LECTIO TERTIA.
LA FILOSOFÍA DE ARISTÓTELES.
1. Ontología. El ser y sus categorías.
Distingue entre Teoría y Praxis, lo cual es una novedad con respecto a Platón,
para quien no había sino una única filosofía que era al mismo tiempo, actividad
virtuosa que lleva a la felicidad y que coincide, sin más con la sabiduría.
Para Aristóteles, hay una distinción clara y tajante entre Theoría/Praxis. Hay una ciencia especulativa primera o proté filosofía y hay una segunda
ciencia teórica o déutera filosofía o
Física. Pero la cosa no es tan
simple, pues dentro de la Theoría, hay la Física, la Matemática y la Teología.
La Teología es la proté filosofía
auténtica por excelencia dentro de la Theoría. Hay tres ciencias teóricas: La
matemática, que trata de los seres inmutables, pero no separados o sensibles,
la física trata de los seres que tienen en sí mismos un principio de movimiento
y que son, en consecuencia, seres móviles y separados unos de los otros o
sensibles; en cuanto a la metafísica u ontología o Filosofía primera o
Teología, se ocupa del Ser inmóvil y separado o suprasensible.
Aristóteles es el fundador de la ontología o estudio filosófico del ser o del
ente en cuanto ente. No hay ciencia para Aristóteles sino de lo universal. Por
tanto, esta ciencia tratará de lo más universal que existe, "el ser en
cuanto ser y sus atributos esenciales" (Met. V, 1, 1003 a 21). Las demás
ciencias tratan del ser únicamente desde un cierto punto de vista, por lo que
se les llama "ciencias particulares" Por lo tanto, la "filosofía
primera" es la ontología
(ciencia del ser).
Esta ciencia filosófica del ser debe ser la ciencia de las primeras causas y
principios, es decir, ciencia de las condiciones de posibilidad de toda
ordenación. Sin embargo esta ciencia constituye meramente una aspiración. La
filosofía primera es ciencia buscada:
"la finalidad de nuestro actual
discurrir (es mostrar que) con el nombre de sophía todos hacen referencia a la
ciencia de las primeras causas y de los primeros principios" (Met. A 981b
27-28) La filosofía primera es la ontología. Sin embargo, en otros lugares
de la Metafísica, Aristóteles dice
que "la ciencia por excelencia debe tener por objeto el ser por
excelencia" (VI, 1, 1026 a 21), es decir, Dios. Entonces, la
"filosofía primera" aparece como una teología. En otros lugares aparece como ousiología o teoría de la
sustancia. Se pasa de una Ontología
a una Ousiología puesto que, como
luego se verá, la sustancia es la categoría central en Aristóteles y la
realidad constará de sustancias y de ahí a una Teología. La filosofía de Aristóteles es el origen de la Ontoteología.
Aristóteles afirma la unidad del ser, pero también dice que hay varias formas
de ser, "El ser se dice de muchas maneras". El ser es un término
único. No hay homonimia, equivocidad (varios términos de igual forma, pero
distinto significado). La unidad de sentido del término "ser" será
llamada más tarde "analogía de
atribución", ya que "ser" se dice propiamente de la
sustancia, y de todo lo demás por referencia a ella. Explícitamente,
Aristóteles sólo llamó "analogía" a la proporción matemática, o
igualdad de relaciones (así al describir la justicia distributiva, Eth, Nic.,
V, 3 ss.), llamada más tarde "analogía
de proporcionalidad".
Todas las cosas son y decir que son no sirve para diferenciarlas entre sí.
Aristóteles fue el primero en establecer de forma aceptable el procedimiento
lógico de la definición. Aplicando ese procedimiento a la noción de ser (o, más
exactamente, a la noción de lo que es, o ente, traducción directa de la palabra
griega on , que en realidad era un adjetivo verbal o participio), Aristóteles
concluye que el ente no es un
concepto que se pueda aplicar en el mismo sentido a todas las cosas. El Ser se
enuncia de varias maneras. Tiene diversos significados. Tiene varios
predicamentos. Predicados de distintos tipos se refieren al sujeto de maneras
distintas. Lo determinan así de diversas maneras y en planos distintos. Esto es
como decir que hay distintos tipos de referencia del predicado al sujeto. La
referencia del predicado al sujeto es lo que expresa la palabra "es".
Hay que admitir que el ser tiene sentidos distintos. Hay distintos modos de
predicación, es decir, de decir que algo es, distintos modos en que algo puede
ser sujeto de una proposición. Analizando las distintas acepciones en que se
dice de algo ente o que es, obtiene
diez conceptos supremos llamados "figuras de la predicación", o
"predicaciones". en griego "categorías". Las
categorías son, pues, los géneros
más universales con que podemos definir las cosas (pues la definición
aristotélica consiste en tomar un concepto general -género- que incluya varias cosas además de la que tratamos de
definir y añadirle un rasgo característico que la diferencie de las demás, de
las otras -diferencia- Entre las
categorías, las más importantes son la de entidad
(tradicionalmente llamada substancia,
en griego ousía) la de relación, la de cantidad y la de cualidad
así como las de lugar y tiempo.
Así, el ser se predica de muchas maneras, pero todas ellas se refieren a una
forma primordial, al "ser" propiamente dicho: la substancia. Además, la substancia no es única: existen muchas
substancias. Todas las demás formas de ser: cantidad, cualidad, relación,
lugar, tiempo, posición, estado, acción y pasión, no son ya sino modificaciones
o accidentes de la substancia.
Substancia y accidentes son los "géneros supremos" del ser,
unificados por su común referencia a la substancia. Pero el ser no es, a su
vez, un género, cuyas especies serían las diversas categorías: el ser lo es
todo, y no es posible "añadirle" nada (ninguna diferencia específica)
para poder obtener sus especies.
2. La entidad o substancia y sus clases.
La substancia es la categoría esencial, esto es es aquella categoría que
aplicamos a una cosa cuando queremos saber qué es en sí misma, no en relación
con otras; por eso se la llama el qué es. La substancia es el "ser"
propiamente dicho. Dice Aristóteles:
"En verdad, el eterno objeto de
todas las investigaciones presentes y pretéritas, la cuestión siempre
planteada: ¿qué es el "ser"?, se reduce a esta otra:¿qué es la
substancia? Sobre la substancia, unos filósofos afirmaron que era única, y
otros que era múltiple (y esta multiplicidad era, para unos, limitada en
número, y, para otros, infinita). Para nosotros también el objeto fundamental,
primero y, por así decir, único de nuestro estudio será el "ser"
tomado en este sentido: la substancia" (Met., VII, 1, 1028 b 3).
La pregunta por la esencia sólo se puede aplicar sin matices a cosas que
existen independientemente de las otras. La substancia es el individuo
concreto. Sin embargo, Aristóteles extiende la denominación de
"substancia" y la aplica no únicamente al individuo concreto:
"La substancia en el sentido más
fundamental, primero y principal del término es aquello que ni es afirmado de
un sujeto, ni está en un sujeto: por ejemplo, el hombre individual o el caballo
individual. Pero podemos llamar "substancias segundas" a las especies
en las que están contenidas las substancias tomadas en el primer sentido; y aún
hay que añadir a las especies los géneros de esas especies. Por ejemplo, un
individuo hombre está contenido en la especie "hombre", y a su vez
esta especie se incluye en el género "animal". [...] De entre las
substancias segundas, la especie se llama "substancia" con mayor
razón que el género, ya que está más cerca de la substancia primera [...] Por
otra parte, "substancia", hablando estrictamente, se aplica sólo a
las substancias primeras, ya que únicamente ellas subyacen a todas las demás cosas".
(Categorías V,)
Hay dos tipos de substancias: substancia
primera (el individuo concreto) y substancias
segundas (la especie y el género). Sin embargo, en sentido estricto, la
substancia es el individuo concreto. Las substancias segundas son también algo
real sin embargo, puesto que la ciencia es sobre lo universal. Estas
substancias segundas, sin embargo, no existen separadamente de la substancia
primera, sino únicamente en ella.
En definitiva, la substancia primera es
lo verdaderamente real, la substancia en sentido estricto: ella es el sujeto último en el que tienen su
existencia la especie y el género (e igualmente la esencia y la forma).
El significado filosófico de ousía
consiste, más allá de su inclusión entre las categorías, en mostrar la
estructura radical de la realidad. Sustancia es sustrato: lo sustante del ser;
y desde ahí se concibe la estructura real.
La substancia es el sujeto último de toda predicación: no puede predicarse de
otro ni existe en otro. En y por sí existe, separada (khoristón); sólo ella tiene esencia y, por tanto, definición. Su
prioridad entitativa consiste en la subjetualidad,
que es la raíz de la separabilidad subsistente. Es decir, que por ser sujeto último determinado, la sustancia
está separada. La concepción aristotélica del ser es una concepción subjetual
del ser. El núcleo entitativo de la realidad es sujeto de atribución
(predicados) y de inhesión (notas reales que le son propias).
