martes, 28 de abril de 2020

La causalidad


Valoración crítica del principio de causalidad.

El triple significado de la palabra “causalidad”.

         La palabra “causalidad” tiene, no menos de tres significados principales, lo cual es un claro síntoma de la larga y tortuosa historia del problema de la causalidad. En efecto, una sola y misma palabra, “causalidad”, se emplea para designar: a) una categoría (correspondiente al vínculo causal); b) un principio (la ley general de causalidad), y c) una doctrina, a saber, aquella que sostiene la validez universal del principio de causalidad, excluyendo los demás principios de determinación.

         Se denomina causación a la conexión causal en genera, así como a todo nexo causal particular; otra cosa es el principio causal, o principio de causalidad, que es el enunciado de la ley de causación. La misma causa produce siempre el mismo efecto. Finalmente el determinismo causal o causalismo es la doctrina que afirma la validez universal del principio causal, (causación). El determinismo causal afirma que todo ocurre de acuerdo con la ley causal.

La causación, ¿categoría puramente gnoseológica de relación o categoría ontológica?

         La causación es sinónimo de nexo causal, aquella conexión entre los acontecimientos que Galileo describió como “una conexión firme y constante” Galileo, 1632 “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo”: “Si es verdad que un efecto tiene una sola causa primaria y que entre la causa y el efecto hay una conexión firme y constante, debe entonces concluirse necesariamente que allí donde se perciba una alteración firme y constante en el efecto habrá una alteración firme y constante en la causa.”

         La moderna controversia acerca de si la causación era un hecho ontológico o por el contrario era una categoría meramente gnoseológica, comenzó con la crítica escéptica y empirista. De acuerdo con el empirismo moderno, la índole de la categoría de la causación es puramente gnoseológica; o sea, que la causación sólo concierne a nuestra experiencia acerca de las cosas y a nuestro conocimiento de ellas sin ser un rasgo de las cosas mismas, por lo que toda referencia a la causación debe hacerse en lenguaje formal y no material. Así Locke propone las siguientes definiciones: “Aquello que produce cualquier idea simple o compleja, recibe el nombre general de “causa”, y aquello que es producido, el de “efecto”. Además, lo mismo que Kant después de él, Locke sostuvo que el principio causal es “un verdadero principio de la razón”; una proposición con contenido fáctico, pero no establecida con ayuda de los sentidos externos.

         La concepción de la causación como construcción mental, como fenómeno puramente subjetivo, fue subrayada por los sucesores de Locke, Berkeley, según el cual, debido al carácter puramente mental de la causación, las verdaderas “causas eficientes del movimiento” quedan por entero fuera del alcance de la mecánica y caen, por el contrario, en el dominio de la metafísica”. También Hume considera la causación como un proceso subjetivo meramente.  Hume usa indistintamente las palabras “relación” y “conexión”; pero siempre para designar una relación originada en una comparación entre percepciones o “ideas”. Kant en su Crítica de la razón pura, afirma que la ley causal no se aplica a las cosas en sí mismas, sino tan sólo a la experiencia, al mundo fenoménico; no al nouménico por no ser más que una prescripción que nos permite ordenar o rotular los fenómenos para poder  leerlos qua experiencias. Pero, mientras que Locke había considerado la causación como una conexión, viendo en la producción su rasgo distintivo, sus sucesores sostuvieron que la causación es sólo una relación y además una relación que vincula experiencias y no hechos en general. Hume subrayó este punto en particular entendiendo que no sería posible verificar empíricamente que la causa produce o engendra el efecto, sino tan sólo que el acontecimiento (experimentado) llamado “causa” está invariablemente asociado con el acontecimiento  llamado “efecto”, o que el primero es invariablemente seguido por el segundo, argumento que, desde luego, se funda en la suposición de que sólo entidades empíricas pueden figurar en cualquier discurso relativo a la naturaleza o a la sociedad.

         Mario Bunge (1919-2020) opina que la causación no es una categoría de relación entre ideas sino una categoría de conexión y determinación que corresponde  a un rasgo real del mundo fáctico (interno y externo), de modo que tiene índole ontológica, por más que como cualquier otra categoría de esa índole suscite problemas gnoseológicos. La causalidad es no sólo un componente de la experiencia, sino también una forma objetiva de la interdependencia, que tiene lugar aunque sólo sea de modo aproximado entre los acontecimientos reales; por ejemplo, entre los sucesos de la naturaleza y entre los de la sociedad.

