martes, 17 de junio de 2025
San Pablo y las perversiones sexuales.
Por lo cual los entregó Dios en manos de las concupiscencias de sus corazones, dejándolos ir tras la torpeza hasta afrentar entre sí sus propios cuerpos; a ellos, que trocaron la verdad de Dios por la mentira y adoraron y rindieron culto a la criatura antes que al Criador, el cual es bendito por los siglos.
Por esto los entregó Dios a pasiones afrentosas. Pues, por una parte, sus mujeres trocaron el uso natural por otro contra naturaleza. Igualmente por otra, también los varones, abandonando el uso natural de la hembra, se abrasaron con sus impuros deseos, unos de otros, ejecutando varones con varones la infamia y recibiendo en sí mismos el pago de su extravío. Epístola a Romanos. San Pablo I, 24-28.
miércoles, 11 de junio de 2025
La profecía del Conde de Aranda
LA PROFECÍA DEL CONDE DE ARANDA.
Año 1783 y el Conde de Aranda, a la sazón embajador español en Francia, después de la firma del tratado que confirmaba los reconocimientos de la independencia de las 13 colonias envía una comunicación al Rey de España a todas luces profética:
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La política de los Estados Unidos respecto de España y, sobre todo, de sus posesiones, más allá de la península Ibérica, a lo largo del siglo XIX y principios del XX, no fue ni por asomo la que cabría esperar de un "socio" aparentemente agradecido por haber sido clave en su independencia, sino que fue todo lo contrario, convirtiendo la profecía de Aranda casi en tratado de ciencia política.
domingo, 1 de junio de 2025
El pesimismo de Azorín
El pesimismo de Azorín.
José Martínez Ruiz, Azorín, (1873-1967) es un gran escritor español del siglo XX perteneciente a la Generación del 98. En esta ocasión nos vamos a ocupar de la presencia en Azorín del pesimismo, pesimismo español, sí, es cierto, y también pesimismo filosófico de procedencia germánica: Schopenhauer y Nietzsche.
“Y así veo que soy místico, anarquista, irónico, dogmático, admirador de Schopenhauer, partidario de Nietzsche. Y esto es tratándose de cosas literarias, en la vida de diarias relaciones un apretón de manos, un saludo afectuoso, un adjetivo afable, o, por el contrario, un ligero desdén, una pretensión acaso inocente, tienen sobre mi emotividad una influencia extraordinaria. Así yo soy, necesariamente, un hombre afable, un hombre huraño, un luchador enérgico, un desesperanzado, un creyente, un escéptico…todo en cambios rápidos, en pocas horas, casi en el mismo día”.
Influencia de Schopenhauer:
Azorín apreciaba la visión pesimista del mundo de Schopenhauer, la idea de que la vida es un sufrimiento continuo y que la voluntad es la fuerza impulsora detrás de todo. La "Revista Anales de Literatura Española" afirma que su obra "La voluntad" podría interpretarse como una reflexión sobre las ideas de Schopenhauer.
Apertura a Nietzsche:
Aunque se identificaba con Schopenhauer, Azorín también se sentía atraído por la filosofía de Nietzsche, especialmente por su concepto del "superhombre" y la crítica a la moral tradicional. “Hay que romper la vieja tabla de valores morales como decía Nietzsche.” La novela de Azorín contiene reflexiones sobre temas existenciales.
“Azorín, a raíz de la muerte de Justina, abandonó el pueblo y vino a Madrid. En Madrid su pesimismo instintivo se ha consolidado; su voluntad ha acabado de disgregarse en este espectáculo de vanidades y miserias. Ha sido periodista revolucionario, y ha visto a los revolucionarios en secreta y provechosa concordia con los explotadores. Ha tenido luego la humorada de escribir en periódicos reaccionarios, y ha visto que estos pobres reaccionarios tienen un horror invencible al arte y a la vida.
Azorín, en el fondo, no cree en nada, ni estima acaso más que a tres o cuatro personas entre las innumerables que ha tratado. Lo que le inspira más repugnancia es la frivolidad, la ligereza, la inconsistencia de los hombres de letras. Tal vez éste sea un mal que la política ha creado y fomentado en la literatura. No hay cosa más abyecta que un político: un político es un hombre que se mueve mecánicamente, que pronuncia inconscientemente discursos, que hace promesas sin saber que las hace, que estrecha manos a personas a quienes no conoce, que sonríe, sonríe siempre con una estúpida sonrisa automática... Esta sonrisa Azorín la juzga emblema de la idiotez política. Y esa sonrisa es la que ha encontrado también en el periodismo y en la literatura. El periodismo ha sido el causante de esta contaminación de la literatura. Ya casi no hay literatura. El periodismo ha creado un tipo frívolamente enciclopédico, de estilo brillante, de suficiencia abrumadora. Es el tipo que detestaba Nietzsche: el tipo "que no es nada, pero que lo representa casi todo". Los especialistas han desaparecido: hoy se escribe para el periódico, y el periódico exige que se hable de todo. Dentro de treinta años todos seremos periodistas, es decir, nadie sabrá nada de nada. Nos limitaremos a sospechar las cosas, lo cual tiene la ventaja de que ahorra tiempo y no entristece el espíritu con la melancolía de las lecturas largas...”
La voluntad como tema central:
Tanto Schopenhauer como Nietzsche enfatizaban la importancia de la voluntad, tanto como motor del sufrimiento como ocurre en el caso de Schopenhauer, voluntad de vivir, como fuerza creadora y fuente de la vida en el caso de Nietzsche, cuando sustituye la voluntad de vivir, como conformista con la activa y trágica Voluntad de poder del pesimismo de los fuertes que supera el nihilismo. El predominio de la acción sobre la reflexión indica la influencia de Nietzsche. Antonio Azorín es un mar de contradicciones internas:
“Yo soy un rebelde de mí mismo; en mí hay dos hombres. Hay el hombre-voluntad, casi muerto, casi deshecho por una larga educación en un colegio clerical, seis, ocho, diez años de encierro, de comprensión de la espontaneidad, de contrariación de todo lo natural y fecundo. Hay, aparte de éste, el segundo hombre, el hombre-reflexión, nacido, alentado en copiosas lecturas, en largas soledades, en minuciosos autoanálisis. El que domina en mí, por desgracia, es el hombre-reflexión; yo casi soy un autómata, un muñeco sin iniciativas; el medio me aplasta, las circunstancias me dirigen al azar a un lado y a otro. Muchas veces yo me complazco en observar este dominio del ambiente sobre mí: y así veo que soy místico, anarquista, irónico, dogmático, admirador de Schopenhauer, partidario de Nietzsche. [...] Así yo, soy sucesivamente, un hombre afable, un hombre huraño, un luchador enérgico, un desesperanzado, un creyente, un escéptico... todo en cambios rápidos, en pocas horas, casi en el mismo día. La Voluntad en mí está disgregada; soy imaginativo. Tengo intuición rapidísima de la obra, pero inmediatamente la reflexión paraliza mi energía."
Azorín y la filosofía:
Azorín no era un filósofo sistemático, sino más bien un escritor que reflexionaba sobre la vida y la cultura a través de sus obras. Sus ideas sobre Schopenhauer y Nietzsche no se plasman en un tratado filosófico, sino en sus novelas, ensayos y artículos.
La influencia de Schopenhauer y Nietzsche en Europa y en España, en general, fue notable en la época en la que Azorín escribió. Ambos filósofos eran figuras de gran impacto intelectual y sus ideas fueron objeto de debate y reflexión.
El pesimismo, más filosófico que psicológico, se halla presente sobre todo en su novela La voluntad (1902). Se trata de una novela de formación, de una Bildungsroman: En esta novela, Azorín pasa del pesimismo lírico a una reflexión filosófica cercana al nihilismo. “La voluntad” es una novela en la que el personaje lucha y se esfuerza por encontrar un sentido a la vida, una solución vital, quiere incorporarse a la vida en un ambiente decadente. Hay una contradicción entre la vida individual y los acontecimientos del presente que le ha tocado vivir. El pesimismo en La voluntad es un pesimismo filosófico, pero también religioso, católico: la vida es triste, el dolor es eterno, el mal es implacable. “En el ansioso afán del mundo, la inquietud del momento futuro nos consume. Y por él son los rencores, las ambiciones devoradoras, la hipocresía lisonjera, el anhelante ir y venir de la humanidad errabunda sobre la tierra.” El maestro Yuste, que sostiene largas conversaciones filosóficas con Antonio Azorín, el protagonista de La voluntad tiene un pesimismo ecléctico con ideas tomadas de Montaigne, Schopenhauer, Nietzsche, Pi y Margall y Clarín.
“-Todo pasa, Azorín: todo cambia y perece. Y la substancia universal –misteriosa, incognoscible, inexorable- perdura.” A esto lo acompaña un agnosticismo kantiano: “yo declaro que no puedo afirmar nada sobre la realidad del universo…La inmanencia o trascendencia de la causa primera, el movimiento, la forma de los seres, el origen de la vida…arcanos impenetrables…eternos…”
El universo es el resultado de un conjunto de movimientos irracionales y sin sentido. Llegamos así al eterno retorno de Nietzsche: “-Todo pasa. La sucesión vertiginosa de los fenómenos no acaba. Los átomos en eterno movimiento crean y destruyen formas nuevas. A través del tiempo infinito, en las infinitas combinaciones del átomo incansable, acaso las formas se repitan; acaso las formas presentes vuelvan a ser, o estas presentes sean reproducción de otras en el infinito pretérito creadas. Y así, tu y yo, siendo los mismos y distintos, como es la misma y distinta una idéntica imagen en dos espejos; así tú y yo acaso hayamos estado otra vez frente a frente en esta estancia, en este pueblo, en el planeta este, conversando, como ahora conversamos, en una tarde de invierno, como esta tarde, mientras avanza el crepúsculo y el viento gime.
-La substancia –o sea, la voluntad- es única y eterna. Los fenómenos son la única manifestación de la substancia. Los fenómenos son mis sensaciones. Y mis sensaciones, limitadas por los sentidos, son tan falaces y contingentes como los mismos sentidos.
-La sensación crea la conciencia: la conciencia crea el mundo. No hay más realidad que la imagen, ni más vida que la conciencia. No importa –con tal de que sea intensa- que la realidad interna no acople con la externa. El error y la verdad son indiferentes. La imagen lo es todo. Y así es más cuerdo el más loco.” Die Welt ist meine Vorstellung dice Schopenhauer al comienzo de El mundo como voluntad y representación. Aquí se manejan ideas de la filosofía de Kant y del pesimismo de Schopenhauer. Y de Nietzsche también.
Finalmente, en “La voluntad” vence la Voluntad de vivir, de Schopenhauer, esta fuerza inconsciente, irracional, ciega, sustancia del universo, noúmeno, cosa en sí, sobre la voluntad de poder de Nietzsche, la afirmación de la vida, de la fuerza, del pesimismo trágico de los fuertes. Hay que romper la vieja tabla de valores morales, como decía Nietzsche. Antonio Azorín desemboca en el nihilismo.
