domingo, 3 de agosto de 2025

La división sexual del trabajo

La división sexual del trabajo. La división de una especie animal de reproducción sexual como es la especie humana en dos roles sexuales: masculino y femenino hace que surjan dos roles sociales o lo que es lo mismo, una división sexual del trabajo. Los dos sexos se especializaron en funciones guerreras y en el cuidado de la prole respectivamente. Así, los varones desarrollaron el rol masculino del héroe guerrero y las mujeres el rol femenino de la gran madre, la Magna Mater. Los roles sexuales, ahora mal llamados de género, no fueron creados pues por caprichos culturales o ideológicos, sino que surgieron de la capacidad de dotar de racionalidad a la naturaleza instintiva, llevando todas las fuerzas vitales a códigos culturales acordes con la lucha por la vida. Esto determinó que las mujeres tuvieran largos períodos de gestación y crianza efectivos para un buen desarrollo de la prole, lo que las inhabilitaba mayormente para otras funciones comunitarias. En breves 20 o 30 años de expectativa de vida, éstas podrían concebir pocos hijos, los cuales en su mayoría no llegaban a la edad reproductiva. Especializarse evolutivamente en la fertilidad, crianza y cuidado infantil era una necesidad vital para la preservación de la especie. Por el contrario, los varones debido a su libertad en la función de concepción y crianza, se especializaron en la protección de la comunidad y en la obtención de recursos. Además, debido a la escasez de mujeres que no estuvieran en gestación o lactancia se producían fuertes competiciones entre los varones por el recurso de hembras, sometiéndose después de la competición sexual a la preferencia de las hembras. Los varones se quedaron con el rol guerrero protector de la comunidad y en tareas peligrosas. Caza, guerra, luchas contra los otros hombres por las hembras, tiempo de sobra para desarrollar una biología y una psicología guerrera. Los varones desarrollaron la masa muscular y la capacidad cerebral para la estrategia y la resolución de problemas. Las mujeres, en tanto pudieron descuidar biológicamente el desarrollo de la masa muscular y otras funciones destinadas a la agilidad motriz gruesa, reemplazaron ésta por una motricidad fina más desarrollada, así como también por una capacidad intelectual muy aguda e intuitiva, orientada a establecer lazos emocionales familiares y sociales. Estos roles sexuales y sociales correspondían a claros objetivos evolutivos. Aún están vigentes. Estas características evolutivas fueron el resultado de cientos de miles de años de selección natural. Cambiarlas no es una decisión racional, sino el fruto de la creación de nuevas estrategias de preservación que vayan de la mano de cambios evolutivos milenarios, algo que no se vislumbra en el horizonte actual. El hombre se transformó en un guerrero protector de la comunidad y las mujeres en madres abocadas a la protección de los hijos en el interior de la comunidad, lo que por cierto no las inhibía a tomar muchas veces también las armas para defender la comunidad de ataques externos. La tradición guerrera fue verdaderamente la primera tradición, la única creación cultural que ha acompañado a la humanidad desde sus albores. La tradición heroica fue el fundamento de la estructuración de la sociedad debido a que emanó del instinto más básico del hombre, la tendencia a la supervivencia por medio de la lucha. En las culturas polemológicas naturaleza y cultura estabn unidas. Este hecho se funda en el estrecho vínculo entre parejas heterosexuales estables. Esto habría relajado la competencia en el interior de los grupos de hombres por la reproducción, estableciéndose un acuerdo social en donde cada hombre tenía su propia mujer en relaciones de parejas monógamas y duraderas. Así, toda la energía guerrera se habría trasladado a la protección de la familia y la comunidad en general en vez de dedicarse a la competencia entre los machos. La reproducción humana se caracterizó por un contacto mucho más íntimo que fortaleció enormemente el vínculo heteroparental monogámico. El hombre es el primate actual de sexo más activo. El hombre tenía que cazar y mejorar su cerebro para compensar su debilidad física, por lo que tenía que tener una infancia más prolongada para educar su cerebro. Para esto las hembras tenían que quedarse a cuidar a los pequeños y educarlos mientras que los machos salían de caza. Los machos tenían que colaborar entre sí en los trabajo de caza, erguirse y emplear armas. Estos cambios se produjeron de forma gradual y simultáneamente. Pero estos cambios explican nuestra presente complejidad sexual. Para empezar, los machos tenían que estar seguros de que las hembras les serían fieles cuando las dejaran solas para ir de caza. Por lo tanto, las hembras desarrollaron la tendencia a la formación de parejas. Si los machos más débiles tenían que ayudar de igual forma en la caza, había que otorgarles también derechos sexuales por lo que la formación de parejas fue más democrática y no tan tiránica. Las rivalidades sexuales entre machos armados habrían sido muy mortíferas. Esta es una buena razón para que cada macho contara con una sola hembra. Y por si esto fuera poco, el lento crecimiento de los pequeños aumentaba sus exigencias como padres. El comportamiento familiar tuvo que perfeccionarse y repartir los deberes. El hombre tuvo que desarrollar la facultad de enamorarse y unirse sexualmente con una sola pareja a fin de lograr un lazo. Esto se logró por la abundancia de copulación y de los mutuos goces producto del reforzamiento del lazo entre la pareja. Esta tendencia tiene una base biológica muy arraigada. La evolución biológica de la especie llevó a hombres y mujeres a desarrollar zonas erógenas y de señales de apareamiento en la parte frontal y no como en la mayoría de las especies en donde las hembras las tienen en su parte posterior y el macho en la frontal. El acto reproductivo humano evolucionó biológicamente de forma que fuera de frente, mirando a la pareja. La relación frontal habría llevado también a una comunicación íntima a la hora de la reproducción derivando en lazos más duraderos entre las parejas.