayor sea su cercanía al punto extremo, esto es, la distinción entre amigo y enemigo» (Schmitt, pág. 59).
La guerra es pues, según Schmitt el estado natural de las relaciones existentes entre las unidades políticas tal y como ya declarara sin ambajes Thomas Hobbes unos siglos antes: «Guerra es una lucha armada entre unidades políticas organizadas, y guerra civil es una lucha armada en el seno de una unidad organizada (que sin embargo se vuelve justamente por ello problemática)» (Schmitt, pág. 62). Es inherente a la sociedad política el ius belli,«esto es, la posibilidad real de, llegado el caso, determinar por propia decisión quién es el enemigo y combatirlo» (pág. 74). Igualmente, el Estado tiene la capacidad de determinar por sí mismo, al enemigo interior. Es que para Schmitt, la política es la continuación de la guerra por otros medios así como la guerra es la continuación de la política por otros medios como llegó a decir Clausewitz. La guerra es esencialmente política.
Esta enemistad política se comprueba según Schmitt de la siguiente manera: «Hay dos fenómenos que cualquiera puede comprobar y en los cuales puede advertirse esto a diario. En primer lugar: todos los conceptos, ideas y palabras poseen un sentido polémico; se formulan con vistas a un antagonismo concreto, están vinculados a una situación concreta cuya consecuencia última es una agrupación según amigos y enemigos» (pág. 60).
Los partidos políticos con su praxis gubernamental premian y favorecen a sus amigos y partidarios y castigan y privan de recompensas a sus adversarios. Esto no es otra cosa que la tan cacareada politización de las instituciones del Estado. Es algo muy típico de los Estados democráticos parlamentarios, o de los Estados de partidos oligárquicos actuales propios de esta época del Estado de Bienestar.«En segundo lugar: en la manera usual de expresarse en el marco de las polémicas cotidianas intraestatales el término político aparece muchas veces como equivalente a propio de la política de partidos; la inevitable «falta de objetividad» de toda decisión política, defecto que no es sino reflejo de la distinción entre amigo y enemigo inherente a toda conducta política, se expresa en las penosas formas y horizontes que dominan la concesión de puestos y política de sinecuras de los partidos políticos» (Schmitt, pág. 62). Igual que el soberano aparece claramente en las situaciones políticas excepcionales, ocurre también que lo político se muestra con toda claridad con la forma extrema de enemistad política: la guerra. «Pues sólo en la lucha real se hace patente la consecuencia extrema de la agrupación política según amigos y enemigos. Es por referencia a esta posibilidad extrema como la vida del hombre adquire su tensión específicamente política» (Schmitt, pág. 65).
Aristóteles, Maquiavelo, Hobbes, Clausewitz, Raymond Aron, Julien Freund, Carl Schmitt son autores típicos de la escuela del realismo político. Son poco queridos por el progresismo, el humanismo y el pensamiento Alicia. No está bien visto en nuestros días el realismo político, a decir verdad. Sin embargo, a pesar de eso, debemos considerar de manera realista las cosas políticas mal que les pese a muchos. Todo hombre que vive en una sociedad política, piensa políticamente y no puede obviar la existencia del enemigo, de la enemistad y por tanto del conflicto, de la violencia y de la guerra. Todo individuo que sea humanista y antimaquiavélico, que esté en contra de la razón de Estado, se verá obligado a enemistarse con los partidarios de la teoría política realista y a pensar y obrar contra ellos. Schmitt identifica la política con el ejercicio del poder y con la decisión. No hay que rehuir el conflicto existente, ni las contradicciones políticas. Hay que asumir la lucha. Hay que evitar caer en la ternura común por las cosas como bien dijo Hegel. Pensar es pensar contra alguien. Actuar es actuar contra alguien. El ejemplo del marxismo localizando e identificando siempre a sus enemigos de clase e ideológicos nos sirve para ilustrar esto que estamos diciendo y es una señal de la verdad de lo que venimos diciendo. En la política, en el Estado, en la sociedad política, no podemos prescindir de la existencia del enemigo, que por cierto, como hemos dicho más arriba, es un enemigo existencial. «Esto significa que la violencia y el miedo están en el corazón de la política» (Freund, pág. 557). Al enemigo no hay que odiarlo personalmente. Tampoco hay que amarlo personalmente. «Por consiguiente, el enemigo político no es forzosamente un ser éticamente malo, como tampoco se le puede confundir con el competidor económico. El enemigo, «es el otro, es el extranjero, y basta a su esencia el que sea existencialmente, en un sentido particularmente intenso, algo distinto y extraño para que, en caso extremo, las relaciones que se tengan con él se transformen en conflictos que no pueden resolverse ni por una normalización general preventiva, ni por el arbitraje de un tercero «desinteresado» e «imparcial» (Freund, pág. 559).