“- ¿Qué hacer?.... ¿Qué hacer? Yo siento que me falta la fe; no la tengo tampoco ni en la gloria literaria ni en el progreso…que creo dos solemnes estupideces… ¡El progreso! ¡Qué nos importan las generaciones
futuras! Lo importante es nuestra vida, nuestra sensación momentánea y actual, nuestro yo, que es un relámpago fugaz. Además, el progreso es inmoral, es una colosal inmoralidad: porque consiste en el bienestar de unas generaciones a costa del trabajo y del sacrificio de las anteriores.
Azorín entra en la calle de los Estudios. Pasa por la misma una mujer con dos niños. Y Azorín piensa:
- No sé qué estúpida vanidad, qué monstruoso deseo de inmortalidad nos lleva a continuar nuestra personalidad más allá de nosotros. Yo tengo por la obra más criminal esta de empeñarnos en que prosiga indefinidamente esta humanidad que siempre ha de sentirse estremecida por el dolor del deseo incumplido, por el dolor, más angustioso todavía, del deseo insatisfecho… Podrán llegar los hombres al más alto grado de bienestar, ser todos buenos, ser todos inteligentes… pero no serán felices; porque el tiempo, que se lleva la juventud y la belleza, trae a nosotros la añoranza melancólica por las pasadas agradables sensaciones. Y el recuerdo será siempre fuente de tristeza. Nada me contrista más que ver cómo ha envejecido, cómo ha perdido el brillo de sus ojos y la flexibilidad de sus miembros y la gallardía de sus movimientos… la mujer que yo amé secreta y fugazmente siendo muchacho. ¡Todo pasa brutalmente, inexorablemente! (…) Y pienso en una inmensa danza de la muerte, frenética, ciega, que juega con nosotros y nos llevará a la nada!... Los hombres mueren, las cosas mueren.”
El pesimismo ha marcado la trayectoria histórica de España por otro lado. El problema de España, el tema de España está envuelto siempre en pesimismo. El problema de España es un problema filosófico como dijo Gustavo Bueno. Con más o menos razones, los escritores y pensadores españoles han mantenido una actitud pesimista respecto a España, que puede rastrearse hasta al menos la cultura barroca. Tenemos que señalar que la literatura española siempre ha sido pesimista en su mayor parte. Las tragedias griegas son pesimistas también, aunque sea con un pesimismo de los fuertes, con lo dionisíaco, que diría Nietzsche. En el caso de la literatura española y del ensayismo sobre el tema de España hay que decir que es en la época contemporánea (antes del llamado «Desastre del 98», pero más claramente después de éste) cuando se desarrolla un sentimiento trágico y negativo de lo español que tendrá un peso decisivo no sólo en la especulación ideológica sino en la propia realidad hispana. El espectro del pesimismo ha sido tan poderoso en nuestro devenir que difícilmente se puede asegurar que haya sido completamente superado, aunque la España actual sea muy diferente a la de hace unas décadas. También Azorín toca el tema de España en “La voluntad”:
“Yuste, mientras golpeaba su cajita de plata, ha pensado en las amarguras que afligen a España. Y ha dicho:
—Esto es irremediable, Azorín, si no se cambia todo... Y yo no sé qué es más bochornoso, si la iniquidad de los unos a la mansedumbre de los otros... Yo no soy patriota en el sentido estrecho, mezquino, del patriotismo... en el sentido romano... en el sentido de engrandecer mi patria a costa de las otras patrias... Pero yo que he vivido en nuestra historia, en nuestros héroes, en nuestros clásicos... yo que siento algo indefinible en las callejuelas de Toledo, o ante un retrato del Greco... u oyendo música de Victoria... yo me entristezco, me entristezco ante este rebajamiento, ante esta dispersión dolorosa del espíritu de aquella España... Yo no sé si será un espejismo del tiempo... a veces dudo... pero Cisneros, Teresa de Jesús, Theotocópuli, Berruguete, Hurtado de Mendoza... esos no han vuelto, no vuelven... Y las viejas nacionalidades se van disolviendo... perdiendo todo lo que tienen de pintoresco, trajes, costumbres, literatura, arte... para formar una gran masa humana, uniforme y monótona... Primero es la nivelación en un mismo país; después vendrá la nivelación internacional... Y es preciso... y es inevitable... y es triste. (Una pausa larga.) De la antigua Yecla vieja, ¿qué queda? Ya las pintorescas espeteras colgadas en los zaguanes, van desapareciendo... ya el ramo antiguo, las azucenas y las rosas de hierro forjado se han convertido en un soporte sin valor artístico... Y este soporte fabricado mecánicamente, que viene a sustituir una graciosa obra de forja, es el símbolo del industrialismo inexorable, que se extiende, que lo invade todo, que lo unifica todo, y hace la vida igual en todas partes... Sí, sí, es preciso... y es triste.
Yuste calla; después vuelve a su tema inicial:
—Yo veo que todos hablamos de regeneración... que todos queremos que España sea un pueblo culto y laborioso... pero no pasamos de estos deseos platónicos... ¡Hay que marchar! Y no se marcha... los viejos son escépticos... los jóvenes no quieren ser románticos... El romanticismo era, en cierto modo, el odio, el desprecio al dinero... y ahora es preciso enriquecerse a toda costa... y para eso no hay como la política... y la política ha dejado de ser romanticismo para ser una industria, una cosa que produce dinero, como la fabricación de tejidos, de chocolates ó de cualquier otro producto... Todos clamamos por un renacimiento y todos nos sentimos amarrados en esta urdimbre de falseamientos...”
“La voluntad” se titula precisamente una novela primeriza de José Martínez Ruiz (el luego famoso Azorín), aunque trata paradójicamente de la ausencia de ella. Unas coplillas de la época, con el significativo título de Cansera, reflejan ese cansancio vital, conducente al hastío: «Por esa sendica se fue la alegría, / por esa sendica vinieron las penas... / No te canses, que no me remuevo; / anda tú, si quieres, y éjame que duerma, / a ver si es pa siempre... ¡Si no me espertara!... / ¡Tengo una cansera!...».
En “La voluntad”, 1902, predomina lo dionisíaco y se desemboca en la resignación, en la ataraxia, en la apatía de la aceptación de la voluntad de vivir de Schopenhauer. “Todo es la imagen –piensa-, y como el mundo es nuestra representación, la vida apagada de una monja es tan intensa como la vida tumultuosa de un gran industrial norteamericano.” Acaba victoriosa la Voluntad de vivir de Schopenhauer, esa fuerza irracional, ciega, sustancia y noúmeno del universo que es inconsciente sobre la voluntad de poder de Nietzsche, el pesimismo trágico de los fuertes.
En “Antonio Azorín”, 1903, Se contrapone el pesimismo de Schopenhauer al vitalismo de Nietzsche, la rebeldía del yo frente al ambiente. “Se habla de la tristeza española, y se habla con razón”. Más adelante se habla de la fugacidad de todo: “-Azorín, todo es perecedero acá en la tierra, y la belleza es tan contingente y deleznable como todo… La vida es movimiento, cambio transformación.”
“Nietzsche, Schopenhauer, Stirner –dice el obispo- son los bellos libros de caballerías de hogaño.”
En “Las confesiones de un pequeño filósofo”, 1904, predomina la resignación, la melancolía, el estoicismo.
Bien es verdad que en esto de acuñar vocablos abúlicos, describir entornos deprimentes, pergeñar ambientes sórdidos o dibujar ánimos desfallecientes, los literatos, pintores e intelectuales tradicionalmente asociados al 98 resultaron ser unos consumados maestros. Pocos podrían disputar al mencionado Azorín la primacía en la descripción poética del interior peninsular, esos campos áridos, esos pueblos terrosos y esa gente enlutada que, como estatuas, dan testimonio de que el tiempo aquí se ha detenido. No se queda atrás el primer Baroja, el de la trilogía de la Lucha por la vida, consumado artista en una estética de lo sombrío que halla su complemento en los dibujos y grabados de su hermano Ricardo: arrabales míseros, desolación y presencia pertinaz de la muerte.
Unamuno, sin dejar de mirar de soslayo hacia fuera, interiorizará ese ambiente en el «sentimiento trágico de la vida», del mismo modo que Antonio Machado, escarbando en el corazón hispano, encontrará una España despiadada, cainita, feroz. En el fondo, el mismo país, la España negra —negra de pobreza, luto, dolor y muerte— que pintará y recreará Darío de Regoyos, luego continuado por la paleta ocre de Zuloaga. En todos esos casos la inicial intención crítica termina desembocando en una sospechosa recreación de tintes masoquistas. Parece que no se trata tanto de denunciar males con la esperanza de superarlos cuanto de regodearse en una situación que pronto se perfi la con caracteres de irremediable. España, dirá Unamuno, es un convento, un cuartel, un manicomio, un inmenso cementerio... España, sostendrá Ganivet con una contundencia que nos redime de más glosas, «es una nación absurda y metafísicamente imposible, y el absurdo es su nervio y su principal sostén. Su cordura será la señal de su acabamiento» . Más adelante recientemente, se dirá que España es un estado fallido.
Todo es malo. Todo está mal. Del pasado esplendor —si es que lo hubo— nada permanece. A lo sumo, la sombra ominosa del ocaso, esa decadencia de siglos que ahora se proyecta en un presente mísero, haciendo con su recuerdo más amarga una postración de la que no se puede —¿o no se quiere?— salir. De ahí que se insista tanto en las metáforas biológicas, siempre con propensión a definir un estado terminal: enfermedad, tumor, cirujano, agonía, estertores, muerte... Es verdad que no son pocos los que hablan de regeneración, pero después de demorarse tanto en la descripción de los males que se asemejan más a agoreros que a sanadores. El contraste entre los males diagnosticados y la falta de iniciativas lleva a algunos a la desmesura, pasando directamente del papel de profetas tronantes a la pura desesperación. El caso de Joaquín Costa es ciertamente representativo de esta tendencia. De una u otra forma el debate público se aproxima peligrosamente al nihilismo, pues las soluciones quedan eclipsadas por el tono apocalíptico que termina imponiéndose. Lo que primariamente queda por tanto es un cuerpo muerto, el cadáver nacional. Algunos apuntan a que ya ni merece la pena hacerle la autopsia.
La realidad nacional como esperpento
Conviene subrayar que esta literatura catastrofista no se circunscribe al 98 o al inmediato regeneracionismo, como a veces suele afirmarse. El pesimismo es una constante de la literatura española.
Tantos desastres conforman necesariamente una disposición que no puede llamarse de otra manera que derrotismo. La moral de la derrota fue un famoso título regeneracionista , pero según avanza el siglo parece que la derrota se vive, más que como una referencia puntual, como un destino. Y como a perro flaco todo se le hacen pulgas, al cuerpo nacional ya le salen los enemigos en el propio suelo peninsular en forma de particularismos o regionalismos que, en algunos casos, no esconden una clara voluntad secesionista. Aunque Valentí Almirall no era de éstos, en algunas de sus obras no se recata en señalar que el problema de España se llama Castilla y el lastre de los pueblos peninsulares no es otro que el espíritu castellano. El genio castellano se ha agotado, asegura por su parte Joan Maragall . Y en Pompeyo Gener se llega a la descalificación racista del español, entendido como castellano, porque hay en él «demasiada sangre semítica y bereber». Es el comienzo del separatismo dialectal catalán que representa a las viejas familias catalanas de siempre y a sus intereses de explotar a España como una colonia, que Cataluña ejerza un colonialismo depredador sobre el resto de España. España, dice, desde el Ebro para abajo, no es más que un revoltijo de «toros, toreros, chulos, majos, cantos guturales monótonos y fúnebres, repiqueteos de pies y contorsiones erótico-epilépticas, bailes dignos de los Cándalas de la India, castañuelas, guitarras, palabras, costumbres y actos de los gitanos» .
