Tenemos
siempre la impresión de que algunas teorías o distinciones presentes en la
historia de la filosofía son tan sencillas y evidentes, tan triviales, que
llegamos erróneamente a considerar que cualquier hombre a poco que reflexionara
bien hubiera podido llegar a parecidas conclusiones. Es lo que “ocurre en la
filosofía política con la relación de amigo-enemigo formulada por Carl Schmitt. Ciertamente, desde que existen
colectividades políticas independientes que se hacen la guerra, siempre éstas
se han orientado más o menos conscientemente según el criterio del amigo y del
enemigo, y a veces uno u otro autor, de pasada, ha subrayado su importancia y
su alcance. Carl Schmitt fue, sin embargo, el primero en darnos clara conciencia
del peso de esta relación en la realidad política intranacional e
internacional, en hacer sistemáticamente su análisis conceptual, en elaborar su
teoría y demostrar que, no solamente es determinante para la comprensión del
fenómeno de la guerra, sino que es una de las bases de cualquier política.”[1]
Efectivamente, es ésta una distinción importante para comprender la esencia de
lo político. Carl Schmitt (1888-1985), afirma inicialmente en la “Teología
política I” que “Es soberano quien decide
el estado de excepción” . Sabemos quién es el soberano cuando tiene lugar
una situación excepcional. En tal situación excepcional es el Soberano el que
tiene que decidir y el que decide. En el Estado democrático de derecho, en sus
constituciones, siempre se elude decir quién manda, quién ostenta el mando,
quién decide. Se pasa de puntillas sobre lo político: el mando y la obediencia.
Sea cual sea el cuidado y el empeño empleado por las constituciones para
ocultar el carácter individual y decisionista del mando y del poder político,
éste permanece latente bajo el amontonamiento de las instituciones y del
articulado constitucional y vuelve a surgir con toda nitidez en los casos
extremos, pues forma parte de la misma naturaleza del mando el ejercitar la
decisión en última instancia. Sólo en las situaciones de excepción aparece con
toda claridad el soberano. El soberano es también el que sabe distinguir entre
el amigo y el enemigo y el que sabe entonces identificar quién es el enemigo.Es
más, únicamente él está capacitado y autorizado para efectuar tales
distinciones vitales para la eutaxia de la sociedad política, núcleo esta
eutaxia de la sociedad política a decir de Gustavo Bueno. Decisiones políticas específicas tales como la
determinación de la amistad y de la enemistad dentro de la propia existencia
política, sólo pueden nacer del soberano y ello tanto desde el Estado con
respecto a los enemigos interiores como en el seno del Estado frente a los
demás sujetos de la comunidad internacional en tanto y cuanto se agrupan como
amigos o como enemigos. El universo político por ello, no es tal, sino más bien
un pluriverso político en el cual unas unidades políticas luchan contra otras
en un bellum omnium contra omnes porque todo Estado implica oposición a otros
Estados, una frontera, una capa cortical que lo separa y delimita con respecto
a las restantes unidades políticas. “Del rasgo conceptual de lo político deriva
el pluralismo en el mundo de los Estados. La unidad política presupone la
posibilidad real del enemigo y con ella la existencia simultánea de otras
unidades políticas. De ahí que, mientras haya sobre la Tierra un Estado, habrá
también otros, y no puede haber un “Estado mundial” que abarque toda la Tierra
y a toda la humanidad. El mundo político es un pluriverso, no un universo.”[2] Lo
que está en el principio del Estado y es su fundamento es la decisión. El
soberano es el que decide. Lo político se define como una decisión constitutiva
y polémica. La humanidad no existe políticamente hablando. Sólo existen las
diversas unidades políticas en perpetuo conflicto y enemistad o amistad a nivel
de política internacional entendida ésta como política de poder. La humanidad
como tal no puede pues hacer una guerra. Carece de enemigo, al igual que la
humanidad no puede ser solidaria consigo misma, salvo si los marcianos
existieran y hubiera que hacerles frente.
Por
esto, según Schmitt, el verdadero garante, el verdadero defensor de la
constitución ha de ser el soberano, el titular del poder político, el princeps,
el primer ciudadano, el que decide sobre el estado de excepción y distingue
entre amigos y enemigos. Kelsen sostenía en cambio que era necesario que el
poder político, siguiendo la doctrina liberal, estuviera controlado o frenado
por un órgano judicial-constitucional independiente, el tribunal
constitucional.
