martes, 28 de mayo de 2024

Acerca del Político de Platón

 

Notas acerca de “El Político” de Platón.

En este diálogo Platón se propone e intenta definir qué es un político. Para Platón el político es un científico. No se distingue en Platón entre el político y el científico como ocurrió en Max Weber en su conocida obra con el mismo título. El verdadero político es un científico. El falso político es un sofista. Platón trata de conjugar el saber con el poder político en su obra filosófico-política  La ciencia para Platón es un saber objetivo, necesario, apodíctico, universal y por ello el científico es el individuo que domina el saber científico, esto es, el saber político. La política es pues, una ciencia, la ciencia o el arte real.

Platón puso “en primer plano la idea de que puede y debe haber una episteme de la política, un saber seguro y cierto que permita orientarse en el dominio político; que esta episteme de la política se apoya finalmente en un saber trascendente y que incluso se apoya sobre la trascendencia misma.”[1] Esta trascendencia no es otra cosa que la trascendencia que tiene el mundo eidético o mundo ideal, de las Ideas. Lo que define el arte real es la episteme.

Aclaremos que la episteme era un saber absolutamente necesario porque penetraba hasta las causas y fundamentos de las cosas; objetivo, porque dependía de la naturaleza misma y no de nuestras construcciones artificiales, sistemático, porque estaba organizado de acuerdo con parámetros lógicos y racionales. Era un conocimiento universal, pleno, total, no fragmentario, ni parcial, ya que versaba sobre la realidad misma, y comprendía sus conexiones profundas, necesarias y últimas, de modo que era capaz de dar razón del por qué íntimo de las cosas.

La política es una ciencia. El político es quien domina la ciencia política. La política es entonces episteme. El vulgo en cambio, los sofistas, en las democracias es quien manda. En una democracia  hay doxa como elemento rector. La doxa es la apariencia de saber. Es un saber aparente y es un saber falso y lo político resulta así ser como un epifenómeno que cultiva la sofística. La multitud no es filósofa, sino filodoxa. El sofista es un experto en hacer de las opiniones del vulgo una suerte de sistema para dirigirlo. El sofista juega con las apariencias.

Ocurre que entonces el vulgo carece de la necesaria prudencia política necesaria para dirigir el Estado. Por lo tanto, el autogobierno de la sociedad política es utópico por imposible. Siempre hay gobernantes y gobernados.

        Entonces la prudencia es ciencia, una ciencia práctica. El verdadero filósofo es el político y el verdadero político es el filósofo. Sólo el filósofo tiene prudencia política para ejercer el poder político. Las ciencias, son o bien teóricas o bien prácticas.  La ciencia práctica es la política. “divide entonces el conjunto de las ciencias, llamando, a la una “ciencia práctica”, a la otra, simplemente “teórica”.[2] . La otra es simplemente la ciencia teórica. La ciencia política es la ciencia real. El filósofo, el político es ya por eso rey. Política y filosofía tienen siempre una cierta afinidad entre ellas. Ambas son polémicas, dialécticas. La demostración de sus tesis es apagógica, indirecta, implica contradicciones en la reductio ad absurdum, contradicciones y oposiciones y  ¿Cómo no? Clasificaciones y divisiones.

        Se busca definir el político por las definiciones, divisiones y clasificaciones. [Primera definición del político. El político como pastor de los rebaños humanos].  El político gobierna al pueblo por su bien. Es como un pastor con su rebaño. El hombre es un  animal gregario, rebañego. La política es la ciencia de la crianza de los hombres. Como decía Julien Freund, la política es el dominio del hombre por el hombre. El político es el epistémon. Es el que sabe y el que sabe lo que cada uno debe hacer porque posee el verdadero saber. Prescribe y ordena. Por eso el político, el sabio en posesión de la ciencia real, de la ciencia del mando ha de gobernar.

        [Segunda definición del político. El político como rey,  hombre regio, como tejedor]. El verdadero político es un rey que hace lo que quiere pero es un sabio y prudente varón. El falso político por el contrario es el sofista mago, ilusionista. El político que no es político, sino un no político. Es el político democrático, juega con apariencias, no con la realidad, con el no ser, con la doxa y no con la episteme y con el ser ni con el eidos. El sofista es el falso político. La política es comparada con el arte de tejer, con la urdimbre.  El político es un tejedor. El político teje las actividades en un tejido o urdimbre, Aparece así la idea de Symploké, concepto utilizado ya en El Sofista para explicar las conexiones entre los géneros supremos o Ideas. Un concepto reutilizado por Gustavo Bueno para rechazar tanto el monismo ontológico, todo está conectado y unido con todo,  como el pluralismo ontológico radical, todo está desconectado de todo. La filosofía es un saber estromático decía Gustavo Bueno. Ocurre lo mismo con el arte real. La filosofía es un arte político y guarda unas sorprendentes analogías y paralelismos con el arte político.

