viernes, 27 de enero de 2017

El filósofo y el político




Según Platón son filósofos aquellos que pueden alcanzar lo que se comporta siempre e idénticamente del mismo modo. El no-filósofo, sumergido en la doxa, deambula por la multiplicidad de los fenómenos. Pasa su vida en la doxa. El filósofo ama toda la realidad, esto es, las Ideas. Ama el saber desinteresadamente, amasa conocimientos y ama la verdad. Será morigerado. No necesitará en ningún caso ser controlado y dirigido por otros.

El filósofo no tiene miedo a la muerte. Aprende con facilidad. Está dotado de buena memoria. Es valiente.

Los filósofos más razonables, más racionales y rigurosos son inútiles para la plebe. El filósofo no debe ir suplicando al vulgo que le permitan gobernarlos por su bien. De todos modos lo más terrible que sobreviene a la filosofía es el desprestigio que tiene debido a la conducta y calidad teórica de los que dicen que se ocupan de la filosofía. El desprestigio de la filosofía proviene de aquellos que dicen dedicarse a ella. Frente al filósofo está el filodoxo, el amante de las opiniones o filotheamón, el amante de los espectáculos, vamos, el sofista, que no hace otra cosa que enseñar lo que la multitud prefiere , las convicciones del vulgo y a eso los sofistas lo llaman ciencia. La multitud no es filósofa.

Según Platón la autoridad política debe fundarse en la verdad, esto es, en la filosofía porque el saber y el poder político deben ir unidos si queremos un gobierno o un Estado eutáxico. La fuerza está subordinada a la ciencia. El verdadero filósofo es el verdadero hombre de Estado. Sólo el filósofo cuenta con la legitimidad política derivada de su saber absoluto e indubitable, sistemático, objetivo, científico, racional.

En el “Político” Platón señala que la función política exige aptitudes especiales. La ciencia política es la ciencia real, la ciencia del mando, epitaktiké, es una tekhné. La ciencia de la distinción es la base de este saber político, critiké tekhné la llama Platón. Sólo una élite filosófica posee este saber.

El buen gobierno será pues el gobierno de la razón y de la ciencia. La superioridad de la ciencia sobre la legislación queda así establecida por Platón. El gobierno perfecto no requeriría leyes, sino ciencia. La ciencia es el único criterio válido para establecer un gobierno perfecto.

Como tales situaciones perfectas no existen, resulta entonces que la ley es la única garantía de buen gobierno en los gobiernos imperfectos. En este terreno el interés público debe prevalecer siempre sobre la voluntad arbitraria del individuo. Leyes, ÇX, 923 a-b.

En las Leyes Platón sostiene que el régimen mixto de monarquía y de democracia sería el régimen ideal. Un tirano joven aconsejado por un viejo sabio y prudente sería la mejor dirección política.

No renuncia Platón nunca al gobierno del saber de todos modos. El titular de la soberanía es un Autócrator, un señor absoluto.  No hay orden político o legal que sea superior al saber absoluto. Si hay verdad absoluta, hay poder absoluto.

Este gobierno del saber determinó en la República de Platón la idea de una poesía de Estado y de una música de Estado determinadas y establecidas de una vez para siempre.

Por eso deben ser los filósofos quienes gobiernen el Estado. El gobierno ideal platónico es una sumisión total al control filosófico.

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