“El
concepto del Estado presupone el de lo político”[3], dice
Schmitt y “de acuerdo con el uso actual del término, el Estado es el status
político de un pueblo organizado en el interior de unas fronteras
territoriales”[4]. La esencia de lo político
es la distinción entre amigo y enemigo. “Pues bien, la distinción política
específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos
políticos, es la distinción de amigo y enemigo.”[5]
Schmitt añade además que esta distinción proporciona una determinación del
concepto en el sentido de que es un criterio para distinguir a lo político de
otras realidades humanas o sociales. Desde una perspectiva política realista
“lo que no se puede negar razonablemente es que los pueblos se agrupan como
amigos y enemigos, y que esta oposición sigue estando en vigor, y está dada
como posibilidad real, para todo un pueblo que exista políticamente.”[6] La
distinción amigo/enemigo significa el máximo grado de intensidad de otras
oposiciones en la praxis social. El enconamiento de las contradicciones
sociales deviene contradicción política. Una contradicción social en los
diversos ámbitos de la sociedad civil cuando llega a su máxima intensidad se
convierte automáticamente en una contradicción política. “El sentido de la
distinción amigo-enemigo es marcar el grado máximo de intensidad de una unión o
separación, de una asociación o disociación.”[7] Este
par de conceptos políticos a decir de Carl Schmitt no se deriva de ningún otro
par de conceptos en las ciencias sociales y determina la actividad política. Lo
que define la actividad política es la capacidad de decidir que tiene el
soberano sobre quién es el enemigo y de definirlo, así como de combatirlo y
adoptar las decisiones más convenientes para garantizar la tranquilidad
pública, la eutaxia política. La decisión política del soberano es polémica
porque con ella se establece la distinción entre amigo y enemigo y ello tanto
respecto al exterior como con respecto al interior, frente a aquellos que son enemigos
internos del Estado. Decía D. Torcuato Fernández Miranda (1915-1980) que “El concepto de la política de Carl
Schmitt se mueve en un círculo vicioso; realiza la incorrección lógica de
incluir lo definido en la definición. Al definir al amigo como una unidad de
hombres situada frente a otra análoga, en lucha por la existencia, el concepto
de unidad no se define con criterio sustancial, sino formal; es la oposición en
sí, no la causa de esa oposición. Es decir, el amigo es una unidad política
frente a otra: el enemigo, que se le define desde aquél. Si es así, la unidad
política se define como previa a la dualidad amigo-enemigo, pues la funda y no
obstante se hace de esa distinción el criterio para definir la política y, por ende, la misma unidad política, lo que es
un circulo vicioso. La dualidad amigo y enemigo no es previa y fundante del
concepto de la política, sino, a lo más, consecuencia de la actividad
política.”[8]
No
se trata aquí de un enemigo personal, subjetivo, psicológico, individual. Se trata
más bien del enemigo concreto y existencial, de alguien que con su existencia,
por el mero hecho de existir pone en peligro mi existencia política, la del
Estado del que se trate. Se trata pues, del enemigo público: “Sólo es enemigo
el enemigo público, pues todo cuanto hace referencia a un conjunto tal de
personas, o en términos más precisos, a un pueblo entero, adquiere eo ipso
carácter público.”[9] Esto tiene que ver con la
distinción platónica presente en “República” V, XVI, 470 entre έχθρός y πολέμος,
o con la distinción existente en
latín entre inimicus y hostis, entre enemigo privado y enemigo
público. El verdadero enemigo es el enemigo público, el hostis, no el
inimicus. El enemigo es el extraño, el extranjero, el otro, con el cual caben
conflictos existenciales y claro, está, como consecuencia de ello, la guerra
como máxima expresión de tal conflicto existencial. Gustavo Bueno ha
distinguido precisamente entre
sociedades naturales o prepolíticas y sociedades políticas. En las sociedades
naturales se produce la convergencia social. Ahí la enemistad no deja de ser
algo personal, individual y está gobernada mediante un férreo control social.
