El
ilustre historiador de EE.UU. aborda en este libro suyo,”El colapso de la
República”, los orígenes de la Guerra Civil (1933-1936)”, Editorial La Esfera
de los Libros S.L. Madrid, 2005, 613
páginas, los orígenes de la Guerra Civil Española. Con muy buen sentido declara
Payne que los historiadores han preferido ocuparse de los primeros años de la
II República Española y no de su convulso final que dio lugar a la Guerra Civil
Española. Así, pues, este libro se ocupa de analizar los orígenes de la Guerra
Civil Española desde el año 1933 y particularmente desde el 16 de febrero de
1936, los últimos seis meses de la República.
Según
Payne, los liberales españoles del siglo XIX
pretendían ir más allá de lo que la sociedad española estaba dispuesta a
consentir. Así, “la iniciativa liberal o radical pretendería empujar a las
instituciones españolas más hacia la izquierda de lo que la sociedad estaba
preparada o dispuesta a apoyar.”[1]
La
II República Española comenzó siendo un régimen radical. “La izquierda
republicana pretendía excluir permanentemente a la derecha del gobierno.”[2] Era
un régimen exclusivamente para los republicanos. Lo único que les unía a las
izquierdas era el anticlericalismo, el odio a España y a la derecha. Payne
señala que “Conforme aumentaba la secularización, el anticlericalismo se
convirtió en el principal denominador común de la izquierda”.[3]
Además,
las izquierdas creían firmemente en el mito del progreso y de que la Historia
les absolvería de todo lo que hicieran. Creían sinceramente que la historia
laboraba en su favor: “La izquierda española estaba obsesionada con la
convicción de representar la irresistible marcha de la Historia y de que la
correlación de fuerzas políticas se había inclinado de manera decisiva a su
favor.”[4]
Respecto
al PCE afirma Stanley G. Payne que “El Partido Comunista Español era, de hecho
el Partido Comunista Soviético en España, controlado por Moscú de forma
implacable. Lo más próximo a un Partido Comunista Español genuino e
independiente fue una organización diferente, el exiguo Bloque Obrero y
Campesino (BOC) de Joaquín Maurín, centrado en Barcelona”.[5]
La
República fue un régimen de censura, sin libertad de expresión. La situación
existente en España se asemejaba bastante al fascismo italiano. Payne señala
que Mussolini llegó a “declarar en una ocasión, con su acostumbrada
extravagancia, que, en España lo único similar al fascismo era Azaña, debido a
su firme liderazgo. La comparación de la coerción del nuevo Estado republicano
con el fascismo italiano se repitió en otras ocasiones, sobre todo por parte de
la oposición católica durante 1931-1932.”[6]
Respecto
a la CEDA, Payne coincide con Pío Moa al señalar que la CEDA, “Al contrario que
la izquierda revolucionaria y la derecha radical, la CEDA se comprometió con la
legalidad y el parlamentarismo en interés de una drástica reforma de las
instituciones políticas españolas para proteger los intereses católicos y
conservadores.”[7] Sin embargo, difiere de la
perspectiva de Pío Moa cuando afirma que “Así la CEDA se convirtió en algunos
aspectos, en el gemelo opuesto del PSOE.”[8]
Los
historiadores progresistas y los ideólogos del Frente Popular han insistido
siempre en que la CEDA era un partido fascista y en que la insurrección de
octubre de 1934 fue justa y legítima. Sin embargo, la represión fue muy blanda.
Esto desmiente tales acusaciones. “La represión que se produjo con la República
en 1934-1935 no tiene precedentes en cuanto a su moderación en la moderna historia
de Europa occidental; fue la más moderada impuesta por cualquier Estado liberal
o semiliberal que se haya visto amenazado por una gran subversión
revolucionaria y violenta en la Europa de los siglos XIX o XX.”[9]
El
Gobierno del Frente Popular ya en marzo
de 1936 en materia de orden público procedió a infiltrar milicianos
revolucionarios en las fuerzas de orden público y a conceder volantes de
auxiliares de la autoridad a las milicias socialistas y anarquistas. Era la
degradación del Estado republicano. Lo mismo habían hecho en su momento los
nazis en Alemania. A esto se unía el sistemático arresto de derechistas. “La
política del gobernador civil de Granada fue el preludio de dos actuaciones que
más tarde llegarían a ser habituales: la autorización a los revolucionarios
para actuar como policías auxiliares, lo que garantizaba que se desobedecería
la ley de manera incluso más grave; y la tendencia cada vez más frecuente, tras
la violencia y los desórdenes protagonizados por la izquierda, a arrestar sólo
a los derechistas, como si se les culpara por los desórdenes de la izquierda.”[10]
