En
el siglo XX, siglo ideológico por excelencia, los cambios ideológicos de los
individuos han sido frecuentes en Occidente. Normalmente los cambios son desde
el socialismo, comunismo, anarquismo hacia el fascismo, conservadurismo o
liberalismo. El camino opuesto es difícil y se da poco estadísticamente
hablando. Mayoritariamente se va de izquierda a derecha y casi nunca de derecha
a izquierda. Esto nos indica de alguna manera que tal movimiento y en ese
sentido precisamente indica el movimiento de la sensatez y del buen sentido. Se comienza siendo un ingenuo o ignorante
idealista y sentimental y romántico y la
ilustración determina el decantamiento por las opciones sensatas y razonables,
realistas. Es un movimiento tan frecuente, que nos dice mucho a favor de ser
liberal, conservador y de orden como
alternativa política realista y adaptada al capitalismo de mercado pletórico de
bienes de las sociedades políticas democráticas occidentales, ya sean éstas
parlamentarias o presidencialistas. Como decía Willy Brandt, “Quien de joven no
es comunista, es que no tiene corazón. Quien de viejo es comunista, es que no
tiene cabeza.”
En
“El desencanto” de Andrew Anthony,
Planeta, 2009, Barcelona, 376 páginas un ex progresista británico nos
cuenta su proceso de cambio ideológico en dirección al liberalismo conservador
y de orden a raíz de un acontecimiento decisivo: los ataques aéreos suicidas
musulmanes contra las Torres Gemelas de Nueva York el día 11 de septiembre de
2001. Andrew Anthony descubre aquí el verdadero rostro humano de los progresistas
o revolucionarios: Son antinorteamericanos y proislámicos. El odio irracional
hacia los EE.UU. por parte de los progresistas y de los reaccionarios de todo
tipo suscita la curiosidad. Cuando tienen lugar los ataques del 11 de
septiembre de 2001, la prensa izquierdista-progresista, socialdemócrata
sostiene que los EE.UU. son los culpables de lo que les ha pasado. La gran
mayoría de las opiniones publicadas son antinorteamericanas. Andrew Anthony
contempló cómo se le derrumbaban sus ídolos uno tras otro: el antiamericanismo,
el odio a Israel, el relativismo moral y cultural y los tópicos ideológicos
progresistas que desembocan en un lenguaje políticamente correcto. “Yo no podía
cuestionar estas verdades adquiridas sin poner en cuestión mi propia identidad.
Y me sentía demasiado cómodo viéndome a mí mismo como un hombre de bien,
alguien que piensa lo que hay que pensar, como para arriesgarme a desbaratar
esa imagen.”[1] Estos cambios algunas
veces pueden resultar traumáticos desde el punto de vista de la psicología y de
la psiquiatría. Es incómodo reconocer que se ha metido la pata, que se ha
equivocado uno radicalmente, que se ha vivido engañado, en el error. “En cierto
sentido, el 11 de septiembre fue el último asalto, una afirmación mortífera de
una nueva realidad, o más bien una realidad que ya existía pero que preferíamos
no ver. Durante muchos años yo había absorbido una noción del progresismo que
era pasiva, derrotista, impregnada de culpa. Los sentimientos de culpa
dominaban mi visión del mundo: culpa por el pasado colonial, culpa por ser
blanco, culpa por ser de clase media, culpa
por ser británico.”[2]
Cuando
se es progresista, uno se ve obligado a reinterpretar la realidad desde la
Weltanschauung progresista y si los hechos no se ajustan a tales interpretaciones,
pues peor para los hechos. Cuando los hechos desmienten las valoraciones
progresistas, se vive en un estado de autorrepresión permanente, autocensura
para evitarse uno a sí mismo el mirar a la verdad cara a cara y sin máscaras.