Este análisis es el que lleva a Aristóteles a dar preferencia a los objetos
materiales, a los seres naturales, sobre los números y figuras de los
matemáticos, subordinando aquéllos sólo a las entidades divinas o astros, que
son las sustancias por antonomasia. Y ello a pesar de afirmar repetidamente que
la verdadera ciencia es la que versa sobre lo universal, lo que se da necesaria
e invariablemente en todos los casos, no sobre lo particular, singular o
individual, que es variable y distinto en cada caso. Pues bien, los seres naturales
son variables y son siempre seres individuales. En cambio, los entes
matemáticos son inmutables y generales.
3. Materia y forma.
La solución a la paradoja de la ciencia, que sólo puede consistir en la
comprensión de nociones universales, pero sólo tiene interés si se aplica a los
seres concretos, individuales, la resuelve nuestro filósofo distinguiendo en
las cosas reales dos principios constitutivos, y en los procesos reales, cuatro
causas explicativas, de estas últimas hablaremos más adelante cuando hablemos
de la physis.
Aristóteles sostiene que la substancia, es decir, el individuo concreto, es un compuesto (synolon) de materia (hyle) y forma (morphé). A los
dos principios constitutivos, verdaderos coprincipios (pues son perfectamente
complementarios y, en los seres naturales, inseparables uno de otro) los llama
nuestro autor materia y forma (en griego, hyle y morphé). La forma corresponde a la Idea platónica: es la esencia de la cosa, la substancia segunda, la
especie y el género y es eterna, es la estructura permanente, universal,
repetida en todos los individuos de una misma especie o clase y no existe sino
en la materia (decimos que pertenecen a una misma clase o especie precisamente
porque descubrimos en ellos esa estructura repetida). La materia es el elemento
neutro, indiferenciado que la forma se encarga de organizar y diferenciar y es
también eterna. La materia no es nada de lo que podamos decir, pero no podemos
decir que sea "nada". Dice Aristóteles: "Llamo materia a lo que en sí mismo no se concibe como algo
determinado, ni cuanto ni afectado por ninguna de las demás determinaciones por
las que el ser es afectado". La materia, al carecer en sí misma de
contornos precisos, de rasgos distintivos, es ininteligible; pues entender
significa diferenciar, distinguir, en una palabra, definir, cosa que sólo es
posible con la forma, principio de inteligibilidad.
La comprensión de la forma es la base del conocimiento científico, universal;
la presencia de la materia es la base del conocimiento empírico, singular.
Ambas, materia y forma son eternas, pero no existen independientemente, sino
únicamente en el compuesto de ambas.
Evidentemente, Aristóteles confiere una clara prioridad a la forma. En efecto, la forma (morphé) es, al mismo
tiempo: 1) la esencia de cada cosa
(es decir, "lo que algo es" tò
tí esti), 2) la naturaleza. Sólo
la forma es definible y cognoscible. Y es lo común a toda la especie (eidos), por lo que posee un carácter
supraindividual (preexiste al individuo). En cambio, la materia primera es
incognoscible (no hay nada inteligible en ella), pero es lo que individualiza
la forma/especie.
4. La teología de Aristóteles.
¿Por qué existen otras categorías además de la esencia y no sólo la esencia? ¿Por
qué estas categorías segundas son todavía ser, aunque no accedan a la dignidad
del ser de la esencia? Aristóteles se contenta con una descripción del status
plural del ser, y con la indicación de que la unidad debe buscarse en la
relación de las distintas categorías, además de de la esencia en la propia
esencia. Pero no intenta una unificación de las categorías a partir de la ousía. La pluralidad de los sentidos
del ser aparece como una escisión inexplicable en el ser, y no como la
manifestación de su fecundidad.
Hay una región del ser en al que el ser se dice de un modo unívoco: es lo
divino. Dios, en efecto, no es más que la Esencia, que no tiene ni cantidad ni
cualidad, que no está ni en un lugar ni en el tiempo, que no mantiene ninguna
relación, ni está en ninguna situación, ni tiene necesidad de actuar y no sufre
ninguna pasión.
En el Libro VIII de la Física y en
el Libro XII de la Metafísica
aparecen dos exposiciones diferentes de la teología, la ciencia que estudia la
sustancia eterna, inmóvil y separada de las cosas sensibles. Esta es la más
excelsa de las ciencias, puesto que tiene por objeto la realidad suprema: Dios.
Dios es el principio supremo del que depende el movimiento del universo entero
y de la physis. En estos dos libros
más arriba mencionados se preocupa Aristóteles de asegurar la eternidad del
movimiento, exigida por la eternidad del tiempo, que es "cierta forma del
movimiento" (Física, IV, 11);
pero esta eternidad dada a nivel de los movimientos astrales se problematiza a
nivel de los movimientos discontinuos y desordenados del mundo sublunar. Porque
los móviles del mundo sublunar, tanto en reposo como en movimiento, no poseen el
movimiento en acto. Es necesaria una causa motriz en acto de sus movimientos, y
esta causa motriz debe ser necesariamente distinta de un móvil que tuviera sólo
el movimiento en potencia. "Omnia
quod movetur movetur ab alio" (Física, VIII, 1, 242a 16; VIII, 4, 256a 2).
Para entender esto hay que pensar que Aristóteles no tenía ni idea de lo
que hoy llamamos movimiento inercial. Pensaba que algo sólo se mueve mientras
está siendo movido o empujado por otro, su motor. En cuanto el motor que empuja
se para, el móvil empujado se para también. Ahora bien, la observación muestra
que el mundo está lleno de cosas en movimiento. Por tanto, habrá otras cosas,
sus motores, que las están moviendo, y a éstas otras y así sucesivamente hasta
llegar al Primer Motor Inmóvil requerido para evitar un regressus ad infinitum.
La teología física aristotélica conduce a un motor inmóvil, necesario para
explicar los fenómenos físicos del movimiento, aun cuando se trate de un
principio extrínseco y cuyo modo de ser ya no es físico. La física exige un
principio que rebase su ámbito.
En el Libro VIII de la Física la trascendencia del Primer Motor parece
difícilmente conciliable con la descripción totalmente mecánica que se da de su
relación con el móvil: mover es "impulsar o lanzar" (10, 267b 11), lo
cual supone que existe contacto entre el motor y el móvil (VII, 1, 242b 27; 2,
244a 4). El Primer Motor no se encontraría, por consiguiente, fuera del mundo,
sino en la "periferia del universo" (VIII, 10), pero, en el contexto
más directamente "teológico" del Libro XII de la Metafísica,
Aristóteles no duda en remontar las premisas físicas de su razonamiento. La
argumentación de la Metafísica XII, establece que el tiempo es eterno y
continuo; por tanto, que ha de haber un movimiento continuo. La causa de tal
movimiento ha de ser eterna e inmaterial. Por tanto, el primer motor tiene que
ser eterno, inmaterial, sustancia y acto puro, pura forma. Sustancia eterna,
inmóvil y separada de lo sensible, sin magnitud, carente de partes,
indivisible, impasible e inalterable. Mueve siendo inmóvil, y siendo en acto,
no puede ser de otro modo. Su sustancia es acto. En Metafísica XII, el carácter
inextenso e incorporal del Primer Motor que en el último libro de la Física
parecen difícilmente compatibles con la localización del Primer Motor en la periferia
del universo, son afirmados claramente, así como su separación con respecto de
aquello que él mueve. En este caso, el Primer Motor no mueve mecánicamente, al
modo de los motores del mundo sublunar, sino que según una analogía tomada de
la experiencia psicológica, Aristóteles afirma que mueve como
"deseable", como "objeto de amor" (XII, 7, 1072a 26, b 3),
o, en términos más abstractos, como causa final. Sólo de este modo puede
comprenderse que pueda "mover sin ser movido". El El Primer Motor
Inmóvil, propiamente hablando, no es ningún motor o causa eficiente, realmente
es fin, telos, causa final que mueve el mundo como el ser amado mueve al
amante, sin necesidad de hacer nada, sólo por el hecho de
ser. Únicamente la analogía del deseo no recíproco
permite concebir, si no comprender, la paradoja de un motor que
"impulsa" en el sentido de "poner en movimiento", sin ser
impulsado él mismo. Esta célebre doctrina de Aristóteles, que niega de hecho
toda acción eficiente de Dios sobre el mundo, instala lo divino en un
alejamiento y una trascendencia que los seres del mundo pueden
"imitar", como máximo, con los medios de que disponen. Motor lejano,
el Dios de Aristóteles es el ideal móvil en cuya dirección se consuman los
movimientos regulares de las esferas, los movimientos más complejos de las
estaciones, el ciclo biológico de las generaciones y de las corrupciones, las
vicisitudes de la acción y del trabajo del hombre. Nada se parece menos al Dios
amor de los cristianos que el Dios amable de Aristóteles.
Dios mueve porque es amado. Es apetecible lo bueno y lo perfecto, lo cual puede
decirse del motor inmóvil, por ser ente por necesidad del que depende el cielo
y la naturaleza, y por ser siempre una existencia como la mejor para nosotros,
ya que su acto es también placer (Metafísica, XII, 6-7).