La
violencia callejera, el terrorismo fue iniciado por el PSOE y la CNT ya en
1933. En febrero de 1936 se inició de nuevo la violencia izquierdista.
Lógicamente, como respuesta a esta violencia, la violencia de los falangistas
comenzó a hacer su aparición. “Cuando la violencia procedió de los falangistas
(y, en ocasiones, de la derecha), lo fue, al menos en principio, como respuesta
a la violencia continuada de la izquierda.”[11] Ciertamente,
los falangistas liquidaron a unos cuantos del Frente Popular, es bien cierto,
“Aunque la mayor parte de la violencia durante la República siempre había
provenido de la izquierda.”[12]
Este
descontrol del orden público y esta política sectaria en contra de las derechas
en la política de detenciones provocaron el alzamiento del 18 de julio de 1936.
“Con argumentos sólidos, Edward Malefakis ha sugerido que en ese momento el
fracaso a la hora de tomar medidas enérgicas para restaurar el orden fue crucial,
porque hubiera sido más fácil llevarlo a cabo en marzo que más tarde o cuando
las cosas se descontrolaron”.[13]
Respecto
al 18 de julio de 1936, Payne señala que “Ciertamente, el gobierno se había
asegurado la lealtad de la mayor parte de los jefes del ejército. La rebelión
del 18 de julio sólo estuvo apoyada a nivel de jefatura activa, por el director
general de los Carabineros (Queipo de Llano), dos generales de división
(Cabanellas y Franco) y dos generales de brigada (Goded y Mola). Con todo, los
cambios de destino por sí solos eran insuficientes para prevenir la
conspiración que se había iniciado entre la derecha dura la tarde del 16 de
febrero y que ya nunca cesó.”[14]
Durante
el mes de abril de 1936 aumentaron los desórdenes callejeros: “Durante el mes
de abril, los desórdenes habían aumentado todavía más y asumido cuatro formas
diferentes: ataques e incendios provocados contra edificios religiosos; huelgas
y manifestaciones en las ciudades que, en ocasiones tuvieron un giro violento y
conllevaron más incendios; ocupación directa de tierras en varias provincias
del centro y el sur, bien a modo de apropiación permanente bien para imponer
nuevas condiciones laborales controladas por los trabajadores, y
enfrentamientos directos entre los miembros de grupos políticos, que
generalmente llevaban a cabo pequeños escuadrones de choque o de la muerte
izquierdistas (en su mayoría socialistas
comunistas, a veces también anarquistas) y falangistas (y con mucha
menor frecuencia de otras organizaciones de derechas).” [15]
Estos
desórdenes izquierdistas tenían lugar en un país con muchos movimientos
revolucionarios. “En 1936 España se había convertido en el hogar de la más
amplia e intensa panoplia de movimientos revolucionarios del mundo, en sí una
situación destacable que seguramente requiere cierta explicación.”[16]
Sin
embargo, los partidos del Frente Popular no tenían un proyecto político común.