Es que la guerra y el enemigo están intrínsecamente conectados, ligados entre sí. No sólo ocurre que la guerra es un asunto político y de los políticos, sino que ocurre que la política contiene en su seno la conflictividad, el poder y la violencia, así como la enemistad. Ocurre que según Schmitt «Los conceptos de amigo, enemigo y lucha adquieren su sentido real por el hecho de que están y se mantienen en conexión con la posibilidad real de matar físicamente. La guerra procede de la enemistad, ya que ésta es una negación óntica de un ser distinto. La guerra no es sino la realización extrema de la enemistad. No necesita ser nada cotidiano ni normal, ni hace falta sentirlo como algo ideal o deseable, pero tiene desde luego que estar dado como posibilidad efectiva si es que el concepto del enemigo ha de tener algún sentido» (pág. 63).
En su auxilio Schmitt llama a Clausewitz afirmando que éste concibe a la guerra como la «ultima ratio» de la agrupación entre amigos y enemigos. La política así pues sería el cerebro de la guerra según Clausewitz según la interpretación que de éste realiza Schmitt. La guerra no posee sustantividad propia ni ninguna lógica propia o autónoma. Su lógica es política y le viene dictada por la distinción entre el amigo y el enemigo, la esencia de lo político como ya se ha visto más arriba. Entonces, «La guerra no es pues en modo alguno objetivo o incluso contenido de la política, pero constituye el presupuesto que está siempre dado como posibilidad real, que determina de una manera peculiar la acción y el pensamiento humanos y origina así una conducta específicamente política» (Schmitt, pág. 64).
Resulta que se puede optar por la paz, pero no por el pacifismo, si es que somos realistas políticos o materialistas políticos. Es el pacifismo una ideología que resulta igualmente polémica, tan polémica y tan política como su antagonista ideológico, el realismo político. El pacifismo en los hechos prácticos significa tomar partido por uno de los dos bandos en liza. Afirma Schmitt que «Nada puede sustraerse a esta consecuencia de lo político. Y si la oposición pacifista contra la guerra llegase a ser tan fuerte que pudiese arrastrar a los pacifistas contra los no pacifistas, a una «guerra contra la guerra», con ello quedaría demostrada la fuerza política de aquella oposición, porque habría demostrado tener suficiente fuerza como para agrupar a los hombres en amigos y enemigos» (Schmitt, pág. 66). En el fondo, el pacifismo es una tapadera de la voluntad de poder. Marx afirmó que la lucha de clases es el motor de la historia, pero otros autores anteriores a él ya señalaron decisivamente y con agudeza y sabiduría realista que la conflictividad es consustancial a la sociedad y que la paz es mentira, una simple pausa o tregua entre dos guerras. La paz resulta ser así algo excepcional. Por eso, el proyecto progresista, pensamiento Alicia o pacifista de establecer una alianza por la paz, al igual que el proyecto de una alianza de las civilizaciones es un proyecto esencialmente utópico y yo añadiría que quimérico e infantil. Es más, como dice Schmitt, «Si una parte del pueblo declara que ya no conoce enemigos, lo que está haciendo en realidad es ponerse del lado de los enemigos y ayudarles, pero desde luego con ello no se cancela la distinción entre amigos y enemigos» (Schmitt, pág. 81). Si un pueblo o una nación política no quiere la guerra y tiene miedo de los riesgos y penalidades vinculados a la existencia política, será otro pueblo el que asuma su protección contra el enemigo, estableciendo así un protectorado político sobre él. Así que no se puede destruir la política, esto es, la distinción entre el amigo y el enemigo. Si tiras las armas al suelo, otros las cogen y la enemistad no por ello desaparece. «Sería una torpeza creer que un pueblo sin defensa no tiene más que amigos, y un cálculo escandaloso suponer que la falta de resistencia va a conmover al enemigo……Porque un pueblo haya perdido la fuerza o la voluntad de sostenerse en la esfera de lo político no va a desaparecer lo político del mundo. Lo único que desaparecerá en ese caso es un pueblo débil.» (Schmitt, pág. 82)