Es una situación neurótica o paranoica desde un punto de vista psicológico la
que vive el individuo poseído por el progresismo. Se vive en una negación
consciente o inconsciente de los hechos. El progresista vive intentando imponer
a la realidad su concepción del mundo y autoengañándose al respecto y
diciéndose a sí mismo que todo está bien y es correcto. Finalmente, el progre
se calla y guarda silencio para evitar la contradicción. Se forma una capa
coriácea, una coraza para aislarse de
evidencias desagradables. La ideología constituye la subjetividad del
individuo. “Para muchos de los que gustan de considerarse amplios de miras, la
visión progresista de izquierdas se ha convertido casi en una segunda
naturaleza. Más reflexiva que reflectante, es una actitud que ha logrado
sofocar el debate entre la gente de izquierdas. Y es más, como esa actitud es
nebulosa, ya que para la mayoría no va ligada a ninguna doctrina concreta, es
elástica y adaptable. Precisamente porque tiene ese pequeño margen de maniobra,
el pensamiento liberal de izquierdas ha sobrevivido a los estragos del
comunismo, al hundimiento del comunismo y al triunfo de la economía de mercado
sin tener que revisar seriamente sus presupuestos.”[3]
Andrew Anthony sin embargo se autodescribe como un liberal de izquierdas, a
pesar de que ya ha cruzado el rubicón de una posición antiprogresista. Andrew
Anthony se siente culpable de izquierdas. Los izquierdistas se sienten
culpables. Tienen que sentirse culpables. “Es tan esencial para la sensibilidad
progresista occidental que, en nuestros países, ser de izquierdas y no sentirse
culpable es un oxímoron, como ser filántropo y no tener dinero o ejercer de
puta y ser casta.”[4] En el fondo, ser de
izquierdas es sentirse culpable o, como diría Nietzsche, ser un resentido.
Un
varón blanco, británico, debe sentirse culpable por ser un privilegiado
explotador y gozar de ventajas inmerecidas. Sin embargo, Andrew Anthony era un
blanco británico de origen humilde, así que no gozaba de tales ventajas que
hacían que se sintiera culpable como todo buen progre.
Empezó
a estudiar en el Instituto en 1973. Es la época de la moda consistente en
adoctrinar a la gente en la enseñanza, época, no se olvide, en la que aún
vivimos. No se trata de corregir la ortografía, sino las injusticias sociales.
De ahí viene la estúpida expresión “Enseñanza compensatoria” consistente en que
se consuela al alumno respecto de su situación social con la enseñanza. No te
podemos hacer rico, pero mira, te vamos a compensar con un cursillo adecuado.
Esta moda progre sigue existiendo en España dominando la enseñanza. Como bien
dice Andrew Anthony, la enseñanza secundaria, era una especie de enseñanza
rebajada para las clases subalternas. Esto se puede predicar exactamente también de la enseñanza secundaria realmente
existente en la España de hoy. En el instituto no se cultivaba la excelencia ni
la competitividad. Lo único que se podía hacer en el instituto era pegarse.
Violencia entre los alumnos y violencia contra los profesores. Es la enseñanza
progresista avanzada. “Se podría describir a la mayoría de los profesores como
progres bienintencionados, aunque no particularmente trabajadores y
manifiestamente poco dotados para la docencia.”[5] Por
lo demás, no se apreciaban en su ambiente social de clase obrera las palabras eruditas ni la elocuencia.
“A
los quince años el orientador escolar me aconsejó que me hiciera carrocero en
un taller local de reparación de coches. Esto no me facilitaba el acceso a una
clase económica distinta.”[6]
Estaba clara la cosa para este hombre entonces. Era una disyuntiva clara: “Así
pues, la bifurcación ante la cual me encontré a los quince o dieciséis años fue
más una cuestión de perspectiva social que de movilidad social. La decisión era
si mantenerme fiel a mi ambiente, encerrado en mí mismo, bibliofóbico, saturado
de televisión, vagamente racista, sin ambiciones intelectuales, centrado en el
pub y pasivamente resentido, o adoptar formas de relacionarme con el mundo más
acordes con las de mis nuevos amigos pijos, que eran permisivos, abiertos,
amantes de los libros, de las nuevas experiencias, fumadores de hierba,
inquisitivos y antirracistas.”[7]
Este
hombre desdichado se hizo progresista. En su barrio nadie tenía la sensación de
que debía pedir disculpas por ser blanco y británico. Ser negro era lo mejor.
