martes, 18 de septiembre de 2012
Esperanza Aguirre
Soy liberal y por eso me siento cercano a Esperanza Aguirre, pero soy patriota y nacionalista español republicano y de orden y ahí me siento lejano de Esperanza Aguirre. Ella comenzó una gestión brillante y socialdemócrata, pero poco a poco se fue imponiendo en su gestión la idea de la privatización de los servicios públicos, la doctrina del anarquismo liberal, que me parece aberrante e infantil: creer que el mercado y la sociedad civil descansan sobre sí mismos y que pueden prescindir de la coacción y de la dirección por parte del Estado. Decidió ahorrar en la sanidad y en la enseñanza y así comenzó un proceso privatizador progresivo y creciente. Esto la llevó a enfrentarse con las poderosas burocracias sindicales antaño, que yo creo que ya no son nada ni nadie. Ha hecho grandes cosas: sus obras públicas, su fomento del despliegue y formidable desarrollo de las fuerzas productivas en Madrid, su mayor sentido patriótico que en el resto del PP, putrefacto y vendido al progresismo y al separatismo, ha hecho que de vez en cuando sintiera admiración por ella. Sus críticas al progresismo me han gustado muchas veces. Sin embargo, no puedo tragar con ella con sus subvenciones a la enseñanza privada y a la sanidad privada y su decidido apoyo a los negocios privados con fondos públicos. Por ahí yo no trago, ni tampoco con el deterioro de la enseñanza promovido e impulsado por ella con la estúpida educación bilingüe y con el aumento de alumnos por aula y el aumento de horas de trabajo de los profesores a cambio de menor salario. El balance de Esperanza Aguirre es agridulce. Pudo haber sido mejor. Fue mejor que el resto del PP. Tenía las taras de los liberales anarquizantes, sin ninguna conexión con la tradición liberal española. Tenía el fundamentalismo democrático en los huesos. Era del PP. Partido de la Puta Pena. Todo eso lastraba su acción política y su ideología. Ahora, que descanse y que sobreviva y disfrute de las sensaciones agradables.
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