El materialismo filosófico de Gustavo Bueno es una filosofía escrita y pensada enteramente en español y que llega ya una trayectoria temporal que arranca en los años 1960 y cuya influencia en el mundo resulta ser cada vez mayor. Gustavo Bueno, nacido en Santo Domingo de la Calzada en 1924 está aún vivo. Es de esperar todavía la aparición de más obras todavía en lo que le quede de vida. Es una filosofía reciente, contemporánea, del presente y para el presente. Es una filosofía sumamente original puesto que repiensa todos los temas de la filosofía tradicional, en particular la ontología y la gnoseología.
Para empezar, la filosofía es un saber de segundo grado. Presupone la existencia de otros saberes previos a ella que le sirven de objetos para reflexionar sobre ellos. La filosofía es como la Lechuza de Minerva, Hegel dixit, que levanta su vuelo al atardecer. La filosofía no pretende conocer la realidad. El conocimiento proviene de la experiencia, de la praxis, de las ciencias. La filosofía no por ello, sin embargo, resulta ser un saber adjetivo, sino que más bien diríamos que es un saber sustantivo. La filosofía es el taller de las Ideas. Las Ideas son conceptos categoriales o mundanos que en un determinado momento rebasan su campo específico para invadir otras áreas colindantes y adquieren así un significado trascendental. Las Ideas son los hilos de la urdimbre del mundo. El tema o trabajo o tarea de la filosofía es la relación, la exploración de tal relación entre las Ideas y las categorías. La categoría es un concepto científico que define el campo material de objetos de cada ciencia. Hay tantas categorías como ciencias. Así, no hay una deducción trascendental de las categorías como ocurría en Kant, sino más bien una deducción empírica de las categorías a partir del hecho o faktum de las ciencias realmente existentes, que han constituido históricamente a partir de las técnicas y han establecido un cierre categorial.
Las Ideas forman parte de M3, el tercer género de materialidad y tienen establecida una conexión objetiva por encima de la conciencia y voluntad de los filósofos. Esto procede, claro está, de Platón, el fundador de la filosofía académica con su segunda navegación de la filosofía. Hay un orden eidético objetivo, una arquitectónica de la razón. Las Ideas tienen conexiones y desconexiones objetivas, una urdimbre con cabos sueltos, una symploké o epallaxis o entretejimiento que la filosofía debe explorar y recorrer. Este orden no significa que sea un orden absoluto, eterno, total de la realidad entera. Es un orden parcial. No existe el cosmos, por lo tanto, plantearse cuál es el origen del cosmos no deja de ser una reviviscencia en nuestros días de la metafísica tradicional idealista, valga la redundancia. No hay armonía cósmica universal. Precisamente el monismo equivale a la hipostatización de la Idea de orden, de unidad. El monismo, como ya vio Platón en el Sofista 251-253, es dogmático y paraliza la posibilidad de alcanzar un discurso racional. Si todo está unido con todo, no podemos conocer nada. Nada puede ser dicho. Tampoco el extremo contrario, el nihilismo o atomismo es deseable. Ambas vías son intransitables desde el materialismo. Platón nos dice que lo correcto es sostener la symploké de los tres géneros de materialidad. La realidad, pues, está en symploké. Las partes del mundo, codeterminadas entre sí están como las letras de un idioma. Hay pués conexiones y desconexiones. La razón filosófica es una razón que se mueve entre dos aguas, el monismo y el nihilismo.
La razón filosófica es solidaria del materialismo. Toda filosofía es materialista. Sin embargo, esta afirmación hecha en 1972 es rectificada en 1995: hay filosofías idealistas que son racionales y razonables. Puede haber filosofías idealistas. Conviene hacer una enérgica reinterpretación de la historia de la filosofía desde la perspectiva del materialismo filosófico.
La filosofía es un saber crítico, racional. También las ciencias son racionales y críticas, pero su racionalidad crítica desfallece a la hora de pensar sus propios fundamentos y su significado. En cuestiones trascendentales los científicos casi siempre incurren en el positivismo, la filosofía espontánea de los científicos o en el fundamentalismo científico, ideología tan poderosa en nuestro presente. La filosofía es necesaria como saber de segundo grado, para, como decía Platón, remontarse a las hipótesis y superarlas en dirección hacia un saber anhipotético, las Ideas trascendentales. El problema de la verdad por ejemplo, no es un problema científico, sino trascendental, filosófico.
La filosofía es una praxis que reflexiona sobre las prácticas humanas y tiene una doble dimensión teórica y práctica que son ineludibles e inseparables entre sí.
Si las Ideas forman un orden objetivo, eidético, cabe la posibilidad de concebir una gramática lógica de las Ideas, una geometría de las Ideas mediante el doble y circular movimiento del regressus de los fenómenos hacia las Ideas y progressus de las Ideas a las configuraciones fenoménicas y categoriales. Vale decir que hay una destrucción seguida de una construcción.
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