Disponiendo
como dispongo de poco tiempo, quisiera modestamente articular los fenómenos
paleoantropológicos, las ideas filosóficas del materialismo filosófico y sus
teorías antropológicas en particular. Se trata de reflexionar sobre la Idea de
Hombre.
1. Sobre la Idea de Hombre.
Está claro que el homo neanderthalensis no es un
antepasado nuestro. Fue más bien un ensayo fallido de hombre. Fue un fenómeno
zoológico paralelo al del homo sapiens. Creo que lo que caracteriza al hombre
es el uso del lenguaje articulado y que el homo neanderthalensis es hombre sólo
por analogía con el hombre moderno. Ya el que el homo neanderthalensis fue
alalo, eso precisamente le diferencia radicalmente de nosotros.
Podríamos decir con Gustavo Bueno que el ser
originario del hombre consiste en un deber ser. La praxis del hombre es
normativa. La norma es una rutina operatoria victoriosa. La conducta normada es
lo que diferencia entre otras cosas a los hombres del resto de los animales.
Esta conducta normada implica el
lenguaje fonético articulado. Las conductas normadas (ceremonias) son algo más
que rituales zoológicos; implican mitos
construidos con palabras. Las normas son en el plano de los fenómenos
antropológicos algo parecido a las leyes en el ámbito de las ciencias físicas o
naturales.
Sería conveniente distinguir entre lo que es propio
del hombre, en cuanto es específicamente humano, y lo que es propio del hombre,
en cuanto es más que humano, o si se prefiere menos que humano. Veamos pues un
caso o ejemplo: Algunos eruditos paleoantropólogos interpretaron los cráneos y
los huesos neandertalenses del depósito de Krapina como reliquias de una
batalla tras la cual los vencedores (acaso bandas de hombres modernos, homo
sapiens) se habrían comido a sus enemigos: los cráneos y huesos de Krapina
serían los restos de un festín. ¿Se trata de un episodio humano o más bien de
un episodio de la prehistoria del hombre? Sabemos que hay hombres que cometen
crímenes horrendos, que practican el incesto y la antropofagia. Sabemos que hay
hombres que han construido y puesto en funcionamiento campos de exterminio como
Dachau o Auschwitz. Estos hechos suscitan siempre la misma cuestión moral,
antropológica, práctica: ¿son hombres (humanos, es decir, primates que realizan
actos humanos y no meros actos del hombre para utilizar la distinción
escolástica realmente quienes practican actos tan bestiales? ¿Acaso no han
dejado de serlo por el mero hecho de cometerlos?
La pregunta ¿Puede un hombre dejar de ser hombre en el
momento en que comete actos bestiales?, se transforma al estudiar la
Prehistoria en esta otra: ¿Eran ya hombres los contendientes de la batalla de
Krapina? Es decir, ¿Se trataba de una batalla o de un episodio de caza entre bandas
de homínidos (de protohombres, de hombres primtivos, es decir, no hombres
todavía?. Habitualmente los protagonistas de Krapina suelen ser considerados
como hombres por los prehistoriadores. Lo mismo podría decirse acerca del Homo
Erectus y acerca del Australopithecus. La cuestión se resuelve por vía
taxonómica porfiriana (linneana).
Cuando la taxonomía se mantiene en el terreno de la
anatomía estricta nada hay que objetar. Pero cuando se introducen criterios no
anatómicos (lenguaje, uso de herramientas, o sencillamente, la diferencia
específica de Linneo, sapiens) la taxonomía biológica se vuelve metafísica y
confusa. ¿Acaso el uso de instrumentos, la inteligencia, el uso del fuego, los
sistemas de parentesco son criterios suficientes para hablar de “Hombre”? ¿No
está ocurriendo aquí acaso que estamos considerando a los hombres a los
homínidos que utilizan el fuego y no a los monos antropomorfos que no lo
utilizan? ¿Es que no caben formas intermedias? Es decir, los homínidos no
serían primates meramente, sin embargo no serían aún hombres. Si utilizamos la
dicotomía hombres/no-hombres, esto resulta difícil. Tanto como intercalar un
número entre el 99 y el 100. Sin embargo, es imprescindible acostumbrarse a
pensar en la realidad de formas no humanas, que, no obstante, tampoco son
monos, porque tienen una organización cultural, una cultura lítica. No es la
cultura el criterio riguroso para diferenciar al hombre de las demás especies
animales. Recurrir a hablar de proto-hombres o de formas prehistóricas sirve para
salir del paso, pero es peligroso porque nos inclina a pensar de forma
teleológica y nos sugiere que tales formas carecen de estructura propia, como
si fueran meras formas de transición hacia el hombre.
Hablar de “hombre primitivo” es lógicamente inaceptable,
porque ella equivale al anacronismo de interpretar a los antecesores por sus
resultados.
Parece que las complejas discusiones sobre los
criterios de hominización son discusiones biológicas, antropológicas, pero
además son discusiones lógicas, puesto que lógica es toda cuestión de
taxonomía. La doctrina de la evolución ha representado una revolución
biológica, pero también una revolución lógica.
