martes, 17 de junio de 2025
San Pablo y las perversiones sexuales.
Por lo cual los entregó Dios en manos de las concupiscencias de sus corazones, dejándolos ir tras la torpeza hasta afrentar entre sí sus propios cuerpos; a ellos, que trocaron la verdad de Dios por la mentira y adoraron y rindieron culto a la criatura antes que al Criador, el cual es bendito por los siglos.
Por esto los entregó Dios a pasiones afrentosas. Pues, por una parte, sus mujeres trocaron el uso natural por otro contra naturaleza. Igualmente por otra, también los varones, abandonando el uso natural de la hembra, se abrasaron con sus impuros deseos, unos de otros, ejecutando varones con varones la infamia y recibiendo en sí mismos el pago de su extravío. Epístola a Romanos. San Pablo I, 24-28.
miércoles, 11 de junio de 2025
La profecía del Conde de Aranda
LA PROFECÍA DEL CONDE DE ARANDA.
Año 1783 y el Conde de Aranda, a la sazón embajador español en Francia, después de la firma del tratado que confirmaba los reconocimientos de la independencia de las 13 colonias envía una comunicación al Rey de España a todas luces profética:
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La política de los Estados Unidos respecto de España y, sobre todo, de sus posesiones, más allá de la península Ibérica, a lo largo del siglo XIX y principios del XX, no fue ni por asomo la que cabría esperar de un "socio" aparentemente agradecido por haber sido clave en su independencia, sino que fue todo lo contrario, convirtiendo la profecía de Aranda casi en tratado de ciencia política.
domingo, 1 de junio de 2025
El pesimismo de Azorín
El pesimismo de Azorín.
José Martínez Ruiz, Azorín, (1873-1967) es un gran escritor español del siglo XX perteneciente a la Generación del 98. En esta ocasión nos vamos a ocupar de la presencia en Azorín del pesimismo, pesimismo español, sí, es cierto, y también pesimismo filosófico de procedencia germánica: Schopenhauer y Nietzsche.
“Y así veo que soy místico, anarquista, irónico, dogmático, admirador de Schopenhauer, partidario de Nietzsche. Y esto es tratándose de cosas literarias, en la vida de diarias relaciones un apretón de manos, un saludo afectuoso, un adjetivo afable, o, por el contrario, un ligero desdén, una pretensión acaso inocente, tienen sobre mi emotividad una influencia extraordinaria. Así yo soy, necesariamente, un hombre afable, un hombre huraño, un luchador enérgico, un desesperanzado, un creyente, un escéptico…todo en cambios rápidos, en pocas horas, casi en el mismo día”.
Influencia de Schopenhauer:
Azorín apreciaba la visión pesimista del mundo de Schopenhauer, la idea de que la vida es un sufrimiento continuo y que la voluntad es la fuerza impulsora detrás de todo. La "Revista Anales de Literatura Española" afirma que su obra "La voluntad" podría interpretarse como una reflexión sobre las ideas de Schopenhauer.
Apertura a Nietzsche:
Aunque se identificaba con Schopenhauer, Azorín también se sentía atraído por la filosofía de Nietzsche, especialmente por su concepto del "superhombre" y la crítica a la moral tradicional. “Hay que romper la vieja tabla de valores morales como decía Nietzsche.” La novela de Azorín contiene reflexiones sobre temas existenciales.
“Azorín, a raíz de la muerte de Justina, abandonó el pueblo y vino a Madrid. En Madrid su pesimismo instintivo se ha consolidado; su voluntad ha acabado de disgregarse en este espectáculo de vanidades y miserias. Ha sido periodista revolucionario, y ha visto a los revolucionarios en secreta y provechosa concordia con los explotadores. Ha tenido luego la humorada de escribir en periódicos reaccionarios, y ha visto que estos pobres reaccionarios tienen un horror invencible al arte y a la vida.
