Notas
acerca de “El Político” de Platón.
En
este diálogo Platón se propone e intenta definir qué es un político. Para
Platón el político es un científico. No se distingue en Platón entre el
político y el científico como ocurrió en Max Weber en su conocida obra con el
mismo título. El verdadero político es un científico. El falso político es un
sofista. Platón trata de conjugar el saber con el poder político en su obra
filosófico-política La ciencia para
Platón es un saber objetivo, necesario, apodíctico, universal y por ello el
científico es el individuo que domina el saber científico, esto es, el saber
político. La política es pues, una ciencia, la ciencia o el arte real.
Platón
puso “en primer plano la idea de que puede y debe haber una episteme de la
política, un saber seguro y cierto que permita orientarse en el dominio
político; que esta episteme de la política se apoya finalmente en un saber
trascendente y que incluso se apoya sobre la trascendencia misma.”[1]
Esta trascendencia no es otra cosa que la trascendencia que tiene el mundo
eidético o mundo ideal, de las Ideas. Lo que define el arte real es la
episteme.
Aclaremos
que la episteme era un saber absolutamente necesario porque penetraba hasta las
causas y fundamentos de las cosas; objetivo, porque dependía de la naturaleza
misma y no de nuestras construcciones artificiales, sistemático, porque estaba
organizado de acuerdo con parámetros lógicos y racionales. Era un conocimiento
universal, pleno, total, no fragmentario, ni parcial, ya que versaba sobre la
realidad misma, y comprendía sus conexiones profundas, necesarias y últimas, de
modo que era capaz de dar razón del por qué íntimo de las cosas.
La
política es una ciencia. El político es quien domina la ciencia política. La
política es entonces episteme. El vulgo en cambio, los sofistas, en las
democracias es quien manda. En una democracia hay doxa como elemento rector. La doxa es la
apariencia de saber. Es un saber aparente y es un saber falso y lo político
resulta así ser como un epifenómeno que cultiva la sofística. La multitud no es
filósofa, sino filodoxa. El sofista es un experto en hacer de las opiniones del
vulgo una suerte de sistema para dirigirlo. El sofista juega con las
apariencias.
Ocurre
que entonces el vulgo carece de la necesaria prudencia política necesaria para
dirigir el Estado. Por lo tanto, el autogobierno de la sociedad política es
utópico por imposible. Siempre hay gobernantes y gobernados.
Entonces la prudencia es ciencia, una ciencia práctica. El
verdadero filósofo es el político y el verdadero político es el filósofo. Sólo
el filósofo tiene prudencia política para ejercer el poder político. Las ciencias,
son o bien teóricas o bien prácticas. La
ciencia práctica es la política. “divide entonces el conjunto de las ciencias,
llamando, a la una “ciencia práctica”, a la otra, simplemente “teórica”.[2] .
La otra es simplemente la ciencia teórica. La ciencia política es la ciencia
real. El filósofo, el político es ya por eso rey. Política y filosofía tienen
siempre una cierta afinidad entre ellas. Ambas son polémicas, dialécticas. La
demostración de sus tesis es apagógica, indirecta, implica contradicciones en
la reductio ad absurdum, contradicciones y oposiciones y ¿Cómo no? Clasificaciones y divisiones.
Se busca definir el político por las definiciones, divisiones
y clasificaciones. [Primera definición
del político. El político como pastor de los rebaños humanos]. El
político gobierna al pueblo por su bien. Es como un pastor con su rebaño. El
hombre es un animal gregario, rebañego.
La política es la ciencia de la crianza de los hombres. Como decía Julien
Freund, la política es el dominio del hombre por el hombre. El político es el
epistémon. Es el que sabe y el que sabe lo que cada uno debe hacer porque posee
el verdadero saber. Prescribe y ordena. Por eso el político, el sabio en
posesión de la ciencia real, de la ciencia del mando ha de gobernar.
[Segunda definición
del político. El político como rey,
hombre regio, como tejedor]. El
verdadero político es un rey que hace lo que quiere pero es un sabio y prudente
varón. El falso político por el contrario es el sofista mago, ilusionista. El
político que no es político, sino un no político. Es el político democrático,
juega con apariencias, no con la realidad, con el no ser, con la doxa y no con
la episteme y con el ser ni con el eidos. El sofista es el falso político. La
política es comparada con el arte de tejer, con la urdimbre. El político es un tejedor. El político teje
las actividades en un tejido o urdimbre, Aparece así la idea de Symploké,
concepto utilizado ya en El Sofista para explicar las conexiones entre los
géneros supremos o Ideas. Un concepto reutilizado por Gustavo Bueno para
rechazar tanto el monismo ontológico, todo está conectado y unido con todo, como el pluralismo ontológico radical, todo
está desconectado de todo. La filosofía es un saber estromático decía Gustavo
Bueno. Ocurre lo mismo con el arte real. La filosofía es un arte político y
guarda unas sorprendentes analogías y paralelismos con el arte político.