Causación y determinación: principales concepciones.

         Como de todos es sabido, frente al problema causal se han adoptado las más diversas posiciones, desde la denuncia lisa y llana de la categoría de la causación hasta el aserto de que ésta coincide con la determinación. Todas estas posiciones pertenecen a una de las siguientes clases: causalismo o panaitismo, semicausalismo o hemiaitismo y acausalismo o anaitismo.

         Causalismo a) La causación es la única categoría de la determinación, de modo que la ciencia es coextensa con la causalidad: no hay ley científica ni explicación posible que no gire en torno a la categoría de causación. Es la creencia más difundida desde Aristóteles, quien escribió que “lo que se llama sabiduría se ocupa de las causas y principios primeros”, hasta Claude Bernard, quien dio el nombre de determinismo a la causa próxima o determinante de los fenómenos.

         b) De acuerdo con la doctrina racionalista, el principio causal es una necesidad del pensamiento (Denknotwendigkeit), un principio regulador a priori, y por ello un presupuesto y no un resultado de la ciencia. Esta es la opinión de los leibnizianos, para quienes el principio causal no es sino una forma del principio de razón suficiente (Schopenhauer dixit). También los kantianos piensan así. Según Kant “Todos los cambios se producen de acuerdo con la ley de la conexión (Verknüpfung) entre causa y efecto”. Pero esta conexión es “producto de una facultad sintética de la imaginación (Einbildungskraft)” El principio causal, pues, no es un resultado sino un presupuesto de la experiencia: él hace la experiencia posible. También Cassirer piensa que el significado del principio causal esencialmente es que no se trata de un juicio sobre las cosas mismas sino una declaración sobre la interconexión sistemática de Erkenntnisse. También Nagel sostiene que el principio causal no expresa ley alguna natural, sino que “opera como una máxima, como una regla algo vaga para dirigir el curso de la investigación”.

         Los kantianos afirman que el vínculo causal es sintético, en el sentido de ser verificable en la experiencia, pero no derivado de ella ni ulteriormente analizable; y que el principio causal, como dice Helmholtz: “nunca podría ser refutado por experiencia alguna posible…No es sino la exigencia de entenderlo todo”. También es ésta la opinión de Ostwald. Einstein mismo adoptó algunos rasgos de la doctrina kantiana de la causalidad al afirmar que, aunque el principio causal no aparezca rigiendo de facto en el dominio de la experiencia, rige de iure en el reino de las ideas, de modo que debería ser posible elaborar una presentación de la mecánica cuántica en la cual el estado inicial de un sistema determinara por entero sus estados posteriores.

         Semicausalismo. A) la teoría ecléctica reconoce la validez de la causación en ciertos dominios (la macrofísica), junto con la validez sin restricciones de otras categorías de la producción legal (tales como la estadística o la teleológica) en otros dominios; pero sin establecer vínculos entre las diversas categorías de la determinación y sin reconocer la posibilidad de que varias de ellas puedan concurrir en uno y el mismo proceso. Este pluralismo nómico está muy difundido entre los físicos. Por ejemplo, Reichenbach sostiene un dualismo entre causalidad y probabilidad como principios independientes que intervienen en la descripción de todos los fenómenos. También Born, según el cual “la naturaleza es regida por leyes causales y leyes de azar, en una cierta mezcla”.

         B) según la teoría funcionalista o interaccionista la categoría de la causación es un caso particular de la categoría de la interacción o interdependencia; para esta doctrina es una pura abstracción aislar vínculos simples y lineales de causa-efecto de la interconexión o interdependencia general (Zusammenhang) que tiene un carácter orgánico.  Esta opinión es típica de los románticos y la comparten la mayoría de los materialistas dialécticos.

         C) El determinismo general o neodeterminismo –teoría propuesta por Mario Bunge en 1959- afirma a este respecto que la causación es sólo una entre las diversas categorías interrelacionadas que intervienen en los procesos de la realidad; según ella, el principio causal tiene un campo limitado de validez, por ser nada más y nada menos que una aproximación de primer orden.