Azorín, en el fondo, no cree en nada, ni estima acaso más que a tres o cuatro personas entre las innumerables que ha tratado. Lo que le inspira más repugnancia es la frivolidad, la ligereza, la inconsistencia de los hombres de letras. Tal vez éste sea un mal que la política ha creado y fomentado en la literatura. No hay cosa más abyecta que un político: un político es un hombre que se mueve mecánicamente, que pronuncia inconscientemente discursos, que hace promesas sin saber que las hace, que estrecha manos a personas a quienes no conoce, que sonríe, sonríe siempre con una estúpida sonrisa automática... Esta sonrisa Azorín la juzga emblema de la idiotez política. Y esa sonrisa es la que ha encontrado también en el periodismo y en la literatura. El periodismo ha sido el causante de esta contaminación de la literatura. Ya casi no hay literatura. El periodismo ha creado un tipo frívolamente enciclopédico, de estilo brillante, de suficiencia abrumadora. Es el tipo que detestaba Nietzsche: el tipo "que no es nada, pero que lo representa casi todo". Los especialistas han desaparecido: hoy se escribe para el periódico, y el periódico exige que se hable de todo. Dentro de treinta años todos seremos periodistas, es decir, nadie sabrá nada de nada. Nos limitaremos a sospechar las cosas, lo cual tiene la ventaja de que ahorra tiempo y no entristece el espíritu con la melancolía de las lecturas largas...”
La voluntad como tema central:
Tanto Schopenhauer como Nietzsche enfatizaban la importancia de la voluntad, tanto como motor del sufrimiento como ocurre en el caso de Schopenhauer, voluntad de vivir, como fuerza creadora y fuente de la vida en el caso de Nietzsche, cuando sustituye la voluntad de vivir, como conformista con la activa y trágica Voluntad de poder del pesimismo de los fuertes que supera el nihilismo. El predominio de la acción sobre la reflexión indica la influencia de Nietzsche. Antonio Azorín es un mar de contradicciones internas:
“Yo soy un rebelde de mí mismo; en mí hay dos hombres. Hay el hombre-voluntad, casi muerto, casi deshecho por una larga educación en un colegio clerical, seis, ocho, diez años de encierro, de comprensión de la espontaneidad, de contrariación de todo lo natural y fecundo. Hay, aparte de éste, el segundo hombre, el hombre-reflexión, nacido, alentado en copiosas lecturas, en largas soledades, en minuciosos autoanálisis. El que domina en mí, por desgracia, es el hombre-reflexión; yo casi soy un autómata, un muñeco sin iniciativas; el medio me aplasta, las circunstancias me dirigen al azar a un lado y a otro. Muchas veces yo me complazco en observar este dominio del ambiente sobre mí: y así veo que soy místico, anarquista, irónico, dogmático, admirador de Schopenhauer, partidario de Nietzsche. [...] Así yo, soy sucesivamente, un hombre afable, un hombre huraño, un luchador enérgico, un desesperanzado, un creyente, un escéptico... todo en cambios rápidos, en pocas horas, casi en el mismo día. La Voluntad en mí está disgregada; soy imaginativo. Tengo intuición rapidísima de la obra, pero inmediatamente la reflexión paraliza mi energía."
Azorín y la filosofía:
Azorín no era un filósofo sistemático, sino más bien un escritor que reflexionaba sobre la vida y la cultura a través de sus obras. Sus ideas sobre Schopenhauer y Nietzsche no se plasman en un tratado filosófico, sino en sus novelas, ensayos y artículos.
La influencia de Schopenhauer y Nietzsche en Europa y en España, en general, fue notable en la época en la que Azorín escribió. Ambos filósofos eran figuras de gran impacto intelectual y sus ideas fueron objeto de debate y reflexión.
El pesimismo, más filosófico que psicológico, se halla presente sobre todo en su novela La voluntad (1902). Se trata de una novela de formación, de una Bildungsroman: En esta novela, Azorín pasa del pesimismo lírico a una reflexión filosófica cercana al nihilismo. “La voluntad” es una novela en la que el personaje lucha y se esfuerza por encontrar un sentido a la vida, una solución vital, quiere incorporarse a la vida en un ambiente decadente. Hay una contradicción entre la vida individual y los acontecimientos del presente que le ha tocado vivir. El pesimismo en La voluntad es un pesimismo filosófico, pero también religioso, católico: la vida es triste, el dolor es eterno, el mal es implacable. “En el ansioso afán del mundo, la inquietud del momento futuro nos consume. Y por él son los rencores, las ambiciones devoradoras, la hipocresía lisonjera, el anhelante ir y venir de la humanidad errabunda sobre la tierra.” El maestro Yuste, que sostiene largas conversaciones filosóficas con Antonio Azorín, el protagonista de La voluntad tiene un pesimismo ecléctico con ideas tomadas de Montaigne, Schopenhauer, Nietzsche, Pi y Margall y Clarín.