Este principio supremo (trascendente al mundo físico) ordena conectando
"la sustancia del universo" y unificando los principios, pues "todas las cosas están coordinadas
hacia una" (pros hén hápanta syntetaktai).
Parece razonable explicar el orden del mundo recurriendo, además de la causa
material y eficiente, a una causa inteligente (Metafísica, I, 3). Si no hubiera
théos, el devenir sería caótico y no
habría orden teleológico en el cosmos.
Está claro que, como más arriba hemos señalado, que no se trata de la divinidad
de la revelación cristiana, pues en ésta Dios no es, sin más, idéntico a sí
mismo, sino infinito capaz de finito,
comunicación de sí y ágape, como
expresa el misterio de la donación anonadada (kénosis) en la historia, especialmente en Jesús de Nazareth
(encarnación). Nada de esto hay en la concepción aristotélica.
Esta trascendencia de Dios es tal que plantea la posibilidad misma de una
teología, es decir, de un discurrir del hombre sobre Dios. El único predicado
que puede atribuirse correctamente a Dios es la Esencia. Dios también es vida.
Hay que matizar y corregir para poder agotar el sentido. Como el entendimiento
es lo más divino y la contemplación es lo más agradable y lo más noble,
entenderá lo más divino y lo más noble y no cambiará. Por eso, se entiende a sí
mismo, puesto que es lo más excelso y "su
intelección es intelección de intelección" (noesis noéseos). Y tiene vida,
pues el acto del entendimiento es vida y él es el acto. Y el acto por sí de él
es vida nobilísima y eterna."(Metafísica, XII, 9 y 7).
Así, Dios puede ser llamado un Viviente, pero a condición de entender que se
trata de una Vida que ignora la fatiga, la vejez, la muerte, que son
características de toda vida "biológica". Igualmente, Dios puede ser
denominado Pensamiento, pero a condición de precisar que este Pensamiento no es
pensamiento de otra cosa, somo lo es el pensamiento humano: porque tal pensamiento
no pasa a acto más que si se le da un objeto, y tal dependencia con respecto al
objeto es indigna de Dios. Por otra parte ¿cuál sería este objeto? Únicamente
podría ser superior a Dios (porque no se puede suponer que Dios condescienda a
pensar lo que le es inferior, por ejemplo, el mundo) o ser el propio Dios.
Pero, como nada es superior a Dios, sólo queda que Dios se piense a sí mismo,
es el Pensamiento que se piensa a sí mismo (Met. XII, 9, 1074b 15-1075a 1).
Aristóteles es el auténtico precursor de la teología negativa, según la cual el
hombre únicamente puede hablar de Dios mediante negaciones.
5. El problema del cambio.
La ciencia de la naturaleza trata del cambio o de los seres que cambian, pues
"no hay cambio fuera de las cosas". Es evidente que hay cosas que
cambian.
Aristóteles analiza el problema del cambio en el libro I de la Física. Los
principios o factores del cambio que hay que tener en cuenta para entender el
cambio son tres: el sustrato (hypokeímenon),
la forma (morphé, eidos) y la
privación (stéresis).
En todo cambio hay algo que cambia y algo que permanece. Lo que permanece en el
cambio, lo que sufre el cambio es el sustrato. Algo (el sustrato) , que era (o
estaba) de una cierta manera, pasa a ser (o estar) de otra manera. Dicho de
otro modo, algo (el sustrato) pierde una forma que tenía y adquiere en su lugar
.otra forma de la que inicialmente estaba privado. En cada caso, un sustrato
pasa de una privación a la posesión de la forma correspondiente.
El cambio consiste en que algo que no era P,
es decir, que era no-P, pase a ser P. Pero del no ser no puede
surgir el ser. Aristóteles perfecciona su análisis y llega a la siguiente
formulación. El cambio consiste en que algo, S, que no era P, o, si se
prefiere, que era no-P, pasa a ser P. S es el sustrato del cambio, P la forma adquirida y no-P la inicial privación. De un modo
relativo y accidental puede decirse que P
surge de no-P. Pero de un modo
absoluto lo que ocurre es que P
surge del sustrato S, o, mejor
dicho, el S que es P se genera a partir del S que no es P, pero sí es S. Por
tanto, nada se genera a partir del no-ser, y, sin embargo, el cambio es
posible.
6. Potencia y acto.
Además de la distinción entre sustrato o materia, forma y privación,
Aristóteles crea otra distinción entre ser en potencia y ser en acto.
La palabra dynamis, potencia,
significa en griego primariamente fuerza o poder de hacer algo, pero
Aristóteles la utiliza para designar la capacidad pasiva de posiblemente llegar
a ser algo. Lo que le interesa subrayar es que no toda cosa puede llegar a ser
cualquier cosa
En terminología aristotélica a la potencia (dynamis) se opone el acto (enérgeia),
que es la realidad actual, la actividad presente.
Aristóteles emplea la palabra entelékheia
a veces como sinónimo de enérgeia,
acto, y a veces como acto de algo en su plenitud o culminación.
Un cambio consiste en la actualización de una potencia. Por eso, mientras el
cambio no se inicia, la potencia está como dormida, es una potencia meramente
potencial. Una vez concluido el cambio, la potencia ya no existe, ha
desaparecido, sustituida por el acto, por la forma de aquello de que era
potencia. Pero durante el cambio mismo, cuando éste ya ha empezado y todavía no
ha terminado, es como si la potencia se despertase y brillara por un momento
con luz propia, como si fuera fugazmente potencia activa, eficaz, en ejercicio,
potencia en su plenitud, culminación de la potencia, antes de su definitiva
desaparición. De ahí la famosa definición aristotélica del cambio: "El
cambio es la culminación [entelékheia] de
lo potencial en cuanto tal".
8. Tipos de cambio.
Cada vez que hay un cambio, una forma se realiza, una potencia se actualiza,
algo nuevo surge. Pero "el surgir se dice de muchas maneras". Lo que
surge del cambio puede ser una nueva entidad, o una nueva cualidad o
localización de una entidad ya existente, etcétera. "Hay tantas especies
de movimientos y cambio cuantas las hay de ser". Hay cuatro tipos de
cambio.
"Lo que cambia siempre según la entidad o según el cuánto, o según el
cuál, o según el lugar". El cambio entitativo o sustancial o esencial es
aquel en que una cosa deja de ser la entidad que era para transformarse en otra
distinta. En el cambio accidental la cosa sigue siendo la misma, pero cambia en
algún aspecto cualitativo o cuantitativo o sencillamente cambia de lugar. En
cualquier caso, esos cuatro son los tipos de cambio distinguidos por
Aristóteles. "Los tipos de cambio son cuatro:o según qué es, o según cuál,
o según cuánto, o según dónde. La generación absoluta y la corrupción
constituyen el cambio según el qué es; el aumento y la disminución, según el
cuánto; la alteración, según la pasión, y la traslación, según el lugar".
..Otra
distinción completamente diferente es la que hace Aristóteles entre cambio
natural y cambio artificial o violento. El cambio natural es el que surge
espontáneamente de la cosa, con independencia de toda intervención humana. El
cambio artificial o violento es el que sólo se da merced a la interferencia
humana. La ciencia física se ocupa de los cambios naturales, mientras que los
cambios artificiales son objeto de los saberes productivos.
El cambio en general se divide en cambio entitativo (generación y corrupción) y
cambio accidental. Este último se divide a su vez en aumento o disminución,
alteración y locomoción. Y cada uno de esos cambios puede a su vez ser natural
y artificial.
El cambio es siempre la sustitución de una forma por otra en un sustrato, la
actualización de una potencia. La forma sustituida puede ser la forma
entitativa, lo que la cosa es, en cuyo caso el sustrato -en este caso, la
materia- deja de tener la forma entitativa que tenía para pasar a tener otra,
deja de ser el tipo de cosa que era para pasar a ser algo completamente
distinto, otra entidad. A este tipo de cambio se le llama generación -desde el
punto de vista de la entidad que aparece- o corrupción -desde el punto de vista
de la entidad que desaparece-. La generación (génesis) es el nacimiento, el surgimiento. La corrupción (phthora) es la muerte, la desaparición,
la destrucción. Pero la generación y la destrucción no constituyen un
misterioso surgir de lo existente a partir de la nada ni un hundirse en la
nada, sino la actualización de una potencia del sustrato. Cuando el animal
muere, pasa de ser un animal a ser un cadáver, su forma entitativa anterior
desaparece, pero el sustrato -la materia- permanece. Todo animal vivo es un cadáver
en potencia. Su muerte es la actualización de esa potencia. La misma materia
pasa a estar organizada o estructurada de otra manera. la misma materia -que
aquí sirve de sustrato- pasa de ser un animal vivo a ser un cadáver. La materia
es el sustrato de todos los cambios entitativos, lo que permanece de las cosas
que se generan y se destruyen. Ello es posible porque la materia es eterna, por
un lado, y porque es potencialidad pura, capaz de adoptar todas las formas, por
otro.