         Acausalismo. A) La teoría empirista reduce la causación a la conjunción externa o sucesión temporal de acontecimientos; puede admitir la legalidad de los fenómenos, pero afirma la contingencia de las cualidades y de las leyes mismas considerando a las últimas tan sólo como reglas del procedimiento científico. El empirismo sostiene que la noción de causación es un “episodio de la historia de las ideas”, un ídolo anticuado que va siendo reemplazado gradualmente por leyes funcionales (Mach) o por correlaciones estadísticas empíricamente establecidas (Pearson) o, en general, por leyes de probabilidad (Reichenbach). Dice Russell que "la ley de causalidad, según creo, al igual que mucho de lo que los filósofos tienen por válido, es una reliquia de tiempos pasados, que al igual que la monarquía sólo sobrevive gracias a la errónea suposición de que no hace daño.”

         b) La doctrina indeterminista niega todo vínculo legal entre acontecimientos y cualidades; en particular no reconoce la existencia de lazos causales y afirma que los acontecimientos ocurren y nada más, y que las cualidades  son tan sólo idiosincrasias o características que, siendo aisladas podrían haber sido diferentes. No parece que este desarrollo extremo del empirismo haya sido sistemáticamente defendido por nadie.

         Mario Bunge afirma que la causación no es la única categoría de la determinación y que, en consecuencia, tal principio no goza de una validez ilimitada. Critica al causalismo, no la noción de causación. Afirma entonces las siguientes tesis:

         La causación (eficiente y extrínseca) es sólo una entre varias categorías de la determinación.

         En los procesos reales intervienen diversas categorías de determinación. Los tipos puros de determinación son tan ideales como cualquier otra clase de pureza.

         La categoría de la causación, lejos de ser exterior a las demás categorías de la determinación, está vinculada con ellas.

         El principio causal vale con cierta aproximación en ciertos dominios. El grado de aproximación es satisfactorio en relación con algunos fenómenos y muy deficiente en relación con otros.

         El determinismo causal, sin ser del todo erróneo, es una versión muy esencial, elemental y rudimentaria del determinismo general.

Formulaciones del principio causal.

La teoría aristotélica de las causas.

         Según Aristóteles y los escolásticos “Hay cuatro clases de causas reconocidas. Sostenemos que de ellas, una (la causa formal) es la esencia o naturaleza esencial de la cosa (pues la razón de una cosa es en última instancia reducible a su fórmula y la razón última es a la vez una causa y un principio); otra (la causa material) es la materia o substrato, la tercera (la causa eficiente) es el origen del movimiento; y la cuarta (la causa final) es la complementaria de la anterior, es decir, el fin o bien , pues éste es el objetivo de todo proceso generador o motor”. Causa formalis, causa materialis, causa efficiens y causa finalis. Las dos primeras son las causas del ser y las dos últimas son las causas del devenir.

         La causa eficiente es “el primer comienzo del cambio y del reposo”. La causa eficiente es el agente que produce algún cambio en lo que se concibe como paciente, sobre el cual la causa obra ab extrínseco, desde fuera.

La definición de causa por Galileo.

         El pensamiento moderno, aunque ha retenido la exterioridad de la causación, ha preferido otras definiciones de la causa eficiente. Una de las más claras fue la dada por Galileo, quien definió la causa eficiente como la condición necesaria y suficiente para la aparición de algo: “aquélla, y no otra debe llamarse causa, a cuya presencia sigue el efecto siempre y a cuya eliminación el efecto desaparece”. Hobbes, un buen discípulo de Galileo afirma: “La causa pues de todos los efectos consiste en ciertos accidentes (propiedades) tanto en los agentes como en los pacientes, accidentes tales que cuando están presentes se produce el efecto, pero si alguno de ellos falta, el efecto no se produce; y ese accidente, ya sea del agente o del paciente, sin el cual no puede producirse el efecto, se llama causa sine qua non o causa necesaria por suposición, así como causa indispensable (requisite cause) para la producción del efecto.” Hobbes distingue cuidadosamente entre la causa sine que non o causa necesaria, y el complejo de causas suficientes que pueden producir alternadamente el mismo efecto.

Los enfoques leibniziano, humeano y kantiano del princpio de causalidad.

         Hay tres posturas sobre el tema de la causalidad.

1. La causalidad es un principio del ser, es un principio ontológico: la descripción causal se refiere a la revelación de la naturaleza objetiva de las cosas. El físico David Bohm dice a este respecto: “Las leyes causales que una cosa cumple constituyen un aspecto fundamental e inseparable de su modo de ser”.

2. La causalidad es legalidad: una relación causal es aquella en la que se afirma una ley científica dotada de suficientes garantías, basándose en una generalización a partir de la experiencia; y la legalidad, a su vez, es predecibilidad apoyada en aseveraciones garantizadas por la experiencia de invariancias de hecho, aseveraciones que tendrán forma de ley.