“-Todo pasa, Azorín: todo cambia y perece. Y la substancia universal –misteriosa, incognoscible, inexorable- perdura.” A esto lo acompaña un agnosticismo kantiano: “yo declaro que no puedo afirmar nada sobre la realidad del universo…La inmanencia o trascendencia de la causa primera, el movimiento, la forma de los seres, el origen de la vida…arcanos impenetrables…eternos…”
El universo es el resultado de un conjunto de movimientos irracionales y sin sentido. Llegamos así al eterno retorno de Nietzsche: “-Todo pasa. La sucesión vertiginosa de los fenómenos no acaba. Los átomos en eterno movimiento crean y destruyen formas nuevas. A través del tiempo infinito, en las infinitas combinaciones del átomo incansable, acaso las formas se repitan; acaso las formas presentes vuelvan a ser, o estas presentes sean reproducción de otras en el infinito pretérito creadas. Y así, tu y yo, siendo los mismos y distintos, como es la misma y distinta una idéntica imagen en dos espejos; así tú y yo acaso hayamos estado otra vez frente a frente en esta estancia, en este pueblo, en el planeta este, conversando, como ahora conversamos, en una tarde de invierno, como esta tarde, mientras avanza el crepúsculo y el viento gime.
-La substancia –o sea, la voluntad- es única y eterna. Los fenómenos son la única manifestación de la substancia. Los fenómenos son mis sensaciones. Y mis sensaciones, limitadas por los sentidos, son tan falaces y contingentes como los mismos sentidos.
-La sensación crea la conciencia: la conciencia crea el mundo. No hay más realidad que la imagen, ni más vida que la conciencia. No importa –con tal de que sea intensa- que la realidad interna no acople con la externa. El error y la verdad son indiferentes. La imagen lo es todo. Y así es más cuerdo el más loco.” Die Welt ist meine Vorstellung dice Schopenhauer al comienzo de El mundo como voluntad y representación. Aquí se manejan ideas de la filosofía de Kant y del pesimismo de Schopenhauer. Y de Nietzsche también.
Finalmente, en “La voluntad” vence la Voluntad de vivir, de Schopenhauer, esta fuerza inconsciente, irracional, ciega, sustancia del universo, noúmeno, cosa en sí, sobre la voluntad de poder de Nietzsche, la afirmación de la vida, de la fuerza, del pesimismo trágico de los fuertes. Hay que romper la vieja tabla de valores morales, como decía Nietzsche. Antonio Azorín desemboca en el nihilismo.
“- ¿Qué hacer?.... ¿Qué hacer? Yo siento que me falta la fe; no la tengo tampoco ni en la gloria literaria ni en el progreso…que creo dos solemnes estupideces… ¡El progreso! ¡Qué nos importan las generaciones
futuras! Lo importante es nuestra vida, nuestra sensación momentánea y actual, nuestro yo, que es un relámpago fugaz. Además, el progreso es inmoral, es una colosal inmoralidad: porque consiste en el bienestar de unas generaciones a costa del trabajo y del sacrificio de las anteriores.