Ser blanco era ser frío, aburrido y seguro. Empezó pues, a ver a los negros
como a víctimas. Comenzó a tener amigos burgueses blancos que admiraban a los
negros como portadores de todos los valores positivos. Tuvo que empezar a
trabajar en los almacenes Harrods y posteriormente, a los veinte años volvió a
la escuela. Allí la prioridad era la ideología y lo último el trabajo. Vamos
que ya estaba introducido en la política izquierdista, revolucionaria,
progresista, sí, vamos todo ese mundillo de la extrema izquierda. Hacia finales
de los años ochenta, Andrew Anthony advierte que las izquierdas, sobre todo la
socialdemócrata, representada por el Partido Laborista, han perdido ya la fe en
la clase obrera, que no existe, por lo demás y que admiten que la sociedad está
fragmentada en grupos de intereses distintos y contradictorios entre sí.
A
mediados de los años ochenta, Andrew Anthony se licencia en Historia y Ciencias
Políticas y se marcha a Nicaragua a hacer turismo revolucionario. Todo se reducía
a la consigna política nicaragüense “patria o muerte”. Eso simplificaba las
cosas. Así que decidió ir para luchar contra el imperialismo occidental y
contra la injusticia.. En la brigada de trabajo británica había de todo tipo de
individuos desde el punto de vista ideológico. “Uno de los principales blancos
de nuestras críticas eran los miembros de la brigada que se habían erigido en
“policía cultural del imperialismo”. Era la gente que constantemente advertía
contra la influencia corruptora que el comportamiento de la brigada podía
ejercer sobre la población local.”[8] O
bien se creía a los sandinistas o bien no se les creía. Se buscaba creer a los
sandinistas por razones ideológicas y de partido. “En “Recuerdos de la guerra
civil.” , Orwell escribió: “Pero lo que me impresionó y me ha impresionado
siempre desde entonces, es que uno sólo se cree o duda de las atrocidades
basándose en sus preferencias políticas. Todo el mundo se cree las atrocidades
del enemigo y se niega a creer las del propio bando, sin molestarse siquiera en
examinar las pruebas.”[9]
Tras
retornar a Gran Bretaña, Andrew Anthony llega a ser periodista. Es con los
atentados del 11 de septiembre de 2001 cuando sus convicciones ideológicas
progresistas se van derrumbando paulatinamente. Es éste un proceso largo, de
conversión o de desprogramación. “El proceso de cambiar la propia mentalidad
pocas veces es una conversión tan rápida como la de Damasco. Normalmente, hay
demasiado orgullo intelectual y demasiada inversión social o profesional como
para echar al cubo de la basura unas ideas que uno ha mantenido durante mucho
tiempo. Incluso cuando ya no podemos persuadirnos a nosotros mismos de la
validez de un argumento, muchas veces nos resistimos a abandonar una posición
desacreditada porque hacerlo llevaría consigo desertar de nuestra tribu
ideológica. Parece desleal, parece una traición a unas ideas compartidas.”[10] Uno
de estos tópicos ideológicos de los progresistas era la tesis del
multiculturalismo. El multiculturalismo sostiene que en la sociedad
multicultural no hay una cultura dominante, sino una multiplicidad de culturas
yuxtapuestas y cerradas entre sí como esencias megáricas con sus propias
costumbres, moral, y leyes incluso. “La
idea de que en el toma y daca del intercambio cultural los recién llegados
estaban obligados a tener en cuenta las costumbres y valores locales se tachaba
casi de racismo soez.”[11] El
caso de Salman Rushdie es un caso terrible que indica en qué consiste el Islam
y sus consecuencias prácticas. “Sí. Un ciudadano británico estaba amenazado de
muerte en su país, obligado a vivir las veinticuatro horas del día bajo
protección policial, porque un líder religioso iraní –un hombre que había
escrito sobre temas de tanta enjundia como en qué condiciones estaba permitido
practicar el sexo con una cabra- había declarado que el novelista tenía que
morir por haber descrito en su novela una determinada secuencia de un sueño
ficticio.”[12]
Otro
tópico del progresismo es el asunto del racismo. “La raza es el fantasma de la
máquina social. Todo el mundo sabe que está ahí, pero nadie, a pesar de los
denodados esfuerzos es capaz de atraparlo, y menos aún de “tratar” con él.”[13] Los
progresistas creen que la raza es un invento ideológico. Los progresistas no
reconocen diferencias objetivas entre los diversos individuos humanos. En las
escuelas ha habido iniciativas antirracistas y difusión y propaganda de la
conciencia de la diversidad. Sin embargo, “pese a la aparente disminución del
racismo, los chicos afrocaribeños obtienen resultados notablemente peores,
sobre todo si se les ante la leycompara con el rendimiento académico de los
chicos de otros grupos étnicos, como los indios y los chinos.”[14]
Según
los progresistas, la explicación es muy sencilla: el racismo no ha disminuido.