3. La causalidad es un postulado: la causalidad es una suposición sintética a priori que no puede justificarse simplemente por generalizaciones empíricas inductivas, pero que se necesita como condición para la posibilidad de un conocimiento racional. Por tanto, es el postulado de los postulados de la ciencia, puesto que subyace a la posibilidad misma de que exista cualquier ciencia. Ontológicamente, es la aseveración de la continuidad y de la uniformidad de la naturaleza; epistemológicamente, es la aseveración de que nada puede llegar a ser conocido si no es bajo la forma de leyes, sino que es, más bien, el supuesto previo de que este conocimiento es posible y no ilusorio.

La primera tesis, la de que la causalidad es un principio del ser, es la más claramente ontológica o metafísica: es una aseveración abierta sobre la naturaleza de las cosas, y en este sentido representa la posición realista más clásica; pues lo que llegamos a saber, en cuanto a relaciones causales se refiere, sería la manera de ser de las cosas, cómo estarían objetivamente relacionadas entre sí en la naturaleza (o en la realidad). Esta es la actitud más común entre los hombres de ciencia, que en este aspecto comparten tal creencia con quienes no lo son; sin embargo, cuando se la desarrolla, involucra otras cuestiones. La comprobación de si sabemos cómo son las cosas es, o bien fundamentalmente empírica (o sea, producto de nuestra experiencia y justificada exclusivamente por ella, y, por tanto, finita y contingente, aun por lo que se refiere a esta aseveración máximamente general), o fundamentalmente racionalmente (sabríamos que la naturaleza está causalmente ordenada por ser racionalmente inconcebible que fuese de otro modo); y la fuerza de esta última tesis reside no en que no podamos imaginarla distinta, sino en que imaginarla distinta sería admitir que la naturaleza no puede ser conocida racionalmente.

El ataque más llamativo y famoso contra la clásica noción racionalista de la causalidad como vinculación necesaria de las cosas (según el modelo de la necesidad matemática que dominaba la ciencia newtoniana y sus interpretaciones populares) es el de David Hume.

La reducción de la causación a conjunción constante o concurrencia concomitante de dos sucesos, regular sucesión, debe haber sido común ya en la antigüedad, por cuanto hasta un filósofo aficionado como Cicerón hubo de criticarla. Esta concepción fue adoptada en la Edad Moderna por Joseph Glanvill en su Scepsis Scientifica(1665) y posteriormente por Malebranche en su Recherche de la vérité (1675); pero sólo llego a hacerse popular con el Treatise de Hume (1739-1740). Desde éste, el enunciado si C entonces siempre E ha sido usualmente considerado por los empiristas como si agotara el significado de la causación y, en consecuencia, como la expresión correcta del principio causal. Así Ayer escribe que “toda proposición general de la forma “C causa E” es equivalente a una proposición de la forma “Siempre que C entonces E”, en la cual el símbolo “siempre que” debe entenderse como refiriéndose, no a un número finito de caos reales de C, sino al infinito número de los casos posibles”. Y Reichenbach, manifiesta que  “por una ley causal el hombre de ciencia entiende una relación de la forma si…entonces, con el agregado de que la misma relación es válida en todos los caos”. De acuerdo con la tradición empirista, sostiene que “el significado de la relación causal se resume en la enunciación de una repetición sin excepciones”.

Según Hume, todo lo que podemos conocer por medio de la experiencia, dice Hume, es una conjunción constante de propiedades experimentadas: si cada vez que vemos el rayo oímos luego un trueno, lo único que podemos saber empíricamente es que le trueno ha estado siempre unido al rayo en toda la experiencia pasada; así, pues, nada podemos saber acerca de una relación causal que fuese “real” o “necesaria”, porque no tenemos experiencia de nada a lo que quepa llamar  la relación causal, sino solamente del rayo y del trueno; y en cuanto a la necesidad causal, es una relación inalcanzable por grado alguno de generalización inductiva, ya que existe siempre la posibilidad empírica de que falle la conjunción de hechos en un caso todavía inexperimentado. Todas las relaciones fácticas son, por tanto, contingentes y no necesarias: puede concebirse que en algún caso ocurran de forma distinta a como lo hayan hecho en el pasado; sin embargo, dice Hume, siempre tendemos a atribuir una conexión causal o necesaria a tales sucesos, y pregunta luego por qué ocurre así, no habiendo “a la vista ningún fundamento que lo apoye”; porque –contesta- estamos naturalmente dispuestos a hacerlo así. Lo mental sería un mecanismo creador de hábitos: la asociación de ideas se reforzaría con la repetición, y por ello nos es natural esperar que las conjunciones de fenómenos que hayamos experimentado en el pasado se presenten de la misma manera en el futuro. Así pues, las leyes no serían sino una expresión de los hábitos de formar expectativas congénitas  al tipo de estructura u órgano que es lo mental; y, por tanto, no hay razones distintas de las psicológicas para afirmar que la causalidad exita en la naturaleza: es la razón de que tendamos a crearnos hábitos de expectativas. Por consiguiente, en realidad, la causalidad no sería nada más que la vinculación que lo mental o entendimiento impondría entre las cosas cuya conjunción se haya experimentado repetidamente.