Sólo les unía el odio a la derecha. “Todos los movimientos izquierdistas
estuvieron de acuerdo en el principio de unidad para derrotar y excluir a la
derecha pero, por lo demás, sus programas divergieron muchísimo y, en algunos
casos, fueron mutuamente excluyentes lo que, en ocasiones, fue objeto de
comentario por parte de ciertos líderes de la izquierda que se preguntaban cómo
podría tener éxito una revolución colectivista en España cuando los propios
colectivistas se enfrentaban entre sí de una forma tan intensa e inevitable.”[17]
Estos
partidos creían que en caso de guerra civil ganarían y estaban muy confiados en
su triunfo. En este asunto, “la mayoría de los revolucionarios pecaban de un
exceso de confianza en que ganarían en una guerra civil revolucionaria, aunque
las probabilidades no les eran tan favorables como gustaban de creer.”[18]
Calvo
Sotelo fue amenazado de muerte varias veces por los políticos del Frente
Popular. “La última, larga y conflictiva sesión ordinaria de las Cortes comenzó
a las 7 de la tarde del 1 de julio y se prolongó durante doce horas, echada a
perder por frecuentes gritos e incidentes. Al menos en dos ocasiones, los
diputados se empujaron y golpearon, se expulsó de la Cámara a un diputado de la
CEDA y el presidente de las Cortes, Martínez Barrio, incluso amenazó con
abandonarlas en protesta. También fue ésta la sesión en la que el socialista
Ángel Galarza contestó a Calvo Sotelo con un comentario contra él: “Pensando en
su señoría encuentro justificado, incluso, el atentado personal”, palabras que
Martínez Barrio ordenó que se
suprimieran de las actas pero que recogieron varios periodistas. Las palabras de
Galarza predijeron su propio y futuro papel, ya que tan sólo unos meses más
tarde, como ministro de Gobernación de la República revolucionaria del período
de guerra, presidiría las masivas ejecuciones de Madrid. Galarza constituyó un
buen ejemplo de que las amenazas y la violencia de los izquierdistas en la
República se transformarían en asesinatos multitudinarios durante la Guerra
Civil.”[19]
Indalecio
Prieto en 1936 inicialmente postuló la moderación de las izquierdas, pero
llegado un cierto momento aceptó lo inevitable: la guerra civil y por tanto
propugnó la unidad del Frente Popular “porque ahora creía que ya no existía
esperanza alguna de redención inmediata de la situación política; en apariencia
aceptaba cierto tipo de colapso, estallido o revuelta armada de la derecha como
inevitable y que pronto tendría lugar.”[20]
La
gota que colmó el vaso de la paciencia de la derecha fue el asesinato de Calvo
Sotelo. Este asesinato animó definitivamente a la derecha a la insurrección
armada. Felipe Sánchez Román declaró tras el asesinato de Calvo Sotelo que “la
República se había deshonrado para siempre”[21] El
gobierno del Frente Popular era cómplice de los asesinos y fue encubridor de
ellos. Además entorpeció las investigaciones. “Aunque se prometió una
investigación, el gobierno no hizo esfuerzo alguno por lograr la conciliación.
Impuso la inmediata censura para ocultar la verdad y se preparó para la
confrontación armada iniciando otra ronda de arrestos de falangistas y
derechistas, como si éstos hubiesen sido los responsables del asesinato.”[22]
Es
que la República no fue democrática. Fue revolucionaria. “Mas que concentrarse
en la democratización política, la Segunda República abrió un proceso
revolucionario que culminó en una guerra civil.”[23] Ese
fue el gran éxito de la República.
Fue
una República violenta. “Es obvio que la violencia política, bastante antes de
la Guerra Civil, desempeñó un importante papel en la vida de la Segunda
República, siendo en proporción más extensa en su conjunto que en el caso de
cualquier otro régimen de la Europa central u occidental en el mismo período.”[24]
La
estrategia del PSOE era el desgaste del gobierno republicano mediante la
violencia, atentados, asesinatos, etc. Se buscaba la dictadura del
proletariado. Era una fase prerrevolucionaria a decir de Payne. “La estrategia
socialista en 1936 se basó en una “estrategia del desgaste” –un debilitamiento
fundamental del poder capitalista y clerical mediante huelgas, violencias e
incautaciones de propiedades-. Lo que estaba teniendo lugar en España no era la
revolución, sino la prerrevolución.”[25]
Efectivamente,
el asesinato de Calvo Sotelo precipitó el alzamiento del 18 de julio de 1936.
Es un asesinato equivalente al de Matteoti en Italia en 1924. “El último y más
intenso golpe fue el asesinato de Calvo Sotelo a manos de la policía estatal
izquierdista e insubordinada, y de activistas socialistas. Este asesinato fue
el equivalente funcional en España al asunto Matteoti en Italia en 1924, que
dio como resultado una crisis que precipitó la instauración de la plena
dictadura, mientras que aquél precipitó en último término la guerra civil.”[26]
Finalmente, como dijo Edward Malefakis la derecha, aterrorizada y temiendo su
propio exterminio se vio obligada a sublevarse para sobrevivir: “Y en lo que
respecta a la inquietante situación personal comparativa de los millones de
seguidores de la derecha y la izquierda, ¿quién puede decir que el terror
psicológico experimentado por los primeros en la primavera de 1936 constituyó
una causa menos legítima de rebelión que las dificultades económicas por las
que atravesaron los últimos antes de octubre de 1934?”.[27]
Este
libro es complementario del libro de Pío Moa. El libro de Pío Moa es más breve
y conciso y más claro. El de Payne es más académico y erudito. Tal vez sea más
completo. Es bueno leer este libro después de leer el de Moa o antes.
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