No todo cambio es tan radical como la generación o la destrucción. La mayoría
de los cambios se limitan a sustituir una forma accidental por otra en una
entidad que permanece durante el cambio y le sirve de sustrato. En eso consiste
el cambio accidental.
El cambio cualitativo o alteración es la sustitución de una cualidad por otra
en una entidad, la actualización de una de sus potencialidades cualitativas. La
alteración puede ser natural o artificial.
El cambio cuantitativo consiste en el aumento o crecimiento y en la
disminución, en la sustitución de una cantidad por otra en la entidad, en la
actualización de una de sus potencias cuantitativas. También aquí cabe tanto el
cambio natural como el artificial.
El cambio de lugar o locomoción o traslación consiste en la sustitución de una
forma local por otra, es decir, de un lugar ocupado por la entidad por otro.
Cualquier cosa está potencialmente en cualquier sitio en el que podría estar.
Pero esa potencialidad sólo se actualiza si la cosa se traslada hasta allí, si
realiza el correspondiente movimiento local o locomoción. La traslación de un
lugar a otro puede ser natural o artificial.
8.Las causas.
El saber científico no se limita a constatar la realidad del cambio, a describirlo
y clasificarlo. También pretende explicarlo.
Una explicación es una respuesta a una pregunta que empieza con "¿por
qué?". Las respuestas a dichas preguntas son muy variadas. Por eso hay
muchos tipos distintos de explicaciones. Una explicación indica un porqué, un
factor explicativo. Aristóteles encuentra el origen psicológico de la ciencia
en el asombro que nos produce lo que vemos y en la curiosidad por entenderlo.
Aristóteles expone su teoría sobre la explicación en el libro II de la Física,
dedicado a las aitíai. La palabra
griega aitía (o aitíon, pues ambas emplea Aristóteles) suele traducirse por causa.
Pero la noción aristotélica de aitía
parece ser más amplia de lo que solemos entender por causa, suponiendo -que quizás
es mucho suponer- que entendamos algo preciso bajo esta palabra. De hecho,
Aristóteles dice que hay tantas aitíai
como maneras de decirse el porqué (tò
dià tí).
Aristóteles distingue cuatro tipos principales de factores explicativos: 1) la materia
(hyle), 2) la forma (eidos), 3) el iniciador (kinoun) y 4) el para qué (hou héneka).
Materia y sustrato acaban significando lo mismo. "Llamo materia al
sustrato inmediato de cada cosa, a partir del cual se ha producido básicamente
y no por accidente."
Si el sustrato es lo que permanece en el cambio, la forma es aquello a lo que
se llega con el cambio, la estructura que presenta la cosa tras el cambio.
Aristóteles emplea la misma palabra (eidos)
que había usado Platón para las formas separadas. No usa la palabra idea como Platón para afirmar así que
no hay formas separadas. Admite eidos y no idea. A veces usa sinónimamente morphé.
Las nociones aristotélicas de materia y forma son correlativas. Lo que en un
contexto es materia, en otro contexto distinto es forma. "La materia es
algo relativo, pues a entidos diferentes.
En cuanto a la imagen "sensación debilitada", pero que posee la
ventaja de no requerir la presencia del objeto actualmente, es la condición de
la memoria, la cual permite la reunión de diversos casos particulares y sitúa,
por consiguiente, al pensamiento discursivo (dianoia) en la vía de lo universal. Inicialmente, es en este
sentido como es preciso comprender la fórmula "No hay pensamiento sin
imagen". El hombre necesita imágenes para pensar en el tiempo lo que está
fuera del tiempo.
El intelecto (nous) es una
trascendencia en el alma. La intelección es "el acto común de la
inteligencia y de lo inteligible" (al igual que la sensación es el acto
común del sintiente y de lo sensible). Pero ¿qué es lo que hace pasar
simultáneamente a acto la inteligencia y lo inteligible? No puede ser un
intermediario material, al modo de la luz, que, en el orden de la sensación,
hace simultáneamente visible al color y vidente al ojo. En este caso, lo que
hace pasar la potencia de la inteligencia y lo inteligible al acto común de
intelección no puede ser sino un principio intelectual, y que, además, debe
encontrarse siempre en acto (porque "lo que está en potenotra forma
distinta corresponde otra materia". Este carácter relativo y funcional de
la noción aristotélica de materia la diferencia completamente de la concepción
absoluta de los atomistas.
El iniciador del cambio, frecuentemente traducido como causa eficiente, es el
disparador del proceso, lo que lo pone en marcha (o lo para), el motor, el
causante en sentido usual, el agente.
El para qué (tò hou héneka) o fin (télos) es, como su nombre indica,
aquello para lo que se provoca el cambio, la meta o propósito o función o
misión del cambio. Se opone al azar, que es lo que sucede sin fin ni misión
alguna, para nada.
Los cuatro factores explicativos del cambio son también los cuatro puntos de
vista o factores que nos sirven para analizar la entidad resultante del cambio.
Además del sustrato del cambio, la materia es sustrato de la forma, material
informado por la forma, aquello de que una cosa está hecha o compuesta. En cada
entidad podemos distinguir los materiales o elementos de que está hecha -su
materia- y la estructura que adoptan esos materiales o elementos de ella -su
forma-.
Aristóteles piensa que toda entidad, natural o artificial, tiene una función,
una tarea, un para qué, un telos, un fin. Las cosas artificiales tienen una
finalidad exterior, extrínseca a ellas que les viene conferida por su fabricante,
mientras que las cosas naturales tienen un fin intrínseco, inmanente, que les
viene de su propia constitución. La naturaleza entera está animada de
tendencias hacia fines, aunque sean tendencias inconscientes.
9. El Alma en Aristóteles.
El alma es la forma del cuerpo, ligada por consiguiente a él y desaparece con
él. El alma es la forma de un cuerpo natural, es decir de un cuerpo que posee
en sí mismo el principio de su propio movimiento.
El alma es la forma de un cuerpo natural que posee la vida en potencia, es
decir, de un cuerpo provisto de órganos adecuados para cumplir las funciones
que exige la vida; pero tal vida permanecería únicamente en potencia si el alma
no la mantuviera constantemente en acto (incluso en el sueño). El alma es
definida por consiguiente, como el principio vital mediante el cual el cuerpo
se encuentra "animado" y a falta del cual retorna a la pura
materialidad.
El alma es forma, acto, fin, el cuerpo es materia, potencia, instrumento, lo
que no impide al cuerpo organizado ser él mismo forma, acto y fin en relación
con los tejidos de que está constituido. El alma no es, pues, sino el término
supremo de una jerarquía de formas que explica sucesivamente la cohesión de la
materia especificada (en oposición a la materia primera), del cuerpo físico y
finalmente del ser animado. El alma no es un ser subsistente en sí mismo. La
substancia no es el alma, sino el compuesto de alma y cuerpo.
Hay tres partes del alma humana: vegetativa, sensitiva e intelectiva.
Aristóteles distingue distintas funciones cognoscitivas del alma. Aristóteles
estudia la función intermediaria y mediadora de lo que denomina sentido común,
por una parte, y la imaginación, por otra. Mientras que los sentidos están
ligados a tal o cual órgano que especifica su campo de percepción, el sentido
común es la facultad que permite captar, por una parte, los sensibles comunes
en cuanto tales, que como el movimiento, el número o el tiempo no pueden ser
aprehendidos por un solo sentido; por otra parte, el sentido común, mediante
una especie de examen reflexivo sobre el sujeto sensitivo, autoriza, un poco al
modo de la unidad sintética de la percepción en Kant, la síntesis de los
elementos aportados por scia no pasa a acto más que a través de la acción de
algo que ya está en acto").
Aristóteles distingue de esta manera entre el intelecto agente, que siempre
está en acto y sin el cual nada piensa y el intelecto paciente que siempre está
en potencia.
El entendimiento agente es inmortal, eterno e impasible. Los comentaristas
posteriores han tratado de desentrañar el significado exacto de la noción de
entendimiento o intelecto agente así como sus funciones en Aristóteles. Tomás
de Aquino lo piensa como entendimiento individual en lo que tiene de
trascendente. Alejandro de Afrodisíade interpreta al entendimiento agente como
Acto Puro, esto es, lo que de Dios hay en nosotros. Averroes piensa al
intelecto agente como la unidad de la razón igualmente extendida en todos los hombres.
10. El bien y la felicidad en
Aristóteles.
Todas las decisiones que adoptamos lo son en función de algún fin, de algún
bien que deseamos, que perseguimos. Nadie puede tender al mal a sabiendas. Toda
acción humana está orientada a la consecución de algún bien.
Lo bueno y lo malo de la conducta humana están en función del bien que se
persigue. Toda acción que conduzca al fin del hombre será buena y toda acción
que no conduzca o se oponga o desvíe del fin del hombre será mala.
Hay bienes que lo son por sí mismos y bienes que son medios para otros bienes
más importantes.