La crítica de Hume va dirigida contra el racionalismo clásico, que considera a la causalidad como una necesidad de la razón y, por ende, también una necesidad del ser. En el enfoque racionalista, especialmente en esa elaboración que se desarrolló paralelamente a los grandes éxitos de la física matemática en el siglo XVII, el mundo natural era una construcción matemáticamente perfecta, como lo demostraban las nuevas leyes de la ciencia; por motivos teológicos, ortodoxos o deístas, se consideraba que era la creación de un Dios-geómetra que le daba las leyes matemáticas apropiadas. Las tales funciones existentes en este cosmos perfecto eran las que serían visibles en una reconstrucción matemática perfecta, la “necesidad” de las matemáticas y, en consecuencia, la necesidad de las relaciones cosmológicas. Galileo mantuvo este punto de vista, como asimismo lo hicieron Descartes, Spinoza y Leibniz; por su parte, Newton estuvo profundamente influido por la tradición platónica de que las matemáticas son la expresión de la perfección formal de las cosas. Para el empírico Hume, esta tesis era demasiado a priori: estaba perfectamente dispuesto a conceder que lo mental o la imaginación pueda tener unas inclinaciones tales que tiendan a pensar de este modo; pero habría que explicarlo encontrando algún origen psicológico de esta inclinación a creer. Y en este caso, la investigación psicológica nos da como origen de esta creencia los hábitos naturales de la mente; en este sentido, Hume fue el primer pragmatista moderno.

Kant, profundamente trastornado por la crítica de Hume, defendió la ciencia moderna, pero teniendo en cuenta la crítica de Hume. Todo conocimiento comienza por la experiencia pero no se reduce a ella. Estamos en posesión de conocimientos a priori, gracias a los cuales el entendimiento conoce la experiencia. Los conceptos puros del entendimiento hacen posible la ciencia empírica. La ciencia consta de juicios sintéticos a priori. Hay formas a priori de la sensibilidad: espacio y tiempo. Hay conceptos puros a priori del entendimiento. Son las condiciones de posibilidad de la experiencia y de todo conocimiento. La causalidad es el supuesto previo que subyace a la propia posibilidad de nuestro conocimiento científico del mundo empírico (fenómenos). Kant sostiene que ésta es la base de la objetividad de nuestro conocimiento, puesto que sólo en estas condiciones es posible el conocimiento.

Por ser estas condiciones universales (o trascendentales) suscriben la naturaleza objetiva de este conocimiento, que es tal que un cognoscente cualquiera sólo puede llegar a serlo en estas condiciones: objetivo significa pues, universalmente intersubjetivo. Como es obvio, no nos será posible llegar a saber nunca cómo son las cosas en sí mismas. Nos es imposible llegar a saber nunca a conocer una causalidad real que rigiese las relaciones entre las cosas en sí mismas; solo los fenómenos constituyen el ámbito de nuestro conocimiento. Pero en este caso la causalidad es la condición para que lleguemos a entenderlas. Así pues, puede decirse que descubrimos leyes, pero sólo con el supuesto previo de legalidad, sin el cual nos quedaríamos solamente con una multiplicidad de apariencias sin ninguna vinculación necesaria; así, partiendo lo mismo que Hume de una crítica de las condiciones epistemológicas de nuestro conocimiento de causas, Kant convierte las disposiciones naturales de la mente de Hume, en una precondición necesaria del conocimiento.