En las sociedades políticas aparecen el enemigo político, las divergencias de
clase, sociales y aparece entonces ahí la dialéctica amigo/enemigo en torno a
la eutaxia política. Es necesaria entonces la existencia de aparatos de Estado
por encima de la sociedad civil para encauzar y dominar los antagonismos en el
seno de la unidad política y para prevenir, abordar y afrontar lo inevitable:
la enemistad con otras unidades políticas. Un mundo sin enemistad política
sería un mundo sin política. Tan pronto como desapareciera la enemistad, la
política se desvanecería. El profesor
Enrique Tierno Galván (1918-1986) llamó ya hace tiempo la atención acerca de la
utilización de esta distinción entre amigo y enemigo ya por parte de Baltasar
Álamos de Barrientos (1556-1644): “Todos los príncipes extranjeros divido en
tres especies, teniendo respeto a Vuestra Majestad y a sus reinos: en enemigos
públicos o secretos, en amigos y en neutros”[10]. La
política es un arte práctico y consiste en dirigir de forma conveniente las
inclinaciones para mantener los amigos y cambiar las hostilidades, cualquiera
que sea la condición de quin provengan. “Y también es cierto me confesarán que
los preceptos y reglas y auertimientos que se dieren para ella y para todo el
gouierno de la vida humana por la mayor parte resultan y proceden del
conocimiento de los efectos humanos de amigos y enemigos o sean príncipes o
ministros o vasallos”.[11] Como
dijo bien Tierno Galván, parece esto escrito por la pluma de Carl Schmitt. Al
final, sin embargo, Álamos de Barrientos finalmente los reduce a los tres:
amigos, enemigos y neutros en última instancia a dos: amigos y enemigos.
Schmitt orienta su doctrina política contra cualquier fundamentación moral del
Estado, contra toda consideración de lo político desde la ética., contra el
idealismo político.
Dice
Carl Schmitt que “Todo enfrentamiento religioso, moral, económico, étnico o de
otro tipo se transforma en un enfrentamiento político si es lo bastante fuerte
como para reagrupar efectivamente a los hombres en amigos y enemigos”.[12] La
enemistad política es la más intensa de las oposiciones. Cualquier conflicto, humano,
cuanto más intenso sea, más político será. “La oposición o el antagonismo
constituye la más intensa y extrema de todas las oposiciones, y cualquier
antagonismo concreto se aproximará tanto más a lo político cuanto mayor sea su
cercanía al punto extremo, esto es, la distinción entre amigo y enemigo.”[13]
La
guerra es pues, según Schmitt el estado natural de las relaciones existentes
entre las unidades políticas tal y como ya declarara sin ambajes Thomas Hobbes unos
siglos antes: “Guerra es una lucha armada entre unidades políticas organizadas,
y guerra civil es una lucha armada en el seno de una unidad organizada (que sin
embargo se vuelve justamente por ello problemática)”.[14] Es
inherente a la sociedad política el ius belli, “esto es, la posibilidad
real de, llegado el caso, determinar por propia decisión quién es el enemigo y
combatirlo.”[15] Igualmente, el Estado
tiene la capacidad de determinar por sí mismo, al enemigo interior. Es que para
Schmitt, la política es la continuación de la guerra por otros medios así como
la guerra es la continuación de la política por otros medios como llegó a decir
Clausewitz. La guerra es esencialmente política.
Esta
enemistad política se comprueba según Schmitt de la siguiente manera: “Hay dos
fenómenos que cualquiera puede comprobar y en los cuales puede advertirse esto
a diario. En primer lugar: todos los conceptos, ideas y palabras poseen un
sentido polémico; se formulan con vistas a un antagonismo concreto, están
vinculados a una situación concreta cuya consecuencia última es una agrupación
según amigos y enemigos”[16]
Los partidos políticos con su praxis
gubernamental premian y favorecen a sus amigos y partidarios y castigan y
privan de recompensas a sus adversarios. Esto no es otra cosa que la tan
cacareada politización de las instituciones del Estado. Es algo muy típico de
los Estados democráticos parlamentarios, o de los Estados de partidos
oligárquicos actuales propios de esta época del Estado de Bienestar.“En segundo
lugar: en la manera usual de expresarse en el marco de las polémicas cotidianas
intraestatales el término político aparece muchas veces como equivalente a
propio de la política de partidos; la inevitable “falta de objetividad” de toda
decisión política, defecto que no es sino reflejo de la distinción entre amigo
y enemigo inherente a toda conducta política, se expresa en las penosas formas
y horizontes que dominan la concesión de puestos y política de sinecuras de los
partidos políticos.”[17]
Igual que el soberano aparece claramente en las situaciones políticas
excepcionales, ocurre también que lo político se muestra con toda claridad con
la forma extrema de enemistad política:
la guerra. “Pues sólo en la lucha real se hace patente la consecuencia extrema
de la agrupación política según amigos y enemigos. Es por referencia a esta
posibilidad extrema como la vida del hombre adquire su tensión específicamente
política.”[18]
Aristóteles,
Maquiavelo, Hobbes, Clausewitz, Raymond Aron, Julien Freund, Carl Schmitt son
autores típicos de la escuela del realismo político. Son poco queridos por el
progresismo, el humanismo y el pensamiento Alicia. No está bien visto en
nuestros días el realismo político, a decir verdad. Sin embargo, a pesar de
eso, debemos considerar de manera realista las cosas políticas mal que les pese
a muchos. Todo hombre que vive en una sociedad política, piensa políticamente y
no puede obviar la existencia del enemigo, de la enemistad y por tanto del
conflicto, de la violencia y de la guerra. Todo individuo que sea humanista y
antimaquiavélico, que esté en contra de la razón de Estado, se verá obligado a
enemistarse con los partidarios de la teoría política realista y a pensar y
obrar contra ellos. Schmitt identifica la política con el ejercicio del poder y
con la decisión. No hay que rehuir el conflicto existente, ni las
contradicciones políticas. Hay que asumir la lucha. Hay que evitar caer en la
ternura común por las cosas como bien dijo Hegel. Pensar es pensar contra
alguien. Actuar es actuar contra alguien. El ejemplo del marxismo localizando e
identificando siempre a sus enemigos de clase e ideológicos nos sirve para
ilustrar esto que estamos diciendo y es una señal de la verdad de lo que
venimos diciendo. En la política, en el Estado, en la sociedad política, no
podemos prescindir de la existencia del enemigo, que por cierto, como hemos
dicho más arriba, es un enemigo existencial. “Esto significa que la violencia y
el miedo están en el corazón de la política.”[19] Al
enemigo no hay que odiarlo personalmente. Tampoco hay que amarlo personalmente.
