Según Platón son filósofos aquellos que pueden
alcanzar lo que se comporta siempre e idénticamente del mismo modo. El
no-filósofo, sumergido en la doxa, deambula por la multiplicidad de los
fenómenos. Pasa su vida en la doxa. El filósofo ama toda la realidad, esto es,
las Ideas. Ama el saber desinteresadamente, amasa conocimientos y ama la
verdad. Será morigerado. No necesitará en ningún caso ser controlado y dirigido
por otros.
El filósofo no tiene miedo a la muerte. Aprende con
facilidad. Está dotado de buena memoria. Es valiente.
Los filósofos más razonables, más racionales y
rigurosos son inútiles para la plebe. El filósofo no debe ir suplicando al
vulgo que le permitan gobernarlos por su bien. De todos modos lo más terrible
que sobreviene a la filosofía es el desprestigio que tiene debido a la conducta
y calidad teórica de los que dicen que se ocupan de la filosofía. El
desprestigio de la filosofía proviene de aquellos que dicen dedicarse a ella.
Frente al filósofo está el filodoxo, el amante de las opiniones o filotheamón,
el amante de los espectáculos, vamos, el sofista, que no hace otra cosa que
enseñar lo que la multitud prefiere , las convicciones del vulgo y a eso los
sofistas lo llaman ciencia. La multitud no es filósofa.
Según Platón la autoridad política debe fundarse en
la verdad, esto es, en la filosofía porque el saber y el poder político deben
ir unidos si queremos un gobierno o un Estado eutáxico. La fuerza está
subordinada a la ciencia. El verdadero filósofo es el verdadero hombre de
Estado. Sólo el filósofo cuenta con la legitimidad política derivada de su
saber absoluto e indubitable, sistemático, objetivo, científico, racional.
En el “Político” Platón señala que la función
política exige aptitudes especiales. La ciencia política es la ciencia real, la
ciencia del mando, epitaktiké, es una tekhné. La ciencia de la distinción es la
base de este saber político, critiké tekhné la llama Platón. Sólo una élite
filosófica posee este saber.
El buen gobierno será pues el gobierno de la razón y
de la ciencia. La superioridad de la ciencia sobre la legislación queda así
establecida por Platón. El gobierno perfecto no requeriría leyes, sino ciencia.
La ciencia es el único criterio válido para establecer un gobierno perfecto.
Como tales situaciones perfectas no existen, resulta
entonces que la ley es la única garantía de buen gobierno en los gobiernos
imperfectos. En este terreno el interés público debe prevalecer siempre sobre
la voluntad arbitraria del individuo. Leyes, ÇX, 923 a-b.
En las Leyes Platón sostiene que el régimen mixto de
monarquía y de democracia sería el régimen ideal. Un tirano joven aconsejado
por un viejo sabio y prudente sería la mejor dirección política.
No renuncia Platón nunca al gobierno del saber de
todos modos. El titular de la soberanía es un Autócrator, un señor
absoluto. No hay orden político o legal
que sea superior al saber absoluto. Si hay verdad absoluta, hay poder absoluto.
Este gobierno del saber determinó en la República de
Platón la idea de una poesía de Estado y de una música de Estado determinadas y
establecidas de una vez para siempre.
Por eso deben ser los filósofos quienes gobiernen el
Estado. El gobierno ideal platónico es una sumisión total al control
filosófico.
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