Con tales salidas de tono no es extraño que desde la orilla ideológica opuesta se llame a rebato diciendo que el cuerpo nacional está gangrenado y hay peligro de que surjan nuevas Cubas en el propio territorio peninsular y tenían toda la razón por lo que se ve ahora con absoluta claridad. Para determinados sectores conservadores, no es que España sea ya el gran enfermo europeo, como en su día lo fue el imperio turco: es que corre el riesgo de desintegrarse y, al cabo, desaparecer a manos de otras potencias. Es lo que ocurre con el Régimen de 1978 actualmente en vigor. Somos un estado intervenido y no soberano.
El fracaso de España
Como puede apreciarse, la concatenación de acontecimientos es cualquier cosa menos casual. Más aún, la imbricación entre las estimaciones negativas y la propia deriva hacia el abismo muestra hasta qué punto se alimentaban recíprocamente las actitudes pesimistas y los eventos desgraciados conformando una dinámica maldita de frustraciones y descalabros. Por eso incurren en una simplifi cación inaceptable los que quieren trazar una férrea línea divisoria entre hechos y opiniones, desconociendo la permeabilidad entre unos y otras. Todo esto tiene mucho que ver con la siituación política real de España desde el siglo XIX hasta ahora.
viernes, 23 de mayo de 2025
La parresía
Foucault habla de la parresía en su último curso para el Collège de France, que impartió poco antes de morir de sida. En la Grecia Antigua, el «hablar franco» era conocido como parrhesía, y aquel que decía la verdad era denominado parresiasta (parrhesiastés). El estudio pormenorizado de este fenómeno es verdaderamente iluminador, particularmente en los tiempos que corren, en los que la censura y la cultura de la cancelación cuentan con un nuevo protagonismo.
Escuchemos lo que Michel Foucault tiene que decir sobre la parresía: «Es etimológicamente la actividad consistente en decirlo todo: pan rhema. El parrhesiastés es el que dice todo… Demóstenes dice: es necesario hablar con parresía, sin retroceder ante nada». Pero hay que decir que, tanto en la Antigüedad griega como en la actualidad, la parrhesía es siempre considerada como algo peligroso para quien la ejerce, pues «no solo arriesga la relación establecida entre quien habla y la persona a quien se dirige la verdad, sino que, en última instancia, hace peligrar la existencia misma del que habla, al menos si su interlocutor tiene algún poder sobre él y no puede tolerar la verdad que se le dice. Aristóteles indica muy bien este lazo entre la parrhesía y el coraje cuando, en La ética a Nicómaco, vincula lo que llama megalopsykhía (magnanimidad) a la práctica de aquella».
jueves, 15 de mayo de 2025
El mundo por dos cosas se mueve
71 Como dize Aristótiles, cosa es verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por aver mantenencia; la otra cosa era
por aver juntamiento con fenbra plazentera.
72 Si lo dixiese de mío, sería de culpar;
dízelo grand filósofo, non só yo de rebtar:
de lo que dize el sabio non devemos dubdar,
ca por obra se prueba el sabio e su fablar.
73 Que diz verdat el sabio claramente se prueva:
omnes, aves, animalias, toda bestia de cueva
quieren segund natura conpaña sienpre nueva,
e quanto más el omne que toda cosa que·s mueva.
74 Digo muy más el omne que toda creatura:
todas a tienpo cierto se juntan con natura;
el omne de mal seso, todo tienpo, sin mesura,
cada que puede, quiere fazer esta locura.
—56→
75 El fuego sienpre quiere estar en la ceniza,
comoquier que más arde quanto más se atiza;
el omne quando peca bien vee que desliza,
mas non se parte ende, ca natura lo enriza.
76 E yo, como só omne como otro pecador,
ove de las mugeres a las vezes grand amor;
provar omne las cosas non es por ende peor,
e saber bien e mal, e usar lo mejor.96
martes, 8 de abril de 2025
El pesimismo de Baroja
El pesimismo de Pío Baroja.
Pío Baroja (1872-1956) es un novelista español de la generación del 98 al que podemos incluir dentro del pesimismo filosófico o literario. En sus novelas aparece el pesimismo de Schopenhauer y de Nietzsche. Además, en Baroja el catolicismo no sirve, no le consuela lo más mínimo como sí lo hace a otros pesimistas de la literatura española. El nihilismo de Baroja es sin consuelos ni ilusiones. Pesimismo puro a lo Schopenhauer y a lo Nietzsche, sin consuelos religiosos. No hay ilusiones ni utópicas del más acá ni del más allá, ni de derechas ni de izquierdas.
“Uno tiene la angustia, la desesperación de no saber qué hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse perdido, sin brújula, sin luz adonde dirigirse. ¿Qué se hace con la vida? Si la vida fuera tan fuerte que le arrastrara a uno, el pensar sería una maravilla, algo como para el caminante detenerse y sentarse a la sombra de un árbol, algo como penetrar en un oasis de paz; pero la vida es estúpida, sin emociones, sin accidentes, al menos aquí, y creo que entodas partes, y el pensamiento se llena de terrores como compenetración a la esterilidad emocional de la existencia.”
En “La busca” sin embargo tiene Baroja un arranque nietzscheano heroico, voluntarista: “Si quieres hacer algo en la vida, no creas en la palabra imposible. Nada hay imposible para una voluntad enérgica,” Aquí podemos ver el pesimismo de los fuertes de Nietzsche.
Todos nosotros recordamos o consideramos la vida con cierto grado de melancolía. “Las espinas sangrientas dejan caer las gotas de mi melancolía”, escribió Rubén Darío. Pío Baroja (1872-1956) médico y escritor, está considerado como uno de los grandes novelistas españoles del siglo XX. Sus biógrafos destacan su carácter melancólico. El pesimismo es algo que caracteriza a la literatura española. Ricardo Gullón ve pesimismo y también escepticismo en las páginas de Baroja. Este ensayista dice que el del vasco “es un pesimismo generalizado y casi absoluto de la más pura autenticidad vital. Baroja ha llegado al pesimismo partiendo del realismo. Recordemos que la literatura española es realista. Baroja, que se define a sí mismo como «un hombre libre y puro que no quiere servir a nadie ni pedir nada a nadie», veía las cosas tal como son, y como las veía las sentía y las exponía. «De esa emoción -dice Ortega y Gasset-, como de una amarga simiente, ha crecido la abundante literatura de éste hombre, selva bronca y árida, áspera y convulsa, llena de angustia y desamparo, donde habita una especie de Robinson peludo, frenético y humorista, que azota sin piedad a los transeúntes.» Esto no es pesimismo. Es realidad. No es el pesimismo amargo y trágico de los fuertes de un Nietzsche, o el pesimismo existencial que afirma que el infierno son los otros de un Sartre. Es el realismo lúcido de un Cervantes, de un Quevedo, de un Baltasar Gracián, de un Calderón, de un Dostoievski, de un Quevedo, de un Tolstoi. EL MUNDO ES ANSÍ (1912) titulará Baroja uno de sus más celebrados libros. Y cuenta el porqué del título: «Por ahora, de todo lo visto en España, lo que más me ha impresionado ha sido ese escudo en la Plaza de Navaridas, con sus corazones y sus puñales y su dolorosa sentencia: «El mundo es ansí». ¡El mundo es ansí! Es verdad. Todo es dureza, todo es crueldad, todo egoísmo. ¡En la vida de la persona menos cruel, cuánta injusticia, cuánta ingratitud...! El mundo es ansí». Así es el mundo mirado de cielo para abajo. Y describirlo tal cual lo conocemos no es negativismo de espíritu, aunque los pusilánimes mantengan que sí. “Verdad es que no he sospechado nunca que la vida pueda tener atractivos.” Y ya casi al final de la novela concluye ratificando nuevamente que el mundo es ansí: “La vida es esto, crueldad, ingratitud, inconsciencia, desdén de la fuerza por la debilidad. Y así son los hombres y las mujeres, y así somos todos.
Sí; todo es violencia, todo es crueldad en la vida. ¿Y qué hacer? No se puede abstenerse de vivir, no se puede parar, hay que seguir marchando hasta el final.” En el tema de la fugacidad de la vida en la literatura barojiana, el autor vasco es realista sin amargura, concreto sin pesimismo. En 1900 publicó Baroja su primer libro, una colección de cuentos que había ido hilvanando al calor de sus experiencias como médico. Le puso por título VIDAS SOMBRÍAS y tuvo un éxito ruidoso. Sebastián J. Arbó dice que en aquella primera obra de Baroja, exposición de vidas humildes y de un medio social que reflejaba la tristeza y la amarga lucha por la subsistencia, «estaba ya en germen toda su obra futura.
La primera novela publicada por Baroja es Ka casa de Aizgorri (1900). Las Aventuras, Inventos y Mixtificaciones de Silvestre Paradox (1901) son su segunda novela). Picaresca, esperpento, ambiente cutre, vidas desgraciadas, malogradas, sombrías…. Silvestre Paradox arrastra una miserable existencia sin valor, sin sentido.
“Al anochecer, sobre todo cuando el cuarto se llenaba de sombras, le acometía a Silvestre una amargura de pensamiento, que subía a su cerebro como una oleada, náusea de vivir, náusea de la gente y de las cosas y se marchaba a la calle y el disgustaba todo lo que pasaba ante sus ojos, y recorría calles y calles tratando de mitigar lo absurdo de sus pensamientos con la velocidad de la marcha. El pesimismo antropológico, su angustia existencial le lleva a sostener que el infierno son los otros. Misantropía.:
“-La Humanidad me molesta –solía decir-, no quiero tratar a la materia viva ni a la materia pensante, mis simpatías están por lo inerte. Y la inercia iba apoderándose de él.”
El gran cansancio, la insoportable insignificancia de la existencia le pesan mucho a Silvestre Paradox. El absurdo, la estupidez, la ausencia de sentido: “el cansancio eterno de la eterna imbecilidad de vivir. ¿Para qué vivir tanto? Además, una sociedad bien organizada debía de tener un matadero de hombres; allá irían los fracasados, las perdidas desesperadas, los vencidos, a que la piedad de los demás les eliminara de un mundo para el cual no tienen condiciones. El matadero se imponía, un matadero que fuese un edén en donde se saborearan en una hora todas las voluptuosidades, todos los refinamientos de la vida y se entrara después en la muerte con el alma saciada de un emperador romano de la decadencia.” Es un resultado parecido al resultado o conclusión a la que llega Mainländer en su filosofía de la redención. Es una eutanasia como solución final al fracaso a vidas sombrías y miserables. Es la solución final para todos los desdichados.