Azorín entra en la calle de los Estudios. Pasa por la misma una mujer con dos niños. Y Azorín piensa:
- No sé qué estúpida vanidad, qué monstruoso deseo de inmortalidad nos lleva a continuar nuestra personalidad más allá de nosotros. Yo tengo por la obra más criminal esta de empeñarnos en que prosiga indefinidamente esta humanidad que siempre ha de sentirse estremecida por el dolor del deseo incumplido, por el dolor, más angustioso todavía, del deseo insatisfecho… Podrán llegar los hombres al más alto grado de bienestar, ser todos buenos, ser todos inteligentes… pero no serán felices; porque el tiempo, que se lleva la juventud y la belleza, trae a nosotros la añoranza melancólica por las pasadas agradables sensaciones. Y el recuerdo será siempre fuente de tristeza. Nada me contrista más que ver cómo ha envejecido, cómo ha perdido el brillo de sus ojos y la flexibilidad de sus miembros y la gallardía de sus movimientos… la mujer que yo amé secreta y fugazmente siendo muchacho. ¡Todo pasa brutalmente, inexorablemente! (…) Y pienso en una inmensa danza de la muerte, frenética, ciega, que juega con nosotros y nos llevará a la nada!... Los hombres mueren, las cosas mueren.”
El pesimismo ha marcado la trayectoria histórica de España por otro lado. El problema de España, el tema de España está envuelto siempre en pesimismo. El problema de España es un problema filosófico como dijo Gustavo Bueno. Con más o menos razones, los escritores y pensadores españoles han mantenido una actitud pesimista respecto a España, que puede rastrearse hasta al menos la cultura barroca. Tenemos que señalar que la literatura española siempre ha sido pesimista en su mayor parte. Las tragedias griegas son pesimistas también, aunque sea con un pesimismo de los fuertes, con lo dionisíaco, que diría Nietzsche. En el caso de la literatura española y del ensayismo sobre el tema de España hay que decir que es en la época contemporánea (antes del llamado «Desastre del 98», pero más claramente después de éste) cuando se desarrolla un sentimiento trágico y negativo de lo español que tendrá un peso decisivo no sólo en la especulación ideológica sino en la propia realidad hispana. El espectro del pesimismo ha sido tan poderoso en nuestro devenir que difícilmente se puede asegurar que haya sido completamente superado, aunque la España actual sea muy diferente a la de hace unas décadas. También Azorín toca el tema de España en “La voluntad”:
“Yuste, mientras golpeaba su cajita de plata, ha pensado en las amarguras que afligen a España. Y ha dicho:
—Esto es irremediable, Azorín, si no se cambia todo... Y yo no sé qué es más bochornoso, si la iniquidad de los unos a la mansedumbre de los otros... Yo no soy patriota en el sentido estrecho, mezquino, del patriotismo... en el sentido romano... en el sentido de engrandecer mi patria a costa de las otras patrias... Pero yo que he vivido en nuestra historia, en nuestros héroes, en nuestros clásicos... yo que siento algo indefinible en las callejuelas de Toledo, o ante un retrato del Greco... u oyendo música de Victoria... yo me entristezco, me entristezco ante este rebajamiento, ante esta dispersión dolorosa del espíritu de aquella España... Yo no sé si será un espejismo del tiempo... a veces dudo... pero Cisneros, Teresa de Jesús, Theotocópuli, Berruguete, Hurtado de Mendoza... esos no han vuelto, no vuelven... Y las viejas nacionalidades se van disolviendo... perdiendo todo lo que tienen de pintoresco, trajes, costumbres, literatura, arte... para formar una gran masa humana, uniforme y monótona... Primero es la nivelación en un mismo país; después vendrá la nivelación internacional... Y es preciso... y es inevitable... y es triste. (Una pausa larga.) De la antigua Yecla vieja, ¿qué queda? Ya las pintorescas espeteras colgadas en los zaguanes, van desapareciendo... ya el ramo antiguo, las azucenas y las rosas de hierro forjado se han convertido en un soporte sin valor artístico... Y este soporte fabricado mecánicamente, que viene a sustituir una graciosa obra de forja, es el símbolo del industrialismo inexorable, que se extiende, que lo invade todo, que lo unifica todo, y hace la vida igual en todas partes... Sí, sí, es preciso... y es triste.