Para Hume y para Kant, por tanto, la causalidad no es una generalización inductiva, pero explica nuestras generalizaciones inductivas o subyace a ellas: Para Hume, como un hábito de la imaginación; y para Kant, como una regla a priori del entendimiento. John Stuart Mill, por su parte, la explica como la más general de nuestras generalizaciones inductivas, que se ve repetidamente confirmada en todos los casos de generalización inductiva que afirmamos y, por tanto, tiene las mayores pruebas en su apoyo.

¿Es la causalidad característica de la ciencia moderna?

         La explicación causal es en realidad tan antigua como la descripción fenomenológica de meras sucesiones temporales.

         El pensamiento causal  fue codificado por Aristóteles. Lo admitió como ontológicamente  y como gnoseológicamente. El azar no entraba en el terreno de la ciencia. Es incognoscible científicamente. Los escolásticos desarrollaron el pensamiento causal. Todo tenía causa. El lema de la escolástica era scire per causas.

         Ahora bien la ciencia moderna restringe la causación a la causación natural. La causación natural se restringe a la causa eficiente. Las causas eficientes son causas físicas, mecánicas. Las hipótesis causales deben ser experimentables. Hay además una tendencia a reducir el número de causas.

Causa y razón.

         El principio de razón suficiente ha solido considerarse como el socio gnoseológico del principio ontológico según el cual todo tiene una causa. Más aún, estos principios han estado fundidos en uno sólo durante milenios.

         La identidad de razón y causa fue consagrada por Aristóteles, a quien debemos la distinción entre disciplinas demostrativas (empíricas) y teóricas. Quienes se guían por experiencia conocen el cómo de las cosas, quia y quienes poseen el arte alcanzan la inteligencia del por qué, el propter quid. También  en la Edad Media se siguió el planteamiento de Aristóteles. Alberto Magno se contó entre los pocos que distinguieron la causa física de la ratio lógica.

         Los racionalistas del siglo XVII adoptaron la identidad tradicional de causa y razón; pero invirtieron los términos: las causas pasaron a ser razones y, en los más de los casos, razones de índole matemática. Una proposición matemática –y no un agente físico- se consideraba razón suficiente o determinante, no sólo de otra idea, sino también de hechos materiales, como si las cosas y las ideas estuvieran en un mismo nivel o como si las primeras dependieran de las segundas Esta reducción de la explicación causal a la explicación racional es típica de Kepler, sobre todo durante su juventud, cuando no aceptaba ningún hecho empírico por sí mismo sino que, -en forma típicamente racionalista y renacentista- trató de explicar por qué los planetas conocidos eran precisamente seis. (Lo hizo, como es sabido, refiriéndose a los cinco poliedros regulares y a las esferas que los contienen.) Para el joven Kepler, la causa última de las cosas es cierta “armonía” matemática; creía haber alcanzado una nueva concepción de la causalidad; es decir, creía que la armonía matemática subyacente que puede descubrirse en los hechos observados es la causa de éstos, la razón por la cual son como son.

         Las explicaciones racionales de este tipo son en cierto sentido todo lo opuesto a las explicaciones causales en términos de agentes físicos: eso, por cierto, no podría comprenderlo ningún racionalista de los que creen que la naturaleza está construida matemáticamente y que por ello el uso de la matemática, más que un mero recurso práctico (como sostiene el pragmatismo) y mucho más que el único medio de revelar la esencia misma de las cosas. Para Galileo y Kepler, los objetos matemáticos no eran Ideas platónicas que existieran aparte de las cosas naturales en un reino propio, sino que eran el propio núcleo del universo. Por ello la cantidad considerada en aquellos tiempos la esencia de la matemática, fue concebida por Kepler como característica fundamental de las cosas y anterior a otras categorías.

         Para el racionalismo el principio de causalidad es analítico y se podía enunciar bajo la forma del principio de razón suficiente. Nada es ni sucede sin una razón suficiente. Spinoza lo formula en: E.I. Prop. XI. Este  principio fue considerado por Leibniz como principio de explicación universal. Descartes afirma que “Nada existe tal que no pueda preguntarse cuál es la causa de que exista”.

         Fue afortunado para la ciencia que Kepler y Descartes consideraran la explicación racional (y particularmente la matemática) como explicación última, y que Galileo la reputara indispensable. Pero la explicación racional en términos de proposiciones matemáticas no podía satisfacer a los físicos para siempre. Pronto se recurrió a causas mecánicas y físicas y que tenían que ser verificables. Los propios racionalistas no quedaron satisfechos con la explicación racionalista resultado del principio de razón suficiente. Buscaron también causas físicas, materiales, mecánicas para explicar los fenómenos naturales. Newton rechaza todas las hipótesis ocultas metafísicas y físicas que no estén comprobadas empíricamente.