En “Camino de perfección”, su segunda novela, publicada en 1902 hace su aparición el nihilismo: la vida no vale nada. “–Qué vida más horrible la de esta gente. El protagonista, Fernando Ossorio es melancólico, depresivo y de ahí su pesimismo. Es una novela itinerante que nos muestra el camino y evolución de Fernando Ossorio desde su pesimismo con tendencias místicas hacia el matrimonio y la paternidad que lo salvan de sí mismo y de la desesperación que le amenazaba. En cambio en “El árbol de la Ciencia” la depresión, la melancolía le conducen a Andrés Hurtado al suicidio, a la tragedia.
-¡Bah! Todas las vidas son malas –dijo Polentinos.
-Pero la del que sufre es peor que la del que goza.
-¡Gozar! ¿Y quién es el que goza en la vida?• . El pesimismo de Baroja llega a desvalorizar la vida, la existencia. La vida es algo carente de valor: “-Es que la vida prosiguió el señor Nicolás-, después de todo no es nada. Al fin y al cabo, lo mismo da ser pobre que ser rico;” No hay una teleología o un sentido trascendente de la vida, de la existencia: “Después, como no admitía una voluntad superior que dirigiera los destinos de los hombres, pensaba que aunque las desgracias y las enfermedades en sí no tuviesen un objeto moral, el individuo podía dárselos, puesto que aquel que se les quiere conceder.” La voluntad de vivir no tiene ninguna finalidad: sólo perseverar en su conatus. Sólo es voluntad ciega. El fin del hombre es vivir dice en el capítulo XXVIII. “Es la vida –decía él- que quiere seguir su curso. ¿Quién soy yo para detener su corriente? Hundámonos en la inconsciencia”. Baroja no es de derechas: “Porque me repugna la derecha.” Agnosticismo, escepticismo, pesimismo caracterizan el pesimismo filosófico de Baroja que se adivina ya en su primera novela. “En lo íntimo, creo que todo es fijo e inmutable. Y esto que es fijo, llámese sustancia, espíritu, materia, cualquier cosa, X que a nuestros ojos por lo menos a los míos, es infinito, yo supongo, a veces, cuando estoy de buen humor, que se reconoce a sí mismo y que tiene conciencia de que es…” Pero no hay finalidad. “Yo creo que nada tiene fin; ni lo que se llama materia, ni lo que se llama espíritu.” La voluntad de vivir es lucha, competencia, autosuperación “¡Qué bárbara lucha por la vida!¿Para qué pensar en ella? Si la muerte es depósito, fuente, manantial de vida, ¿a qué lamentar la existencia de la muerte? No, no hay por qué lamentar nada. Vivir y vivir…ésa es la cuestión.”
Publicada en 1911, El árbol de la ciencia es la novela que mejor refleja el mundo interior de Baroja, impregnado de pesimismo, pero también con una indudable ternura hacia los más vulnerables. Aunque negaba la existencia de la generación del 98, Baroja es el representante más egregio de la actitud vital y estética de un grupo de escritores angustiados por el ser de España y reacios al sensualismo pagano de los modernistas. “La vida en general, y sobre todo la suya, le parecía una cosa fea, turbia, dolorosa, indominable.” Andrés Hurtado, el protagonista de la novela “El árbol de la ciencia•, es melancólico, depresivo y el pesimismo filosófico termina por agravar sus males psíquicos. Llega al pesimismo filosófico, ya que el pesimismo psicológico le acompaña previamente, claro está, a través de sus lecturas de Schopenhauer y Nietzsche y sus conversaciones con su tío Iturrioz y sus vivencias sórdidas y desagradables que terminan por precipitar su suicidio final.
En sus Memorias, Baroja aclara: “Para mí no es el ideal del estilo, ni el casticismo, ni el adorno, ni la elocuencia; lo es, en cambio, la claridad, la precisión, la rapidez…”. Azorín señala la existencia de “un resorte interior” en Baroja que regula meticulosamente el arte de narrar. Ese resorte no es algo abstracto, sino una forma de entender el arte y la vida, la creación y la experiencia, la acción y la contemplación. Gonzalo Torrente Ballester afirma que “Baroja es el único escritor español contemporáneo que dispone de una prosa apta para el género novelesco… graciosa, divertida, atrayente”.
Baroja no es un reaccionario, pero tampoco es un liberal ilustrado. No cree en el progreso indefinido y, menos aún, en las utopías. Desde su punto de vista, la historia de la civilización es una sucesión de infamias. El hombre no es bueno por naturaleza, sino ferozmente egoísta. No se trata de una perversión, sino de un mecanismo innato de la biología, que incita a luchar por la subsistencia. El pensamiento pesimista filosófico de Baroja es una síntesis de las ideas de Kant, Schopenhauer y Nietzsche. Sería absurdo atribuirle la condición de filósofo. Sólo es un escritor que lee desordenadamente a diversos escritores filosóficos, movido por el deseo de comprender la realidad. El árbol de la ciencia es la novela que expresa de forma más completa su visión del mundo. Para Baroja, el ser humano es una anomalía. Su inteligencia le ha permitido sobrevivir, compitiendo con otras especies con una anatomía más poderosa. Su privilegiada mente le ha salvado de muchas catástrofes y ha resuelto en buena medida el problema de la escasez, multiplicando los recursos, pero le ha planteado conflictos inesperados: ¿tiene la vida algún sentido?, ¿es posible la felicidad?, ¿hay algo más allá de la muerte? Baroja asume las tesis de Schopenhauer, nada alentadoras: la vida es una fuerza ciega y sin propósito; la esencia de la vida es el dolor; no hay forma de escapar a la enfermedad, la vejez y la muerte; el hombre sabio debe cultivar la ataraxia, aplacando el deseo y el temor.
En su ensayo Ideas sobre Pío Baroja, Ortega y Gasset sostiene que la felicidad consiste en hallar en la existencia “alguna cosa capaz de absorber nuestra actividad. Si notásemos que algo en el mundo bastaba a henchir el volumen de nuestra energía vital, nos sentiríamos felices y el universo nos parecería justificado”. La ciencia, el arte o el placer a veces proporcionan esa motivación que encauza nuestro quehacer vital, librándonos del tedio y la insatisfacción. No es el caso de Baroja. Andrés Hurtado, el joven médico que protagoniza El árbol de la ciencia, es un inadaptado y un escéptico, casi un dandi abrumado por un irreductible spleen: “si busca el árbol de la Ciencia es, no más, para tumbarse un rato a la sombra –apunta Ortega-. Nihil, nihil; el mundo en derredor es un ámbito absolutamente vacío”. Andrés Hurtado resuelve su frustración con la aconitina cristalizada de Duquesnel utilizada para suicidarse. Baroja ha preferido escribir una larga serie de novelas, que “se abre como otros tantos bostezos de aburrimiento trascendental ante un mundo donde todo es insuficiente”. Eso sí, Baroja protesta, pero no se rebela. Al igual que Schopenhauer, descarta cualquier iniciativa política y social. No suscribe ningún credo, salvo la ciencia, pero no pretende convertirla en dogma. Baroja es un dogmatófago. Personalmente, sólo busca la serenidad del estoico que ha comprendido la inutilidad de cualquier esfuerzo. La desolación de Andrés Hurtado es infinita; la de Baroja, también, pero sortea las fantasías autodestructivas refugiándose en los placeres sencillos, como la lectura, un buen paseo o una canción. Sin embargo, no hay que engañarse: el mundo siempre será un lugar áspero y no podemos esperar nada de nuestros semejantes. En sus Memorias, cuenta que solía cantar durante sus paseos: “A veces, al pasar por delante de una casa del camino, cantaba más alto, gritaba, quizás con jactancia, queriendo ser escuchado. Alguna ventana se abrirá –pensaba-, y aparecerá un rostro simpático y jovial. No se abría ninguna ventana, no salía nadie; yo insistía cándidamente, y, al insistir, iban brotando de aquí y de allá caras torvas, miradas hostiles, gente en guardia, que apretaba el garrote entre las manos huesudas”. El hombre siempre será un lobo para el hombre. No es una idea original, pero sí una vieja certeza que nadie ha logrado impugnar de forma convincente. Ocurre que “en la vida ni había ni podía haber justicia. La vida era una corriente tumultuosa e inconsciente, donde los actores representaban una tragedia que no comprendían; y los hombres, llegados a un estado de intelectualidad contemplaban la escena con una mirada compasiva y piadosa.”
La sombra de Schopenhauer
La filosofía de Schopenhauer ejerció una notable influencia en los escritores del 98. Al igual que las de Nietzsche, sus ideas circulaban por tertulias y ateneos, cuestionando la cosmovisión católica, aún dominante en la España de principios del siglo XX. Schopenhauer dejó una huella profunda en filósofos como Nietzsche, Horkheimer y Wittgenstein. El eco de su pensamiento se escucha en las novelas de Tolstoi, Maupassant, Zola, Anatole France, Kafka y Thomas Mann. Paradójicamente, la primera edición de El mundo como voluntad y representación, aparecida en 1819, pasó casi desapercibida. Muchos de los ejemplares, almacenados durante años, acabaron vendiéndose como papel usado. Schopenhauer niega el dualismo ontológico de la tradición platónico-cristiana. La realidad no se divide en dos esferas cualitativamente distintas. Sólo hay un universo movido por una fuerza ciega, libre e irracional, sin otra finalidad que la duplicación y proliferación de la vida. Schopenhauer llama a esa fuerza “voluntad” y afirma que es insaciable. Con palabras que recuerdan a Heráclito, sostiene que la voluntad es conflicto, desgarramiento, escisión y dolor. El ser humano es el más desdichado de los animales, pues es consciente de ese hecho. “A medida que la conciencia se eleva más y el conocimiento se vuelve más diferenciado –escribe Schopenhauer-, también se acrecienta el tormento, que alcanza en el hombre su grado más alto, tanto más elevado cuanto más inteligente sea; el hombre genial es el que más sufre”. No es casual que Calderón de la Barca afirmara que “el mayor delito del hombre es haber nacido”, y que Shakespeare describiera la vida como un vendaval de “ruido y furia”. Schopenhauer añade que “la vida sólo es una continua lucha por la existencia, con la certidumbre de una derrota final”. La realización de una meta o el cumplimiento de un deseo no desembocan en la felicidad, sino en “la tristeza, el vacío, el aburrimiento”. La vida es un péndulo que oscila entre el dolor y el tedio, la desdicha y el hastío.
Más allá de eso, la humanidad chapotea en la ciénaga del odio y la crueldad. Según Schopenhauer, el hombre es el único animal que hace sufrir a sus semejantes por placer. Como dijo Homero, la ira es más dulce que la miel. La voluntad instiga al ensañamiento con el débil, y a la venganza con quien nos ofende. El trabajo no es una actividad que nos dignifica. Su carga, penosa e ingrata, nos embrutece aún más. Es absurdo buscar consuelo en la historia, pues el devenir de las civilizaciones está dominado por un azar ciego. Hegel agitó una ilusión ficticia al decir que la fuerza directriz de la historia es la racionalidad, pero es falso. No avanzamos hacia lo mejor. En realidad, recaemos una y otra vez en los mismos errores e indignidades. Sólo podemos hallar alivio en la experiencia estética, que nos permite abandonar durante unos instantes el turbio río de la voluntad, pero se trata de una vivencia fugaz. Schopenhauer no es un cínico. Influido por las enseñanzas budistas y cristianas, exalta la compasión y la vida ascética. El amor a los otros no surge de la pretendida dignidad del ser humano, sino de descubrir que comparten con nosotros el mismo destino trágico. La vida ascética no es una forma de expiar los pecados y preservar la virtud, sino de liberarse de la voluntad, que nos hace sufrir, avivando los deseos. Castidad, austeridad y estoicismo. No hay otro horizonte para el hombre clarividente.