En su expresión lógica, las cuestiones
relativas a la relación del hombre con los animales incluyen las cuestiones de
relación entre la epecie (el homo sapiens sapiens) y el género próximo (Genus
homo Linné) y, por supuesto, la cuestión de las relaciones entre el género
próximo con los géneros subalternos (familia, hominoidea, orden –primates-
clase, mamíferos, reino. –animal-). La lógica porfiriana sigue manteniendo una
influencia perniciosa sobre la formulación de las relaciones del hombre con los
animales. La lógica porfiriana concibe a los géneros como anteriores a las
especies y desplegándose en éstas pro dicotomía. Merced a las diferencias
específicas sobreañadidas. En el caso del hombre tendríamos la racionaldiad
como diferencia específica. La relación de inclusión de clases preside toda la
lógica porfiriana.
Pero esta lógica porfiriana resultaba
demasiado rígida para dar cabida a las múltiples relaciones del hombre con los
demás animales.
Desde la taxonomía porfiriano-linneana
no es posible admitir que una especie pueda desbordar (metábasis) las
propiedades de su género, que pueda variarlas en la evolución.
Es que el material antropológico
desborda el horizonte zoológico. Resulta que el hombre en términos zoológicos
se incluye en más de una línea taxonómica. Se nos da en la intersección entre
dos órdenes de una misma clase, el orden de los primates y el orden de los
carnívoros o fieras.
Si se nos objeta que sólo se trata
desde la anatomía al hombre, diremos que tal concepto no debiera pensarse como
un concepto que abarcara la totalidad de las propiedades biológicas.
Zoológicamente cabría decir que el hombre es un teriopitco. Es un primate por
su estructura anatómica filogenética, pero es también una fiera por su
adaptación y las propiedades de fiera, que hacen el hombre una suerte de lobo
carnicero.
Este proceso dialéctico por el cual una
especie desborda su línea filogenética para compartir adaptativamente
propiedades de otras líneas no es
exclusivo del hombre. Parece ser que en otros mamíferos está presente.
Desde un punto de vista lógico hay que
negar el mecanismo porfiriano de la acción de las propiedades o estructuras
genéricas sobre las específicas, en el sentido de que aquéllas fuesen
anteriores e invariantes (de suerte que sólo a partir de ellas pudiesen
concebirse las determinaciones de las diferencias específicas). Entonces habrá
especificaciones co-generativas (re-generativas), y no sólo subgenerativas.
Pues lo más genérico del Hombre no hay que ir a buscarlo al Plioceno (al
Dryopithecus), si es que allí se habían esbozado ya las líneas genéricas
invariantes sobre las cuales, ulteriormente, se producirían las nuevas
diferencias como especies.
Las propiedades estrictamente genéricas
de una especie pueden ser también propiedeades que brotan sólo a partir de la
especie ya constituida, es decir, que los géneros pueden ser, no sólo
anteriores a las especies, sino también posteriores a ellas. Habrá que
introducir pues el concepto de género posterior o de especificación
co-genérica.
Con estos conceptos podemos intenar
redefinir la distinción entre lo humano del hombre (los actos humanos) y lo que
es sólo genérico del hombre (los actos del hombre), sin tener que acudir a la
imagen que nos presenta al hombre como si fuera una bestia sobre la cual se ha
instalado un espíritu, que acaso debe reprimir los instintos del hombre.
Podemos distinguir dos tipos de
propiedades de una especie:
a) Aquellas propiedades de una especie que resulten estar
confluyendo con corrientes generales seguidas por otras especies, sea porque, a
través de estas propiedades, se da una refluencia de propiedades genéricas
(géneros posteriores latos), sea porque son propiedades nuevas efluentes
(géneros posteriores estrictos, efluencias).
b) Aquellas propiedades de una especie que, siendo
propias de la misma, establecen la difluencia de esta especie respecto de otras
especies. Son las especificaciones transgenéricas que comportan una metábasis.
Lo que llamamos Hombre, no debe entenderse
como una corriente que tras una paciente
y larga preparación sobre un fondo zoológico, haya logrado desprenders
progresivamente de este fondo para alcanzar el reino del espíritu, conservando
adherencias, acaso necesarias para proveer a su base natural. Lo que llamamos
Hombre no es sólo algo que brota del fondo zoológico.
2. El espacio antropológico.
Lo que llamamos Hombre comienza a ser
reconocido como tal muy tardíamente, hacia el Magdaleniense o el Neolítico.
No deberíamos, pues, hablar de una
línea divisoria sino más bien de múltiples líneas divisorias que, al alcanzar
un determinado grado de complejidad, confluyen y dan lugar a una escala muy
característica.
La antropología filosófica se ocupa más
que del hombre mismo, de los materiales antropológicos. Dentro de este material
se pueden establecer tres grandes clases de materiales:
a) La clase de las personas.
b) La clase de las cosas culturales.
c) La clase de las acciones y operaciones.