¿Existe algún fin incondicionado? Si hubiera un bien que fuera el fin universal
en función del cual eligiésemos los otros fines, ese bien sería el bien supremo
del hombre. Tiene que existir un fin que sea deseado por sí mismo y no
subordinado a otro como medio. El fin último será el Bien supremo.
Este bien supremo es la felicidad (eudaimonía)
El hombre tiende a buscar la buscar la felicidad por sí misma. Todo lo
buscamos por ella. La felicidad es una cierta vida, la buena vida. No hay
acuerdo respecto a en qué consiste la buena vida.
Hay
unos que piensan que el bien supremo es el placer y que entonces la vida feliz
sería la vida voluptuosa. Otros piensan que el bien supremo son las riquezas y
que la vida feliz sería la vida de negocios. Otros consideran que el bien
supremo es la gloria y que la vida buena o feliz es la vida política. Pero
todos ellos se equivocan
Los que buscan los honores tratan con ello de persuadirse a sí mismos de que
son buenos. Pero entonces el verdadero fin sería la bondad y no los honores.
Las riquezas tienen un carácter meramente instrumental, pues nos sirven para
conseguir otras cosas, que son las que de verdad nos importan. Y el bien no
puede identificarse con el placer, pues hay placeres malos y bienes no
placenteros.
De todos modos, es cierto que la ausencia completa de riquezas y placeres es
incompatible con la felicidad, que no consiste en estos bienes, pero los
supone. "Todos creen que la vida feliz es agradable y con razón meten el
placer en la trama de la felicidad...Por eso el hombre feliz necesita de los
bienes corporales y de los externos o de fortuna...Los que afirman que el que
sufre tortura o el que ha caído en grandes infortunios puede ser feliz si es
bueno, no saben lo que dicen".
Eth.
Nic. VII, 1153 b 14.
La felicidad estriba, pues, en una cierta actividad conforme a la areté o virtud perfecta. Y no una
actividad esporádica, sino una que se alargue, "la vida entera, porque una
golondrina no hace verano, ni tampoco un sólo día o poco tiempo hacen a uno
venturoso y feliz". Eth. Nic. I, 1098 a 18.
Resumiendo:
-La felicidad es el fin supremo y coincide con el bien supremo.
-La felicidad es autosuficiente, se desea por sí misma y nunca en orden a otras
cosas.
-La felicidad como bien perfecto, no es para el hombre solitario sino para el
que se relaciona con los demás, porque el hombre es un zoon politikón, un ciudadano (polis=ciudad).
-La felicidad es una actividad del alma que se basta a sí misma y es la
actividad racional.
-La felicidad no es propia de esclavos ni de animales, ni de mujeres, ni de
niños ni de bárbaros, pues requiere una vida entera y una virtud perfecta.
-La felicidad va unida al éxito y al buen obrar y a los bienes exteriores.
-La felicidad es una acción conforme a la virtud perfecta.
11. La areté (virtud).
Vivir conforme a la virtud significa que la razón, la actividad racional, es la
que dirige y regula todos los actos del hombre, toda la conducta humana; en
esto consiste la vida virtuosa.
La virtud es preciso conquistarla día a día, tras largo y penoso ejercicio. La
felicidad consiste fundamentalmente en vivir de acuerdo con las cualidades
propias y características del ser humano. Se trata de vivir conforme a la
naturaleza de cada uno.
Algo es bueno o malo respecto a una función que realice bien o mal, según que
posea o no la correspondiente eficacia o virtud. El buen hombre es el que vive
bien.
La virtud humana consiste en la ejecución de la función propia del hombre.
"La areté humana es el hábito por el cual el hombre se hace bueno y por el
cual ejecuta bien su función propia." Eth. Nic. II, 1106, a 20…
naturaleza, no es innata ni espontánea sino que requiere esfuerzo de la
voluntad; el hábito engendra la costumbre (ethos);
el modo de ser de una persona que se expresa por sus acciones (praxis); es decir, es la postura del
hombre en relación con la realidad circundante: es su modo de estar en el
mundo.
1. La virtud procede del hábito. Ninguna virtud procede de la Phycis. Haciendo
cosas buenas nos hacemos buenos.
2. La virtud es esa fuerza, poder, capacidad, para buscar el bien, la propia
plenitud humana, su propia perfección en todos los terrenos, no sólo en el
moral. Es el cultivo de todas las cualidades personales; por tanto es huida de
la mediocridad.
3. La virtud es un hábito voluntario y libre, que implica deliberación y
elección.
4. La virtud consiste en el término medio entre dos extremos; no se trata de la
media matemática, pues en la Etica no puede exigirse la misma exactitud que en
otras ciencias; este término medio no es ni puede ser uno, ni único, ni
idéntico para todos.
La virtud es esa capacidad racional de saber escoger, según la recta razón (orthos logos) de cada uno, lo que
estime que es el término medio entre dos extremos.
12. Las virtudes éticas.
Los deseos del hombre están o tienen que estar sometidos a la razón. Cuando se
funciona mal, los deseos se descontrolan y escapan al control de la razón. La
virtud o areté moral consiste en el control de la parte volitiva de la
naturaleza humana por su parte pensante.
La volición persigue el bien como fin, y, por tanto, respecto a los fines no
hay deliberación ni elección. "El objeto de la volición es el bien tal
como éste aparece a cada uno". Si uno está enfermo, pervertido o
disminuido, le aparecerá como su bien algo que en realidad no es lo que por su
naturaleza constituye su bien. Por ello lo mejor será fiarse de algún hombre egregio,
un noble varón (spoudaios), entero y
honesto que uno conozca, pues lo que a él le parezca el bien será también lo
que por naturaleza es el bien. "El hombre egregio juzga bien todas las
cosas y en todas se le muestra la verdad...., siendo, por decirlo así, el canon
y la medida de ellas". Eth. Nic. III, 1112 a 28. En cualquier caso,
"no puede ser objeto de deliberación el fin, sino sólo los medios
conducentes al fin". Eth. Nic. III, 1112 b 33.
La voluntad del hombre sano, entero y honrado está naturalmente orientada hacia
su bien y sólo cabe deliberar y decidir sobre los medios para alcanzarlo. No
tiene sentido deliberar ni tomar decisiones sobre asuntos que escapan a nuestro
alcance, sobre cosas que no está en nuestra mano hacer u omitir. Pero cada día
deliberamos sobre si hacer esto o hacer lo otro y decidimos lo que mejor nos
parece. Precisamente, la decisión es un deseo deliberado de cosas a nuestro
alcance. Estas decisiones pueden ser acertadas o equivocadas, buenas o malas,
según que estén o no de acuerdo con el criterio correcto, y en ese hábito
consiste la virtud moral. Una vez adquirido, decidimos bien, sin esfuerzo y con
toda naturalidad.
Decidir es difícil. Fácilmente puede uno pasarse o quedarse corto, y es difícil
dar con el término medio exacto en que consiste la decisión correcta, la
decisión óptima.
A las obras bien hechas no se les puede quitar ni añadir nada, porque tanto el
exceso como el defecto destruyen la perfección, mientras que el término medio
la conserva y se puede errar de muchas maneras, pero acertar sólo de una (y por
eso una cosa es fácil y la otra difícil, fácil errar en el blanco y difícil
acertar).
La virtud o areté moral consiste,
pues, en un hábito de decidir bien y conforme a regla, entendiendo por tal el
apuntar al término medio óptimo entre dos extremos. No es una regla aritmética
entre dos cantidades, que sería una regla precisa. En ética no hay reglas
precisas, sino que mucho depende de cada uno y de sus circunstancias. hay que
buscar el medio que conviene a cada uno. En estos temas hay que adquirir
experiencia de la vida y dejarse guiar por el consejo y el ejemplo de algún
hombre racional, prudente y experimentado (phrónimos).
"La virtud es una disposición a decidir el término medio adecuado para
nosotros, conforme al criterio que seguiría el hombre prudente". Eth. Nic.
II 1106 b 35.
No se nos ofrece ningún criterio o regla abstracta de acción, sino que nos
remite al criterio de algún hombre egregio y prudente, lleno de inteligencia y
experiencia de la vida que conozcamos.
El término medio es entre dos extremos, uno por defecto y otro por exceso, que
constituyen otros tantos vicios.
A cada una de las múltiples funciones volitivas corresponde un medio y dos
extremos. Término medio (mesotés),
vicios por defecto (elléipsis)
exceso (hyperbolé).
Respecto a la búsqueda de placeres corporales hay que huir del vicio por
defecto de la abstinencia o insensibilidad y del vicio por exceso del
desenfreno. La virtud o término medio está en la templanza.
El hombre no tiene la virtud por naturaleza, pero tampoco es la virtud algo
antinatural. Lo que el hombre sí tiene por naturaleza es la potencialidad de la
areté, pero esta potencialidad puede actualizarse o no, y esto depende de cada
uno de nosotros.