“Por consiguiente, el enemigo político no es forzosamente un ser éticamente
malo, como tampoco se le puede confundir con el competidor económico. El
enemigo, “es el otro, es el extranjero, y basta a su esencia el que sea
existencialmente, en un sentido particularmente intenso, algo distinto y
extraño para que, en caso extremo, las relaciones que se tengan con él se
transformen en conflictos que no pueden resolverse ni por una normalización
general preventiva, ni por el arbitraje de un tercero “desinteresado” e
“imparcial”.[20]
Es
que la guerra y el enemigo están intrínsecamente conectados, ligados entre sí.
No sólo ocurre que la guerra es un asunto político y de los políticos, sino que
ocurre que la política contiene en su seno la conflictividad, el poder y la
violencia, así como la enemistad. Ocurre que según Schmitt “Los conceptos de
amigo, enemigo y lucha adquieren su sentido real por el hecho de que están y se
mantienen en conexión con la posibilidad real de matar físicamente. La guerra
procede de la enemistad, ya que ésta es una negación óntica de un ser distinto.
La guerra no es sino la realización extrema de la enemistad. No necesita ser
nada cotidiano ni normal, ni hace falta sentirlo como algo ideal o deseable,
pero tiene desde luego que estar dado como posibilidad efectiva si es que el
concepto del enemigo ha de tener algún sentido.”[21]
En
su auxilio Schmitt llama a Clausewitz afirmando que éste concibe a la guerra
como la “ultima ratio” de la agrupación entre amigos y enemigos. La política
así pues sería el cerebro de la guerra según Clausewitz según la interpretación
que de éste realiza Schmitt. La guerra no posee sustantividad propia ni ninguna
lógica propia o autónoma. Su lógica es política y le viene dictada por la
distinción entre el amigo y el enemigo, la esencia de lo político como ya se ha
visto más arriba. Entonces, “La guerra
no es pues en modo alguno objetivo o incluso contenido de la política, pero
constituye el presupuesto que está siempre dado como posibilidad real, que
determina de una manera peculiar la acción y el pensamiento humanos y origina
así una conducta específicamente política.”[22]
Resulta
que se puede optar por la paz, pero no por el pacifismo, si es que somos
realistas políticos o materialistas políticos. Es el pacifismo una ideología
que resulta igualmente polémica, tan polémica y tan política como su
antagonista ideológico, el realismo político. El pacifismo en los hechos
prácticos significa tomar partido por uno de los dos bandos en liza. Afirma
Schmitt que “Nada puede sustraerse a esta consecuencia de lo político. Y si la
oposición pacifista contra la guerra llegase a ser tan fuerte que pudiese
arrastrar a los pacifistas contra los no pacifistas, a una “guerra contra la
guerra”, con ello quedaría demostrada la fuerza política de aquella oposición,
porque habría demostrado tener suficiente fuerza como para agrupar a los
hombres en amigos y enemigos.”[23] En
el fondo, el pacifismo es una tapadera de la voluntad de poder. Marx afirmó que la lucha de clases es el motor
de la historia, pero otros autores anteriores a él ya señalaron decisivamente y
con agudeza y sabiduría realista que la conflictividad es consustancial a la
sociedad y que la paz es mentira, una simple pausa o tregua entre dos guerras.