Pío Baroja recogió casi todas estas ideas, incorporándolas a su orbe narrativo. No se trata de un proceso meramente intelectual, sino básicamente emocional. El desengaño existencial del autor de César o nada coincidía plenamente con el pesimismo del filósofo alemán. En cambio, le mantuvo alejado del optimismo ilustrado de Kant. Aceptó las tesis de la filosofía trascendental, según la cual el tiempo y el espacio son formas puras a priori de la sensibilidad, pero no le convenció el carácter utópico, pacifista y cosmopolita de la filosofía de la historia del autor de la Crítica de la razón pura. Baroja era un anarquista en lo estrictamente vital. No le agradaba la autoridad, sentía una vehemente antipatía por curas y militares, pero admitía la monarquía como un mal menor, pues se había revelado eficaz en el mantenimiento de la paz y el orden. Todos los políticos le parecían farsantes, demagogos. Prefería un gobierno autoritario que mantuviera a raya al ser humano, “un animal dañino, envidioso, cruel, pérfido, lleno de malas pasiones”. Pensaba que la vida realmente era una fuerza ciega e irracional, cuyo objetivo era perpetuarse, lo cual acarreaba la lucha permanente de unos contra otros. Creía que Schopenhauer no se equivocaba: no hay trasmundos ni dioses. La crueldad lo infecta todo. Las pasiones nos destruyen, inculcándonos deseos irracionales que una vez satisfechos, se transforman en desengaño y hastío. El ascetismo y la compasión son las actitudes más dignas en un cosmos gobernado por la injusticia y el azar.
Baroja admite que la vida le inspira “terror, y a veces asco”. Se disculpa, alegando su vida errática: “He andado desmantelado y desamparado, como un perro vagabundo, y mi moral, naturalmente, es un tanto de cínico y vagabundo”. Aventura que sus libros tal vez no son obras de arte, pero “tienen valor de documentos, porque están escritos… sin ninguna tendencia al artificio”. En cualquier caso, han actuado como un bálsamo. La experiencia estética prepara el camino a la ataraxia. La ascesis invocada por Schopenhauer no debe suscitar equívocos. El filósofo alemán era un pequeño burgués, amante de la vida tranquila y sin sobresaltos. Baroja, también. El pesimismo vital y filosófico de ambos no abocaba a la desesperación romántica, sino al malhumor del solitario que presume de su misantropía. Con cierta malicia, podríamos decir que eran dos solterones con un genio endemoniado y una incurable afición al exabrupto.
El árbol de la ciencia.
Andrés Hurtado estudia medicina, admira a los escritores naturalistas y celebra el genio de Espronceda. Huraño, independiente, anticlerical y con idéntica repulsa hacia la aristocracia, la burguesía y la clase trabajadora, “la muerte de su madre le había dejado un gran vacío en el alma y una inclinación a la tristeza”. Su padre y sus hermanos le parecen egoístas, frívolos y mediocres. Sólo su hermano pequeño Luis le inspira afecto y ternura. No estudia por vocación, sino por la necesidad de hacer algo con su vida. Deplora que sus compañeros de facultad vivan como calaveras, sin otra ambición que imitar a don Juan Tenorio. No le produce menos consternación que en Madrid no se aprecie dinamismo, curiosidad ni deseos de cambio. “A los tres días de frecuentar el hospital, Andrés se inclinaba a creer que el pesimismo de Schopenhauer era una verdad casi matemática. El mundo, le parecía una mezcla de manicomio y hospital; ser inteligente constituía una desgracia y sólo la felicidad podía venir de la inconciencia y de la locura.”
Andrés Hurtado reúne todas las características de los noventayochistas: pesimismo, espíritu crítico, descontento, anhelos reformistas, escepticismo religioso, hostilidad hacia una tradición basada en prejuicios, estoicismo, rechazo hacia un esteticismo huero y sensual. No se conmueve con el flamenco ni con Wagner. Prefiere las melodías sencillas e intimistas. Aficionado a pasear, el Madrid de su época le parece provinciano, polvoriento y aburrido. El catolicismo le repugna, con sus capillas sombrías y sus repelentes supersticiones. En la universidad, sólo encuentra profesores que disimulan su necedad con una solemnidad ridícula. La política no le resulta menos grotesca e inane. Sus decepciones le conducen a “un anarquismo espiritual, basado en la simpatía y la piedad, sin solución práctica ninguna”. La vida le parece carente de sentido. En su opinión, no es más que “una corriente tumultuosa e inconsciente, donde todos los actores representaban una comedia que no entendían”. Tras deambular por cafés, tablados y humildes casas de vecinos, concluye que “la piedad no aparecía por el mundo”. Es que “La vida es una lucha constante, una cacería cruel en que nos vamos devorando los unos a los otros. Plantas, microbios, minerales.”
Se ha acusado a Baroja de misoginia, pero el personaje de Lulú, de la que se enamora Andrés Hurtado, es sumamente complejo y atractivo. No es una muñeca que deslumbre con su belleza. Es “graciosa, pero no bonita”. Tiene “gracia, picardía e ingenio de sobra; pero le faltaba el atractivo principal de una muchacha: la ingenuidad, la frescura, la candidez”. No es mordaz ni vulgar, pero trabaja desde niña y no le ha quedado otra alternativa que endurecerse. Es “una mujer inteligente, cerebral” que se interesa por las cosas. Quiere saber, comprender, entender el mundo. Cuida con afecto a los hijos pequeños de sus vecinos y a una anciana que vive sola en una buhardilla. No es mojigata. No se escandaliza con las flaquezas ajenas, pero no soporta “la doblez, la hipocresía, la mala fe”. Andrés Hurtado se siente muy cómodo en su compañía, pero se muestra reacio a enamorarse. Prefiere mantener con ella una relación de camaradería, exenta de complicaciones sentimentales. De vez en cuando, Andrés visita a su tío Iturrioz, un médico militar jubilado que vive en un quinto piso del barrio de Argüelles, con una hermosa azotea. Al igual que Lulú, Iturrioz es un espíritu limpio y sin malicia, pero con una visión trágica de la existencia. Iturrioz afirma que “la vida es una lucha constante, una cacería cruel en que nos vamos devorando unos a otros. Plantas, microbios, animales”.
Andrés pasa una temporada en Valencia, acompañando a Luisito, su hermano, gravemente enfermo. Las diferencias entre el paisaje castellano y el levantino le producen una honda impresión: “Pasada la Mancha, fría y yerma, comenzó a templar el aire. Cerca de Játiva salió el sol, un sol amarillo que se derramaba por el campo entibiando el ambiente”. Baroja no realiza piruetas estilísticas tan asombrosas como las de Valle-Inclán, pero su prosa está salpicada de pinceladas impresionistas. Su sensibilidad para el paisaje es una de las notas características de una generación de escritores con una mirada atenta a los matices y los contrastes. La construcción de la propia identidad es indisociable del contacto con el mundo exterior. El paisaje no es una nota de color, sino un ejercicio de introspección. Cuando se produce la muerte de Luisito, Andrés experimentan una disociación que confunde con indiferencia. Lejos de exteriorizar dolor, se ensimisma, aterrado por la impiedad de la naturaleza, cuyas leyes no reparan en los afectos.
Al regresar a Madrid, comienza a visitar con frecuencia a su tío Iturrioz, con el que mantiene intensas discusiones sobre el sentido de la vida. Andrés descarta la existencia de Dios, de una causa primera que sea el origen del universo. Descartado el pensamiento mitológico, sólo queda la ciencia, única y, al mismo tiempo, débil certeza, pues –como enseña Kant- nuestro conocimiento sólo es una representación de la mente humana, que acopia datos mediante la sensibilidad y los procesa con el entendimiento. Kant limita el conocimiento a lo puramente fenoménico, única dimensión accesible a la razón, indicando la existencia de una inasequible zona de penumbra a la que denomina “nóumeno”. Schopenhauer afirma que ha resuelto ese enigma. El “nóumeno” es la voluntad, la fuerza que impulsa la vida. No hay fin ni propósito en la voluntad. Es “una cosa oscura y ciega, potente y jugosa, sin justicia, sin bondad, sin fin”. La vida es absurda. Carece de sentido. El cristianismo y el judaísmo hablan de futuros paraísos, pero sólo son ficciones que nacen de la impotencia. “la idea de una causa primera, como ha dicho Schopenhauer, es la idea de un trozo de madera hecho de hierro.” Quevedo había dicho que morimos desde que empezamos a vivir. Baroja afirma Andrés Hurtado mediante: “El hombre, cuya necesidad es conocer, es como la mariposa que rompe la crisálida para morir.”
“Andrés pudo comprobar que el pesimismo y el optimismo son resultados orgánicos como las buenas o las malas digestiones.”
Imbuido en un profundo desaliento, Andrés Hurtado acepta una plaza de médico en Alcolea del Campo, un pueblo manchego. Allí se topa con la España profunda: ignorancia, prejuicios, comida insana, intransigencia católica, rencillas absurdas, puritanismo histérico. Todo parece una ensoñación fatídica. Al anochecer, “el pueblo parecía no tener realidad; se hubiera creído que un soplo de viento lo iba a arrastrar y deshacer como nube de polvo sobre la tierra enardecida y seca”. De noche, “grande, desierto, silencioso, bañado por la suave claridad de la luna, parecía un inmenso sepulcro”. Andrés Hurtado no hace amigos. Todo el mundo le considera hosco y orgulloso. Sin embargo, vive un pequeño romance con la patrona de la casa donde se hospeda, una mujer hermosa, inteligente y desdichada, pues su marido es un bruto.
Alcolea del Campo es un fiel reflejo de la España de la época: falta de sentido social, insolidaridad, enconos fratricidas, fatalismo, ausencia de metas, conformismo, resentimiento, hipocresía. La moral católica oprime las conciencias, lo cual no evita que circulen las novelas y las estampas pornográficas. Andrés Hurtado no aprecia nada hermoso en el trabajo rural, exaltado por tantos poetas y pintores. Al contemplar la vendimia, sólo advierte un esfuerzo penoso y bestial. Finalmente, abandona Alcolea del Campo y vuelve a Madrid, donde los periódicos anuncian la inminente guerra de Cuba. Casi todo el mundo se burla de los estadounidenses, comentando que huirán como conejos. Andrés se encuentra con su tío Iturrioz en la calle y este le comenta que la Armada española carece de recursos para hacer frente a Estados Unidos, un coloso militar. Su predicción se cumple, pero la derrota apenas afecta a los españoles. Su patriotismo exaltado se disuelve ante la expectativa de acudir al teatro o los toros. Andrés siente deseos de ametrallar a la multitud y se pregunta cómo es posible que las mujeres aún deseen tener hijos. Piensa que España es un país de chulos y juerguistas con un yo hipertrofiado. Cada vez más antisocial, odia al rico, sin sentir simpatía por el pobre. Logra un empleo como médico de higiene, lo cual agrava su pesimismo, pues visita los barrios más pobres, llenos de burdeles y tascas mugrientas. La policía acepta los sobornos de los proxenetas, garantizando su impunidad. Incapaz de soportarlo, consigue un puesto en La Esperanza, una sociedad médica para personas sin recursos. Asiste a Rafael Villasús, un autor teatral ciego que agoniza en una buhardilla miserable. Su corte de literatos celebra su penuria, asegurando que es el tributo del arte. Baroja hace un retrato despiadado de la bohemia, calificando de majaderos a los artistas que inmolan sus vidas por la quimera de la gloria. La alusión a Valle-Inclán es evidente.