Yuste calla; después vuelve a su tema inicial:
—Yo veo que todos hablamos de regeneración... que todos queremos que España sea un pueblo culto y laborioso... pero no pasamos de estos deseos platónicos... ¡Hay que marchar! Y no se marcha... los viejos son escépticos... los jóvenes no quieren ser románticos... El romanticismo era, en cierto modo, el odio, el desprecio al dinero... y ahora es preciso enriquecerse a toda costa... y para eso no hay como la política... y la política ha dejado de ser romanticismo para ser una industria, una cosa que produce dinero, como la fabricación de tejidos, de chocolates ó de cualquier otro producto... Todos clamamos por un renacimiento y todos nos sentimos amarrados en esta urdimbre de falseamientos...”
“La voluntad” se titula precisamente una novela primeriza de José Martínez Ruiz (el luego famoso Azorín), aunque trata paradójicamente de la ausencia de ella. Unas coplillas de la época, con el significativo título de Cansera, reflejan ese cansancio vital, conducente al hastío: «Por esa sendica se fue la alegría, / por esa sendica vinieron las penas... / No te canses, que no me remuevo; / anda tú, si quieres, y éjame que duerma, / a ver si es pa siempre... ¡Si no me espertara!... / ¡Tengo una cansera!...».
En “La voluntad”, 1902, predomina lo dionisíaco y se desemboca en la resignación, en la ataraxia, en la apatía de la aceptación de la voluntad de vivir de Schopenhauer. “Todo es la imagen –piensa-, y como el mundo es nuestra representación, la vida apagada de una monja es tan intensa como la vida tumultuosa de un gran industrial norteamericano.” Acaba victoriosa la Voluntad de vivir de Schopenhauer, esa fuerza irracional, ciega, sustancia y noúmeno del universo que es inconsciente sobre la voluntad de poder de Nietzsche, el pesimismo trágico de los fuertes.
En “Antonio Azorín”, 1903, Se contrapone el pesimismo de Schopenhauer al vitalismo de Nietzsche, la rebeldía del yo frente al ambiente. “Se habla de la tristeza española, y se habla con razón”. Más adelante se habla de la fugacidad de todo: “-Azorín, todo es perecedero acá en la tierra, y la belleza es tan contingente y deleznable como todo… La vida es movimiento, cambio transformación.”
“Nietzsche, Schopenhauer, Stirner –dice el obispo- son los bellos libros de caballerías de hogaño.”
En “Las confesiones de un pequeño filósofo”, 1904, predomina la resignación, la melancolía, el estoicismo.
Bien es verdad que en esto de acuñar vocablos abúlicos, describir entornos deprimentes, pergeñar ambientes sórdidos o dibujar ánimos desfallecientes, los literatos, pintores e intelectuales tradicionalmente asociados al 98 resultaron ser unos consumados maestros. Pocos podrían disputar al mencionado Azorín la primacía en la descripción poética del interior peninsular, esos campos áridos, esos pueblos terrosos y esa gente enlutada que, como estatuas, dan testimonio de que el tiempo aquí se ha detenido. No se queda atrás el primer Baroja, el de la trilogía de la Lucha por la vida, consumado artista en una estética de lo sombrío que halla su complemento en los dibujos y grabados de su hermano Ricardo: arrabales míseros, desolación y presencia pertinaz de la muerte.
Unamuno, sin dejar de mirar de soslayo hacia fuera, interiorizará ese ambiente en el «sentimiento trágico de la vida», del mismo modo que Antonio Machado, escarbando en el corazón hispano, encontrará una España despiadada, cainita, feroz. En el fondo, el mismo país, la España negra —negra de pobreza, luto, dolor y muerte— que pintará y recreará Darío de Regoyos, luego continuado por la paleta ocre de Zuloaga. En todos esos casos la inicial intención crítica termina desembocando en una sospechosa recreación de tintes masoquistas. Parece que no se trata tanto de denunciar males con la esperanza de superarlos cuanto de regodearse en una situación que pronto se perfi la con caracteres de irremediable. España, dirá Unamuno, es un convento, un cuartel, un manicomio, un inmenso cementerio... España, sostendrá Ganivet con una contundencia que nos redime de más glosas, «es una nación absurda y metafísicamente imposible, y el absurdo es su nervio y su principal sostén. Su cordura será la señal de su acabamiento» . Más adelante recientemente, se dirá que España es un estado fallido.