Existe y es más sutil e igualmente a nivel institucional es igual de pernicioso
que el racismo explícito que existía antes. Apelar al racismo para explicar
estas diferencias es simplón y zafio. Los antirracistas siguen insistiendo y
actualizan la definición de racismo. Ya no se trata de la discriminación,
puesto que ya es inexistente. Ahora el racismo es tratar a todo el mundo igual.
Lo racista es no discriminar. Se introduce así la discriminación positiva, como
si la discriminación fuese alguna vez positiva.
El
tema de la delincuencia y de la violencia ha contribuido también a despertar de
su sueño dogmático a Andrew Anthony. Los progresistas dicen que el delincuente
es bueno, es un buen salvaje. La causa de su actitud delincuencial es social,
económica, política. El delincuente no es la causa de la delincuencia. Es
inocente. Los hechos sin embargo contribuyen más bien a derrumbar su tesis.
“Desde principios de los ochenta había habido un debate acalorado entre los
criminólogos sobre la eficacia de la teoría llamada del “cristal roto”. George
Kelling y James Wilson, dos criminólogos americanos, fueron quienes
popularizaron la idea. Aducían que los barrios que parecen descuidados o
abandonados son más fácilmente objetos de delitos. Según Kelling, los
delincuentes “se envalentonan por la falta de control social”. Por eso se
aconseja a la policía que actúe contra las conductas antisociales –grafitis,
coches abandonados, los famosos cristales rotos- en un esfuerzo por prevenir la
escalada hacia delitos mayores.”[15] Este
enfoque se consideraba conservador pero su adopción por varias ciudades de los
EE.UU. tuvo un gran éxito. Esto a escandalizado mucho a los criminólogos
progresistas. El problema es que los progresistas en el tema de la delincuencia
están más con el delincuente y el delito que con la víctima del delito. No
tienen nada que ofrecernos a los individuos de clase media frente al delito. La
mayoría de las víctimas de los delincuentes por lo demás, son pobres. El
progresista se cruzará de brazos y aceptará la fatalidad del delito. No será
partidario jamás de tomar medidas duras, ni de la tolerancia cero frente al
delito y los actos antisociales.
El
Islam es la única religión de la Tierra que preconiza el Yihad o guerra santa,
esto es, la conquista del mundo para conseguir que todos los hombres se hagan
musulmanes. En Gran Bretaña, la tolerancia religiosa hacia el Islam se ha
convertido en fomento del Islam. El Estado británico subvenciona escuelas
islámicas. Como Gran Bretaña tiene más de cinco millones de musulmanes, conviene
observar lo que ha pasado y pasa allí para ver si podemos aprender algo de
ellos. Se denomina islamofobia por parte de los islamistas a todo aquello que
no es favorable al Islam. Cuando no se siguen las consignas proislámicas,
entonces se es islamófobo, igual que cuando en España no se siguen las
consignas de los movimientos progresistas homosexuales, se es tildado de
homófobo. Las izquierdas han caído en la estupidez del relativismo moral,
político y cultural. Las derechas ahora resulta que defienden lo que antes
defendían las izquierdas. “Hoy en día, por ejemplo, las ideas de la Ilustración
sobre el sufragio universal y la igualdad
ante la ley son vistas cada vez más por los progresistas como una forma
de absolutismo secular. Al mismo tiempo, la izquierda y la derecha parecen
haberse intercambiado los papeles. Defender los derechos de los homosexuales,
la libertad de expresión y la igualdad de géneros parece ahora una posición de
derechas, mientras que la izquierda defiende a los fanáticos religiosos, la
censura y el separatismo cultural.”[16]
Esta
islamofilia del progresismo o socialfascismo desemboca en antisemitismo o
judeofobia. “Cuando se trata de los asuntos de Oriente Próximo, lo típico es
que solamente un terrible abuso cometido por el ejército israelí provoque la
condena organizada de la progresía occidental.”[17]
Los
progres de la generación de 1968 han sido una catástrofe política y filosófica
para Occidente. Nihilistas, pesimistas, irracionalistas, vitalistas. Antes, la
Escuela de Francfort ya ejercitaba estos delirios ideológicos. En el caso de
Michel Foucault, un nietzscheano, irracionalista y vitalista....Saludó la
revolución teocrática islámica iraní de 1979 como una espiritualidad política.