El reencuentro con Lulú cambia la vida de Andrés Hurtado. No sin vacilaciones, se casa con ella y empieza a realizar traducciones de artículos médicos, abandonando las visitas y consultas. Su perspectiva de España sigue siendo amarga: faltan laboratorios y sobran iglesias. Menos sol y más ciencia. Y nada de religión. Andrés vive como un erizo, rehuyendo el contacto social. Cultiva la ataraxia y se considera afortunado con su mujer, pero la fatalidad se ensaña con él. Lulú fallece tras dar a luz a un niño muerto y él se quita la vida, envenenándose. Al observar el cadáver, su tío Iturrioz exclama: “Era un epicúreo, un aristócrata, aunque él no lo creía”. Un médico presente murmura: “Pero había en él algo de precursor”. ¿De qué? De ese espíritu crítico que caracterizó a los noventayochistas, eclipsados por el revisionismo de una crítica literaria que niega su existencia como grupo o generación. Baroja no es un pensador comprometido ni original, pero sí un espíritu ácido y clarificador. En 1910, habló ante los obreros de la Casa del Pueblo de Barcelona, abogando por una revolución, pero no una revolución de carácter violento, sino un cambio de mentalidad que impulsara la ciencia y combatiera los prejuicios. En 1917, reiteró que España debía llevar a cabo una transformación profunda, pues “una sociedad que necesita del cura, del militar, del verdugo, del título nobiliario, de la cárcel y de la horca, es una sociedad primitiva, embrionaria y absurda”. No simpatizaba con el socialismo, pero apreciaba a Pablo Iglesias y soñaba con una España “tolerante, libre y amable”. No era socialista, sino anarquista y no era ni católico ni conservador. Algunos opinan que ha pasado la hora de Pío Baroja, pero yo creo que su individualismo radical no ha perdido un ápice de actualidad. Una sociedad siempre necesita a ogros solitarios que aviven la llama de la insatisfacción. Sin ellos, corre el riesgo de adormilarse y caer en la autocomplacencia. Baroja no era reaccionario ni conservador. No era pues de derechas. Tampoco era socialista, ni republicano, ni de izquierdas y despreciaba el regionalismo y las hablas regionales. Lo que yo llamo dialectos. ”Mi tío es especialista en vulgaridades democráticas. Mi tío es republicano. Yo no sé si hay alguna cosa más estúpida que ser republicano, creo que no la hay, a no ser el ser socialista y demócrata.
Ni mi tía ni mis primas son republicanas. Esas son autoritarias y reaccionarias, como todas las mujeres, pero su autoritarismo no les hace ser tan despóticas como su democracia y su libertad a mi republicano tío.” En el capítulo LIII de Camino de Perfección ridiculiza Baroja a la vez republicanismo y dialectalismo y/o regionalismo: •Este Nebot tiene fama de republicano y de anticlerical, y goza de un gran prestigio entre la gente del pueblo. Es también federal o medio regionalista, y hace alarde de hablar siempre en valenciano.”
En 1938 apareció en Valladolid una antología de textos de Baroja titulada “Comunistas, judíos y demás ralea” en Biblioteca Nueva y Editorial Reconquista. José Ruiz Castillo Franco era el editor. La compilación de textos no la hizo el propio Baroja. Es ésta pues una antología espuria que no contó con Pío Baroja. Hemos de decir que Don Pío Baroja no contó ni con la estimación de unos ni con la de otros ni se inclinó con convicción hacia ningún bando. Tuvo que adaptarse para sobrevivir en medio de estrecheces económicas.
jueves, 13 de marzo de 2025
To katechon
El to katechon. Segunda epístola de San Paulo a los tesalonicenses. Capítulo II. Biblia del Oso de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera.
Parece que algunos espíritus fanáticos (o pretendiendo revelaciones o tomando ocasión de la manera en que el Apóstol tiene siempre en la boca el día del Señor) alborotaban la Iglesia con vanos miedos de la cercanía de aquel día, el cual tardándose más de lo que ellos daban a entender era causa que la fe de la venida del Señor se volviese por vana de muchos contra el cual inconveniente San Pedro acude en I Pedro 3,9. Contra estos avisa aquí el Apóstol que a la venida del Señor es menester que preceda una general apostasía de su Iglesia causada por un insigne enemigo de Cristo que en la fin del Imperio Romano (donde parece que le quiere dar la silla) se levantaría con título de Dios usurpando su gloria y asiento con potencia y artes y milagros de Satanás, el cual el Señor mataría por su palabra, y ansí los exhorta a que estén firmes en la piedad.
1. Rogámosos, pues, hermanos por la venida del Señor nuestro Jesús el Cristo y de nuestro recogimiento a él,
2. Que no os mováis fácilmente de vuestro sentimiento ni seáis espantados ni por espíritu ni por palabra ni por carta como nuestra, como que el día del Señor esté cerca,
3. No os engañe nadie en ninguna manera porque no vendrá que no venga antes la apostasía y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición.
4. Oponiéndose y levantándose contra todo lo que se llama Dios o divinidad, tanto que se asiente en el templo de Dios como Dios, haciéndose parecer Dios.
5. ¿No os acordáis qué es lo que impide ahora para que su tiempo se manifieste?
6. Y vosotros sabéis qué es lo que impide ahora para que a su tiempo se manifieste.
7. Porque ya se obra el ministerio de iniquidad solamente que el que ahora domina, domine hasta que sea quitado.
8. Y entonces será manifestado aquél inicuo, al cual el Señor matará con el Espíritu de su boca y con la claridad de su venida lo quitará:
9. A aquél inicuo el cual vendrá por operación de Satanás con grande potencia y señales y milagros mentirosos,
10. Y con todo engaño de iniquidad obrando en los que perecen, por cuanto no recibieron la caridad de la verdad para ser salvos.
11. Por tanto, pues, enviará Dios en ellos operación de error para que crean a la mentira.
12. Para que sean condenados todos los que no creyeren a la verdad, antes consintieron a la iniquidad.
13. Mas nosotros debemos hacer siempre gracias a Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, de que Dios os haya escogido por primicias de salud por la santificación del Espíritu y la fe verdadera.
14. A lo cual os llamó por nuestro Evangelio para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesús el Cristo.
15. Ansí que, hermanos, estad firmes y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra o por carta nuestra.
16. Y el mismo Señor nuestro Jesús el Cristo y Dios y Padre nuestro, el cual nos amó y nos dio la consolación eterna y la buena esperanza por gracia.
17. Consuele vuestros corazones y os confirme en toda buena palabra y obra.
To katechon
sábado, 4 de enero de 2025
La Tercera Roma como ortograma imperial ruso
La Tercera Roma.
Según dice Gustavo Bueno “Suponemos que la Historia Universal que es ya por sí misma una idea filosófica, sólo puede ser considerada por la Filosofía de la historia; o si se prefiere, que las cuestiones relativas a la Historia Universal aunque puedan ser sustituidas una y otra vez por un historiador positivo, no por ello dejarán de ser cuestiones filosóficas (de Filosofía de la historia). Cuestiones que, sin duda, pueden acuciar también al historiador positivo, pero más en su calidad de filósofo de la historia, que en su calidad de historiador . España resulta ser así en cierta manera un pretexto para iniciar la construcción de una filosofía de la historia universal. Esta filosofía de la historia universal no será una filosofía de la historia idealista como la hegeliana, será más bien una filosofía de la historia universal desde la perspectiva del materialismo filosófico, que incorpora -¿cómo no?- materiales y contenidos del materialismo histórico a la hora de considerar la historia. Ocurre que en cierta manera ya todos somos marxistas, al igual que todos somos euclidianos o newtonianos o darwinistas. Tal vez el marxismo se haya diluido en el ambiente al igual que Goethe decía que Kant se hallaba diluido en el ambiente de Alemania en su época. Es posible que en el siglo XXI llegue a ocurrir lo mismo con el materialismo filosófico y con Gustavo Bueno, esto es, que su pensamiento y filosofía se hallen diluidos en el mundo hispánico y en el mundo de la filosofía y el pensamiento en español.
Como bien dice Gustavo Bueno, la historia universal es la historia de la sucesión de los diversos imperios universales que se han constituido, así como la historia de su lucha entre sí. Toda sociedad política tiende a convertirse en imperio o si no, de lo contrario, tenderá a ser una república mercantil o una sociedad política insignificante e irrelevante en la historia universal, sin ninguna influencia en la configuración del mundo. Un imperio tiene el proyecto político u ortograma político imperial que orienta su destino histórico, su acción política consistente en tratar de imponer al resto de las sociedades políticas existentes su concepción del mundo, del hombre y ello a todos los hombres a ser posible en el límite. El imperio es universal y aspira a la universalidad. Es consustancial al imperio la vocación de una misión sagrada. El imperio desde su nacimiento tiene una cierta característica religiosa con la que se inviste al emperador y a su imperio. De ahí se deriva la universalidad del concepto de imperio. El imperio tiene como hemos dicho antes una vocación de universalidad válida para todos los hombres y sociedades políticas y en el límite, todo imperio sería un imperio o un estado mundial y aspiraría a la constitución de una sola sociedad política para toda la tierra. España nació como imperio y luego llegó a ser nación política. El lugar de España en la historia universal tiene que ver con la Idea de imperio. Esa es la singularidad española. Es la vía católica hispánica. Esto caracteriza al imperio español. El lugar de Rusia en la historia universal tiene que ver con la Idea de Imperio también. El imperio ruso también tiene la característica de excepcionalidad, de singularidad histórica especial y como vamos a ver más abajo, también Rusia se caracteriza por la excepcionalidad política, cultural, histórica. No viene mal entonces realizar las oportunas comparaciones entre el caso español y el caso ruso para entender el mito de la Tercera Roma, que define y expresa el ortograma ortodoxo imperial ruso. Al igual que hay un tema literario constante en España, a saber, el tema de qué es España, España como argumento literario y ensayístico, esto es, que igual que aparece entonces el tema de la peculiaridad histórica española, puede decirse lo mismo en el caso de Rusia. Ocurre lo mismo en Rusia como tema literario y de reflexión en la literatura, pensamiento y reflexión rusos. ¿Qué es Rusia? Es también un tema o argumento sobre el que se ha escrito mucho por parte de los rusos. El filósofo ruso Nicolás Berdiaeff sirva como ejemplo de esto que digo:
“¿Es el camino de Rusia el mismo que el de Europa occidental, esto es, el camino del progreso universal y la civilización universal y es el único rasgo distintivo de Rusia su atraso, o tiene Rusia su propio camino y pertenece a un tipo de civilización diferente?”.