        Entonces, ¿Por qué se dictan leyes? Porque  el  rey no puede multiplicarse y acudir a todas partes ni a todos los casos particulares en todos los momentos. Ya que entre los hombres no existe el gobierno ideal o el rey filósofo como entre las abejas. En ausencia del rey es necesario el Estado de derecho. Se distinguen tres formas de gobierno: monarquía, aristocracia y democracia. Estas son las formas normales De estas formas de gobierno del Estado de derecho[3] nacen las formas degeneradas: tiranía, oligarquía y democracia degenerada. Estas son las formas anormales o anómalas. La existencia de un Estado de derecho o de un Estado de leyes se convierte en un rasgo distintivo de los regímenes políticos normales. Los Estados de derecho o regímenes políticos perfectos son aquellos en los que se respetan las leyes. Hoy en día se habla de Estados legítimos o Estados de derecho. Aclaremos que en el Político se da por primera vez una definición de un Estado de derecho, de un Estado de leyes. Los regímenes políticos degenerados son aquellos en los que no se respetan las leyes y por lo tanto, son aquellos en que ni siquiera hay leyes. Si un Estado es de derecho es un Estado que tiene unas leyes y se somete a sus propias leyes. Si no lo hace, el derecho entonces es letra muerta. Finalmente Platón dice que el único criterio para juzgar la bondad o legitimidad de tales regímenes políticos, es que haya en ellos o no haya en ellos, una determinada ciencia, la ciencia real o política. Lo suyo sería que hubiera un gobierno sin leyes, sólo regido por el saber, por la ciencia política, por un varón sabio e inteligente en posesión de la ciencia real. Por cierto, aclaremos de paso que el gobierno de la ley o el gobierno por el saber implican para el poder judicial lo  mismo que en el siglo XVIII dirá Montesquieu del poder judicial, a saber, que es un poder casi nulo, porque el poder judicial se limita a cumplir, obedecer honradamente  y dictar resoluciones de acuerdo con la ley que dicta la clase política. El poder judicial está sometido pues al poder político según Platón. Cumple las órdenes dictadas por el legislador. El arte real, como la filosofía, es una actividad o praxis de segundo grado, porque no produce nada, sino que coordina las otras actividades humanas. Es un arte directriz. Filosofía y política entretejen, entrelazan como buenos saberes estromáticos los estromas o tapices o tejidos. El político es un tejedor que establece la symploké de los géneros supremos y combina a los ciudadanos entre sí de la forma más sabia.  Se trata de conseguir una sabia  conjugación de fortaleza y templanza. Esa es la función del político. En eso consiste la política.

El vulgo, la multitud, no es filósofo. La multitud es filodoxa. Carece de la necesaria prudencia política, de la capacidad política. Quien esté en posesión de la ciencia política debe gobernar por derecho propio. El que tenga la ciencia política es el verdadero, legítimo y auténtico rey.

La ciencia real o directiva es un saber objetivo, práctico, apodíctico y necesario. Es un saber político, de lo político. El rey filósofo debe mandar, ya sea democrática, aristocrática o monárquicamente, ya sea por la fuerza o por la legalidad. Si alguien tiene la razón, la verdad, la tiene aunque no guste al vulgo. La verdad no depende del acuerdo o del consenso o de la convención, no es una construcción social arbitraria o subjetiva. La ciencia política es patrimonio de unos pocos o solamente de uno. Se trata del rey filósofo del que se hablaba en la “República” de Platón. El conocimiento del filósofo está por encima del conocimiento empírico. El gobierno del saber entonces es el único gobierno legítimo. Con los años sin embargo, Platón se hizo más realista desde un punto de vista político. Distingue Platón tres formas de gobierno que imitan perfectamente el gobierno del saber y hay tres formas de gobierno que son degeneradas y son las peores imitaciones del gobierno del saber. Platón dice que la democracia es a la vez el menos bueno y el menos malo de los regímenes.[4] La democracia es un régimen que jamás puede nacer nada grande y tampoco puede nacer nada demasiado malo. Por lo tanto, si hay que vivir en un régimen corrupto, mejor que sea una democracia.

La ciencia real es la dialéctica platónica, la ciencia eidética suprema. No tiene que haber gobierno de las leyes, sino de un varón real dotado de inteligencia. Si aparece el rey la ley cae. Si no hay rey, debe mandar la ley entonces. El Estado de derecho como ya hemos dicho. Sólo un sabio puede abarcar toda la casuística de situaciones individuales y particulares y subsumir todos los casos en leyes universales y adoptar para cada caso la decisión correcta. Es imposible que un arte imponga en cuestión ningún principio absoluto válido para todos los casos y para todos los tiempos. La ciencia política es pues superior a la ley. La experiencia sólo nos suministra hechos, no necesidad. Sin embargo, la ciencia es un conocimiento universal y necesario, Aristóteles dixit. En Platón ya aparece esto implícitamente con lo cual Platón se contradice. La ciencia universal valga la redundancia tiene que ser un saber necesario y apodíctico de lo particular subsumido en leyes universales pero él mismo reconoce que es imposible tener un saber absoluto de todos los casos particulares con una ley universal. Antes había declarado que el arte del mando es una ciencia universal pero que abarca lo particular, la casuística idiográfica.