La causalidad: ni mito ni panacea.

         El causalismo rechaza todas las categorías no causales de la determinación, sosteniendo dogmáticamente que es causal toda conexión que se produce en el universo. El acausalismo declara que el nexo causal es un fetiche (Pearson, una ficción analógica Vaihinger, una superstición Wittgenstein o un mito, Toulmin. Esta interpretación suele ir acompañada por el repudio fenomenista de todo tipo de explicación –incluida por supuesto la explicación causal- en favor de la descripción.

         La negación de la existencia de nexos genéticos entre los sucesos es vital para el subjetivismo: en el caso del empirismo, el único nexo admisible entre sucesos es el sujeto empírico, mientras que en el caso del idealismo neoplatónico, del de Malebranche o del de Berkeley, no puede haber otro vínculo que Dios.

         La tesis tradicional afirma que sin causalidad no hay conocimiento científico estricto. La ciencia necesita leyes causales.

         La ciencia ha asignado a la causalidad un lugar en el contexto más amplio del determinismo general. El principio causal es una de las diversas y valiosas guías  de la investigación científica y, como la mayoría de ellas, goza de una validez aproximada en ámbitos limitados; es una hipótesis general con un elevado valor heurístico, lo cual da a entender que en ciertos dominios corresponde bastante estrechamente a la realidad.

El dominio de la determinación causal. Condiciones de la aplicabilidad de las hipótesis causales.

         Estas son las condiciones para la aplicabilidad de los enunciados específicos adaptables a la fórmula de la causación como producción necesaria.

         1. Que los principales cambios en consideración sean producidos por factores externos. Es decir, que el sistema esté en gran parte a merced de su ambiente, de modo que los procesos internos sólo serán eficaces en la medida en que consigan modificar dichos procesos internos. El predominio de los factores externos sobre los internos se observa sobre todo en la técnica y en la industria, las cuales se ocupan precisamente en transformar la natura libera en una natura vexata.

 2. Que el proceso en cuestión pueda considerarse como aislado. O sea, cuando es lícito considerar el proceso en cuestión como arrancado de sus interconexiones reales, que por lo general son numerosas pero a menudo irrelevantes al respecto que se está investigando. En otras palabras, cuando tal aislamiento no afecta esencialmente a aquello que se investiga, o cuando las perturbaciones pueden ser corregidas. Esto es a menudo posible durante intervalos limitados de tiempo.

3. Que las interacciones puedan aproximarse por relaciones agente-paciente. O sea, cuando no existen acciones recíprocas, o cuando en caso de existir, lejos de ser simétricas, son tales que la acción es considerablemente más importante que la reacción. En otros términos, cuando las reacciones están ausentes, o bien pueden ignorarse para todos los fines prácticos. Es también típico de la producción y de la tecnología humanas considerar la materia prima como un paciente sobre el cual se ejerce el trabajo humano.

4. Que el antecedente y el consecuente están vinculados entre sí de manera unívoca. O sea, cuando cada efecto pueda considerarse como procedente en forma única de una causa fija. Así ocurre en particular cuando las causas pertinentes no tienen en absoluto igual importancia en el aspecto del que se trata, sino que por el contrario pueden ordenarse en gradación jerárquica. Las antedichas condiciones pueden a veces cumplirse con una aproximación suficiente, pero nunca con exactitud.

Dominio de validez del principio causal.

         La causación estricta y pura no se da nunca, en ninguna parte. La causación obra de modo aproximado en ciertos procesos limitados tanto en el espacio como en el tiempo, y aún así, sólo en aspectos particulares. Las hipótesis causales son nada más (y nada menos) que reconstrucciones toscas, aproximadas, unilaterales de la determinación; son con frecuencia completamente prescindibles, pero a veces adecuadas e indispensables.

         En el mundo exterior hay siempre una amplia variedad de procesos cuyo aspecto causal es tan importante en ciertos respectos y dentro de contextos limitados, que pueden describirse como causales aunque nunca lo sean de modo exacto ni exclusivo.

Cómo ha terminado la mecánica cuántica por decepcionar a los acausalistas.