El hábito (héxis) en que consiste la
virtud o areté se forma por la repetición de actos. Repitiendo muchas veces
actos virtuosos, tomando una y otra vez la decisión correcta -por reflexión
propia o siguiendo el consejo del hombre prudente y experimentado- vamos
adquiriendo el correspondiente hábito de decidir bien, en que consiste la
virtud, que así se incorpora a nosotros como una segunda naturaleza, que nos
permite decidir bien en lo sucesivo con naturalidad y sin esfuerzo, casi sin
darnos cuenta. Lo mismo pasa con todas las virtudes, no sólo con las morales.
Somos potencialmente buenos y potencialmente malos, poseemos en potencia la
virtud y el vicio. Pero podemos elegir, podemos elegir libremente. Somos
responsables de nuestros hábitos, de qué potencialidad actualicemos.
No hacemos el bien porque seamos buenos, sino al revés, somos buenos porque
hacemos el bien, pues es haciendo el bien como nos hacemos buenos.
Hay defectos congénitos del carácter y del cuerpo. De ellos no somos
responsables y, por tanto, no pueden ser objeto de elogio y censura. Pero los
hábitos adquiridos, las virtudes o vicios, sí pueden ser elogiados o
censurados, pues somos responsables de ellos. "Y no son sólo los vicios
del alma los que son voluntarios, sino en algunas personas también los del
cuerpo, y por eso los censuramos. Nadie censura, en efecto, a los que son feos
por naturaleza, pero sí a los que lo son por abandono y falta de
gimnasia." Eth. Nic. III, 1114 a 22. Por eso somos responsables de
nuestros actos y de nuestros hábitos, por eso está justificado elogiar a los
virtuosos y censurar a los viciosos, y por eso tiene sentido que el legislador
imponga premios y castigos a unos y a otros, para estimular a todos a actuar
bien..
13. Las virtudes dianoéticas.
En el alma humana hay una parte apetitiva o volitiva -el ethos o carácter- y otra parte pensante o cognitiva - la dianoia o razón-. Las virtudes éticas o
morales, las virtudes del ethos, son
hábitos de decidir lo mejor -el mejor término óptimo- conforme a regla en cada
caso. Pero el conocimiento de lo mejor es ajeno al ethos y procede de la dianoia, de la razón. Nuestra razón, a su
vez, funciona correctamente, ejecuta bien su función, cuando posee la areté del
pensamiento, que a su vez puede articularse en una serie de virtudes
dianoéticas o saberes.
dianoia---{funciones contemplativas o
científicas}
{funciones prácticas}
{funciones productivas}
Las funciones contemplativas o científicas del alma consisten en la
contemplación de lo que de necesario, universal e inmutable hay en la realidad.
Tanto las funciones prácticas como las productivas se refieren a lo que en la
realidad hay de variable e interferible, y consisten en la determinación de los
medios óptimos para la obtención de un fin, fin que en el primer caso es
intrínseco a la acción y en el segundo extrínseco, un artefacto. A estos tres
tipos de funciones de la dianoia
corresponden tres tipos de saberes o virtudes dianoéticas: las contemplativas,
las prácticas y las productivas.
Desde el punto de vista ético, las virtudes dianoéticas más importantes son las
prácticas. A la virtud o areté
práctica por excelencia la llama Aristóteles phrónesis, prudencia o racionalidad moral. La virtud moral consiste
en actuar conforme a regla adecuada. La phrónesis
o racionalidad práctica es la encargada de establecer la adecuación de las
reglas, de determinar cuál es el curso de acción a seguir, cuáles son los
medios adecuados para obtener nuestro fin, cuál es el término medio óptimo, que
no peque por exceso ni por defecto. Esto puede hacerse bien o mal. El hábito de
hacerlo bien, de dar en el clavo con facilidad, de encontrar el término medio
óptimo en cada caso, es la prudencia.
Prudencia: 1º individual (se refiere a
uno mismo)
2º
familiar o económica (se refiere a los asuntos del propio hogar).
3º
legislativa o política (que se refiere a los asuntos de toda la polis).
La razón práctica ha de indicar al éthos
lo que ha de hacer, la razón práctica es normativa. Y nuestro éthos, nuestro carácter, nuestros
deseos, han de dejarse controlar y dirigir por la razón práctica. Precisamente
la prudencia o virtud dianoética propia de la razón práctica marca el rumbo de
las virtudes éticas. Y si nosotros mismos carecemos de prudencia, pero queremos
adquirir las virtudes éticas, hemos de seguir las directrices de otro hombre
que sí posea la prudencia, de un hombre prudente.
La prudencia no es una ciencia. La ciencia trata de lo universal, mientras que
la prudencia siempre lo es de lo particular. La prudencia es el resultado de
larga experiencia de lo particular. Por eso los jóvenes carecen de experiencia
y necesitan seguir los consejos de algún varón prudente y experimentado (su
padre, su maestro o algún conocido honrado) Y por eso los jóvenes no sirven
para la política, que es una variedad de la prudencia. "Los jóvenes pueden
ser geómetras y matemáticos y sabios en cosas de este tipo, y, en cambio,
parece que no pueden ser prudentes. La causa de ello es que la prudencia tiene
por objeto también lo particular, con lo que uno llega a familiarizarse por la
experiencia, y el joven no tiene experiencia, porque hace falta tiempo para
adquirirla". Eth. Nic. VI, 1142 a 13…
Las virtudes dianoéticas más elevadas corresponden a la más alta actividad del
hombre. Se trata de las virtudes teóricas dirigidas sólo al saber puro, no dirigido
a la acción. Son las virtudes contemplativas. El bien y el mal de la función
contemplativa es la verdad y la falsedad respectivamente. La razón
contemplativa funciona bien si capta la verdad y funciona mal si yerra y cae en
la falsedad. La virtud o areté de la
razón teórica o contemplativa consistirá, pues, en el hábito de captar la
verdad respecto a lo que de universal y necesario hay en la realidad. Este
hábito o virtud recibe el nombre de sabiduría (sophía).
La sabiduría o virtud dianoética suprema se articula en otras dos virtudes:
intuición intelectual (nous) y
ciencia demostrativa (episteme). La
intuición intelectual es el hábito de captar intuitivamente los principios más
generales que constituyen los axiomas de las ciencias. La ciencia demostrativa
es el hábito de hacer demostraciones correctas a partir de los principios. La
intuición intelectual nos suministra axiomas; la ciencia demostrativa,
teoremas. Juntas constituyen la totalidad de la ciencia teórica, o sabiduría.
14. La vida contemplativa.
¿Para qué sirven las virtudes dianoéticas teoréticas o contemplativas? ¿Para
qué sirve la ciencia teórica? Para nada. La ciencia teórica no sirve para nada,
es un puro lujo, el más excelso de los lujos, el lujo por excelencia del hombre
en su plenitud. La ciencia teórica no es medio para nada, sino que es el fin
último del hombre, pues en ella consiste el alcanzar la felicidad que puede
alcanzar.
El ejercicio de toda actividad produce placer. "El placer perfecciona la
actividad, no como la disposición que le es inherente, sino como cierta
consumación a que ella misma conduce, como la juventud a la flor de la
vida" Eth. Nic. X, 1174, b 32.
El hombre tiene tantos placeres como actividades. Pero hay actividades que se
ejecutan en función de otras, mientras que algunas se realizan por sí mismas, y
éstas son las más valiosas y agradables.
Es absurdo pensar que la vida feliz consiste en el descanso o la diversión,
pues sólo descansamos o nos divertimos para mejor poder realizar alguna
actividad. La felicidad no está en el dormir, sino en el estar activo, con la
actividad más autosuficiente, más buscada por sí misma, más inútil, más
placentera y más divina, aplicada al más perfecto de sus objetos. Pero esa
actividad es precisamente la contemplación, la ciencia teórica. La máxima
felicidad del hombre estriba en vivir dedicado a la contemplación, en la vida
contemplativa.. (bíos theoretikós).
Hacemos la guerra para tener paz. Y nos afanamos en la paz para tener ocio. Ni
la guerra ni la política, ni el afán son fines últimos sino medios para obtener
ocio. ¿Para qué queremos el ocio? Lo mejor a lo que podemos aspirar a
hacer es dedicarnos a la contemplación o ciencia teórica.
"La actividad contemplativa de la inteligencia...no aspira a ningún fin
distinto de sí misma, tiene su placer propio (que aumenta la actividad), posee
la autarquía y el ocio y la ausencia de fatiga y todas las demás
características del hombre dichoso. Esta actividad constituiría la perfecta
felicidad del hombre, si ocupara cada instante de su vida...Tal vida, sin
embargo, sería demasiado excelente para el hombre. No viviría en esa manera en
cuanto hombre, sino en cuanto en él hay algo de divino." Eth. Nic. X, 1177
b 19.
La felicidad del hombre consiste en la vida contemplativa. Por eso los animales
y los niños, esclavos y mujeres, que son incapaces de ella, no pueden ser
felices.
"Hasta donde se extiende la contemplación se extiende también la
felicidad, y los que tienen la facultad de contemplar más son también los más
felices....La felicidad consiste en la contemplación. Sin embargo, el
contemplativo, por ser un hombre, tiene necesidad de bienestar externo, ya que
nuestra naturaleza no se basta a sí misma para la contemplación, sino que
necesita de la salud del cuerpo, del alimento y de los demás cuidados."