Entonces, ¿Por qué se dictan leyes? Porque el rey
no puede multiplicarse y acudir a todas partes ni a todos los casos
particulares en todos los momentos. Ya que entre los hombres no existe el
gobierno ideal o el rey filósofo como entre las abejas. En ausencia del rey es
necesario el Estado de derecho. Se distinguen tres formas de gobierno:
monarquía, aristocracia y democracia. Estas son las formas normales De estas
formas de gobierno del Estado de derecho[3]
nacen las formas degeneradas: tiranía, oligarquía y democracia degenerada. Estas
son las formas anormales o anómalas. La existencia de un Estado de derecho o de
un Estado de leyes se convierte en un rasgo distintivo de los regímenes
políticos normales. Los Estados de derecho o regímenes políticos perfectos son
aquellos en los que se respetan las leyes. Hoy en día se habla de Estados
legítimos o Estados de derecho. Aclaremos que en el Político se da por primera
vez una definición de un Estado de derecho, de un Estado de leyes. Los
regímenes políticos degenerados son aquellos en los que no se respetan las
leyes y por lo tanto, son aquellos en que ni siquiera hay leyes. Si un Estado
es de derecho es un Estado que tiene unas leyes y se somete a sus propias
leyes. Si no lo hace, el derecho entonces es letra muerta. Finalmente Platón
dice que el único criterio para juzgar la bondad o legitimidad de tales
regímenes políticos, es que haya en ellos o no haya en ellos, una determinada
ciencia, la ciencia real o política. Lo suyo sería que hubiera un gobierno sin
leyes, sólo regido por el saber, por la ciencia política, por un varón sabio e
inteligente en posesión de la ciencia real. Por cierto, aclaremos de paso que
el gobierno de la ley o el gobierno por el saber implican para el poder
judicial lo mismo que en el siglo XVIII
dirá Montesquieu del poder judicial, a saber, que es un poder casi nulo, porque
el poder judicial se limita a cumplir, obedecer honradamente y dictar resoluciones de acuerdo con la ley
que dicta la clase política. El poder judicial está sometido pues al poder
político según Platón. Cumple las órdenes dictadas por el legislador. El arte
real, como la filosofía, es una actividad o praxis de segundo grado, porque no
produce nada, sino que coordina las otras actividades humanas. Es un arte
directriz. Filosofía y política entretejen, entrelazan como buenos saberes
estromáticos los estromas o tapices o tejidos. El político es un tejedor que establece
la symploké de los géneros supremos y combina a los ciudadanos entre sí de la
forma más sabia. Se trata de conseguir
una sabia conjugación de fortaleza y
templanza. Esa es la función del político. En eso consiste la política.
El
vulgo, la multitud, no es filósofo. La multitud es filodoxa. Carece de la
necesaria prudencia política, de la capacidad política. Quien esté en posesión
de la ciencia política debe gobernar por derecho propio. El que tenga la
ciencia política es el verdadero, legítimo y auténtico rey.
La
ciencia real o directiva es un saber objetivo, práctico, apodíctico y
necesario. Es un saber político, de lo político. El rey filósofo debe mandar,
ya sea democrática, aristocrática o monárquicamente, ya sea por la fuerza o por
la legalidad. Si alguien tiene la razón, la verdad, la tiene aunque no guste al
vulgo. La verdad no depende del acuerdo o del consenso o de la convención, no
es una construcción social arbitraria o subjetiva. La ciencia política es
patrimonio de unos pocos o solamente de uno. Se trata del rey filósofo del que
se hablaba en la “República” de Platón. El conocimiento del filósofo está por
encima del conocimiento empírico. El gobierno del saber entonces es el único
gobierno legítimo. Con los años sin embargo, Platón se hizo más realista desde
un punto de vista político. Distingue Platón tres formas de gobierno que imitan
perfectamente el gobierno del saber y hay tres formas de gobierno que son
degeneradas y son las peores imitaciones del gobierno del saber. Platón dice
que la democracia es a la vez el menos bueno y el menos malo de los regímenes.[4] La
democracia es un régimen que jamás puede nacer nada grande y tampoco puede
nacer nada demasiado malo. Por lo tanto, si hay que vivir en un régimen corrupto,
mejor que sea una democracia.
La
ciencia real es la dialéctica platónica, la ciencia eidética suprema. No tiene
que haber gobierno de las leyes, sino de un varón real dotado de inteligencia. Si
aparece el rey la ley cae. Si no hay rey, debe mandar la ley entonces. El
Estado de derecho como ya hemos dicho. Sólo un sabio puede abarcar toda la
casuística de situaciones individuales y particulares y subsumir todos los
casos en leyes universales y adoptar para cada caso la decisión correcta. Es
imposible que un arte imponga en cuestión ningún principio absoluto válido para
todos los casos y para todos los tiempos. La ciencia política es pues superior
a la ley. La experiencia sólo nos suministra hechos, no necesidad. Sin embargo,
la ciencia es un conocimiento universal y necesario, Aristóteles dixit. En
Platón ya aparece esto implícitamente con lo cual Platón se contradice. La
ciencia universal valga la redundancia tiene que ser un saber necesario y apodíctico
de lo particular subsumido en leyes universales pero él mismo reconoce que es
imposible tener un saber absoluto de todos los casos particulares con una ley
universal. Antes había declarado que el arte del mando es una ciencia universal
pero que abarca lo particular, la casuística idiográfica.