         La ciencia reciente no parece acarrear ni una ampliación ni una reducción progresiva del dominio de validez del principio causal. Lo que se advierte es un proceso intelectual complejo, confuso e impredecible en el cual a algunos fenómenos se les priva del carácter causal que antes se les había atribuido, mientras que a otros se los reconoce como poseedores de un aspecto causal. Además se muestra que algunos tipos no causales de determinación están vinculados de algún modo a la causación. La tendencia general discernible en la ciencia contemporánea con respecto al problema general del determinismo no es tanto un creciente apartamiento de la causalidad como una progresiva diversificación de los tipos de determinación, con los cambios consiguientes en el significado y el alcance del principio causal.

         El caso de la mecánica cuántica es muy edificante. Hasta hace poco tiempo, la mayor parte de los hombres de ciencia y de los filósofos de la ciencia creían que la mecánica cuántica había asestado a la causalidad un golpe mortal, al revelar que los fenómenos cuánticos son intrínsecamente fortuitos y por ello sólo predecibles estadísticamente. Como dijo Heisenberg, “la partición del mundo en un sistema observador y otro observado implica una formulación correcta terminante de la ley de causa y efecto”. Tal partición se cumple en todo experimento, y la posición del corte (Schnitt) es arbitraria pues depende de la decisión del experimentador. Aunque se supusiera que la causalidad rige a ambos lados de la partición, tal hipótesis no podría confirmarse empíricamente pues lo que observamos es algo que reside precisamente en el corte y el comportamiento de esta región no está regido por leyes causales sino por las de la teoría cuántica, consideradas por completo no causales. Los fenómenos cuánticos –de acuerdo con la interpretación ortodoxa de la teoría- están situados en la intersección del observador y de sus dispositivos de observación; además, es el observΨador a quien se atribuye aquí el papel activo. Mientras se negó de este modo al objeto físico una existencia autónoma,  mientras que las leyes naturales no fueron consideradas como pautas objetivas sino que su significado fue confundido con el modo de su verificación, era fácil dejar alegremente de lado la causación física. Por ello no sorprende que hace unos pocos años uno de los fundadores de la teoría pudiese profetizar que eran de esperarse más desviaciones de la causalidad en el dominio de las llamadas partículas elementales. Según Heisenberg acaso ni siquiera el principio de antecedencia se salve en el próximo paso hacia el indeterminismo. Y el conocido autor de una “teoría general de la predicción” llegó hasta el punto de formular la audaz profecía de que toda teoría cuántica futura será esencialmente indeterminista y subjetivista.

         Bohm publicó su célebre reinterpretación de la mecánica cuántica elemental, basada en la vieja idea de la onda piloto de De Broglie. En esta interpretación, que es hasta ahora empíricamente equivalente a la usual, se concibe que el objeto existe autónomo aunque en fuerte interacción con su ambiente macroscópico. Las variables usuales de la mecánica cuántica son asignadas a la zona de superposición del objeto y el aparato; pero el comportamiento del objeto mismo es descrito en términos de nuevas variables, los llamados parámetros ocultos, que no están sometidos a ninguna relación de incertidumbre. El principio de incertidumbre de Heisenberg no es considerado como una limitación inherente de la precisión, sino como una limitación técnica que procede de la interacción objetiva objeto-aparato, cuya intensidad deberá ser en principio calculable con la ayuda de una teoría más detallada. Además, la interpretación de De Broglie-Bohm brinda una explicación causal de las fluctuaciones mecánicas cuánticas de las trayectorias de las partículas de escala atómica, variaciones que antes se consideraban inherentemente fortuitas y por ello individualmente impredecibles en principio. La ecuación newtoniana del movimiento se restablece en una forma generalizada y nos permite en principio predecir con exactitud la trayectoria de la partícula; además de la fuerza externa ordinaria, aparece en la fórmula de aceleración una fuerza nueva, interior, dependiente del campo Ψ, y esta fuerza cuántica explica las desviaciones respecto de las trayectorias clásicas.

Conclusión.

         La causación tiene pues un dominio limitado, el principio causal ocupa un lugar en el contexto más amplio del determinismo general; y los fracasos del principio causal en ciertos dominios no implican el fracaso del determinismo lato sensu, ni la quiebra del entendimiento racional.

         Lo que la ciencia contemporánea ha producido es el principio de determinación. Los dos componentes de ese principio son el principio genético y el principio de legalidad. La realidad no es un agregado caótico de sucesos aislados e incondicionados.

         A) La causación sólo vale cuando sea posible, B) Reconocer el carácter limitado de la causación; c) Hay otras categorías de la determinación y d) abstenerse de llamar causales a las otras categorías de la determinación.

 

 

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