La paz resulta ser así algo excepcional. Por eso, el proyecto progresista,
pensamiento Alicia o pacifista de establecer una alianza por la paz, al igual
que el proyecto de una alianza de las
civilizaciones es un proyecto esencialmente utópico y yo añadiría que quimérico
e infantil. Es más, como dice Schmitt, “Si una parte del pueblo declara que ya
no conoce enemigos, lo que está haciendo en realidad es ponerse del lado de los
enemigos y ayudarles, pero desde luego con ello no se cancela la distinción
entre amigos y enemigos.”[24] Si
un pueblo o una nación política no quiere la guerra y tiene miedo de los
riesgos y penalidades vinculados a la existencia política, será otro pueblo el
que asuma su protección contra el
enemigo, estableciendo así un protectorado político sobre él. Así que no se
puede destruir la política, esto es, la distinción entre el amigo y el enemigo.
Si tiras las armas al suelo, otros las cogen y la enemistad no por ello
desaparece. “Sería una torpeza creer que un pueblo sin defensa no tiene más que
amigos, y un cálculo escandaloso suponer que la falta de resistencia va a
conmover al enemigo……Porque un pueblo haya perdido la fuerza o la voluntad de
sostenerse en la esfera de lo político no va a desaparecer lo político del
mundo. Lo único que desaparecerá en ese caso es un pueblo débil.”[25]
Además,
mientras que la amistad requiere del consenso o del acuerdo de las dos partes,
la enemistad, justamente, no requiere del acuerdo mutuo. El disenso siempre es
más fácil, simple y básico. Basta con que alguien me elija como su enemigo para
que tenga lugar el conflicto y ello aunque yo no desee el conflicto. Es un
error del progresismo creer que los enemigos los elijo yo únicamente y que
siendo buenos o bienintencionados o pacíficos o no queriendo la enemistad eo
ipso no voy a tener enemigos. “El error está en creer que yo no tengo enemigos
si no quiero tenerlos. En realidad es el enemigo el que me elige, y si él
quiere que yo sea su enemigo, yo lo soy a pesar de mis propuestas de
conciliación y de mis demostraciones de benevolencia. En este caso, no me queda
más que aceptar batirme o someterme a la voluntad del enemigo.”[26] Esto
nos indica la superioridad y la potencia del paradigma realista en las ciencias
políticas.
La
paz es siempre algo excepcional en la sociedad política y en la historia. La
conflictividad en cambio es algo consustancial a la sociedad política. Por eso
resulta que la paz es un factor militar más, un factor polemológico y resulta
entonces que la paz no es realmente la antinomia de la guerra. La guerra
prosigue durante la paz. La política es la continuación de la guerra al igual
que la guerra es la continuación de la política por otros medios. La enemistad
pervive en la paz y prosigue latente cuando cesan las hostilidades. El marxismo
sostuvo que la lucha de clases es el motor de la historia. El marxismo buscaba la guerra civil entre
clases y la paz internacional entre Estados. El marxismo sin embargo, es una
filosofía de la guerra, de la violencia y del conflicto social permanente interno a las sociedades políticas
y ello aunque su meta ideal sea la paz del Fin de la Historia. Creemos nosotros
que buscar la revolución y la paz resulta ser algo sumamente contradictorio.
Por lo demás, el marxismo reconoce y ejercita la distinción dicotómica entre
amigo y enemigo. Se trata en este caso de la antítesis entre burguesía y
proletariado. Como dice Schmitt, es una grandiosa agrupación de contrarios.
Felipe Giménez Pérez.
[1] Julien Freund, “La esencia
de lo político”, Editora Nacional, Madrid, 1968, Traducción de Sofía Nöel. Pág. 555.
[2] Carl Schmitt, “El concepto
de lo político”, Madrid, Alianza Editorial, 1991. Traducción de Rafael Agapito,
págs. 82-83.
[8] Torcuato Fernández Miranda, “Estado y Constitución”, Editorial Espasa
Calpe, Madrid, 1975, pág. 46.
[10] Álamos de Barrientos, “Discurso político al
rey Felipe III”, Ed. Anthropos, Madrid, 1990, pág. 42.
[11] Álamos de Barrientos, “Aforismos al Tácito español”, I, Centro de
Estudios Constitucionales, Madrid, 1987, Dedicatoria a Don Francisco Gómez de
Sandoval y Rojas, Duque de Lerma.
[12] Carl Schmitt, “El
concepto de lo político”, op.cit. pág. 186 ·Carl Schmitt, Teólogo de la
política, Prólogo y selección de textos
por Héctor Orestes Aguilar, FCE, México, 2001.
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