Para
que algo pueda decirse, tiene que haber una symploké (entrelazamiento,
ensortijamiento, epallaxis), esto es, una constitución del ser y del no-ser en
el nivel estrictamente lógico de afirmaciones y de negaciones.
Platón
y Aristóteles escribían como pensaban, como les surgía las ideas. Si les parece
que una consideración vale la pena no van a eliminarla con el pretexto de que
está al margen del tema principal.
La
buena política es la política de verdad, la verdadera política y la política
verdadera. La mala política no es política. La política empírica es doxa,
apariencia, epifenómeno. Así como la mala filosofía no es filosofía sino
sofística, la mala política no es más que una variedad de la sofística, es decir,
del tráfico de ídolos, de imágenes. La política es el buen mando, la eutaxia
vino a decir Aristóteles, orthé arkhé dice Platón. Por ello el poder político
es absoluto y añado yo siguiendo a Julien Freund, es monocrático, siempre hay
uno solo que es quien manda, aunque aparentemente sea un mando colegiado. Decía
Carl Schmitt que al acercarnos al estudio o conocimiento de un régimen político
debemos formular y contestar a la pregunta ¿Quién manda? El poder soberano
viene solapado en tiempos de normalidad por una multitud de instancias pero
brilla con luz propia en tiempos de excepción. Entonces se hace visible el
soberano, que es quien dicta y decide sobre el estado de excepción. Soberano es
quien decide sobre el estado de excepción al señalar y distinguir entre el
amigo y el enemigo políticos. Cuando hablamos de enemistad aquí nos referimos
al enemigo existencial, a aquel que con su mera existencia amenaza la
existencia del Estado y nuestra propia existencia.
La
verdadera politeia, la verdadera república es aquella cuyos gobernantes poseen
la ciencia real, son epistémones en el buen sentido político y ejercen el mando
político correcto. Orthé arkhé. Si el político tiene razón tiene entonces la
legitimidad política para hacer y deshacer, para hacer lo que quiera. Salus
populi suprema lex est. Podrían actuar incluso en contra de la ley y aunque los
súbditos estén o no de acuerdo con ello.
El
político no sólo puede ir contra las leyes, sino que también puede matar o
exiliar a los ciudadanos, dado que actúa epagathoi, por el bien de la ciudad,
ya que tiene el saber y sabe por lo tanto lo que es bueno para ella. El poder
absoluto del político viene justificado por el saber político. No tiene otra
limitación que la resultante de su saber mismo o bien de la naturaleza de las
cosas.
Lo
mejor no es el gobierno de las leyes, sino ándra tòn metà phronéseos basilikón
(el varón regio que obra con phrónesis) La phrónesis es encontrar a partir de
un caso único, una regla original que se aplique a él y, tal vez, a otros que
se presenten. El hombre político, el basilikós, debe gobernar porque la ley no
funciona:
“una
ley no podría nunca abarcar a un tiempo con exactitud lo ideal y más justo para
todos, y luego dictar la más útil de las normas; porque las desemejanzas entre los
hombres y los actos y el hecho de que nada goza jamás, por así decirlo, de
fijeza, entre las cosas humanas, no permiten que un arte, sea el que sea,
imponga en cuestión alguna ningún principio absoluto valedero para todos los
casos y para todo tiempo. En esto coincidimos, ¿no?
¡Y
tanto!
No
obstante vemos que la ley tiende precisamente a es principio, como un hombre
creído de sí mismo e ignorante, que a nadie consiente hacer nada contra su
propio dictamen, ni deja que nadie le pregunte, ni aún en el caso de que a
alguien se le presente una situación más favorable que la supuesta en sus
ordenanzas.” El Político, 294 b-c.
Así pues, el hombre presuntuoso,
arrogante e ignorante es la ley. La ley no acepta ni discusión ni objeción. Ha
dicho de una vez por todas y persiste en lo dicho. La ley repite siempre lo
mismo. Al menos es preciso, es necesario completar la ley con la equidad.
La
crítica de la ley se corresponde con otra idea presente en Platón en el Fedro:
la crítica de la escritura, a la filosofía escrita en contraste con el discurso
vivo, oral. También en la Carta séptima se trata de este asunto. La escritura
fija para siempre lo que alguien dice, su palabra viva. En el diálogo puedo
corregir. En la escritura el pensamiento queda fijado para siempre.
Felipe
Giménez Pérez.
Pioz, 20 de septiembre de 2023.
[1]
Cornelius Castoriadis “sobre el Político de Platón”. Editorial Trotta, Madrid, 2004. Pág. 23.
[2] Platón,
El Político 258e, introducción, texto crítico, traducción y notas por Antonio
González Laso, segunda edición. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid
1981
[3]
Recordemos de paso que según Hans Kelsen, todo Estado por el mero hecho de
serlo es ya eo ipso un Estado de derecho. Platón afirma que si el Estado o su
clase dirigente no cumplen las leyes, el Estado de derecho desaparece y esas
son precisamente las formas de gobierno degeneradas.
[4] El
Político 300d-303b.