Todo es malo. Todo está mal. Del pasado esplendor —si es que lo hubo— nada permanece. A lo sumo, la sombra ominosa del ocaso, esa decadencia de siglos que ahora se proyecta en un presente mísero, haciendo con su recuerdo más amarga una postración de la que no se puede —¿o no se quiere?— salir. De ahí que se insista tanto en las metáforas biológicas, siempre con propensión a definir un estado terminal: enfermedad, tumor, cirujano, agonía, estertores, muerte... Es verdad que no son pocos los que hablan de regeneración, pero después de demorarse tanto en la descripción de los males que se asemejan más a agoreros que a sanadores. El contraste entre los males diagnosticados y la falta de iniciativas lleva a algunos a la desmesura, pasando directamente del papel de profetas tronantes a la pura desesperación. El caso de Joaquín Costa es ciertamente representativo de esta tendencia. De una u otra forma el debate público se aproxima peligrosamente al nihilismo, pues las soluciones quedan eclipsadas por el tono apocalíptico que termina imponiéndose. Lo que primariamente queda por tanto es un cuerpo muerto, el cadáver nacional. Algunos apuntan a que ya ni merece la pena hacerle la autopsia.
La realidad nacional como esperpento
Conviene subrayar que esta literatura catastrofista no se circunscribe al 98 o al inmediato regeneracionismo, como a veces suele afirmarse. El pesimismo es una constante de la literatura española.
Tantos desastres conforman necesariamente una disposición que no puede llamarse de otra manera que derrotismo. La moral de la derrota fue un famoso título regeneracionista , pero según avanza el siglo parece que la derrota se vive, más que como una referencia puntual, como un destino. Y como a perro flaco todo se le hacen pulgas, al cuerpo nacional ya le salen los enemigos en el propio suelo peninsular en forma de particularismos o regionalismos que, en algunos casos, no esconden una clara voluntad secesionista. Aunque Valentí Almirall no era de éstos, en algunas de sus obras no se recata en señalar que el problema de España se llama Castilla y el lastre de los pueblos peninsulares no es otro que el espíritu castellano. El genio castellano se ha agotado, asegura por su parte Joan Maragall . Y en Pompeyo Gener se llega a la descalificación racista del español, entendido como castellano, porque hay en él «demasiada sangre semítica y bereber». Es el comienzo del separatismo dialectal catalán que representa a las viejas familias catalanas de siempre y a sus intereses de explotar a España como una colonia, que Cataluña ejerza un colonialismo depredador sobre el resto de España. España, dice, desde el Ebro para abajo, no es más que un revoltijo de «toros, toreros, chulos, majos, cantos guturales monótonos y fúnebres, repiqueteos de pies y contorsiones erótico-epilépticas, bailes dignos de los Cándalas de la India, castañuelas, guitarras, palabras, costumbres y actos de los gitanos» .
Con tales salidas de tono no es extraño que desde la orilla ideológica opuesta se llame a rebato diciendo que el cuerpo nacional está gangrenado y hay peligro de que surjan nuevas Cubas en el propio territorio peninsular y tenían toda la razón por lo que se ve ahora con absoluta claridad. Para determinados sectores conservadores, no es que España sea ya el gran enfermo europeo, como en su día lo fue el imperio turco: es que corre el riesgo de desintegrarse y, al cabo, desaparecer a manos de otras potencias. Es lo que ocurre con el Régimen de 1978 actualmente en vigor. Somos un estado intervenido y no soberano.
El fracaso de España
Como puede apreciarse, la concatenación de acontecimientos es cualquier cosa menos casual. Más aún, la imbricación entre las estimaciones negativas y la propia deriva hacia el abismo muestra hasta qué punto se alimentaban recíprocamente las actitudes pesimistas y los eventos desgraciados conformando una dinámica maldita de frustraciones y descalabros. Por eso incurren en una simplifi cación inaceptable los que quieren trazar una férrea línea divisoria entre hechos y opiniones, desconociendo la permeabilidad entre unos y otras. Todo esto tiene mucho que ver con la siituación política real de España desde el siglo XIX hasta ahora.
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