Es conveniente aclarar inicialmente el concepto de ortograma político. Tiene esto que ver con los planes y programas que orientan y guían la práctica política de un Estado, de un imperio. Partimos entonces del materialismo filosófico de Gustavo Bueno al elaborar éste la Idea filosófica de Imperio y de ortograma político, en particular, del concepto de ortograma político imperial, que él aplica a la historia de España y que nosotros vamos a aplicar a la historia de Rusia. Su libro “España frente a Europa” es una filosofía de la historia de España. Nosotros pensamos que lo mismo puede hacerse con la historia de Rusia y entiendo que vamos a llegar a resultados similares al aplicar la idea de ortograma a Rusia. Esto se advierte cuando se analiza la Leyenda Negra Antiespañola, la hispanofobia. También hay una rusofobia de antes y de ahora. Intentaremos precisar la diferencia entre el imperio católico y el imperio ortodoxo.
[Cuando hablamos de] un “ortograma proléptico”, hablamos de una teleología inmanente (no metafísica), resultante de la sucesiva “entrega”, de unas generaciones a otras, de un “ortograma” que los grupos dirigentes (la intelligentsia áulica) fueron transmitiendo a sus sucesores. Esta es teleología inmanente, vinculada a la causalidad histórica, en lo que la historia tiene de proceso operatorio que, estando sin duda determinado por factores que actúan “por encima de la voluntad de los hombres” (para decirlo con palabras de Marx), sin embargo, solo pueden actuar causalmente a través de los planes y programas de unos grupos humanos, en conflicto siempre con los planes y programas de otros grupos diferentes, aunque mutuamente codeterminados. Ahora bien, ningún proyecto político, con sus planes y programas, puede ser atribuido a algún sujeto o grupos de sujetos que no tenga en ellos, de algún modo, en su ejercicio, una representación práctico-proléptica, un mito político luminoso. Solo que las pruebas emic que podemos encontrar en crónicas, medallas, documentos, reliquias… habrán de ser interpretadas siempre desde las ideas etic que tomemos como referencia. Esto que estamos diciendo presupone una teoría de la construcción histórica que reivindica la naturaleza β-operatoria de la construcción histórica.
Por un lado, las operaciones atribuidas por los historiadores a los agentes o sujetos de la historia han de tener un correlato o respaldo constante (emic) probado en los propios agentes, a través de la documentación pertinente, pero también de los facta concludentia. Y sin que, sin embargo, la construcción histórica haya de considerarse reducida a esa reconstrucción operatoria emic (que convertiría a la Historia en la exposición “idealista” de los proyectos, planes y programas, de sus agentes). El Imperio carolingio, al que los historiadores de la metodología emic suelen considerar como el auténtico Imperio de Occidente en la Edad Media fue, sin embargo, desde el principio, un “Imperio ficción”, fundado en una superchería vergonzante fraguada por sus propios agentes (el Papa y Pipino, reunidos en Ponthion).
El ortograma político, imperial de Rusia como imperio generador ortodoxo va formulado como mito de la Tercera Roma y como mito de la Santa Rusia. El mito de la Tercera Roma, la misión histórica de Rusia como Imperio ortodoxo viene así formulado:
“La Iglesia de la antigua Roma cayó a causa de la herejía apolinaria como la segunda Roma, -la Iglesia de Constantinopla- ha sido tajada por el hacha de los agarenos. Pero esta tercera nueva Roma, la Iglesia universal apostólica, bajo tu poderosa autoridad, irradia la fe ortodoxa cristiana hacia los confines de la tierra, más brillante que el sol. En todo el universo tú eres el único zar de los cristianos… ¿¡Escúchame, oh piadoso zar! Todos los reinos cristianos han convergido en el tuyo solo. Dos Romas han caído, la tercera (Moscú) es sólida y no habrá una cuarta”.
Filoteo o Philotheus tiene justa fama por la formulación por escrito del mito de la Tercera Roma, esto es, del ortograma político imperial de Rusia como Imperio Ortodoxo. El Imperio romano es eterno, porque Dios Nuestro Señor Jesucristo nació y fue registrado bajo su gobierno, que ahora corresponde al zar por la translatio imperii y la renovatio imperii, tal como argumenta:
“Me gustaría decir unas pocas palabras más sobre el existente imperio ortodoxo de nuestro gobernante más ilustre y más alto. Él es, en el mundo entero, único zar de los Cristianos, gobernante del trono divino de la Santa Ecuménica y Apostólica Iglesia que existe en lugar de la Iglesia romana y de Constantinopla, en la ciudad de Moscú que Dios ha salvado, como la Iglesia del santo y famosa Dormición de la más pura Madre de Dios.
Esta Iglesia brilla sola en el globo entero más luminosa que el sol. Por ser el zar el amante de Cristo y amante de Dios. Todos los imperios cristianos han cesado y han venido juntos a un Imperio de nuestro Gobernante, según los libros proféticos: ése es el Imperio ruso(obroseiskoe tsarstvo). Porque dos Romas han caído, pero la tercera está de pie y cuarta no habrá”.
El mito de la Santa Rusia, que acompaña al mito de la Tercera Roma, queda afirmado además por el príncipe Kurbski:
“ […] Y para la eterna y gran vergüenza tuya (de Iván el Terrible) y de toda la tierra de la Santa Rusia y para la denigración de los hijos de Rusia, nuestro pueblo, les sometieron (a los caídos en desgracia) a los insultos y burlas de una multitud de delegados que acudieron a la Gran Asamblea… (Por eso) vii la recompensa que Dios te deparó por tus obras y por lo que hiciste con tus manos: la ignominiosa y extremadamente vergonzosa derrota tuya y de tu ejército; echaste a perder la gloria de feliz memoria de los grandes príncipes de Rusia, antepasados tuyos y nuestros, que habían imperado de una forma pía y gloriosa en la gran Rusia”.
A finales del siglo XV el tema imperial se impuso en Rusia. Rusia pasa a ser imperio. Pero hacía falta además un golpe de efecto documental, una representación ideológica del ortograma imperial ortodoxo ruso que legitimase la teoría política imperial, el cual aportó una doctrina escatológica, mesiánica, providencialista de la historia que justificaba la translatio imperii efectuada desde Bizancio a Moscú. Se trata de la Leyenda del Capelo Blanco, escrita en 1492 por el humanista Dimitri Gerasimov, donde un personaje que representaba al viejo Papa romano Silvestre formulaba la siguiente profecía:
“Roma antigua cayó de la gloria y la Fe Cristiana por orgullo y premeditación. En la nueva Roma, que es la ciudad de Constantino, la Fe Cristiana está pereciendo simultáneamente por opresión de los hijos de Agar. Pero en la Tercera Roma que está de pie en la tierra de Rusia, la gracia del Espíritu Santo ha brillado, y sabe que todos los hombres Cristianos al fin entrarán en el reino ruso, por causa de la Ortodoxia”.
Según dice el filósofo ruso Nicolás Berdiaeff, los rusos se consideraban el pueblo elegido de Dios:
“La misión de Rusia era ser portadora y guardiana del cristianismo verdadero, de la ortodoxia. Se trataba de una vocación religiosa. Los rusos se definían por la pertenencia a la ortodoxia. Rusia era el único reino ortodoxo, y en este sentido era un reino universal, al igual que la primera Roma y la segunda. En este aspecto tuvo lugar una intensa nacionalización de la iglesia ortodoxa. La ortodoxia se convirtió en la fe rusa. Jerusalén es la misma Rusia, ya que Rusia está allí donde esté la verdad de la fe. La vocación religiosa rusa,, la vocación exclusiva, se relaciona con el poderío y la grandeza del Estado ruso, con el significado exclusivo del zar ruso. La tentación imperialista participa de la conciencia mesiánica de la antigua Judea. Los zares moscovitas se creían sucesores de los emperadores bizantinos, remontando su herencia hasta los tiempos de Augusto….”.
Pero esta ideología escatológica, mesiánica en la que queda formulado el ortograma político imperial ruso como imperio ortodoxo tiene sus problemas al tratar de realizarlo, ejecutarlo en el mundo. Al querer establecer el reino de Dios en la tierra surgen las dificultades. Todo Estado implica la existencia de otro Estado. Todo imperio se opone a otro imperio. Lo político es un pluriverso, no un universo. Un imperio siempre tiene limes, tiene límites. Pretende ser universal pero no hay un Estado unificado mundial.
“El fracaso espiritual de la idea de Moscú como tercera Roma -concluye Berdiaeff- consistió precisamente en el hecho de que la Tercera Roma se entendió como la manifestación del poder del zar, del poder del Estado, y se transformó en el reino de Moscovia más tarde en el imperio y al final en la Tercera Internacional. El zar era reconocido como fideicomisario de Dios en la Tierra y tenía que ocuparse tanto de los intereses del Estado como de la salvación de las almas”.
Moscú es considerada la Tercera Roma, la capital de un imperio ortodoxo ecuménico, caput mundi. Rusia es considerada como la Santa Madre Rusia. El pueblo ruso será así el pueblo elegido. Es el nuevo Israel. Nueva Patria cristiana.
Se trata de un cristianismo ortodoxo, tomado de Bizancio en 988. Esto separará siempre a Rusia de la Europa Occidental. El feudalismo ruso no fue como el feudalismo occidental. No hay castillos. Los boyardos, guerreros, los nobles y príncipes viven de la guerra y del servicio que prestan al Gran Príncipe. Una vez que en 1453 cae Constantinopla en poder de los turcos, el Gran Duque de Moscovia toma el título de Zar, Caesar. A partir del siglo XVI encontramos formulada con toda claridad la Idea de la Tercera Roma por una suerte de translatio imperii desde Constantinopla a Moscú y por supuesto también hay una renovatio imperii. Rusia se define así como un imperio ortodoxo, generador, como el imperio español fue un imperio católico generador. El César, el emperador es autócrator, autócrata. La religión cristiana ortodoxa explica la evolución de Rusia al margen de la Europa Occidental. En el cristianismo ortodoxo la liturgia es fundamental más que la teología. No hay separación entre la Iglesia y el Estado. Tampoco hay seminarios ni filosofía escolástica. Desde la religión ortodoxa los rusos se consideraban el pueblo elegido, muy por encima de católicos y protestantes. La ortodoxia configura la identidad nacional rusa. El imperio ruso es una autocracia, pero es teocrático. La cabeza de la iglesia ortodoxa es el zar. Es igual lo que tiene lugar en Rusia que lo que ocurría en Bizancio. Se trata de un cesaropapismo en el cual no se plantean límites al poder del autócrata. La ortodoxia refuerza la autoridad estatal y nacional.
Supongo que la posición geográfica de Rusia, en Eurasia, su aislamiento, la distancia que media entre Rusia y Europa Occidental influyó notablemente en el atraso secular de Rusia en relación a Europa Occidental. Rusia tuvo su propia ruta de desarrollo histórico regulado por el mito de la Tercera Roma como Imperio ortodoxo y eso explica las catástrofes políticas que ha sufrido Rusia y sin embargo, el imperio ruso sigue en pie animado por el mito de la Tercera Roma. Rusia no adoptó el desarrollo capitalista depredador protestante occidental.