Eth. Nic. 1178 b 29.
El ideal de la vida feliz consiste, pues, en tener solucionados los problemas
materiales inmediatos y dedicar el ocio disponible a la ciencia teórica, a la
contemplación de lo que de universal y necesario hay en la realidad.
Al ideal sublime de la vida contemplativa no pueden acceder todos los hombres.
Ni las pasivas mujeres ni los torpes esclavos, ni los artesanos y campesinos,
embrutecidos por el trabajo manual, pueden aspirar a la felicidad suprema.
Tampoco los bárbaros lo pueden conseguir. Sólo en la polis griega es posible
que se desarrolle la vida contemplativa en los mejores hombres, alcanzando la
vida humana su plenitud.
Política.
15. La comunidad doméstica.
El hombre no puede vivir aislado. Sólo en comunidad satisface sus necesidades,
se desenvuelve y actualiza plenamente su forma. Quien vive aislado puede ser
una bestia o un dios, pero no un hombre. F. Nietzsche: o un filósofo.
Toda comunidad tiende a su fin. Y la comunidad más elemental, que es la
comunidad doméstica, tiende al fin más elemental, que consiste en la
satisfacción de las necesidades cotidianas. El saber práctico que tiene la
comunidad doméstica o casa (oikos)
como objeto es la oikonomía, la economía.
La casa o comunidad doméstica es una comunidad compuesta de elementos
heterogéneos, de hombres de diversa edad, sexo y condición. es una unidad
natural u orgánica, orientada a un fin propio, que es su bien y en la que la
función de cada elemento está subordinada a la del conjunto. Por eso ha de
haber un elemento rector.
El elemento rector de la comunidad es el hombre libre adulto, el dueño de la
casa. Los dos elementos regidos son la mujer de la casa, los infantes y los
esclavos. Las relaciones de dominio del dueño de la casa con estos otros
miembros de la comunidad doméstica son naturales pero distintas. El es marido
de su mujer, padre de sus infantes y amo de sus esclavos.
La relación de marido a mujer es natural, no convencional. En todas las
especies animales el macho y la hembra se unen por su tendencia natural a
reproducirse. Del mismo modo tienden a unirse el hombre y la mujer con vistas a
la generación y ello no ocurre en virtud de una decisión, sino por naturaleza.
Una vez constituida así la unión de ambos, en la naturaleza del varón está el
asumir la dirección de la pareja, y en la de la mujer el someterse a ella.
"Tratándose de la relación entre macho y hembra, el primero es superior y
la segunda es inferior por naturaleza; el primero rige, la segunda es
regida". Política, I, 1254 b 13.
La relación del padre con sus infantes es igualmente natural y se parece a la
relación de los antiguos reyes con sus súbditos. El rey era de la misma estirpe
que sus súbditos, pero más venerable que ellos. Así también el padre es de la
misma estirpe que los hijos pero de más edad y prudencia que ellos, y así
destinado por naturaleza a dominarlos por su propio bien.
En toda comunidad doméstica ha de haber quien prevea las necesidades y de las
órdenes oportunas y quien lleve a cabo esas órdenes. "El que es capaz de
prever con el pensamiento es naturalmente jefe y señor y el que puede ejecutar
con su cuerpo esas previsiones es súbdito y esclavo por naturaleza; por eso, el
señor y el esclavo tienen los mismos intereses" Política I, 1252 a 31.
El dueño de la casa tiene la responsabilidad de que la comunidad doméstica
alcance su fin, ha de cumplir con su función, ha de realizar su obra. Pero para
realizar su obra -que en definitiva es la vida y el bienestar- necesita
instrumentos. Los instrumentos pueden ser inanimados o animados. El fin de la
producción es algo extrínseco a ella misma, el producto. El fin de la acción es
ella misma. La vida es acción. Y el dueño de la casa necesita instrumentos para
la acción. Los esclavos son precisamente los instrumentos animados de que
dispone el dueño de la casa para la acción, por eso le pertenecen y forman
parte de las propiedades de él.
Tenemos que señalar que la esclavitud nunca fue en la Antigüedad objeto de
examen, no constituyendo un problema político en sí mismo. La opinión pública y
los pensadores la consideraron constantemente en mayor o menor medida, como un
dato natural que se utiliza sin discutir. Puede proporcionar la materia para
reflexiones morales sin aplicaciones concretas. Para los artífices de sistemas
entra en el campo de la buena administración y no en el de la política. Cuando
Aristóteles trata de este tema es para eludirlo, disociándolo en dos problemas
distintos.
Para Aristóteles el esclavo es una propiedad animada. "Desde el nacimiento
unos seres están destinados a ser
regidos
y otros a regir". Considerado desde el punto de vista de la naturaleza, el
esclavo es al amo lo que el cuerpo es al alma. "Todos aquellos cuyo
rendimiento es el uso del cuerpo, y esto es lo mejor que pueden aportar, son
esclavos por naturaleza, y para ellos es mejor estar sometidos a esta clase de
imperio...Pues es naturalmente esclavo el que es capaz de ser de otro (y por
eso es realmente de otro)".
Pero al lado de la servidumbre natural existe una servidumbre establecida por
ley, que deriva esencialmente del derecho de guerra. Contra ella, reconoce
Aristóteles, se han alzado muchos jurisconsultos, ya que la superioridad
militar no es una razón suficiente para esclavizar a otros, tanto más cuanto
que la guerra misma puede ser injusta. Aristóteles, aun sin admitir totalmente
este punto de vista, parece concluir, al final de un desarrollo bastante
forzado, que no hay más esclavos que los que han sido destinados a la
servidumbre por naturaleza. El trabajo de Aristóteles es significativo. Reduce
el problema de la esclavitud, por una parte, a un dato natural que se excluye
por eso mismo de la política, y, por otra, a accidentes individuales que se
imputan a las vicisitudes de la Historia y que se pueden intentar paliar.
El esclavo por naturaleza carece de la inteligencia adecuada para conocer y
ordenar las cosas con prudencia y sabiduría. Sólo dispone de su fuerza
corporal, como los animales domésticos, de los que se diferencia porque posee
alguna inteligencia, la suficiente para entender y acatar las órdenes.
Esclavo se dice de dos maneras: por naturaleza y por ley o convención. A veces
-como consecuencia, p.ej. de una guerra entre helenos- hombres que por
naturaleza son libres y hechos para el mando y la política caen prisioneros y
son reducidos al status de esclavos. Tienen cuerpo y alma de libres, pero por
convención y ley de guerra pasan a ser esclavos. Lo mismo ocurre con los
libres. Hay quien legalmente anda libre por ahí, pero cuya falta de
inteligencia y prudencia lo hacen ser esclavo por naturaleza. En general, los
helenos son libres por naturaleza, mientras que los bárbaros son esclavos por
naturaleza" Aristóteles afirma que "el amo y el esclavo que por
naturaleza merecen serlo tienen intereses comunes y amistad recíproca".
Política, I,1255 b 12.
16. La polis.
La polis es una comunidad natural, no artificial. Es por naturaleza. Es algo
que pertenece a la naturaleza misma del hombre, a esa sociabilidad natural del
hombre, a esa capacidad natural o inclinación natural que tiene el hombre a
asociarse, a ser social, a integrarse en una polis, a ser zoon politikón, animal político. El hombre tiene una tendencia
innata a lograr su propia perfección en la polis, no podrá alcanzar su bien y
su felicidad si no es en la polis, es decir, nunca aislado o en solitario, sino
en un lugar que es su lugar natural, que es la ciudad. Ser hombre es lo mismo
que ser ciudadano (polites).
El origen natural de la ciudad se puede poner en la casa; pero entendiendo por
casa la comunidad doméstica que cubre las necesidades básicas, cotidianas del
hombre. El individuo engendra la familia, ésta se instala en la casa, luego
viene la tribu, después la aldea, y por fin la polis. Un conjunto
autosuficiente de aldeas da lugar a la polis. La polis es el resultado de las
necesidades humanas. La polis existe por naturaleza. El hombre tiene que vivir
en una polis si quiere desarrollarse plenamente. La casa y la aldea tienen que
formar parte de una polis si han de alcanzar sus fines. De hecho la polis es el
fin de las comunidades inferiores, que sólo en ella pueden encontrar su
perfección. No sólo existe la polis naturalmente, sino que es por naturaleza
anterior y más importante que el individuo y la familia.
Los otros animales tienen voz (phoné),
y con ella pueden expresar y comunicarse su placer y su dolor, que es algo
subjetivo. Pero los hombres tienen además capacidad lingüística, pueden hablar
y así comunicarse unos con otros sobre lo justo y lo injusto, lo conveniente y
lo perjudicial, etc., pudiendo así llegar a un acuerdo objetivo sobre tales
cuestiones. Tal acuerdo se plasma precisamente en las leyes de la ciudad. En
resumen, el hombre posee por naturaleza la capacidad lingüística, que sólo
encuentra uso y función adecuadas en la convivencia política, en la vida de la
polis. Y es que el hombre está hecho para vivir en ella. Ser miembro de la
polis, como hablar o tener ojos es parte de la naturaleza humana.