Además, mientras que la amistad requiere del consenso o del acuerdo de las dos partes, la enemistad, justamente, no requiere del acuerdo mutuo. El disenso siempre es más fácil, simple y básico. Basta con que alguien me elija como su enemigo para que tenga lugar el conflicto y ello aunque yo no desee el conflicto. Es un error del progresismo creer que los enemigos los elijo yo únicamente y que siendo buenos o bienintencionados o pacíficos o no queriendo la enemistad eo ipso no voy a tener enemigos. «El error está en creer que yo no tengo enemigos si no quiero tenerlos. En realidad es el enemigo el que me elige, y si él quiere que yo sea su enemigo, yo lo soy a pesar de mis propuestas de conciliación y de mis demostraciones de benevolencia. En este caso, no me queda más que aceptar batirme o someterme a la voluntad del enemigo.»{7} Esto nos indica la superioridad y la potencia del paradigma realista en las ciencias políticas.
La paz es siempre algo excepcional en la sociedad política y en la historia. La conflictividad en cambio es algo consustancial a la sociedad política. Por eso resulta que la paz es un factor militar más, un factor polemológico y resulta entonces que la paz no es realmente la antinomia de la guerra. La guerra prosigue durante la paz. La política es la continuación de la guerra al igual que la guerra es la continuación de la política por otros medios. La enemistad pervive en la paz y prosigue latente cuando cesan las hostilidades. El marxismo sostuvo que la lucha de clases es el motor de la historia. El marxismo buscaba la guerra civil entre clases y la paz internacional entre Estados. El marxismo sin embargo, es una filosofía de la guerra, de la violencia y del conflicto social permanente interno a las sociedades políticas y ello aunque su meta ideal sea la paz del Fin de la Historia. Creemos nosotros que buscar la revolución y la paz resulta ser algo sumamente contradictorio. Por lo demás, el marxismo reconoce y ejercita la distinción dicotómica entre amigo y enemigo. Se trata en este caso de la antítesis entre burguesía y proletariado. Como dice Schmitt, es una grandiosa agrupación de contrarios.
Notas
{1} Julien Freund, La esencia de lo político, Editora Nacional, Madrid 1968, Traducción de Sofía Nöel, pág. 555.
{2} Carl Schmitt, El concepto de lo político, Alianza Editorial, Madrid 1991. Traducción de Rafael Agapito, págs. 82-83.
{3} Torcuato Fernández Miranda, Estado y Constitución, Editorial Espasa Calpe, Madrid 1975, pág. 46.
{4} Álamos de Barrientos, Discurso político al rey Felipe III, Anthropos, Madrid 1990, pág. 42.
{5} Álamos de Barrientos, Aforismos al Tácito español, I, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid 1987, Dedicatoria a Don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma.
{6} Carl Schmitt, El concepto de lo político, op. cit. pág. 186. Carl Schmitt, Teólogo de la política, Prólogo y selección de textos por Héctor Orestes Aguilar, FCE, México 2001.
{7} Julien Freund, Sociología del conflicto, Ediciones Ejército, Madrid 1995, pág.
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