Para que algo pueda decirse, tiene que haber una symploké (entrelazamiento, ensortijamiento, epallaxis), esto es, una constitución del ser y del no-ser en el nivel estrictamente lógico de afirmaciones y de negaciones.

Platón y Aristóteles escribían como pensaban, como les surgía las ideas. Si les parece que una consideración vale la pena no van a eliminarla con el pretexto de que está al margen del tema principal.

La buena política es la política de verdad, la verdadera política y la política verdadera. La mala política no es política. La política empírica es doxa, apariencia, epifenómeno. Así como la mala filosofía no es filosofía sino sofística, la mala política no es más que una variedad de la sofística, es decir, del tráfico de ídolos, de imágenes. La política es el buen mando, la eutaxia vino a decir Aristóteles, orthé arkhé dice Platón. Por ello el poder político es absoluto y añado yo siguiendo a Julien Freund, es monocrático, siempre hay uno solo que es quien manda, aunque aparentemente sea un mando colegiado. Decía Carl Schmitt que al acercarnos al estudio o conocimiento de un régimen político debemos formular y contestar a la pregunta ¿Quién manda? El poder soberano viene solapado en tiempos de normalidad por una multitud de instancias pero brilla con luz propia en tiempos de excepción. Entonces se hace visible el soberano, que es quien dicta y decide sobre el estado de excepción. Soberano es quien decide sobre el estado de excepción al señalar y distinguir entre el amigo y el enemigo políticos. Cuando hablamos de enemistad aquí nos referimos al enemigo existencial, a aquel que con su mera existencia amenaza la existencia del Estado y nuestra propia existencia.

La verdadera politeia, la verdadera república es aquella cuyos gobernantes poseen la ciencia real, son epistémones en el buen sentido político y ejercen el mando político correcto. Orthé arkhé. Si el político tiene razón tiene entonces la legitimidad política para hacer y deshacer, para hacer lo que quiera. Salus populi suprema lex est. Podrían actuar incluso en contra de la ley y aunque los súbditos estén o no de acuerdo con ello.

El político no sólo puede ir contra las leyes, sino que también puede matar o exiliar a los ciudadanos, dado que actúa epagathoi, por el bien de la ciudad, ya que tiene el saber y sabe por lo tanto lo que es bueno para ella. El poder absoluto del político viene justificado por el saber político. No tiene otra limitación que la resultante de su saber mismo o bien de la naturaleza de las cosas.

Lo mejor no es el gobierno de las leyes, sino ándra tòn metà phronéseos basilikón (el varón regio que obra con phrónesis) La phrónesis es encontrar a partir de un caso único, una regla original que se aplique a él y, tal vez, a otros que se presenten. El hombre político, el basilikós, debe gobernar porque la ley no funciona:

“una ley no podría nunca abarcar a un tiempo con exactitud lo ideal y más justo para todos, y luego dictar la más útil de las normas; porque las desemejanzas entre los hombres y los actos y el hecho de que nada goza jamás, por así decirlo, de fijeza, entre las cosas humanas, no permiten que un arte, sea el que sea, imponga en cuestión alguna ningún principio absoluto valedero para todos los casos y para todo tiempo. En esto coincidimos, ¿no?

¡Y tanto!

No obstante vemos que la ley tiende precisamente a es principio, como un hombre creído de sí mismo e ignorante, que a nadie consiente hacer nada contra su propio dictamen, ni deja que nadie le pregunte, ni aún en el caso de que a alguien se le presente una situación más favorable que la supuesta en sus ordenanzas.” El Político, 294 b-c.

        Así pues, el hombre presuntuoso, arrogante e ignorante es la ley. La ley no acepta ni discusión ni objeción. Ha dicho de una vez por todas y persiste en lo dicho. La ley repite siempre lo mismo. Al menos es preciso, es necesario completar la ley con la equidad.

La crítica de la ley se corresponde con otra idea presente en Platón en el Fedro: la crítica de la escritura, a la filosofía escrita en contraste con el discurso vivo, oral. También en la Carta séptima se trata de este asunto. La escritura fija para siempre lo que alguien dice, su palabra viva. En el diálogo puedo corregir. En la escritura el pensamiento queda fijado para siempre.

 

Felipe Giménez Pérez.

 Pioz, 20 de septiembre de 2023.

 

 



[1] Cornelius Castoriadis “sobre el Político de Platón”. Editorial Trotta,  Madrid, 2004. Pág. 23.

[2] Platón, El Político 258e, introducción, texto crítico, traducción y notas por Antonio González Laso, segunda edición. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid 1981

[3] Recordemos de paso que según Hans Kelsen, todo Estado por el mero hecho de serlo es ya eo ipso un Estado de derecho. Platón afirma que si el Estado o su clase dirigente no cumplen las leyes, el Estado de derecho desaparece y esas son precisamente las formas de gobierno degeneradas.

[4] El Político 300d-303b.