Sin embargo, la Idea de hombre no queda agotada en el
conjunto del material antropológico. La Idea de Hombre implica relaciones
internas (trascendentales) a realidades que no forman parte del material
antropológico, pero que, sin embargo, son imprescindibles para determinar las
dimensiones de la misma Idea de Hombre: constituyen, junto con el material
antropológico, el espacio antropológico.
El espacio
antropológico se articula en tres ejes:
a) El eje circular recoge todas aquellas relaciones que
el Hombre, una vez constituido, mantiene consigo mismo. Las relaciones
circulares son las relaciones humanas o sociales,
relaciones intraespecíficas.
b) El eje radial. Las realidades antropológicas remiten a
otros términos como puedan ser el agua, el aire, el fuego, la tierra, es decir,
entidades desprovistas de todo género de inteligencia. Son las relaciones
radiales.
c) El eje angular.
Las relaciones angulares son las relaciones que los hombres mantienen
con otras entidades que no son ni hombres ni cosas naturales, impersonales. Son
los númenes, seres inteligentes, no necesariamente divinos con los que los
hombres luchan, conversan, engañan…, son los démones, que pueden ser
identificados con los animales.
3.
Algunas observaciones sobre los datos categoriales paleoantropológicos.
El
evolucionismo darwinista es la doctrina científica que afirma que los
organismos animales de las diversas especies existentes proceden de otros
organismos de especies anteriores, en virtud de una suerte de “selección
natural” determinada por la lucha por la vida. Es una doctrina estrictamente
materialista.
Hace sesenta
millones de años apareció el orden de los primates en la forma de prosimios
(lemures, tarsios) que fueron evolucionando hasta dar lugar a las diferentes
especies y géneros del suborden de los antropoideos (hace cuarenta millones de
años). Comenzó éste pro el grupo de los monos y continuó con el grupo de los
simios (procónsul, hace 22 millones de años, dryopithecus, hace 12 millones de
años –que dio lugar, al parecer, a los gibones, orangutanes, gorilas, bonobos y
chimpancés, con 350 cm3 de capacidad craneal-) y el grupo de los homínidos:
Ardipithecus ramidus, hace 4,5 millones de años, Australopithecus afarensis
(con 450 a 700 cm3 de capacidad craneal, hace tres millones de años), Homo
habilis (hace 2,5 millones de años, con un cráneo de 775 a 1200 cm3) y Homo
sapiens de Linneo (hace 200.000 años y con 1200 a 1600 cm3 de capacidad
craneal).
El homo
sapiens de Linneo se interpreta, más o menos convencionalmente, como un género
que, tras el Homo antecessor (de Atapuerca), comprendería dos especies (en las
que se incluirían respectivamente el homo sapiens sapiens y el homo
neanderthalensis.
La palabra
Hombre no equivale a persona. Históricamente el individuo humano se convirtió
en persona. Los individuos humanos integrados en bandas dispersas de Homo
sapiens, procedentes de la evolución darwiniana de los primates. Estos
individuos son hombres, pero no personas. Son seguramente, más inteligentes,
más hábiles que los simios y los homínidos coetáneos, pero esto no los hace
personas humans, como tampoco el paso de unas especies de simios a otras mejor
dotadas hace de éstas seres humanos. Los
hombres primitivos serán, en todo caso, seres personimorfos, pero no son
personas; incluso pertenecen a una especie distinta y, si se queire, mejor
dotada que la de sus antecesores, pero según el tipo de especies cogenéricas,
con un tipo de distinción, con respecto de las otras especies de simios, como
la que media entre unas especies de simios y otras.
Los primeros
pasos que tuvieron que darse a lo largo de decenas de miles de años, los seres
humanos mantuvieron relaciones de dependencia, según múltiples parámetros,
respecto de otras muchas especies de animales. No podemos decir, por tanto, que
las controlaban o las dominaban, salvo en algunos aspectos relacionados con la
caza (de la “caza menor”, si es que eran carroñeros de caza mayor). Aspectos
que tenían su correlato en aquellos otros según los cuales los animales controlaban
a los hombres y, en este sentido, los dominaban.
Suponemos
que los hombres primitivos percibían a los animales muchas veces o bien como
hermanos, con los cuales conviven o bien como entidades superiores numinosas.
La primera
etapa del proceso de transformación de los individuos humanos en personas
humanos podría ponerse en correspondencia con la etapa de las religiones
primaria. La religión tiene que ver con la toma de conciencia del hombre y de
su relación con los animales.
La evolución
de estas sociedades humanas, a través de la evolución de su tecnología y de su
organización social, determinará el cambio progresivo, aunque lento, de las
relaciones de dominación y control entre los hombres y los animales.
Fin.
El contenido de este escrito ha sido extraído de:
Gustavo Bueno, “El animal divino”, 1996, Pentalfa.
Pelayo García Sierra, “Diccionario filosófico”,
Pentalfa, 2000.
Gustavo Bueno, “Zapatero y el pensamiento
Alicia”, Temas de hoy, 2006.
Gustavo Bueno et alii, “Symploké”, Madrid, 1989. Ed.
Júcar.
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