“Foucault no fue el primer intelectual, ni será el último, en adornar con sus
colores una utopía antiliberal.”[18]
Siempre ha habido tontos útiles o
compañeros de viaje de la barbarie y de la irracionalidad. En el caso de Europa
Occidental, los terroristas islamistas tienen como aliados objetivos a los
progresistas y a los revolucionarios izquierdistas.
Ya
que estos intelectuales progresistas aman tanto al Islam por eso de que
aborrecen el capitalismo, Occidente y el cristianismo, convendría que supieran
que “En el mundo árabe, el número de libros traducidos al árabe desde la
segunda guerra mundial hasta 2002 es menor que los traducidos al español en un
solo año.”[19] Con los bárbaros “No hay apaciguamiento que pueda modificar
sus creencias, y sus creencias son las que determinan sus acciones.”[20]
Andrew
Anthony decidió escribir el libro cuya recensión tiene el lector ante sí cuando
los fanáticos musulmanes montaron en cólera cuando se publicaron las
caricaturas de Mahoma en una revista danesa. Era la vuelta de la censura. Los
progres se habían hecho reaccionarios. Preferían la censura islámica a la
libertad de prensa. Preferían la Charia antes que las leyes liberales. La
religión goza de más protección frente a los insultos que los grupos políticos
laicos como comunistas, liberales, socialistas, fascistas.... Nos olvidamos sin
embargo del antisemitismo judeofóbico musulmán y árabe. Las viñetas antisemitas
en el mundo árabe y en la prensa española son más zafias y de peor gusto que
las viñetas de Mahoma y son viñetas dignas de la prensa nazi o de Julius
Streicher. En fin, todos estos temas o tópicos progresistas y algunos más así
como las vivencias personales del autor, terminaron por inclinarle a
convertirse en un hombre cabal en política, esto es, en un liberal, conservador
y de orden. Un nuevo testimonio autobiográfico en contra de la estupidez
progresista.
Leganés, a 4 de agosto de 2009. Felipe Giménez Pérez.
[1] “El Desencanto”, pág. 33.
[2] “ El Desencanto”, pág. 33.
[3] “El Desencanto”, pág. 35.
[4] “El Desencanto”, pág. 36.
[5] “El Desencanto”, pág. 48.
[6] “El Desencanto”, pág. 53.
[7] “El Desencanto”, pág. 53.
[8] “El Desencanto”, pág. 93.
[9] “El Desencanto”, pág. 97.
[10] “El Desencanto”, pág.
152.
[11] “El Desencanto”, pág.
155.
[12] “El Desencanto”, pág.
160.
[13] “El Desencanto”, págs.
177-178.
[14] “El Desencanto”, op. Cit. Pág. 181.
[15] “El Desencanto”, op. Cit.
Pág. 219.
[16] “El Desencanto”, op.
Cit.. Págs. 260-261.
[17] “El Desencanto”, op.
Cit. Págs. 262-263,
[18] “El Desencanto”, op. Cit., pág. 274.
[19] “El Desencanto”, op. Cit.
Pág. 286.
[20] “El Desencanto”, op.
Cit., pág. 303.
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