Los hombres aspiran a vivir del mejor modo posible y por tanto a convivir. La
polis existe para posibilitar la vida plena, que es vida de convivencia. La
polis es una unidad orgánica, estructurada en clases sociales distintas, pero
cuyas funciones están integradas. La unidad de la polis estriba en su estructura,
en su constitución.
Hablando de lo justo y de lo injusto a lo largo del tiempo, los ciudadanos
llegan a un acuerdo básico que constituye la ciudad: es su constitución (politeía). Por eso, cuando la
constitución cambia, la ciudad pasa a ser otra. Una polis es, pues, un conjunto
de ciudadanos suficiente para vivir en autarquía y dotado de una constitución.
La felicidad,que es el fin del Estado, no es alcanzable para muchos de los
hombres. Solamente los ciudadanos libres, los que no son esclavos, pueden
alcanzarla. Porque en la ciudad no todos son iguales. No son ciudadanos todos
aquellos sin los cuales no podría existir la ciudad. Mujeres, esclavos,
obreros, etc.,. Son elementos subordinados.
"La justicia consiste en la igualdad, y así es; pero no para todos, sino
para los iguales; y se piensa que la desigualdad es justa, y así es, pero no
para todos, sino para aquellos que son desiguales". Política, III, 9, 1280
a.
Aristóteles no concede el derecho de ciudadanía a todos los elementos que
componen la ciudad; excluye a los esclavos y a las mujeres.
"Hay algunas mujeres y hembras de otros animales, como los caballos y los
bueyes que tienen suma propensión a dar hijos semejantes a sus progenitores,
como la yegua llama Justa, en Farsalo". Política, II, 3, 1262 a, 23.
"Si las mujeres son comunes y la propiedad privada, ¿quién se cuidará de
la casa, como del campo los hombres? ¿Y si son comunes las propiedades y las
mujeres de los labradores? Es también absurdo deducir de la comparación con los
animales que las mujeres deben ocuparse de las mismas cosas que los hombres,
porque los animales no tienen que administrar la casa" Política, II,5,
1264 b , 1-5.
También excluye a los artesanos, labradores, y mercaderes, de los que dice que
es preferible que sean esclavos.
Sólo los que no trabajan son ciudadanos en sentido fuerte: "Ellos son los
ciudadanos, ya que los obreros no participan de la ciudad ni ninguna otra clase
que no sea productora de virtud." Política, VII,9, 1329, a,20.
La función del ciudadano es hacer política, y en tiempo de guerra también es
combatir con las armas. El buen ciudadano ha de poseer la areté política, ha de
saber mandar y obedecer, y ha de poseer las virtudes correspondientes a la vida
política, en especial la justicia. La justicia es la principal virtud del
ciudadano. La justicia consiste fundamentalmente en dos cosas: en la obediencia
a las leyes de la ciudad y en tratar al resto de los ciudadanos como a iguales
a uno mismo. La naturaleza humana sólo alcanza su plenitud en el ciudadano,
hombre adulto, libre y cabal, dotado de razón, capaz de mandar y obedecer, y
que dispone de ocio suficiente para dedicarse a las actividades superiores: la
política, si es necesario la guerra y si es posible, la filosofía.
17. Los regímenes políticos.
Aristóteles distingue tres tipos de Constitución, según el número de los
gobernantes -monárquica, aristocrática y democrática- teniendo cada una forma corrompida
-tiránica, oligárquica y demagógica-
Hay seis regímenes políticos.
Sistemas justos:
*Monarquía o gobierno de uno solo.
*Aristocracia, o gobierno de los
mejores.
*Democracia, o gobierno del pueblo.
Sistemas injustos:
*Tiranía, o desviación de la monarquía.
*Oligarquía, o desviación de la
aristocracia.
*Demagogia, o desviación de la
democracia.
En las buenas Constituciones o regímenes el gobierno se ejerce en beneficio de
los gobernados: tal es el criterio que separa ambas series.
La monarquía es el gobierno de un sólo hombre, el más noble, que gobierna con
el consentimiento del pueblo y respeta las leyes.
La tiranía es el gobierno de un solo hombre que se ha hecho con el poder por la
violencia y gobierna sin el consentimiento del pueblo y sin respetar las leyes
de la ciudad.
La aristocracia es el gobierno de los ciudadanos mejores y más virtuosos elegidos
por y entre los de mejor linaje.
La oligarquía es el gobierno de los ciudadanos más ricos.
La democracia moderada es el gobierno de todos los ciudadanos, pero sometido a
las leyes consuetudinarias.
La democracia extrema o demagógica es el gobierno de todos los ciudadanos sin
respeto a las leyes; en la práctica gobierno de los demagogos, que agitan a los
pobres, que son mayoría.
Aristóteles piensa que en su tiempo ya no quedan monarquías ni aristocracias.
Sólo hay tiranías. No hay aristocracias, pues es difícil encontrar los hombres
virtuosos, mientras que en todas las ciudades hay ricos. La tiranía,
finalmente, abunda demasiado, pero no puede considerarse como un tipo de
constitución, sino más bien como la falta de constitución. Es, desde luego, el
peor de los regímenes políticos. Por tanto, en la práctica, los regímenes
políticos interesantes se reducen a dos: oligarquías y democracias.
En la democracia gobiernan todos los hombres libres, todos los ciudadanos. En
la oligarquía sólo los ricos.
Es evidente que estas clasificaciones no satisficieron a Aristóteles
profundamente. En efecto, el número puede no significar gran cosa. Una
Constitución puede tener una etiqueta oligárquica o democrática y ser aplicada
prácticamente en direcciones opuestas; la democracia puede disimular una
oligarquía al servicio de los ricos; una oligarquía de censo muy bajo puede
compararse con una democracia; una democracia en la que la masa es virtuosa puede
ser una aristocracia; o puede convertirse en tiranía si la ley no es respetada.
En realidad, pues, las formas de constitución son infinitamente numerosas, ya
que pueden ser eclécticas, o variar también según se trate de comunidades de
predominancia agrícola o urbana. Por consiguiente, Aristóteles se da cuenta de
la diversidad de las combinaciones; no ha de sorprendernos la diversidad
de clasificaciones que se encuentran en su obra. A Aristóteles lo que le
importa es el funcionamiento político real de los diversos regímenes, incluidas
las trampas y triquiñuelas de las que se sirven los diversos grupos en la
sociedad. Lo importante de las leyes -más incluso que sean buenas- es que
duren, pues sólo la duración les confiere el prestigio social y el carácter
consuetudinario necesarios para que inspiren respeto. Igualmente, el problema
del régimen político ya no es de cuál sea el mejor, sino el de cuál resulte más
duradero. Y si uno es oligárquico o democrático, debe preocuparse más de hacer
el régimen duradero, aunque sea aguándolo, que de derrocarlo por tratar de
hacerlo demasiado puro. Muestra preferencia más que por un género puro, por un
género mixto o, en todo caso, mezclado, al que llama Constitución
"verdadera" o "Constitución política" y puede ser definido
o como una democracia próxima a la oligarquía o como una oligarquía vecina a la
democracia.
Todo su pensamiento político converge hacia esa elección. Lo peor que le puede
pasar a una ciudad no es tener un régimen u otro, sino el estar sometida a
continuas sediciones, golpes de mano y revoluciones. Hay que evitar la
sedición. La sedición tiene por causa la desigualdad. Los unos, porque son
iguales en cuanto libres, quieren ser también iguales en todo lo demás. Los
otros, porque son desiguales en riqueza, quieren serlo también políticamente.
Cuando los primeros son muchos y muy pobres y los segundos son pocos y muy
ricos, esta extrema desigualdad conduce a la envidia de los primeros y al
desprecio de los segundos, e impide la concordia y la amistad entre los
ciudadanos, con lo que las semillas de la sedición están plantadas. La historia
de tales ciudades es una continua y larvada guerra civil. Si queremos
estabilidad, hemos de evitar los extremos, hemos de formar, fomentar la clase
media.
Aristóteles desea una constitución en la que prevalezca la clase media. Esta
clase asegura la estabilidad al Estado, permanece fiel a las leyes y desconfía
de los arrebatos pasionales. No trabaja en su solo interés, sino en el de todos
los gobernados. Por consiguiente, es la clase predispuesta por excelencia para
administrar los negocios públicos. Lo mejor está siempre en el término medio.
El mejor régimen será una mezcla de
oligarquía y democracia en una polis donde la mayoría de los habitantes
pertenezcan a la clase media.
Para participar en el gobierno sólo se exigirá una riqueza moderada que será
poseída por la gran mayoría. Los cargos serán electivos, no por sorteo. Y se
tratará de que las leyes duren, pensándoselo dos veces antes de cambiar alguna.
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