La Iglesia Ortodoxa rusa comienza a ser independiente del patriarcado de Constantinopla en 1461. El Metropolitano de Moscú es elegido al margen del Patriarca de Constantinopla. Es lo que se llama la autocefalia. Culmina este proceso en 1589. El Metropolitano de Moscú pasa a ser el Patriarca independiente de Moscú.
Los zares eran enteramente conscientes de la Idea de Imperio y se comienza por lo tanto a utilizar la palabra gosudar, soberano. Iván III (1462-1505) en 1462 es Gran Duque y se autodenomina Zar de todas las Rusias, César, Comienza a firmar los documentos con el título de Zar. Se adopta el águila bicéfala de Bizancio. Asume el título de autócrata que utilizaban los emperadores bizantinos y la etiqueta cortesana de Bizancio.
Con Iván IV (1533-1584) se consolida la monarquía absoluta rusa. Como autócrata su poder le viene dado directamente de Dios, pero sólo en 1859 se incorpora el título de autócrata oficialmente al título de zar. Es el único zar cristiano de todo el mundo según afirma el mito de la Santa Madre Rusia. El imperio romano es eterno porque Cristo nació en el imperio romano, por eso Rusia no puede caer. Finalmente, Pedro I el Grande se proclama el 22 de octubre de 1721 emperador de toda Rusia.
Naturalmente, no podemos olvidar la existencia de la servidumbre legal de la gleba que duró hasta 1861, que fue un factor del retraso Ruso en relación con Occidente. En Rusia los campesinos vieron su régimen legal agravado y se convirtieron en esclavos.. Hegel hablaba de progreso en el espíritu de la servidumbre para definir la situación del campesinado ruso.
La misión histórica de Rusia es defender la ortodoxia, a los pueblos eslavos e incorporar al imperio a otros pueblos. Esta misión es mesiánica, escatológica, providencialista. No sólo los pueblos eslavos, sino también los restantes pueblos incorporados al imperio deben ser tutelados por el Zar, por Rusia
El ortograma político español era el de un imperio católico generador universal, la monarquía católica universal en un imperio civil, no depredador, sino generador, no heril o servil. En cambio Rusia, con todo el campesinado esclavizado tal vez debiera ser llamada imperio heril por lo menos con la población campesina. La obra de España fue la conquista de América y la obra de Rusia la conquista de Eurasia. Leibniz señala el papel de Rusia como puente entre Oriente y Occidente. Esto caracteriza a Rusia, tanto en el pasado como en el presente. A diferencia de España, que es un imperio caído y del que sólo quedan los fragmentos arrojados por el suelo y unidos por el español y por lo que queda del catolicismo romano, Rusia es un imperio que no ha caído y que sigue en pie y existiendo y teniendo un gran peso en el mundo y es un imperio que sigue rigiéndose por el ortograma imperial ortodoxo regulado por el mito político de la Tercera Roma. Incluso durante la época soviética, el ser Moscú la capital de la III Internacional constituía una metamorfosis comunista, laica, materialista, secularizada del mito de la Tercera Roma y la política exterior soviética fue una continuación de la política exterior de los zares. He ahí el determinismo geopolítico. Rusia es Eurasia, la masa continental o Heartland, un imperio terrestre. No, Rusia no es un país normal de Europa Occidental. Rusia es un imperio y nació como imperio, no como nación. Igual que España. La diferencia es que España cayó y Rusia sigue en pie. “No saque conclusiones equivocadas. No somos en absoluto como ustedes. Tan sólo nos parecemos. Pero somos totalmente diferentes. Sólo en lo exterior los rusos no nos diferenciamos de los estadounidenses. Por dentro, somos totalmente diferentes. Nuestros valores son totalmente diferentes.” Se trata aquí de la idea de la excepcionalidad rusa, de un imperio euroasiático, que es un puente entre Oriente y Occidente. Por ello, desde Nicolás I se abrió paso la idea de que Rusia constituye por sí misma una civilización con tal fuerza, que, con el apoyo del patriotismo ha llegado viva hasta nuestros días. Alexander Dugin afirmó que Putin adoptó la ideología del eurasianismo. Rusia con ello abandona la vía capitalista protestante progresista, socialdemócrata e individualista occidental de desarrollo histórico. El ortograma político imperial ruso sigue adelante fiel a su historia y a su pasado. Sigue estando en vigor el mito de la Tercera Roma orientando la política imperial rusa.
El Emperador tiene una responsabilidad escatológica, mesiánica. El Imperio no sólo es romano, es cristiano. En “El nomos de la tierra”, Carl Schmitt defendió la tesis de que el concepto decisivo que funda la continuidad del Imperio Romano es el de katechon, a fin de cuentas, dice Schmitt, todos los conceptos políticos son conceptos teológicos secularizados, El imperio, este katechon se expresaba políticamente de acuerdo con una misión transhistórica que dotaba al imperio de una carga histórica y de una dimensión metapolítica.
Según Carl Schmitt lo fundamental del Imperio es precisamente el no ser eterno. Todo lo que nace tiene que morir, tiene su propio fin. El concepto fundamental es el del Katechon. Imperio significa en este contexto la fuerza histórica que es capaz de detener la aparición del Anticristo y el fin del eón presente, una fuerza qui tenet según afirma San Pablo en la segunda carta de los Tesalonicenses, capítulo dos. El Imperio medieval cristiano perdura mientras permanece activa la idea del Katechon. En el Imperio medieval se reconcilia la Idea del Imperio con la esencia política, con la filosofía griega y con el cristianismo.
Pensamos que el concepto de to katechon o ho katechon tiene hoy actualidad para discriminar entre los diversos imperios existentes hoy en día y entender qué imperios son disgregadores o perjudiciales y qué imperios son un freno a esa decadencia y sobre todo en función de los intereses y el destino histórico de la sociedad política española, de la civilización hispánica. Esta idea de Carl Schmitt tomada de San Pablo vale perfectamente para el imperio ortodoxo ruso. El imperio romano fue to katechon, Bizancio también, el Sacro Imperio Romano Germánico también, España, también, Rusia también. Hoy en día to katechon son Rusia e Israel. La anglosfera, la UE, son imperios degenerados y degeneradores, depredadores, criminales y asesinos y portadores de decadencia.
Al igual que nosotros en “La esencia de España” Alfa,Año V. Nº 9, enero-junio de 2001 analizamos el ortograma imperial católico de España, en tal análisis insertamos cuatro ideas filosóficas o conceptos políticos importantes que debían ser considerados para una mayor inteligencia de lo que nos ocupa, esclarecer el mito político de la Tercera Roma como ortograma político imperial ortodoxo ruso: 1. En primer lugar, España como imperio católico generador ha jugado un importante papel en la historia universal. Ya sabemos que el imperio cayó pero quedan sus restos, sus fragmentos y la civilización hispánica. Esto es un factor material de peso en el mundo. 2. La Idea filosófica de Imperio es fundamental para analizar en qué consiste España, cuál sea la esencia de España y de su papel en la historia universal. La Idea de España intersecta pues con la Idea de Imperio. 3. Tampoco hay que olvidar que España es una sociedad política, un estado. 4. Por último, España es una nación política desde 1812.
Abordando el caso ruso diremos lo siguiente en paralelo a lo afirmado sobre España: 1. En primer lugar, Rusia, como Imperio ortodoxo ruso siguiendo el ortograma político expresado en el mito político luminoso de la Tercera Roma ha desempeñado un papel decisivo en la historia universal. El imperio ruso sigue en pie. El mito de la Tercera Roma sigue guiando e inspirando el desenvolvimiento histórico de un imperio realmente existente en Eurasia, como es Rusia, imperio no depredador, sino generador. Rusia sigue teniendo un peso considerable en los asuntos mundiales a día de hoy. 2. La Idea de Rusia intersecta con la Idea de Imperio, 3, Rusia no nació como nación, sino como imperio ortodoxo universal.
España no siguió la ruta del capitalismo depredador marítimo protestante y ello determinó que no pudiera hacer frente a la presión de las nuevas potencias capitalistas. España siguió otra vía diferente. La historia universal no es un proceso lineal, conviene recordarlo. Otra cosa sería interpretar este hecho como que España quedó atrasada de acuerdo con la idea del progreso, quedando así atrás en la carrera de las potencias nuevas. España eligió otra vía y esta vía elegida le costó muy cara en el terreno político. Esto no significa que la vía capitalista protestante sea la vía verdadera y correcta y definitiva del progreso de la humanidad. Algo similar podría ceteris paribus predicarse de Rusia y de su destino histórico como imperio ortodoxo. Rusia se salvó y sobrevivió por su situación geoestratégica y geopolítica como imperio terrestre euroasiático. Es imposible derrotar estratégicamente a Rusia como decía Clausewitz. El significado histórico de España en la historia universal le viene dado por su condición de imperio. “Sii España alcanza su significado característico en la Historia Universal es en su condición de Imperio civil, no depredador”.
Igual que está la España, hay que hablar de la Antiespaña. Dígase lo mismo de Rusia y de la Antirrusia.
Respecto a España, el primer enemigo son los progresistas. Franco tenía razón al señalar al Frente Popular como la Antiespaña. De hecho los progresistas consideran facha o fascista a los patriotas españoles, a la exaltación de la nación española y de su historia y tradiciones, al nacionalismo español, en suma. Los progresistas piensan que España es el problema y que Europa es la solución o que las autonomías del Régimen de 1978 son la solución. PSOE y PP sólo se diferencian en los ritmos y velocidades de la descomposición de España y de la absorción por parte de la UE. Gustavo Bueno les reprochaba su fanatismo y su dogmatismo. En España a partir del siglo XVIII apareció, surgió la polémica entre tradicionalistas y afrandesados o modernistas, ilustrados o europeístas y progresistas. En Rusia la polémica tuvo lugar entre eslavófilos y occidentalistas.
El Islam es el otro gran enemigo de España y de Rusia. El Islam es enemigo del catolicismo y del cristianismo ortodoxo. España surge como reacción frente al imperialismo fanático musulmán. España se hizo contra el Islam. Rusia también se hizo contra el Islam de la Horda de Oro pero también contra el catolicismo de la Orden Teutónica y contra el catolicismo lituano-polaco y el luteranismo sueco. Entonces, la Antirrusia es el Islam además de los otros enemigos del imperio ortodoxo ruso.
En tercer lugar el protestantismo luterano y calvinista es también la antiespaña y la antirrusia. Los imperios protestantes han sido depredadores, criminales y asesinos. El protestantismo, como el Islam, es un asalto a la razón. El asalto a la razón estaba siendo preparado desde el siglo XIV con Ockham. Lutero odiaba la filosofía. Lutero es un fanático reaccionario que enlaza con Auschwitz. El protestantismo era una secta destructiva entonces. Hoy en día las sectas destructivas siguen siendo protestantes. También el protestantismo es la antirrusia.
Por último, La OTAN, los EE.UU., la anglosfera, la UE son antiespaña y antirrusia. Son nuestros enemigos y son los enemigos de Rusia. Trabajan contra nuestros intereses y contra los intereses de Rusia.
Felipe Giménez Pérez. Pioz, 3 de enero de 2025.
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